Historia del levantamiento, guerra y revolución de España (2 de 5) - 19

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leguas, que partiendo de aquella ciudad se extendía hasta Olesa por el
Coll de Santa Cristina, la Llacuna, Igualada y el Bruch. Las tropas de
dicha línea que estaban fuera de Tarragona pasaban de 15.000 hombres,
y las mandaba Don Juan Bautista de Castro. Las que había dentro de
la plaza a las órdenes inmediatas del general en jefe Don Teodoro
Reding ascendían a unos 10.000 hombres. Según el plan de ataque que
se concertó, debía el general Castro avanzar e interponerse entre el
enemigo y Barcelona, al paso que el general Reding aparecería con 8000
hombres en el Coll de Santa Cristina, descolgándose también de las
montañas y por todos lados los somatenes.
[Marginal: Le atacan los franceses.]
Los franceses en número de 18.000 hombres se alojaban en el Panadés, y
su general en jefe había dejado maniobrar con toda libertad al de los
españoles, confiado en que fácilmente rompería la inmensa línea dentro
de la cual se presumía envolverle. Por fin el 16 de febrero cuando
vio que iba a ser atacado, se anticipó tomando la ofensiva. Para ello
después de haber dejado en el Vendrell la división del general Souham,
salió de Villafranca con la de Pino, debiéndosele juntar las de los
generales Chavot y Chabran cerca de Capelladas, y componiendo las tres
11.000 hombres. Antes de que se uniesen se habían encontrado las tropas
del general Chavot con los españoles, cuyas guerrillas al mando de Don
Sebastián Ramírez habían rechazado las del enemigo y cogido más de 100
prisioneros, entre los que se contó al coronel Carrascosa. Sacó de
apuro a los suyos la llegada del general Saint-Cyr, quien repelió a los
nuestros, y maniobrando después con su acostumbrada destreza, atravesó
la línea española en la dirección de la Llacuna, y con un movimiento
por el costado se apareció súbitamente a la vista de Igualada, y
sorprendió al general Castro, que se imaginaba que solo sería atacado
por el frente. [Marginal: Entran en Igualada.] Vuelto de su error
apresuradamente se retiró a Montmeneu y Cervera, a cuyos parajes ciaron
también en bastante desorden las tropas más avanzadas. Los enemigos
se apoderaron en Igualada de muchos acopios de que tenían premiosa
necesidad, y recobraron los prisioneros que habían perdido la víspera
en Capelladas.
[Marginal: Movimientos de Saint-Cyr y Reding.]
Habiendo cortado de este modo el general Saint-Cyr la línea española,
trató de revolver sobre su izquierda para destruir las tropas que
guarecían los puntos de aquel lado, y unirse al general Souham. Dejó
en Igualada a los generales Chabot y Chabran, y partió el 18 la vuelta
de San Magín, de donde desalojó al brigadier Don Miguel Iranzo,
obligándole a recogerse al monasterio de Santas Cruces, cuyas puertas
en vano intentó el general francés que se le abriesen ni por fuerza ni
por capitulación.
Noticioso en tanto Don Teodoro Reding de lo acaecido con Castro, salió
de Tarragona acompañado de una brigada de artillería, 300 caballos y
un batallón de suizos, con objeto de unir los dispersos y libertar al
brigadier Iranzo. Consiguió que este y una parte considerable de la
demás tropa se le agregasen en el Pla, Sarreal y Santa Coloma. Pero
Saint-Cyr temeroso de ser atacado por fuerzas superiores, estando solo
con la división de Pino, procuró unirse a la de Souham, y colocarse
entre Tarragona y D. Teodoro Reding. Advertido este del movimiento
del enemigo, decidió retroceder a aquella plaza, dejando a cargo de
Don Luis Wimpffen unos 5000 hombres que cubriesen el corregimiento de
Manresa, y observasen a los franceses que habían quedado en Igualada.
Se mandó asimismo a Wimpffen proteger al somatén del Vallés y a los
inmediatos destinados a ayudar la proyectada conspiración de Barcelona.
