Historia de la literatura y del arte dramático en España, tomo III - 12

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dijo: «Si es Eneas y Anquises, con los Penates y el amado Ascanio, ¿qué
aguardáis aquí? Que está ya el Ilión hecho cenizas, y Príamo, Paris y
Policena, Hécuba y Andrómaca han dado el fatal tributo á la muerte, y á
Elena, causa de tanto daño, llevan presa Menelao y Agamenón; y lo peor
es que los Mirmidones se han apoderado del tesoro troyano.» Vuelto en su
juicio, dijo el huésped que aquí no hay almidones ni toda esa tropelía
de disparates que ha referido, y mucho mejor fuera llevarle á casa del
Nuncio, donde pudiera ser con bien justa causa mayoral de los locos, y
meterle en cura, que se le han subido los consonantes á la cabeza como
tabardillo. «¡Qué bien entiende de afectos el señor huésped!» respondió
el poeta incorporándose un poco más. «De afectos ni de afeites, dijo el
huésped, no quiero entender, sino de mi negocio: lo que importa es que
mañana hagamos cuenta de lo que me debe de posada, y se vaya con Dios,
que no quiero tener en ella quien me la alborote cada día con estas
locuras; basten las pasadas, pues comenzando á escribir recién venido
aquí la comedia del _Marqués de Mantua_, que zozobró y fué una de las
silbadas, fueron tantas las prevenciones de la caza y las voces que dió
llamando á los perros Melcampo, Oliveros, Saltamontes, Tragavientos,
etc...; y el ¡ataja! ¡ataja! y el ¡guarda el oso cerdoso y el jabalí
colmilludo! que malparió una señora preñada, que pasaba del Andalucía á
Madrid, del sobresalto, y en esotra del _Saco de Roma_, que entrambos
parecieron, cual tenga la salud fué el estruendo de las cajas y
trompetas, haciendo pedazos las puertas y ventanas de este aposento á
tan desusadas horas como éstas, y el ¡Cierra España! ¡Santiago y á
ellos! y el jugar la artillería con la boca, como si hubiera ido á la
escuela con un petardo ó criádose como el basilisco de Malta, que engañó
el rebato á una compañía de infantería que alojaron aquella noche en mi
casa; de suerte que tocando al arma se hubieron de hacer á obscuras
unos soldados pedazos con los otros, acudiendo al ruido medio Toledo con
la justicia, echándome las puertas abajo, y amenazó hacer una de todos
los diablos, que es poeta grulla que está siempre en vela y halla
consonante á cualquier hora de la noche y de la madrugada.»
»El poeta dijo entonces: «Mucho mayor alboroto fuera, si yo acabara
aquella comedia de que tiene V. en prenda dos jornadas por lo que le
debo, que la llamo _Las tinieblas de Palestina_, donde es fuerza que se
rompa el velo del templo en la tercera jornada, y se obscurezca el sol y
la luna, y se den unas piedras con otras, y se venga abajo la fábrica
celestial con truenos y relámpagos, cometas y exhalaciones, en
sentimiento de su Hacedor, que por faltarme dos nombres que he de poner
á los sayones, no la he acabado.» «Ahí me dirá V., señor huésped, ¿qué
fuera ello?» «Váyase, dijo el mesonerazo, á acabarla al Calvario, aunque
no faltará en cualquiera parte que la escriba ó la represente quien la
crucifique á silbos, legumbre y desperdicio.» «Antes resucitan con mis
comedias los autores, dijo el poeta: y para que conozcan todos Vds. esta
verdad y admiren el estilo que llevan todas las que yo escribo, ya que
se han levantado á tan buen tiempo, quiero leerles ésta.» «Y diciendo y
haciendo tomó en la mano una rima de vueltas de cartas viejas, cuyo
bulto se encaminaba más á pleito de tenuta que á comedia, y arqueando
las cejas y deshollinándose los bigotes, dijo leyendo el título de esta
suerte:» _Tragedia troyana, Astucia de Simón, Caballo griego, Amantes
adúlteros y Reyes endemoniados_. Sale lo primero por el patio, sin haber
cantado, el paladión con 4.000 griegos por lo menos, armados de punta en
blanco dentro de él.» «¿Cómo, le replicó un caballero soldado de
aquéllos que estaban en cueros, que parece que le habían de echar á
andar en la comedia, puede toda ese máquina entrar por ningún patio ni
coliseo de cuantos hay en España, ni por el del Buen Retiro, afrenta de
los romanos anfiteatros, ni por una plaza de toros?» «Muy buen remedio,
respondió el poeta: derribárase el corral, y dos calles junto á él, para
que quepa esta tramoya, que es la más portentosa y nueva que los teatros
han visto, que no siempre sucede hacerse una comedia como ésta; y será
tanta la ganancia, que podrá muy bien á sus ancas sufrir todo este
gasto. Pero, escuchen, que ya comienza la obra, y atención por mi amor.
