Historia del levantamiento, guerra y revolución de España (2 de 5) - 03

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de una división de Valencia.] corrió a meterse precipitadamente en la
ciudad invadida. Y tal era la impaciencia de sus soldados por arrojarse
al combate, que sin ser mandados y en unión con los zaragozanos
embistieron a las seis de la tarde desaforadamente al enemigo.
Hallábase este a punto de desamparar el recinto, y al verse acometido
apresuró la retirada volando los restos del monasterio de Santa
Engracia. En seguida se reconcentró en su campamento del monte Torrero,
y dispuesto a abandonar también aquel punto, [Marginal: Aléjanse
los franceses de Zaragoza el 14.] prendió por la noche fuego a sus
almacenes y edificios, clavó y echó en el canal la artillería gruesa,
destruyó muchos pertrechos de guerra, y al cabo se alejó al amanecer
del 14 de las cercanías de Zaragoza. La división de Valencia con otros
cuerpos siguieron su huella, situándose en los linderos de Navarra.
[Marginal: Fin del sitio.]
Terminose así el primer sitio de Zaragoza, que costó a los franceses
más de 3000 hombres y cerca de 2000 a los españoles. Célebre y sin
ejemplo, más bien que sitio pudiera considerársele como una continuada
lucha o defensa de posiciones diversas, en las que el entusiasmo y
personal denuedo llevaba ventaja al calculado valor y disciplina de
tropas aguerridas. Pues aquellos triunfos eran tanto más asombrosos
cuanto en un principio y los más señalados fueron conseguidos, no por
el brazo de hombres acostumbrados a la pelea y estrépitos marciales,
sino por pacíficos labriegos que ignorando el terrible arte de la
guerra, tan solamente habían encallecido sus manos con el áspero y
penoso manejo de la azada y la podadera.
[Marginal: Alegría de los aragoneses. Estado de la ciudad.]
Al cerciorarse de la retirada de los franceses prorrumpieron los
moradores de Zaragoza en voces de alegría con loores eternos al
Todopoderoso y gracias rendidas a la Virgen del Pilar, que su devoción
miraba como la principal protectora de sus hogares. No daba facultad
el gozo para reparar en qué estado quedaba la ciudad: triste era
verdaderamente. La parte ocupada por los sitiadores arruinada, los
tejados de la que había permanecido libre hundidos por las granadas y
bombas. En unos parajes humeando todavía el fuego mal apagado, en otros
desplomándose la techumbre de grandes edificios, y mostrándose en todos
el lamentable espectáculo de la desolación y la muerte.
Celebráronse el 25 magníficas exequias por los que habían fallecido
en defensa de su patria, de quienes nunca mejor pudiera repetirse con
Pericles, «que en brevísimo tiempo y con breve suerte habían sin temor
perecido en la cumbre de la gloria.»[*] [Marginal: (* Ap. n. 5-5.)]
Concedió Palafox a los defensores muchos privilegios, entre los que
con razón algunos se graduaron de desmedidos. Mas este y otros desvíos
desaparecieron y se ocultaron al resplandor de tantos e inmortales
combates.
[Marginal: Cataluña.]
No desdijeron de aquella defensa las esclarecidas acciones que por
entonces y con el mismo buen éxito que las primeras acaecieron en
Cataluña. El Ampurdán había imitado el ejemplo de los otros distritos
de su provincia, y estaba ya sublevado cuando los franceses
acometieron infructuosamente a Gerona la vez primera. El movimiento de
sus somatenes fue provechoso a la defensa de aquella plaza, [Marginal:
Bloqueo de Figueras por los somatenes.] molestando con correrías las
partidas sueltas del enemigo e interrumpiendo sus comunicaciones.
Llevaron más allá su audacia, y apoyados en algunos soldados de la
corta guarnición de Rosas, bloquearon estrechamente el castillo de
San Fernando de Figueras, defendido por solos 400 franceses con
escasas vituallas. Despechados estos de verse en apuro por la osadía
de meros paisanos, quisieron vengarse incomodando con sus bombas a la
villa y arruinándola sin otro objeto que el de hacer daño. [Marginal:
Socorre la plaza el general Reille.] Mas hubiéranse quizá arrepentido
de su bárbara conducta, si estando ya casi a punto de capitular no
los hubiera socorrido oportunamente el general Reille. Ayudante
este de Napoleón, había por orden suya llegado a Perpiñán y reunido
precipitadamente algunas fuerzas. Con ellas y un convoy tocó el 5 de
julio los muros de Figueras y ahuyentó a los somatenes.
