Historia de la literatura y del arte dramático en España, tomo III - 05

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ocultarse. Julia se refugia en la parte superior del aposento, que su
padre habita, lo cual da origen á una escena admirable; Julia habla á
través de las hendiduras del suelo, y Antonio cree oir la voz de su
espectro.
JULIA.
¡Padre!
ANTONIO.
La voz conozco. ¡Muerto quedo!
JULIA.
¡Padre!
ANTONIO.
Esta es Julia ó me la forma el miedo.
JULIA.
Oye, ingrato padre mío,
Si acaso sentido tienes,
Estas últimas palabras,
Aunque después de mi muerte.
ANTONIO.
¡Hija! ¿Eres tú?
* * * * *
* * * * *
JULIA.
Padre, pues del otro mundo
Vengo á hablarte, escucha, atiende.
* * * * *
* * * * *
Yo me maté por tu causa.
ANTONIO.
¿Por mi causa?
JULIA.
Claramente.
Tú me casabas por fuerza.
ANTONIO.
Mi intento fué bueno.
JULIA.
Advierte
Que el Conde me merecía;
Mas no quiso Amor que fuese
Mi esposo, porque ya estaba
Casada.
ANTONIO.
Culparte debes
A ti misma en no decirme
Lo que tan tarde me ofreces.
Dijérasme: «Padre mío,
Yo soy mujer flaca y débil;
Caséme contra tu gusto,
Yerros de amor oro tienen.»
Perdonárate yo entonces;
Que no es posible eligieses
Hombre tan vil, siendo cuerda,
Y en virtud é ingenio un fénix.
JULIA.
Cualquier hombre te dijera,
Por vil y bajo que fuese;
Y no pude el que me dió
Para marido mi suerte.
Casome Aurelio con él;
Que hasta tanto que tuviese
La bendición de la Iglesia
No fué posible moverme.
Dos meses fué mi marido.
ANTONIO.
¿Que no se supo en dos meses?
JULIA.
No, padre, porque el peligro...
No hay cosa que más enferme.
Pues como me vi casada,
Y que casarme pretendes,
Dime la muerte, y estoy
A donde imaginar puedes.
* * * * *
* * * * *
Sólo te pido que me honres,
Y que en paz y amistad quedes
Con el que fué mi marido,
Y que su muerte no intentes;
Que si lo haces, te juro
Que los días que vivieres,
Con el fuego que me abrasa,
Cada noche te atormente.
ANTONIO.
Pero di, ¿quién es el hombre?
JULIA.
El que á Octavio dió la muerte,
El hijo del que sustenta
Tus enemigos Monteses.
Roselo, padre, se llama.
Los demás Castelvines descubren mientras tanto á Roselo, y lo traen
prisionero para saciar en él su sed de venganza. Antonio, sin embargo,
pensando todavía en la voz que ha resonado en sus oídos, abraza á
Roselo, y le cuenta su visión. Aplácanse todos al escucharlo. Aparece
entonces Julia, y cuenta que Roselo la ha librado de las garras de la
muerte, por cuya razón es aprobado por todos el enlace de los dos
amantes, que sella la reconciliación de los Monteses y Castelvines. La
conclusión es, sin duda, la parte más débil de este drama. ¡Cuán grande
es el abismo, que separa á la catástrofe tan patética y tan
profundamente conmovedora de Shakespeare de esta terminación cómica! Al
contrario, las demás partes de la obra de Lope nos ofrecen escenas, que,
por su fuego amoroso, ternura é intensidad de afectos, rivalizan con las
de la tragedia inglesa; y, de todas maneras, la comedia de Lope es
incomparablemente superior al arreglo dramático de la misma novela,
hecho después por Francisco de Rojas.
