Historia de la literatura y del arte dramático en España, tomo III - 01

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COLECCIÓN
DE
ESCRITORES CASTELLANOS
CRÍTICOS


HISTORIA
DE
LA LITERATURA
Y DEL ARTE DRAMÁTICO
EN ESPAÑA
III
TIRADAS ESPECIALES
100 ejemplares en papel de hilo, del 1 al 100.
25 " en papel China, del I al XXV.
25 " en papel Japón, del XXVI al L.
[Illustration: COLECCION DE ESCRITORES CASTELLANOS]
HISTORIA
DE
LA LITERATURA
Y DEL ARTE DRAMÁTICO
EN ESPAÑA
POR
ADOLFO FEDERICO
CONDE DE SCHACK
traducida directamente del alemán al castellano
POR
EDUARDO DE MIER
TOMO III
MADRID
IMPRENTA Y FUNDICIÓN DE M. TELLO
_Impresor de Cámara de S. M._
Don Evaristo, 8
1887


CAPÍTULO XII.
Clasificación de las comedias de Lope, y crítica particular de
algunas.--_El conde Fernán González._--_El casamiento en la
muerte._--_Las doncellas de Simancas._--_Los Benavides._--_El
Príncipe despeñado._

En lo relativo á su método de desarrollar los dramas, se observan
notables diferencias, según corresponden á períodos anteriores ó
posteriores. Se comprende, sin esfuerzo, que es imposible trazar entre
unos y otros una línea cronológica divisoria; pero consta del prólogo de
su _Peregrino_ cuáles han sido escritos antes de 1604, y notamos en
ellos tantos rasgos generales comunes, que nos facilitan el señalar
entre los restantes á aquéllos que, por su carácter y concordancias, han
de considerarse como sus trabajos más antiguos. Los signos que
distinguen á estas comedias, pertenecientes á la primera mitad de la
carrera dramática de Lope, son los siguientes: profusión de imágenes,
sentimientos y pasiones; acumulación de unos sucesos sobre otros;
muchedumbre de personajes, hechos é incidentes; en una palabra,
abundante riqueza en la acción, aunque sin distribución juiciosa y
debida economía. Muévese todo con celeridad arrebatadora; suprímense por
completo los largos discursos; el diálogo es rápido y de acritud casi
epigramática. La exposición del asunto no se hace por relación de algún
personaje, sino que forma parte de la acción en las primeras escenas. En
cuanto al lenguaje, se observa que las combinaciones métricas más usadas
son las redondillas y quintillas, empleando también con frecuencia
yámbicos de seis pies, sin rima; el romance, al contrario, se ve pocas
veces, y ordinariamente sólo en las narraciones. _Los tres diamantes_ y
_La fuerza lastimosa_, pueden considerarse como tipos del período más
antiguo de las composiciones de Lope. En las del último se sujeta la
acción á un orden mejor dispuesto: sin perjudicar al curso y á la
movilidad del enredo, se nota una pintura y gradación más delicada en
los detalles; reina más claridad en los afectos y determinaciones de los
personajes y en la transición de unas pasiones á otras; hay también más
simetría en la relación de las partes con el todo y en la agrupación de
los personajes. Renúnciase al propósito de presentarlo todo á la vista
de los espectadores, hasta las circunstancias más insignificantes; si en
las obras anteriores se intercalan escenas inoportunas que interrumpen
la acción principal, y que podrían suprimirse sin violencia, en las
posteriores se sustituyen con las relaciones que hacen los personajes.
Los endecasílabos, no rimados, desaparecen casi enteramente, y en cambio
predomina el romance, que se usa también en el diálogo. _La discreta
enamorada_ y _La dama melindrosa_ personifican esta clase. No es
necesario advertir que Lope conserva hasta el fin de su carrera
dramática la exuberancia y vivo fuego de su imaginación, y su habilidad
para inventar y trazar los planes de sus obras. _La moza de cántaro_, en
la cual dice haber escrito 1.500 comedias, y _Las bizarrías de Belisa_,
á cuya conclusión manifiesta haberse consagrado de nuevo á las musas, á
quienes había abandonado, son dos composiciones de los últimos años de
su vida, por cierto de las más bellas.
