Historia del levantamiento, guerra y revolución de España (2 de 5) - 15

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[Marginal: Situación de los españoles.]
Al otro lado habían reunido los españoles el suyo que con la derrota
del 16 y dispersión que ella causó en todas las tropas no ascendía
arriba de 10.000 infantes y 900 caballos con artillería numerosa. Allí
llegó el general Vives que se había embarcado en Mataró, y que después
de aprobar las medidas tomadas en su ausencia pasó a Villafranca para
obrar en unión con la junta del principado.
Luego que se alejó asomaron los franceses, e indeciso Don Teodoro
Reding de si se retiraría o no, consultó al general en jefe que tardó
en contestar, haciéndolo al fin de un modo ambiguo, lo cual decidió
al primero a sostenerse en su puesto. El ejército español estaba
atrincherado en la margen derecha del Llobregat, en las colinas en que
rematan las alturas de Ordal, extendiéndose desde San Vicente hasta
Pallejá. Mandaba la derecha el brigadier D. Gaspar Gómez de la Serna,
la izquierda el mariscal de Campo Cuadrado, manteniéndose Reding
juntamente con Caldagués en uno de los reductos que habían levantado en
el camino real de Valencia.
[Marginal: Batalla de Molins de Rey.]
El enemigo al alborear del 21 empezó su ataque. Apostose el general
Chabran en Molins de Rey, que estaba a la derecha de los franceses, y
de donde la batalla tomó el nombre; vadeando la división del general
Pino el Llobregat por San Feliú, al tiempo que Souham con su tropa
le cruzaba por San Juan del Pi. Habían en un principio creído los
españoles que su izquierda sería la primera atacada, mas cerciorados
de lo contrario mejoraron su posición, haciendo los peones acertado
fuego. El desaliento no obstante era grande desde la acción de Llinas,
y no había corrido suficiente tiempo para que se borrase en la mente
del soldado tan funesta impresión. Envolvieron los enemigos la derecha
española; arrojáronla sobre el centro, y cayendo unos y otros sobre
la izquierda, ya no hubo sino desconcierto, acorralados los nuestros
contra el puente de Molins de Rey. [Marginal: Derrota de los españoles
y tristes resultas.] A las diez de la mañana llegó Vives solamente para
presenciar la destrucción de los suyos. El ejército español estuvo muy
expuesto a ser del todo cogido por los franceses, a no haberse los
soldados desbandado y tirado cada uno por donde encontró salida. Fue
considerable nuestra pérdida, principalmente de jefes: el brigadier la
Serna murió en Tarragona de las cuchilladas recibidas; el de Caldagués
cayó prisionero y lo mismo varios coroneles. Quedó en poder de los
contrarios toda la artillería.
Por loable que fuera el deseo que animaba al general Reding, con razón
debió tacharse de extrema imprudencia el aventurar una acción con un
ejército que además de novel, acababa pocos días antes de ser deshecho
y en parte disperso. Así fue que el general Saint-Cyr maniobrando con
sumo arte, sin grande esfuerzo desbarató completamente nuestras filas
atropellándose unos soldados sobre otros. Aciagas y de trascendencia
fueron las resultas. Perdiéronse las armas que arrojaron los infantes,
se abandonaron los cuantiosos almacenes que había en el Llobregat, en
Villafranca de Panadés y en Villanueva de Sitges, y en fin, deshízose
enteramente el ejército. Cataluña quedó casi toda ella a merced del
vencedor, que no solo forzó el paso del Bruch para él tan ominoso, sino
que también derramó por todas partes el espanto y la desolación.
[Marginal: Embarazosa también la situación de Saint-Cyr.]
Admiró a algunos que el general Saint-Cyr permaneciese ocioso,
alcanzadas tales ventajas, y atribuíanlo a la condición perezosa de que
le tachaban. Pero otros motivos obraron en su mente para proceder con
lentitud y circunspección. Había en su ejército a pesar de los acopios
cogidos mucha escasez por la necesidad de abastecer a Barcelona; el
país que le rodeaba estaba ya agotado, la comunicación con Francia no
fácil, y los obstáculos mayores cada día por el pronto retoño de la
guerra de somatenes, contra cuyos continuos y desparramados esfuerzos
se estrellaba la pericia de los generales franceses.
