Historia de la literatura y del arte dramático en España, tomo III - 11

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comedia _Tres mujeres en una_, se observa un plan dramático que no
carece de ingenio.
Corta hubo de ser la carrera poética de Antonio de Galarza, puesto que,
ya en el _Viaje al Parnaso_, se dice que había muerto; así, á lo menos,
lo indican las frases citadas de Cervantes. Únicamente se conservan los
títulos de sus comedias.
Gaspar de Avila, al contrario, también celebrado por Cervantes, hubo de
vivir mucho, aunque sin adquirir por esto lugar importante entre los
poetas dramáticos; poco más que medianas son, en efecto, las comedias
que de él conocemos, á saber: _El valeroso español_, _El respeto en el
ausencia_, _La dicha por malos medios_, _Servir sin lisonja_, _El
familiar sin demonio_, improvisaciones ligeramente trazadas, sin valor
intrínseco ni originalidad: el autor aumenta motivos vulgares
dramáticos, de los cuales podían obtenerse otros frutos que él no
produce; sólo se cuida de la forma externa de la acción, desatendiendo
más elevadas consideraciones. Las más ingeniosas, por su plan, son,
entre las mencionadas, _La dicha por malos medios_ y _El familiar sin
demonio_; ofrécenos, sin embargo, motivos dramáticos repetidos, ya
vulgares hasta el exceso, en el teatro español, y no compensados con
atrevidas y nuevas combinaciones. _El valeroso español_, drama escrito
en alabanza de Hernán-Cortés, contiene algunas escenas interesantes,
como, por ejemplo, la en que el héroe se defiende ante el Emperador de
las acusaciones de que fué víctima; pero son escenas sueltas, echándose
de menos interés dramático en el conjunto de la obra[28].
Si nos atenemos á las exageradas alabanzas de sus contemporáneos[29],
hubo de ser Miguel Sánchez poeta mucho más importante. Era
vallisoletano, y secretario del obispo de Cuenca. Según se deduce de las
palabras de Lope en su _Nuevo arte de hacer comedias_, no vivía ya en el
año de 1609. Llamábanle _el divino_ sus admiradores. No existiendo más
que una comedia suya titulada _La guarda cuidadosa_, carecemos de los
datos necesarios para juzgarlo[30]; pero la verdad es que hay que
concederle no común capacidad. Es una comedia de intriga ingeniosa y
cuerdamente trazada, que no nos sorprende como otras posteriores de la
misma especie, por sus singulares peripecias y complicaciones, sino
que, al contrario, excita el interés del espectador por su acción bien
pensada y curiosa. El anciano Leucato se ha retirado con su hija Nicea á
una casa de campo, en medio de espesos bosques, para pasar
tranquilamente el resto de sus días. El príncipe de Bearn, que, en sus
expediciones venatorias, visita con frecuencia estos parajes, ve á Nicea
y se enamora de ella, con cuyo motivo reside largo tiempo en la casa de
Leucato. Un día, en que instaba vivamente á Nicea á que accediese á sus
deseos, se oyen gritos y lamentos, exhalados por un caballero, que es
derribado del caballo delante de la casa. Traen á esta al caído privado
de la razón, y los dueños de ella lo asisten con el mayor esmero. El
caballero no es otro que Florencio, amante de Nicea, inventor de esta
treta, para estar al lado de su amada y guardarla de las asechanzas del
Príncipe; pero éste sabe pronto que es su rival, y se ingenia de suerte,
que lo hace salir de la casa. Florencio entonces, con el consentimiento
de Leucato, se disfraza de celador de montes para residir, sin
obstáculo, cerca de su amada y desbaratar los proyectos del Príncipe. El
poeta explota esta situación de la manera más agradable. El celoso
amante se convence de la fidelidad de su amada; frustra todas las
tentativas amorosas del Príncipe contra ella, y por último, se casa con
Nicea, merced á su astucia, con la aprobación del mismo Príncipe. La
dicción de esta comedia se distingue por su noble sencillez, y es tan
florida como rica[31].
Dos poetas, mencionados también por Cervantes, llaman particularmente
nuestra atención, así por su fama como por las muchas obras suyas que se
conservan. Las juzgaremos, pues, con mayor extensión.