Si, con relación á sus argumentos, nos hacemos cargo de la multitud
innumerable de sus dramas, se nos presenta en primer término una larga
serie de cuadros, fundados en la historia ó en la tradición nacional.
Ardientemente inspiraban á Lope los sucesos de su patria, y jamás
desaprovecha las ocasiones que se le presentan de perpetuar el renombre
y el honor de su nación, y de pintar con los más brillantes colores las
hazañas de los héroes españoles. El número y variedad de estas obras
suyas es tan prodigioso, que de las existentes se puede formar una
galería casi completa de todos los cuadros más importantes de la
historia de España. Observamos, pues (para indicar tan sólo algunos
principales), en _La amistad pagada_, la lucha de los antiguos cántabros
contra el poder romano; en _El Rey Wamba_, los anárquicos desórdenes de
la monarquía gótica amenazando desplomarse; en _El último Godo de
España_, la traición del conde D. Julián, la muerte de Rodrigo y la
victoria de las armas mahometanas; en _El primer Rey de Castilla_, los
primeros triunfos de la nueva y vigorosa monarquía cristiana; en _Las
almenas de Toro_, las disensiones entre D. Sancho y sus dos hermanas
Doña Urraca y Doña Elvira, su asesinato por Vellido Dolfos, y al Cid
como al héroe castellano más famoso; en _El sol parado_, las gloriosas
expediciones guerreras de San Fernando; en _Lo cierto por lo dudoso_,
los primeros gérmenes de discordia entre Don Pedro _el Cruel_ y Enrique
de Trastamara, que habían de terminar tan trágicamente; en _Los Ramírez
de Arellano_, el horrible fratricidio cometido en los campos de Montiel;
en _El milagro por los celos_, los tiempos de D. Juan II en uno de sus
más notables sucesos, que fué la caída de D. Álvaro de Luna; en _El
piadoso aragonés_, la historia del desdichado Carlos de Viana, aunque no
exento de culpa; los dos levantamientos contra su padre, su prisión, y
al fin, su trágica muerte, á consecuencia de la cual subió Fernando _el
Católico_ al trono de Aragón; en _El cerco de Santa Fe_, la gloriosa
lucha que acabó con el último baluarte mahometano en la Península; por
último, en _La victoria del Marqués de Santa Cruz_, una guerra en que
tomó parte, en su juventud, el mismo poeta.
No es posible dividir rigurosamente estas obras en históricas y
tradicionales, confundiéndose la tradición y la historia en las leyendas
más antiguas, y mezclándose á menudo con los sucesos más recientes
algunas tradiciones de que no habla la historia, ó las invenciones del
poeta. Pero si ha de denominarse drama histórico al que aparece lleno
del espíritu de la historia, representando los sucesos más importantes
de ciertas épocas, bajo su verdadero punto de vista, es menester
calificar con este dictado á innumerables dramas de Lope, y aun asegurar
que acaso en ninguna otra literatura los haya en su género tan
excelentes. Observamos que el poeta sabe penetrar en el espíritu de los
tiempos pasados; que infunde nueva vida á generaciones humanas, que han
desaparecido de la tierra; que se da traza de crear una imagen fiel de
la vida en su centro más característico, y que en el florecimiento y
caída de otros hombres nos deja adivinar la misteriosa trama, las
creaciones y los estragos del sér que anima al orbe. La claridad con que
nos ofrece los hechos y sucesos de otras épocas, la exactitud con que
imprime tono y colorido á los tiempos más diversos, excita, sin duda,
nuestra admiración, y hasta algunas obras de esta clase arrojan más luz
sobre los períodos á que se refieren, que las crónicas ó áridas
compilaciones de los historiógrafos. Como si les inspirase vida real y
verdadera, hace pasar delante de nuestros ojos la existencia completa de
ciertas épocas, sus pasiones, deseos y relaciones distintas, y las
clases variadas que constituyen á la nobleza y al pueblo. Su propósito
de representar cada período con su colorido especial, se manifiesta á
veces hasta en el lenguaje, como sucede en la comedia titulada _Las
famosas asturianas_, escrita en el estilo que distingue á los más
antiguos monumentos de la literatura castellana. Muchos otros detalles
de poca importancia, que sólo se aprecian estudiándolos con cuidado,
prueban sus profundas y eruditas investigaciones históricas. Ha de
atribuirse, sin embargo, á un don adivinatorio singular, á su intuición
poética, que nos lo ofrezca todo tan claro y perceptible, como si
creyésemos haberlo presenciado realmente.