[Marginal: Acontecimientos de Tarragona.]
Era por cierto situación esta embarazosa para ellos, y de grande ayuda
para los españoles, cuyos dispersos se iban allegando a Tarragona. En
sus muros alborotose el pueblo, y amenazó de muerte al general Vives,
quien para preservarse de una catástrofe casi inevitable, rotos los
vínculos de la subordinación, dejó el mando, [Marginal: Sucede Reding a
Vives.] que recayó en Don Teodoro Reding, grato a la opinión popular.
Poco a poco recobró la autoridad su fuerza, la junta se trasladó a
Tortosa, y el nuevo general con actividad y celo empezó a arreglar
el ejército, a la sazón descompuesto e insubordinado. Todo anunciaba
mejora, mas todo se malogró, como veremos después por la fatal manía de
dar batallas, y también por el laudable deseo de socorrer a Zaragoza.
[Marginal: Segundo sitio de Zaragoza.]
Esta ciudad, si bien ilustró su nombre en el primer sitio, ahora le
engrandeció en el segundo, perpetuándole con nuevas proezas y con
su imperturbable constancia, en medio de padecimientos y angustias.
Situada no lejos de la frontera de Francia temiose contra ella ya
en septiembre un nuevo y más terrible acometimiento. [Marginal:
Preparativos de defensa.] Palafox como general advertido aprestose a
repelerle, fortificando con esmero y en cuanto se podía población tan
extensa y descubierta. Encargó la dirección de las obras a Don Antonio
Sangenís, ya célebre por lo que trabajó en el primer sitio. El tiempo
y los medios no permitían convertir a Zaragoza en plaza respetable.
Hubo varios planes para fortalecerla: adoptose como más fácil el de
una fortificación provisional, aprovechándose de los edificios que
había en su recinto. Por la margen derecha del Ebro se recompuso y
mejoró el castillo de la Aljafería, estableciendo comunicación con el
Portillo por medio de una doble caponera, y asegurando bastantemente
la defensa hasta la Puerta de Sancho. Del otro lado del castillo hasta
el puente de Huerva se habían fortificado los conventos intermedios,
se había levantado un terraplén revestido de piedra, abierto en partes
un foso y construido en el mismo puente un reducto que se denominó del
Pilar. De allí un atrincheramiento doble se extendía al monasterio de
Santa Engracia, cuyas ruinas se habían grandemente fortalecido. En
seguida y hasta el Ebro defendían la ciudad varias obras y baterías,
no habiéndose descuidado fortificar el convento de San José, que
situado a la derecha de Huerva descubría los ataques del enemigo, y
protegía las salidas de los sitiados. En el monte Torrero solo se
levantó un atrincheramiento, no creyendo el puesto susceptible de larga
resistencia. Por la ribera izquierda del Ebro se resguardó el Arrabal
con reductos y flechas, revestidos de ladrillo o adobe, haciendo
además cortaduras en las calles y aspillerando las casas. Otro tanto
se practicó en la ciudad, tapiando los pisos bajos, atronerando los
otros y abriendo comunicaciones por las paredes medianeras. Las quintas
y edificios, los jardines y los árboles que en derredor del recinto
quedaban aún en pie después de los destrozos del primer sitio, se
arrasaron para despejar los contornos. Todos los moradores a porfía y
con afanado ahinco coadyuvaron a la pronta conclusión de los trabajos
emprendidos.
La artillería no era en general de grueso calibre. Había unas 60
piezas de a 16 y 24, sacadas por la mayor parte del canal en donde los
franceses las habían arrojado: apenas se hizo uso de los morteros por
falta de bombas. Se reservaban en los almacenes provisiones suficientes
para alimentar 15.000 hombres durante seis meses; cada vecino tenía un
acopio particular para su casa, y los conventos muchas y considerables
vituallas. En un principio no se contaba para la defensa sino con
14 o 15.000 hombres: aumentáronse hasta 28.000 con los dispersos de
Tudela que se incorporaron a la guarnición. Era segundo de Palafox
Don Felipe Saint-March; mandaba la artillería el general Villalba, y
los ingenieros el coronel Sangenís. Componíase la caballería de 1400
hombres a las órdenes del general Butrón.