Persuadido Reille que Rosas, aunque en parte desmantelada, atizaba el
fuego de la insurrección y suministraba municiones y armas, intentó el
11 del mismo julio tomarla por sorpresa, pero le salió vano su intento
habiendo sido completamente rechazado. A la vuelta tuvo que padecer
bastante, acosado por los somatenes, que en varios otros reencuentros,
señaladamente en el del Alfar, desbarataron a los franceses. [Marginal:
Don Juan Clarós.] Era su principal caudillo Don Juan Clarós, hombre de
valor y muy práctico en la tierra.
[Marginal: Vuelve Duhesme a Gerona.]
Duhesme, por su parte, luego que volvió a Barcelona después de
habérsele desgraciado su empresa de Gerona, no descansaba ni vivía
tranquilo hasta vengar el recibido agravio. Juntó con premura los
convenientes medios, y al frente de 6000 hombres, un tren considerable
de artillería con municiones de boca y guerra, escalas y demás
pertrechos conducentes a formalizar un sitio, salió de Barcelona el 10
de julio.
Confiado en el éxito de esta nueva expedición contra Gerona,
públicamente decía: _el 24 llego, el 25 la ataco, la tomo el 26 y el
27 la arraso_. Conciso como César en las palabras no se le asemejó en
las obras. Por de pronto fue inquietado en todo el camino. Detuvieron a
sus soldados entre Caldetas y San Pol las cortaduras que los somatenes
habían abierto, y cuyo embarazo los expuso largo tiempo a los fuegos de
una fragata inglesa y de varios buques españoles. Prosiguiendo adelante
se dividieron el 19 en dos trozos, tomando uno de ellos la vuelta de
las asperezas de Vallgorguina, y el otro la ruta de la costa. De este
lado tuvieron un reñido choque con la gente que mandaba Don Francisco
Miláns, y por el de la Montaña, vencidos varios obstáculos, con
pérdidas y mucha fatiga llegaron el 20 a Hostalrich, cuyo gobernador
Don Manuel O’Sullivan, de apellido extranjero pero de corazón español
y nacido en su suelo, contestó esforzadamente a la intimación que de
rendirse le hizo el general Goulas. Volviéronse a unir las dos columnas
francesas después de otros reencuentros, y juntas avanzaron a Gerona,
en donde el 24 se les agregó el general Reille con más de 2000 hombres
que traía de Figueras. Aunque a vista de la plaza, no la acometieron
formalmente hasta principios de agosto, y como el no haber conseguido
el enemigo su objeto dependió en mucha parte de haberse mejorado la
situación del principado con los auxilios que de fuera vinieron, y con
el mejor orden que en él se introdujo, será conveniente que acerca de
uno y otro echemos una rápida ojeada.
[Marginal: Junta de Lérida.]
Habíase congregado en Lérida a últimos de junio una junta general
en que se representaron los diversos corregimientos y clases del
principado. Fue su primera y principal mira aunar los esfuerzos, que
si bien gloriosos, habían hasta entonces sido parciales, combinando
las operaciones y arreglando la forma de los diversos cuerpos que
guerreaban. Acordó juntar con ellos y otros alistados el número de
40.000 hombres, y buscó y encontró en sus propios recursos el medio de
subvenir a su mantenimiento. Para lisonjear sin duda la opinión vulgar
de la provincia, adoptó en la organización de la fuerza armada la forma
antigua de los miqueletes. Motejose con razón esta disposición como
también el que dándoles mayor paga disgustase a los regimientos de
línea. Los miqueletes, según Melo, se llamaron antes almogávares, cuyo
nombre significa gente del campo, que profesaba conocer por señales
ciertas el rastro de personas y animales. Mudaron su nombre en el de
_miquelets_ en memoria, dice el mismo autor, de Miquelot de Prats,
compañero del famoso César Borja. Pudo en aquel siglo y aun después
convenir semejante ordenación de paisanos, aunque muchos lo han puesto
en duda; mas de ningún modo era acomodada al nuestro faltándole la
conveniente disciplina y subordinación.
