Historia de la literatura y del arte dramático en España, tomo III - 06

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para con el Rey. El desventurado Enrique se decide al cabo á ejecutar
acción tan repugnante. Isabel se despide tiernamente de sus hijos y de
su esposo, á quien asegura, repetidas veces, que recibe gustosa la
muerte de su mano; el Conde, no sintiéndose con fuerzas bastantes para
matarla, encarga á un criado que lleve á la mar en una barca á Isabel, y
que la abandone á merced de las olas. El acto tercero nos ofrece al
mísero Conde atormentado por los remordimientos y presa del delirio. El
horrendo crimen, cometido por orden del Rey, no produce el resultado
apetecido, porque la Infanta se niega á dar su mano al asesino, manchada
con la sangre de su esposa. El conde de Barcelona se acerca con una
armada para vengar la muerte de su hija; un hijo de la muerta es el
Almirante, y el Rey tiembla ya en su capital. Isabel, sin embargo, no ha
perecido en la mar, puesto que, asida á un tronco de árbol, es
arrastrada á la costa, recibiendo la más benévola hospitalidad en los
dominios del duque Octavio. Confía al Duque el secreto de sus desdichas,
y él, que se considera como el principal causante de ellas,
correspóndele participándole que, en aquella noche misteriosa, usurpó
traidoramente el lugar del Conde para poseer á la Infanta. Isabel se
disfraza entonces de hombre, y se encamina á juntarse con la armada de
su padre, en donde no es conocida, aunque se le recibe benignamente por
su semejanza con la que se cree muerta. El rey de Irlanda, viéndose en
grave apuro, entrega á sus enemigos al conde Enrique como autor de todo
lo ocurrido, pero Isabel descubre la verdad dándose á conocer; su padre,
su hijo y su esposo se creen en el colmo de la dicha al recobrar á la
que suponían perdida para siempre, y Dionisia borra la mancha, que
deslustraba á su honor, casándose con Octavio.
Semejante á ésta por el interés que inspira y por la imperfección de las
diversas partes del conjunto, es _Don Lope de Cardona_. El príncipe Don
Pedro de Aragón ha dado muerte en un torneo al hijo del rey de Sicilia;
y en su consecuencia se ha declarado la guerra entre los dos países.
Lope de Cardona, capitán de las tropas aragonesas, vuelve vencedor y
aguarda ser recibido, al desembarcar en Valencia, con las más vivas
demostraciones de alegría; en vez de esto, encuentra cerradas las
puertas: un carro cubierto con negros paños se le acerca, apeándose de
él una dama, vestida también de negro. Esta dama es Casandra, su esposa,
que le cuenta que el príncipe Don Pedro la ha requerido de amores, y que
el padre de Lope, llamado Don Bernardo, ha salido á la defensa de su
honor, sacando su espada contra el Príncipe en el calor de la
contienda. El anciano Bernardo, á causa de su precipitación en obrar,
ha sido acusado de crimen de alta traición y encerrado en la cárcel, y
el Príncipe, lleno de ira, se ha dado trazas de predisponer contra toda
la familia de Cardona al bondadoso y justo Rey. Casandra aconseja la
huída á su esposo, pero él, confiado en su inocencia, se presenta al
Rey, refiere los grandes servicios que ha prestado al trono, y hace
valer las razones que disculpan el hecho de su padre, pidiendo que sea
puesto en libertad y que él entre en su lugar en la cárcel. El Rey se
opone á ello, cediendo á la influencia del Príncipe, y destierra
mientras viva al capitán que le ha ganado una de las más brillantes
victorias. Lope, pues, se embarca para Nápoles en compañía de su esposa,
á la cual intenta retener en vano el príncipe Don Pedro; naufraga en las
costas de Sicilia y arriba á la playa, cayendo en manos de Roger, á
quien ha vencido en la guerra. Regocíjase éste al apoderarse de tan
famoso guerrero, y se esfuerza en atraerle á su servicio, ya haciéndole
las más lisonjeras promesas, ya amenazándolo; pero nada es bastante para
quebrantar la fidelidad de Lope á su soberano, por grande que sea la
injusticia con que lo trata. Roger aprisiona entonces á Casandra, y la
conmina con la muerte si su esposo no accede á sus deseos; Lope sucumbe
á esta prueba dolorosa, se pone al frente de la armada, y llega con
numerosos buques á Valencia. Para economizar la sangre de sus
conciudadanos y antiguos compañeros, exhorta á los aragoneses á decidir
la contienda por medio de un combate singular. Es aceptada su
proposición, y Pedro, para saciar su odio contra los Cardonas, nombra á
Bernardo, todavía preso, para pelear contra su hijo. Los combatientes se
presentan con la visera calada y sin conocerse; cáese el yelmo de uno, y
ambos se reconocen en el momento en que se disponían á pelear hasta la
muerte; obstínanse los dos en morir uno por otro; por último, Lope
persuade á su padre á que huya, y que pretexte que su enemigo es el
príncipe Don Pedro, contra el cual no ha querido levantar su leal mano.
