Historia de la literatura y del arte dramático en España, tomo III - 07

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profesa; luchando, pues, con sus propios sentimientos, habla á su amada
de la pureza y fidelidad amorosa de Don Luis, y le ruega que le dé su
mano. Leonarda, por otra parte, cediendo á razones análogas, ruega á Don
Juan que entregue á su amiga Lisena su corazón y su mano; también ella
sacrifica su inclinación á la amistad, y los dos amantes generosos se
despiden engañados recíprocamente acerca de los verdaderos sentimientos
que los animan. A poco lo descubren todo Don Luis y Lisena; resígnanse,
pues, no queriendo cederles en generosidad, y llevan á Don Juan á los
brazos de Leonarda.


CAPÍTULO XVII.
_No son todos ruiseñores._--_Los ramilletes de Madrid._--_La noche
de San Juan._--_El mayor imposible._--_El acero de Madrid._--_La
hermosa fea._--Otras comedias.--Comedias religiosas.--_El Cardenal
de Belén._--_San Nicolás de Tolentino._--_El animal
profeta._--Otras comedias de la misma clase.

_No son todos ruiseñores_ nos recuerda la idea fundamental de una novela
de Boccaccio, aunque Lope la idealiza por completo. El amante de una
dama entra como jardinero al servicio de los padres de aquélla, y su
amada visita con frecuencia el jardín, pasando en su compañía horas
deliciosas, so pretexto de escuchar el canto de los ruiseñores. Este es
el principal motivo dramático, aunque combinado con otros diversos. Al
cabo se averigua la causa verdadera de sus visitas al jardín;
desaparecen los obstáculos que se oponían al enlace de ambos amantes,
que estrechan felices sus manos, mientras se cantan estos versos:
No son todos ruiseñores
Los que cantan entre las flores.
De igual índole es la fábula de _Los ramilletes de Madrid_. Un joven
caballero, llamado Marcelo, sabe que la bella Rosela encarga á una
jardinera que lleve flores á su casa. Ocúrresele entonces concertarse
con la jardinera, fingirse su hermano, y llevar las flores. El padre de
Rosela lo toma pronto á su servicio para que cuide de un jardín
inmediato á su casa, ofreciéndole de este modo continuas ocasiones de
ver y de hablar con su amada. Entre las demás concausas que excitan
nuestro interés, cuéntase la de que un hermano de Rosela, ofendido antes
por Marcelo, desea vengarse; de que Belisa, su anterior amada, se
esfuerza en traerlo de nuevo á sus redes; por último, la de que un
cierto Fineo, que ama á Rosela, salva la vida al supuesto jardinero,
promoviendo en su pecho una terrible lucha entre su amor y su gratitud.
Con estos hilos urde el poeta una acción de las más entretenidas.
_La noche de San Juan_, comedia de los últimos años del poeta, que, por
mediación del duque de Olivares, se representó en el verano de 1631 ante
Felipe IV y su corte, describe con los más vivos y gratos colores la
velada de la noche de San Juan, y las aventuras é intrigas amorosas que
surgen esta noche en medio de su alboroto y alegría.
En _El mayor imposible_ parecen juntarse toda la gracia, finura y
delicadeza imaginables en una comedia. La reina Antonia de Nápoles
celebra en sus jardines una especie de academia poética, en cuyas
ingeniosas discusiones rivalizan las damas y caballeros de su corte.