Moviose después Reding hacia Montblanch llevando 10.000 hombres, y
el 24 congregó a junta para resolver definitivamente si retrocedería
a Tarragona, o si iría al encuentro de los franceses: tanto pesaba
a su atrevido ánimo volver la espalda sin combatir. En el consejo
opinaron muchos por enriscarse del lado de Prades y enderezar la marcha
a Constantí enviando la artillería a Lérida: otros, y fue lo que se
decidió, pensaron ser más honroso caminar con la artillería y los
bagajes por la carretera que pasando entre el Coll de Riba y orillas
del Francolí va a Tarragona, mas con la advertencia de no buscar al
enemigo, ni de esquivar tampoco su encuentro si provocase a la pelea.
Emprendiose la marcha y el 25 al rayar el alba, después de cruzar el
puente de Goy, tropezaron los nuestros con la gran guardia de los
franceses, la cual haciendo dos descargas se recogió al cuerpo de su
división, que era la del general Souham situada en las alturas de Valls.
[Marginal: Batalla de Valls.]
Don Teodoro Reding en vez de proseguir su marcha a Tarragona, conforme
a lo acordado, retrocedió con la vanguardia y se unió al grueso del
ejército que estaba en la orilla derecha del Francolí, colocado en
la cima de unas colinas. Tomada esta determinación empeñose luego
una acción general, a la que sobre todo alentó haber nuestras tropas
ligeras rechazado a las enemigas. El general Castro regía la derecha
española; quedó la izquierda y centro al cargo del general Martí.
La fuerza de los franceses consistía únicamente hasta entonces en la
división de Souham, que teniendo su derecha del lado de Pla apoyaba
su izquierda en el Francolí. En aquel pueblo permanecía el general
Saint-Cyr con la división de Pino, cuya vanguardia cubría el boquete
de Coll de Cabra, hasta que sabedor de haber Reding venido a las manos
con Souham, se apresuró a juntarse con este. Antes de su llegada
combatieron bizarramente los españoles durante cuatro horas, perdiendo
terreno los franceses, los cuales reforzados a las tres de la tarde
cobraron de nuevo ánimo. Entonces hubo generales españoles que creyeron
prudente no aventurar las ventajas alcanzadas contra tropas que venían
de refresco, resolviéndose por tanto a volver a ocupar la primera línea
y proseguir el camino a Tarragona. Mas fuese por impetuosidad de los
contrarios, o por la natural inclinación de Reding a no abandonar el
campo, trabose de nuevo y con mayor ardor la pelea.
Formó el general Saint-Cyr cuatro columnas, dos en el centro con la
división de Pino, y dos en las alas con la de Souham. Pasó el Francolí,
y arremetió subir a la cima en que se habían vuelto a colocar nuestras
tropas. La resistencia de los españoles fue tenacísima, cediendo solo
al bien concertado ataque de los enemigos. Rota después y al cabo de
largo rato la línea en vano se quiso rehacerla, salvándose nuestros
soldados por las malezas y barrancos de la tierra. Alcanzaron a Don
Teodoro Reding algunos jinetes enemigos; defendiose él y los oficiales
que le acompañaban valerosamente, mas recibió cinco heridas y con
dificultad pudo ponerse en cobro. Nuestra pérdida pasó de 2000 hombres:
menor la de los franceses. Contamos entre los muertos oficiales
superiores, y quedó prisionero con otros el marqués de Casteldosríus,
grande de España. Los dispersos se derramaron por todas partes
acogiéndose muchos a Tarragona, a donde llegó por la noche el general
Reding sin que el pueblo le faltase al debido respeto, noticioso de
cuanto había expuesto su propia persona.
[Marginal: Entran los franceses en Reus.]
Los franceses entraron al siguiente día en Reus, cuyos vecinos
permanecieron en sus casas contra la costumbre general de Cataluña,
y el ayuntamiento salió a recibir a los nuevos huéspedes, y aun
repartió una contribución para auxiliarlos. Irritó sobre manera tan
desusado proceder, y desaprobole agriamente el general Reding como de
mal ejemplo. Villa opulenta a causa de sus fábricas y manufacturas
no quiso perder en pocas horas la acumulada riqueza de muchos años.
