Historia del levantamiento, guerra y revolución de España (2 de 5) - 11

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No desanimándose ni los soldados ni su caudillo, aconsejado de buenos
oficiales al verse rodeados de enemigos, y ellos en tan pequeño número,
emprendieron una retirada larga, penosa y atrevida. Por espacio de
veinte días acampando y marchando a dos y tres leguas del ejército
francés, cruzando empinados montes y erizadas breñas, descalzos y casi
desnudos en estación cruda, apenas con alimento, desprovistos de todo
consuelo, consiguieron, venciendo obstáculos para otros insuperables,
llegar a Cuenca conformes y aun contentos de presentarse no solo
salvos, sino con el trofeo de algunos prisioneros franceses. Tanta
es la constancia, sobriedad e intrepidez del soldado español bien
capitaneado.
[Marginal: La Mancha.]
Pero la estancia en Cuenca del ejército del centro, si bien por una
parte le daba lugar para recobrarse y le ponía más al abrigo de una
acometida, por otra dejaba a la Mancha abierta y desamparada. Es cierto
que sus vastas llanuras nunca hubieran sido bastantemente protegidas
por las reliquias de un ejército a cuya caballería no le era dado hacer
rostro a la formidable y robusta de las huestes enemigas. Así fue que
el mariscal Victor, sentando ya en 11 de diciembre su cuartel general
en Aranjuez y Ocaña, desparramó por la Mancha baja gruesas partidas
que se proveían de vituallas en sus feraces campiñas, y pillaban y
maltrataban pueblos abandonados a su rapacidad por los fugitivos
habitantes.
[Marginal: Toledo.]
Habían contado algunos con que Toledo haría resistencia. Mas
desapercibida la ciudad y cundiendo por sus hogares el terror que
esparcían la rota y dispersión de los ejércitos, abrió el 19 de
diciembre sus puertas al vencedor; habiendo antes salido de su recinto
la junta provincial, muchos de los principales vecinos, y despachado a
Sevilla 12.000 espadas de su antigua y celebrada fábrica.
[Marginal: Muertes violentas.]
Ciertos y contados pueblos ofrecieron la imagen de la más completa
anarquía, atropellando o asesinando pasajeros. Doloroso sobre todo
fue lo que aconteció en Malagón y Ciudad Real. Por el último pasaba
preso a Andalucía Don Juan Duro, canónigo de Toledo y antiguo amigo
del príncipe de la Paz: ni su estado, ni su dignidad, ni sus súplicas
le guarecieron de ser bárbaramente asesinado. La misma suerte cupo en
el primer pueblo a Don Miguel Cayetano Soler, ministro de hacienda de
Carlos IV, que también llevaban arrestado: atrocidades que hubieran
debido evitarse no exponiendo al riesgo de transitar por lugares
agitados personajes tan aborrecidos.
Templa por dicha la amargura de tales excesos la conducta de otras
poblaciones, que empleando dignamente su energía y cediendo al noble
impulso del patriotismo antes que a los consejos de la prudencia,
detuvieron y escarmentaron a los invasores. [Marginal: Villacañas.]
Señalose la villa de Villacañas una de las comprendidas en el gran
priorato de San Juan. Varias partidas de caballería enemiga que
quisieron penetrar por sus calles fueron constantemente rechazadas en
diferentes embestidas que dieron en los días del 20 al 25 de diciembre.
Alabó el gobierno y premió la conducta de Villacañas, cuya población
quedó, durante algún tiempo, libre de enemigos, en medio de la Mancha
inundada de sus tropas.
[Marginal: Sierra Morena.]
Estas antes de terminar diciembre se habían extendido hasta Manzanares
y amagaban aproximarse a las gargantas de Sierra Morena. Muchos
oficiales y soldados del ejército del centro se habían acogido a
aquellas fraguras. Unos obligados de la necesidad; otros huyendo
vergonzosamente del peligro. Sin embargo como estos eran los menos
túvose a dicha su llegada, porque daba cimiento a formar y organizar
centenares de alistados que acudían de las Andalucías y la Mancha.
[Marginal: Juntas de los cuatro reinos de Andalucía.]