Salen por el tablado, con mucho ruido de chirimías y atabalillos,
Príamo, rey de Troya, y el príncipe Paris, y Elena, muy bizarra en un
palafrén, en medio, y el Rey á la mano derecha, que siempre de esta
manera guardo decoro á las personas reales, y luego tras ellos, en
palafrenes negros, de la misma suerte, 11.000 dueñas á caballo.» «Más
dificultosa apariencia es esa que esotra, dijo uno de los oyentes,
porque es imposible que tantas dueñas juntas se hallen.» «Algunas se
harán de pasta, dijo el poeta, y las demás se juntarán de aquí para
allí, fuera de que si se hace en la corte, ¿qué señor habrá que no envíe
sus dueñas prestadas para una cosa tan grande, por estar los días que
representaré la comedia, que será por lo menos siete ú ocho meses,
libres de tan cansadas sabandijas?» Hubiéronse de caer de risa los
oyentes, y de una carcajada se llevaron media hora de reloj, al son de
los disparates de tal poeta, y él prosiguió diciendo: «No hay que
reirse, que si Dios me tiene de sus consonantes, he de rellenar el mundo
de comedias mías, y ha de ser Lope de Vega prodigioso monstruo español y
nuevo Tostado en verso, niño de teta conmigo, y después me he de retirar
á escribir un poema heróico, para mi posteridad, que mis hijos ó mis
sucesores hereden, en que tengan toda su vida que roer sílabas. Y ahora
oigan vuesas mercedes, amagando á comenzar, el brazo derecho levantado,
los versos de la comedia,» cuando todos á una voz le dijeron que lo
dejase para más espació, y el huésped indignado, que sabía poco de
filis, le volvió á advertir que no había de estar un día más en la
posada.
»La encamisada, pues, de los caballeros soldados, se puso á mediar con
el huésped el caso, y Don Cleofás, sobre un arte poético de Rengifo, que
estaba también corriendo borrasca entre esotros legajos por el suelo,
tomó pleito homenaje al tal poeta, puestas las manos sobre los
consonantes, jurando que no escribiría más comedia de ruido, sino de
capa y espada, con que quedó el huésped satisfecho, y con esto se
volvieron á sus camas, y el poeta, calzado y vestido, con su comedia en
la mano, se quedó tan aturdido sobre la suya, que apostó á roncar con
los siete durmientes, á peligro de no valer la moneda cuando
despertase.»
Luis Vélez de Guevara es de los poetas más distinguidos de su época.
Quizás no deba enumerarse entre los dramáticos españoles de primer
orden; pero, en cambio, le corresponde entre los de segundo uno de los
primeros lugares. Pocas veces excita nuestra sorpresa ni nos admira por
el insólito vuelo de su inteligencia ó de su imaginación; pero casi
todos sus dramas rinden tributo al buen sentido poético sin hacer
esfuerzos prodigiosos, y obligándonos á confesar el mérito de obras que
no pertenecen, sin embargo, á las creaciones más sublimes del arte. La
intención poética de Guevara no es, por lo común, muy profunda, ni se
propone tampoco en sus comedias producir impresión indeleble: su estilo,
comparado con el de los grandes maestros, es más superficial; el fondo
de sus composiciones se derrama y termina en la acción de tal suerte,
que no hay que buscar más allá ninguna otra poesía más honda y
transcendental; sin embargo, el poeta se mueve con soltura y desembarazo
en la esfera subordinada que se ha trazado; no llena en sus dramas
grandes fines, pero alcanza siempre los que se propone y nos satisface
con ellos. Sus cuadros de la vida real sobresalen por su verdad y por
sus atrevidas é ingeniosas pinceladas; interpreta fiel y noblemente la
historia, y su fantasía es docilísima para crear las invenciones más
variadas, sin profundizar mucho en las sinuosidades del alma; sabe
imprimir en sus caracteres originalidad y vida; es agudo y gracioso
cuando quiere; por último, su dicción es concisa, natural y flexible, y
con frecuencia tan exenta de superfluos adornos y tan epigramática, que
hay pocos dramáticos españoles que en esta parte se le asemejen.
