Historia del levantamiento, guerra y revolución de España (2 de 5) - 16

Total number of words is 4449
Total number of unique words is 1622
30.9 of words are in the 2000 most common words
45.1 of words are in the 5000 most common words
51.2 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
querer intentarlo el barón de Versages. A las dos de la tarde abierta
brecha, penetraron los franceses en el convento de mercenarios llamado
de San Lázaro. Fundación del rey don Jaime el Conquistador y edificio
grandioso, fue defendido con el mayor valor; y en su escalera, de
construcción magnífica, anduvo la lucha muy reñida: perecieron casi
todos los que le guarnecían. Ocupado el convento por los franceses,
quedó a los demás soldados del Arrabal cortada la retirada. Imposible
fue, excepto a unos cuantos, repasar el puente, siendo tan tremendo
el fuego del enemigo que no parecía sino que a manera de las del
Janto, se habían incendiado las aguas del Ebro. En tamaño aprieto
echaron los más de los nuestros por la orilla del río, capitaneándolos
el comandante de Guardias españolas Manso; pero perseguidos por la
caballería francesa, enfermos, fatigados y sin municiones, tuvieron que
rendirse. Con el Arrabal perdieron los españoles entre muertos, heridos
y prisioneros 2000 hombres.
[Marginal: Furioso ataque que los franceses preparan.]
Dueños así los franceses de la orilla izquierda del Ebro, colocaron
en batería 50 piezas, con cuyo fuego empezaron a arruinar las casas
situadas al otro lado en el pretil del río. Ganaban también terreno
dentro de la ciudad, extendiéndose por la derecha del Coso; y ocupado
el convento de Trinitarios calzados se adelantaron a la calle del
Sepulcro, procurando de este modo concertar diversos ataques. En tal
estado, meditando dar un golpe decisivo, habían formado seis galerías
de mina que atravesaban el Coso, y cargando cada uno de los hornillos
con 3000 libras de pólvora, confiaban en que su explosión causando
terrible espanto en los zaragozanos los obligaría a rendirse.
[Marginal: Deplorable estado de la ciudad.]
No necesitaron los franceses acudir a medio tan violento. Menos eran de
4000 los hombres que en la ciudad podían sustentar las armas, 14.000
estaban postrados en cama, muchos convalecientes y los demás habían
perecido al rigor de la epidemia y de la guerra. Desvanecíanse las
esperanzas de socorro; [Marginal: Enfermedad de Palafox.] y el mismo
general Don José de Palafox, acometido de la enfermedad reinante, tuvo
que transmitir sus facultades a una junta que se instaló en la noche
del 18 al 19 de febrero. Componíase esta de 34 individuos, siendo
su presidente Don Pedro María Ric, regente de la audiencia. Rodeada
de dificultades convocó la nueva autoridad a los principales jefes
militares, quienes trazando un tristísimo cuadro de los medios que
quedaban de defensa, inclinaron los ánimos a capitular. Discutiose no
obstante largamente la materia; mas pasando a votación, hubo de los
vocales 26 que estuvieron por la rendición, y solo ocho, entre ellos
Ric, se mantuvieron firmes en la negativa. En virtud de la decisión
de la mayoría, enviose al cuartel general enemigo un parlamento, a
nombre de Palafox, aceptando con alguna variación las ofertas que el
mariscal Lannes había hecho días antes: pero este por tardía desechó
con indignación la propuesta.
[Marginal: Propone la junta capitular.]
La junta entonces pidió por sí misma suspensión de hostilidades. Aceptó
el mariscal francés con expresa condición de que dentro de dos horas
se le presentasen sus comisionados a tratar de la capitulación. En el
pueblo y entre los militares había un partido numeroso que reciamente
se oponía a ella, por lo cual hubo de usarse de precauciones.
[Marginal: Conferencia con Lannes.]
Fue nombrado para ir al cuartel general francés Don Pedro María Ric con
otros vocales. Recibiolos aquel mariscal con desdén y aun desprecio,
censurando agriamente y con irritación la conducta de la ciudad, por
no haber escuchado primero sus proposiciones. Amansado algún tanto con
prudentes palabras de los comisionados, añadió Lannes, «respetaranse
las mujeres y los niños, con lo que queda el asunto concluido.» «Ni
aun empezado, replicó prontamente mas con serenidad y firmeza Don
Pedro Ric, eso sería entregarnos sin condición a merced del enemigo, y
en tal caso continuará Zaragoza defendiéndose, pues aún tiene armas,
municiones, y sobre todo puños.»