[Marginal: Disposiciones de los franceses.]
Los franceses después de la batalla de Tudela también se preparaban por
su parte a comenzar el sitio, reuniendo en Alagón las tropas y medios
necesarios. El mariscal Moncey aguardaba allí con el tercer cuerpo la
llegada del quinto que mandaba el mariscal Mortier, destinados ambos a
aquel objeto, y ascendiendo sus fuerzas reunidas a 35.000 hombres, sin
contar con seis compañías de artillería, ocho de zapadores y tres de
minadores que se agregaron. Mandaba la primera el general Dedon, y los
ingenieros el general Lacoste. A todos y en jefe debía capitanear el
mariscal Lannes, que por indisposición se detuvo algunos días en Tudela.
[Marginal: Preséntanse delante de Zaragoza.]
Unidos en Alagón el 19 de diciembre los mencionados tercero y quinto
cuerpo, presentáronse el 20 delante de Zaragoza, uno por la ribera
derecha del Ebro, otro por la izquierda. Antes de formalizar el sitio
pensó el mariscal Moncey general en jefe por ausencia de Lannes, en
apoderarse del monte Torrero, que resguardaba con 5000 hombres Don
Felipe Saint-March. [Marginal: El mariscal Moncey se apodera del monte
Torrero.] Para ello al amanecer del 21 coronaron sus tropas las alturas
que dominan aquel sitio, al mismo tiempo que distrayendo la atención
por nuestra izquierda, se enseñorearon, por la derecha, del puente
de la Muela y de la Casa Blanca. Desde allí flanquearon la batería
de Buena Vista, en la que volándose un repuesto de granadas con una
arrojada por los enemigos, causó desorden y obligó a los nuestros a
abandonar el puesto. Entonces Saint-March descubierto por su derecha
pegó fuego en Torrero al puente de América, y se replegó al reducto del
Pilar, en donde repelidos los enemigos tuvieron que hacer alto. De mal
pronóstico era para la defensa de Zaragoza la pérdida de Torrero: en
el anterior sitio igual hecho había costado la vida al oficial Falcó:
en el actual avínole bien a Saint-March para no ser perseguido la
particular protección de Palafox.
[Marginal: Son rechazados los franceses en el Arrabal.]
Compensose en algo este golpe con lo acaecido en el Arrabal el mismo
día. Queriendo tomarle el general Gazan empezó por acometer a los
suizos del ejército español que estaban en el camino de Villamayor:
superior en número los obligó a retirarse a la torre del Arzobispo, en
donde si bien se defendieron con el mayor valor, dándoles ejemplo su
jefe Don Adriano Walker, quedaron allí los más muertos o prisioneros.
Animados los franceses embistieron tres de las baterías del Arrabal, en
cuyo paraje mandaba Don José Manso. Durante cinco horas persistieron
en sus acometidas. Infructuosamente llegaron algunos hasta el pie de
los cañones del Rastro y el Tejar. El coronel de artillería Don Manuel
Velasco que dirigía los fuegos, cubriose aquel día de gloria por su
acierto y bizarra serenidad. Mucho igualmente influyó con su presencia
Don José de Palafox, que acudía adonde mayor peligro amagaba. El éxito
fue muy feliz para los españoles, y el haber sido rechazado el enemigo,
así en este como en otros puntos, comunicó aliento a los aragoneses,
[Marginal: Intimación a la plaza. (* Ap. n. 7-4.)] y convenció al
francés que tampoco en esta ocasión sería ganada de rebate la ciudad de
Zaragoza. Por eso recurrió igualmente el mariscal Moncey a la vía de
la negociación; mas Palafox desechó su propuesta con ánimo levantado y
arrogante.[*]
[Marginal: Bloqueo y ataques que preparan los franceses.]
Los franceses trataron entonces de establecer un riguroso bloqueo.
Del lado del Arrabal el general Gazan inundó el terreno para impedir
las salidas de los sitiados, los cuales el 25 al mando de Don Juan
O’Neille desalojaron a los enemigos del soto de Mezquita, obligándolos
a retirarse hasta las alturas de San Gregorio. Por la derecha del río
propuso el general Lacoste tres ataques, uno contra la Aljafería, y los
otros dos contra el puente de Huerva y convento de San José, punto que
miraban los enemigos como más flaco por no haber detrás en el recinto
de la plaza muro terraplenado. Empezaron a abrir la trinchera en la
noche del 29 al 30 de diciembre.
