Historia del levantamiento, guerra y revolución de España (2 de 5) - 14

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instrucciones y contestar a los oficios del otro, no sacrificando a
piques y mezquinas pasiones el bien de la patria, el pundonor militar.
[Marginal: Excesos cometidos por los franceses en Uclés.]
Ganado que hubieron la batalla, entraron los franceses en Uclés y
cometieron con los vecinos inauditas crueldades. Atormentaron a muchos
para averiguar si habían ocultado alhajas; robaron las que pudieron
descubrir, y aparejando con albardas y aguaderas a manera de acémilas
a algunos conventuales y sujetos distinguidos del pueblo, cargaron
en sus hombros muebles y efectos inútiles para quemarlos después con
grande algazara en los altos del alcázar. No contentos con tan duro e
innoble entretenimiento, remataron tan extraña fiesta con un acto de
la más insigne barbarie. Fue, ¡cáese la pluma de la mano! que cogiendo
a 69 habitantes de los principales, y a monjas, y a clérigos, y a los
conventuales Parada, Canova y Mejía, emparentados con las más ilustres
familias de la Mancha, atraillados y escarnecidos los degollaron con
horrorosa inhumanidad, pereciendo algunos en la carnicería pública.
Sordos ya a la compasión los feroces soldados, desoyeron los ayes y
clamores de más de 300 mujeres, de las que acorraladas y de montón
abusaron con exquisita violencia. Prosiguieron los mismos escándalos
en el campamento, y solo el cansancio, no los jefes, puso término al
horroroso desenfreno.
No cupo mejor suerte a los prisioneros españoles: los que de ellos
rendidos a la fatiga se rezagaban, eran fusilados desapiadadamente. Así
nos lo cuenta en su obra un testigo de vista, un oficial francés, Mr.
de Rocca. ¿Qué extraño pues era que nuestros paisanos cometiesen en
pago otros excesos cuando tal permitían los oficiales del ejército de
una nación culta?
[Marginal: Retirada del duque del Infantado.]
El duque del Infantado que aunque tarde se adelantaba a Uclés, supo en
Carrascosa, legua y media distante, la derrota padecida. Juntando allí
los dispersos y cortas reliquias, se retiró por Horcajada a la venta
de Cabrejas, en donde se decidió en consejo militar pasar a Valencia
con todas las tropas. Entró el ejército en Cuenca el 14 por la noche,
y al día siguiente continuó la marcha. Dirigiose la artillería por
camino que pareció más cómodo para volver después a unirse en Almodóvar
del Pinar; pero atollada en parte y mal defendida por otros cuerpos
que acudieron en su ayuda, fue en Tórtola cogida casi toda por los
franceses. Prosiguió lo restante del ejército alejándose; y desistiendo
Infantado de ir a Valencia, metiose en el reino de Murcia y llegó a
Chinchilla el 21 de enero. Desde aquel punto hizo nuevo movimiento,
faldeando la Sierra Morena, y al cabo se situó en Santa Cruz de Mudela.
[Marginal: Sucédele en el mando el conde de Cartaojal.] Allí según
costumbre no cesó de idear sin gran resulta nuevos planes; hasta que
en 17 de febrero fue relevado del mando por orden de la junta central
y puesto en su lugar el conde de Cartaojal, que mandaba también las
tropas de la Carolina.
[Marginal: Entrada de José en Madrid.]
Alcanzada por los franceses la victoria de Uclés, y después de obtener
el permiso de Napoleón, hizo José en Madrid el 22 de enero su entrada
pública y solemne. Del Pardo se encaminó por fuera de puertas a la
plazuela de las Delicias, desde donde montando a caballo entró por la
Puerta de Atocha, y se dirigió a la iglesia colegiata de San Isidro,
tomando la vuelta por el Prado, calle de Alcalá y Carretas hasta la
de Toledo. Se había preparado este recibimiento con más esmero que el
anterior de julio. Estaba tendida en toda la carrera la tropa francesa;
habíanse por expresa orden colgado las calles y puéstose de trecho en
trecho músicas que tocaban sonatas acomodadas al caso. José rodeado
de gran séquito de franceses y de los españoles que le eran adictos,
mostrábase satisfecho y placentero. No dejó de ser grande el concurso
de espectadores: las desgracias, amilanando los ánimos, los disponían
a la conformidad; pero un silencio profundo, no interrumpido sino por
alguna que otra voz asalariada, daba bastantemente a entender que las
circunstancias impelían a la curiosidad, no afectuosa inclinación. Fue
recibido en la iglesia de San Isidro por el obispo auxiliar y parte de
su cabildo. Pronunciáronse discursos según el tiempo, díjose una misa,
se cantó el Te Deum, y concluida la ceremonia se dirigió José por la
plaza Mayor y calle de la Almudena a Palacio, en donde ocupándose de
nuevo en el gobierno del reino, nos dará pronto ocasión de volver a
hablar de él y de sus providencias.
