Historia del levantamiento, guerra y revolución de España (2 de 5) - 17

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ayuntamientos. Cimentáronse sobre este decreto todos los que después
se promulgaron en la materia, y conforme a los cuales se igualaron en
un todo con los peninsulares los naturales de América y Asia. Tal fue
siempre la mente y aun la letra de la legislación española de Indias,
debiendo atribuirse el olvido en que a veces cayó a las mismas causas
que destruyeron y atropellaron en España sus propias y mejores leyes.
La lejanía, lo tarde que a algunas partes se comunicó el decreto e
impensados embarazos no permitieron que oportunamente acudiesen a
Sevilla los representantes de aquellos paises, reservándose novedad de
tamaña importancia para los gobiernos que sucedieron a la junta central.
[Marginal: Nuevo reglamento para las juntas provinciales de España.]
Otros cuidados de no menor interés ocuparon a esta al comenzar el
año de 1809. Fue uno de los primeros dar nueva planta a las juntas
provinciales de donde se derivaba su autoridad, formando un reglamento
con fecha de 1.º de enero según el cual se limitaban las facultades
que antes tenían, y se dejaba solo a su cargo lo respectivo a
contribuciones extraordinarias, donativos, alistamiento, requisiciones
de caballos y armamento. Reducíase a nueve el número de sus individuos,
se despojaba a estos de parte de sus honores, y se cambiaba la antigua
denominación de juntas supremas en la de _superiores provinciales de
observación y defensa_. También se encomendaba a su celo precaver las
asechanzas de personas sospechosas, y proveer a la seguridad y apoyo
de la central; encargo, por decirlo de paso, a la verdad extraño,
poner su defensa en manos de autoridades que se deprimían. Aunque
muchos aprobaron y en lo general se tuvo por justo circunscribir las
facultades de las juntas, causó gran desagrado el artículo 10 del nuevo
reglamento, según el cual se prohibía el libre uso de la imprenta,
no pareciendo sino que al extenderse no estaba aún yerto el puño de
Floridablanca. Alborotáronse varias juntas con la reforma, y la de
Sevilla se enojó sobremanera, y a punto que suscitó la cuestión de
renovar cada seis meses uno de sus individuos en la central, y aun
llegó a dar sucesor al conde de Tilly. Encendiéndose más y más las
contestaciones, suspendiose el nuevo reglamento, y nunca tuvo cumplido
efecto ni en todas las provincias ni en todas sus partes. Quizá
obró livianamente la central en querer arreglar tan pronto aquellas
corporaciones mayormente cuando los acontecimientos de la guerra
cortaban a veces la comunicación con el gobierno supremo; pero al mismo
tiempo fueron muy reprensibles las juntas que movidas de ambición
dieron lugar en aquellos apuros a altercados y desabrimientos.
[Marginal: Tratado con Inglaterra de 9 de enero.]
Señalose también la entrada del año de 1809 con estrechar de un
modo solemne las relaciones con Inglaterra. Hasta entonces las que
mediaban entre ambos gobiernos eran francas y cordiales, pero no
estaban apoyadas en pactos formales y obligatorios. Túvose pues por
conveniente darles mayor y verdadera firmeza, concluyendo en 9 de
enero en Londres un tratado de paz y alianza. Según su contenido se
comprometió Inglaterra a asistir a los españoles con todo su poder; y
a no reconocer otro rey de España e Indias sino a Fernando VII, a sus
herederos o al legítimo sucesor que la nación española reconociese; y
por su parte la junta central se obligó a no ceder a Francia porción
alguna de su territorio en Europa y demás regiones del mundo, no
pudiendo las partes contratantes concluir tampoco paz con aquella
nación sino de común acuerdo. Por un artículo adicional se convino en
dar mutuas y temporales franquicias al comercio de ambos estados, hasta
que las circunstancias permitiesen arreglar sobre la materia un tratado
definitivo. Quería entonces la central entablar uno de subsidios más
urgente que ningún otro; pero en vano lo intentó.
[Marginal: Subsidios de Inglaterra.]