Del particular agrado de Lope hubieron de ser las pinturas de los
tiempos del primer renacimiento del imperio hispano-cristiano.
Complácese en retratarnos aquellos antiguos castellanos rústicamente
sencillos, que ejercían en sus súbditos patriarcal autoridad, ya
labrasen sus campos, ya desenvainasen la espada contra los infieles.
Todos estos cuadros, que, por ejemplo, se observan en _Los Prados de
León_, en _Los Tellos de Meneses_, en _Los Benavides_ y en otras muchas
comedias suyas, son tan lozanos y enérgicos, que á no estar
completamente estragado por las descoloridas imágenes, que en nuestros
tiempos se han vendido por poesía, no se puede menos de tributarles
nuestra sincera admiración; y por mucho que se repitan, siempre parece
nueva la impresión que nos hacen. La verdadera gracia, el encanto mágico
de la pura poesía pastoral, se confunde en ellos con la más grave
solemnidad de la heróica. Ninguno como Lope ha representado todo el
robusto germen de la nación española; sus sentimientos sencillos,
humildes y religiosos, su suficiencia, sus afectos, nacidos en el seno
de la libertad, y su decisión en defender á cada instante, al precio de
su sangre y de su fortuna, sus piadosas creencias. La materia y la
forma se unen en ellos de la manera más íntima: nótase una facilidad tal
en su colorido, tanta naturalidad é imparcialidad, como suele observarse
sólo en las obras poéticas populares. Sus caballeros no hablan mucho,
pero sus palabras son graves; á los dichos suceden al punto los hechos,
y se llevan á cima las hazañas más extraordinarias como si fuesen
pequeñeces de poca monta. Figúrasenos que los antiguos caballeros,
cubiertos de hierro y armados con su yelmo y su escudo, se levantan de
sus tumbas, ó que tornan á la vida desde los sepulcros marmóreos de la
catedral de Burgos. Todo es gigantesco en estos cuadros: la indomable
voluntad y la fuerza férrea de sus personajes, como la noble hidalguía y
el recato de las señoras, las más eminentes virtudes, como las pasiones
violentas y los crímenes. ¡Y qué diferencias características en todas
estas creaciones! Al lado de la grandeza de alma y de la experiencia del
anciano, la temeraria obstinacion del joven. ¡Qué rasgos individuales
distinguen hasta á los personajes subalternos, clérigos y monjes,
labradores y pastores, generales y guerreros! Característico también de
la época en que se supone ocurrir la acción, es la fiereza y la bravura
pendenciera, casi brutal, de que se hallan dotados los héroes
especiales, como, por ejemplo, Bernardo del Carpio y Mudarra, que los
asemeja de una manera chocante con el Hotspur y el bastardo
Faulconbridge, de Shakespeare. La exposición desordenada y abrupta de la
fábula se harmoniza á maravilla con el conjunto. ¡Y cuán delicada y cuán
inseparable del carácter español es la mezcla de orgullo hinchado y de
amorosa resignación, de arrebatos producidos por la justicia de que los
personajes se creen asistidos, de veneración por los deberes que la
lealtad les impone, y á los cuales todo se subordina; de nobleza y de
barbarie, de invariable constancia en las amistades y de los odios más
tenaces! ¡Cuán característica su devoción, que, á modo de himno que se
eleva en medio de la tempestad, resuena entre el estruendo de las luchas
de tan enérgicas poesías! Por último, si examinamos la acción en su
totalidad, ¡cuán rápido es su curso, cuánta vida y animación en sus
partes! ¡Cuán completa es la ilusión que nos arrastra en medio de la
existencia más agitada, entre estos grupos que pasan con rapidez ante
nuestros ojos, entre estas escenas guerreras cuyo belicoso tumulto
creemos escuchar! Y después, cuando nos imaginamos que vivimos con los
moros y que asistimos á las escenas de su vida, como en _El hijo de
Reduán_, en _El bastardo Mudarra_, etc., ¡cuánto fuego y pompa
oriental, qué gradación de colores tan voluptuosa, qué efectos en los
contrastes de ostentoso orgullo y de sensualismo, por una parte, y
cuánta sencillez y cuánta fuerza, por otra!
