Historia de la literatura y del arte dramático en España, tomo III - 08

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que le amenazan. Llevado á Túnez, pide perdón á su padre y hermana con
lágrimas de arrepentimiento, y á la conclusión, se le ve morir risueño
en la cruz, coronado de espinas. Al mismo tiempo recobra su padre la
vista milagrosamente, y con dolorosa alegría es testigo de los últimos
momentos de su hijo.
Uno de los dramas más notables de Lope es también _El niño inocente de
la Guardia_, que, á la verdad, se distingue por el odio fanático á otras
creencias religiosas, que respira cada verso, produciendo una impresión
penosa, y no satisfaciéndonos en su conjunto dramático, pero lleno, por
otra parte, de bellezas poéticas de primer orden y de rasgos del más
brillante entusiasmo, que derraman en toda la obra seducción
maravillosa. Al principio vemos á la reina Isabel, estimulada por una
aparición de Santo Domingo á purificar á España de los enemigos de la fe
católica. Las escenas siguientes describen la persecución que sufren los
judíos, y las leyes establecidas para espulsarlos por completo de la
Península. Somos trasladados á uno de sus conciliábulos, en donde
maquinan planes de venganza contra los cristianos: uno de ellos promete
preparar un encanto que producirá la muerte y el exterminio de sus
enemigos; pero necesita para esto el corazón de un niño cristiano que se
distinga de todos por su piedad, y en su consecuencia, muchos de la
reunión se obligan á buscar y robar un niño con aquella cualidad. En las
escenas que siguen se describe la fiesta de la Ascención, que se
celebra con la mayor pompa. Juanico, niño de angelical belleza y
singular piedad, sale en compañía de sus padres para asistir á la
procesión; cuando ve pasar ante sí la imagen de la Virgen en toda su
gloria, rodeada de ángeles, exclama:
Bien quisiera
Ser desse Sol resplandor
Algún ángel esta tarde.
Sigue orando á la imagen, se pierde en el tumulto, y es robado por los
judíos. La desconsolada madre observa con dolor la pérdida de su hijo, y
lo busca en vano por todas partes; entra en una iglesia llena de
desesperación, y siguiendo una costumbre establecida en España, hace que
un ciego recite la oración del niño perdido; apenas termina ésta, cuando
suena en el fondo de la iglesia una voz que canta:
Quien pierda tenga consuelo
Que el bien que de él se destierra,
Cuando se pierda en la tierra,
Se viene á hallar en el cielo.
El martirio del desventurado niño llena el resto de la comedia. Los
judíos, para saciar su rabia, deciden sacrificarlo, como á Cristo, con
iguales martirios, y el último acto nos representa la serie de dolores
que sufre el mísero niño; lo azotan, lo coronan de espinas y lo
crucifican, sin abandonarlo en sus tormentos la paciencia y la
resignación celestial; al fin asciende al cielo su alma, escoltada por
ángeles, mientras los judíos celebran orgías y entonan cánticos alegres,
formando el conjunto cuadros sorprendentes por la profunda emoción que
excitan en nuestra alma, haciéndonos dudar si hemos de admirarlos por
sus bellezas poéticas sublimes, ó censurarlos por su singularidad y
extravagancia.


CAPÍTULO XVIII.
Autos, entremeses y loas de Lope de Vega.