[Marginal: Capitulación.]
No queriendo sin duda el mariscal Lannes compeler a despecho ánimos
tan altivos, reportose aun más, y comenzó a dictar la capitulación.
En vano se esforzó Don Pedro Ric por alterar alguna de sus cláusulas
o introducir otras nuevas. Fueron desatendidas las más de sus
reclamaciones. Sin embargo instando para que por un artículo expreso se
permitiese a Don José de Palafox ir a donde tuviese por conveniente,
[Marginal: Palabra que da Lannes.] replicó Lannes que nunca un
individuo podía ser objeto de una capitulación; pero añadió que
empeñaba su palabra de honor de dejar a aquel general entera libertad,
así como a todo el que quisiese salir de Zaragoza. Estos pormenores,
que es necesario no echar en olvido, han sido publicados en una
relación impresa por el mismo Don Pedro María Ric, de cuya boca también
nosotros se los hemos oído repetidas veces, mereciendo su dicho entera
fe, como de magistrado veraz y respetable.
[Marginal: Firma la junta la capitulación.]
La junta admitió y firmó el 20 la capitulación, airándose Lannes de que
pidiese nuevas aclaraciones; mas de nada sirvió ni aun lo estipulado.
[Marginal: Quebrántase por los franceses horrorosamente.] En aquella
misma noche la soldadesca francesa saqueó y robó; y si bien pudieran
atribuirse tales excesos a la dificultad de contener al soldado después
de tan penoso sitio, no admite igual excusa el quebrantamiento de
otros artículos, ni la falta de cumplimiento de la palabra empeñada
de dejar ir libre a Don José de Palafox. [Marginal: Maltrato dado
a Palafox.] Moribundo sacáronle de Zaragoza, a donde tuvieron que
volverle por el estado de postración en que se hallaba. Apenas
restablecido lleváronle a Francia, y encerrado en Vincennes padeció
hasta en 1814 durísimo cautiverio.
[Marginal: Muerte de prisioneros, de Boggiero y Sas.]
Fueron aun más allá los enemigos en sus demasías y crueldades.
Despojaron a muchos prisioneros, mataron a otros y maltrataron a casi
todos. Tres días después de la capitulación, a la una de la noche,
llamaron de un cuarto inmediato al de Palafox, donde siempre dormía,
a su antiguo maestro el padre Don Basilio Boggiero, y al salir se
encontró con el alcalde mayor Solanilla, un capitán francés y un
destacamento de granaderos que le sacaron fuera sin decirle a dónde le
llevaban. Tomaron al paso al capellán Don Santiago Sas, que se había
distinguido en el segundo sitio tanto como en el anterior, despidieron
a Solanilla, y solos los franceses marcharon con los dos presos
al puente de Piedra. Allí matáronlos a bayonetazos, arrojando sus
cadáveres al río. Hirieron primero a Sas, y no se oyó de su boca como
tampoco de la de Boggiero otra voz que la de animarse recíprocamente a
muerte tan bárbara e impensada. Contolo así después y repetidas veces
el capitán francés encargado de su ejecución, añadiendo que el mariscal
Lannes le había ordenado los matase sin hacer ruido. ¡Atrocidad
inaudita! A tal punto el vencedor atropelló en Zaragoza las leyes de la
guerra y los derechos sagrados de la humanidad.
La capitulación se publicó en la Gaceta de Madrid de 28 de febrero,[*]
[Marginal: (* Ap. n. 7-5.)] nunca en los papeles franceses, sin duda
para que se creyese que se había entregado Zaragoza a merced del
conquistador, y disculpar así los excesos: como si con capitulación o
sin ella pudieran permitirse muchos de los que se cometieron.
[Marginal: Entrada de Lannes en Zaragoza.]
Fue nombrado el general Laval gobernador de Zaragoza. Hizo el 5 de
marzo su entrada solemne Lannes, recibiéndole en la iglesia de nuestra
Señora del Pilar [Marginal: P. Santander.] el padre Santander, obispo
auxiliar, que ausente en los dos sitios volvió a Zaragoza a celebrar
el triunfo de los enemigos de su patria. [Marginal: (* Véase Ap. n.
