Historia del levantamiento, guerra y revolución de España (2 de 5) - 24

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— Tratará V. S. en la junta y con los ministros de esas reales
cajas la cuota etc.
Inmediatamente procederán los ayuntamientos de esa y demás capitales a
extender los respectivos poderes o instrucciones, expresando en ellas
los ramos y objetos de interés nacional que haya de promover.
En seguida se pondrá en camino con destino a esta corte y para los
indispensables gastos de viajes, navegaciones, arribadas, subsistencia
y decoro con que se ha de sostener, tratará V. E. en junta superior de
real hacienda la cuota que se le haya de señalar, bien entendido que
su porte, aunque decoroso, ha de ser moderado, y que la asignación de
sueldo no ha de pasar de seis mil pesos fuertes anuales.
Todo lo cual comunico a V. E. de orden de S. M. para su puntual
observancia y cumplimiento, advirtiendo que no haya demora en la
ejecución de cuanto va prevenido. Dios guarde a V. E. muchos años. Real
palacio del Alcázar de Sevilla 22 de enero de 1809.

NÚMERO 8-4.
Señor ministro de la corte de Londres: muy señor mío. He dado cuenta
a la suprema junta central de la nota que V. S. se ha servido pasarme
con fecha de 27 de febrero último, relativa a la guarnición de la plaza
de Cádiz por las tropas inglesas, y asimismo de la carta del general
D. Gregorio de la Cuesta que V. S. me incluye original, y tengo el
honor de devolver adjunta: y S. M. queda enterado de que no encontrando
V. S. por la respuesta del general Cuesta una necesidad imperiosa o
urgente de hacer marchar a su ejército el pequeño cuerpo de tropas
británicas que V. S. quería enviarle de refuerzo (obteniendo el permiso
de que ese cuerpo dejase una fracción suya en la plaza de Cádiz), ha
escrito V. S. al general Mackenzie, para que los transportes vuelvan a
Lisboa, donde su presencia parece necesaria según los avisos que acaba
de recibir. Con este motivo manifiesta V. S. que le ha parecido no
sería ni decente ni conveniente insistir en la admisión de beneficio,
cuyas consideraciones inseparables eran miradas con una especie de
repugnancia. V. S. tendrá presente cuanto sobre este particular he
tenido el honor de manifestarle en nuestras conferencias; pero la
suprema junta me manda presentar a V. S. algunas observaciones que
cree de importancia. Empezaré por repetir a V. S. que la suprema junta
está muy lejos de concebir la menor sospecha contra los deseos que V.
S. ha manifestado de que quedasen en la plaza de Cádiz algunas tropas
británicas. La lealtad del gobierno inglés, la generosidad con que ha
acudido a nuestro socorro, y la franqueza que ha usado con el gobierno
español hacen imposible toda sospecha. Pero la suprema junta debe
respetar la opinión pública nacional; y así se ha propuesto observar
una conducta mesurada y prudente que la ponga a cubierto de toda
censura. Si el estado presente de nuestros negocios militares fuese
tan apurado que hiciese temer alguna próxima amenaza contra Cádiz; si
nuestras propias fuerzas fuesen incapaces de defender aquel punto;
si faltasen otros sumamente importantes donde puede ser combatido el
enemigo con el mejor suceso, la suprema junta no tendría el temor
de chocar con la opinión pública, admitiendo tropas extranjeras en
aquella plaza; porque la opinión pública no podría menos de formarse
sobre este estado supuesto de cosas. Mas V. S. sabe que nada de esto
sucede; que nuestros ejércitos se mantienen en puntos muy distantes
de Cádiz; que aquella plaza está por ahora exenta de toda sorpresa;
que aun cuando las cosas sucediesen tan mal, como no podemos esperar,
le quedarían al enemigo mucho terreno y muchos obstáculos que vencer
antes de amenazar a Cádiz, que en ningún caso podía faltar tiempo
para replegarse sobre una plaza fácil de defender, y que no puede
mirarse sino como un último punto de retirada; y por último, que esos
puntos extremos no deben defenderse en ellos mismos, a menos de un
caso apurado, y sí en otros más adelantados. Así es que el ejército