Infinitamente más bella que las dos últimas comedias es _La quinta de
Florencia_, cuyo argumento se funda también en una novela de Bandelo
(consultad además _Les histoires tragiques_ de Belleforest, tomo I,
hist. 12, y á Goulart, _Histoires admirables_, tomo I, pág. 212), y la
ventaja resultará, indudablemente, en favor de Lope, y en contra de
Beaumont y de Fletcher, quienes, en su _Maid of the mill_, han tratado
dramáticamente de este mismo asunto. Si el drama inglés se divide con
poco criterio en dos acciones, la de Antonio, Ismenia y Aminta, y la de
Otrant y Florinel, el español le excede por su artística composición,
puesto que todas sus escenas están estrechamente enlazadas entre sí, y
la atención del espectador no se distrae un solo instante; hasta la
pintura de caracteres y de afectos, y las situaciones dramáticas,
merecen también nuestra plena aprobación. _El halcón de Federigo_ se
funda en la novela del halcón del Decamerón (Giorn. 5, Nov. 9), y _El
remedio en la desdicha_ en la celebrada leyenda de Abindarráez y Jarifa
de la _Diana_ de Montemayor. _El guante de Doña Blanca_ refiere el mismo
suceso que el _Handschuh_, de Schiller, sin otra diferencia que el lugar
de la escena es la corte de Portugal. En _La prueba de los ingenios_
admiramos la misma fábula oriental, que ha sido adoptada en las novelas
del Occidente, cuyo origen parece ser el _Heft peiger_, de Nisami, tan
famoso por el Turandot de Gozzi. _El mármol de Felisardo_ muestra en su
acción notable semejanza con el cuento de invierno de Shakespeare; y
como este drama, según parece, proviene de la _Pleasant History of
Dorastes and Fawina_, de Roberto Green, es de presumir que todas estas
obras tengan por base una antigua novela, desconocida para nosotros y
aprovechada también por Lope.
Debemos mencionar inmediatamente una serie de producciones literarias,
cuya índole puede caracterizarse con el nombre de _novelas dramáticas_.
Aludimos á aquéllas, cuyas escenas se ajustan entre sí levemente y sin
sujetarse á verdadero plan dramático, y que además, por sus sucesos
novelescos é imprevistos, tienden á impresionarnos insólita y
sobrenaturalmente. Cuéntanse, entre ellas, algunas de las citadas; pero
hay otras muchas que no deben clasificarse con las anteriores, ya porque
son de exclusiva invención del poeta, ya porque nos son desconocidas, á
pesar de nuestra diligencia, las tradiciones ó novelas en que se apoyan.
Cualquiera que sólo hubiese leído estos dramas de Lope, no dudaría en
formar de su talento para la composición dramática la idea más
favorable, puesto que plan y caracteres se sacrifican con demasiada
frecuencia al afán de ofrecer nuevas y sorprendentes situaciones, y á la
propensión á lo sobrenatural y monstruoso. La alternativa de aventuras
maravillosas, que no pocas veces sólo dependen de tenue hilo, pero que
llevan la atención del espectador de una á otra situación interesante,
parece haber sido el blanco principal que se proponía alcanzar el poeta.
Cuando para lograrlo no encuentra mudanzas extraordinarias de fortuna,
sucesos singulares que tocan en los límites de lo increíble, por ser
raros entre los históricos conocidos y por su incompatibilidad con el
tiempo y con el lugar real y verdadero en que hubieron de ocurrir, crea
países imaginarios, funda reinos y eleva al trono dinastías que jamás
existieron. La India y la Persia, la Hungría y Polonia, la Transilvania
y Macedonia, se convierten en teatro de insidiosos asesinatos,
encantamentos y revoluciones soñadas. La geogragía y la historia de
estas obras parece la misma que la de los libros de caballería, y si por
casualidad se aprovecha algún acontecimiento histórico, ó que lo
parezca, va acompañado de los pormenores más novelescos é inconciliables
con la verdad histórica. Lope, según la expresión de Sancho Panza, tiene
siempre á mano el reino de Dinamarca ó de Sobradisa, que le vienen tan
de molde como anillo al dedo, y destroza con portentosa presteza á los
emperadores de Trebisonda ó á los tiranos de la Albania. Obliga á sus
personajes á correr de Levante á Poniente, del Septentrión al Mediodía,
ya dando batallas, ya danzando en amoríos; el lugar de la escena es ya
Alejandría, ya Babilonia, ya Irlanda ó Siebenburga. La acción es
frecuentemente un conjunto de sucesos contradictorios de la más extraña
especie.