[Marginal: Salida del general Butrón.]
Notando los españoles que avanzaban los trabajos de los sitiadores,
se dispusieron el 31 a hacer una salida mandada por el brigadier Don
Fernando Gómez de Butrón. Fingiose un ataque en todo lo largo de la
línea, enderezándose nuestra gente a acometer la izquierda enemiga.
Mas advertido Butrón de que por la llanura que se extiende delante de
la Puerta de Sancho se adelantaba una columna francesa, prontamente
revolvió sobre ella, y dándole una carga con la caballería la arrolló
y cogió 200 prisioneros. Palafox para estimular a la demás tropa, y
borrar la funesta impresión que pudieran causar las tristes noticias
del resto de España, recompensó a los soldados de Butrón con el
distintivo de una cruz encarnada.
[Marginal: Reemplaza Junot a Moncey.]
El 1.º de enero reemplazó en el mando en jefe al mariscal Moncey el
general Junot duque de Abrantes. En aquel día los sitiadores para
adelantarse salieron de las paralelas de derecha y centro, perdiendo
mucha gente, [Marginal: Sale Mortier para Calatayud.] y el mariscal
Mortier, disgustado del nombramiento de Junot, partió para Calatayud
con la división del general Suchet, lo cual disminuyó momentáneamente
las fuerzas de los franceses.
[Marginal: Empieza el bombardeo. Ataques contra San José y reducto del
Pilar.]
Estos habiendo establecido el 9 ocho baterías, empezaron en la mañana
del 10 el bombardeo, y a batir en brecha el reducto del Pilar y el
convento de San José, que aunque bien defendido por Don Mariano
Renovales, no podía resistir largo tiempo. Era edificio antiguo,
con paredes de poco espesor, y que desplomándose, en vez de cubrir
dañaban con su caída a los defensores. Hiciéronse sin embargo notables
esfuerzos, [Marginal: Manuela Sancho.] sobresaliendo en bizarría una
mujer llamada Manuela Sancho, de edad de veinticuatro años, natural de
Plenas en la serranía. El 11 dieron los franceses el asalto, teniendo
que emplear en su toma las mismas precauciones que para una obra de
primer orden.
Alojados en aquel convento fueron dueños de la hondonada de Huerva,
pero no podían avanzar al recinto de la plaza sin enseñorearse del
reducto del Pilar, cuyos fuegos los incomodaban por su izquierda. El 11
también este punto había sido atacado con empeño, sin que los franceses
alcanzasen su objeto. Mandaba Don Domingo Larripa, y se señaló con sus
acertadas providencias, así como el oficial de ingenieros Don Marcos
Simonó, y el comandante de la batería Don Francisco Betbezé. Por la
noche hicieron los nuestros una salida que difundió el terror en el
campo enemigo, hasta que su ejército vuelto en sí y puesto sobre las
armas obligó a la retirada. Arrasado el 15 el reducto, quedando solo
escombros y muertos los más de los oficiales que le defendían, fue
abandonado entre ocho y nueve de la noche, volando al mismo tiempo el
puente de Huerva, en que se apoyaba su gola.
[Marginal: Resolución de los moradores.]
Entre este y el Ebro del lado de San José no restaba ya a Zaragoza
otra defensa sino su débil recinto y las paredes de sus casas; pero
habitadas estas por hombres resueltos a pelear de muerte, allí empezó
la resistencia más vigorosa, más tenaz y sangrienta.
[Marginal: Enfermedades y contagio.]
De la determinación de defender las casas nació la necesidad de
abandonarlas, y de que se agolpase parte de la población a los barrios
más lejanos del ataque, con lo cual crecieron en ellos los apuros y
angustias. El bombardeo era espantoso desde el 10, y para guarecerse
de él, amontonándose las familias en los sótanos, inficionaban el aire
con el aliento de tantos, con la falta de ventilación, y el continuado
arder de luces y leña. De ello provinieron enfermedades que a poco se
transformaron en horroroso contagio. Contribuyeron a su propagación
los malos y no renovados alimentos, la zozobra, el temor, la no
interrumpida agitación, las dolorosas nuevas de la muerte del padre,
del esposo, del amigo; trabajos que a cada paso martillaban el corazón.