Extendiéronse los franceses hasta el puerto de Salou, y cortaron la
comunicación de Tarragona con el resto de España. [Marginal: Esperanzas
de Saint-Cyr.] Mucho esperó Saint-Cyr de la batalla de Valls,
principalmente padeciéndose en Tarragona una enfermedad contagiosa
nacida de los muchos enfermos y heridos hacinados dentro de la plaza,
y cuyo número se había aumentado de resultas de un convenio que propuso
el general Saint-Cyr y admitió Reding: según el cual no debían en
adelante considerarse los enfermos y heridos de los hospitales como
prisioneros de guerra, sino que luego de convalecidos se habían de
entregar a sus ejércitos respectivos. Como estaban en este caso muchos
más soldados españoles que franceses, pensaba el general Saint-Cyr que
aumentándose así los apuros dentro de Tarragona, acabaría esta plaza
por abrirle sus puertas. Tenía en ello tanta confianza que conforme él
mismo nos refiere en sus memorias, determinó no alejarse de aquellos
muros mientras que pudiese dar a sus soldados la cuarta parte de una
ración. Conducta permitida si se quiere en la guerra, pero que nunca se
calificará de humana.
[Marginal: Salen vanas.]
Nada logró: los catalanes sin abatirse empezaron por medio de los
somatenes y miqueletes a renovar una guerra destructora. Diez mil
de ellos bajo el general Wimpffen y los coroneles Miláns y Clarós,
atacaron a los franceses de Igualada, y los obligaron con su general
Chabran a retirarse hasta Villafranca. [Marginal: Guerra de somatenes.]
Bloquearon otra vez a Barcelona, y cortando las comunicaciones
de Saint-Cyr con aquella plaza, infundieron nuevo aliento en sus
moradores. Quiso Chabran restablecerlas, mas rechazado retirose
precipitadamente, hasta que insistiendo después con mayores fuerzas y
por orden repetida de su general en jefe, abrió el paso en 14 de marzo.
No pudiendo ya, falto de víveres, sostenerse el general Saint-Cyr
en el campo de Tarragona, se dispuso a abandonar sus posiciones y
acercarse a Vic, como país más provisto de granos y bastante próximo
a Gerona, cuyo sitio meditaba. Debía el 18 de marzo emprender la
marcha: difiriose dos días a causa de un incidente que prueba cuán
hostil se mantenía contra los franceses toda aquella tierra. [Marginal:
Dificultad de las comunicaciones.] Estaba el general Chabot apostado
en Montblanch para impedir la comunicación de Reding con Wimpffen, y
de este con la plaza de Lérida. Oyose un día en los puntos que ocupaba
el ruido de un fuego vivo que partía de más allá de sus avanzadas.
Tal novedad obligole a hacer un reconocimiento, por cuyo medio
descubrió que provenía el estrépito de un encuentro de los somatenes
con 600 hombres y dos piezas que traía un coronel enviado de Fraga
por el mariscal Mortier, a fin de ponerse en relación con el general
Saint-Cyr. A duras penas habían llegado hasta Montblanch, mas no les
fue posible retroceder a Aragón, teniendo después que seguir la suerte
de su ejército de Cataluña. Hecho que muestra de cuán poco había
servido domeñar a Zaragoza, y ganar la batalla de Valls para ser dueños
del país, puesto que a poco tiempo no le era dado a un oficial francés
poder hacer un corto tránsito a pesar de tan fuerte escolta.
[Marginal: Retírase Saint-Cyr de las cercanías de Tarragona.]
Esta ocurrencia, la de Chabran, y lo demás que por todas partes pasaba,
afligía a los franceses viendo que aquella era guerra sin término, y
que en cada habitante tenían un enemigo. Para inspirar confianza y dar
a entender que nada temía, el 19 de marzo antes de salir de Valls envió
el general Saint-Cyr a Reding un parlamentario avisándole que forzado
por las circunstancias a acercarse a la frontera de Francia, partiría
al día siguiente, y que si el general español quería enviar un oficial
con un destacamento, le entregaría el hospital que allí había formado.
Accedió Reding a la propuesta, manifestando con ella el general francés
a su ejército el poco recelo que le daban en su retirada los españoles
de Tarragona, oprimidos con enfermedades y trabajos. Paráronse algunos
días las divisiones francesas del Llobregat allá, y aprovechándose de
su reunión ahuyentaron a Wimpffen del lado de Manresa.
[Marginal: Pasa por Barcelona.]