La princesa de Sicilia, enamorada de Don Pedro, se ha esforzado mientras
tanto en atraerlo á una entrevista, para la cual debe serle útil
Casandra, invitándolo á venir á su casa. Él responde afirmativamente á
la invitación, pero es sorprendido por Roger en la tienda de Casandra, y
hecho prisionero. Lope se enfurece sobremanera á causa de la aparente
infidelidad de su esposa, y ésta huye para evitar su cólera, haciendo
correr el rumor de que el rey Roger la ha condenado á muerte, por creer
que mantenía inteligencias con el enemigo. Alegres los sicilianos de
tener prisionero al Príncipe, levantan el sitio y se hacen á la vela;
pero los aragoneses los persiguen y sitian á su vez á Mesina, pidiendo
que se les entregue el príncipe Don Pedro. Cuando se disponen á dar el
asalto á la ciudad, se presenta Don Pedro en las almenas de la muralla,
y los sitiados amenazan matarle, si los sitiadores prosiguen sus
ataques; la princesa de Sicilia se empeña, por su parte, en impedirlo;
para salvar la vida á su amante y establecer la paz entre los
combatientes, se entrega también á los aragoneses, para que su cabeza
caiga al mismo tiempo que la del Príncipe. Su heróica resolución pone
término á tan prolongada lucha; aviénense los dos Reyes, y el casamiento
de sus hijos sella por entonces la paz. Lope de Cardona, que, al saber
la muerte de su esposa, se retira de la armada desesperado, deseando
morir también, ha sido antes llevado á la presencia del soberano de
Aragón, el cual, conociendo su injusticia, le devuelve todos sus cargos
y honores; finalmente, Casandra es descubierta en el ejército disfrazada
de guerrero, y averiguada su inocencia, concluyendo la comedia con la
reconciliación de todos sus personajes.
_La hermosa Alfreda_ es otro drama, que participa de las bellezas y
defectos de los mencionados. El rey Federico, enamorado de la princesa
Alfreda de Cleves por haber visto un retrato suyo, encarga al conde
Godofredo que se encamine á Cleves, y que pida á la Princesa para esposa
suya, en caso de encontrarla tan bella como aparece en su retrato. El
Conde queda tan encantado de las gracias de Alfreda, que,
desentendiéndose de la comisión de su soberano, la pide para sí.
Alfreda, aunque poco aficionada al Conde, accede, sin embargo, á los
deseos de su padre, y Godofredo dice al Rey, á su regreso, que el
original es muy inferior á la imagen, por cuyo motivo induce á su esposa
con fingidos pretextos á que se disfrace con trajes ordinarios y habite
en una obscura aldea. El Rey la conoce aquí, habiéndose extraviado en
una partida de caza, y se enamora de ella violentamente siendo
correspondido. Cuando averigua el engaño del Conde, declara nulo su
casamiento, y se lleva á Alfreda á su palacio para contraer con ella
matrimonio. Godofredo, tanto á causa de su aflicción por el rapto de
Alfreda, cuanto por los remordimientos de su conciencia, hijos de su mal
paso, cae en un estado próximo á la locura, y se presenta sollozando
ante el Rey en compañía de los dos hijos que ha tenido de su esposa.
Alfreda, aunque engañada también por él, intercede conmovida en su
favor y hasta quiere abrazarlo; pero, al intentarlo, observa que la
misma fuerza é intensidad de sus sentimientos le ha arrancado la vida.