Los que España había alcanzado de Inglaterra habían sido cuantiosos,
si bien nunca se elevaron, sobre todo en dinero, a lo que muchos han
creído. De las juntas provinciales solo las de Galicia, Asturias y
Sevilla recibieron cada una 20.000.000 de reales vellón, no habiendo
llegado a manos de las otras cantidad alguna, por lo menos notable.
Entregáronse a la central 1.600.000 rs. en dinero, y en barras
20.000.000 de la misma moneda. A sus continuas demandas respondía el
gobierno británico que le era imposible tener pesos fuertes si España
no abría al comercio inglés mercados en América, por cuyo medio y en
cambio de géneros y efectos de su fabricación le darían plata aquellos
naturales. Por fundada que fuera hasta cierto punto dicha contestación,
desagradaba al gobierno español, que con más o menos razón estaba
persuadido de que con la facilidad adquirida desde el principio de la
guerra de introducir en la península mercaderías inglesas, de donde
se difundían a América, volvía a Inglaterra el dinero anticipado a
los españoles, o invertido en el pago de sus propias tropas, siendo
contados los retornos de otra especie que podía suministrar España.
Lo cierto es que la junta central con los cortos auxilios pecuniarios
de Inglaterra, y limitada en sus rentas a los productos de las
provincias meridionales, invirtiendo las otras los suyos en sus propios
gastos, difícilmente hubiera levantado numerosos ejércitos sin el
desprendimiento y patriotismo de los españoles, y sin los poderosos
socorros con que acudió América, principalmente cuando dentro del reino
era casi nulo el crédito, y poco conocidos los medios de adquirirle en
el extranjero.
Levantáronse clamores contra la central respecto de la distribución
de fondos, y aun acusáronla de haber malversado algunos. Probable
es que en medio del trastorno general, y de resultas de batallas
perdidas y de dispersiones haya habido abusos y ocultaciones hechas por
manos subalternas, mas injustísimo fue atribuir tales excesos a los
individuos del gobierno supremo que nunca manejaron por sí caudales,
y cuya pureza estaba al abrigo en casi todos hasta de la sospecha.
A los ojos del vulgo siempre aparecen abultados los millones, y la
malevolencia se aprovecha de esta propensión a fin de ennegrecer la
conducta de los que gobiernan. En la ocasión actual eran los gastos
harto considerables para que no se consumiese con creces lo que entró
en el erario.
[Marginal: Tribunal de seguridad pública.]
A modo del tribunal criminal de José creó asimismo la central uno
de seguridad pública que entendiese en los delitos de infidencia, y
aunque no tan arbitrario como aquel en la aplicación y desigualdad
de las penas, reprobaron con razón su establecimiento los que no
quieren ver rotos bajo ningún pretexto los diques que las leyes y la
experiencia han puesto a las pasiones y a la precipitación de los
juicios humanos. Ya en Aranjuez se estableció dicho tribunal con
el nombre de extraordinario de vigilancia y protección; y aun se
nombraron ministros por la mayor parte del consejo que le compusieran;
mas hasta Sevilla y bajo otros jueces no se vio que ejerciese su
terrible ministerio. Afortunadamente rara vez se mostró severo e
implacable. Dirigió casi siempre sus tiros contra algunos de los
que estaban ausentes y abiertamente comprometidos, respondiendo en
parte a los fallos de la misma naturaleza que pronunciaba el tribunal
extraordinario de Madrid. Solo impuso la pena capital a un ex guardia
de corps que se había pasado al enemigo, y en abril de 1809 mandó
ajusticiar en secreto, exponiéndolos luego al público, a Luis Gutiérrez
y a un tal Echevarría, su secretario, mozo de entendimiento claro y
despejado. El Gutiérrez había sido fraile y redactor de una gaceta en
español que se publicaba en Bayona, y el cual con su compañero llevaba
comisión para disponer los ánimos de los habitantes de América en
favor de José. Encontráronles cartas del rey Fernando y del infante
Don Carlos que se tuvieron por falsas. Quizá no fue injusta la pena
impuesta, según la legislación vigente, pero el modo y sigilo empleado
merecieron con razón la desaprobación de los cuerdos e imparciales.
[Marginal: Centrales enviados a las provincias.]