Cervantes tiene razón en celebrar el rumbo, el tropel, el boato y la
grandeza de las comedias de Guevara. En efecto, la mayor parte (lo cual
no sería de presumir, atendiendo á los párrafos copiados de _El diablo
cojuelo_), parecen escritas con el propósito de hacer grande impresión;
son comedias de espectáculo, pero de la mejor especie y de las que
honran á la poesía.
Los dramas superiores de este poeta son los fundados en la historia
nacional. El más notable, bajo todos los aspectos que se le considere,
es el titulado _Si el caballo vos han muerto_, y de tan rara excelencia,
que puede contarse entre los sobresalientes de este género del teatro
español. El eje ó foco de la acción es la batalla de Aljubarrota y la
generosa hazaña de Pedro Hurtado de Mendoza, que salvó la vida al rey D.
Juan I al precio de la suya, cediéndole su caballo para huir (suceso
semejante al de la historia del Gran Elector, que nuestro famoso Enrique
de Kleist refiere en un episodio de su _Príncipe de Hamburgo_). La
descripción de las costumbres de la nobleza española de la Edad Media
está hecha magistralmente, y en la exposición hay una vivacidad
arrebatadora. La titulada _Los hijos de la Barbuda_, es parecida á la
anterior, y escrita, como ella, en castellano antiguo.
En _Más pesa el Rey que la sangre_, se representa la historia de Guzmán
_el Bueno_; pero de tal manera, que se mezclan y confunden las
invenciones del poeta con algunos otros datos suministrados por la
tradición. El argumento de este drama, que nos ofrece muchas bellezas de
primer orden, es, en pocas palabras, el siguiente: Don Sancho _el
Bravo_, rey de Castilla, tuvo que luchar, después de la muerte de su
padre D. Alfonso _el Sabio_, con un partido contrario, que pretendía
sentar en el solio á su sobrino. Sevilla era el foco principal de la
resistencia. La comedia comienza representándonos la entrada del Rey en
esta ciudad, que al fin se entrega. Para solemnizar la victoria se
celebra un brillante torneo, en el cual se distingue, por su valor y por
sus fuerzas, Don Alonso de Guzmán, famoso ya en toda España. Terminada
la fiesta, se ve al Rey rodeado de sus grandes y recibiendo los
homenajes de las personas principales de Sevilla, que, habiendo sido
adversarios suyos, son acogidos con frialdad; con Guzmán se extrema el
Rey más que con ningún otro, por considerarlo como al caudillo de más
valía de sus enemigos. Enfurécese sobremanera por esta causa Pedro, hijo
de Don Alonso de Guzmán, y mancebo de unos catorce años; pero su padre,
siempre leal, no exhala la menor queja, protestando sólo ante el Rey con
frases calurosas del amor y del profundo respeto que le profesa. Don
Sancho, dando oídos á calumniosas insinuaciones, lo destierra de
Sevilla y de sus cercanías. Apenas abandona Guzmán el salón regio, le
siguen los demás grandes, asegurándole que cuente con ellos; pero él
jura, que, por grande que sea la injusticia con que se le trate, jamás
se rebelará contra su Soberano. Don Enrique, hermano del Rey, disputa
con calor por este motivo con Guzmán, separándose los dos enemistados.
La escena siguiente nos representa la despedida de Guzmán y de su
esposa; la honradez de este noble matrimonio, expresada con cierto sello
de rudeza, así en el fondo como en la forma, característica de la época,
está pintada magistralmente. Guzmán resuelve servir á su Rey en el
destierro, ofreciendo contra los africanos sus servicios á Almanzor,
Príncipe moro que sitia á la sazón á Algeciras, con la condición de que
levante el cerco y retire sus tropas del territorio cristiano. El
infante Don Enrique se refugia un día en la casa de Guzmán para evitar
la cólera del Rey y huir después á Portugal. Los dos esposos acuerdan
entonces entregar á Don Enrique su hijo Pedro, para que lo lleve con sus
parientes á la corte de Lisboa. Apenas queda sola la mujer de Guzmán, se
presenta el Rey en busca del Infante, y pronuncia algunas palabras que
afligen sobremanera á tan leal señora; apodérase entonces de una
lámpara, y, sin faltarle al respeto, enseña la puerta á su ilustre
huésped, alumbrándole desde la escalera. Esta escena es excelente.