Suscítase en ella la cuestión de cuál sea _el mayor imposible_,
sosteniendo la Reina que el mayor es guardar á una mujer. Lisardo, uno
de sus caballeros, es de la misma opinión; pero Roberto la contradice
ardorosamente, alabándose de guardar tan bien á su hermana Diana, que
ningún caballero logrará nunca llegar hasta ella. Interesa entonces á la
Reina convencer á Roberto de la verdad de su aserto con el ejemplo de su
propia hermana; excita á Lisardo, que ya ha puesto en aquélla los ojos,
á apurar su sagacidad para obtener una cita amorosa. Agrada el plan á
Lisardo, y encarga su ejecución á Ramón, su astuto criado. Roberto se
prepara mientras tanto á guardar á Diana con mayor severidad; pero ella,
que tiene noticia de la última aserción sostenida por su hermano, y que
se siente herida en su femenil orgullo, se dispone á probar lo imposible
que es guardar á una mujer. Ramón, disfrazado de buhonero, se desliza
en su casa, y anuda una intriga amorosa llevándole el retrato de
Lisardo. Roberto ve el retrato y se enfurece sobremanera; pero su astuta
hermana le dice que su criada lo ha encontrado en la calle, y Ramón en
seguida, convertido en pregonero, publica la pérdida del retrato,
desvaneciendo las sospechas de Roberto. Para servir más eficazmente á
los enamorados, y con aprobación de la Reina, se presenta Ramón á
Roberto con un soberbio carruaje y un tren de seis caballos, supuesto
regalo del almirante de Castilla, y entra de cochero á su servicio. Una
noche celebra Roberto en su jardín una fiesta de confianza, á la cual,
como es de presumir, sólo son invitados sus más próximos parientes, y,
mientras tanto, el astuto Ramón llama de tal suerte la atención de su
amo, que Lisardo entra sin ser notado; los amantes se hablan en un
bosquecillo, al mismo tiempo que Roberto departe á más y mejor con
Ramón, y los cantores entonan la siguiente estrofa:
Madre, la mi madre,
Guardas me ponéis;
Que si yo no me guardo,
Mal me guardaréis.
Diana oculta á su amante en un nicho inmediato á su aposento, en donde
permanece muchos días, hasta que huye viéndose en peligro de ser
descubierto. Los amantes acuerdan entonces usar de una nueva astucia,
que promete ser el remate y corona de todas. Diana sale de su casa
disfrazada y con velo, sin ser vista de su hermano, mientras la espera
Lisardo. Roberto los encuentra en la calle; no conoce á su hermana, y
Lisardo le ruega que acompañe á su casa á aquella dama tapada, á quien
persigue un celoso. Roberto no vacila en obedecerlo, y entrega de esta
suerte su propia hermana, que creía tan guardada, al mismo que se había
comprometido á arrebatársela. En la última escena asistimos á la
recepción de Alfonso de Castilla, recién llegado á Nápoles, que ha de
casarse con la Reina; suscítase entonces en la antecámara una disputa
entre los caballeros, porque Roberto ha sabido las astucias de Lisardo,
y le pide satisfacción de ellas; pero la Reina interviene y explica lo
ocurrido, por cuya razón se aplaca Roberto, conviniendo en que su
adversario se case con su hermana.
_El acero de Madrid._ Belisa, hija ya crecida del viejo Prudencio, se
enamora en misa del joven Lisardo, aunque su amor recíproco sólo se
exprese con tiernas miradas. Un día, al salir de la iglesia, deja ella
caer un billete, con objeto de participarle un proyecto para verse y
hablarse con más frecuencia. Piensa fingirse enferma y Lisardo médico, y
éste ha de ordenarle beber agua ferruginosa de Madrid, y en sus paseos
por la mañana para visitar la fuente, encontrarán ocasiones favorables
de verse y de hablar. Bertrán, criado de Lisardo, se encarga del papel
del médico, que sabe desempeñar á las mil maravillas; prescríbele la
medicina consabida, y los dos amantes se aprovechan de ella para
estrechar más sus relaciones; una vieja dueña, que debe cuidar de
Belisa, y que al principio cumple su obligación rigurosamente, da
después fácil oído á la conversación de Roselo, amigo de Lisardo, y éste
y su amada, mientras tanto, se abandonan á su pasión sin estorbos. Los
celos de la prometida de Roselo, de la dueña, y diversos sucesos, que se
oponen á la dicha de Lisardo y de Belisa, completan el desarrollo de la
comedia, que es de las más interesantes y divertidas.
_La hermosa fea._ El príncipe polaco Ricardo se halla en la corte de
Lorena para pedir la mano de la duquesa Estela; pero como le consta su
aborrecimiento á todos los hombres, teme ser rechazado como sus
predecesores, y para evitarla, y excitar en su provecho la curiosidad y
el amor propio de Estela, hace circular el rumor de que él se burla de
su odio. Antes de ser presentado á ella pretexta de repente, que,
después de verla, se ausenta de la corte, tomando el nombre supuesto de
Lauro, é introduciéndose en ella. Esto da origen á una intriga de las
más interesantes. Estela, enferma peligrosamente, se empeña en triunfar
del grosero Príncipe á todo trance, y Lauro hace las veces de mediador
con habilidad, hasta que, convencido del feliz éxito de su intriga,
descubre la astucia, y lleva á su casa á la inconquistable belleza.