Para comprender rectamente estos dramas, menester es que no olvidemos su
inmediato origen de los gérmenes que forman la poesía popular. La última
comedia mencionada, por ejemplo, cuyo argumento es la historia de los
infantes de Lara y su sangrienta muerte; después _El conde Fernán
González_, en la cual aparece el famoso héroe nacional castellano,
celebrado ya en la epopeya del siglo XIV, y los dos, cuyo protagonista
es Bernardo del Carpio, á saber _El casamiento en la muerte_ y _Las
mocedades de Bernardo del Carpio_, se ajustan estrechamente á antiguos
romances, que se conservan, cuyas palabras se copian á veces en ellos.
En otros no es fácil indicar su origen, aunque indudablemente provengan
de leyendas nacionales olvidadas, como _Las doncellas de Simancas_,
comedia de las más brillantes y magníficas de Lope, que celebra á las
jóvenes de Simancas, á cuya grandeza de alma se debió que su patria se
libertase del vergonzoso tributo de las cien doncellas, que los
cristianos habían de pagar anualmente á los infieles[1]; _El primer
Fajardo_, _El Príncipe despeñado_, etc. No se crea por esto que se
disminuya en algo el mérito de Lope por ajustarse á la tradición:
reálzalo, al contrario, la discreción con que utiliza sus materiales, y
hasta se le puede llamar, con justicia, el más perfecto de los poetas
populares, y defender que sus obras son el remate de la poesía nacional
y su más brillante corona.
En breves palabras expondremos el argumento de algunas de estas
comedias.
_El conde Fernán González_ describe la naciente grandeza y la
independencia de los condes de Castilla, sujetos antes al dominio de
León. En la escena primera vemos al conde Fernán González, que se ha
extraviado cazando, y que pide hospitalidad á un piadoso ermitaño.
Anúnciale éste su próxima victoria y la futura fama de Castilla. El
séquito del Conde, inquieto por su suerte, lo encuentra al cabo, y le
participa la noticia de haber atacado los moros á los cristianos. Al
oirla, se apresuran todos á tomar parte en la lid, mandados por tan
famoso héroe, y acompañados de las bendiciones del anacoreta. Las
escenas que siguen inmediatamente á éstas, pintan los estragos hechos
por el enemigo, los ayes de los habitantes de las aldeas, y luego la
brillante victoria de Fernán González, que, á la conclusión del primer
acto, es solemnizada con alegres fiestas por los aldeanos. En el acto
segundo aparece el Conde en León, á donde ha sido invitado para asistir
á las Cortes. La Reina quiere vengarse de él por haber dado muerte á su
hermano el Rey de Navarra; indúcelo á encaminarse á Navarra para
desposarse con una Princesa del país; pero apenas llega el Conde á
Pamplona, accediendo á su invitación, cuando es encerrado en la cárcel.
Sin caudillo entonces los castellanos, son oprimidos por sus enemigos
por todas partes; pero hacen una imagen del Conde de tamaño natural, que
marcha á la cabeza del ejército, y á la cual juran solemnemente seguir
hasta la muerte. Basta la imagen del famoso capitán para infundir miedo
en los moros y dar la victoria á los castellanos. No hay después
necesidad de libertarlo con violencia, porque, con ayuda de la Infanta
de Navarra, se ha evadido de su prisión, juntándose, sin contratiempo, á
sus leales súbditos, y desposándose en seguida con su libertadora. En el
acto tercero aparece el Conde de nuevo en León para cumplir sus deberes.