7-6.) Junot sucede otra vez a Lannes.] Del joyero de aquel templo se
sacaron las más preciosas alhajas, pasando a manos de los principales
jefes franceses bajo el nombre de regalos que hacía la junta.[*] El
mariscal Lannes permaneció en Zaragoza hasta el 14 de marzo que partió
a Francia sucediéndole por entonces en el mando el general Junot, duque
de Abrantes.
Duró el sitio de Zaragoza 62 días; y sin la epidemia, principal
ayudadora de los franceses, muchos esfuerzos y tiempo hubieran todavía
empleado estos en la conquista. Al capitular solo era suya una cuarta
parte de la ciudad, el Arrabal y 13 iglesias o conventos, [Marginal:
Pérdidas de unos y de otros. (* Ap. n. 7-7.)] y sin embargo su posesión
les había costado tanto trabajo y la pérdida de más de 8000 hombres.
Murieron de los españoles en ambos sitios 53.873 personas;[*] el mayor
número en el último y de la epidemia. [Marginal: Ruinas de edificios
y bibliotecas.] Fueron destruidos con las bombas los más de los
edificios. La biblioteca de la universidad, formada con la antigua
de los jesuitas y enriquecida con varias dádivas, entre ellas una
del ilustre aragonés Don Ramón de Pignatelli, se voló con una mina.
Pereció también al final del sitio la del convenio de dominicos de San
Ildefonso, fundada por el marqués de la Compuesta secretario de gracia
y justicia de Felipe V, en la que había, sin los impresos, más de 2000
curiosos manuscritos. Tan destructora y enemiga de las letras es la
guerra, aun hecha por naciones cultas.
[Marginal: Juicio sobre este sitio.]
Muchos han dudado de si fue o no conveniente defender a Zaragoza;
desaprobando otros con más razón el que se hubiesen encerrado tantas
tropas en su recinto. Debiérase ciertamente haber acudido al remedio
de semejante embarazo, sacando de allí las que se recogieron después
de la rota de Tudela o cualesquiera otras: con tal que se hubiera
limitado su número a los 14 o 15.000 hombres que antes había, y los
cuales unidos al entusiasmado vecindario bastaban para escarmentar de
nuevo al enemigo y detenerle largo tiempo delante de sus muros. Mas por
lo que toca a la determinación de defender la ciudad, nos parece que
fue acertada y provechosa. Los laureles adquiridos en el primer sitio
habían dado al nombre de Zaragoza tan mágico influjo, que su pronta y
fácil entrega hubiera causado desmayo en toda la nación. De otra parte
su resistencia no solo impidió la ocupación de algunas provincias,
deteniendo el ímpetu de huestes formidables, sino que también aquellos
mismos hombres que tan bravos e impávidos se mostraban guarecidos de
las tapias y las casas, no hubieran, inexpertos y en campo raso, podido
sostenerse contra la práctica y disciplina de los franceses, mayormente
cuando la impaciencia pública forzaba a aventurar imprudentes batallas.
Por varios y encontrados que en este punto hayan sido los dictámenes,
nunca discordaron ni discordarán en calificar de gloriosísima y
extraordinaria la defensa de Zaragoza. El general francés Rogniat,
testigo de vista, nos dice con loable imparcialidad:[*] [Marginal: (*
Ap. n. 7-8.)] «La alteza de ánimo que mostraron aquellos moradores, fue
uno de los más admirables espectáculos que ofrecen los anales de las
naciones después de los sitios de Sagunto y Numancia.» Fuelo en efecto
tanto, que en 1814 citose ya su ejemplo a los pueblos de Francia, como
digno de imitarse, por aquel mismo Napoleón que antes hubiera querido
borrarle de la memoria de los hombres.


RESUMEN
DEL
LIBRO OCTAVO.

_José en Madrid. — Felicitaciones. — Sus providencias. — Comisarios
regios. — Tropa española. — Junta criminal. — Comisarios de hacienda.
— Opinión acerca de José. — Junta central en Sevilla. — Declaración
unánime en favor de la causa peninsular de las provincias de América
y Asia. — Auxilios que envían. — Decreto de la central sobre América
de 22 de enero. — Nuevo reglamento para las juntas provinciales
de España. — Tratado con Inglaterra de 9 de enero. — Subsidios de
Inglaterra. — Tribunal de seguridad pública. — Centrales enviados a
las provincias. — Marqués de Villel en Cádiz. — Los ingleses quieren
ocupar la plaza. — Altercados que hubo en ello. — Alboroto en Cádiz.