Las juntas de aquellos cuatro reinos, vista la dispersión de los
ejércitos y en dudas del paradero de la central, trataron de reunirse
en la Carolina, enviando allí dos diputados de cada una que las
representasen, invitando también a lo mismo a la de Extremadura y
a otra que se había establecido en Ciudad Real. Pero la central,
fuese previsión o temores de que se le segregasen estas provincias,
[Marginal: Campo Sagrado.] había comisionado a Sierra Morena al
marqués de Campo Sagrado, individuo suyo, con orden de promover los
alistamientos y de poner en estado de defensa aquella cordillera.
El 6 de diciembre ya se hallaba en Andújar, como asimismo [Marginal:
Marqués del Palacio.] el marqués del Palacio encargado del mando en
jefe del ejército que se reunía en Despeñaperros, habiendo sido antes
llamado de Cataluña según en su lugar veremos. De Sevilla enviaron los
útiles y cañones necesarios para fortificar la sierra, a donde también
y con felicidad retrocedieron desde Manzanares 14 piezas que caminaban
a Madrid. Por este término se consiguió al promediar diciembre, que
en la Carolina y contornos se juntasen 6000 infantes y 300 caballos,
cubriéndose y reforzándose sucesivamente los diversos pasos de la
sierra.
Cortos eran en verdad semejantes medios si el enemigo con sus poderosas
fuerzas hubiera intentado penetrar en Andalucía. Pero distraída su
atención a varios puntos, y fija principalmente en el modo de destruir
al ejército inglés, único temible que quedaba, trató de seguir a este
en Castilla y obrar además del lado de Extremadura, como movimiento que
podría ayudar a las operaciones de Portugal en caso que los ingleses se
retirasen hacia aquel reino.
[Marginal: Marchan los franceses a Extremadura. Estado de la provincia.]
Para lograr el último objeto marchó sobre Talavera el 4.º cuerpo del
mando del mariscal Lefebvre, compuesto de 22.000 infantes y 3000
caballos. La provincia de Extremadura, aunque hostigada y revuelta con
exacciones y dispersos, se mantenía firme y muy entusiasmada. Mas el
despecho que causaban las desgracias convirtió a veces la energía en
ferocidad. [Marginal: Excesos.] Fueron en Badajoz el 16 de diciembre
inmolados dos prisioneros franceses, el coronel de milicias Don
Tiburcio Carcelén y el ex tesorero general Don Antonio Noriega, antiguo
allegado del príncipe de la Paz. También pereció en la villa de Usagre
su alcalde mayor. Los asesinos descubiertos en ambos pueblos fueron
juzgados y pagaron su crimen con la vida. Estas muertes, con las que
hemos contado, y alguna otra que relataremos después, que en todo
no pasaron de doce, fueron las que desdoraron este segundo periodo
de nuestra historia, en el cual, rompiéndose de nuevo en ciertas
provincias los vínculos de la subordinación y el orden, quedó suelta la
rienda a las pasiones y venganzas particulares.
El general Galluzo, sucesor del desventurado San Juan, escogió la
orilla izquierda del Tajo como punto propio para detener en su marcha
a los franceses. Fue su primera idea guardar los vados y cortar los
principales puentes. Cuéntanse de estos cuatro desde donde el Tiétar
y Tajo se juntan en una madre hasta Talavera; y son el del Cardenal,
el de Almaraz, el del Conde y el del Arzobispo. El 2.º por donde cruza
el camino de Badajoz a Madrid mereció particular atención, colocándose
allí en persona el mismo Galluzo. La trabazón de su fábrica era tan
fuerte y compacta, que por entonces no se pudo destruir, y solo si
resquebrajarle en parte: 5000 hombres le guarnecieron. Don Francisco
Trías fue enviado el 15 de diciembre al del Arzobispo, del que ya
enseñoreados los enemigos, tuvo que limitarse a quedar en observación
suya. Los otros dos puentes fueron ocupados por nuestros soldados.
[Marginal: Su retirada.]
Los franceses se contentaron al principio con escaramuzar en toda
la línea hasta el día 24, en que viniendo por el del Arzobispo,
atacaron el frente y flanco derecho del general Trías, y le obligaron
a recogerse a la sierra camino de Castañar de Ibor. También fue
amagado en el propio día el del Conde, que sostuvo D. Pablo Morillo,
subteniente entonces, general ahora.