La más rara confusión de elementos heterogéneos; la unión más absurda y
caprichosa de catástrofes trágicas y de cómica licencia, de paganismo y
cristianismo; el concurso más singular de personajes; el enlace más
monstruoso de lo completamente sandio y sin sentido con lo más ingenioso
y divertido, se encuentra en _El nuevo Pitágoras_. Si un poeta
fantástico de nuestros días se propusiese, en un arrebato de excéntrica
originalidad, escribir una obra llena de disparates, podría difícilmente
asemejarse á la de Lope, y, sin embargo, este aborto de la imaginación
más desarreglada, nos ofrece muchos rasgos admirables en el oleaje de
sus absurdas visiones. La rareza[8] de esta comedia nos autoriza para
darla á conocer más exactamente.
_Jornada primera._ Cárcel de esclavos en Marruecos. Razonte, joven
castellano de familia distinguida, es cautivado por piratas moros en las
costas de España, cuando se disponía á encaminarse á Madrid para casarse
con la bella Angélica. Yace durmiendo en su prisión subterránea, y es
visitado por el Dios Amor, que lo exhorta á huir de su cárcel, porque,
de no hacerlo, perderá á su prometida. El plan que le sugiere para la
realización de este designio, es el siguiente: la sultana Zelora ha
tramado con el joven Mahamud una conspiración para atentar á la vida del
Sultán la noche inmediata; se encontrará un puñal en poder de Zelora y
una carta á Mahamud, que probarán su traición. El Amor aconseja, pues, á
Razonte que los delate, para que, agradecido el Sultán, le conceda la
libertad, decidiéndose Razonte á seguir su consejo. La escena que sigue
nos ofrece á Zelora y Mahamud hablando de sus amores: tan grande es la
violencia de su pasión, que discurren sin precaución alguna acerca de su
criminal proyecto; es fácil, por tanto, á Razonte conocer hasta los
detalles más insignificantes de la conjuración, y se apresura á
descubrirla al Sultán; éste hace ahogar á Mahamud y á los demás
conjurados, pero perdona á Zelora, á quien siempre ama, y le asegura que
la amará también en lo sucesivo; pero ella lo trata con desprecio,
rechaza su perdón, y se mata en su presencia. El Sultán dispensa grandes
beneficios á Razonte por haberle salvado la vida, embarcándose después
hacia España. Múdase entonces la escena á las costas de Andalucía.
Razonte y su criado Carlino, que es el gracioso, alcanzan nadando la
Sierra, por haberse ido á pique, en una tempestad, el buque que los
traía; los pescadores de la costa los acogen hospitalariamente, y son
llevados á la casa de un rico molinero, llamado Butrago, en la cual
permanecen muchos días. Razonte sufre mil importunidades de Aldonza,
sobrina de su huésped, pero guarda fidelidad á su Angélica. Carlino
busca á un judío para empeñar unos diamantes que su señor ha salvado del
naufragio, y de paso intenta convertir al descreído. Los dos náufragos
prosiguen su viaje á Madrid; Aldonza se queda desconsolada,
aconsejándole Butrago que nunca ofrezca su corazón á gentes principales.
En la escena siguiente vemos un jardín en Madrid, y en él una fuente con
su saltador, adornada con la estatua del Amor. Razonte, fatigado del
viaje, duerme á los pies de la estatua, excitándole en sueños el Dios á
que se encamine á un lugar solitario á orillas del Manzanares, y oiga
los consejos de un piadoso ermitaño que lo habita. Despierta entonces el
viajero, y emprende su peregrinación; á poco encuentra á Mysón, criada
de Angélica, y le pregunta por su amada, informándose también de cuanto
ha ocurrido en su ausencia en casa de Doña Beatriz, madre de Angélica.
«Tranquilizaos--le dice Mysón,--Angélica es fiel á vuestro amor; pero
sabed una nueva extraña: Doña Beatriz se ha casado con el Doctor
Cornágoras.»
«¿Es posible?--le replica Razonte.--Los celos, de seguro, no molestarán
á este matrimonio. Pero dime ¿de qué encanto se ha valido el Doctor para
celebrar esta boda?»
«Su cabeza--añade Mysón--se ha extraviado con la absurda creencia de la
transmigración de las almas. Afirma que fué antes Priamo, César,
Tamerlán, Alejandro y no sé cuántos más; con estas ideas ha trastornado
el seso á Doña Beatriz, habiéndole dicho que en su cuerpo habita el alma
de Elena, dándole ella crédito sólo por ser él quien lo dice. Se ha
casado, pues, con él, aunque no se oponga á vuestros deseos,
proponiéndose que su hija dé su mano á Héctor de Sandrago, por ser para
ella el Héctor troyano.»