[Marginal: Tropas de Menorca mandadas por el marqués del Palacio.]
Acudieron también a Cataluña, por el propio tiempo, parte de las tropas
de las islas Baleares. Al principio se habían negado sus habitantes a
desprenderse de aquella fuerza, temerosos de un desembarco. Pero en
julio, más tranquilos, convinieron en que la guarnición de Mahón con
el marqués del Palacio, que mandaba en Menorca desde el principio de
la insurrección, se hiciese a la vela para Cataluña. Dicho general, si
bien había suscitado alteraciones de que hubieran podido resultar males
y abierta división entre las dos islas de Mallorca y Menorca, habíase
sin embargo mantenido firmemente adicto a la causa de la patria, y
contestado con dignidad y energía a las insidiosas propuestas que le
hicieron los franceses de Barcelona y sus parciales.
El 20 de julio salió pues de Menorca la expedición, compuesta de
4630 hombres, con muchos víveres y pertrechos, y el 23 desembarcó en
Tarragona. Dio su llegada grande impulso a la defensa de Cataluña,
y trasladándose sin tardanza de Lérida a aquel puerto la junta del
principado, nombró por su presidente al marqués del Palacio, y se
instaló solemnemente el 6 de agosto.
Se empezó desde entonces en aquella parte de España a hacer la guerra
de un modo mejor y más concertado. Al principio, sin otra guía ni apoyo
que el valor de sus habitantes, redújose por lo general a ser defensiva
y a incomodar separadamente al enemigo. Con este fin determinó el nuevo
jefe tomar la ofensiva, reforzando la línea de somatenes que cubría la
orilla del Llobregat. Escogió para mandar la tropa que enviaba a aquel
punto al brigadier conde de Caldagués, quien se juntó con el coronel
Baguet, jefe de los somatenes. La presencia de esta gente incomodaba
a Lecchi, comandante de Barcelona en ausencia de Duhesme, mayormente
cuando por mar le bloqueaban dos fragatas inglesas, de una de las
cuales era capitán el después tan conocido y famoso Lord Cochrane.
Temíase el francés cualquier tentativa, y creció su cuidado luego que
supo haber los somatenes recobrado el 31 a Mongat con la ayuda de dicho
Cochrane, y capitaneados por Don Francisco Barceló.
[Marginal: El conde de Caldagués va en socorro de Gerona.]
No queriendo desperdiciar la ocasión, y valiéndose de la inquietud y
sobresalto del enemigo, pensó el marqués del Palacio en socorrer a
Gerona. Al efecto y creyendo que por sí y los somatenes podría distraer
bastantemente la atención de Lecchi, dispuso que el conde de Caldagués
saliese de Martorell el 6 de agosto con tres compañías de Soria y
una de granaderos de Borbón, alrededor de cuyo núcleo esperaba que
se agruparían los somatenes del tránsito. Así sucedió, agregándose
sucesivamente Miláns, Clarós y otros al conde de Caldagués, que se
encaminó por Tarrasa, Sabadell y Granollers a Hostalrich. El 15 se
aproximaron todos a Gerona, y en Castellá, celebrándose un consejo de
guerra y de concierto con los de la plaza, se resolvió atacar a los
franceses al día siguiente. Contaban los españoles 10.000 hombres, por
la mayor parte somatenes.
Veamos ahora lo que allí había ocurrido desde que el enemigo la había
embestido en los últimos días de julio. El número de los sitiadores,
si no se ha olvidado, ascendía a cerca de 9000 hombres; el de los
nuestros, dentro del recinto, a 2000 veteranos, y además el vecindario,
muy bien dispuesto y entusiasmado. Los franceses, fuese desacuerdo
entre ellos, fuesen órdenes de Francia, o más bien el trastorno que
les causaban las nuevas que recibían de todas las provincias de
España, continuaron lentamente sus trabajos sin intentar antes del
12 de agosto ataque formal. [Marginal: Atacan los franceses a Gerona
el 13 de agosto.] Aquel día intimaron la rendición, y desechadas que
fueron sus proposiciones rompieron el fuego a las doce de la noche del
13. Aviváronle el 14 y 15, acometiendo con particularidad del lado de
Monjuich, nombre que se da, como en Barcelona, a su principal fuerte.