Mira de Mescua[32], natural de Guadix, en el reino de Granada, era
arcediano de dicha ciudad á principios del siglo XVII; fué protegido por
el conde de Lemos, virrey de Napóles, á quien acompañó á Italia en
1610[33], y vivió más tarde consagrado á sus deberes sacerdotales en la
corte de Felipe III y IV. Como en la loa de Rojas, impresa en 1603 y
escrita muchos años antes, se le llama poeta dramático famoso, hubo
necesariamente de comenzar su carrera dramática durante el siglo XVI.
Grande hubo de ser su fecundidad, puesto que las obras impresas, que
pasan por suyas, y que serán sin duda parte mínima de todas ellas,
ascienden á más de 50[34].
Las pomposas alabanzas de D. Nicolás Antonio á Mira de Mescua, lo
califican de poeta el más eminente de su patria. Si se hubiesen perdido
las obras de éste, conservándose sólo su apasionado encomio, ¿cuán
grande no sería nuestro sentimiento, si no pudiésemos leer poesías
dignas de tan sublime panegírico? Pero como felizmente nos es dado
examinarlas con nuestros ojos, averiguamos que el juicio del literato
carece de racional fundamento. No ya Lope de Vega, sino otros poetas
menos célebres, son infinitamente superiores á Mira de Mescua. No le
falta, por cierto, imaginación é inventiva, pero sí verdadera poesía,
cualidad de más subido precio que aquéllas. Sus obras carecen de vigor
poético, y de aquí que las leamos sin que dejen en nosotros huella
alguna, sin conmovernos profundamente ni impresionarnos por largo
tiempo. Su buen juicio literario es tan escaso como su inspiración; al
contrario, parece que su carácter era raro y excéntrico; desprecia todo
aquello que dicta el sentido común en la invención y desarrollo de las
comedias, y que pudiera enaltecerlas; prefiere lo desordenado y lo
monstruoso; se burla de las leyes del arte y del gusto, y hace llover en
la escena extravagancias y singularidades de toda especie[35].
Pero si los dramas de este autor, en cuanto á valor literario, tienen
poca importancia, son, sin embargo, notables por la riqueza de motivos
verdaderamente dramáticos acumulados en ellos. Parece como si la
invención se prodigara en demasía, como si sus hilos no se entretejiesen
formando confusa urdimbre; pero no puede negarse á Mira de Mescua la
gloria de haber ideado muchos argumentos tan interesantes como
flexibles, que con razón han sido populares en el teatro español, aunque
poetas posteriores hayan segado la mies, que él sembrara. Así observamos
en su _Esclavo del demonio_ el germen de algunas escenas de _La devoción
de la cruz_, de Calderón, y del _Mágico prodigioso_, y en su _Galán,
valiente y discreto_, el del _Examen de maridos_, de Alarcón, y de la
misma manera se hallan en otras comedias suyas los materiales,
utilizados después por otros dramáticos.
En _El ermitaño galán_ se nos transporta á los tiempos primitivos del
cristianismo. Abraham, mancebo egipcio de ilustre nacimiento, es el
prometido de la bella Lucrecia, y piensa casarse con ella, cuando oye de
repente una voz interior, que le dice que su apasionado amor á su futura
esposa pervertirá su alma, alejándola de la senda de la salvación.
Abandónala, pues, á causa de esta vocación interior, y se oculta en un
lugar montañoso y solitario para hacerse ermitaño y ganar el cielo.