Razonte se aflige sobremanera al oir esta noticia, y resuelve buscar al
ermitaño para pedirle consejo.
_Jornada segunda._ Escena superflua, en que Carlino se chancea con el
criado de Cornágoras; el loco doctor viene también, riñe á su servidor,
que es un perfecto imbécil, y sólo sirve para excitar la risa con su
endiablada jerigonza. «¡Sí--exclama,--ya sé quién eres, traidor! Eres el
infame Anaximandro que negaba la existencia de los Dioses, y todo lo
explicaba por la casualidad; te he visto muchas veces, y sostuve
contigo, en Mileto, una larga disputa sobre este punto.»
Múdase el lugar de la acción; vese la residencia del ermitaño Helvidio,
á quien Razonte cuenta sus penas. Helvidio hace jurar al desdichado
amante que, en caso de conseguir algún día la mano de Angélica,
edificará en el paraje en donde se levanta la ermita una hermosa iglesia
con un hospital para los pobres caminantes. Arrodíllanse ambos á orar;
aparécese un ángel que exhorta á Razonte á buscar á una vieja
encantadora morisca, para ser testigo de su maravillosa conversión, y
para averiguar, con su ayuda, el medio de lograr la realización de sus
deseos. Ábrese el fondo del teatro, y se presenta la cueva, en donde
Rustana ejerce su infernal arte: describe en el suelo círculos mágicos,
y recita fórmulas de encantamentos para que sucumban los héroes marinos
españoles, tan peligrosos para los corsarios africanos, volviéndose de
vez en cuando á un mono grande, que le revela los misterios de lo
porvenir. Preséntase el ángel y manda al mono que indique á Razonte los
medios de hacer á Angélica suya; obedécelo el mono, presa de horribles
convulsiones, y dice: «Sólo vencerás, si te vuelves loco como
Cornágoras,» cayendo muerto después de pronunciar estas palabras. El
celestial mensajero se vuelve luego hacia la hechicera, y la exhorta á
renunciar á sus artes diabólicas; ella siente de pronto que todo su sér
se altera, y promete expiar sus anteriores pecados haciendo rigurosa
penitencia. Razonte sale en busca de Angélica; abrázala tiernamente tras
tan larga ausencia; declárale las palabras del oráculo, y acuerdan ambos
que Razonte finja creer en la metempsícosis y pasar por un héroe de la
antigüedad. Entran en la habitación de los padres de Angélica.
BEATRIZ.--¿Qué veo? ¿Razonte? ¿No os he dicho millares de veces, que
renunciéis para siempre á mi hija? Sólo Héctor será su marido.
RAZONTE.--Más humana ¡oh cruel Elena! fuiste antes conmigo; antes no
preferías á Héctor.
BEATRIZ.--¡Cielos! ¿qué oigo?
CARLINO.--¡No dudes ya; éste es Paris, en cuerpo y alma!
BEATRIZ.--Paris, amante mío, ¿eres tú verdaderamente? ¡Sí! ¡Ya te
reconozco! ¿Por qué me has tenido engañada tanto tiempo?
RAZONTE.--Para espiarte tranquilo. He visto tu infidelidad al casarte
con este gran filósofo; pero ya que te he perdido, he determinado
consolarme en mi desdicha y ser tu yerno, porque la bella Angélica es tu
vivo retrato, y te amaré á ti amando á ella.
BEATRIZ.--Que Angélica sea tuya ¡cuenta con mi promesa! Pero dime: ¿en
dónde has estado después de todas nuestras desdichas?
RAZONTE.--Por ti he derramado lágrimas bajo formas infinitas; he sido
tigre, zorro, oso, ave de rapiña, alguacil, y por último, me alojé en el
cuerpo de Razonte.
BEATRIZ.--Y yo, después de haber sido Elena, anduve largo tiempo errante
y sin domicilio fijo; fuí luego ratona y me casé con un ratón, pero la
muerte acabó con nuestras alegrías: un gato nos atrapó al salir de
nuestro agujero, cuando gustábamos de todas las dulzuras del matrimonio,
y el infame nos devoró.
CARLINO.--Yo fuí ese gato: lo recuerdo con deleite, porque vuestro sabor
era exquisito. Cuando érais ratona no estábais tan flaca como ahora.