De las comedias religiosas de Lope pasaremos á los autos. Ya antes
dijimos cuáles son las diferencias, que los separan de aquéllas, y las
especies en que se dividen: ahora trataremos de sus cualidades
esenciales. Desde luego nos ocuparemos en determinar las de los
destinados á la festividad del Corpus, ó _autos sacramentales_. Como en
éstos los papeles más importantes son desempeñados por figuras
alegóricas, que sólo excepcionalmente aparecen en las comedias,
discurriremos primero acerca de ellas, y en general sobre el uso de las
personificaciones poéticas en el drama. Cúmplenos, pues, advertir, por
lo que hace á su historia, que la fantasía de los antiguos españoles,
desde que se escribieron las obras del marqués de Villena, del marqués
de Santillana y de Juan de Mena, se deleitaba extraordinariamente con
los personajes alegóricos; que se habían deslizado en los primeros
ensayos dramáticos españoles, y que más tarde (como lo demuestran con
toda claridad los autos de Gil Vicente), se refugiaron y
connaturalizaron especialmente en los dramas religiosos. Cuando Lope de
Vega acometió la reforma literaria de este linaje de espectáculos, se
apoderó de los elementos tradicionales, que los formaban, é introdujo en
sus autos la alegoría; pero hízolo, en verdad, elevando á extraordinaria
altura su valor poético. Pero la anticuada y grosera invención de
representar externamente fenómenos interiores del alma, ¿es susceptible
de recibir más perfecto cultivo, y lo merece por su valor? ¿No serán
producciones literarias, defectuosas por su esencia, espectáculos
dramáticos, en los cuales se nos muestran obrando y hablando afectos,
símbolos, pensamientos y objetos inanimados de toda especie, aun
revistiéndolos con todos los encantos de la poesía? Algunos estéticos
contestarán afirmativamente á esta pregunta, sin vacilaciones de ningún
género, y los autos españoles y las moralidades, obras informes de un
arte incipiente, serán ordenados por ellos en la misma categoría. Es tan
general la creencia de que han de desterrarse del drama las
personificaciones alegóricas, que casi todos los poetas modernos han
renunciado á ellas. Pero la imparcialidad nos obliga inexorablemente á
hacer una observación. Tanto los antiguos como los modernos conceden á
las artes del diseño la licencia de representar seres alegóricos é
ideales, y la escultura y la pintura han rivalizado en aprovecharse de
ella: recuérdense las virtudes y victorias de los griegos; la _Virtus_,
_Concordia_ y _Spes_ de los romanos; las virtudes de Bandinelli; los
amores celestial y terrestre del Tiziano, y la Venecia de Pablo el
Veronés. A nadie, sin embargo, han causado extrañeza, ni ninguno ha
imaginado excluir del dominio del arte tantas y tan excelentes obras.
¿Cómo, pues, así? El drama, que dispone de medios infinitamente más
variados de penetrar en la comprehensión de lo sobrenatural, y de
expresar su esencia y todas sus relaciones, ¿ha de excluir por completo
de sus dominios tales formas? ¿Por qué no ha de serle lícito infundir en
lo inanimado la vida y la palabra? ¿Acaso las luchas, que se suscitan en
lo más íntimo del alma humana, no pueden jamás adquirir vida y
apariencia corporal, aprovechándolas para dar más vigor á lo patético de
la tragedia? ¿No ha de concederse que la personificación de los
caprichos pasajeros del espíritu humano puede producir efecto cómico?
Seguramente no sera negativa la respuesta á estas preguntas.
La verdad es, sin embargo, que lo dicho no es aplicable á los autos. No
se trata en ellos simplemente de aisladas personificaciones poéticas;
nos vemos trasladados en un todo al terreno de la alegoría; nos hallamos
entre figuras abstractas é ideales, y hasta las históricas que se nos
presentan adquieren personificación alegórica. Se nos arranca así por
entero del círculo de la humana existencia; nos hallamos en las regiones
aéreas de la abstracción, en el imperio de lo sobrenatural, en el cual
sólo vive la fantasía elevándose á grande altura. Todos los personajes
son formas, en cuya realidad é individual existencia nadie cree, ó seres
intermedios que participan de la razón pura y se pierden en las nubes de
la metafísica. No se expresan en ellos los afectos y cualidades humanas
de tal suerte, que sólo momentáneamente llevan su sello íntimo ó
materializan éste ó aquel estado físico, dando origen á un mundo
especial, habitado por ideas generales, revestidas de cuerpo, y distinto
del terrestre. Cierto que el poeta corre grave riesgo de engendrar
monstruos, á no ser un consumado maestro. Vese obligada su fantasía á
crear sólo imágenes obscuras y vagas, ó á congelarse en las yertas
alturas de las abstracciones de la razón. O ha de perderse en ideas
nebulosas y poco claras, que se confundan entre sí, ó caer en la aridez
y frialdad, igualando la alegoría con el logogrifo.