Tampoco reportó provecho el enviar individuos de la central a
las provincias, de cuya comisión hablamos en el libro sexto. La
junta intitulándolos comisarios, los autorizó para presidir a las
provinciales y representarla con la plenitud de sus facultades. Los
más de ellos no hicieron sino arrimarse a la opinión que encontraron
establecida, o entorpecer la acción de las juntas, no saliendo por
lo general de su comisión ninguna providencia acertada ni vigorosa.
Verdad es que siendo, conforme queda apuntado, pocos entre los
individuos de la central los que se miraban como prácticos y entendidos
en materias de gobierno, quedáronse casi siempre los que lo eran en
Sevilla, yendo ordinariamente a las provincias los más inútiles y
limitados. [Marginal: Marqués de Villel en Cádiz.] Fue de este número
el marqués de Villel: enviado a Cádiz para atender a su fortificación,
y desarraigar añejos abusos en la administración de la aduana, provocó
por su indiscreción y desatentadas providencias un alboroto que a no
atajarse con oportunidad, hubiera dado ocasión a graves desazones. Como
este acontecimiento se rozó con otro que por entonces y en la misma
ciudad ocurrió con los ingleses, será bien que tratemos a un tiempo de
entrambos.
[Marginal: Los ingleses quieren ocupar la plaza.]
Luego que el gobierno británico supo las derrotas de los ejércitos
españoles, y temiendo que los franceses invadiesen las Andalucías,
pensó poner al abrigo de todo rebate la plaza de Cádiz, y enviar tropas
suyas que la guarneciesen. Para el recibimiento de estas y para proveer
en ello lo conveniente envió allí a Sir Jorge Smith con la advertencia,
según parece, de solo obrar por sí en el caso de que la junta central
fuese disuelta, o de que se cortasen las comunicaciones con el
interior. No habiendo sucedido lo que recelaba el ministerio inglés, y
al contrario estando ya en Sevilla el gobierno supremo, de repente y
sin otro aviso notició el Sir Jorge al gobernador de Cádiz como S. M.
B. le había autorizado para exigir que se admitiese dentro de la plaza
guarnición inglesa: escribiendo al mismo tiempo a Sir Juan Cradock
general de su nación en Lisboa, a fin de que sin tardanza enviase a
Cádiz parte de las tropas que tenía a sus órdenes. Advertida la junta
central de lo ocurrido, extrañó que no se la hubiera de antemano
consultado en asunto tan grave, y que el ministro inglés Mr. Frere no
le hubiese hecho acerca de ello la más leve insinuación. Resentida,
dióselo a entender con oportunas reflexiones, previniendo al marqués de
Villel su representante en Cádiz y al gobernador, que de ningún modo
permitiesen a los ingleses ocupar la plaza, guardando no obstante en la
ejecución de la orden el miramiento debido a tropas aliadas.
[Marginal: Altercados que hubo en ello.]
A poco tiempo y al principiar febrero llegaron a la bahía gaditana con
el general Mackenzie dos regimientos de los pedidos a Lisboa, y súpose
también entonces por el conducto regular cuáles eran los intentos
del gobierno inglés. Este confiado en que la expedición de Moore no
tendría el pronto y malhadado término que hemos visto, quería, conforme
manifestó, trasladar aquel ejército o bien a Lisboa, o bien al mediodía
de España; y para tener por esta parte un punto seguro de desembarco,
había resuelto enviar de antemano a Cádiz al general Sherbrooke con
4000 hombres que impidiesen una súbita acometida de los franceses.
Así se lo comunicó Mr. Frere a la junta central, y así en Londres Mr.
Canning al ministro de España Don Juan Ruiz de Apodaca, añadiendo
que S. M. B. deseaba que el gobierno español examinase si era o no
conveniente dicha resolución.
Parecían contrarios a los anteriores procedimientos de Sir George Smith
los pasos que en la actualidad se daban, y disgustábale a la central
que después de haber desconocido su autoridad se pidiese ahora su
dictamen y consentimiento. No pensaba que Smith se hubiese excedido
de sus facultades según se le aseguró, y más bien presumió que se
achacaba al comisionado una culpa que solo era hija de resoluciones
precipitadas, sugeridas por el temor de que los franceses conquistasen
en breve a España. Siguiéronse varias contestaciones y conferencias
que se prolongaron bastantemente. [Marginal: (* Ap. n. 8-4.)] La junta
mantúvose firme y con decoro, y terminó el asunto por medio de una
juiciosa nota [*] pasada en 1.º de marzo, de cuyas resultas diose otro
destino a las tropas inglesas que iban a ocupar a Cádiz.