Noticioso Galluzo de lo ocurrido con Trías y también de que los
enemigos habían avanzado a Valdelacasa, se replegó a Jaraicejo, tres
leguas a retaguardia de Almaraz, dejando para guardar el puente los
batallones de Irlanda y Mallorca y una compañía de zapadores. Así como
los otros, fue luego atacado este punto, del que se apoderó al cabo
de una hora de fuego la división del general Valence, cogiendo 300
prisioneros.
Pensó Galluzo detenerse en Jaraicejo, pero creyéndose poco seguro
con la toma del puente de Almaraz, a las tres de la tarde del 25
ordenadamente emprendió su retirada a Trujillo, cuatro leguas distante.
Este movimiento y voces que esparcía el miedo o la traición, aumentaron
el desorden del ejército, y temíase otra dispersión. Por ello, y
la superioridad de fuerzas con que el enemigo se adelantaba, juntó
Galluzo un consejo de guerra [menguado recurso a que nuestros generales
continuamente acudían], y se decidió retirarse a Zalamea, 23 leguas de
Trujillo y del lado de la sierra que parte términos con Andalucía. El
28 llegó el ejército a su destino, si ejército merece llamarse lo que
ya no era sino una sombra. De la artillería se salvaron 17 piezas, 11
de ellas se enviaron de Miajadas a Badajoz, y 6 siguieron a Zalamea. A
este punto llegaron después y en mejor orden 1200 hombres de los del
puente del Conde y del Arzobispo.
Los franceses penetraron el 26 hasta Trujillo, quedando a merced suya
la Extremadura y muy expuesta y desapercibida la Andalucía. Otros
acontecimientos los obligaron a hacer parada y retroceder prontamente,
dando lugar a la junta central para reparar en parte tanto daño.
[Marginal: Continúa la central su viaje.]
El viaje de esta había continuado sin otra interrupción ni descanso que
el preciso para el despacho de los negocios. En todos los pueblos por
donde transitaba era atendida y acatada, contribuyendo mucho a ello los
respetables nombres de Floridablanca y Jovellanos, y la esperanza de
que la patria se salvaría salvándose la autoridad central. En Talavera,
en cuya villa la dejamos, celebró dos sesiones. Detúvose en Trujillo
cuatro días, y recibiendo en esta ciudad pliegos del general Escalante
enviado al ejército inglés, en los que anunciaba la ineficacia de sus
oficios con el general Sir Juan Moore para que obrase activamente en
Castilla; puesta la junta de acuerdo con el ministro británico Mr.
Frere, nombraron la primera a Don Francisco Javier Caro, individuo
suyo, y el segundo a Sir Carlos Stuart, a fin de que encarecidamente
y de palabra repitiesen las mismas instancias a dicho general; siendo
esencial su movimiento y llamada para evitar la irrupción de las
Andalucías.
Se expidieron también en Trujillo premiosas órdenes para el armamento
y defensa a los generales y juntas, y se resolvió no ir a Badajoz sino
a Sevilla como ciudad más populosa y centro de mayores recursos.
[Marginal: Sucede Cuesta a Galluzo.]
Al pasar la junta por Mérida una diputación de la de aquella ciudad
le pidió en nombre del pueblo que eligiese por capitán general de
la provincia y jefe de sus tropas a Don Gregorio de la Cuesta, que
en calidad de arrestado seguía a la junta. No convino esta en la
petición dando por disculpa que se necesitaba _averiguar_ el dictamen
de la suprema de la provincia congregada en Badajoz, la cual sostuvo
a Galluzo, hasta que tan atropellada y desordenadamente se replegó
a Zalamea. Entonces la voz pública pidiendo por general a Cuesta,
bienquisto en la provincia en donde antes había mandado, uniose a su
clamor la junta provincial, y la central aunque con repugnancia accedió
al nombramiento. Cuesta llamó de Zalamea las tropas y estableció
su cuartel general en Badajoz, en cuya plaza empezó a habilitar
el ejército para resistir al enemigo, y emprender después nuevas
operaciones.
Mas en esta providencia, oportuna sin duda y militar, no faltó quien
viese la enemistad del general Cuesta con la junta central, quedando
abierta la Andalucía a las incursiones del enemigo, y por tanto Sevilla
ciudad que había el gobierno escogido para su asiento. Temerosa debió
de andar la misma junta ya de un ataque de los franceses, o ya de los
manejos y siniestras miras de Cuesta; pues antes de acabar diciembre
nombró al brigadier Don José Serrano Valdenebro para cubrir con
cuantas fuerzas pudiese los puntos de Santa Olalla y el Ronquillo y las
gargantas occidentales de Sierra Morena.