Entró al paso en Barcelona el general Saint-Cyr, en donde permaneció
hasta el 15 de abril. Durante su estancia no solo se ocupó en la
parte militar, sino que también tomó disposiciones políticas, de las
que algunas fueron sobradamente opresivas. [Marginal: Estado de la
ciudad.] El general Duhesme había en todos tiempos mostrado temor de
las conspiraciones que se tramaban en Barcelona, ya porque realmente
las juzgase graves, o ya también por encarecer su vigilancia. No hay
duda que continuaron siempre tratos entre gentes de fuera de la plaza
y personas notables de dentro, siendo de aquellas principal jefe Don
Juan Clarós, y de estas el mismo capitán general Villalba, sucesor que
habían dado a Ezpeleta los franceses. En el mes de marzo recobrando
ánimo después de pasados algunos días de la rota de Valls, acercose
muchedumbre de miqueletes y somatenes a Barcelona, ayudándoles los
ingleses del lado de la mar; hubo noche que llegaron hasta el glacis,
y aun de dentro se tiraron tiros contra los franceses. En muchas de
estas tentativas estaban quizá los conspiradores más esperanzados de
lo que debieran, y a veces la misma policía aumentaba los peligros, y
aun fraguaba tramas para recomendar su buen celo. Tal se decía de su
jefe el español Casanova, y aun lo sospechaba el general Saint-Cyr,
sirviendo de pretexto el nombre de conjuración para apoderarse de los
bienes de los acusados. Mas con todo no dejó de haber conspiraciones
que fueron reales, y que mantuvieron justo recelo entre los enemigos:
motivo por el que quiso el general Saint-Cyr obligar con juramento a
las autoridades civiles a reconocer a José, del mismo modo que se había
intentado antes con los militares, sin que en ello fuese más dichoso.
[Marginal: Niéganse las autoridades civiles a prestar juramento.]
Hasta entonces no había parecido a Duhesme conveniente exigírselo
deseoso de evitar nueva irritación y disgustos, y se contentaba con
que ejerciesen sus respectivas jurisdicciones: resolución prudente y
que no poco contribuyó a la tranquilidad y buen orden de Barcelona.
Mas ahora cumpliendo con lo que había dispuesto el general Saint-Cyr
convocó al efecto el 9 de abril a la casa de la audiencia a las
autoridades civiles, y señaladamente concurrieron a ella los oidores
Mendieta, Vaca, Córdova, Beltrán, Marchamalo, Dueñas, Lasauca, Ortiz,
Villanueva y Gutiérrez; nombres dignos de mentarse por la entereza y
brío con que se portaron. Abriose la sesión con un discurso en que se
invitaba a prestar el juramento, obligación que se suponía suspendida
a causa de particulares miramientos. Negáronse a ello resueltamente
casi todos, replicando con claras y firmes razones, principalmente los
señores Mendieta y Don Domingo Dueñas, quien concluyó con expresar «que
primero pisaría la toga que le revestía, que deshonrarla con juramentos
contrarios a la lealtad.» Siguieron tan noble ejemplo seis de los
siete regidores que habían quedado en Barcelona: lo mismo hicieron
los empleados en las oficinas de contaduría, tesorería y aduana,
afirmando el contador Asaguirre «que aun cuando toda España proclamase
a José, él se expatriaría.» Veintinueve fueron los que de resultas se
enviaron presos a Monjuich y a la ciudadela, sin contar otros muchos
que quedaron arrestados en sus casas, en cuyo número se distinguían el
conde de Ezpeleta y su sucesor Don Galcerán de Villalba. Al conducirlos
a la prisión el pueblo agolpábase al paso, y mirándolos como mártires
de la lealtad, los colmaba de bendiciones, y les ofrecía todo linaje de
socorros.
[Marginal: Prenden a muchos y los llevan a Francia.]
No satisfecho Saint-Cyr con esta determinación, resolvió poco después
trasladarlos a Francia, medida dura y en verdad ajena de la condición
apacible y mansa que por lo común mostraba aquel general, y tanto menos
necesaria cuanto entre los presos si bien se contaban magistrados
y empleados íntegros y de capacidad, no había ninguno inclinado a
abanderizar parcialidades.
[Marginal: Pasa Saint-Cyr a Vic.]