[Marginal: Sucesos de Cataluña.]
Ahora es ya sazón de pensar en Cataluña. El no querer cortar el hilo de
la narración en los sucesos más abultados y decisivos, nos ha obligado
a postergar los de aquel principado, que si bien de grande interés y
definitivamente de mucha importancia a la causa de la independencia,
forman como un episodio embarazoso para el historiador, aunque
gloriosísimo para aquella provincia.
Dejamos en el libro 5.º la campaña de Cataluña, a tiempo que Duhesme
en el último tercio del mes de agosto se había recogido a Barcelona de
vuelta de su segunda y malograda expedición de Gerona. De nuestra parte
por entonces y en 1.º de septiembre [Marginal: La junta del principado
se traslada a Villafranca.] el marqués del Palacio y la junta del
principado se habían de Tarragona trasladado a Villafranca con objeto
de estar más cerca del teatro de la guerra. Empezaron a acudir a dicha
villa los tercios de toda la provincia, y se reforzó la línea del
Llobregat, a cuyo paraje se había restituido desde Gerona el conde de
Caldagués.
[Marginal: Excursiones de Duhesme.]
Con el aumento de fuerzas temió el general Duhesme que estrechando los
españoles cada vez más a Barcelona, hubiese dificultad de introducir
bastimentos en la plaza. Para alejar el peligro y con intento de hacer
una excursión en el Panadés, partió de aquella ciudad con 6000 hombres
de caballería e infantería, y atacó a los españoles en su línea al
amanecer del 2 de septiembre en los puntos de Molins de Rey y de San
Boi. Por el último alcanzaron los franceses conocidas ventajas; fueron
por el otro rechazados. Mas receloso el de Caldagués, en vista de un
movimiento de los enemigos, de que abandonando estos la embestida
del puente vadeasen el río y le flanqueasen, previno oportunamente
cualquier tentativa situándose en las alturas de Molins de Rey.
Los franceses no pudiendo romper la línea española del Llobregat,
revolvieron del lado opuesto por donde corre el Besós, en cuyo
sitio se mantenía Don Francisco Miláns. Ya aquí, y ya en todos los
puntos alrededor de Barcelona hubo en septiembre y octubre muchas
escaramuzas y aun choques, entre los que fue grave el acaecido en
San Cugat del Vallés, principalmente por el respeto que infundió al
enemigo, obligándole a no alejarse de los muros de Barcelona. También
contribuyeron a ello los refuerzos que llegaron a los españoles
sucesivamente de Portugal, Mallorca y otras partes, de algunos de los
cuales ya hemos hecho mención.
[Marginal: Vives, sucesor del marqués del Palacio.]
El gobierno interior de Cataluña se mejoraba cada día por el esmero
y cuidado de la junta. Habíase solo levantado grande enemistad
contra el marqués del Palacio, o porque las calidades de general no
correspondiesen en él a su patriotismo, o más bien porque en aquellos
tiempos arduos no siendo dado caminar en la ejecución al son de la
impaciencia pública, perdíase la confianza y el buen nombre con la
misma rapidez, y a veces tan infundadamente como se había adquirido.
Los clamores de la opinión catalana obligaron a la junta central a
llamar al marqués del Palacio, poniendo en su lugar al capitán general
de Mallorca Don Juan Miguel de Vives, quien tomó el mando el 28 de
octubre.
[Marginal: Ejército español de Cataluña. Su fuerza.]