Lucrecia, como es natural, se desespera al conocer la infidelidad de su
amante. Resuelve entonces seguirlo. Lo mismo hace María, sobrina de
Abraham, porque necesita obtener el consentimiento de su tío para
casarse con su amante Alejandro. Ve, pues, al ermitaño, y le expone su
deseo; pero el solemne silencio del desierto, y las fervientes
exhortaciones del asceta, hacen en ella tal impresión, que determina
renunciar también al mundo, y consagrar su vida á la devoción en la
soledad. En el valle, en donde se hallan contiguas las dos celdas, se
aparece una noche un caminante con traje de caballero, que pretexta
haberse extraviado, y pide hospitalidad. Este caminante es el Demonio,
que prepara sus asechanzas contra los dos ermitaños. En un discurso
largo y artificioso habla de su anterior estado, suponiendo que la caída
de los ángeles rebeldes ha sido un suceso ocurrido en la corte de un
Rey[36]; añade luego que en su viaje ha visto á la bella Lucrecia, que
se ha enamorado de él violentamente. Así espera despertar los celos en
el corazón del ermitaño, y su antigua pasión. Resuenan entonces voces
angustiosas detrás de la escena; Abraham se apresura á prestar auxilio
al desdichado, que pide ayuda, y encuentra á Lucrecia desmayada,
habiéndose extraviado en su peregrinación y precipitádose desde una
peña. Cuando recobra el uso de sus sentidos, surge en el corazón de su
amante una terrible lucha entre su primera pasión y sus recientes votos,
pero al fin vencen los últimos. Lucrecia, obligada á renunciar á sus
esperanzas, se aleja de allí con el alma desgarrada. Más afortunado es
el Demonio con María, á cuya celda lleva una noche á Alejandro; éste,
desalmado libertino, que nunca ha pensado seriamente en casarse,
deshonra á su amada, y la abandona después de conseguir su propósito.
María, creyéndose indigna de servir á Dios, vaga por el mundo
desesperada, entregándose á todo linaje de excesos, y pasando de escalón
en escalón al estado más abyecto. Abraham, á cuya noticia llegan sus
extravíos, se propone traerla de nuevo al camino de la virtud; consigue,
en efecto, conmover su depravado corazón, pero ella duda recuperar de
nuevo la gracia divina. Asegúrale el ermitaño que, por grande que sea
nuestro pecado, puede lavarse con la ayuda de Dios, y al cabo le
infunde, con sus predicaciones, confianza en la clemencia del Señor.
Vuelve, pues, á su abandonada celda, y hace la debida penitencia;
Satanás torna á tentarla, pero vanamente, porque ella triunfa, y fuerza
al tentador á alejarse para siempre de su lado. Vésela al fin durmiendo
plácidamente en su duro lecho con un cilicio; un ángel revuela
alrededor, que lleva su alma al cielo. Otro accidente influye también en
el corazón de Lucrecia, haciéndola apartarse del mundo; sigue el ejemplo
de su primer amante, y se refugia en una choza solitaria en las montañas
para vivir y morir en ellas.
Otra comedia extravagante, á la que no faltan detalles singulares, es
_El negro del mejor amo_. Sólo expondremos su argumento,
extraordinariamente complicado, en sus rasgos más principales. La escena
es en Palermo. Don Pedro Portocarrero, noble español, jura odio eterno
al conde César, por haber dado muerte á su hermano; después de matar á
dos parientes del Conde, sin poder vengarse de su principal enemigo, se
oculta en el convento de San Francisco para evitar las persecuciones de
la justicia. Entra á servirlo un negro, llamado Rosambuco, hombre
salvaje y feroz, que antes había sido pirata y hecho prisionero en una
pelea con los españoles. El horóscopo del nacimiento de este negro
predecía que su fama sería grande, y que llegaría á ser el favorito del
Soberano más poderoso del orbe, lo cual aumenta aún más su insolencia.
Don Pedro encuentra en él el más dócil y apropiado instrumento para
realizar sus proyectos vindicativos, y concierta con él que fuerce una
noche las puertas de la casa del conde César; que robe á su hermana
Laura, á quien ama Don Pedro, y que vengue en la sangre del hermano la
muerte del suyo. Aborta el plan, sin embargo, y los dos cómplices se ven
de nuevo obligados á regresar á su asilo. Rosambuco quiere hollar el
patio del convento, y pasar por delante de la estatua del fundador
(Benedicto Sforza), cuando éste lo llama y le dice con voz sepulcral,
que cómo malgasta su fuerza en infames acciones, cuando Dios lo ha
elegido para ser la joya y gala de su convento. El negro no lo oye, y
sigue profanando el sagrado recinto con su vida licenciosa. Una noche,
con los más culpables designios, intenta penetrar en el principal
santuario del convento, en la capilla del Hijo de Dios; pero se le
aparece Éste en el umbral, védale la entrada, y se esfuerza en atraerlo
á la buena senda con benévolas frases. Ya comienza á ablandarse el duro
hielo del corazón de Rosambuco; pero sus antiguos hábitos lo dominan
demasiado, y al fin prevalecen. Don Pedro, mientras tanto, es invitado á
una entrevista con Laura; encamínase, pues, con su negro al lugar de la
cita, que en realidad es una treta del Conde para librarse de su
enemigo, á quien sorprende al salir del convento, llevándoselo cautivo.