[Marginal: Llega a Sevilla la central en 17 de diciembre.]
La junta central entró en Sevilla el 17 de diciembre. Grande fue la
alegría y júbilo con que fue recibida, y grandes las esperanzas que
comenzaron a renacer. Abrió sus sesiones en el real alcázar el día
siguiente 18, y notose luego que mudaba algún tanto y mejoraba de
rumbo. Los contratiempos, la experiencia adquirida, [Marginal: Muerte
de Floridablanca.] los clamores y la muerte del conde de Floridablanca,
influyeron en ello extraordinariamente. Falleció dicho conde en el
mismo Sevilla el 28 de diciembre, cargado de años y oprimido por
padecimiento de espíritu y de cuerpo. Celebrose en su memoria magnífico
funeral, y se le dispensaron honores de infante de Castilla. Fue
nombrado en su lugar vicepresidente de la junta el marqués de Astorga,
grande de España, y digno, por su conducta política, honrada índole y
alta jerarquía, de recibir tan honorífica distinción.
[Marginal: Situación penosa de la central.]
El estado de las cosas era sin embargo crítico y penoso. De los
ejércitos no quedaban sino tristes reliquias en Galicia, León y
Asturias, en Cuenca, Badajoz y Sierra Morena. Algunas otras se habían
acogido a Zaragoza ya sitiada; y Cataluña aunque presentase una
diversión importante, no bastaba por sí sola a impedir la completa
ruina y destrucción de las demás provincias y del gobierno. [Marginal:
Sus esperanzas.] Dudábase de la activa cooperación del ejército inglés,
arrimado sin menearse contra Portugal y Galicia, y solo se vivía con
la esperanza de que el anhelo por repelerle del territorio peninsular
empeñaría a Napoleón en su seguimiento, y dejaría en paz por algún
tiempo el levante y mediodía de España, con cuyo respiro se podrían
rehacer los ejércitos y levantar otros nuevos, no solamente por medio
de los recursos que estos paises proporcionasen, sino también con los
que arribaron a sus costas de las ricas provincias situadas allende el
mar.


RESUMEN
DEL
LIBRO SÉPTIMO.

_Salida de Napoleón de Chamartín. — Situación del ejército inglés. —
Dudas y vacilaciones del general Moore. — Consulta con Mr. Frere. —
Pasos e instancias de la junta central y de Morla para que avance. —
Resuélvese a ello. — Incidente que pudo estorbarlo. — Sale el 12 de
Salamanca a Valladolid. — Varía de dirección y se mueve hacia Toro y
Benavente. — Da de ello aviso a Romana. Mal estado del ejército de
este. — Parcialidad de escritores extranjeros. — Unión en Mayorga
de los generales Baird y Moore. — Situación del mariscal Soult. —
Aviso de la venida de Napoleón. Retíranse los ingleses a Benavente
y Astorga. — Marcha de Napoleón. Paso de Guadarrama. — Empieza a
relajarse la disciplina del ejército inglés. — Choque de caballería
en Benavente. — Sorprenden en Mansilla los franceses a los españoles.
— Retírase Romana de León. — Júntase en Astorga con los ingleses. —
Retírase Romana por Foncebadón. Moore por Manzanal. — Desgracias de
Romana en su retirada. — Desórdenes de los ingleses en su retirada. —
Llega Napoleón a Astorga. — Entrada del mariscal Soult en el Bierzo. —
Reencuentro en Cacabelos. — Retírase el general Moore de Villafranca.
— Van en aumento los desórdenes de los ingleses. — Llegan a Lugo. —
Prepárase Moore a aventurar una batalla. — Retírase después. — Llega
a la Coruña. — Batalla de la Coruña. — Embárcanse los ingleses. —
Entrega de la Coruña. — Del Ferrol. — Estado de Galicia. — Paradero
de Romana. — Sucede a Soult el mariscal Ney. — Vuelta de Napoleón a
Valladolid. — Áspero recibimiento que hace Napoleón a las autoridades.
— Angustias del ayuntamiento de Valladolid. — Suplicio de algunos
españoles, y perdón de uno de ellos. — Temores de guerra con Austria.