Sólo habéis conservado el color pardo de vuestro cutis.
CORNÁGORAS.--Y yo fuí antes Pitágoras, Sócrates, Alejandro, Catón,
Escipión... (_A Carlino._) Pero, ¡santo Dios! ¿veo yo bien? Sí; ¡ya te
conozco! ¡Tú eres Aquiles!!
BEATRIZ.--¿Es posible? ¡Aquiles! ¡Cuántos hombres grandes contemplo en
este día!
CARLINO.--¿Cómo? ¡El diablo me lleve! ¿Yo Aquiles? Pero ¿quién era
Aquiles? ¿No fué un Emperador romano?
_Jornada tercera._ Beatriz desea que se celebre el enlace de Angélica y
Razonte, pero para lograrlo ha de rescindir antes el contrato de
casamiento, que se halla en poder de Don Héctor, negándose á hacerlo.
Razonte se desespera y vaga, lamentándose, por lugares solitarios.
Ocurre luego una escena de devoción católica, que forma el más extraño
contraste con las divertidas que le preceden y subsiguen. El ángel se
presenta al desolado amante y le dice que recuerde sus votos, escritos
en el cielo, á cuyo cumplimiento le exhorta, ya que Helvidio ha muerto.
Añade que Rustana, la encantadora, ha fenecido, como el ermitaño, en la
expiación y el arrepentimiento; que sus almas yacen en la mansión de
los bienaventurados, y que, por mandato de Dios, le presenta sus
cadáveres para que su vista le infunda el amor á la virtud y el
desprecio de los goces mundanos. Se ve á Helvidio y Rustana muertos,
descansando en un lecho cubierto de flores: un coro de ángeles se cierne
sobre sus cabezas y canta un himno, mientras Razonte se arrodilla, y al
final de cada estrofa repite el _Gloria in excelsis_. Confirma con
nuevos juramentos su anterior voto, y el ángel le anuncia que, al lado
de su Angélica, vivirá feliz muchos años como fundador del hospital
futuro. Después de estos rasgos de ascetismo recomienzan las escenas
burlescas en la casa del Doctor. El divertido personaje Carlino, llamado
Aquiles por todos, se imagina que es el héroe griego, y al desempeñar
este papel no sale seguramente mal librado, porque lleva vestidos
lujosos, propios de su alto rango, y se regala de lo lindo. Pero esta
dicha es poco duradera, porque Don Héctor lo cita á singular combate;
depone entonces su espada y sus regias insignias, y le dice que el
Demonio se lo lleve si ha sido alguna vez un héroe; que creyó vivir
sosegado y tranquilo llamándose Aquiles; pero que sabiendo ya que ha de
pelear, renuncia á su dignidad y prefiere la vida. Este cambio de
carácter en Aquiles admira á todos, pero no por esto se decide á pelear
con su émulo, habiéndolo ya vencido en Troya.
BEATRIZ.--¡A él, valeroso Aquiles!
CARLINO.--¡Calla, lengua ponzoñosa!
RAZONTE.--¡Desenvaina tu espada!
CARLINO.--¡Sudo de miedo por todos mis poros! (_Desenvaina la espada y
se acerca á Héctor haciéndole cortesías._)
HÉCTOR.--¡Dios mío! ¡Mi ánimo desfallece!
CARLINO.--Tiene voz de trueno. ¿Quisiérais, bondadoso señor Razonte,
tirarle al suelo ó sujetarle las manos?
RAZONTE.--¡Cobarde!
BEATRIZ.--¿Es posible, Aquiles?
CARLINO.--No veo otro recurso que darle el golpe de gracia; si no, me
mata. ¡Toma! (_Tira dos botas á Héctor._)
HÉCTOR.--¡Yo muero!
CARLINO.--¿Me ha alcanzado? ¡Cielos, qué temblor el mío!
HÉCTOR.--Me doy por vencido. ¡Perdón!
CARLINO.--Según parece, también tiene miedo.
MYSÓN. (_La criada abrazando á Héctor._)--Si no nos entregas ahora mismo
todos tus papeles y tu persona, sentirás todo el peso de la cólera de
Aquiles.
CARLINO.--¡Sujétalo bien, Mysón!... ¡Ah, bellaco; ahora verás quién
soy! ¡Muerte y asesinato!
HÉCTOR.--¡Misericordia, héroe invencible! ¡Si me lo mandas, abrazaré tus
rodillas!