El negro vuelve al convento mal herido, y mientras yace en su lecho de
dolor, se le aparece San Francisco y el Niño Jesús, para mitigar sus
sufrimientos y convertirlo á la fe y al amor divino. Cuando sana de sus
heridas, siéntese transformado en todo su sér; bautízase y hace voto de
lavar sus anteriores pecados con penitencia y obras de caridad. Don
Pedro languidece mientras tanto en la prisión, en donde se le aparece
San Francisco con traje ordinario de fraile, pero fácil de conocer por
sus llagas señaladas, para arrancarle el esclavo, á fin de que se
dedique en libertad á servir al Señor más poderoso de la tierra. El
prisionero huye de la cárcel con la ayuda de su amada Laura, ofendida
por su hermano, y resuelta á auxiliarle en su venganza. Escápanse, pues,
ambos; reunen una banda de salteadores, y prosiguen con mejores
elementos su lucha contra el Conde y sus partidarios. Atacados en una
ocasión por numerosa muchedumbre de enemigos, se hallan á punto de
sucumbir, cuando se presenta el negro á protegerlos, y dotado de fuerza
tan portentosa, que detiene con sus manos las balas dirigidas contra su
señor. Á la conclusión asistimos al asalto, que da al convento una
tropa de piratas moros, siendo rechazados por Rosambuco con
sobrenatural bravura, aunque cayendo en la pelea herido mortalmente; á
su ruego, le concede el Señor en su lecho de muerte la gracia de
reconciliar á los partidos beligerantes, y termina la comedia con esta
conciliación.
_El esclavo del demonio_ (arreglado luego por Moreto con el título de
_Caer para levantarse_), ha sido aprovechado por Calderón, como
indicamos antes, en dos de sus más famosos dramas. Sin embargo, en la
comedia del poeta más antiguo sólo se muestran groseramente esbozados
los motivos, que, manejados por el más moderno, nos infunden tanta
admiración. La fábula de Mescua es demasiado extensa, para referirla
ahora tal cual es; por consiguiente, sólo indicaremos sus principales
sucesos. Don Diego está enamorado de la bella Lisarda, aunque sin
esperanza de que le corresponda, porque su padre ha prometido su mano á
otro. Para satisfacer su pasión, se decide al cabo á emplear la
violencia. Arrima una noche á la ventana una escala, y quiere penetrar
en su habitación á tiempo que se presenta un piadoso ermitaño, llamado
Don Gil, y lo disuade con sus vehementes exhortaciones de su indigno
propósito. Aléjase Diego arrepentido; pero entonces el mismo Don Gil,
que desde fecha muy anterior lucha con el amor á Lisarda, sucumbe de
pronto á la tentación: se aprovecha de la escala arrimada á la ventana;
entra dentro, y, en lugar de Don Diego, se precipita en los brazos de la
bella Lisarda. Rara por demás es la ocurrencia del poeta en este trance:
el criado de Don Diego ha quedado durmiendo en la calle, y habla en
sueños con su señor; pero Don Gil cree que su voz es la del Demonio.
Después que el ermitaño satisface su pasión, despierta como de una
horrible pesadilla: imagina haber vendido por un momento de placer la
salvación de su alma, y ciego de desesperación, acuerda abandonarse por
completo á su lujuria. Lisarda, conociendo que ha sido engañada, se
desespera también á su vez; ve que le han robado su honor, que su amante
le es infiel, y temiendo la venganza de su padre, decide al cabo huir
con Don Gil. En el segundo acto encontramos á los dos en un paraje
agreste y montañoso, en donde llevan vida de salteadores, matando y
robando á los caminantes, y cometiendo hasta con placer todo linaje de
crímenes. Entre los viajeros, que caen en sus manos, se cuentan el padre
de Lisarda y su hermana Leonarda. Lisarda no puede ser conocida de
ellos, porque cubre su rostro con una máscara: primero quiere
sacrificarlos para saciar su odio á todo el género humano, pero las
palabras de su anciano padre conmueven su endurecido corazón, y desde
este instante determina expiar sus yerros haciendo la penitencia
necesaria. Sin embargo, no se descubre á sus parientes, que, llenos de
gratitud por haberles perdonado la vida, prosiguen su viaje hacia un
monasterio, en donde Leonarda debe profesar. Don Gil, al ver á ésta,
siente inflamarse su pecho con un nuevo amor, é intenta poseerla; pero
todos sus esfuerzos se estrellan en la resistencia, que les opone la
piadosa monja. Lleno de rabia invoca entonces á los poderes infernales.