Teniendo este a su disposición fuerzas más considerables, coordinó
nuevamente su ejército, y según lo resuelto por la central le denominó
de Cataluña o de la derecha. Constaba en todo de 19.551 infantes, 780
caballos y 17 piezas, dividido en vanguardia, cuatro divisiones y una
reserva. De estas fuerzas destinó Vives la vanguardia, al mando de Don
Mariano Álvarez, a observar al enemigo en el Ampurdán, y las restantes
las conservó consigo para bloquear a Barcelona, a donde se aproximó el
3 de noviembre, sentando su cuartel general en Martorell, cuatro leguas
distante.
[Marginal: Situación de Barcelona.]
Los apuros en aquella plaza del general francés Duhesme crecían en
extremo: el número de sus tropas, que antes era de 10.000 hombres,
menguaba con la deserción y las enfermedades. De nadie podía fiarse.
El disgusto y descontento de los barceloneses tocaba a sus ojos en
abierta rebelión. Los habitantes más principales huían a causa de las
contribuciones exorbitantes que había impuesto; teniendo que acudir
a confiscar los bienes para evitar la emigración. Más tarde, cuando
apretó la escasez, si bien permitió la salida de Barcelona, permitiola
con condiciones rigurosas, dando pasaportes a los que abonaban cuatro
meses anticipados de contribución, y aseguraban con fianza el pago de
los demás plazos. Fue después adelante en usar sin freno de medidas
arbitrarias, declarando a Barcelona en estado de sitio. Opúsose a
ello el conde de Ezpeleta, por lo que se le puso preso, quitándole la
capitanía general que solo en nombre había conservado. Como más antiguo
le sucedió Don Galcerán de Villalba, que en secreto se entendía con
las autoridades patrióticas del principado. Los oficiales españoles
que había dentro de la plaza rehusaron después reconocer el gobierno
de Napoleón prefiriendo a todo ser prisioneros de guerra: lo mismo
hicieron los que eran extranjeros, excepto Mr. Wrant d’Amelin, que
en premio recibió el gobierno de Barcelona. Ejerciose la policía con
particular severidad, prestándose a tan villano servicio un español
llamado Don Ramón Casanova, sin que por eso se pudiese impedir que
muchos y a las calladas se escapasen. Tantas molestias y tropelías eran
en sumo grado favorables a la causa de la independencia.
[Marginal: Tentativas de Vives contra aquella plaza.]
Contando sin duda con el influjo de aquellas y con secretos tratos,
insistió el general Vives en estrechar a Barcelona, y aun proyectó
varios ataques. Fue el más notable el que se dio en 8 de noviembre,
aunque no tuvo ni resulta ni se le consideró tampoco bien meditado.
Sin embargo la proximidad del ejército español puso en tal desasosiego
a los franceses, que en la misma mañana del 8 desarmaron al segundo
batallón de guardias valonas como adicto a los llamados insurgentes.
Desaprobaban los hombres entendidos la permanencia de Vives en las
cercanías de Barcelona, y con razón juzgándola militarmente; pues
para formalizar el sitio no se estaba preparado, y para rendir por
bloqueo la plaza se requería largo tiempo. Creían que hubiera sido
más conveniente dejar un cuerpo de observación que con los somatenes
contuviese al enemigo en sus excursiones, y adelantarse a la frontera
con lo demás del ejército, impidiendo así la toma de Rosas y la
facilidad que ella daba de proveer por mar a Barcelona. Vino en apoyo
de tan juicioso dictamen lo que sucedió bien pronto con el refuerzo que
entró en el principado al mismo tiempo que por el Bidasoa hacían los
franceses su principal irrupción.
[Marginal: Entrada de Saint-Cyr en Cataluña.]
Según insinuamos al hablar de esta, fue destinado el 7.º cuerpo a
domeñar la Cataluña. Debía formarse con las tropas que allí había a
las órdenes de los generales Duhesme y Reille y con otras procedentes
de Italia, al mando de los generales Souham, Pino y Chabert. Todas
estas fuerzas reunidas ascendían a 25.000 infantes y 2000 caballos,
compuestas de muchas naciones y en parte de nueva leva. Capitaneábalas
el general Gouvion Saint-Cyr. Entró este en Cataluña al principiar
noviembre, estableciendo el 6 en Figueras su cuartel general. Fue su
primer intento poner sitio a Rosas, y encargado de ello el general
Reille le comenzó el día 7 del mencionado mes.