CARLINO.--¡No me toques; no pienso en eso ni lo deseo!
HÉCTOR.--Ahí tenéis cuanto pedís.
RAZONTE.--Angélica. ¡Oh dichoso instante!
CARLINO. (_Dando sablazos de plano á Héctor._)--Yo te perdono;
enmiéndate en lo sucesivo, pero recibe esta amonestación cariñosa.
Don Héctor desaparece; los amantes, poseedores ya del documento en que
Héctor fundaba sus pretensiones, se abrazan mutuamente, y Carlino
declara su voluntad de casarse con Mysón. Todos se admiran de que un
vástago de sangre real elija por esposa á una criada; pero Mysón asegura
que es Deidamia, y que hace ya cuatro mil años que busca en vano á su
querido Aquiles, hasta que lo encuentra en este instante; de suerte que
las dos parejas reales se apresuran á contraer matrimonio. A la
conclusión se entona un canto por el coro en alabanza de la doctrina de
la metempsícosis.
En _La octava maravilla_ se nos presenta un Rey de Bengala, dedicado al
estudio de Hipócrates y Galeno, que excitado por las pomposas
descripciones, que le hace un arquitecto español de la geografía de
España y de la genealogía de sus familias más distinguidas, se resuelve
á visitar á la Península, y después de naufragar en las islas Canarias
llega á Sevilla, en donde finge ser un criado y se enamora de una beldad
sevillana, convirtiéndose al cristianismo y regresando después á su
reino para propagar en él su religión. La escena es, ya en Bengala, ya
en las islas Canarias, ya en España. En _El prodigio de Etiopía_ se
apodera un moro, por astucia, de la hija del Rey de Egipto, haciéndose
pasar por su amante; huye con ella, se convierte en salteador, comete
los mayores crímenes y muere al fin ermitaño y mártir. _La doncella
Teodora_ refiere las singulares aventuras que suceden en Orán,
Constantinopla y Persia á una joven española de admirable ingenio y
belleza; figuran también en este drama un profesor de Valencia, un
catedrático de Toledo, el Rey de Orán; Selin, gran señor de Turquía, y
el Sultán de Babilonia. En _El hombre por su palabra_ sube al trono de
Macedonia el hijo de un jardinero, después de ejecutar grandes hazañas y
con el favor de una Princesa. En _La ventura no buscalla_ se refugia
otra Princesa fugitiva en la casa de un noble de los montes Cárpatos;
entra á su servicio, se casa con él, y le trae al fin en dote la corona
de Hungría. En _El animal de Hungría_, un Rey de este país condena á
muerte á su inocente esposa y se casa con la cuñada; pero la que se
creía muerta vive, se cubre con pieles de fiera y pasa por tal, rondando
las selvas próximas al castillo y robando los hijos que el Rey engendra
en su hermana. Parecidos son _El hijo de los leones_, _Los pleitos de
Inglaterra_, etc.


CAPÍTULO XVI.
_La fuerza lastimosa._--_Don Lope de Cardona._--_La hermosa
Alfreda._--_Laura perseguida._--Otras comedias.--_El caballero de
Olmedo._--Lo cómico de Lope de Vega.--_Amar sin saber á quién._

Afortunadamente no es grande el número de estas obras informes, que sólo
deben considerarse como abortos de una imaginación desarreglada, y que
nos ofrece al poeta en sus más singulares extravíos. Otras muchas, que
entretejen también sucesos, sin enlace estrecho y á modo de novela, y
que, por su índole romántica, pertenecen á la misma categoría, muestran
más arte en la traza y ejecución de su plan dramático. _La fuerza
lastimosa_, drama, cuya idea fundamental proviene del conocido romance
del conde Alarcos, y que debió ser de las más famosas de Lope por las
frecuentes alusiones que á él hacen los escritores españoles, no
merece, en verdad, grandes alabanzas en cuanto á su composición, porque
se abusa de las ficciones, y la verosimilitud no siempre se observa;
pero, á pesar de estos defectos, ¿quién no admirará el fuego y el vigor
de la fantasía, y el interés grande que excita en el lector esta extraña
obra dramática? Dionisia, hija del rey de Irlanda, pone sus ojos en el
bello conde Enrique, y encontrándolo en un paraje retirado de los
salones, en una partida de caza, lo cita para la noche siguiente. El
duque Octavio asiste á la entrevista anterior á la cita sin ser notado
de los amantes, advirtiéndose que ama también á la Princesa, aunque sin
esperanza de ser correspondido, por cuyo motivo toma la insidiosa
resolución de fingirse el Conde. Preséntase, pues, al Rey con este
propósito, y sin decir la causa; pero haciendo al Monarca fervorosas y
vehementes súplicas, y prometiendo descubrirle el secreto al día
siguiente, le pide que aprisione al Conde. Concédesele su pretensión, y
el Duque, sin ser conocido, asiste á la entrevista fijada para otro. A
la mañana siguiente pretexta Octavio que la prisión del Conde era
necesaria para libertarlo del peligro que corría de ser asesinado. Sale
de su prisión el Conde, y es nombrado Almirante para demostrar su
inocencia; pero el Duque, atormentado por los remordimientos, y
temeroso de que se descubra la verdad, se refugia en sus dominios.