Prepárase Napoleón a volver a Francia. — Recibe en Valladolid a los
diputados de Madrid. — Opinión e intentos de Napoleón sobre España. —
Parte para Francia. — José en el Pardo. Pasa una revista en Aranjuez.
— Movimiento del ejército español del centro. Planes de su jefe el
duque del Infantado. — Ataque de Tarancón. — Avanza el mariscal Victor.
— Retírase Venegas a Uclés. — Batalla de Uclés. — Excesos cometidos
por los franceses en Uclés. — Retirada del duque del Infantado. —
Sucédele en el mando el conde de Cartaojal. — Entrada de José en
Madrid. — Sucesos de Cataluña. — La junta del principado se traslada
a Villafranca. — Excursiones de Duhesme. — Vives sucesor del marqués
del Palacio. — Ejército español de Cataluña. Su fuerza. — Situación
de Barcelona. — Tentativas de Vives contra aquella plaza. — Entrada
de Saint-Cyr en Cataluña. — Sitio de Rosas. — Honrosa resistencia de
los españoles. — Capitulación de Rosas. — Avanza Saint-Cyr camino de
Barcelona. — Vives y las divisiones de Reding y Lazán. — Orden singular
dada por Lecchi en Barcelona. — Trata Vives de seducirle a él y a
otros. — Ataques de Vives del 26 y 27 de noviembre en las cercanías
de Barcelona. — Del 5 de diciembre. — Reding y Vives van al encuentro
de Saint-Cyr. — Continúa Saint-Cyr su marcha. — Batalla de Llinas o
Cardedeu. — Son derrotados los españoles. — Se retiran al Llobregat.
— Llega Saint-Cyr a Barcelona. — Avanza al Llobregat. — Situación de
los españoles. — Batalla de Molins de Rey. — Derrota de los españoles
y tristes resultas. — Embarazosa también la situación de Saint-Cyr.
— Acontecimientos de Tarragona. — Sucede Reding a Vives. — Segundo
sitio de Zaragoza. — Preparativos de defensa. — Disposiciones de los
franceses. — Preséntanse delante de Zaragoza. — El mariscal Moncey
se apodera del monte Torrero. — Son rechazados los franceses en el
Arrabal. — Intimación a la plaza. — Bloqueo y ataques que preparan los
franceses. — Salida del general Butrón. — Reemplaza Junot a Moncey. —
Sale Mortier para Calatayud. — Empieza el bombardeo. — Ataques contra
San José y reducto del Pilar. — Manuela Sancho. — Resolución de los
moradores. — Enfermedades y contagio. — Temores de los franceses. —
Gente que perdieron en Alcañiz. — Llegada del mariscal Lannes. — Llama
a Mortier. — Dispersa este a Perena. — Asalto de los franceses al
recinto de la ciudad. — Muerte de Sangenís. — Estragos del bombardeo y
epidemia. — Intimación de Lannes. — Dicho de Palafox. — Resistencia en
casas y edificios. — Minas de los franceses. — Patriotismo y fervor de
algunos eclesiásticos. — Muerte del general Lacoste. — Murmuraciones
del ejército francés. — Embestida del Arrabal. — Los progresos del
enemigo en la ciudad. — Nuevas murmuraciones del ejército francés.
— Toma del Arrabal. — Furioso ataque que los franceses preparan. —
Deplorable estado de la ciudad. — Enfermedad de Palafox. — Propone la
junta capitular. — Conferencia con Lannes. — Capitulación. — Palabra
que da Lannes. — Firma la junta la capitulación. — Quebrántase por
los franceses horrorosamente. — Mal trato dado a Palafox. — Muerte de
prisioneros. De Boggiero y Sas. — Entrada de Lannes en Zaragoza. — P.
Santander. — Junot sucede otra vez a Lannes. — Pérdidas de unos y de
otros. — Ruinas de edificios y bibliotecas. — Juicio sobre este sitio._


HISTORIA
DEL
LEVANTAMIENTO, GUERRA Y REVOLUCIÓN
de España.
LIBRO SÉPTIMO.

[Marginal: Salida de Napoleón de Chamartín.]