Guzmán llega mientras tanto á los reales de Almanzor, que se regocija
extraordinariamente de tener á su servicio al caballero cristiano más
valeroso y á su más formidable enemigo, y, aceptando la condición que se
le impone, abandona el territorio español. Guzmán hace en África
prodigios de valor, y su fama se extiende de tal modo, que excita la
envidia del Monarca mahometano, por cuya razón resuelve éste deshacerse
de él, y con tal propósito, le encarga que dé muerte á una horrible
serpiente, contra la cual se han estrellado los esfuerzos y las vidas de
todos sus perseguidores. El héroe sale también victorioso de esta lucha;
pero abandona después al ingrato Almanzor, y regresa á su patria. En el
acto tercero lo encontramos en las costas andaluzas, en donde se ha
reunido con su esposa, que, no pudiendo sufrir más tiempo su ausencia,
se preparaba á encaminarse al África. En el intervalo de estos sucesos,
los moros recomienzan la guerra contra los cristianos con nuevos bríos,
y concentran todas sus fuerzas sobre Tarifa para rendirla. Guzmán logra
penetrar en la ciudad y promover el entusiasmo de los sitiados. El
hambre y las enfermedades reinan ya en la fortaleza; muere el
gobernador, y Guzmán le sucede en el mando; jura entonces que, mientras
él viva, ningún infiel traspasará las puertas de Tarifa. Llega al
campamento enemigo el infante Don Enrique, huyendo de Portugal, en
ninguna de cuyas poblaciones lo han querido recibir por ser adversario
del rey de Castilla; su plan es pasarse al partido de los moros para
tomar venganza de su hermano. El joven Pedro Guzmán, que le acompaña,
ignorando sus planes, reprueba, después de conocerlos, su traidora
conducta con frases enérgicas, é intenta abandonarlo; pero Don Enrique
lo detiene á la fuerza, lo carga de cadenas y lo entrega á los moros. El
Infante proyecta obligar á los sitiados á rendirse, valiéndose del
mancebo cautivo. El Príncipe moro invita al viejo Guzmán á celebrar con
él una entrevista; preséntase en las almenas de la plaza; traen á su
hijo con sus pesadas cadenas; ¡qué escena entre el padre y el hijo al
volverse á ver!
DON ALONSO.
¿A dónde
Lleváis maniatado, Infante,
Ese cordero inocente,
Que aún apenas balar sabe?
INFANTE.
Al sacrificio, Guzmán,
Si no tratas de entregarme
A Tarifa antes que el sol
A los antípodas baje.
Esta escena es admirable, y completamente perfecta en todas sus partes.
El heroísmo del padre, resuelto desde un principio á sacrificar sus
afecciones personales por su Rey y su fe, aunque sin ahogar por entero
la voz de su corazón; la resignación del hijo, dispuesto á la muerte con
alegría, porque muere por su Dios y por su patria, nos conmueven y
afectan de una manera indecible. El noble mancebo es al fin inmolado;
pero convencidos los sitiadores de que el gobernador de la plaza no ha
de ceder ya, se alejan de los muros de Tarifa. A la escena del
sacrificio del joven Guzmán sigue otra, no inferior en belleza. El padre
del muerto se esfuerza en demostrar su firmeza, é intenta ocultar á su
esposa lo sucedido. Vuelve á su casa como si nada hubiera ocurrido, y se
sienta tranquilo á la mesa; pero no prueba manjar alguno, y su dolor
reconcentrado estalla al cabo en ardientes lágrimas. Así se anuncia á la
madre la muerte del hijo: el dolor la domina al principio, pero pronto
se repone, alegrándose de que su hijo sea digno de su padre, y se pone
al frente de los soldados para perseguir á los moros, y arrebatarles los
restos de su hijo. Consíguelo, en efecto, y su cadáver es solemnemente
sepultado al presentarse el Rey, que llega á libertar á Tarifa,
reparando en lo posible la injusticia cometida antes contra Guzmán, cuya
fidelidad ha sido probada de una manera tan brillante, y que desde
entonces adquiere el sobrenombre del _Bueno_.