Disputa con la Reina, y en castigo, es duramente aprisionado; su fiel
esposa viene otra vez en su auxilio, visítalo en la cárcel, trueca con
él sus vestidos, y le facilita la huída, quedándose en su lugar. Fernán
González, no creyéndose en la obligación de guardar más tiempo fidelidad
á sus Reyes, viéndose tan indignamente tratado, toma sin rebozo las
armas contra León; vence á los leoneses, y, después de abrazar á su
esposa, dicta á sus Reyes las condiciones de paz. El soberano de León,
muchos años antes, le había comprado un bello corcel árabe, obligándose
á pagar el doble del precio por cada día que retardase la entrega. El
Conde pide, pues, el pago de esta suma atrasada, ó el reconocimiento de
la completa independencia de Castilla; pero la suma es tan considerable,
que el reino entero de León no es bastante para satisfacerla, y el
Monarca se ve en la necesidad de declarar que los Condes de Castilla,
sus antiguos súbditos, quedan libres de todo vasallaje, y serán, en
adelante, únicos señores de sus dominios.
_El casamiento en la muerte._ Jimena, hermana del rey Alfonso _el
Casto_, ha dado á luz del conde de Saldaña, con quien tenía relaciones
ilícitas, un hijo llamado Bernardo del Carpio. El Rey, furioso con los
amores de su hermana, la obliga á refugiarse en un monasterio; encierra
al Conde en una obscura prisión, y educa al hijo en una absoluta
ignorancia de cuáles fueron sus padres. Bernardo se distingue entre
todos los mancebos en los ejercicios caballerescos, y en breve es el
caballero de más fama por su valor y por su osadía. Alfonso, puesto en
aprieto por los moros, pide ayuda al emperador Carlomagno, prometiéndole
en premio concederle por su auxilio una parte de su reino. Semejante
acuerdo mueve gran alboroto entre los nobles asturianos, y Bernardo, á
la cabeza de los revoltosos, obliga al Rey á revocar su promesa. En las
primeras escenas de la comedia los grandes expresan un sentimiento
nacional exasperado, y Bernardo lee el texto á su tío. Los espectadores
son transportados después á la corte de Carlomagno, en donde justamente
se celebra un suntuoso torneo con motivo del ventajoso tratado del
Emperador con D. Alonso, antes de emprender la expedición á España. Aquí
encontramos á Rolando, á Reinaldos y á los demás paladines, y asistimos
á los amores, tan renombrados en los romances, de Belerma y Durandarte.
Estas escenas son tan notables en su género como las primeras de la
comedia, y llenas de romántico deleite. De improviso, colérico y sin dar
signos de respeto, se presenta Bernardo en medio del salón, en donde se
halla Carlomagno rodeado de su brillante corte de damas y caballeros.
Llega sin más ceremonia delante del Emperador, y le anuncia sin rodeos
que debe renunciar á la esperanza de poseer un solo palmo de tierra en
el suelo español. Su insolencia excita en los paladines general
sorpresa; pero Rolando dice que le place mucho la osadía de Bernardo, y
que se alegrará de medir sus fuerzas con las de tan digno competidor en
la guerra que Carlos declara entonces á Alfonso. El acto segundo nos
ofrece el campo de batalla de Roncesvalles. Alfonso se ha unido con los
moros para impedir al común enemigo el paso de los Pirineos. Bernardo es
el caudillo de todo el ejército, y sabe, mientras tanto, el secreto de
su nacimiento, obteniendo del Rey la promesa de dejar en libertad á su
padre si consigue la victoria. Comienza luego la batalla, en cuya
bellísima descripción se aprovechan, cuando conviene, los romances
populares. Se ve á Durandarte moribundo, que encarga á un compañero de
armas que lleve su corazón á Belerma. La derrota es completa, y Rolando
sucumbe (según la tradición española) á manos de Bernardo. El tercer
acto comienza con un episodio, utilizando la leyenda titulada _La peña
de Francia_. Los moros emprenden por los Pirineos una expedición
asoladora, devastando é incendiando cuanto encuentran. Entre otros
fugitivos aparece Deidón, caballero francés, á quien persigue una
partida enemiga. Trae consigo una imagen de la Santa Virgen que desea
salvar del poder de los infieles; cuando llegan sus perseguidores se
abre una peña, que guarda la sagrada imagen. Múdase en seguida la escena
á la corte de Alfonso _el Casto_, en donde se celebra tan gloriosa
victoria con una brillante fiesta. Bernardo pide la recompensa prometida
á sus hazañas, reclamando no sólo la libertad de su padre, sino también
su casamiento con Jimena, para borrar su mancha de bastardo; pero el
ingrato Rey le contesta con palabras evasivas. Bernardo, aunque fuera de
sí de dolor, no falta, sin embargo, á su lealtad en la comedia de Lope
(mientras que en los romances se declara en abierta rebelión), sino que
cavila en los medios de prestar á su tío nuevos servicios, para
decidirlo al cumplimiento de su palabra. Cuando más adelante libra á
Alfonso de grave peligro de muerte, se lisonjea de haber conseguido la
realización de su más ardiente deseo: logra una sortija que ha de
servirle de señal para rescatar al conde de Saldaña; apresúrase á
encaminarse con ella á la cárcel; estrecha entre sus brazos á su padre,
á quien deseaba conocer tanto tiempo hacía, y lo besa con ardor; pero
permanece en la más absoluta inmovilidad, sin responder á sus
apasionadas caricias, y sus miembros parecen yertos é inflexibles.