Firmemente convencida Dionisia de haber estrechado en sus brazos á su
amante la noche de la entrevista, se maravilla sobremanera de que aquél
se haga el desentendido, y cree que se propone negarlo; su pasión se
acrecienta más y más, reconviene amargamente al Conde por su conducta, y
lo obliga, no comprendiendo lo que sucede, á abandonar la corte para
siempre y ausentarse á un país lejano. En el acto segundo acomete á la
Infanta una melancolía profunda, que casi raya en locura, y cuya causa
nadie puede adivinar; nada responde á lo que se le pregunta, y, por
último, escribe lo siguiente, importunada por los repetidos ruegos del
Rey:
Yo me casé
Con Enrique de secreto,
Y en secreto me gozó;
Fuese á España, y me dejó,
Padre, sin honra en efeto.
Enrique llega á España mientras tanto, y se casa con Isabel, hija del
conde de Barcelona. Han transcurrido muchos años desde que abandonó la
Irlanda; el deseo de ver de nuevo á su patria no lo deja sosegar, y al
fin se encamina á ella con su esposa é hijos. Apenas sabe el Rey su
llegada, lo invita á verlo, y le dice:
REY.
Enrique, este papel es una carta
Que del Rey albanés recibo agora:
Contiene, en suma, una desdicha grande,
Y como amigo, pídeme consejo.
Yo, que no fío de mi ingenio cosas
Tan arduas, y del tuyo estoy contento,
Quiero que me aconsejes lo que pueda
Escribirle en desdicha semejante.
* * * * *
Tiene el Rey albanés, Enrique amigo,
Sólo una hija, como yo á Dionisia;
Pídensela mil Príncipes y Reyes,
Y ella pone los ojos en un hombre,
Noble por cierto, mas vasallo suyo.
Éste la goza, y con temor del padre,
Huye á otro reino, donde al fin se casa,
Y casado después á Albania vuelve.
ENRIQUE.
Extraño es el suceso, y que pedía
Más ingenio y mas tiempo; mas si es fuerza
Obedecerte, digo que aunque mate
El Rey á ese hombre, no remedia nada,
Pues se queda la Infanta sin remedio,
Y casarle con ella está más puesto
En razón y justicia.
REY.
¿De qué modo,
Siendo casado el hombre?
ENRIQUE.
Dando muerte
Él propio á su mujer, en justa pena
De su delito.
Después de argumentar ambos sobre la justicia y la necesidad de la
sentencia de Enrique, el Rey da á éste la carta de la Infanta, copiada
más arriba, y le dice:
Tú me diste el consejo; parte luego,
Y á la Condesa quitarás la vida,
Para que aquesta noche seas esposo
De la Infanta mi hija.
El Conde protesta vanamente no haber tenido jamás con la Infanta
relaciones de tal especie; el Rey no hace caso de ellas, y repite sus
órdenes. Enrique cae en tierra como herido por el rayo: por una parte,
el deber más sagrado de un vasallo es la obediencia á su señor; por
otra, el asesinato de una esposa amada es un hecho superior á las
fuerzas humanas. La horrible lucha, que surge en su corazón, se
manifiesta exteriormente por un silencio sombrío, hasta que Isabel
descubre el secreto, y lo invita á matarla, puesto que ella morirá
contenta con tal que su esposo cumpla sus más imprescindibles deberes
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