Adelantaban en la brecha los enemigos, y muy luego hubiera estado
practicable, si los sitiados, trabajando con ahinco y guiados por los
oficiales de Ultonia, no se hubiesen empleado en su reparo.
Apurados, sin embargo, andaban a la sazón que el conde de Caldagués,
colocado con su división en las cercanías, [Marginal: Son derrotados
el 16.] trató, estando todos de acuerdo, de atacar en la mañana del 16
las baterías que los sitiadores habían levantado contra Monjuich. Mas
era tal el ardimiento de los soldados de la plaza, que sin aguardar
la llegada de los de Caldagués, y mandados por Don Narciso de la
Valeta, Don Enrique O’Donnell y Don Tadeo Aldea, se arrojaron sobre las
baterías enemigas, penetraron hasta por sus troneras, incendiaron una,
se apoderaron de otra y quemaron sus montajes. Hízose luego general la
refriega: duró hasta la noche quedando vencedores los españoles, no
obstante la superioridad del enemigo en disciplina y orden. [Marginal:
Levantan el sitio.] Escarmentados los franceses abandonaron el sitio,
y volviéndose Reille al siguiente día a Figueras, enderezó Duhesme sus
pasos camino de Barcelona. Pero este no atreviéndose a repasar por
Hostalrich ni tampoco por la marina, ruta en varios puntos cortada y
defendida con buques ingleses, se metió por en medio de los montes
perdiendo carros y cañones, cuyo transporte impedían lo agrio de la
tierra y la celeridad de la marcha. Llegó Duhesme dos días después a
la capital de Cataluña con sus tropas hambrientas y fatigadas y en
lastimoso estado. Terminose así su segunda expedición contra Gerona, no
más dichosa ni lucida que la primera.
[Marginal: Portugal.]
Llevada en España a feliz término esta que podemos llamar su primer
campaña, será bien volver nuestra vista a la que al propio tiempo
acabaron los ingleses gloriosamente en Portugal.
[Marginal: Estado de aquel reino y de su insurrección.]
Había aquel reino proseguido en su insurrección, y padecido
bastantemente algunos de sus pueblos con la entrada de los franceses.
Cupo suerte aciaga a Leiría y Nazareth, habiendo sido igualmente
desdichada la de la ciudad de Évora. Era en Portugal difícil el
arreglo y unión de todas sus provincias por hallarse interrumpidas
las comunicaciones entre las del norte y mediodía, y arduo por tanto
establecer un concierto entre ellas para lidiar ventajosamente
contra los franceses. La junta de Oporto, animada de buen celo,
mas desprovista de medios y autoridad, procedía lentamente en la
organización militar, y de Galicia con escasez y tarde le llegaron
cerca de 2000 hombres de auxilio. La junta de Extremadura envió por su
lado una corta división a las órdenes de Don Federico Moreti, con cuya
presencia se fomentó el alzamiento del Alentejo en tal manera grave
a los ojos de Junot, que dio orden a Loison para pasar prontamente a
aquella provincia, desamparando la Beira, en donde este general estaba,
después de haber inútilmente pisado los lindes de Salamanca y las
orillas de Duero. Supieron portugueses y españoles que se acercaban
los enemigos, y al mando aquellos del general Francisco de Paula
Leite, [Marginal: Évora.] y los nuestros al del brigadier Moreti, los
aguardaron fuera de las puertas de Évora, dentro de cuyos muros se
había instalado la junta suprema de la provincia. Era el 29 de julio, y
las tropas aliadas no ofreciendo sino un conjunto informe de soldados
y paisanos mal armados y peor disciplinados, se dispersaron en breve,
recogiéndose parte de ellos a la ciudad. Los enemigos avanzaron, mas
tuvieron dentro que vencer la pertinaz resistencia de los vecinos y
de muchos de los españoles refugiados allí después de la acción, y
que, guiados por Moreti y sobre todo por Don Antonio María Gallego,
disputaron a palmos algunas de las calles. El último quedó prisionero.