El drama _Laura perseguida_ se distingue por la vigorosa pintura de
afectos. Oranteo, hijo del rey de Hungría, ama á Laura, joven dama de
singular belleza, pero cuya condición no es igual á la suya, y tiene de
ella dos hijos. El Rey se opone á que se case el Príncipe con Laura,
proyectando enlazarlo con otra Princesa. Para lograr su propósito,
intenta enemistar á los dos amantes, y se enamora de Laura, á quien no
conoce por su verdadero nombre. Una criada de Laura, que se parece mucho
á su señora, y un cierto Octavio, secretario del Príncipe, se conciertan
para poner en obra los planes del Rey; la criada se viste con el traje
de Laura, y celebra de esta suerte con Octavio una tierna entrevista,
que presencia el príncipe Oranteo. Este se enfurece y renuncia á su
Laura; sin embargo, no le es posible desterrar por completo de su pecho
el amor que le inspira, y, fingiendo ser Octavio, se desliza bajo de sus
ventanas, para convencerse de su infidelidad, puesto que duda de ésta, á
pesar de las apariencias que la confirman. Laura, que ignora la traición
que se trama, le habla amistosamente, creyendo que es el secretario del
Príncipe, y sus palabras afables, por desgracia, son á los ojos de
Oranteo una prueba decisiva de su inconstancia. Laura, pues, es
arrastrada á la cárcel, y sus hijos, sin saber su origen, se envían á un
lugar escondido entre montañas, para ser criados con una familia de
labradores. Un año largo languidece la desventurada en su prisión, al
cabo del cual recobra su libertad y emprende una peregrinación á
Santiago. A su regreso llega á la aldea, en donde viven sus hijos, y los
abraza derramando copiosas lágrimas. El Príncipe, mientras tanto, aunque
convencido de su infidelidad, la ama, sin embargo, y rehusa
obstinadamente casarse con la Princesa. El desenlace, en que se averigua
la inocencia de Laura, y el Rey, que bajo de otro nombre le ha mostrado
su benevolencia, la reconoce como á esposa de su hijo, es fácil de
presumir.
Poco menos interesante, aunque notable por los caracteres de los
personajes, es _Los enredos de Celauro_, llenos de vida y de ingenio, y
de situaciones dramáticas de gran efecto _La boda entre dos maridos_,
_La ocasión perdida_, _Los torneos de Aragón_, _El testimonio vengado_,
_El gallardo catalán_, _Carlos el perseguido_, _Los peligros de la
ausencia_, _La batalla del honor_ y otros muchos. Ningún otro poeta del
mundo nos ofrece en sus novelas, leyendas ó dramas, tantas invenciones
interesantes é ingeniosas, tantas situaciones conmovedoras y dramáticas,
tantos motivos que exciten y encadenen nuestra atención como Lope; pero
en la manera de utilizar estos materiales, en la relación de las partes
con el todo, pertenecen estas novelas dramáticas á sus obras más
imperfectas.
Entre estas últimas y otras obras suyas, que se asemejan más á la
comedia propiamente dicha, hay varias de un género intermedio que, á
causa de su plan más regular, no deben clasificarse con aquéllas, ni
tampoco confundirse con éstas, diferenciándose por su más serio
argumento. Muchas nos ofrecen cierta analogía con los cuadros
sentimentales de familia, tan de moda en los modernos teatros, aunque
los de Lope se distinguen de ellos por su poesía más elevada.
Mencionaremos, entre ellos, á _Las flores de Don Juan_, cuyo
protagonista, en lo relativo al carácter, nos encanta por su fuego y su
ternura; _La moza de cántaro_, _Querer su propia desdicha_, y sobre
todos, _La esclava de su galán_, bellísimo drama en que descuella una
mujer de singular grandeza de alma y pronta á sacrificarse por su
amante. El joven Don Juan renuncia, por amor á Elena, á la posesión de
una rica prebenda, que debe á su padre, por cuyo motivo es abandonado
por aquél. Agradecida Elena al sacrificio que hace por ella su amante,
toma la extraña resolución de venderse por esclava del padre de Don
Juan[9] para aplacar su cólera y reconciliarlo con su hijo. Esta ficción
excita en alto grado nuestro interés, y la serie de escenas en que la
heroina se nos presenta, ya arrebatada de su pasión amorosa, ya airada y
celosa, lo aumenta aún más á la conclusión, en que se descubre y quiere
renunciar á su amante, á quien cree infiel, moviendo entonces al padre,
admirado de su generosidad, á dar su aprobación á su enlace con su hijo.