También en _Cumplir dos obligaciones_ y _Duquesa de Sajonia_, se ensalza
el nombre español, aunque el lugar de la acción sea fuera de España. La
historia, que le sirve de fundamento, es la misma que nos ha dado á
conocer la balada de Stollberg, titulada _La arrepentida_. Encamínase á
la corte imperial de Alemania Don Rodrigo de Mendoza, embajador de
Felipe II. Cerca de Viena es acometido por salteadores, y debe sólo la
vida á la llegada imprevista de un valeroso caballero alemán, llamado el
conde Ricardo. Como le interesa cumplir cuanto antes su misión, por cuya
causa viajaba también de noche, pierde el camino, y se extravía en un
paraje despoblado, en donde vaga largo tiempo, hasta que encuentra un
castillo solitario, al cual se dirige, para pasar en él la noche. Entra
en el patio, en donde parece que reinan el silencio y la muerte; el
castellano lo recibe serio y sombrío, y lo conduce á un aposento
adornado con negros tapices. Pónese una mesa espléndida, á la cual se
sienta el extranjero al lado del castellano; junto á ella se coloca un
féretro, y pronto aparece una mujer con velo y vestida de negro, á quien
sirve el féretro de mesa, bebiendo en el cráneo de un esqueleto, que le
presenta un criado, vestido también de negro. El español pregunta
sorprendido la explicación de este suceso; pero el dueño del castillo
elude todas sus preguntas, y da las buenas noches á su huésped después
de indicar á la del velo que se retire. El embajador, admirado de lo que
ha visto, no puede dormir, y su criado, que es el gracioso, cree
encontrarse en un castillo encantado. Mientras hablan los dos, vuelve la
mujer misteriosa; laméntase en voz alta; póstrase en tierra ante Don
Rodrigo, y le ruega que auxilie á la mujer más desdichada del mundo,
contándole lo siguiente. Casada joven con el duque de Sajonia, y sin
darle motivo alguno de sospecha, ha sido desde un principio víctima de
su desconfianza y de sus celos. El Duque la abandonó poco después de su
matrimonio para ir á la guerra, dejando el gobierno en manos de un
sobrino suyo. Este, violentamente apasionado de la Duquesa, la había
molestado hasta el exceso con sus pretensiones, acogidas por ella con
justo desprecio. A la vuelta del Duque, se vengó de ella el desdeñado
haciendo creer á su esposo que la austera dama tenía relaciones
criminales con un Paje. El Duque, celoso ya por carácter, da fácil
crédito á esta acusación; ordena matar al Paje, y se refugia con la
Duquesa en aquel castillo solitario. Jamás habla con ella, y la obliga á
vestir siempre de luto, y á dormir al lado del cadáver embalsamado del
Paje; y para avergonzarla más, á comer en el féretro delante de todos
los extranjeros, que visitan el castillo, y á beber en el cráneo de su
pretendido amante. Don Rodrigo escucha su relación con gran interés,
prometiéndole desde luego que probará la verdad de ella en combate legal
con el calumniador; pero de repente es interrumpido el coloquio por la
llegada de un importuno, antes de pronunciar la Duquesa el nombre del
calumniador, viéndose obligado el español á continuar su viaje, sin
saberlo, al romper el día. Recíbenle con grandes agasajos en la corte
imperial, y aprueban todos su proyecto de defender la inocencia de la
Duquesa. Encuentra también en la corte al conde Ricardo, que le había
salvado la vida poco tiempo antes; contrae con él una estrecha amistad,
que se consolida con nuevos favores que le debe, y por el lazo aún más
fuerte del amor, que concibe por una hermana del Conde. Envía, mientras
tanto, á su criado para averiguar de la Duquesa el nombre del
calumniador de su honra; el mensajero, para penetrar en el aposento del
receloso guardián del castillo, no halla otro medio que deslizarse por
el cañón de la chimenea, por donde tiene que volver precipitadamente sin
conseguir su objeto, y tan á ciegas como antes. Don Rodrigo, no siendo
dueño de refrenar su impaciencia, desafía por público pregón al delator
de la Duquesa, sea quien sea. Brilla al fin el día de la lucha; ábrense
las barreras del palenque, y el caballero español espera á su contrario.