— Conducta extraña de Villel. — Riesgo que corre su persona. — Matan
a Heredia. — Sosiégase el alboroto. — Ejércitos. — El de la Mancha.
— Ataque de Mora. — Alburquerque y Cartaojal. — Pasa Alburquerque
al ejército de Cuesta. — Avanza Cartaojal y se retira. — Acción de
Ciudad Real. — Ejército de Extremadura. — Avanza a Almaraz. — Córtase
el puente. — Pasan los franceses el Tajo. — Retíranse los nuestros.
— Ventajas conseguidas por los españoles. — Únese Alburquerque a
Cuesta. — Batalla de Medellín. — Sus resultas. — Determinación de la
central. — Venegas sucede a Cartaojal. — Reflexiones. — Comisión de
Sotelo. — Respuesta de la central. — Cartas de Sebastiani a Jovellanos
y otros. — Cartas de Sebastiani al señor Jovellanos. — Contestación
del señor Jovellanos. — Guerra de Austria. — Cataluña. — Alboroto de
Lérida. — Reding en Tarragona. — Plan prudente de Martí. — Varíase. —
Situación del ejército español. — Le atacan los franceses. — Entran
en Igualada. — Movimientos de Saint-Cyr y Reding. — Batalla de Valls.
— Entran los franceses en Reus. — Esperanzas de Saint-Cyr. — Salen
vanas. — Guerra de somatenes. — Dificultad de las comunicaciones.
— Retírase Saint-Cyr de las cercanías de Tarragona. — Pasa por
Barcelona. — Estado de la ciudad. — Niéganse las autoridades civiles a
prestar juramento. — Prenden a muchos y los llevan a Francia. — Pasa
Saint-Cyr a Vic. — Muerte de Reding. — Sucede Coupigny. — Paisanos
del Vallés. — Principio de las partidas en todo el reino. — Decreto
de la central. — Porlier. — Don Juan Echávarri. — El Empecinado. —
Ciudad Rodrigo y Wilson. — Asturias. — La junta. — Ballesteros. —
Sus operaciones en Colombres. — Armamento de la provincia. — Worster.
— Entran los asturianos en Ribadeo. — Y en Mondoñedo. — Sorprenden y
dispersan los franceses a Worster. — Romana. — Su ejército. — Empieza
el levantamiento de Galicia. — Mariscal Soult. — Trata de invadir a
Portugal. — Inútil tentativa para atravesar el Miño. — Toma Soult
hacia Orense. — Insurrección. — Los abades de Couto y Valladares. — El
paisanaje molesta a los franceses en su marcha. — Soult y Romana. —
Intimación a este. — Es desbaratada la retaguardia española. — Ataca a
Villafranca. — Se apodera de la guarnición. — Llega Romana a Oviedo. —
Altercado con la junta. — Invade Ney a Asturias. — Kellermann. — Romana
se embarca en Gijón. — Saquean los franceses a Oviedo. — Sale Ney de
Asturias. — Mahy amenaza a Lugo. — Desbarata al general Fournier. —
Pone cerco a la ciudad. — Crece la insurrección de Galicia. — Barrio.
— Junta de Lobera. — Sitia a Vigo el abad de Valladares. — Limia. —
Tenreiro y el portugués Almeida. — Morillo. — Gogo. — Ríndese Vigo a
los españoles. — Bloqueo de Tuy. — Le alzan. — Y evacuan la ciudad
los franceses. — Se crea y aumenta la división del Miño. — Mándala
Don Martín de la Carrera. — Desbarata a los franceses en el campo de
la Estrella. — Campaña de Soult en Portugal. — Entran los franceses
en Chaves. — En Braga. — Asoman a Oporto. — Estado de la ciudad. —
Éntranla los franceses. — Gran matanza. — Conducta del mariscal Soult.
— Pídenle sea rey. — Silveira recobra a Chaves. — Coronel Trant. —
Regencia de Portugal. — Cradock y los ingleses. — Beresford manda a
los portugueses. — Refuérzase el ejército inglés. — Sir A. Wellesley
nombrado general en jefe. — Sus providencias. — Avanza a Coimbra. —
Situación de los franceses. — Sociedad secreta de los filadelfos. —
Plan de Wellesley. — Se apoderan los ingleses de Oporto. — Apuros de
Soult. — Pasa la frontera. — Llega a Lugo. — Levanta Mahy el cerco.