Aparécesele el Demonio, y le promete su asistencia, con la condición de
que se obligue á su vez á entregarle su alma, escribiéndolo así con su
sangre. Don Gil firma el contrato; Satanás le presenta una mujer con la
forma y las facciones de Leonarda; abrázala para poseerla, y descubre
entonces que sus brazos estrechan á un esqueleto. Obsérvese que esta
escena es la misma, que, en el _Mágico prodigioso_, de Calderón, prepara
la catástrofe. Don Gil cae en tierra bajo la impresión de tan horrible
suceso; anonadado, y sintiendo un cambio completo en todo su sér, invoca
la misericordia de Dios, y su súplica es oída; pelean entonces en los
aires el Demonio y el arcángel San Miguel; éste triunfa, y obliga á su
adversario á renunciar á su presa. El salvado tan milagrosamente de las
garras del Demonio resuelve entonces consagrar el resto de sus días á
servir á Dios, confirmándolo aún más en su propósito la noticia, que
tiene, del arrepentimiento decidido de Lisarda, y de su bienaventurada
muerte.
He aquí, en general, los motivos dramáticos empleados por Mira de
Mescua. Gran número de sus obras son comedias religiosas llenas de
apariciones sobrenaturales. Pero hasta en las profanas (como, por
ejemplo, en _Obligar contra su sangre_ y en _No hay dicha ni desdicha
hasta la muerte_) le agrada sorprendernos con sucesos raros y
extraordinarios, ofreciéndonos á veces las situaciones más singulares,
dignas, acaso, de encomio, si la composición del conjunto no fuese tan
extraña. Lo ficticio de ellas se nos presenta siempre en primer término,
y las catástrofes y peripecias de la acción no son motivadas por causas
internas, hijas de los caracteres y de las diversas relaciones de los
personajes. Falta al autor la energía poética indispensable para fijar
en sus obras un centro seguro y claro, y trazarlas y completarlas como
es debido; conténtase con escribir escenas aisladas y sin estrecho
enlace entre sí, perjudicando á la impresión total que ha de hacer en
los espectadores; y si una de ellas excita vivamente nuestro interés, lo
desvirtúa la siguiente por su falta de gusto y su extravagancia.
Basta citar nominalmente algunos dramas de Mira de Mescua, para
convencerse de esta verdad. _La rueda de la fortuna_ es una comedia de
ruido y sin ingenio, que refiere la historia de Mauricio, Phocus y
Heraclio, pero sin la profundidad que observamos en la de Calderón. _El
conde Alarcos_, de Mira de Mescua, es en todo inferior á la del mismo
título de Guillén de Castro[37]. En _La tercera de sí misma_ y en _El
Fénix de Salamanca_ imita á Tirso de Molina, pero sólo en sus más
groseros rasgos. Mejor es el plan y el desarrollo de _Galán, valiente y
discreto_. La duquesa de Mantua sospecha que los cuatro pretendientes á
su mano se proponen únicamente poseer sus estados. Concierta, pues, con
su dama Porcia que finja ser la Duquesa. Tres pretendientes, en virtud
de esta treta, renuncian á sus pretensiones descubriendo su propósito;
pero el cuarto, llamado Fadrique, adivina el plan, se consagra á
enamorar á la supuesta Duquesa, y lo consigue plenamente. El poeta ha
sabido entrelazar artísticamente con otras esta sencilla combinación, de
tal suerte, que el conjunto resulta interesante, sin ofrecernos ocasión
alguna de censurar las deplorables singularidades, que deslustran á las
demás comedias suyas. El drama de Mescua, titulado _Hero_, que Calderón
menciona con elogio al principio de su _Dama duende_, no existe ya,
según se presume.