_El caballero de Olmedo_ nos ofrece un notable ejemplo, así de la
capacidad extraordinaria de Lope, como de la incomprensible ligereza que
tanto le perjudica. Los dos primeros actos son excelentes y de una _vis
cómica_ inimitable; con los rasgos más ingeniosos se describen las
artificiosas intrigas de una vieja alcahueta y supuesta bruja, de la
especie de la Celestina. Don Alonso, caballero de Olmedo, ama á Doña
Inés y es amado de ella; pero el padre de ésta quiere casarla con un
cierto Don Rodrigo. Inés, para evitar en lo futuro el enlace que la
amenaza, pretexta hallarse decidida á entrar en un convento; la
redomada vieja Fabia penetra en la casa, en traje eclesiástico, para
preparar la novicia á la vida conventual, y un criado de Don Alfonso
finge ser maestro de latín; las escenas en que entona cánticos
religiosos mientras Inés lee las cartas de su amante, demuestran que en
aquella época no se miraban como profanaciones estas burlas. La intriga
camina, pues, natural y favorablemente, cuando el drama se convierte en
trágico de improviso, en oposición con su anterior índole. Don Rodrigo,
el pretendiente despreciado por Inés, intenta vengarse de su rival; en
una corrida de toros sálvale Don Alfonso la vida; pero este sentimiento
de gratitud, que le debe en remuneración de su servicio, acrece aún más
su ira; espíalo, pues, y saliendo de su emboscada, lo tiende muerto á
sus pies. Inés pide al Rey justicia contra el matador, y ejecuta
entonces verdaderamente su proyecto, fingido antes, de entrar en un
convento.
Un gran número de las obras de Lope pueden, por último, ordenarse en la
categoría de _comedias_, pero de comedias de gran valor poético, no de
despreciables descripciones de escenas de la vida común, que no debieran
denominarse literarias, aunque conserven aquel nombre en nuestros
teatros. Por regla general, aun en aquellas fábulas, que más descienden
al círculo de la realidad vulgar, la elevación poética del español las
levanta de su humilde esfera. Lo cómico de estas obras no consiste, como
sucede con frecuencia en las comedias de inferior rango, en trasuntos de
locuras ó vicios aislados, con propósitos y exactitud prosáica, ni en
caricaturas ó en algunas escenas burlescas, sino que resplandece en toda
la composición de mil maneras y la penetra y caracteriza en sus diversas
partes. Manifiéstase en el aspecto tranquilo, con que la vida se nos
ofrece en su conjunto, revelándose aquí ó allí en relámpagos burlescos,
ó esgrimiendo el azote de la sátira contra ésta ó aquella extravagancia,
pero en lo esencial presentándonos siempre la parte noble y bella de la
naturaleza humana, que resalta hasta en sus delirios y extravíos. En una
palabra, la comedia española, como la comprende Lope de Vega, es lo que
siempre ha debido ser para llamar nuestra atención, esto es, una poesía
en su esencia; de la vida y sus fenómenos sólo aprovecha lo importante;
concentra, como un espejo prismático, los rayos más serenos de la
naturaleza humana, para reflejarlos con duplicado brillo, y realza
caracteres comunes y sucesos vulgares en un mundo lleno de poesía,
imprimiendo en la realidad el sello de la belleza. Lo burlesco de estas
comedias no consiste en groseros chistes para disipar el mal humor,
sino en la inteligente sonrisa de un espíritu superior, que parece
retozar en todo el conjunto; cuando se muestra lo cómico de más baja
ley, se reviste siempre con las gracias del ingenio; fuérzanos el
gracioso á simpatizar con su alegría, porque sus burlas más locas y
extravagantes no degeneran nunca en perversos y amargos sarcasmos;
reimos con benevolencia, no movidos por amor propio ni por desprecio.