[Marginal: Alboroto en Cádiz.]
Al propio tiempo y cuando aún permanecían en su bahía los regimientos
que trajo el general Mackenzie, se suscitó dentro de aquella plaza el
alboroto arriba indicado, cuya coincidencia dio ocasión a que unos
le atribuyesen a manejos de agentes británicos, y otros a enredos y
maquinaciones de los parciales de los franceses; estos para impedir
el desembarco e introducir división y cizaña, aquellos para tener
un pretexto de meter en Cádiz las tropas que estaban en la bahía.
Así se inclina el hombre a buscar en origen oscuro y extraordinario
la causa de muchos acontecimientos. En el caso presente se descubre
fácilmente esta en el interés que tenían varios en conservar los
abusos que iba a desarraigar el marqués de Villel; en los desacordados
procedimientos del último y en la suma desconfianza que a la sazón
reinaba. [Marginal: Conducta extraña de Villel.] El marqués en vez de
contentarse con desempeñar sus importantes comisiones, se entrometió en
dar providencias de policía subalterna, o solo propias del recogimiento
de un claustro. Prohibía las diversiones, censuraba el vestir de las
mujeres, perseguía a las de conducta equívoca, o a las que tal le
parecían, dando pábulo con estas y otras medidas no menos inoportunas
a la indignación pública. En tal estado bastaba el menor incidente
para que de las hablillas y desabrimientos se pasase a una abierta
insurrección.
Presentose con la entrada en Cádiz el 22 de febrero de un batallón de
extranjeros compuesto de desertores polacos y alemanes. Desagradaba
a los gaditanos que se metiesen en la plaza aquellos soldados, a su
entender poco seguros: con lo que los enemigos de la central y los de
Villel que eran muchos, soplando el fuego, tumultuaron la gente que
se encaminó a casa del marqués para leer un pliego sospechoso a los
ojos del vulgo, y el cual acababa de llegar al capitán del puerto.
Manifestose el contenido a los alborotados, y como se limitase este a
una orden para trasladar los prisioneros franceses de Cádiz a las islas
Baleares, aquietáronse por de pronto, [Marginal: Riesgo que corre su
persona.] más luego arreciando la conmoción fue llevado el marqués con
gran peligro de su persona a las casas consistoriales. Crecieron las
amenazas, y temerosos algunos vecinos respetables de que se repitiese
la sangrienta y deplorable escena de Solano, acudieron a libertar al
angustiado Villel acompañados del gobernador D. Félix Jones y de Fr.
Mariano de Sevilla, guardián de capuchinos, que ofreció custodiarle en
su convento. De entre los amotinados salieron voces de que los ingleses
aprobaban la sublevación, y teniéndolas por falsas rogó el gobernador
Jones al general Mackenzie que las desvaneciese, en cuyo deseo
condescendió el inglés. Con lo cual, y con fenecer el día se sosegó por
entonces el tumulto.
A la mañana siguiente publicó el gobernador un bando que calmase los
ánimos; más enfureciéndose de nuevo el populacho quiso forzar la
entrada del castillo de santa Catalina, y matar al general Caraffa
que con otros estaba allí preso. Púdose afortunadamente contener
con palabras a la muchedumbre, entre la que hallándose ciertos
contrabandistas, [Marginal: Matan a Heredia.] revolvieron sobre la
Puerta del mar, cogieron a Don José Heredia, comandante del resguardo,
contra quien tenían particular encono, y le cosieron a puñaladas.
[Marginal: Sosiégase el alboroto.] La atrocidad del hecho, el cansancio
y los ruegos de muchos calmaron al fin el tumulto, prendiendo los
voluntarios de Cádiz a unos cuantos de los más desasosegados.
[Marginal: Ejércitos.]