[Marginal: Sitio de Rosas.]
Pensó el general Saint-Cyr que convenía apoderarse de aquella
plaza, porque abrigados los ingleses de su rada impedían por mar el
abastecimiento de Barcelona, que no era hacedero del lado de tierra a
causa de la insurrección del país. Hubo quien le motejase, sentando
que en una guerra nacional como esta era de temer que con la tardanza
pudieran los españoles por medio de secretos tratos sorprender a
Barcelona apretada con la escasez de víveres. Napoleón juzgaba tan
importante la posesión de esta plaza, que el solo encargo que hizo a
Saint-Cyr a su despedida en París fue el de conservar a Barcelona;[*]
[Marginal: (* Ap. n. 7-3.)] «porque si se perdiese [decía] serían
necesarios 80.000 hombres para recobrarla.» Sin embargo aquel general
prefirió comenzar por sitiar a Rosas.
Está situada dicha villa a las raíces del Pirineo y a orillas del golfo
de su nombre. Tenía de población 1200 almas. No cubría su recinto sino
un atrincheramiento casi abandonado desde la guerra de la revolución de
Francia. Consistía su principal fortaleza en la ciudadela, colocada al
extremo de la villa, y que aunque desmantelada quísose apresuradamente
poner en estado de defensa, consiguiendo al cabo montar 36 piezas: su
forma es la de un pentágono irregular con foso y camino cubierto, y
sin otras obras a prueba que la iglesia, habiendo quedado inservibles
desde la última guerra los cuarteles y almacenes. A la opuesta parte de
la ciudadela y a 1100 toesas de la villa en un repecho de las alturas
llamadas Puig Rom, término por allí de los Pirineos, se levanta el
fortín de la Trinidad en figura de estrella, de construcción ingeniosa
pero dominado a corta distancia.
[Marginal: Honrosa resistencia de los españoles.]
Con tan débiles reparos y en el estado de ruina de varias de sus obras,
hubiérase en otra ocasión abandonado la defensa de la plaza: ahora
sostúvose con firmeza. Era gobernador Don Pedro O’Daly: constaba la
guarnición de 3000 hombres; se despidió la gente inútil, recompúsose
algo el atrincheramiento destruido y se atajaron con zanjas las
bocacalles. Favorecía a los sitiados un navío de línea inglés y dos
bombarderas que estaban en la bahía.
La división del general Reille unida a la italiana de Pino se había
acercado a la plaza, componiendo juntas unos 7000 hombres. Además
el general Souham para cubrir las operaciones del sitio y observar
a Álvarez que estaba con la vanguardia en Gerona, se situó con su
división entre Figueras y el Fluviá, y ocupó La Junquera con dos
batallones el general Chabert.
Se había lisonjeado el francés Reille de tomar por sorpresa a Rosas:
así lo deseaba su general en jefe solícito de acudir al socorro de
Barcelona y temeroso de la deserción que empezaba a notarse en la
división italiana de Pino. De esta fueron cogidos por los somatenes
varios soldados, y el general Saint-Cyr que presumía de humano envió
en rehenes a Francia hasta el canje igual número de habitantes,
prefiriendo este medio al de quemar los pueblos, antes usado por sus
compatriotas. Mas los catalanes consideraron la nueva medida como más
injusta, imaginándose que los enviaban a servir al norte.
Desde el 7 de noviembre que aparecieron los franceses delante de Rosas,
y en cuyo día los españoles hicieron una vigorosa salida, sobreviniendo
copiosas lluvias no pudieron los primeros traer su artillería ni
empezar sus trabajos hasta el 16. Entonces resolvió el general
Saint-Cyr embestir simultáneamente la ciudadela y el fortín de la
Trinidad. Emprendiose el ataque de aquella por el baluarte llamado de
la plaza, del lado opuesto a la villa, y por donde se ejecutó también
la acometida en el sitio del año de 1795, al cual había asistido el
general enemigo Sanson, jefe ahora de los ingenieros.
Continuaron los trabajos por esta parte hasta el 25. Aquel día dueños
los franceses de un reducto, cabeza del atrincheramiento que cubría la
villa, pensaron que sería conveniente apoderarse de esta para atacar
después la ciudadela por el frente comprendido entre los baluartes de
Santa María y San Antonio. Fue entrada la villa en la noche del 26 al
27 a pesar de porfiada resistencia: de 500 hombres que la defendían 300
quedaron muertos, 150 fueron hechos prisioneros; pudieron los otros
salvarse. El enemigo intimó entonces la rendición a la ciudadela;
contestósele con la negativa.