— Encuéntrase con Romana en Mondoñedo. — Marcha atrevida de los
españoles. — Descontento del soldado con Romana. — Ney y Soult en Lugo.
— Conciértanse para destruir el ejército español. — Conde de Noroña 2.º
comandante de Galicia. — Acción del Puente de Sampayo. — Soult trata
de pasar a Castilla. — Paisanos del Sil. — Quema de varios pueblos.
— Romana en Celanova. — Soult en la Puebla de Sanabria. — General
Franceschi cogido por el Capuchino. — Situación de Ney. — Mazarredo. —
Bazán. — Evacúa Ney a Galicia. — Entra Noroña en la Coruña. — Worster y
Bárcena. — Ballesteros pasa a Castilla y a las montañas de Santander. —
Ocupa a Santander. — Echanle los franceses y se embarca. — Intrepidez
de Porlier. — Marcha admirable del batallón de la Princesa. — Romana
en la Coruña. — Sus providencias y negligencia. — Sale a Castilla.
— Nombra a Mahy para Asturias. — Nombra a Ballesteros para mandar
10.000 hombres. — Sucédele después en el mando del ejército el duque
del Parque. — Fin de este libro. — Parangón de la guerra de Austria y
España. — Previsión notable de Pitt._


HISTORIA
DEL
LEVANTAMIENTO, GUERRA Y REVOLUCIÓN
de España.
LIBRO OCTAVO.

[Marginal: José en Madrid.]
Habiendo la suerte favorecido tan poderosamente las armas francesas,
pareció a muchos estar ya afianzada la corona de España en las sienes
de José Bonaparte. Aumentose así el número de sus parciales, y ora por
este motivo, y ora sobre todo por exigirlo el conquistador, acudieron
sucesivamente a la corte a felicitar al nuevo rey diputaciones de
los ayuntamientos y cuerpos de los pueblos sojuzgados. [Marginal:
Felicitaciones.] Esmeráronse algunas en sus cumplidos, y no quedaron
en zaga las que representaban a los cabildos eclesiásticos y a los
regulares, con la esperanza sin duda estos de parar el golpe que
los amagaba. Mostráronse igualmente adictos varios obispos, y en
tanto grado que dio contra ellos un decreto la junta central,[*]
[Marginal: (* Ap. n. 8-1.)] coligiéndose de ahí que si bien la mayoría
del clero español como la de la nación estuvo por la causa de la
independencia, no fue exclusivamente aquella clase ni el fanatismo,
según queda ya apuntado, la que le dio impulso, sino la justa
indignación general. Corrobórase esta opinión al ver que entre los
eclesiásticos que abrazaron el partido de José, contáronse muchos de
los que pasaban plaza de ignorantes y preocupados. Tan cierto es que
en las convulsiones políticas el acaso, el error, el miedo colocan
como a ciegas en una y otra parcialidad a varios de los que siguen sus
opuestas banderas: motivos que reclaman al final desenlace recíproca
indulgencia.
[Marginal: Sus providencias.]
José luego que entró en Madrid en vano procuró tomar providencias que
volviendo la paz y orden al reino, cautivasen el ánimo de sus nuevos
súbditos. Ni tenía para ello medios bastantes, ni era fácil que el
pueblo español lastimado hasta en lo más hondo de su corazón, escuchase
una voz que a su entender era fingida y engañosa. Desgraciada por
lo menos fue y de mal sonido la primera que resonó en los templos,
y que se transmitió por medio de una circular fecha en 24 de enero.
Ordenábase en su contenido con promesa de la futura evacuación de los
franceses cantar en todos los pueblos un Te Deum en acción de gracias
por las victorias que había en la península alcanzado Napoleón, que
era como obligar a los españoles a celebrar sus propias desdichas.
[Marginal: Comisarios regios.]
Al mismo tiempo salieron para las provincias con el título de
comisarios regios sujetos de cuenta a restablecer el orden y
las autoridades, predicar la obediencia y representar en todo y
extraordinariamente la persona del monarca. Hubo de estos quienes
trataron de disminuir los males que agobiaban a los pueblos; hubo
otros que los acrecentaron desempeñando su encargo en provecho suyo
y con acrimonia y pasión. Su influjo no obstante era casi siempre
limitado, teniendo que someterse a la voluntad varia y antojadiza de
los generales franceses.