_La boba para los otros y discreta para sí._ Diana, hija natural y
heredera testamentaria del duque de Urbino, se ve obligada á luchar con
un partido poderoso, que le hace la guerra, disputándole su herencia, y
pretendiendo colocar en el trono á otra Princesa. Para evitar los
peligros que la amenazan por esta parte, y conseguir la victoria de sus
enemigos, se finge loca, y lo hace con tanto ingenio y maestría, que
engaña á todos, infundiéndoles ciega confianza, hasta que arroja la
máscara, se apodera del trono, destierra á sus adversarios y se casa con
su parcial Alejandro de Médicis. La locura fingida de Diana da origen á
situaciones del mayor efecto.
En _La noche toledana_ admiramos particularmente su ingeniosísimo plan,
y su artístico y bien trazado desarrollo. Florencio, joven caballero
granadino, se ve en la necesidad de huir á consecuencia de un desafío.
Síguelo Lisena, su abandonada amante, y mientras lo busca en vano largo
tiempo, se ve en los mayores apuros y en la necesidad de servir en
Toledo en una posada. Después de transcurrir algunos días llega también
á esta posada su fugitivo amante, pero en compañía de una dama, que dice
ser su hermana. Excita, por tanto, las sospechas de Lisena, que
aprovecha cuantas ocasiones se le presentan de interrumpir sus
coloquios. Complícase más la acción con las persecuciones amorosas, que
sufre la bella sirvienta, de otros muchos huéspedes de la posada, y, por
último, viene el antiguo amante de la pretendida hermana de Florencio,
que intenta suplantar á su rival. Lisena se da trazas de hacer creer á
todos que les ayudará poderosamente á realizar sus deseos. Fija una hora
de la noche, para que cada enamorado celebre una entrevista con su
amada. Pero todos son engañados: el infiel Florencio se encuentra con
Lisena, en vez de la otra dama; la supuesta hermana de Florencio se ve
en los brazos de aquél á quien había abandonado, y los demás
pretendientes, cada uno por su estilo, se encuentran también burlados.
_El secretario de sí mismo_ brilla por la ingeniosa disposición de su
plan, y _La villana de Getafe_, no menos por esto que por lo claro y
homogéneo de la urdimbre de los diversos hilos, que forma su complicada
intriga. _Los milagros del desprecio_ es el primer ejemplo del asunto,
tan repetido después en el teatro español, de la victoria que consigue
un amante de una mujer apática, fingiendo mayor frialdad en su corazón.
Esta comedia de Lope aventaja acaso á todas las posteriores, que tratan
del mismo argumento, por su naturalidad y lozanía, sin cederles tampoco
en el esmerado arreglo de la acción. _El perro del hortelano_ se
distingue, así por la verdad con que nos descubre las fibras más
delicadas é íntimas del corazón humano, como por las pinceladas tan
seguras y acertadas que caracterizan á cada escena. _La viuda de
Valencia_ es un verdadero arsenal de burlas de buen tono y de
situaciones cómicas, infundiendo en el espectador, con fuerza
irresistible, el placer más vivo. En _La bella mal maridada_ y en _El
maestro de danzar_, encontramos al maestro consumado en desenvolver una
fábula, y en exponerla con calor y energía. En todas estas comedias, lo
mismo que en las tituladas _Al pasar el arroyo_, _Los amantes sin amor_,
_El ausente en su lugar_, _Si no vieran las mujeres_ y _Por la puente,
Juana_, nos admiran, además de las bellezas indicadas, el arte del autor
en presentarnos bajo del prisma de la poesía todos los fenómenos de la
vida, de dar importancia é interés á las cosas más insignificantes, y
de imprimir en ellas el sello de la originalidad; admiramos también en
todas su constante buen gusto en exponer, su dicción noble y gráfica,
siempre ajustada á la idea que representa, y su estilo, ya fácil y
ligero, ya elevado y tranquilo.