Al mismo tiempo el fortín de la Trinidad fue desde el 16 bizarramente
defendido por su comandante Don Lotino Fitzgerald. Los ingleses
juzgando inútil la resistencia habían retirado la gente que dentro
habían metido; pero llegando poco después el intrépido Lord Cochrane
con amplias facultades del almirante Collingwood, reanimó a los
españoles entrando en el fuerte con unos 80 hombres, y unidos todos
rechazaron el 30 el asalto de los enemigos que creían practicable la
brecha.
La guarnición de Rosas había vivido esperanzada de que se la socorrería
por tierra; mas limitose el auxilio a un movimiento que el 24 hizo
la vanguardia al mando de Don Mariano Álvarez: cruzó este el Fluviá
y arrolló al principio los puestos avanzados de los franceses, que
rehechos repelieron después a los nuestros, cogiendo prisionero al 2.º
comandante Don José Lebrun. Serenado el general Saint-Cyr con esto y
con ver que el ejército español de Vives no avanzaba según temía, trató
de acabar prontamente el sitio de la ciudadela de Rosas.
[Marginal: Capitulación de Rosas.]
Dirigíase el principal ataque contra la cara derecha del baluarte de
Santa María, y los trabajos prosiguieron con ardor en los días 1.º
y 2.º, en que inútilmente intentaron los sitiados hacer una salida.
Por fin el 5, estando la brecha practicable, y después de 29 días de
asedio, capituló honrosamente el gobernador quedando la guarnición
prisionera de guerra. Tuvo mayor ventura Don Lotino Fitzgerald
comandante del fortín de la Trinidad, habiéndose embarcado él y su
gente con la ayuda y diligencia de Lord Cochrane, quien tal vez hubiera
del mismo modo salvado la guarnición de la ciudadela si hubiera sido
comodoro del apostadero inglés.
[Marginal: Avanza Saint-Cyr camino de Barcelona.]
Desembarazado el general Saint-Cyr del sitio de Rosas, se adelantó a
socorrer a Barcelona con 15.000 infantes y 1500 caballos, después de
haber dejado en el Ampurdán la división del general Reille. Hubiera
corrido riesgo el general francés de ser detenido en el camino, si D.
Juan de Vives en vez de mantener sus tropas en derredor de Barcelona,
le hubiera salido al encuentro en alguno de los sitios oportunos del
tránsito: [Marginal: Vives y las divisiones de Reding y Lazán.] cosa
tanto más hacedera cuanto después de sus infructuosas tentativas sobre
Barcelona se le habían agregado en noviembre las divisiones de Granada
y Aragón y otros cuerpos sueltos. Constaba la primera, al mando de Don
Teodoro Reding, de 11.700 infantes y 670 caballos, y la segunda de unos
4000 hombres regidos por el marqués de Lazán, quien pasó a engrosar la
vanguardia después de lo acaecido el 24 en las riberas del Fluviá.
Insistía el general Vives en acometer a Barcelona estimulado también
por las ofertas de los comandantes de las fuerzas navales inglesas
apostadas delante del puerto. Estas hicieron el 19 de noviembre un
fuego vivísimo contra la plaza, [Marginal: Orden singular dada por
Lecchi en Barcelona.] cuyos habitantes a pesar del daño que recibían
estaban alborozados y palmoteaban desde sus casas al ver la pesadumbre
que el ataque causaba a los franceses: lo cual irritando sobremanera al
comandante Lecchi, prohibió a los habitantes asomarse a las azoteas en
días de refriega.
[Marginal: Trata Vives de seducirle a él y a otros.]
Mal informado el general Vives dirigió a dicho general Lecchi y al
español Casanova proposiciones de acomodamiento si le dejaban entrar
en la plaza. Las desecharon ambos, notándose en la respuesta de Lecchi
la dignidad conveniente. Creyeron sin embargo algunos que sin la
pronta llegada del general Saint-Cyr, y conducida de otra manera la
negociación, quizá no hubiera esta sido infructuosa.