Entre los autos de nuestro poeta se distingue por su grandioso
pensamiento, y por muchos otros rasgos verdaderamente poéticos, _La
mayor soberbia humana_, aunque al lado de ellos observemos bufonadas
repugnantes y otras faltas de buen gusto. Este auto, diverso de casi
todas las obras de su clase, no contiene personajes alegóricos, y su
objeto es representarnos el castigo humillante del orgullo de
Nabucodonosor. Su principio, cuando nos ofrece al Monarca asirio en toda
su grandeza, rodeado de los Reyes vencidos por sus armas, es magnífico y
ostentoso: coros de músicos cantan un himno en su alabanza mientras él
duerme. En sueños se le aparece una estatua gigantesca con la cabeza de
oro, que llega hasta el cielo; pero de repente un poder misterioso la
derriba en el suelo. Despierta y llama á sus adivinos, para que le
expliquen su sueño, pero ninguno sabe hacerlo, por cuya razón se
encoleriza y los manda decapitar. No habiendo comprendido el aviso que
daba la aparición, ordena Nabucodonosor que se construya una estatua que
lo represente, á la cual, por mandato suyo, se le tributarán honores
divinos. Todos obedecen al punto sus órdenes, excepto el Rey cautivo de
Judea, que se niega á adorar estatuas, por cuyo motivo dispone
Nabucodonosor que sea quemado vivo. Enciéndese, en efecto, la hoguera,
pero las llamas se transforman en rosas. Aparécese entonces el profeta
Daniel, y anuncia al orgulloso Rey que Dios le castigará rigurosamente,
y que su castigo no cesará hasta que se arrepienta. La última mitad del
auto, en que Nabucodonosor sufre la pena de su orgullo, y al fin se
arrepiente, no es igual en mérito á la primera, y su relación con el
sacramento, necesaria á la conclusión de esta clase de autos, escasa y
como traída por los cabellos.
En el auto al Nacimiento de Mira de Mescua, titulado _El sol á media
noche_, nos ofrece convertida en esclava á la Naturaleza humana,
lamentándose así en la prisión de su desdichada suerte:
Tierra cercada de abrojos,
Agostada, mustia y seca,
Mieses con sudor regadas,
Plantas de frutas acerbas,
Mudos peces, mar salado,
Viento sordo, aves ligeras.
* * * * *
¿Hay quien de vosotros diga,
Si mi rescate comienza,
Si mi cautiverio acaba,
Si mi descanso se acerca?
* * * * *
¿Quándo el Dios de las venganzas
Y de batallas sangrientas,
Trocado en cordero humilde
Dejará á la muerte muerta?
¿Y del poder del pecado,
Potentado de la tierra
Turco Solimán...
* * * * *
Me librará?
* * * * *
¿Quándo lloverán las nubes
El pan, que el santo amor siembra,
* * * * *
Flor de Jericó olorosa,
Madre y esperanza nuestra,
Con cuyo pie amenazaste
La serpiente?...
La cautiva intenta huir de su prisión, pero es sorprendida por su señor
el Pecado, que se aparece en forma de turco. Vigílasela entonces más
rigurosamente, nombrando sus carceleros á la Avaricia, al Deleite y al
Orgullo, cuando el pastor San Juan Bautista entra en la cárcel y la
consuela anunciándole su pronta redención. Lo restante del auto, como
casi todos los de su especie, refiere la llegada á Belén de San José y
de la Virgen, y la anunciación á los pastores del nacimiento de Jesús. A
la conclusión se lleva San Juan Bautista al Linaje humano:

SAN JUAN.
Desde aquí podrás mirar.
Oh Naturaleza hermosa,
En los brazos de una rosa,
Al que te viene á salvar.
(_Con música aparece Nuestra Señora sentada en una
silla, la Luna por chapines y el Pecado debajo de los pies;
el Niño sobre sus rodillas._)
SAN JUAN.
Este es el _Agnus_ de Dios;
Este quita los pecados
Del mundo.
NATURALEZA.
A sus pies postrados
Ya veo los Orbes dos,
Y que huella con su planta
La Madre de la belleza
Al Pecado la cabeza.