Tomada esta y otras providencias se alejó el general Saint-Cyr de
Barcelona, y llegó a Vic el 18 de abril, cuya ciudad encontró vacía
de gente, excepto los enfermos, seis ancianos y el obispo. Con
la precipitación lleváronse solamente los vecinos las alhajas más
preciosas, dejando provisiones bastantes que aliviaron la penuria
con que siempre andaba el ejército enemigo. Allí recibió su general
noticias de Francia de que carecía por el camino directo después de
cinco meses, y empezose a preparar para el sitio de Gerona, pensando
que el ejército español no estaba en el caso de poder incomodarle tan
en breve. No se engañaba en su juicio, así por el estado enfermizo y de
desorden en que se hallaba después de la batalla de Valls, [Marginal:
Muerte de Reding.] como también por el fallecimiento del general Reding
acaecido en aquella plaza el 23 de abril. Al principio no se habían
creído sus heridas de gravedad, pero empeorándose con las aflicciones
y sinsabores pusieron término a su vida. Reding general diligente y
de gran denuedo mostrose, aunque suizo de nación, [Marginal: Sucédele
Coupigny.] tan adicto a la causa de España, como si fuera hijo de su
propio suelo. Sucediole interinamente el marqués de Coupigny.
La guerra de somatenes siempre proseguía encarnizadamente, y largos
y difíciles de contar serían sus particulares y diversos trances.
Muestra fue del ardor que los animaba la vigorosa [Marginal: Paisanos
del Vallés.] respuesta de los paisanos del Vallés a la intimación que
los franceses les hicieron de rendirse. «El general Saint-Cyr [decían]
y sus dignos compañeros podrán tener la funesta gloria de no ver en
todo este país más que un montón de ruinas... pero ni ellos ni su amo
dirán jamás que este partido rindió de grado la cerviz a un yugo que
justamente rechaza la nación.»
[Marginal: Principio de las partidas en todo el reino.]
Tal género de guerra cundió a todas las provincias nacido de las
circunstancias y por acomodarse muy mucho a la situación física y
geográfica de esta tierra de España, entretejida y enlazada con los
brazos y ramales de montañas y sierras que como de principal tronco
se desgajan de los Pirineos y otras cordilleras, las cuales aunque
interrumpidas a veces por parameras, tendidas llanuras y deliciosas
vegas, acanalando en unas partes los ríos, y en otras quebrando y
abarrancando el terreno con los torrentes y arroyadas que de sus cimas
descienden, forman a cada paso angosturas y desfiladeros propios para
una guerra defensiva y prolongada. No menos ayudaba a ella la índole
de los naturales, su valor, la agilidad y soltura de los cuerpos, su
sencillo arreo, la sobriedad y templanza en el vivir que los hace por
lo general tan sufridores de la hambre, de la sed y trabajos. Hubo
sitios en que guerreaba toda la población: así acontecía en Cataluña,
así en Galicia, según luego veremos, así en otras comarcas. En los
demás parajes levantáronse bandas de hombres armados, a las que se dio
el nombre de _guerrillas_. Al principio cortas en número crecieron
después prodigiosamente, y acaudilladas por jefes atrevidos recorrían
la tierra ocupada por el enemigo y le molestaban como tropas ligeras.
Sin subir a Viriato puede con razón afirmarse que los españoles se
mostraron siempre inclinados a este linaje de lides, que se llaman en
la 2.ª Partida correduras y algaras, fruto quizá de los muchos siglos
que tuvieron aquellos que pelear contra los moros, en cuyas guerras
eran continuas las correrías a que debieron su fama los Vivares y los
Munios Sanchos de Hinojosa. En la de sucesión, aunque varias provincias
no tomaron parte por ninguno de los pretendientes, aparecieron no
obstante cuadrillas en algunos parajes, y con tanta utilidad a veces
de la bandera de la casa de Borbón, que el marqués de Santa Cruz de
Marcenado en sus reflexiones militares las recomienda por los buenos
servicios que habían hecho los paisanos de Benavarre. En la guerra
contra Napoleón nacieron más que de un plan combinado de la naturaleza
de la misma lucha. Engruesábanlas con gente las dispersiones de los
ejércitos, la falta de ocupación y trabajo, la pobreza que resultaba, y
sobre todo la aversión contra los invasores viva siempre y mayor cada
día por los males que necesariamente causaban sus tropas en guerra tan
encarnizada.