[Marginal: Ataques de Vives el 26 y 27 de noviembre en las cercanías de
Barcelona.]
Don Juan Vives resolvió repetir el 26 el ataque que había emprendido
el 8. Ejecutado esta vez con mayor felicidad fueron los franceses
rechazados hasta Barcelona, y se cogieron prisioneros 104 hombres que
defendían la favorable posición de San Pedro mártir. Prosiguieron
las ventajas el 27, adelantándose el cuartel general a San Feliú de
Llobregat, a legua y media de Barcelona. Desde donde, y con deseo
siempre de estrechar al enemigo, [Marginal: Del 5 de diciembre.] se le
acometió de nuevo el 5 de diciembre, consiguiendo clavar los cañones y
destruir las obras que había formado en la falda de Monjuich.
Pero eran cortas estas ventajas al lado de las que hubieran podido
alcanzarse yendo en busca de Saint-Cyr. Sacrificose todo al deseo
de enseñorearse de la capital del principado. [Marginal: Reding y
Vives van al encuentro de Saint-Cyr.] Sin embargo en la noche del
11 de diciembre sabedor Vives de que aquel general se había movido
el 8 con señales de ir la vuelta de Barcelona, mandó a Don Teodoro
Reding que se adelantase hacia Granollers. Recibiéndose posteriormente
confirmación del primer aviso, se celebró un consejo de guerra, en
el que variando según costumbre los pareceres, no se siguió el de
Caldagués que era el más acertado, y según el cual debiera haberse ido
al encuentro de Saint-Cyr con la mayor parte de las fuerzas, dejando
delante de Barcelona 4000 hombres bien atrincherados. Resolviose
pues lo contrario, y solo salió Vives con algunas tropas a unirse a
Reding. Ambos generales juntaron 8000 hombres, agregándoseles además
los somatenes. Al propio tiempo se previno al marqués de Lazán que
separándose de la vanguardia que estaba en Gerona, siguiese la huella
del francés, sin atacarle por la espalda hasta que el mismo Vives lo
hiciese por el frente, y al coronel Miláns que se apostase con cuatro
batallones en Coll-Sacreu para molestar al enemigo si quería echarse
del lado de la marina, o si no concurrir con los demás a la acción
general que se esperaba.
[Marginal: Continúa Saint-Cyr su marcha.]
Apremiado el general Saint-Cyr con la urgente necesidad de socorrer a
Barcelona, no se empeñó en combatir al marqués de Lazán, quien por
su parte esquivó también todo serio reencuentro. En seguida maniobró
el general francés para disfrazar su intención, y el 11 preparose a
marchar con rapidez y sin embarazos. Así fue que enviando a Figueras
la artillería, repartió a sus soldados víveres para cuatro días,
distribuyoles a razón de 50 cartuchos, y llevó 150.000 de reserva a
lomo de acémilas. El 12 abrió la marcha desde La Bisbal, teniendo
en el camino algunos choques con los miqueletes de Don Juan Clarós.
Enderezose a Hostalrich, y al llegar a las alturas que le dominan con
gran júbilo vio que Vives ni se había aún adelantado hasta allí, ni
ocupado las gargantas del río Tordera, en cuyas estrechuras bastando
un corto número de hombres para detener a los suyos, hubieran en breve
consumido las municiones que consigo traían.
Continuó el general Saint-Cyr su marcha, y el 15 para librarse de
los fuegos de Hostalrich, dio vuelta a la plaza por un sendero agrio
y desconocido, tornando luego a tomar el camino de Barcelona. Salió
de Vallgorguina a incomodarle el coronel Miláns, viéndose el general
francés obligado a retardar su marcha a causa de las cortaduras
practicadas en el desfiladero de treinta pasos. Mas vencidos los
obstáculos acampó ya por la noche su ejército al raso a una legua
del que mandaba Vives, quien pasando el Cardedeu se había colocado
en ventajoso puesto entre Llinas y Villalba. La situación de los
franceses, a pesar de las faltas que cometieron los nuestros, no dejaba
de ser crítica. Por su frente tenían a Vives, flanqueábalos Miláns a
su izquierda, y detrás los seguían Clarós y Lazán. Estaban privados
de artillería, escaseábanles los víveres, solamente les quedaban
municiones para una hora, y eran sus tropas un conjunto de soldados
nuevos de varias naciones. Si Vives hubiera sabido aprovecharse de
tales ventajas, quizá se hubiera repetido aquí la jornada de Bailén,
y calificádose de intempestivo y temerario el movimiento del general
Saint-Cyr, que por su buen éxito mereció el nombre de atrevido y sabio.