Los franceses continuaron sus obras concluyendo el 21 la tercera
paralela de la derecha, y entonces fijaron el emplazamiento de
contrabaterías y baterías de brecha del recinto de la plaza. Procuraban
los españoles por su parte molestar al enemigo con salidas, y
ejecutando acciones arrojadas, largas de referir.
[Marginal: Temores de los franceses.]
No solo padecían los franceses con el daño que de dentro de Zaragoza se
les hacía, sino que también andaban alterados con el temor de que de
fuera los atacasen cuadrillas numerosas: y se confirmaron en ello con
lo acaecido en Alcañiz. Por aquella parte y camino de Tortosa habían
destacado para acopiar víveres al general Wathier con 600 caballos y
1200 infantes. [Marginal: Gente que perdieron en Alcañiz.] En su ruta
fue este molestado por los paisanos y algunos soldados sueltos, en
términos que deseoso de destruirlos los acosó hasta Alcañiz, en cuyas
calles los perseguidos y los moradores defendiéronse con tal denuedo
que para enseñorearse de la población perdieron los franceses más de
400 hombres.
Acrecentose su desasosiego con las voces esparcidas de que el marqués
de Lazán y Don Francisco Palafox venían al socorro de Zaragoza; voces
entonces falsas, pues Lazán estaba lejos en Cataluña, y su hermano Don
Francisco, si bien había pasado a Cuenca a implorar la ayuda del duque
del Infantado, no le fue a este lícito condescender con lo que pedía.
Daba ocasión al engaño una corta división de 4 a 5000 hombres que Don
Felipe Perena, saliendo de Zaragoza, reunió fuera de sus muros, y la
cual, ocupando a Villafranca, Leciñena y Zuera, recorría la comarca.
Por escasas que fuesen semejantes fuerzas instaba a los franceses
destruirlas: cuando no, podían servir de núcleo a la organización de
otras mayores. [Marginal: Llegada del mariscal Lannes.] Favoreció a su
intento la llegada el 22 de enero del mariscal Lannes. Restablecido
de su indisposición acudía este a tomar el mando supremo del tercero
y quinto cuerpo, que mandados separadamente por jefes entre sí
desavenidos, no concurrían a la formación del sitio con la debida unión
y celeridad. Puesto ahora el poder en una sola mano notáronse luego sus
efectos. [Marginal: Llama a Mortier.] Por de pronto ordenó Lannes al
mariscal Mortier que de Calatayud volviese con la división del general
Suchet, y que con ella, y el apoyo de la de Gazan que bloqueaba el
Arrabal, [Marginal: Dispersa este a Perena.] marchase al encuentro de
la gente de Perena, que los franceses creían ser Don Francisco de
Palafox. Aquel oficial dejando hacia Zuera alguna fuerza, replegose con
el resto desde Perdiguera, donde estaba, a nuestra Señora de Magallón.
Gente la suya nueva y allegadiza, ahuyentáronla fácilmente los
franceses de las cercanías de Zaragoza, y pudieron continuar el sitio
sin molestia ni diversión de afuera.
Redoblando pues su furia contra la ciudad abrieron espaciosa brecha en
su recinto, y ya no les quedaba sino pasar el Huerva para intentar el
asalto. Construyeron dos puentes, y en la orilla izquierda dos plazas
de armas donde se reuniese la gente necesaria al efecto. Los nuestros,
sin dejar de defender algunos puntos aislados que les quedaban fuera,
perfeccionaban también sus atrincheramientos interiores.
[Marginal: Asalto de los franceses al recinto de la ciudad.]