Quien busque en las comedias cuadros comunes prosáicos y naturales,
imitaciones exactas de la realidad ordinaria, personificaciones de
vicios y faltas con ejemplos morales, contrapuestos á ellas; quien
concurra al teatro para oir acerbas invectivas y rasgos satíricos, ó
para presenciar escenas groseras burlescas, que excitan estúpidas risas,
ha de renunciar á Lope de Vega, indemnizándose con Molière ó Wicherley,
Goldoni ó Kotzebue. Pero quien sienta los encantos de la poesía
romántica, de la más florida imaginación, de la inventiva más
inagotable, de los juegos más variados y agudos del ingenio y del
enredo, del análisis más delicado del corazón humano y de sus
sentimientos, lea las comedias de este español distinguido, y podrá
entonces decidir si hay ó no razón para mirar con desprecio, desde tal
altura, las miserias y pequeñeces que en otras naciones usurpan aquel
nombre.
En estas comedias de Lope de Vega resplandece con un brillo más vivo y
con sus diversos colores la llama del genio, que ilumina más ó menos á
todas sus obras. Ya nos detengamos en la traza y desarrollo del plan, ó
en el esmero con que se atiende á sus diversas partes; ya en el tejido
de la fábula ó en su progresivo desenvolvimiento, encontramos siempre al
consumado maestro, y nos alegra y nos encanta siempre el lujo y la
riqueza de su fantasía, la benevolencia y afabilidad de su carácter, lo
noble y puro de los sentimientos, y su penetrante mirada en lo más
íntimo del alma. Cuando leemos estas poesías, nos imaginamos entrar en
un mundo poético completamente nuevo, en una galería infinita de cuadros
de afectos y de esfuerzos humanos, de amor y de odio, de alternativas y
cambios de fortuna. ¡Qué variedad de sucesos tan rica é interesante, y
cuán poderosamente encadenan nuestra atención! ¡Cuánta gracia y cuánta
dulzura en las escenas galantes y amorosas! ¡Cuánto ingenio resalta en
las burlas! ¡Qué maravillosa diversidad en los juegos del acaso, y en
los infinitos cambios que produce! ¡Cuánta corrección en los contornos
de todos estos cuadros, sin omitir un solo rasgo! ¡Qué luz tan
brillante, qué fuego en el colorido!
El poeta, según todas las probabilidades, se aplicó cuidadosamente á la
composición de estas comedias; el argumento de casi todas ellas ofrece
en su arreglo tanto artificio literario; se descubre en su plan tanta
claridad, tanta madurez y reflexión; es tan grande la delicadeza
psicológica que distingue á los caracteres, la simetría que se observa
en la disposición de sus partes aisladas; tanta la sobriedad que se nota
hasta en los pormenores más insignificantes, que, aun teniendo del poder
del genio la idea más favorable, no se concibe que obras tan perfectas
se hayan escrito improvisando, como acontece á muchas otras de Lope.
Su lenguaje llama particularmente nuestra atención. Quizás ningún otro
poeta cómico del mundo ha sido tan feliz en conciliar la dignidad
poética con la viveza y animación del diálogo. Su dicción, ajustándose
siempre perfectamente á la índole del asunto, pasa en ligeras
transiciones desde el tono ligero y fácil de la conversación más frívola
hasta el estilo poético más elevado, revistiéndose de la forma que
cuadra al trato común y ordinario, ó de la que conviene á los rasgos más
cáusticos del ingenio, ó á la violencia arrebatadora de la pasión.
La diferencia establecida entre las comedias de intriga y de carácter
(cuyo valor, en general, puede ponerse en duda), no es aplicable á las
de Lope de Vega. Sólo á algunas, como _El desconfiado_ y _La dama
melindrosa_, puede dárseles el último nombre, á causa de la prolijidad
con que se describen sus caracteres y de la importancia que en ellas
tienen. En las demás, é indudablemente con arreglo á los preceptos del
arte verdadero, se confunden y mezclan de tal suerte los caracteres y
los sucesos externos, deduciéndose unos de otros necesaria é
íntimamente, que es preciso renunciar á la clasificación indicada. Es,
por tanto, absurdo hablar de las comedias de intriga de Lope, para
significar que tal es el carácter esencial que las distingue. Menester
es que en esta parte evitemos usar expresiones impropias, cuyo origen ha
de buscarse en las comedias de Calderón, porque no son aplicables á las
de Lope, ni con frecuencia al teatro cómico español. Calderón ha
estrechado considerablemente el círculo de los resortes que han de jugar
en la comedia; los incomprensibles cambios de la suerte constituyen en
las suyas el móvil capital del interés, y en ellas encontramos ciertos
tipos que siempre subsisten y se repiten, y que sirven de fundamento á
la acción, á las situaciones y á los caracteres de los personajes.