[Marginal: Batalla de Llinas o Cardedeu.]
Amaneció el 16 de diciembre, y el general español aguardaba a sus
contrarios colocado en la loma que se levanta después de Cardedeu
y Villalba, y termina en la Riera de la Roca. En lo más elevado de
ella y a la derecha del camino real situó cinco piezas, dejando dos
a la izquierda. Formó su columna en batalla, y desplegó sobre la
derecha, que mandaba Reding, ocupando el costado opuesto de la línea
el somatén de Vic. Como el objeto del general francés era pasar a toda
costa, decidió combatir en una sola columna que rompiese por medio
de los españoles. Comenzó el ataque la división de Pino con orden
expresa de no desviarse de lo resuelto por el general en jefe, pero
en contravención a ello habiendo una de sus brigadas desplegado sobre
la izquierda, hubo de comprometer a los franceses en una refriega que
hubiera sido su perdición a haberse prolongado. El peligro fue para
ellos grande durante algún tiempo. La brigada que había desplegado
no solo fue rechazada, mas también ahuyentada, y destrozado uno de
sus regimientos por el de Húsares españoles, a cuyo frente estaba el
coronel Ibarrola, quedando prisioneros 2 jefes, 15 oficiales y unos 200
soldados. Acudió pronto y oportunamente al remedio el general Saint-Cyr.
De un lado hizo que la división Souham contuviese la brigada puesta en
desorden, al mismo tiempo que de otro amenazaba la izquierda española,
que era la parte más flaca y desguarnecida, disponiendo igualmente que
el general Pino con la 2.ª brigada prosiguiese el ataque en columna, y
rompiese nuestra línea. Ejecutada la operación a un tiempo y en buena
sazón, [Marginal: Son derrotados los españoles.] se cambió la suerte
de las armas, y el ejército español fue envuelto y puesto en derrota.
Perdiéronse cinco de los siete cañones que había, salvándose los dos
por la actividad y presencia de ánimo del teniente Ulzurrun. Nuestra
pérdida fue de 500 muertos y de 1000 entre heridos y prisioneros. Mayor
la de los franceses, por el daño que al principio experimentaron de
la artillería española. Salvose el general Vives a pie y por sendas
extraviadas, y el general Reding ayudado de la velocidad de su caballo
pudo juntarse a una columna de infantería y caballería que con el mayor
orden se retiró por el camino de Granollers a San Cugat. [Marginal: Se
retiran al Llobregat.] Allí tomó el mando interinamente dicho general,
y se acogió a la derecha del Llobregat, a donde se transfirió el conde
del Caldagués, quien aunque salvó la artillería y municiones, tuvo por
la priesa que abandonar los inmensos acopios almacenados en Sarriá, los
cuales sirvieron de mucho al enemigo. El marqués de Lazán que no tomó
parte en la batalla, retrocedió después a Gerona, y el coronel Miláns
se mantuvo en Arenys algunos días sin ser molestado.
Graves y desgraciadas fueron las resultas de la acción de Llinas o
Cardedeu, no tanto por la pérdida de una parte del ejército y por el
socorro que introdujeron los franceses en Barcelona, cuanto por el
desánimo que causó en los españoles, y los alientos que comunicó a los
bisoños y mal seguros soldados del enemigo.
[Marginal: Llega Saint-Cyr a Barcelona.]
Llegó el general Saint-Cyr el 17 delante de Barcelona. No reinaba entre
él y el general Duhesme el mejor acuerdo, mostrándose este descontento
con recibir un jefe superior, y al que luego se dirigieron quejas
y reclamaciones. Por entonces ansioso Saint-Cyr de perseguir a los
españoles no tomó acerca de ellas providencia, [Marginal: Avanza al
Llobregat.] y el 20 después de haber dado a sus tropas dos días de
descanso, salió para el Llobregat y se situó en la margen izquierda,
reforzado su ejército con cinco batallones de la división del general
Chabran.
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