La ciudad fue entregada por el enemigo a saco, desahogando este
horrorosamente su rabia en casas y vecinos. Moreti con el resto de su
tropa se acogió a la frontera de Extremadura. En ella y en la plaza
de Olivenza reunía los dispersos el general Leite. También al mismo
tiempo se ocupaba en el Algarbe el conde de Castromarín en allegar y
disciplinar reclutas; mas tan loables esfuerzos así de esta parte como
otros parecidos en la del norte de Portugal, no hubieran probablemente
conseguido el anhelado objeto de libertar el suelo lusitano de enemigos
sin la pronta y poderosa cooperación de la Gran Bretaña.
[Marginal: Expedición inglesa enviada a Portugal.]
Desde el principio de la insurrección española había pensado aquel
gobierno en apoyarla con tropas suyas. Así se lo ofreció a los
diputados de Galicia y Asturias en caso que tal fuese el deseo de las
juntas; mas estas prefirieron a todo los socorros de municiones y
dinero, teniendo por infructuoso, y aun quizá perjudicial, el envío de
gente. Era entonces aquella opinión la más acreditada, y fundábase en
cierto orgullo nacional loable, mas hijo en parte de la inexperiencia.
Daba fuerza y séquito a dicha opinión el desconcepto en que estaban
en el continente las tropas inglesas, por haberse hasta entonces
malogrado desde el principio de la revolución francesa casi todas
sus expediciones de tierra. Sin embargo al paso que amistosamente no
se admitió la propuesta, se manifestó que si el gobierno de S. M. B.
juzgaba oportuno desembarcar en la península alguna división de su
ejército, sería conveniente dirigirla a las costas de Portugal, en
donde su auxilio serviría de mucho a los españoles poniéndoles a salvo
de cualquier empresa de Junot.
Abrazó la idea el ministerio inglés, y una expedición preparada antes
de levantarse España, y según se presume contra Buenos Aires, mudó
de rumbo, y recibió la orden de partir para las costas portuguesas.
Púsose a su frente al teniente general Sir Arthur Wellesley, conocido
después con el nombre de duque de Wellington, y de quien daremos breve
noticia, siendo muy principal el papel que representó en la guerra de
la península.
[Marginal: Sir Arthur Wellesley.]
Cuarto hijo Sir Arthur del vizconde Wellesley, conde de Mornington,
había nacido en Irlanda en 1769, el mismo año que Napoleón. De Eton
pasó a Francia, y entró en la escuela militar de Angers para instruirse
en la profesión de las armas. Comenzó su carrera en la desastrada
campaña que en 1793 acaudilló en Holanda el duque de York, donde se
distinguió por su valor. Detenido a causa de temporales, no se hizo
a la vela para América en 95, según lo intentaba, y solo en 97 se
embarcó con dirección a opuestas regiones, yendo a la India oriental
en compañía de su hermano mayor el marqués de Wellesley, nombrado
gobernador. Se aventajó por su arrojo y pericia militar en la guerra
contra Tipoo-Saib y los Máratas, ganándoles con fuerzas inferiores la
batalla decisiva de Assaye. En 1805 de vuelta a Inglaterra tomó asiento
en la cámara de los comunes, y se unió al partido de Pitt. Nombrado
secretario de Irlanda, capitaneó después la tropa de tierra que se
empleó en la expedición de Copenhague. Hombre activo y resuelto al
paso que prudente, gozando ya de justo y buen concepto como militar,
sobremanera aumentó su fama en las venturosas campañas de la península
española.
[Marginal: Sale la expedición de Cork.]
Contaba ahora la expedición de su mando 10.000 hombres, los que bien
provistos y equipados dieron la vela de Cork el 12 de julio. Al
emparejar con la costa de España paráronse delante de la Coruña, en
donde desembarcó el 20 su general Wellesley. Andaba a la sazón aquella
junta muy atribulada con la rota de Rioseco, y nunca podrían haber
llegado más oportunamente los ofrecimientos ingleses en caso de querer
admitirlos. Reiterolos su jefe, pero la junta insistió en su dictamen,
y limitándose a pedir socorros de municiones y dinero, indicó como más
conveniente el desembarco en Portugal. Prosiguieron pues su rumbo,
y poniéndose de acuerdo el general de la expedición con Sir Carlos
Cotton, [Marginal: Desembarca en Mondego.] que mandaba el crucero
frente de Lisboa, determinó echar su gente en tierra en la bahía de
Mondego, fondeadero el más acomodado.