No puede negarse que los autores de autos se hayan estrellado con
frecuencia en tales escollos. Ni Lope ni Calderón han conseguido colmar
por completo el abismo, inherente á este linaje de composiciones
poéticas, entre los elementos de la inteligencia y de la poesía. Con
demasiada frecuencia se agotan sus fuerzas en la perpetua lucha de
penetrar en lo impalpable de la comprensión, en infundir vida real en la
esencia de estas operaciones de la inteligencia. No siempre han evitado
los dos falsos derroteros mencionados, y aparecen obscuros y ampulosos,
por ser incompatible la verdadera claridad con lo que escapa á toda
determinación, ó empleando alegorías enigmáticas é inflexibles, opuestas
á la genuina poesía.
Otro obstáculo se presentaba también al poeta: el de harmonizar con la
poesía la teología escolástica, que constituía por la tradición el fondo
de los autos. No siempre supieron los autores más sobresalientes mezclar
dos elementos tan heterogéneos, de suerte que la metafísica se hiciera
sensible é interviniese en la acción del drama. Al contrario, para
manifestar claramente sus intenciones, se acogen frecuentemente al
refugio que les ofrecen sus diferencias más características. De aquí las
interminables exposiciones del dogmatismo cristiano con la refinada
sutileza de la falsa ciencia escolástica, las arengas difusas de éste ó
de aquel personaje alegórico sobre su significación y naturaleza, y las
preguntas y respuestas sobre las cuestiones más intrincadas de la
ciencia de Dios: defectos todos, sin duda, que perjudican al drama, por
grandes que sean sus bellezas.
Al hacer las observaciones indicadas, nos proponemos tan sólo oponernos
á la admiración incondicional, que con repetición han inspirado los
autos. Pero no se crea por esto que los rechazamos en absoluto, puesto
que los sacramentales españoles, con todas sus faltas, son obras
poéticas de mérito incomparable, y sus mejores poetas, haciendo uso de
su poco común ingenio y de su arte, han sorteado los inconvenientes casi
siempre inseparables de este género literario, si no en todas sus
composiciones, á lo menos en las más notables. Encontramos, pues, en
estos autos una multitud de creaciones puramente alegóricas, que no sólo
personifican ideas, sino que se transforman en individuos, y que nos
interesan vivamente por su existencia y acciones, por sus pensamientos y
voluntades; hasta la metafísica, sin hacerse valer á costa de la
poesía, se convierte, en virtud de la fábula, en resorte de intuición
poética. El poder creador, que revelan estas poesías, excita en alto
grado nuestra sorpresa; y hasta algunos autos, que adolecen de ciertos
defectos, ya apuntados, nos admiran también por otras muchas bellezas.
Sólo era dable á la más exuberante fantasía inspirar alma y vida á
definiciones abstractas y áridas de las facultades del alma; sólo la
imaginación poética más extraordinaria podía infundir en lo sobrenatural
forma y redondez plástica; sólo el buen sentido más exquisito podía
volar sin precipitarse en las regiones de la metafísica y de la razón
pura, y sólo, por último, la más decidida capacidad dramática era capaz
de producir tanta animación é interés en este dominio y con tales
personajes. Pronto veremos cuán cumplidamente lo lograron algunos.
Cuando penetramos por vez primera en el mágico imperio de estas
composiciones, nos parece que respiramos en una atmósfera desconocida, y
que contemplamos otro cielo que se extiende sobre un nuevo mundo.
Sucédenos como si poderes invisibles nos llevasen al seno de obscuras
tempestades; muéstransenos de tal modo los abismos del pensamiento, que
nos dan vértigos; seres maravillosos y enigmáticos brotan de las
tinieblas, y la luz roja y tenebrosa del misticismo, brilla en el germen
misterioso que da origen á todo lo creado. Pero rásganse las nubes que
nos envuelven, y nos encontramos más allá de los límites terrestres, no
sujetos al espacio y al tiempo, y en el dominio de lo infinito y de lo
eterno. Aquí enmudecen todas las discordancias; aquí sólo se oyen las
voces humanas á manera de himnos solemnes, acompañados de las melodías
de la música sagrada. Antójasenos que penetramos en una catedral
gigantesca de la más sublime arquitectura, en cuyas majestuosas naves no
osa aventurarse sonido alguno profano; el misterio de la Trinidad,
alumbrado de luz mágica, yace encumbrado en el trono del altar; los
rayos que despide y que la vista humana apenas puede soportar, llenan
con su resplandor maravilloso inmensas columnatas. Todos los seres que
la pueblan, parecen ocupados en la contemplación de lo eterno, y como
absorbidos y embargados en las profundidades sin fondo del amor divino.