Bernardo cae sollozando sobre su cadáver, y llama á su madre, Jimena,
al reanimarse, para que trueque con el muerto su anillo nupcial. Esta
escena es la última de la comedia.
_Las doncellas de Simancas._ Mauregato, usurpador del trono de los Reyes
de Asturias, ha celebrado un pacto con los moros, con arreglo al cual ha
de entregar anualmente al Califa de Córdoba cien doncellas cristianas de
las más hermosas. Este tributo llena de oprobio al país, y muchos
vasallos se rebelan abiertamente contra el Rey, distinguiéndose, entre
ellos, Nuño Valdés y el joven caballero Iñigo López. Nuño tiene dos
hermanas famosas por su belleza, y la mayor, llamada Leonor, es la
prometida de Iñigo. Leonor se ha quejado en algunas ocasiones de la
vergüenza, que recae sobre los españoles en sufrir que se entreguen á
los infieles mujeres cristianas. De aquí que su amante, acompañado sólo
de diez bravos caballeros, trate de libertar á las últimas doncellas que
se han pagado á los moros; pero sucumbe al mayor número y cae prisionero
de Abdallah, hijo del Califa. Amenázale éste con la muerte en castigo de
su osadía; pero le sorprende de tal manera el heroismo, que con este
motivo manifiesta el español, que acaba por concederle la vida y la
libertad. Iñigo, lleno de agradecimiento hacia el noble moro, regresa
de su cautiverio; pero en el camino se le aparece de repente un
caballero con traje cristiano, en el cual reconoce á Abdallah con no
escasa extrañeza suya. Cuéntale éste que ha visto casualmente el retrato
de una cristiana de maravillosa belleza, inspirándole tal amor su sola
imagen, que no piensa reposar hasta que encuentre el original y lo
posea. Dice á Iñigo que, en agradecimiento de la libertad que le ha
concedido, espera de él que le ayude á buscar á su amada, y á traerla á
sus brazos. Iñigo le pide el retrato, y reconoce aterrado á su Leonor.
La lucha entre el amor y el deber de la gratitud es grande en su pecho;
pero no se resuelve á ceder su amada al infiel, y para impedirlo
indefectiblemente, se apresura á casarse con ella; declara en seguida á
Abdallah que ya no le debe favor alguno, y que vuelve á su poder
prisionero. Descontento Abdallah con tal contratiempo, persiste, sin
embargo, en su propósito de poseer á la bella Leonor, y acude con tal
propósito al rey Mauregato. Este, que es enemigo de Nuño, se apresta á
acceder á sus deseos; la casa de Nuño, en Simancas, es cercada por
hombres armados, y sus hijas, con otras cinco señoras de la ciudad, se
reservan para entregarlas á los moros. Desesperado Iñigo, pide al cielo
y á la tierra que liberten á su esposa; excita al pueblo á tomar una
resolución heróica y á sacudir tan ignominioso yugo, aunque sin
conseguirlo, á causa del miedo que inspira el tirano. Las doncellas son,
pues, arrancadas de su país; Leonor, sin embargo, la más atrevida, las
exhorta con ardor á preferir la muerte á su deshonra, y trama después un
plan temerario para libertarse, que se pone en ejecución al punto. Las
prisioneras, aprovechando el momento en que sus guardianes no las
observan, se apoderan de sus armas y se refugian en una torre situada en
el camino, en la cual se fortifican. Cuando las exhortan á que se
rindan, aparecen en lo alto de la torre, y Leonor dice, en nombre de
todas, lo siguiente:
Cuando firmó esta afrenta Mauregato,
* * * * *
Fué condición, en fin, fué ley, fué trato,
* * * * *
Que de hermosura y sanidad constasen
Las vírgenes que al Moro se entregasen.