* * * * *
Niño Sol recién nacido,
En brazos de tal Aurora,
Que mi culpa y yerros dora,
Seáis para mí bien venido.
* * * * *
Sé que nacéis en Belén
A remediar mi caída.


CAPÍTULO XXI.
Luis Vélez de Guevara.--Párrafos de _El diablo cojuelo_, acerca del
teatro.--Las comedias más notables de Vélez de Guevara.

Escasas, en verdad, son las noticias biográficas de Luis Vélez de
Guevara[38] que han llegado hasta nosotros, reducidas á lo siguiente:
Nació en Ecija, en Andalucía, en el último tercio del siglo XVI[39];
pasó en Madrid la mayor parte de su vida; estuvo al principio al
servicio del conde de Saldaña; desempeñó después un destino en la corte
de Felipe IV, cuyo favor supo particularmente granjearse, y murió en el
año de 1644. En un escrito, impreso á fines del siglo XVI, se le nombra
ya entre los autores dramáticos[40]. En los últimos años de su vida
compuso diversas comedias con Calderón, Rojas y Antonio Coello. El
número de las escritas por él (advirtiéndose que, sin duda, se han
perdido muchas), asciende á más de 400. Entre las demás obras suyas, es
famosa la novela que se titula _El diablo cojuelo_[41].
Antes de hablar de Guevara como autor dramático, creemos oportuno citar
algunos párrafos de aquella obra, en que el autor discurre burlescamente
acerca del teatro y de los poetas dramáticos de su tiempo.
_El diablo cojuelo_. Tranco 4.º--«A las dos de la noche oyó unas
temerosas voces que repetían: ¡fuego, fuego! Despertaron á los dormidos
pasajeros con el sobresalto y asombro que suele causar cualquier
alboroto á los que están durmiendo, y más oyendo nombrar fuego, voz que
con más terror atemoriza los ánimos más constantes, rodando unos las
escaleras para bajar más apriesa, otros saltando por las ventanas que
caían al patio de la posada, otros que por pulgas ó temor de las
chinches dormían en cueros como vinagre, hechos Adanes del baratillo,
poniendo manos donde habían de estar las hojas de higuera, siguiendo á
los demás y acompañándolos Don Cleofás con los calzones revueltos al
brazo y una alfagía, que por no encontrar la espada topó acaso en su
aposento, como si en los incendios y fantasmas importase andar á palos
ni cuchilladas: natural socorro del miedo en las repentinas invasiones.
Salió en esto el huésped, en camisa, los pies en unas empanadas de
frenegal, cinchado con una faja de grana de polvo al estómago, y un
candil de garabato en la mano, diciendo que se sosegasen, que aquel
ruido no era de cuidado, que se volviesen á sus camas, que él pondría
remedio en ello. Apretólo Don Cleofás, como más amigo de saber que le
dijese la causa de aquel alboroto, que no se había de volver á acostar
sin descifrar aquel misterio. El huésped le dijo, muy severo, que era un
estudiante de Madrid, que había dos ó tres meses que entró á posar en su
casa, y que era poeta de los que hacen comedias, y que había escrito dos
que se las habían chillado y apedreado como viñas, y que estaba acabando
de escribir la comedia de _Troya abrasada_, y que, sin duda, debía de
haber llegado al paso del incendio, y se convertía tanto en lo que
escribía que habría dado aquellas voces; que por otras experiencias
pasadas sacaba él que aquello era verdad infalible, como él decía, que
para confirmarlo subiesen con él á su aposento, y hallarían ser
verdadero este discurso.
»Siguieron al huésped todos, de la suerte que cada uno estaba, y
entrando en el aposento del tal poeta le hallaron tendido en el suelo,
despedazada la media sotana, revolcado en papeles y echando espumarajos
por la boca, y pronunciando con mucho desmayo ¡fuego! ¡fuego! que casi
no podía echar la habla, porque se le había metido monja. Llegaron á él
muertos de risa y llenos de piedad todos, diciéndole: «Señor licenciado,
vuelva en sí, y mire si quiere beber y comer algo por este desmayo.»
Entonces el poeta, levantando como pudo la cabeza, y algo alborotado,
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