No tardó Wellesley en recibir aviso de que otras fuerzas se le
juntarían, entre ellas las del general Spencer, antes en Jerez y Puerto
de Santa María, y también 10.000 hombres procedentes de Suecia al mando
de Sir Juan Moore. Reunidas que fuesen todas estas tropas con otros
cuerpos sueltos, debían ascender en su totalidad a 30.000 hombres
inclusos 2000 de caballería; pero con noticia tan placentera recibió
otra el general Wellesley por cierto desagradable. Era pues que tomaría
el mando en jefe del ejército Sir H. Dalrymple, haciendo de segundo
bajo sus órdenes Sir H. Burrard. Recayó el nombramiento en el primero
porque habiendo seguido buena correspondencia con Castaños y los
españoles, se creyó que así se estrecharían los vínculos entre ambas
naciones con la cumplida armonía de sus respectivos caudillos.
No obstante la mudanza que se anunciaba, prevínose al general Wellesley
que no por eso dejase de continuar sus operaciones con la más viva
diligencia. Autorizado este con semejante permiso, y quizá estimulado
con la espuela del sucesor, trató sin dilación de abrir la campaña.
Desembarcadas ya todas sus tropas en 5 de agosto, y arribando con
las suyas el mismo día el general Spencer, pusiéronse el 9 en marcha
hacia Lisboa. El 12 se encontraron en Leiría con el general portugués
Bernardino Freire que mandaba 6000 infantes y 600 caballos de su
nación. No se avinieron ambos jefes. Desaprobaba el portugués la ruta
que quería tomar el británico, temeroso de que descubierta Coimbra
fuese acometida por el general Loison, quien de vuelta ya del Alentejo
había entrado en Tomar. Por tanto permaneció por aquella parte,
cediendo solamente a los ingleses 1400 hombres de infantería y 250 de
caballería que se les incorporaron. Wellesley prosiguió adelante, y el
15 avanzó hasta Caldas.
[Marginal: Estado de Junot y sus disposiciones.]
El desembarco de sus tropas había excitado en Lisboa y en todos los
pueblos extremado júbilo y alegría, enflaqueciendo el ánimo de Junot y
los suyos. Preveían su suerte, principalmente estando ya noticiosos de
la capitulación de Dupont y retirada de José al Ebro. Derramadas sus
fuerzas no ofrecían en ningún punto suficiente número para oponerse
a 15.000 ingleses que avanzaban. Tomó sin embargo Junot providencias
activas para reconcentrar su gente en cuanto le era dable. Ordenó a
Loison dirigirse a la Beira y flanquear el costado izquierdo de sus
contrarios, y a Kellermann que ahuyentando las cuadrillas de paisanos
de Alcácer do Sal y su comarca evacuase a Setúbal y se le uniese.
Negose a prestarle ayuda Siniavin, almirante de la escuadra rusa,
fondeada en el Tajo, no queriendo combatir a no ser que acometiesen el
puerto los buques ingleses.
Tampoco descuidó Junot celar que se mantuviese tranquila la populosa
Lisboa, y para ello en nada acertó tanto como en dejar su gobierno al
cuidado del general Travot, de todos querido y apreciado por su buen
porte. Custodiáronse con particular esmero los españoles que yacían en
pontones, y se atendió a conservar libres las orillas del Tajo. Los
franceses allí avecindados se mostraron muy aficionados a los suyos, y
deseosos de su triunfo formaron un cuerpo de voluntarios. El conde de
Bourmont y otros emigrados, a quienes durante la revolución se habían
prodigado en Lisboa favores y consuelo, se unieron a sus compatriotas
solicitando con instancia el mencionado conde que se le emplease en el
estado mayor.
Tomadas estas disposiciones, pareciole a Junot ser ocasión de ponerse
a la cabeza de su ejército, e ir al encuentro de los ingleses. Pero
antes habían estos venido a las manos cerca de Roliça con el general
Delaborde, quien saliendo de Lisboa el 6 de agosto y juntándose en
Óbidos con el general Thomières y otros destacamentos, había avanzado a
aquel punto al frente de 5000 hombres.
[Marginal: Acción de Roliça.]