de Extremadura defiende por aquella parte la entrada de los enemigos,
como la defiende por Sierra Morena el ejército de la Carolina y del
centro combinados. En esos puntos es necesario convenir que está la
defensa de las Andalucías; y por eso S. M. hace todo lo posible para
reforzarlos. Allí está el enemigo que de algún tiempo a esta parte
no ha podido hacer el menor progreso; y allí, si conseguimos reunir
fuerzas superiores, se puede dar un golpe decisivo al enemigo al paso
que no será nunca tal contra nosotros el que él pudiera darnos. Por
otra parte ve V. S. que la Cataluña se defiende valerosamente sin dejar
al enemigo adelantar un paso; y que Zaragoza, que debe mirarse como un
antemural, resiste heroicamente a los repetidos ataques y hace pagar
bien caro al enemigo su obstinada porfía. Es pues evidente que los
poderosos auxilios de la Gran Bretaña serían infinitamente útiles en
el ejército de Extremadura, en el de la Carolina, y en Cataluña, donde
podría servir directa o indirectamente a la defensa de Zaragoza. Esta
es la opinión de la suprema junta, de la nación entera, y esta será sin
duda la de quien contemple con imparcialidad el verdadero estado de las
cosas. La suprema junta espera que V. S. reflexionando detenidamente
sobre esta franca exposición, entrará en sus ideas, y se lisonjea de
que ellas merecerán el aprecio del gobierno de S. M. B., ya por el
valor que ellas tienen, y ya por la deferencia que el mismo gobierno ha
manifestado hacia la suprema junta; pues al dar el ministro británico
parte de su pensamiento sobre la entrada de tropas inglesas en Cádiz
al ministro de S. M. en Londres, solo se la presentó como una idea que
debía comunicarse a la suprema junta para oír su opinión acerca de
ella. De aquí nace en gran parte la confianza que tiene S. M. sobre los
sentimientos de S. M. B. en este asunto, luego que le sean presentes
estas justas observaciones.
Debe también considerarse que desembarcando las tropas auxiliares en
los puntos que se han indicado a V. S. en las inmediaciones de Cádiz,
y dirigiéndose a reforzar el ejército del general Cuesta donde pueden
cubrirse de gloria, siempre encontrarán en Cádiz una segura retirada
en caso de desgracia. Pero si un cuerpo desde luego poco numeroso
hubiese de dejar en Cádiz parte de su fuerza para asegurar en tanta
distancia la retirada, V. S. convendrá que semejante socorro inspiraría
a la nación poca confianza, sobre todo después de los sucesos de la
Galicia. V. S. cree que todos los transportes deben volver a Lisboa,
donde juzga necesaria su presencia, y ha comunicado en su consecuencia
las órdenes al efecto. De esa medida pudiera decirse lo que de la que
acabo de exponer; a saber: que la suprema junta tiene la firme opinión
de que el Portugal no puede defenderse en Lisboa, y de que el mayor
número de tropas debería emplearse en las líneas más adelantadas donde
se halla el enemigo, y donde puede ser derrotado de un modo que sea
decisivo en sus consecuencias. Por todas estas razones está persuadida
la suprema junta de que si el gobierno británico resolviese que sus
tropas no obren unidas con las nuestras sino con la condición indicada,
jamás podrá imputársela esa no cooperación. No puede ocultarse a la
discreta ilustración de V. S. que la suprema junta debe obrar en todas
ocasiones, y mucho más en las presentes circunstancias, de tal modo,
que si por hipótesi fuere necesario manifestar a la nación y a la
Europa entera las razones de su conducta en todos, o en algunos de los
grandes negocios que ocupan la atención de S. M., pueda hacerlo con
aquella seguridad y aquellos fundamentos que la concilien la opinión
general, que es el primero y principal elemento de su fuerza.
S. M. espera que tomadas por V. S. en seria consideración estas
observaciones, serán presentadas por V. S. al gobierno de S. M. B. como
los sentimientos francos de un aliado fiel y reconocido, que cuenta en
tan honrosa lucha con el auxilio eficaz de las tropas inglesas. Tengo
con este motivo el honor &c. — Dios &c. — Sevilla 1.º de marzo de
1809. — B. L. M. de V. S. &c. — Martín de Garay.