Napoleón permanecía en Chamartín. Allí afanado y diligente, agitado
su corazón como mar por vientos bravos, ocupábale España, Francia,
Europa entera, y más que todo averiguar los movimientos y paradero del
ejército inglés. Posponía a este los demás cuidados. Avisos inciertos
o fingidos le impelían a tomar encontradas determinaciones. Unas veces
resuelto a salir vía de Lisboa se aprestaba a ello: otras suspendiendo
su marcha aguardaba de nuevo posteriores informes. Pareció al fin
estar próximo el día de su partida, cuando el 19 de diciembre a las
puertas de la capital pasó reseña a 70.000 hombres de escogidas tropas.
Así fue: dos días después, el 21, habiendo recibido noticia cierta
de que los ingleses se internaban en Castilla la Vieja, en la misma
noche con la rapidez del rayo acordó oportunas providencias para que
el 22, dejando en Madrid 10.000 hombres, partiesen 60.000 la vuelta de
Guadarrama.
[Marginal: Situación del ejército inglés.]
Era en efecto tiempo de que atajase los intentos de contrarios tan
temibles y que tanto aborrecía. Sir Juan Moore vacilante al principio
había por último tomado la ofensiva con el ejército de su mando. Ya
hablamos de su llegada a Salamanca el 23 de noviembre. Apenas había
sentado allí sus reales, empezaron a esparcirse las nuevas de nuestras
derrotas, funestos acontecimientos que sobresaltaron al general inglés
con tanto mayor razón cuanto sus fuerzas se hallaban segregadas y entre
sí distantes. Hasta el 23 del propio noviembre no acabaron de concurrir
a Salamanca las que con el mismo general Moore habían avanzado por el
centro: de las restantes las que mandaba Sir David Baird estaban el 26
unas en Astorga, otras lejos a la retaguardia, no habiendo aún en aquel
día las de Sir Juan Hope atravesado en su viaje desde Extremadura las
sierras que dividen ambas Castillas.
[Marginal: Dudas y vacilaciones del general Moore.]
Como exigía tiempo la reconcentración de todas estas fuerzas, era de
recelar que los franceses libres de ejércitos españoles, avanzando e
interponiéndose con su acostumbrada celeridad, embarazasen al de los
ingleses y le acometiesen separadamente y por trozos: en especial
cuando este, si bien lucido en su apariencia, maravillosamente
disciplinado, bizarrísimo en un día de batalla, flaqueaba del lado de
la presteza.
Motivos eran estos para contener el ánimo de cualquier general
atrevido, mucho más el del general inglés, hombre prudente y a quien
los riesgos se representaban abultados; porque aunque oficial consumado
y dignísimo del buen concepto que entre sus compatriotas gozaba,
adoleciendo por desgracia de aquel achaque entonces común a los
militares de tener por invencibles a Napoleón y sus huestes, juzgaba la
causa peninsular de éxito muy dudoso, y por decirlo así la miraba como
perdida: lo cual no poco contribuyó a su irresolución e incertidumbre.
Se acrecentaron sus temores al entrar en España, no columbrando en los
pueblos señales extraordinarias de entusiasmo, como si la manifestación
de un sentimiento tan vivo pudiera sin término prolongarse, y como si
la disposición en que veía a todos los habitantes de no querer entrar
en pacto ni convenio con el enemigo, no fuera bastante para hacerle
fundadamente esperar que ella sola debía al cabo producir larga y
porfiada resistencia.
Desalentado por consiguiente el general Moore, y no contemplando ya
en esta guerra sino una lucha meramente militar, empezó a contar
bajo dicho respecto sus recursos y los de los españoles, y habiendo
en gran parte desaparecido los de estos con las derrotas, y siendo
los suyos muy inferiores a los de los franceses, pensó en retirarse
a Portugal. Tal fue su primer impulso al saber las dispersiones de
Espinosa y Burgos. Mas conservándose aún casi intacto el ejército
español del centro, repugnábale volver atrás antes de haberse empeñado
en la contienda y de ser estrechado a ello por el enemigo. [Marginal:
Consulta con Mr. Frere.] En medio de sus dudas resolvió tomar consejo
con Mr. Frere, ministro británico cerca de la junta central, quien no
estaba tan desesperanzado de la causa peninsular como el general Moore,
porque, ministro ya de su corte en Madrid en tiempo de Carlos IV,
conocía a fondo a los españoles, tenía fe en sus promesas, y antes bien
pecaba de sobrada afición a ellos que de tibieza o desvío. Su opinión
por tanto les era favorable.