Solo en Madrid se guardaba mayor obediencia al gobierno de José, y solo
con los recursos de la capital y sobre todo con los derechos cobrados
a la entrada de puertas podía aquel contar para subvenir a los gastos
públicos. Estos en verdad no eran grandes, ciñéndose a los del gobierno
supremo, pues ni corría de su cuenta el pago del ejército francés, ni
tenía aun tropa ni marina española que aumentasen los presupuestos del
estado. [Marginal: Tropa española.] Sin embargo fue uno de sus primeros
deseos formar regimientos españoles. La derrota de Uclés y las que la
siguieron, proporcionaron a las banderas de José algunos oficiales
y soldados. Pero los madrileños miraban a estos individuos con tal
ojeriza y desvío, tiznándolos con el apellido de jurados, que no pudo
al principio el gobierno intruso enregimentar ni un cuerpo completo de
españoles. Apenas se veía el soldado vestido y calzado y repuesto de
sus fatigas, pasaba del lado de los patriotas, y no parecía sino que
se había separado temporalmente de sus filas para recobrar fuerzas,
y empuñar armas que le volviesen la estimación perdida. Por eso ya
en enero dieron en Madrid un decreto riguroso contra los ganchos y
seductores de soldados y paisanos que de nada sirvió, empeñando este
género de medidas en actos arbitrarios y de cada vez más odiosos cuando
la opinión se muestra contraria y universal.
[Marginal: Junta criminal.]
Así fue que en 16 de febrero creó el gobierno de José una junta
criminal extraordinaria compuesta de cinco alcaldes de corte, la cual
entendiendo en las causas de asesinos y ladrones, debía también juzgar
a los patriotas. En el decreto [*] [Marginal: (* Ap. n. 8-2.)] de su
creación confundíanse estos bajo el nombre de revoltosos, sediciosos
y esparcidores de malas nuevas, y no solo se les imponía a todos la
misma pena, sino también a los que usasen de puñal o rejón. Espantosa
desigualdad, mayormente si se considera que la pena impuesta era la de
horca, la cual según la expresión del decreto _había de ser ejecutada
irremisiblemente y sin apelación_. Y como si tan destemplado rigor no
bastase, añadíase en su contexto que aquellos a quienes no se probase
del todo su delito, quedarían a disposición del ministro de policía
general para enviarlos a los tribunales ordinarios, y ser castigados
con penas extraordinarias, conforme a la calidad de los casos y de las
personas. Muchos perjuicios se siguieron de estas determinaciones:
varias fueron las víctimas, teniendo que llorar entre ellas a un
abogado respetable de nombre Escalera, cuyo delito se reducía a haber
recibido cartas de un hijo suyo que militaba del lado de los patriotas.
Su infausta suerte esparció en Madrid profunda consternación. Don Pablo
Arribas, hombre de algunas letras, despierto, pero duro e inflexible, y
que siendo ministro de policía promovía con ahinco semejantes causas,
fue tachado de cruel y en extremo aborrecido, como varios de los jueces
del tribunal criminal extraordinario: suerte que cabrá siempre a los
que no obren muy moderadamente en el castigo de los delitos políticos,
que por lo general solo se consideran tales en medio de la irritación
de los ánimos, soliendo luego absolverlos la fortuna.
A las medidas de severidad del gobierno de José acompañaron o siguieron
algunas benéficas que sucesivamente iremos notando. Su establecimiento
sin embargo fue lento o nunca tuvo otro efecto que el de estamparse
en la colección de sus decretos. [Marginal: Comisarios de hacienda.]
Inútilmente se mandó en 24 de abril que no se impusieran contribuciones
extraordinarias en las provincias sometidas, nombrando comisarios de
hacienda que lo evitasen y diesen principio a arreglar debidamente
aquel ramo. El continuo paso y mudanza de tropas francesas, la
necesidad y la codicia y malversación de ciertos empleados impedían el
cumplimiento de bien ordenadas providencias, y achacábanse a veces al
gobierno intruso los daños y males que eran obra de las circunstancias.
Por lo demás nunca hubo, digámoslo así, un plan fijo de administración,
destruido casi en sus cimientos el antiguo, y no adoptado aún el que
había de emanar de la constitución de Bayona.
[Marginal: Opinión acerca de José.]