Afligían a los buenos patricios tan tristes y funestas ocurrencias, sin
que por eso se dejase de continuar con la misma constancia en el santo
propósito de la libertad de la patria. La central ponía gran diligencia
en reforzar y dar nueva vida a los ejércitos que habiéndose acogido al
mediodía de España le servían de valladar. En febrero del apellidado
del centro y de la gente que el marqués del Palacio y después el conde
de Cartaojal habían reunido en la Carolina, formose solo uno, según
insinuamos, a las órdenes del último general. En Extremadura prosiguió
Don Gregorio de la Cuesta juntando dispersos y restableciendo el orden
y la disciplina para hacer sin tardanza frente al enemigo. De cada uno
de estos dos ejércitos y de sus operaciones hablaremos sucesivamente.
[Marginal: El de la Mancha.]
El que mandaba Cartaojal, ahora llamado de la Mancha, constaba de
16.000 infantes y más de 3000 caballos. Los que de ellos se reunieron
en la Carolina tuvieron más tiempo de arreglarse; y la caballería
numerosa y bien equipada, si no tenía la práctica y ejercicios
necesarios, por lo menos sobresalía en sus apariencias. Debían darse
la mano las operaciones de este ejército con las del general Cuesta
en Extremadura, y ya antes de ser separado del mando del ejército del
centro el duque del Infantado, se había convenido en febrero entre él
y el de Cartaojal hacer un movimiento hacia Toledo, que distrajese
parte de las fuerzas enemigas que intentaban cargar a Cuesta. Con este
propósito púsose a las órdenes del duque de Alburquerque, encargado del
mando de la vanguardia del ejército del centro después de la batalla de
Uclés, una división formada con soldados de aquel y con otros del de la
Carolina; constando en todo de 9000 infantes, 2000 caballos y 10 piezas
de artillería.
[Marginal: Ataque de Mora.]
Era el de Alburquerque mozo valiente, dispuesto para este género de
operaciones. Encaminose por Ciudad Real y el país quebrado y de bosque
espeso llamado la Gualdería, y se acercó a Mora que ocupaba con 500
a 600 dragones franceses el general Dijon. Aunque por equivocación
de los guías y cierto desarreglo que casi siempre reinaba en nuestras
marchas, no había llegado aún toda la gente de Alburquerque,
particularmente la infantería, determinó este atacar a los enemigos el
18 de febrero: los cuales advertidos por el fuego de las guerrillas
españolas evacuaron la villa de Mora, y solo fueron alcanzados camino
de Toledo. Acometiéronlos con brío nuestros jinetes, señaladamente
los regimientos de España y Pavía, mandados por sus coroneles Gámez
y príncipe de Anglona, y acosándolos de cerca se cogieron unos 80
hombres, equipajes y el coche del general Dijon.
Avisados los franceses de las cercanías de tan impensado ataque,
comenzaron a reunir fuerzas considerables, de lo que temeroso
Alburquerque se replegó a Consuegra en donde permaneció hasta el 22. En
dicho día se descubrieron los franceses por la llanura que yace delante
de la villa, y desde las nueve de la mañana estuvo jugando de ambos
lados la artillería, hasta que a las tres de la misma tarde sabedor
Alburquerque de que 11.000 infantes y 3000 caballos venían sobre él,
creyó prudente replegarse por la Cañada del puerto de Gineta. No siguió
el enemigo, parándose en el bosque de Consuegra, y los españoles se
retiraron a Manzanares descansadamente. Infundió esta excursión, aunque
de poca importancia, seguridad en el soldado, y hubiera podido ser
comienzo de otras que le hiciesen olvidar las anteriores derrotas y
dispersiones.
[Marginal: Alburquerque y Cartaojal.]
Pero en vez de pensar los jefes en llevar a cabo tan noble resolución,
entregáronse a celos y rencillas. El de Alburquerque fundadamente
insistía en que se hiciesen correrías y expediciones para adiestrar
y foguear la tropa; mas, inquieto y revolvedor, sustentaba su opinión
de modo que, enojando a Cartaojal, mirábale este con celosa ojeriza.
En tanto los franceses habían vuelto a sus antiguas posiciones, y
fortaleciéndose en el ejército español y cundiendo el dictamen de
Alburquerque, aparentó el general en jefe adherir a él; determinando
que dicho duque fuese con 2000 jinetes la vuelta de Toledo, en donde
los enemigos tenían 4000 infantes y 1500 caballos. Dobladas fuerzas que
las que estos tenían había pedido aquel para la expedición, único medio
de no aventurar malamente tropas bisoñas como lo eran las nuestras.