La creación entera canta en coro himnos de júbilo en loor de la fuente
de la vida; hasta lo que no es, siente y habla; la muerte goza del don
de la palabra y de la viva expresión del pensamiento; los astros y los
elementos, las piedras y las plantas tienen alma y conciencia;
ofrécensenos los senos más ocultos del entendimiento y del corazón; el
cielo y la tierra brillan, en fin, alumbrados con luz simbólica.
Aun prescindiendo del germen íntimo de estas poesías, nos encanta además
la pompa que observamos en la exposición de sus partes. Quizás en
ningunas otras obras suyas han concentrado los poetas españoles tanta
riqueza poética ni dominádola tan profundamente. Es una mezcla tal de
colores, una atmósfera tan perfumada, un encanto tal de arrebatadora
harmonía, que arrastran irresistiblemente á nuestros sentidos.
El eje religioso, en torno del cual giran los _autos sacramentales_, es,
como hemos dicho repetidas veces, la alabanza de la Transubstanciación.
Llénase este fin de mil modos diversos, empleando las combinaciones é
imágenes más variadas, maravillándonos la rica inventiva con que el
poeta evita la uniformidad, y nos ofrece el mismo tema bajo de infinitas
formas nuevas.
Tan variamente diversos, como las combinaciones de la acción, son los
personajes alegóricos de _los autos_. Ya encontramos en ellos relaciones
humanas, estados ó situaciones del alma, virtudes y vicios; ya la
personificación de los atributos de Dios ó de los símbolos de la
Iglesia; otras veces los elementos, las producciones de la naturaleza,
los países y pueblos de la tierra, las diversas religiones, etc. En
ocasiones se llega hasta el punto de acudir á la mitología griega para
dar forma á las creencias cristianas; de suerte que resulta una doble
alegoría, como, por ejemplo, en _El Amor y Psiquis_, de Calderón,
significando el Amor á Cristo, y Psiquis á la Fe. Los personajes
históricos que aparecen en ellos, prescinden casi siempre de su carácter
y se convierten en alegóricos.
Parécenos oportuno exponer en general la enumeración de los personajes
más comunes de los autos sacramentales:
El Padre Eterno, el Rey del Cielo, el Príncipe Divino.
La Omnipotencia.
La Sabiduría.
El Amor Divino.
La Gracia.
La Justicia.
La Clemencia.
Jesucristo bajo distintas formas, por ejemplo, como el buen pastor, como
caballero cruzado, etc.
El novio, esto es, Jesucristo, que entona el cántico de los cánticos en
loor de la Iglesia, su prometida.
La Santa Virgen.
El Demonio ó Lucifer.
La Sombra, como símbolo del pecado.
El Pecado.
El Hombre. El linaje humano.
El Alma.
La Razón.
La Voluntad.
El Albedrío.
El Cuidado.
La Ira.
El Orgullo.
La Envidia.
La Vanidad.
El Pensamiento (ordinariamente como loco ó bufón).
La Ignorancia.
La Duda.
La Fe y la Incredulidad.
La Locura.
La Esperanza.
El Consuelo.
La Iglesia.
La Ley natural y la escrita.
El Judaismo ó la Sinagoga.
El Alcorán ó el Mahometismo.
La Herejía y la Apostasía.
El Ateismo.
Los siete Sacramentos.
El Mundo.
Las cuatro partes del mundo.
La Naturaleza.
La Luz, casi siempre como símbolo de la Gracia.
La Obscuridad.
El Sueño y la Ilusión que produce.
La Muerte.
El Tiempo.