Concluyamos, por último, diciendo que acaso aventajen á las de Lope, por
ciertas cualidades más brillantes, las comedias de otros poetas
posteriores: las de Tirso de Molina, por ejemplo, por su gracia y el
vivo colorido de ciertas situaciones; las de Calderón, por su plan más
artificioso y elevado; las de Moreto, por sus pinturas tan exactas de
afectos y costumbres; pero en la harmonía de todas las bellezas
indicadas, en el estrecho enlace de los detalles más ricos é
interesantes con la traza bien dispuesta del conjunto, en el cual
huelgan en sus límites debidos la característica con la intriga, ninguno
supera á nuestro poeta.
Los dramas pastoriles merecen sección aparte al clasificar las obras de
Lope. Recordaremos que, ya en sus años juveniles, había escrito dos,
titulados, _El verdadero amante_ y _La pastoral de Jacinto_. Entre los
pocos que fueron compuestos en sus últimos años, brilla _La Arcadia_,
por la bella claridad de su estilo y por los atractivos de sus cuadros,
así de la naturaleza como del sentimiento; pero el interés dramático es
escaso, á semejanza de los dramas pastoriles italianos, que les sirven
de modelo.
De muy diversa especie, con relación á los demás indicados, son los
dramas religiosos, escritos por Lope de Vega en número considerable. Las
solemnidades de la Iglesia, y especialmente los días de ciertos santos,
han sido origen y causa externa de casi todos ellos. Era antigua
costumbre en España, como dijimos en la primera parte de esta obra,
exponer en días determinados la historia de la vida de los santos, en
cuyo loor se celebraban las fiestas, habiendo llegado á nuestra noticia
_comedias de santos_ que se representaron en la época anterior á Lope,
que sucedieron á otras de igual índole, pero más antiguas, que se
confunden con los misterios de la Edad Media[10]. Para alcanzar el doble
fin de edificar y de distraer al pueblo, creíanse obligados los
escritores de tales dramas á repetir fielmente, con todos sus rasgos y
señales, las leyendas y tradiciones admitidas, y á recrear la vista con
la representación de los milagros que se les atribuían. No por esto se
advierte la falta de lo cómico al lado de lo devoto. Lope, pues, siguió
en esta parte á sus predecesores en tales obras; intentó ennoblecer las
suyas revistiéndolas de galas poéticas, y derramando en ellas las perlas
de su creadora fantasía; no le era lícito alterar su índole, fija ya y
establecida con arreglo á la naturaleza del asunto y á las exigencias
del público: veíase, pues, obligado, así por acceder á los deseos de los
espectadores y por su propia veneración al conjunto y á los detalles de
cada leyenda, á entretejer en sus dramas fielmente todos los hechos y
las anécdotas de la vida del santo, que había de ser el protagonista de
cada uno. Conviene no olvidar esta indicación, para comprender bien sus
dramas de este linaje. Sólo así nos explicaremos que el mismo poeta, que
manifiesta en otras obras suyas tan profundo conocimiento de la esencia
y condiciones de cualquiera composición dramática, prescinda de ellas en
las religiosas de tal suerte, como si comenzase á aprender los primeros
rudimentos del arte. Conviene también, para aplicar el justo criterio al
examen de estas obras, esforzarse mentalmente en pensar y sentir en
materias de religión como el público que las escuchaba; no olvidando
cuánto y cuán diversamente penetraba la religión en la vida de los
españoles, y cómo la Iglesia favorecía por su parte este medio de
simbolizar y presentar al pueblo todos sus dogmas. Menester es también
infundir nuevo vigor en este mundo de la fe, que casi pertenece ya á la
historia, y recordar que la imaginación de los pueblos de la Edad Media,
trabajando sin descanso, predominó en España casi hasta los tiempos
modernos, y que no sólo exornaba y transformaba de mil maneras los
asuntos bíblicos, sino que había creado con sus leyendas un nuevo
dominio de las formas é imágenes más varias. Es necesario conocer el
vasto círculo de la alegoría y del simbolismo, en que se había sumergido
con particular afición la época contemporánea, y reflexionar al mismo
tiempo en la autoridad religiosa, inherente á tales ideas. Sólo bajo
este punto de vista se comprende la esencia de las comedias religiosas
de Lope; pero á pesar de esto, son algunas tan singulares, se acercan
tanto á lo monstruoso y arbitrario, que la crítica más indulgente admira
en ellas tan sólo la osadía de algunos conceptos aislados, ó el poético
brillo de algunas escenas.