Recuérdense sus comedias de capa y espada, y en todas ellas se nos
ofrecen los mismos resortes dramáticos: celos de amantes de ambos
sexos; luchas del amor con sospechas de padres ó hermanos severos, ó con
los deberes de amigos ó de súbditos; disfraces de mujeres con el velo;
mudanzas de domicilio y de nombre; entradas secretas y casas de dos
puertas. Aunque Lope de Vega haya usado de todos estos motivos
dramáticos largo tiempo antes que Calderón, convergen todos en el nudo ó
intriga de la fábula, y se vale además de otros muchos muy diversos; sus
personajes no se mueven tampoco en el estrecho círculo que los de
Calderón, en los cuales siempre se encuentran dos apasionados amantes,
un rival, un padre severo, una criada astuta, etcétera, casi en
estereotipia. Preciso es ahora que concedamos también á Lope el arte tan
admirado en su célebre sucesor; esto es, el arte de trazar un argumento
interesante y tener en suspenso la atención de los espectadores, porque
si sabe tan bien como Calderón deducir de ciertas luchas ó choques las
situaciones más dramáticas, y siempre nuevas, y complicándolas de un
modo sorprendente, justo es también, por otra parte, que se le atribuya
la gloria de poseer otra dote más importante, cual es la de inventar más
motivos cómicos y derramar más vida y variedad en la pintura de
caracteres.
La notable diferencia en el tono y asunto de estas comedias y la
diversidad de elementos cómicos que en ellas predominan, no consienten
hacer la división cómoda de sus distintas clases, que sería de desear.
Hay gradaciones tan leves é insensibles, que es difícil señalar con
exactitud los límites que las determinan. Sólo las distinciones
generales siguientes, casi externas, pueden establecerse con trabajo. En
primer lugar, hay comedias que, por su índole y argumento, nos recuerdan
sin esfuerzo á Plauto y á Terencio, ofreciéndonos caracteres,
situaciones y relaciones análogos á los de los cómicos romanos. Se
sobreentiende que, ni por asomos, hay que hablar de la imitación de las
formas antiguas; aún menos se proponía Lope llevar al teatro la pintura
de costumbres de tiempos pasados: su intento era tan sólo el de inspirar
nueva vida en caracteres españoles de su época, que ofrecían cierta
semejanza con los protagonistas de los antiguos cómicos. Verdad es que
nos las habemos con libertinos, aventureras, parásitos, cortesanos y
alcahuetas, que se nos ofrecen en situaciones no siempre decentes; pero
Lope ha sabido dulcificar lo repugnante y duro de las mismas con arte
singular, no perjudicando por esto á la verdad de sus descripciones, y
trazando en sus cuadros bellos rasgos, de suerte, que la impresión
total que en nosotros hacen, no tiene nada de repulsiva. En _El rufián
Castrucho_ encontramos los personajes de un rufián disoluto y de una
astuta alcahueta, así como tipos de la licenciosa soldadesca española,
delineados con vigorosos y muy verdaderos contornos, juntamente con una
intriga tan ingeniosa como divertida. En _El anzuelo de Fenisa_, comedia
resucitada en nuestros tiempos, obsérvanse también cuadros análogos,
aunque más delicados. Existen, sin embargo, en la actualidad, pocas
obras suyas de esta especie.
Otras comedias de Lope se distinguen por la particularidad de que sus
motivos de interés cómico son acontecimientos políticos, como, por
ejemplo, en _El palacio confuso_, cuyo argumento consiste en la
semejanza de dos Príncipes, que truecan alternativamente sus nombres, y
corrigen de esta manera las faltas cometidas en su gobierno.