Por lo mismo juzgó con razón el de Alburquerque que la condescendencia
del conde de Cartaojal no era sino imaginada traza para comprometer su
buena fama; con lo cual creciendo entre ambos la enemistad, acudieron
con sus quejas a la central, sacrificando así a deplorables pasiones la
causa pública.
[Marginal: Pasa Alburquerque al ejército de Cuesta.]
Se aprobó en Sevilla el plan del duque, pero debiendo aumentarse el
ejército de Cuesta con parte del de la Mancha, por haber engrosado el
suyo en Extremadura los franceses, aprovechose Cartaojal de aquella
ocurrencia para dar al de Alburquerque el encargo de capitanear las
divisiones de los generales Bassecourt y Echávarri, destinadas a
dicho objeto. Mas compuestas ambas de 3500 hombres y 200 caballos,
advirtieron todos que con color de poner al cuidado del duque una
comisión importante, no trataba Cartaojal sino de alejarle de su lado.
Censurose esta providencia no acomodada a las circunstancias: pues
si Alburquerque empleaba a veces reprensibles manejos y se mostraba
presuntuoso, desvanecíanse tales faltas con el espíritu guerrero y
deseo de buen renombre que le alentaban.
El conde de Cartaojal había sentado su cuartel general en Ciudad Real;
extendíase la caballería hasta Manzanares ocupando a Daimiel, Torralba
y Carrión, y la infantería se alojaba a la izquierda y a espaldas de
Valdepeñas. Don Francisco Abadía, cuartel-maestre, y los jefes de las
divisiones trabajaron a porfía en ejercitar la tropa, pero faltaba
práctica en la guerra y mayor conocimiento de las grandes maniobras.
[Marginal: Avanza Cartaojal y se retira.]
Comenzó Cartaojal a moverse por su frente y avanzó el 24 de marzo
hasta Yébenes. Allí Don Juan Bernuy que mandaba la vanguardia, atacó
a un cuerpo de lanceros polacos, el cual queriendo retirarse por el
camino de Orgaz, tropezó con el vizconde de Zolina, que le deshizo
y cogió unos cuantos prisioneros. Mas entonces informado Cartaojal
de que los franceses venían por otro lado a su encuentro con fuerzas
considerables, en vano trató de recogerse a Consuegra, ocupada ya la
villa por los enemigos. Sorprendido de que le hubiesen atajado así el
paso volvió precipitadamente por Malagón a Ciudad Real, en donde entró
en 26 a los tres días de su salida, y después de haber inútilmente
cansado sus tropas.
[Marginal: Acción de Ciudad Real.]
Habían los franceses juntado a las órdenes del general Sebastiani,
sucesor en el mando del 4.º cuerpo del mariscal Lefebvre, 12.000
hombres de infantería y caballería, de los cuales divididos en dos
trozos había tomado uno por el camino real de Andalucía, en tanto
que otro partiendo de Toledo seguía por la derecha para flanquear y
envolver a los españoles que confiadamente se adelantaban. No habiendo
alcanzado su objeto, acosaron a los nuestros y los acometieron el 27
por todas partes. Desconcertado Cartaojal, sin tomar disposición alguna
dejó en la mayor confusión sus columnas, que rechazadas aquel día y
el siguiente en Ciudad Real, el Viso, Visillo y Santa Cruz de Mudela,
fueron al cabo desordenadas, apoderándose el enemigo de varias piezas
de artillería y muchos prisioneros. Las reliquias de nuestro ejército
se abrigaron de la sierra y prontamente empezaron a juntarse en
Despeñaperros y puntos inmediatos. Situose el cuartel general en Santa
Elena y los franceses se detuvieron en Santa Cruz de Mudela, aguardando
noticias del mariscal Victor, que al propio tiempo maniobraba en
Extremadura.
[Marginal: Ejército de Extremadura.]