Muchas historias dramáticas de santos no ofrecen en su acción unidad, y
lo extraño de su composición llega á su apogeo, confundiendo los
elementos más heterogéneos; los religiosos, con los profanos; lo
literal, con lo alegórico, y lo serio, con lo burlesco. Sutiles
discusiones teológicas y escolásticas se leen al lado de escenas
profanas de amor; ángeles y demonios; el Niño Jesús y la Virgen María;
santos y figuras simbólicas se ofrecen en las tablas, con reyes,
labradores, estudiantes y bufones. Los anacronismos y la inobservancia
de los usos y costumbres, se cuentan por millares. No parece sino que la
fe disculpa todas las inverosimilitudes é incongruencias de la poesía.
Lo que más nos sorprende es la forma externa tan grosera de que se
revisten las ideas religiosas; la parte más transcendental de lo
supersensible desaparece por completo, y sólo queda su apariencia
externa; visiones y sucesos milagrosos llenan frecuentemente estas
composiciones desde el principio hasta el fin, y se busca en vano la
verdadera devoción y recogimiento del ánimo y la profundidad de los
afectos.
Singularmente monstruosa es, especialmente, la comedia _El cardenal de
Belén_ ó San Jerónimo. Preséntasenos en ella, además del Santo, que da
nombre á la obra, y que en el primer acto es un joven de veinte años, y
muere en el último á la edad avanzada de noventa y nueve años, nada
menos que San Gregorio Nacianceno, San Agustín y San Dámaso, el arcángel
San Rafael, el Demonio, un León y un Asno; y como si no hubiese bastante
con tales desatinos, figuran también, entre los personajes, el Mundo,
Roma y España. En el primer acto azotan los ángeles en el teatro á San
Jerónimo. En el segundo aparece San Dámaso en pomposa procesión, rodeado
de obispos y cardenales; después viene una escena en que clérigos
disfrazados y con armas recorren las calles de Roma en demanda de
aventuras nocturnas; á la conclusión baja San Mercurio del cielo, y mata
de una lanzada á Juliano el Apóstata. En el tercer acto anuncia el
arcángel San Rafael al Demonio la fundación de la orden de San Jerónimo:
esta noticia lo enfurece sobremanera, pero al fin promete no penetrar
nunca en casa alguna en donde haya una imagen del Santo. El lugar de la
acción es en Constantinopla, Jerusalén, Roma, Persia y Belén.
No menos extraña es la titulada _El serafín humano_, en la cual se
refieren historias de varios santos, como Santa Clara, Santo Domingo y
San Francisco de Asís: las visiones extáticas del último se representan
también en el teatro.
Iguales rarezas se observan en _San Nicolás de Tolentino_. Entre otras
varias escenas, cuéntanse las siguientes: una reunión de estudiantes que
se ejercitan en discusiones escolásticas, hallándose con ellos el Diablo
y el futuro Santo; Dios Padre, sentado en su tribunal y conversando con
la Justicia y la Misericordia; el Santo, que asciende en los aires, en
donde encuentra á la Santa Virgen y á San Agustín; dos Cardenales que
muestran á los fieles devotos el paño de la Santa Verónica; San Nicolás
remienda el vestido de la Orden, y los ángeles invisibles tocan
instrumentos músicos; preséntase el Demonio con séquito de leones,
serpientes y otras alimañas, y es arrojado ridículamente de un convento
de frailes; por último, á la conclusión desciende el Santo del cielo
vestido de estrellas, saca del Purgatorio las almas de sus padres, y
regresa al cielo con ellos llevándolos de las manos. Hay, además,
intrigas amorosas, escenas de la vida militar, etc.