El 27 determinaron los enemigos dar el asalto. Dos brechas practicables
se les ofrecían, una enfrente del convento de San José, y otra más a
la derecha cerca de un molino de aceite que ocupaban. En el ataque
del centro habían también abierto una brecha en el convento de Santa
Engracia, y por ella y las otras dos corrieron al asalto en aquel
día a las doce de la mañana. La campana de la torre nueva avisó a
los sitiados del peligro. Todos a su tañido se atropellaron a las
brechas. Por la del molino embistieron los franceses, y se encaramaron
sin que los detuvieran dos hornillos a que se prendió fuego; mas
un atrincheramiento interior y una granizada de balas, metralla
y granadas, los forzaron a retirarse, limitándose a coronar con
dificultad lo alto de la brecha por medio de un alojamiento. Enfrente
de San José, rechazados repetidas veces, consiguieron al fin meterse
desde la brecha en una casa contigua, y hubieran pasado adelante a no
haberlos contenido la intrepidez de los sitiados. El ataque contra
Santa Engracia, si bien al principio ventajoso al enemigo, saliole
después más caro que los otros. Tomaron en efecto sus soldados aquel
monasterio, enseñoreáronse del convento inmediato de las Descalzas,
y enfilando desde él la larga cortina que iba de Santa Engracia al
puente de Huerva obligaron a los españoles a abandonarla. Alentados los
franceses con la victoria se extendieron hasta la Puerta del Carmen,
y llevados de igual ardor los que de ellos guardaban la paralela del
centro, acometieron por la izquierda, se hicieron dueños del convento
de Trinitarios descalzos, y ya avanzaban a la Misericordia cuando se
vieron abrasados con el fuego de dos cañones, y el daño que recibían
de calles y casas. Los nuestros persiguiéndolos hicieron una salida,
y hasta se metieron en el convento de trinitarios, que fuera otra
vez suyo sin el pronto socorro que trajo a los contrarios el general
Morlot. Murieron de los franceses 800 hombres, en cuyo número se
contaron varios oficiales de ingenieros.
[Marginal: Muerte de Sangenís.]
Pero de esta clase tuvieron los españoles que llorar al siguiente día
la dolorosa pérdida del comandante Don Antonio Sangenís, que fue muerto
en la batería llamada Palafox al tiempo que desde ella observaba los
movimientos del enemigo. Tenía cuarenta y tres años de edad, y amábanle
todos por ser oficial valiente, experimentado y entendido. Y aunque de
condición afable, era tal su entereza que desde el primer sitio había
dicho: «no se me llame a consejo si se trata de capitular, porque nunca
será mi opinión que no podamos defendernos.»
[Marginal: Estragos de bombardeo y epidemia.]
El bombardeo mientras tanto continuaba sus estragos, siendo mayores
los de la epidemia, de que ya morían 350 personas por día, y los hubo
en que fallecieron 500. Faltaban los medicamentos, estaban henchidos
de enfermos los hospitales, costaba una gallina cinco pesos fuertes,
carecíase de carne y de casi toda legumbre. Ni había tiempo ni espacio
para sepultar los muertos, cuyos cadáveres hacinados delante de las
iglesias, esparcidos a veces y desgarrados por las bombas, ofrecían
a la vista espantoso y lamentable espectáculo. Confiado el mariscal
Lannes de que en tal aprieto se darían a partido los españoles,
sobre todo si eran noticiosos de lo que en otras partes ocurría,
[Marginal: Intimación de Lannes. Dicho de Palafox.] envió un parlamento
comunicando los desastres de nuestros ejércitos y la retirada de los
ingleses. Mas en balde: los zaragozanos nada escucharon; en vez de
amilanarse crecía su valor al par de los apuros. Su caudillo, firme
como ellos, repetía: «defenderé hasta la última tapia.»
[Marginal: Resistencia en casas y edificios.]
Los franceses entonces yendo adelante en sus embestidas, inútilmente
quisieron el 28 y 29 apoderarse por su derecha de los conventos de
San Agustín y Santa Mónica. Tampoco pudieron vencer el obstáculo de
una casa intermedia que les quedaba para penetrar en la calle de la
Puerta quemada. Lo mismo les sucedió con una manzana contigua a Santa
Engracia, empezando entonces a disputarse con encarnizamiento la
posesión de cada casa, y de cada piso, y de cada cuarto.
[Marginal: Minas de los franceses.]