Encargado el general Cuesta en diciembre del ejército que se había poco
antes dispersado en aquella provincia, trató con particular conato de
infundir saludable terror en la soldadesca desmandada y bravía desde el
asesinato del general San Juan, y de reprimir al populacho de Badajoz,
desbocado con las desgracias que allí ocurrieron al acabar el año. Y
cierto que si a su condición dura hubiera entonces unido Cuesta mayor
conocimiento de la milicia, y no tanto apresuramiento en batallar, con
gran provecho de la patria y realce suyo hubiera llevado a término
importantes empresas. A su solo nombre temblaba el soldado, y sus
órdenes eran cumplidas pronta y religiosamente.
[Marginal: Avanza a Almaraz.]
Rehecho y aumentado el corto ejército de su mando constaba ya a
mediados de enero de 12.000 hombres repartidos en dos divisiones y
una vanguardia. El 25 del mismo yendo de Badajoz sentó sus reales en
Trujillo, y retirándose los franceses hacia Almaraz, fueron desalojados
de aquellos alrededores, enseñoreándose el 29 del puente la vanguardia
capitaneada por Don Juan de Henestrosa. Trasladose después el general
Cuesta a Jaraicejo y Deleitosa, y dispuso cortar dicho puente como en
vano lo había intentado antes el general Galluzo. Competía aquella obra
con las principales de los romanos, fabricada por Pedro Uría a expensas
de la ciudad de Plasencia en el reinado de Carlos V. Tenía 580 pies de
largo, más de 25 de ancho y 134 de alto hasta los pretiles. Constaba
de dos ojos y el del lado del norte, cuya abertura excedía de 150
pies, fue el que se cortó. No habiendo al principio surtido efecto los
hornillos, hubo que descarnarle a pico y barreno, e hízose con tan poca
precaución que al destrabar de los sillares, cayeron y se ahogaron 26
trabajadores con el oficial de ingenieros que los dirigía. Lástima fue
la destrucción de tamaña grandeza, y en nuestro concepto arruinábanse
con sobrada celeridad obras importantes y de pública utilidad, sin que
después resultasen para las operaciones militares ventajas conocidas.
[Marginal: Pasan los franceses el Tajo.]
El general Cuesta continuó en Deleitosa hasta el mes de marzo, no
habiendo ocurrido en el intermedio sino un amago que hizo el enemigo
hacia Guadalupe, de donde luego se retiró repasando el Tajo. Mas en
dicho mes acercándose el mariscal Victor a Extremadura, se situó en el
pueblo de Almaraz para avivar la construcción de un puente de balsas
que supliese el destruido, no pudiendo la artillería transitar por
los caminos que salían a Extremadura, desde los puentes que aún se
conservaban intactos. Preparado lo necesario para llevar a efecto la
obra, juzgó antes oportuno el enemigo desalojar a los españoles de
la ribera opuesta en que ocupaban un sitio ventajoso, para cuyo fin
pasaron 13.000 hombres y 800 caballos por el puente del Arzobispo,
así denominado de su fundador el célebre Don Pedro Tenorio, prelado de
Toledo. Puestos ya en la margen izquierda, se dividieron al amanecer del
18 en dos trozos, de los cuales uno marchó sobre las Mesas de Ibor, y
otro a cortar la comunicación entre este punto y Fresnedoso. [Marginal:
Retíranse los nuestros.] Estaba entonces el ejército de Don Gregorio
de la Cuesta colocado del modo siguiente: 5000 hombres formando la
vanguardia, que mandaba Henestrosa, enfrente de Almaraz; la primera
división de menos fuerza, y a las órdenes del duque del Parque recién
llegado al ejército, en las Mesas de Ibor; la segunda de 2 a 3000
hombres mandada por Don Francisco Trías, en Fresnedoso, y la tercera,
algo más fuerte, en Deleitosa con el cuartel general, por lo que se
ve que hubo desde enero aumento en su gente. El trozo de franceses
que tomó del lado de Mesas de Ibor acometió el mismo 18 al duque
del Parque, quien después de un reencuentro sostenido se replegó a
Deleitosa, adonde por la noche se le unió el general Trías. La víspera
se había desde allí trasladado Cuesta al puerto de Miravete, en cuyo
punto se reunió el ejército español, habiéndosele agregado Henestrosa
con la vanguardia al saber que los enemigos se acercaban al puente de
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