La comedia _El animal profeta_[11], ó la vida de San Julián, pertenece á
este mismo género excéntrico y arbitrario; pero á lo menos hay en la
acción más unidad y enlace entre sus diversas partes. Hela aquí en pocas
palabras: Julián, hijo único, muy amado de sus padres, hiere en la cara
á un ciervo, que, al caer, le dice con voz humana:
No tengas por grande hazaña
La que hoy en matarme has hecho,
Porque le guarda en tu pecho
Otra más fiera y extraña:
Que en hombre que le acompaña
Tal crueldad, que ha de matar
Sus padres...
El joven, asombrado al oirlo, y creyendo que sus frases son proféticas,
determina abandonar su casa y viajar por países lejanos, para no ver más
á sus padres, y evitar la ocasión de cometer un delito horrible. En el
acto segundo encontramos á Julián en las inmediaciones de Ferrara casado
con Laurencia, á quien ha libertado de un ataque de salteadores,
obteniendo en premio su mano. Federico, hermano del Duque, amaba antes á
la Princesa, que lo abandonó después por Julián. Este, á los pocos días
de celebrar su enlace con la Princesa, observa que el antiguo amante de
aquélla no cesa en sus pretensiones amorosas, habla con él y lo desafía.
El Príncipe acepta el desafío en apariencia; pero con la intención de
utilizar la hora fijada para el duelo, robando á la esposa de su
enemigo. Llega este proyecto á noticia de Julián, y para defender su
honor, se oculta en el aposento de su esposa en vez de ir al lugar del
combate. Es de noche; entra en la alcoba, y ve durmiendo en su lecho á
un hombre y á una mujer: arrastrado por sus rabiosos celos, saca un
puñal y atraviesa con él á ambos. Cuando se dispone á abandonar la
alcoba, se le presenta Laurencia. Pregúntale entonces:
¿Quién son dos que ocupan
Mi noble lecho?
LAURENCIA.
Pues son, esposo, tus padres,
Que en busca tuya han venido
Pasando montes y valles.
Así se cumple la deplorable profecía. Al mismo tiempo viene el hermano
del Duque para realizar su propósito. Julián, ya fuera de sí, le da
también muerte, y huye con su esposa, encaminándose á Roma para pedir al
Papa la absolución de su crimen. En el acto tercero encontramos á los
dos esposos en la Calabria, en donde han fundado un hospital para los
pobres, y expían sus pecados haciendo obras de caridad. Entre los muchos
que se les presentan implorando compasión, llega también el Demonio
transformado en mendigo, y entra en el hospital: ha imaginado esta
astucia para pervertir al arrepentido Julián, y convencerlo de que jamás
expiará su pecado, puesto que sus padres murieron sin hacer penitencia.
Para confirmarlo en sus escrúpulos le presenta las almas de ambos,
rodeadas de llamas infernales. Julián vacila ya en su fe, cuando se le
aparece Cristo, destruye la obra del Demonio, y le revela que se propone
sacar á sus padres del Purgatorio, y, en efecto, es testigo de la
ascensión de sus almas hacia el cielo. Cree entonces el héroe estar en
gracia de Dios, y resuelve pasar el resto de sus días entregado á
ejercicios devotos.
Lope escribió dramas religiosos, no sólo para los días de los santos,
sino también para otras fiestas, como, por ejemplo, _El nacimiento de
Cristo_ para la noche de Navidad, y _La limpieza no manchada_ para una
solemnidad que celebraba la Universidad de Salamanca en honor de la
Inmaculada Concepción. En la última se presentan la Meditación, la Duda,
el rey David, el profeta Jeremías, el Linaje humano, España, Alemania,
las Indias, Etiopía, la Universidad de Salamanca, estudiantes, pastores,
músicos y danzantes. La Fama convoca á todos los pueblos de la tierra á
celebrar la fiesta de la Inmaculada Concepción; Alemania disputa con el
Pecado, la Reflexión con la Duda; mientras tanto aguzan su ingenio los
estudiantes y el gracioso sobre el objeto de la fiesta; Etiopía y las
Indias vienen con su séquito, y entonan cánticos nacionales en loor de
la Santa Virgen, etc.
_La creación del mundo y primera culpa del hombre_, es el primer
capítulo de la Biblia convertido en comedia religiosa, careciendo, á la
verdad, de enlace dramático propiamente dicho, y de un centro alrededor
del cual gire la exposición poética, pero mostrándonos, bajo un aspecto
más ventajoso, así la poderosa fantasía del autor, que se encumbra hasta
perderse de vista, como también su arte imaginando las escenas más
pintorescas.