* * * * *
Sin salud, sin ornato, sin belleza,
Triunfos ya del dolor más lastimoso
Despojos son del llanto y la tristeza.
y entonces enseñan todas sus brazos izquierdos mutilados, puesto que se
han cortado las manos. Abdallah, á pesar de esto, se empeña en lograr
su propósito; pero el pueblo, á las órdenes de Nuño, admirando tanto
heroismo, se revuelve espada en mano contra Mauregato, del cual obtienen
una ley, en cuya virtud la ciudad de Simancas quedará libre en lo
sucesivo de contribuir al tributo de las cien doncellas.
_Los Benavides._ Grandes altercados hay entre los nobles de León acerca
de la tutela del joven rey Alfonso: Payo de Bivar, uno de los más
poderosos, aunque lleno de orgullo, quiere arrebatarle sus bienes, é
insulta grosera é indignamente al anciano Mendo de Benavides, su
adversario. Mendo quiere vengar en seguida su afrenta, pero conoce que
sus débiles fuerzas se lo impiden, y cede á la resistencia de los demás,
hasta que cae postrado en tierra y abandona quejoso la corte bajo el
peso de sus años. Los grandes se conciertan después hasta confiar la
tutela del Rey al conde Melén González. El poeta nos lleva en seguida á
la casa solariega de los Benavides, y nos representa los inocentes
solaces de Sancho y de Sol, dos jóvenes campesinos, que, si bien todavía
casi niños, se profesan inclinación amorosa. Esta escena es encantadora
y de las mejores de nuestro poeta. Pronto aparece Mendo, que cuenta á su
hija Clara su afrenta, en un discurso apasionado, reprochándole que aún
no se haya desposado, y no tenga hijos que lo venguen. Clara le revela
un secreto hasta entonces oculto: años anteriores había llamado la
atención del rey Bermudo, y recibido de él promesa de casamiento, que no
llegó á realizarse. Sancho y Sol son los frutos de estas relaciones,
quienes ignoran cuáles sean sus padres, habiendo sido criados hasta
entonces como si fueran dos vulgares aldeanos. Esta noticia reanima al
viejo Mendo; perdona la falta de su hija, y se congratula de tener un
nieto, que pueda encargarse de vengar la ofensa de su abuelo. Hace con
Sancho distintas pruebas para experimentar su valor; demuéstranlo todas,
y el anciano se regocija, no dudando ya de la osadía de su nieto;
descúbrele su nacimiento y la obligación en que se halla por su
parentesco con un anciano sin honra; Sancho deplora la necesidad en que
se ve de renunciar al amor de Sol, á quien mira ya como á su hermana,
pero se alegra de saber que corre en sus venas noble sangre, y arde en
deseos de castigar al insolente Payo de Bivar. Mientras tanto surgen
nuevas disensiones en la corte por el orgullo de Payo; pero el joven Rey
comienza á ejercer su autoridad, y aleja al rebelde de su lado; éste se
ausenta murmurando y pensando en la venganza. Poco después se aparece
Sancho, el cual, sin atender á la resistencia de los satélites del
Monarca, penetra hasta la antesala regia y pregunta bruscamente quién es
Payo de Bivar. La viveza y rústica obstinación, con que se presenta,
agradan á los caballeros, y uno de ellos dice ser el ofensor de Mendo;
pero la broma termina en tragedia, porque Sancho acomete en seguida al
supuesto Payo, y lo tiende muerto á sus pies.--No nos es posible
extendernos más en la exposición del argumento de esta comedia, y nos
limitamos á extractar lo más esencial. Sancho vive en el error de haber
realizado la venganza que se le encargara, y ejecuta otras hazañas: la
casualidad hace que salve la vida á Elvira, hermana de Payo, y que con
ella se encamine al castillo de su hermano. En él sabe que vive quien
creía muerto, y surge en su pecho una lucha terrible entre los deberes
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