José por su parte entregado demasiadamente a los deleites, poco
respetado de los generales franceses, y desairado con frecuencia por su
hermano, no crecía en aprecio a los ojos de la mayoría española, que le
miraba como un rey de bálago, sujeto al capricho, a la veleidad y a los
intereses del gabinete de Francia. Con lo cual si bien las victorias
le granjeaban algunos amigos, ni su gobierno se fortalecía, ni la
confianza tomaba el conveniente arraigo.
[Marginal: Junta central en Sevilla.]
Menos afortunada que José en las armas, fuelo más la junta central en
el acatamiento y obediencia que le rindieron los pueblos. Sin que la
tuviesen grande afición, censurando a veces con justicia muchas de sus
resoluciones, la respetaban y cumplían sus órdenes como procedentes de
una autoridad que estimaban legítima. José Bonaparte no era dueño sino
de los pueblos en que dominaban las tropas francesas: la central éralo
de todos, aun de los ocupados por el enemigo, siempre que podían burlar
la vigilancia de los que apellidaban opresores. Tranquila en su asiento
de Sevilla apareció allí con más dignidad y brillo, dándole mayor
realce la declaración en favor de la causa peninsular que hicieron las
provincias de América y Asia.
[Marginal: Declaración unánime en favor de la causa peninsular de las
provincias de América y Asia.]
A imitación de las de Europa levantaron estas un grito universal de
indignación al saber los acontecimientos de Bayona y el alzamiento
de la península. Los habitantes de Cuba, Puerto Rico, Yucatán y el
poderoso reino de Nueva España pronunciáronse con no menor unión y
arrebatamiento que sus hermanos de Europa. En la ciudad de México,
después de recibir pliegos de los diputados de Asturias en Londres
y de la junta de Sevilla, celebrose en 9 de agosto de 1808 una
reunión general de las autoridades y principales vecinos, en la que
reconociendo a todas y a cada una de las juntas de España, se juró no
someterse a otro soberano más que a Fernando VII y a sus legítimos
sucesores de la estirpe real de Borbón, comprometiéndose a ayudar con
el mayor esfuerzo tan sagrada causa. En las islas se entusiasmaron a
punto de recobrar en noviembre de aquel año la parte española de Santo
Domingo cedida a Francia por el tratado de Basilea. Idénticos fueron
los sentimientos que mostraron sucesivamente Tierra Firme, Buenos
Aires, Chile, el Perú y Nueva Granada. Idénticos los de todas las otras
provincias de una y otra América española, cundiendo rápidamente hasta
las remotas islas Filipinas y Marianas. Y si los agravios de Madrid y
Bayona tocaron por su enormidad en inauditos, también es cierto que
nunca presentó la historia del mundo un compuesto de tantos millones de
hombres esparcidos por el orbe en distintos climas y lejanas regiones
que se pronunciasen tan unánimemente contra la iniquidad y violencia de
un usurpador extranjero.
[Marginal: Auxilios que envían.]
Ni se limitó la declaración a vanos clamores, ni su expresión a
estudiadas frases: acompañaron a uno y a otro cuantiosos donativos
que fueron de gran socorro en la deshecha tormenta de fines del
año de 8 y principios del 9. El laborioso catalán, el gallego, el
vizcaíno, los españoles todos que a costa de sudor y trabajo habían
allí acumulado honroso caudal, apresuráronse a prodigar socorros a su
patria ya que la lejanía no les permitía servirla con sus brazos. El
natural de América también siguió entonces el impulso que le dieron
sus padres,[*] [Marginal: (* Ap. n. 8-3.)] y no menos que doscientos
ochenta y cuatro millones de reales vinieron para el gobierno de la
central en el año de 1809. De ellos casi la mitad consistió en dones
gratuitos o anticipaciones, estando las arcas reales muy agotadas con
las negociaciones y derroche del tiempo de Carlos IV.
[Marginal: Decreto de la central sobre América de 22 de enero. (* Ap.
n. 8-3 bis.)]
Tan desinteresado y general pronunciamiento provocó en la central el
memorable decreto [*] de 22 de enero, por el cual declarándose que
no eran los vastos dominios españoles de Indias propiamente colonias
sino parte esencial e integrante de la monarquía, se convocaba para
representarlos a individuos que debían ser nombrados al efecto por sus
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - Historia del levantamiento, guerra y revolución de España (2 de 5) - 17