Las estaciones y las horas.
Los diversos países de la tierra.
Los cuatro elementos.
Las plantas, y especialmente la espiga y el sarmiento, alusivos al pan y
vino de la cena del Señor.
Los cinco sentidos.
Los Patriarcas, Profetas y Apóstoles y sus atributos, como, por ejemplo,
el águila de San Juan.
Los ángeles y arcángeles.

No hay necesidad de advertir que no se guarda el orden cronológico, y
que los profetas, por ejemplo, aparecen juntos con los apóstoles.
Tampoco hablaremos de los anacronismos, censurados por la crítica
estrecha, puesto que en el imperio de estas poesías se prescinde del
cómputo del tiempo.
Calderón fué quien dió mayor perfección y forma más artística al _auto
sacramental_. Los de Lope de Vega, objeto ahora de nuestro examen, le
son inferiores en este concepto. La alegoría, sin profundidad
psicológica, es sólo representada grosera, no mediatamente; se echa de
menos en ellos la abundancia y la delicadeza de las alusiones morales, y
el profundo misticismo con que sus sucesores sellaron é idealizaron
todas sus creaciones, iluminando al orbe con la luz del espíritu. Lope,
por el contrario, se expone menos al peligro de degenerar en árido y
frío, como sucede con frecuencia á los que abusaron de la alegoría.
Nunca peca contra la sencillez poética é inmediata que los distingue; y
si los poetas, que le sucedieron, nos parecen más adelantados en lo
relativo al arte, él nos encanta por su mayor vigor y naturalidad.
Para conocer más concretamente la esencia de _los autos_ de Lope,
haremos el análisis de algunos.
El elegido para este objeto lleva el título de _La peregrinación del
alma_. El canto que le precede en loor de la Hostia y del Cáliz, y la
loa, que no se relaciona directamente con lo que sigue, no entrarán en
nuestro examen. Al principio del auto aparecen las Almas, como mujeres
vestidas de blanco; la Memoria, en forma de mancebo bello y robusto, y
la Voluntad, con traje de labradora.
EL ALMA.
Llegada es ya la ocasión
De mi nueva embarcación
A la gloriosa ciudad
De la celestial Sión.
* * * * *
Esta es la playa arenosa
De corporal juventud;
Buscar es cosa forzosa
Nave, en que nuestra salud
Corra bonanza dichosa.
LA MEMORIA.
Alma para Dios criada
Y hecha á la imagen de Dios,
Advierte de Dios tocada
En que son los mares dos
De nuestra humana jornada.
Y así hay dos puertos á entrar
Y dos playas al salir:
En uno te has de embarcar,
Que del nacer al morir
Todo es llanto y todo es mar.
* * * * *
En estrecho fin paraba,
Alma, aquel ancho camino;
Y el que estrecho comenzaba,
Ancho, glorioso y divino
El dichoso fin mostraba.
La Voluntad censura las inoportunas advertencias de la Memoria, y
aconseja seguir la senda más bella y desahogada. El Alma vacila, no
sabiendo qué rumbo emprender. Preséntase entonces el Demonio, como señor
de la barca; el Amor propio, el Apetito y otros vicios, en traje de
marineros, y cantan así:
Hoy la nave del contento
Con viento en popa da gusto
Donde jamás hay disgusto.
* * * * *
Se quiere hacer á la mar.
¿Hay quien se quiera embarcar?
El Demonio hace una brillante descripción de la belleza del país, á
donde se dirige la barca; la Memoria les advierte el engaño, pero se
aletarga al oir un nuevo canto más melodioso, y cae ensordecida en la
orilla, mientras que el Alma y el Deseo suben en la barca. Preséntase la
Razón para despertar á la Memoria, y las dos juntas gritan al Alma que
vuelva; pero no se oyen sus voces con el ruido de los marineros,
ocupados en levar el áncora. Poco después se ve ya á la barca en alta
mar; el Orgullo lleva el timón, y los siete pecados capitales manejan
los remos; el Alma, sentada sobre cubierta á una mesa brillante, á la
cual cerca un coro de cantores, se solaza con caballeros y frívolas
damas. La Razón exhorta una vez más á los engañados á pensar en su
salvación, y á embarcarse en el buque del arrepentimiento, el único que
los librará de su ruina; pero el Alma nada quiere oir hasta que el mismo
Jesucristo, dueño de este buque, se presenta acompañado de ángeles, y
promete conducirlos á la bahía de la Salud, si llegan á arrepentirse.