Particular mención merece _La fianza satisfecha_. La fantasía del poeta
se desborda también en ella: no escasa parte es tan hueca como
arbitraria; pero tales extravagancias son compensadas con tantos rasgos
de la más acendrada poesía, que nos obligan á rendir homenaje al genio
del poeta hasta en sus extravíos. He aquí un sumario extracto de la
acción. Las primeras escenas representan las calaveradas de Leónido,
joven libertino de Palermo, que, al parecer, inclinado á la perversión y
como si tal fuera su propósito, demuestra querer apurar la copa del
vicio. Adviértase de paso que los dramáticos españoles, cuando intentan
ensalzar el triunfo de la fe y de la gracia divina sobre el pecado,
pintan á éste con los más vivos colores: así lo vemos en el _Condenado
por desconfiado_, de Tirso de Molina; en _La devoción de la cruz_ y en
_El purgatorio de San Patricio_, de Calderón. Cuando se exhorta á
Leónido á acordarse del cielo y corregirse, contesta siempre de esta
manera:
Que lo pague Dios por mí,
Y pídamelo después.
Su corrupción llega hasta el extremo de dar un bofetón á su padre y de
atentar al honor de su hermana, cuyo esposo lo desafía. Espéralo en el
lugar designado para el duelo, en donde es atacado por una nube de
moros. El rey de Túnez hace un desembarco en Sicilia para complacer á su
amada, que desea un esclavo siciliano. Leónido vence á los moros que le
atacan, pero se aviene con ellos, y al fin resuelve acompañarlos á
Túnez, en donde reniega de la religión cristiana para poner el colmo á
sus crímenes. En el acto segundo lo vemos en gran favor en la corte de
Túnez; pero su orgullo le ha granjeado muchos enemigos, y además lo
indispone con el Rey. Otros corsarios moros emprenden mientras otra
expedición á Sicilia, y traen con varios cautivos al padre y á la
hermana de Leónido. El renegado desahoga en ellos su ira; ciega á su
padre y lo amenaza con la muerte. Estalla en esto la lucha entre él,
apoyado por un partido considerable, que lo ha elegido por caudillo, y
el mismo rey de Túnez: éste consigue la victoria, y Leónido se ve
obligado á huir. Para escapar á sus perseguidores, se oculta, lleno de
rabia, en un desierto inhabitado. Aquí encuentra á un joven pastor, que
entona cánticos tan piadosos como conmovedores[12]. Este mancebo es
Cristo, el Buen Pastor, que busca su oveja perdida. Las escenas, en que
se presenta, intentando ablandar el duro corazón del delincuente,
respiran tan tierno sentimiento religioso, son tan profundas y llenas de
evangélica unción, y contrastan tan admirablemente con el horror de las
escenas más próximas para aumentar el efecto poético, que quizás haya
pocas comparables á ellas en el vasto imperio de la poesía. Una voz
imperceptible comienza ya á hacerse oir en el pecho de Leónido para
responder á la vocación divina; habla entonces el pastor, y dice:
En este zurrón pobre
Está lo que me debes; considera
Si es justo que lo cobre,
Pues lo pagué por ti.
Leónido abre el zurrón que el pastor le presenta, y halla en él la
corona de espinas, la lanza y los clavos; cuando torna á mirarlo,
después de contemplar aquellos objetos, ve ante sí á Jesucristo en la
cruz, en vez del pastor, y oye estas palabras:
Ya, Leónido, llegó el tiempo
En que al justo satisfagas
Lo mucho que has mal llevado,
Haciéndome tu fianza.
El pecador cae en tierra sin sentido, y cuando se recobra de su
aturdimiento, no es ya el mismo que antes; arroja lejos de sí caftán y
turbante, cúbrese con un saco de cerda, pide á Dios con súplicas de
arrepentimiento que le conceda su gracia, y sólo ansía lavar sus
pecados. Acércanse entonces sus perseguidores; entrégase á ellos sin
hacer resistencia; declara en voz alta que vuelve á profesar la religión
cristiana, y considera como un beneficio la muerte de los mártires con
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