Pero Sir Juan Moore noticioso el 28 de noviembre de la rota de Tudela,
sin aguardar la contestación de Mr. Frere, determinó retirarse. En
consecuencia encargó al general Baird que se encaminase a la Coruña
o a Vigo, previniéndole solamente que se detuviera algunos días para
imponer respeto a las tropas del mariscal Soult que estaban del lado
de Sahagún, y dar lugar a que llegase Sir Juan Hope. Se unió este con
el cuerpo principal del ejército en los primeros días de diciembre, no
habiendo condescendido, al pasar su división por cerca de Madrid, con
los ruegos de Don Tomás de Morla, dirigidos a que entrase con aquella
en la capital y cooperase a su defensa.
[Marginal: Pasos e instancias de la junta central y de Morla para que
avance.]
La junta central recelosa por su parte de que los ingleses abandonasen
el suelo español, y con objeto también de cumplimentar a sus jefes,
había enviado al cuartel general de Salamanca a Don Ventura Escalante
y a Don Agustín Bueno que llegaron a la sazón de estar resuelta
la retirada. Inútilmente se esforzaron por impedirla, bien es que,
fundando muchas de sus razones en los falsos rumores que circulaban por
España, en vez de conmover con ellas el ánimo desapasionado y cauto del
general inglés, no hacían sino afirmarle en su propósito.
También por entonces Don Tomás de Morla no habiendo alcanzado lo que
deseaba de Sir Juan Hope, despachó un correo a Salamanca pidiendo al
general en jefe inglés que fuese al socorro de Madrid, o que por lo
menos distrajese al enemigo cayendo sobre su retaguardia. Tampoco
hubiera suspendido este paso la resolución de Moore, si al mismo tiempo
Sir Carlos Stuart, habitualmente de esperanzas menos halagüeñas y a
los ojos de aquel general testigo imparcial, no le hubiese escrito
manifestándole que creía al pueblo de Madrid dispuesto a recia y
vigorosa resistencia.
[Marginal: Resuélvese a ello.]
Empezó con esto a titubear el ánimo de Moore, y cedió al fin en vista
de los pliegos que en respuesta a los suyos recibió el propio día de
Mr. Frere: quien expresando en su contenido ardiente anhelo por asistir
a los españoles, añadía ser político y conveniente que sin tardanza se
adelantase el ejército británico a sostener el noble arrojo del pueblo
de Madrid. Lenguaje digno y generoso de parte de Mr. Frere, propio para
estimular al general de su nación, pero cuyos buenos efectos hubiera
podido destruir un desgraciado incidente.
[Marginal: Incidente que pudo estorbarlo.]
Había sido portador de los pliegos el coronel Charmilly, emigrado
francés, y que por haber presenciado en 1.º de diciembre el entusiasmo
de los madrileños, pareció sujeto al caso para dar de palabra puntuales
y cumplidos informes. Pero la circunstancia de ser francés dicho
portador, y quizá también otros siniestros y anteriores informes,
lejos de inspirar confianza al general Moore, fueron causa de que le
tratase con frialdad y reserva. Achacó el Charmilly recibimiento tan
tibio a la invariable resolución que había formado aquel de retirarse,
y pensó oportuno hacer uso de una segunda carta que Mr. Frere le
había encomendado. La escribió este ministro ansioso de que a todo
trance socorriese su ejército a los españoles, y sin reparar en la
circunspección que su elevado puesto exigía, encargó al Charmilly la
entregase a Moore caso que dicho general insistiese en volver atrás
sus pasos. Así lo hizo el francés, y fácil es conjeturar cuál sería
la indignación del jefe británico al leer en su contexto que antes
de emprender la retirada «se examinase por un consejo de guerra al
portador de los pliegos.» Apenas pudo Sir Juan reprimir los ímpetus
de su ira; y forzoso es decir que si bien había animado a Mr. Frere
intención muy pura y loable, el modo de ponerla en ejecución era
desusado y ofensivo para un hombre del carácter y respetos del general
Moore. Este sin embargo sobreponiéndose a su justo resentimiento,
contentose con mandar salir de los reales ingleses al coronel
Charmilly, y determinó moverse por el frente con todo su ejército,
cuyas divisiones estaban ya unidas o por lo menos en disposición de
darse fácilmente la mano.
Próximo a abrir la marcha, fue también gran ventura que otros avisos
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