Como la vocación divina es irresistible, la seducida resuelve
obedecerla. Vese entonces el barco del arrepentimiento, en cuyo centro,
á manera de mástil, está implantada la cruz; cálices de oro adornan sus
gallardetes; los símbolos de la Pasión forman los aparejos; sobre la
cubierta se halla el Santo Sepulcro, y delante de él, arrodillada, la
Magdalena arrepentida; San Pedro se sienta junto á la brújula, alumbrado
todo por un cáliz de oro, cuya luz se extiende á larga distancia. El
Alma se presenta con vestido de penitente, y se arrodilla contrita
delante del Señor, que la acoge benigno; le promete el perdón, porque su
arrepentimiento es sincero, y le ofrece el Sacramento del Altar como
prenda de su gracia.
El auto segundo, cuyo argumento expondremos también, y que se titula
_Las aventuras del hombre_, comienza con la expulsión del Paraíso de
nuestros primeros padres. El ángel persigue al hombre con su espada de
fuego, censura su pecado con frases enérgicas, y cierra las puertas del
Edén. El desterrado se encuentra en medio de un horrible desierto;
peñascos puntiagudos destrozan sus pies, abismos amenazan tragarlo, y lo
atormentan temibles visiones. Parece que, al componer esta escena, tuvo
presente el poeta el principio de la _Divina Comedia_ del Dante. El
hombre vaga abandonado por el desierto, y se extravía y pierde, no
hallando senda alguna que seguir. Preséntasele entonces una aparición,
que á primera vista lo atemoriza, pero que pronto intenta consolarlo
hablándole dulce y amorosamente, y diciéndole:
Pues haced cuenta que quiero
Ser vuestro escudero yo,
Que el mismo Dios me mandó
Que fuese vuestro escudero.
* * * * *
Es verdad que está enojado,
Pero como os ha criado,
Templa conmigo el castigo.
* * * * *
Que si como Dios le dijo
Le ha de quebrar la cabeza
Al Dragón, vuestra tristeza
Será entonces regocijo.
* * * * *
Porque no pudiendo vos
Satisfacer de justicia
Tanto pecado y malicia,
Satisfaga Dios á Dios.
* * * * *
Esta Señora que os digo
Será su divina Madre.
Esperadla, que ha de ser
De vuestro destierro fin.
* * * * *
Venid conmigo, y los dos
Esperemos este día.
Los dos juntos prosiguen entonces su peregrinación, y llegan á un
palacio soberbiamente iluminado, dentro del cual se oye plácida
harmonía. En él reina _la locura del mundo_. Alegre muchedumbre rodea á
los extranjeros cantando y bailando, y los invita á entrar en el
palacio. El Consuelo advierte al hombre el peligro que le amenaza, pero
se deja seducir y acepta la hospitalidad que se le ofrece. La Reina lo
recibe afable, y ordena á la Vanidad y á la Ostentación que adornen
lujosamente el aposento del Engaño, á la Sensualidad que le prepare un
filtro amoroso, al Sueño que lo divierta con imágenes halagüeñas, y á la
Curiosidad y á la Mentira que cuiden de distraerlo. Comienza, pues, la
nueva vida con locuras y placeres de los sentidos; pero el hombre, que
siente en su pecho más elevada vocación, se fastidia pronto y abandona
el palacio. Asáltanle en su peregrinación el Tiempo, la Muerte y el
Pecado; lo aprisionan y lo entregan á la Culpa, en cuyos lazos viven
todos los hijos de la tierra. Cargado de cadenas, se lamenta el hombre
en su prisión. Háblale el Consuelo del Salvador, que ha de venir, para
redimirlo del cautiverio.
Luz del mundo ha de llamarse
Aquella palabra eterna...