Eran sus instrucciones no empeñar acción hasta que se le agregasen
las tropas en varios puntos esparcidas, y limitarse a contener a los
ingleses. No le fue lícito cumplir aquellas, viéndose obligado a pelear
con el ejército adversario. Había este salido de su campo de Caldas en
la madrugada del 17, y encaminádose hacia Óbidos. Se extiende desde
allí hasta Roliça un llano arenoso cubierto de matorrales y arbustos
terminado por agrias colinas, las que prolongándose del lado de
Columbeira casi cierran por su estrechura y tortuosidad el camino que
da salida al país situado a su espalda. Delaborde tomó posición en un
corto espacio que hay delante de Roliça, pueblo asentado en la meseta
de una de aquellas colinas, y de cuyo punto dominaba el terreno que
habían de atravesar los ingleses. Acercábanse estos divididos en tres
trozos: mandaba el de la izquierda el general Ferguson, encargado de
rodear por aquel lado la posición de Delaborde y de observar si Loison
intentaba incorporársele. El capitán Trant con los portugueses debía
por la derecha molestar el costado izquierdo de los franceses, quedando
en el centro el trozo más principal, compuesto de cuatro brigadas y a
las órdenes inmediatas de Sir Arthur, de cuyo número se destacó por la
izquierda la del general Fane para darse la mano con la de Ferguson,
del mismo modo que por la derecha y para sostener a los portugueses se
separó la del general Hill.
Delaborde no creyéndose seguro en donde estaba, con prontitud y
destreza se recogió amparado de su caballería detrás de Columbeira,
en paraje de difícil acceso, y al que solo daban paso unas barrancas
de pendiente áspera y con mucha maleza. Entonces los ingleses variaron
la ordenación del ataque; y uniéndose los generales Fane y Ferguson
para rodear el flanco derecho del enemigo, acometieron su frente de
posición muy fuerte los generales Hill y Nightingale. Defendiéronse
los franceses con gran bizarría, y cuatro horas duró la refriega.
Delaborde herido y perdida la esperanza de que se le juntara Loison,
pensó entonces en retirarse, temeroso de ser del todo deshecho por
las fuerzas superiores de sus contrarios. Primeramente retrocedió a
Azambujeira, disputando el terreno con empeño. Hizo después una corta
parada, y al fin tomó el angosto camino de Runha, andando toda la noche
para colocarse ventajosamente en Montechique. Perdieron los ingleses
500 hombres, 600 los franceses. Gloriosa fue aquella acción para ambos
ejércitos; pues peleando briosamente, si favoreció a los últimos su
posición, eran los primeros en número muy superiores. Con la victoria
recobraron confianza los soldados ingleses, menguada por anteriores y
funestas expediciones; y de allí tomó principio la fama del general
Wellesley, acrecentada después con triunfos más importantes.
No había Loison acudido a unirse con Delaborde receloso de comprometer
la suerte de su división. Sabía que los ingleses habían llegado a
Leiría, le observaban de cerca los portugueses y unos 1500 españoles
que de Galicia había traído el marqués de Valladares; el país se
mostraba hostil, y así no solo juzgó imprudente empeñarse en
semejante movimiento, sino que también abandonando a Tomar, siguió
por Torres Novas a Santarén y el 17 se incorporó en Cercal con Junot.
Los portugueses luego que le vieron lejos, entraron en Abrantes y se
apoderaron de casi todo un destacamento que allí había dejado.
Junot por su parte, según acabamos de indicar, se había ya adelantado.
El 15 de agosto después de celebrar con gran pompa la fiesta de
Napoleón, por la noche y muy a las calladas había salido de Lisboa.
Falsas nuevas y el estado de su gente le retardaron en la marcha, y
no le fue dado antes del 20 reunir sus diversas y separadas fuerzas.
Aquel día aparecieron juntas en Torres Vedras, y se componían de 12.000
infantes y 1500 caballos. Quedaban además las competentes guarniciones
en Elvas, Almeida, Peniche, Palmela, Santarén y en los fuertes de
Lisboa. Mandaba la 1.ª división francesa el general Delaborde, la 2.ª
Loison, y Kellermann la reserva. La caballería y artillería se pusieron
al cuidado de los generales Margaron y Taviel, y en la última arma
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