[Marginal: Decreto de la central.]
La junta central sin embargo previendo cuán provechoso sería no dar
descanso al enemigo y molestarle a todas horas y en todos sentidos,
imaginó la formación de estos cuerpos francos, y al efecto publicó un
reglamento en 28 de diciembre de 1808 en que despertando la ambición y
excitando el interés personal, trataba al mismo tiempo de poner coto
a los desmanes y excesos que pudieran cometer tropas no sujetas a la
rigurosa disciplina de un ejército. Nunca se practicó este reglamento
en muchas de sus partes, y aún no había circulado por las provincias
cuando ya las recorrían algunos partidarios. [Marginal: Porlier.]
Fue uno de los primeros Don Juan Díaz Porlier, a quien denominaron
el Marquesito por creerle pariente de Romana. Oficial en uno de los
regimientos que se hallaron en la acción de Burgos, tuvo después
encargo de juntar dispersos, y situose con este objeto en San Cebrián
de Campos a tres leguas de Palencia. Allegó en diciembre de 1808 alguna
gente, y ya en enero sorprendió destacamentos enemigos en Frómista,
Rivas y Paredes de Nava, en donde se pusieron en libertad varios
prisioneros ingleses, señalándose por su intrepidez Don Bartolomé Amor,
segundo de Porlier. Próximo este a ser cogido en Saldaña y dispersada
su tropa, juntola de nuevo, haciéndose dueño en febrero del depósito de
prisioneros que tenían los franceses en Sahagún, y de más de 100 de sus
soldados. Creció entonces su fama, difundiose a Asturias, y la junta le
suministró auxilios, con lo que, y engrosada su partida, acometió a la
guarnición enemiga de Aguilar de Campóo, compuesta de 400 hombres y dos
cañones, siendo curioso el modo que empleó para rendirlos.
Encerrados los franceses en su cuartel bien pertrechados y sostenidos
por su artillería, dificultoso era entrarlos a viva fuerza. Viendo esto
Porlier hizo subir algunos de los suyos a la torre, y de allí arrojar
grandes piedras, que cayendo sobre el tejado del cuartel, le demolieron
y dejaron descubiertos a los franceses obligándolos a entregarse
prisioneros. Concluyó otras empresas con no menor dicha.
[Marginal: Don Juan Echávarri.]
No fue tanta entonces la de Don Juan Fernández de Echávarri que, con
nombre de Compañía del Norte, levantó una cuadrilla que corría la
montaña de Santander y señorío de Vizcaya, pues preso él y algunos
de sus compañeros en 30 de marzo, fue sentenciado a muerte por
un tribunal criminal extraordinario que a manera del de Madrid
se estableció en Bilbao, el cual en este y otros casos ejerció
inhumanamente su odioso ministerio.
[Marginal: El Empecinado.]
Otras partidas de menos nombre nacieron y comenzaron a multiplicarse
por todas las provincias ocupadas. Distinguiose desde los principios la
de Don Juan Martín Díez que llamaron el _Empecinado_ [apodo que dan los
comarcanos a los vecinos de Castrillo de Duero de donde era natural].
Soldado licenciado después de la guerra de Francia de 1793, pasaba
honradamente la vida dedicado a la labranza en la villa de Fuentecén.
Mal enojado como todos los españoles con los acontecimientos de abril
y mayo de 1808, dejó la esteva y empuñó la espada, hallándose ya en
las acciones de Cabezón y Rioseco. Persiguiéronle después envidias
y enemistades, y le prendieron en el Burgo de Osma, de donde se
escapó al entrar los franceses. Luego que se vio libre reunió gente
ayudado de tres hermanos suyos; y empezando en diciembre a molestar al
enemigo, recorrió en enero y febrero con fruto los partidos de Aranda,
Segovia, tierra de Sepúlveda y Pedraza. Aunque acosado en seguida por
los enemigos, internándose en Santa María de Nieva, recogió en sus
cercanías muchos caballos y hombres. Con tales hechos se extendió la
fama de su nombre, mas también el perseguimiento de los franceses
que enviaron en su alcance fuerzas considerables, y prendieron como
en rehenes a su madre. Casi rodeado salvose en la primavera con su
partida, y sin abandonar ninguno de los prisioneros que había hecho,
yendo por las sierras de Ávila, se guareció en Ciudad Rodrigo. Llegaron
entonces a noticia de la central sus correrías, y le condecoró con
el grado de capitán. También por los meses de abril y mayo tomó las
armas y formó partida Don Jerónimo Merino cura de Villoviado. Lo mismo
hicieron, otros muchos, de los que y de sus cuadrillas suspenderemos
hablar hasta que ocurra algún hecho notable o refiramos lo que pasaba
en las provincias en que tenían su principal asiento.