* * * * *
Tú, pues, me alumbra y me guía,
Tú me ilumina y me enseña,
Todo se yerra sin ti,
Todo contigo se acierta.
Peregrino soy, luz mía,
Erré la divina senda.
* * * * *
Ven, lucero, que ya tengo
En estas lágrimas, señas
Que ya sé, divina Aurora,
Que no amaneces sin ellas.
Ven, dulce mañana mía;
Ven, mi luz, no te detengas;
No me coja eterna noche
Antes que tú me amanezcas.
Abrense los muros de la cárcel: preséntase la Santa Virgen hollando al
Dragón con sus pies, y deja caer dulces palabras en el alma del cautivo,
que entonces duerme tranquilo. Mientras tanto desciende del cielo por
una escala el Amor divino, y le anuncia que ha llegado la hora de la
Redención. Giran sobre sus goznes las puertas de la prisión, y el hombre
es recibido por sus guías celestiales, que suben con él en el buque que
ha de llevarlo á la bahía de la Salud eterna. Huyen la Muerte y los
Pecados, y la Culpa aparece transformada y con vestidos ligeros. Al
terminar se ve una barca (la Iglesia), y en ella un altar con el Cáliz y
la Hostia, ante la cual yace el hombre de rodillas.
EL AMOR DIVINO.
¿Ves cómo fué verdadera
La nueva que yo te di?
EL HOMBRE.
¡Oh pan divino, oh grandeza
Suma de Dios, reducida
A una forma tan pequeña!
¡Oh inmensidad abreviada,
Alta Majestad Suprema
En la cándida cortina
De los accidentes puesta!
¿Cómo te daré las gracias?
AMOR.
Con la Fe, para que puedas
Aquí merecer la gloria
Y después la gloria eterna.
El _Auto de la Puente del mundo_ comienza con un diálogo entre el Mundo,
el Orgullo y el príncipe de las Tinieblas, sobre la venida de Cristo,
que aparecerá en forma de caballero cruzado, para redimir á las almas de
la servidumbre del pecado. El príncipe de las Tinieblas ha construído un
puente, por el cual han de pasar cuantos entren en el mundo. Leviathán
es nombrado su guarda, con la obligación de no permitir á nadie el paso
mientras no se confiese esclavo del mal. Hácenlo así Adán y Eva, y las
generaciones humanas que les suceden. Pero una virgen más pura que la
más cándida paloma (así dice el príncipe de las Tinieblas), ha entrado
en el mundo sin rendirle homenaje, porque, al pronunciar su nombre,
Leviathán cayó en tierra desmayado. Aparece el Amor divino, y llama con
dulce canto al caballero de la cruz, que es el Redentor. Este se
presenta armado completamente, trayendo en sus manos la lanza adornada
con la cruz; al brazo un escudo, en el cual se representan los símbolos
de la Pasión, y comienza la lucha para redimir los hombres. Leviathán
cae en tierra sin aliento, cegado por el resplandor del divino adalid;
el alma recobra la libertad, y el vencedor edifica otro puente junto al
primero que se dirigía á la servidumbre del pecado, para que el linaje
humano pueda subir á la gloria.
_El heredero del cielo._ El Señor celestial, dueño de una viña, amada
por él sobre todas las cosas, la da en arrendamiento á los sacerdotes y
al pueblo hebráico; nombra guardas al Amor á Dios y al Prójimo, y les
recomienda la más exquisita vigilancia. Pero molesta á los arrendatarios
tan rigorosa guarda; echan de la viña á los nombrados por el Señor para
vigilarla; sólo piensan en vivir entre regocijos y fiestas sensuales, y
llaman á la Idolatría para compartir con ella la posesión de la viña,
celebrando fiestas licenciosas y practicando ritos idólatras. Al cabo de
algún tiempo se presenta el Señor de la viña para visitarla; pero apenas
se acerca, oye cánticos sacrílegos, y al entrar es testigo de una orgía,
y presencia el estrago que hacen en las cepas los pies de los que
danzan. Manda á Jesaías y á Jeremías, que le acompañan y le sirven, que
reclamen el precio del arrendamiento; pero son acogidos con burlas y
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