Preséntase como tal el conde Ricardo. Terrible es el combate, que
suscitan en el pecho de Rodrigo tan opuestos deberes: por una parte, su
palabra de caballero, dada á la Duquesa; por otra, la deuda contraída
con su adversario, dos veces salvador de su vida; la amistad que los
une, y el amor apasionado que profesa á su hermana. No vacila, sin
embargo, en cumplir su palabra: comienza la lid; el Conde es desarmado,
y confiesa que ha levantado la calumnia contra la Duquesa por vengarse
del desdén, con que acogiera su amor; pero á consecuencia de este
acontecimiento, el Duque amenaza con su cólera al calumniador vencido, á
quien defiende Rodrigo, correspondiendo de esta manera á los favores que
le debe.
El drama _La desdichada Estefanía_ se funda en un suceso, que tiene
algunos puntos de semejanza con la historia de Ariodante y de Ginebra
del Ariosto, pero ocurrido, á lo que parece (puesto que otros poetas
hablan también de él), en la corte de Alfonso VIII de Castilla. Este Rey
trata de casar á su hermana Estefanía con uno de sus vasallos. Los
pretendientes á su mano son el conde Vela y Don Fernán Ruiz de Castro.
La Princesa se decide por el último, y deja que el Conde se abrase en un
amor sin esperanza. Fernán Ruiz, poco después de sus bodas, se ve
obligado á acompañar al Rey en una expedición contra los moros. Su
esposa, que lo ama tiernamente, vive en su ausencia en tranquilo retiro;
pero una de sus damas, enamorada del conde Vela, forma el plan aleve de
escribirle cartas amorosas en nombre de Doña Estefanía, y en invitarlo á
una entrevista nocturna. El Conde acepta la invitación, y acude á la
hora prefijada al balcón de la Princesa; recíbelo la astuta dama con los
vestidos de su señora, y responde con otras á sus frases amorosas, sin
que él advierta el engaño. Repítense estas entrevistas, y con tan poco
recato, que son de todos conocidas y llegan, á su vuelta, á noticia de
Fernán Ruiz. Este, convencido de la fidelidad que le guarda su esposa,
no da crédito á tales rumores; pero como son muchos y unánimes los que
lo afirman, concibe al fin sospechas, y se oculta una noche cerca del
balcón. No aguarda, en verdad, mucho tiempo, presenciando la llegada del
amante, y la aparición de una mujer vestida como Estefanía; sale, pues,
furioso de su escondite, mata al Conde y entra en su casa. La dama
disfrazada huye velozmente, y se da traza de que recaiga la ira del
engañado esposo en la inocente Estefanía, que cae en tierra herida de
varias puñaladas. Después de esta catástrofe experimenta la causante de
ella remordimiento de conciencia; descubre la verdad, y se arroja á la
calle desde el balcón; Fernán Ruiz, entonces, con el corazón traspasado,
se acusa ante el Rey de su crimen, y le ruega, convocado un tribunal
compuesto de nobles, que lo condene á muerte. Este drama es excelente,
así en la pintura de tiernos afectos, como en la de las pasiones
violentas, y en muchas escenas se eleva á la mayor altura del trágico
coturno.
Iguales cualidades brillan en _Reinar después de morir_, sin disputa la
producción dramática más notable que describe la muerte de Doña Inés de
Castro.