NÚMERO 8-5.
_Véase la Gaceta extraordinaria del gobierno de Sevilla de 24 de abril
de 1809 y el suplemento a la misma del 8 de mayo del mismo._

NÚMERO 8-6.
_Esta correspondencia se insertó íntegra en el suplemento a la Gaceta
del gobierno de Sevilla de 12 de mayo de 1809. Todas las contestaciones
honran a sus autores, como también otra que dio más adelante y sobre
el mismo asunto al general Sebastiani Don Francisco Abadía. Esta se
insertó en la Gaceta del gobierno de Sevilla de 29 de mayo de 1809._

NÚMERO 8-7.
Reales.
Las rentas ordinarias de la provincia
de Asturias produjeron entonces al año lo
mismo que antes 8.000.000.
Los donativos 4.000.000.
Un préstamo 3.500.000.
Así el total que entró en arcas desde
mayo de 1808 hasta mayo de 1809 de
rentas y recursos de la provincia, fue de
unos 15.500.000.
Deben agregarse a estos quince millones quinientos mil rs. vn. veinte
millones de reales que vinieron de Inglaterra; mas de los últimos
habiéndose enviado dos a la central, quedan reducidos a diez y ocho,
ascendiendo por consiguiente el total a 35.500.000 reales vn. Durante
este tiempo mantuvo la provincia constantemente de 18 a 20.000 hombres
sobre las armas; a los que al principio dio hasta una peseta diaria.
Véase si con este gasto y lo que costaba el pago de las autoridades
civiles había lugar a dilapidaciones. Además el marqués de Vista
Alegre, que estaba al frente de la hacienda del principado, era hombre
de gran severidad en la materia e incapaz de entrar en ningún manejo
deshonroso y feo.

NÚMERO 8-8.
D’Argenton se escapó por la noche luego que los franceses salieron de
Oporto. Pasó a Inglaterra y de allí parece ser que yendo a Francia para
sacar a su mujer y a sus hijos fue cogido y arcabuceado.

NÚMERO 8-9.
Sabe V. M. que hace más de cinco meses que no he recibido órdenes ni
noticias, ni socorros: por consiguiente carezco de muchas cosas, e
ignoro las disposiciones generales. El general de brigada Viallanes se
hallaba muy cansado, y me dijo en Lugo que estaba malo. Conocí que su
dolencia no era tan grave como decía; pero viendo su temor le mandé
que se retirase hacia el lado del mayor general de V. M. a recibir sus
órdenes. También hubiera querido dar igual destino a los generales
La Houssaye y Mermet que no siempre han hecho lo que pudieran hacer
para ventaja nuestra; pero dejé de tomar esta determinación hasta
llegar a Zamora, para no dar más crédito a las voces de las cabalas o
conspiraciones que se esparcieron... Sacado de la Gaceta del gobierno
de 28 de julio de 1809. (Pliego interceptado del mariscal Soult a José,
fecho en la Puebla de Sanabria a 25 de junio de 1809.)

NÚMERO 8-10.
He aquí algunos pormenores de tan singular hecho. Era en el otoño de
1805 y daba Mr. Pitt una comida en el campo, a la que asistían los
lores Liverpool (entonces Hawkesbury) Castelreagh, Bashurst y otros,
como también el duque de Wellington (entonces Sir Arthur Wellesley)
que acababa de llegar de la India. Durante la comida recibió Pitt un
pliego, cuya lectura le dejó pensativo. A los postres yéndose los
criados, según la costumbre de Inglaterra o como ellos dicen _the cloth
being removed and the servants out_, dijo Pitt «Malísimas noticias;
Mack se ha rendido en Ulm con 40.000 hombres, y Bonaparte sigue a
Viena sin obstáculo.» Entonces fue cuando exclamaron sus amigos, y
él replicó lo que insertamos en el texto. Como su respuesta era tan
extraordinaria, muchos de los concurrentes, aunque callaron por el
respeto que le tenían, atribuyéronla sobre todo en lo que dijo de
España a desvarío causado por el mal que le oprimía, y de que falleció
tres meses después. Pitt percibiendo en los semblantes el efecto que
habían producido sus primeras palabras, añadió las siguientes bien
memorables. «Sí, señores, la España será el primer pueblo en donde se
encenderá esta guerra patriótica que solo puede libertar a Europa. Mis
noticias sobre aquel país, y las tengo por muy exactas, son de que si
la nobleza y el clero han degenerado con el mal gobierno y están a los
pies del favorito, el pueblo conserva toda su pureza primitiva, y su
odio contra Francia tan grande como siempre, y casi igual a su amor
a sus soberanos. Bonaparte cree y debe creer la existencia de estos
incompatible con la suya, tratará de quitarlos, y entonces es cuando
yo le aguardo con la guerra que tanto deseo.»
Hemos oído esto en Inglaterra a varios de los que estaban allí
presentes: muchas veces ha oído lo mismo al duque de Wellington el
general Don Miguel de Álava, y dicho duque refirió el suceso en una
comida diplomática que dio en París el duque de Richelieu en 1816, y a
la que se hallaban presentes los embajadores y ministros de toda Europa.

FIN DEL TOMO II.
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