[Marginal: Ciudad Rodrigo y Wilson.]
Ayudaron al principio mucho a estas partidas, amparándolas en sus
apuros las plazas y puntos que todavía quedaban libres. Acabamos de
ver como el Empecinado se abrigó a Ciudad Rodrigo, en cuya plaza y
sus alrededores solía permanecer el digno e incansable jefe inglés
Sir Roberto Wilson. Asistido de su legión lusitana a la que se habían
agregado españoles e ingleses dispersos, y una corta fuerza bajo Don
Carlos de España, protegía a nuestros partidarios e incomodaba al
general Lapisse colocado en Ledesma y Salamanca. Este aunque al frente
de 10.000 hombres y con mucha artillería, apenas había hecho cosa
notable hasta abril desde enero en que se apoderó de Zamora, ciudad
casi abandonada. Solo en 2 de marzo esperanzado en malos tratos se
presentó delante de Ciudad Rodrigo para entrar de rebate la plaza, mas
el aviso de buenos españoles y la diligencia de Wilson le impidieron
salir adelante con su proyecto, incomodándole este continuamente aun en
sus mismos reales.
[Marginal: Asturias.]
Por aquel tiempo Asturias, provincia que después de la invasión de
Galicia era la sola libre entre las del norte, mostrose firme, y
continuó desplegando sus patrióticos sentimientos. [Marginal: La
junta.] Gobernábala la misma junta que se había congregado en 1808,
compuesta de hacendados y personas principales del país. Dio para
el armamento y defensa enérgicas providencias; que la malquistaron
con muchos. Tales fueron un alistamiento general sin excepción de
clase ni persona; el repartimiento extraordinario a toda la provincia
de 2.000.000 de reales, y el de otras sumas entre los más ricos
capitalistas y propietarios, la rebaja de sueldos a los empleados;
y por último el haber mandado a las corporaciones eclesiásticas que
tuviesen a su disposición los caudales que existieran en sus depósitos.
Con estos recursos hubo bastante para hacer frente a los considerables
gastos que ocasionaron las dispersiones de Espinosa y las posteriores;
y arreglar de nuevo y aumentar la fuerza necesaria para la defensa del
principado.
[Marginal: Ballesteros.]
Uno de los puntos que urgía poner al abrigo de un impensado ataque era
el del lado oriental, por donde los enemigos se habían extendido hasta
más acá de San Vicente de la Barquera. Juntáronse las pocas tropas que
quedaban, y se pusieron a las órdenes de Don Francisco Ballesteros; que
de capitán retirado y visitador de tabacos había ascendido a mariscal
de campo en la profusión de grados que se concedieron. Contentose al
principio el nuevo general con ocupar las orillas del río Sella, hasta
que reforzado avanzó en enero de 1809 a Colombres y riberas del Deva.
Descubrieron luego Ballesteros y otros jefes suma actividad y celo,
esmerándose en la instrucción y disciplina de subalternos y soldados.
Y en aquel campo al paso que se perfeccionaron unos y otros en los
ejercicios de su profesión, habituáronse también al fuego, no estando
separados del enemigo sino por el Deva, y al fin se alcanzó formar una
división que regida por Ballesteros adquirió justo renombre en el curso
de la guerra.
[Marginal: Sus operaciones en Colombres.]
Antes de empezar febrero ascendía dicha fuerza a 5000 hombres, y el
6 del mismo desalojó ya a la del enemigo de la línea que ocupaba,
incomodándole con frecuencia, y casi siempre ventajosamente. Hubo
ocasiones en que las refriegas fueron de más empeño, sobre todo una
acaecida en fines de abril, consiguiendo los nuestros penetrar basta
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