Siendo muy mortífero para los franceses este desconocido linaje de
defensa, resolvieron no acometer a pecho descubierto, y emprendieron
por medio de minas una guerra terrible y escondida. Aunque en ella les
daban su saber y recursos grandes ventajas, no por eso se abatieron
los sitiados; y sosteniéndose entre las ruinas y derribos que causaban
las minas enemigas, no solo procuraban conservar aquellos escombros,
sino que también querían recuperar los perdidos. Intentáronlo aunque en
vano con el convento de Trinitarios descalzos. La lid fue porfiada y
sangrienta; quedó herido el general francés Rostollant y muertos muchos
de sus oficiales. Nuestros paisanos y soldados abalanzábanse al peligro
como fieras. [Marginal: Patriotismo y fervor de algunos eclesiásticos.]
Y sacerdotes piadosos y atrevidos no cesaban de animarlos con sus
lenguas y dar consuelos religiosos a los que caían heridos de muerte,
siendo a veces ellos mismos víctima de su fervor. Augusto entonces
y grandioso ministerio, que al paso que desempeñaba sus propias y
sagradas obligaciones, cumplía también con las que en tales casos y sin
excepción exige la patria de sus hijos.
A fuerza de empeño y trabajos, y valiéndose siempre de sus minas, se
apoderaron los franceses el 1.º de febrero de San Agustín y Santa
Mónica, y esperaron penetrar hasta el Coso por la calle de la Puerta
quemada; empresa la última que se les malogró con pérdida de 200
hombres. Dolorosa fue también para ellos la toma en aquel día de
algunas casas en la calle de Santa Engracia, [Marginal: Muerte del
general Lacoste.] cayendo atravesado de una bala por las sienes el
general Lacoste, célebre ya en otros nombrados sitios. Sucediole Mr.
Rogniat, herido igualmente en el siguiente día.
[Marginal: Murmuraciones del ejército francés.]
Aunque despacio, y por decirlo así, a palmos, avanzaba el enemigo por
los tres puntos principales de su ataque que acabamos de mencionar.
Mas como le costaba tanta sangre, excitáronse murmuraciones y quejas
en su ejército, las cuales estimularon al mariscal Lannes a avivar la
conclusión de tan fatal sitio, acometiendo el Arrabal.
[Marginal: Embestida del Arrabal.]
Seguía en aquella parte el general Gazan, habiéndose limitado hasta
entonces a conservar riguroso bloqueo. Ahora según lo dispuesto por
Lannes, emprendió los trabajos de sitio. El 7 de febrero embistieron
ya sus soldados el convento de Franciscanos de Jesús a la derecha
del camino de Barcelona. Tomáronle después de tres horas de fuego,
arrojando de dentro a 200 hombres que le guarnecían; y no pudiendo
ir más adelante por la resistencia que los nuestros les opusieron,
paráronse allí y se atrincheraron.
[Marginal: Los progresos del enemigo en la ciudad.]
Trató Lannes al mismo tiempo de que se diesen la mano con este ataque
los de la ciudad, y puso su particular conato en que el de la derecha
de San José se extendiese por la universidad y Puerta del Sol hasta
salir al pretil del río. Tampoco descuidó el del centro, en donde los
sitiados defendieron con tal tenacidad unas barracas que había junto
a las ruinas del hospital, que según la expresión de uno de los jefes
enemigos «era menester matarlos para vencerlos». Allí el sitiador,
ayudado de los sótanos del hospital, atravesó la calle de Santa
Engracia por medio de una galería, y con la explosión de un hornillo
se hizo dueño del convento de San Francisco: hasta que subiendo por la
noche al campanario el coronel español Fleury acompañado de paisanos,
agujerearon juntos la bóveda y causaron tal daño a los franceses desde
aquella altura, que huyeron estos recobrando después a duras penas el
terreno perdido.
[Marginal: Nuevas murmuraciones del ejército francés.]
Los combates de todos lados eran continuos, y aunque los sostenían
por nuestra parte hombres flacos y macilentos, ensañábanse tanto, que
creciendo las quejas del soldado enemigo, exclamaba: «que se aguardasen
refuerzos, si no se quería que aquellas malhadadas ruinas fuesen su
sepulcro.»
[Marginal: Toma del Arrabal.]
Urgía pues a Lannes acabar sitio tan extraño y porfiado. El 18 de
febrero volvió a seguirse el ataque del Arrabal; y con horroroso fuego,
al paso que de un lado se derribaban frágiles casas, flanqueábase del
otro el puente del Ebro para estorbar todo socorro, pereciendo al
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