_La romera de Santiago_, que algunas ediciones antiguas atribuyen á
Tirso de Molina, en nada se asemeja á las demás obras de este poeta,
puesto que su estilo es tan idéntico á las de Guevara, que es preciso
aceptar en todo la indicación de las comedias sueltas que la señalan
como suya. Ordoño, rey de León, ha desposado á su hermana Doña Linda con
el conde Lisuardo, encargándole, sin embargo, cierta misión en
Inglaterra antes de celebrarse el matrimonio. Durante la ausencia del
Conde llega disfrazado de Castilla otro Conde, llamado Garci-Fernández,
fingiendo ser su embajador en la corte de León, y con el propósito de
pretender la mano de la Infanta, que lo acoge friamente, guardando
fidelidad á su prometido. Lisuardo, en su viaje por Galicia, encuentra á
una sobrina del conde de Castilla, denominada Doña Sol, que peregrinaba
á Santiago; apasiónase de ella violentamente, y la deshonra, empleando
la fuerza, habiendo sido inútiles los ruegos. Garci-Fernández se halla
en León cuando llega Doña Sol á esta capital, demandando al Rey justicia
contra su ofensor. Dase á conocer entonces el conde de Castilla, y se
obliga á vengar en el Conde la injuria hecha á su sobrina; pero el Rey
ordena á todos que guarden la mayor reserva, porque él basta y sobra
para castigar al culpable como merece. Lisuardo, en efecto, es encerrado
en la cárcel á su regreso, y condenado á muerte, libertándolo Doña
Linda, cuyo amor hacia él arde todavía en su pecho. Cree entonces
Garci-Fernández que el culpable ha huído con conocimiento del rey
Ordoño, y lo provoca en consecuencia á singular combate; el Rey acepta
el desafío, y cuando está próximo á verificarse, se presenta Lisuardo á
pelear con el conde de Castilla y sustituir á su Soberano, impulsado por
su pundonor; interviene Linda en esta coyuntura é impide el desafío,
ofreciendo su mano á Garci-Fernández; éste, así como Ordoño, se muestran
ya más benévolos respecto á Lisuardo, á causa de su acción caballeresca,
terminando la fábula con la resolución de Doña Sol de enlazarse con
aquél, que, según dice, ha sido arrastrado á cometer un delito por el
exceso de su amor.
Las comedias mencionadas son las mejores de las que conocemos de
Guevara; y las restantes, aun cuando en general nos agraden menos, se
distinguen, sin embargo, por sus motivos dramáticos oportunos é
interesantes situaciones, y prueban en sus rasgos aislados, en su
energía y belleza, y en la animación y fuego de las descripciones, el
talento poco común de su autor. La rapidez de la acción, la viveza y
variedad de la exposición dramática de las comedias de este poeta,
merecen especial alabanza. En la imposibilidad de descender á más
detalles para demostrarlo, nos contentaremos con añadir algunas
indicaciones. _El Príncipe viñador_ sobresale por sus agradables
pinturas pastoriles. La heroína de _El amor en vizcaíno y los celos en
francés_, es una vizcaína que habla medio español y medio vascuence, y
mata en un torneo al delfín de Francia, que la había deshonrado. En _Los
amotinados de Flandes_ se pinta con los más vivos colores la valentía y
generosidad de los soldados españoles. _El valiente toledano_ celebra á
D. Francisco de Ribera, famoso marino del tiempo de Felipe III. Esta
comedia, en que el duque de Osuna aparece en el teatro, hubo acaso de
representarse en vida del tan renombrado virrey de Nápoles, puesto que,
después de su caída, no es de presumir que se le alabase tanto. En _El
marqués de Bastos_, la invención es algo caprichosa y extraña: un
soldado y servidor del Marqués, que comete todo linaje de excesos y es
el verdadero protagonista de la comedia, sufre el último suplicio á
causa de sus crímenes; pero recibe el don maravilloso de servir á su
señor en el combate, aun después de su muerte, en premio de la constante
fidelidad que siempre le ha mostrado, y que ha sido su única virtud. _El
caballero del sol_ se funda en el famoso libro del caballero Febo. _La
niña de Gómez Arias_, representa una tradición de la época del primer
levantamiento de los moriscos en las Alpujarras, muy divulgada también
en los romances populares. Esta comedia de nuestro poeta ha caído en
olvido desde la composición de otra posterior de Calderón, que trata del
mismo asunto, incomparablemente superior á la suya. Entre los autos de
Guevara, merece mención expresa el titulado _De la mesa redonda_.
Carlomagno personifica á Jesucristo; Flor de Lis, á la Iglesia; Rolando,
á San Pedro; Durandarte, á San Juan Evangelista; Montesinos, á San Juan
Bautista, y Garcelón, á Judas.


CAPÍTULO XXII.
Otros poetas dramáticos de esta época.--Mexía de la Cerda.--Damián
Salustrio del Poyo.--Hurtado Velarde.--Juan Grajales.--Joseph de
Valdivieso.--Andrés de Claramonte.--Otros poetas dramáticos del
tiempo de Lope de Vega.

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