Si siguiéramos ahora la clasificación adoptada por algunos historiadores
de la literatura de sus demás obras, separaríamos las que presentan
personajes reales, de las que sólo nos ofrecen escenas de la vida
privada. Pero como sucede que, aun cuando el lugar de la acción sea
corte de Reyes, sólo refieren hechos particulares; y como ambas
supuestas especies no se diferencian en ningún punto capital y
característico, semejante división sería tan arbitraria como inútil.
Entre las comedias que tienen de común el representar personajes de las
clases más cultas, resplandeciendo en ellas la más fina urbanidad, y
como respirando la flor de la cultura más grata, hállase una larga serie
de las obras más perfectas de Lope, que no es dable analizar sin sentir
grande admiración hacia la riquísima vena poética, que en todas sus
partes se muestra. Pero la misma vida y variedad de los cuadros, que
observamos en ellas, nos fuerzan á prescindir del análisis minucioso de
cada una. Baste decir que, cuanto expusimos antes en general sobre las
bellezas de sus comedias, es aplicable á éstas particularmente,
indicando de paso, que, en nuestro concepto, son las mejores entre sus
más bellas obras.
_Amar sin saber á quién_ se funda en la más felicísima invención, que es
dado inspirar á la musa cómica, exhalándose en toda ella tan romántico
aroma, que no puede menos de arrebatar á cuantos sean capaces de sentir
los encantos de la poesía. Don Fernando y Don Pedro se desafían en las
inmediaciones de Toledo, cayendo el último. Don Juan de Aguilar,
caballero sevillano, que en su viaje pasa cerca del lugar del desafío,
oye ruido de armas, y abandona á su caballo, para poner paz entre los
combatientes, si le es posible; pero llega tarde, y encuentra á Don
Pedro bañado en su sangre, y ve huir al matador. Sobreviene al mismo
tiempo la justicia, y aprisiona á Don Juan como autor presunto del
delito, puesto que se halla al lado del cadáver. La escena inmediata es
en la habitación de Don Fernando: Leonarda, su hermana, discurre con su
criada acerca de las pretensiones amorosas de un Don Luis de Rivera, que
la molestan. Preséntase Don Fernando, y cuenta á su hermana la desgracia
ocurrida; sabe que Don Juan ha sido preso por él, y resuelve entonces
delatarse, á fin de que no padezca el inocente; Leonarda, sin embargo,
lo convence á que aplace por algunos días la realización de su proyecto,
porque intenta escribir una carta al prisionero, á quien no conoce,
fingiendo ser una dama que lo ha visto al pasar hacia la cárcel,
enamorándose de él. De esta manera, y haciéndole algunos regalos, piensa
dulcificar las amarguras de la prisión, hasta encontrar una coyuntura
favorable para libertarlo, y evitar así que vaya su hermano á la cárcel.
Algunas sospechas se suscitan, mientras tanto, contra Don Fernando, y se
presenta á Don Juan para que declare si reconoce en él al matador de Don
Pedro. No lo duda Don Juan á la primera mirada, pero dice generosamente
que nunca ha visto á tal caballero. La carta y el retrato de Leonarda,
que recibe el prisionero, lo regocijan hasta el punto de parecerle la
cárcel el Paraíso; y si bien ignora el nombre de la dama que le escribe,
se enamora de ella ardientemente; crúzanse innumerables billetes entre
ambos, y la pasión fingida de Leonarda se convierte en verdadera. Merced
á la mediación de Don Luis de Rivera, á quien Don Juan viene
recomendado, en Toledo, consigue éste salir á veces de la cárcel y
hablar, por la reja, con su amada, que, sin embargo, no se da á conocer;
averigua después, con harto pesar suyo, que Don Luis, con quien traba la
amistad más estrecha, pretende también á la misma dama; estos lazos y
los de la gratitud, por los muchos favores que debe á su amigo, parece
como que le obligan á renunciar á su amor. Los esfuerzos reunidos de Don
Luis y de Don Fernando lo libran al cabo de la cárcel, y el último se
empeña en hospedarle en su casa. Don Juan acepta la invitación,
descubriendo entonces por vez primera que la desconocida, á quien ha
entregado su corazón, es la hermana de su huésped. Don Luis, que nada
sabe de esto, lo solicita para que hable en su favor á Leonarda, y Don
Juan se compromete á realizar su deseo, movido de la amistad que le
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