Historia de la literatura y del arte dramático en España, tomo III - 13

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Aun cuando el examen de las obras de Guevara nos haya hecho penetrar en
el siglo XVIII, hemos de retroceder ahora á los principios del período
precedente, y nombrar á varios poetas, que escribieron para el teatro en
tiempo de Lope de Vega y durante los últimos años del reinado de Felipe
II, ó los primeros de su sucesor. Pocas ocasiones se nos presentarán,
sin embargo, de trazar capítulos detallados de ellos, porque de muchos
se sabe ahora poco, y de algunos, absolutamente nada[42].
Pedro Díaz, según Navarro, uno de los que llevaron las comedias á su
perfección, es mencionado por Rojas entre los predecesores de Lope de
Vega, y como autor de una de las primeras _comedias de santos_ titulada
_El Rosario_. Parece, sin embargo, que su nombre quedó después
prontamente obscurecido por los de los nuevos dramáticos. Es de presumir
que aconteciera lo mismo con Joaquín Romero de Cepeda[43], con Berrio y
Francisco de la Cueva, de quienes tratamos ya en el período anterior de
la historia del teatro español. Los dos últimos eran letrados, y Lope de
Vega dice de ellos (_Dorotea_, parte 5ª), que ofrecieron el raro ejemplo
de ser tan distinguidos intérpretes de las leyes como amables poetas, y
que escribieron comedias que se representaron con general aprobación.
Francisco de la Cueva, natural de Madrid[44], fué bastante amigo de
Lope, y es celebrado por él singularmente en _La Arcadia_, en _El laurel
de Apolo_, y en la dedicatoria de la comedia _La mal casada_.
De las obras dramáticas de esta época de Andrés Rey de Artieda y de
Lupercio Leonardo de Argensola, no conocemos nada, aun cuando sepamos
que ambos escribieron para el teatro hasta en el período anterior.
Artieda, como veremos en breve, era opuesto á Lope y á su escuela, por
cuyo motivo es de sospechar que se inclinaba más bien al sistema
clásico.
De Mejía de la Cerda, licenciado y relator de la chancillería de
Valladolid, poseemos una llamada tragedia, que se titula _Inés de
Castro_, producción literaria muy inferior, que no puede compararse bajo
ningún aspecto con la de Guevara sobre el mismo asunto, ni aun con la de
_Nice lastimosa_, de Bermúdez, conocida y explotada indudablemente por
Mejía. Obsérvanse en el arreglo del plan graves defectos; los caracteres
apenas pueden sostenerse, y el diálogo es pesado, sin gracia ni
animación alguna. Esta obra dramática se escribió probablemente antes
que la de _Reinar después de morir_, de Guevara.
La comedia más notable de las tres, que se conservan de Damián Salustrio
del Poyo (poeta natural de Murcia, aunque domiciliado en Sevilla), es,
sin disputa, la que lleva el título de _La próspera fortuna de Ruy López
de Avalos_, (en dos partes)[45]. Es una especie de comedia biográfica,
cuya acción no ofrece por cierto grande unidad, aunque tenga varias
escenas de bien calculado efecto. La fábula se supone ocurrir en tiempo
de Enrique III de Castilla. Es notable la escena, en que el médico judío
Don Maix intenta envenenar al Rey á ruego del almirante de Castilla. El
envenenador se dispone á entrar desde la antesala en la regia cámara,
cuando el retrato de Doña Catalina, esposa del Monarca, que está colgado
sobre la puerta, cae en tierra, y le impide la entrada; casi al mismo
tiempo se presenta el Rey; el judío queda confuso, arroja el veneno, y
al fin confiesa su propósito. Esta escena ha sido imitada por Tirso de
Molina en _La prudencia en la mujer_, y por Calderón en _El mayor
monstruo los celos_; por lo menos, en ambos domina la idea de convertir
á un retrato en ángel protector de una vida amenazada. Pocos asuntos se
han manejado tanto por los dramáticos españoles como la historia de D.
Alvaro de Luna; pero la verdad es también que acaso la comedia más
débil, que desenvuelva este argumento, es la de nuestro Damián Salustrio
del Poyo.
De las obras de Hurtado Velarde (de Guadalajara), existe sólo una
tragedia titulada _Los siete infantes de Lara_, pieza dramática de
espectáculo de las más débiles. Al parecer este mismo Velarde había
escrito otro _Cid_, antes que Guillén de Castro[46].
Juan Grajales (licenciado, y distinto del actor del mismo nombre que
menciona Rojas), ha representado dramáticamente la historia de Colá
Rienzi en dos comedias, tituladas _La próspera_ y _La adversa fortuna
del caballero del Espíritu Santo_. Tanto el pensamiento como la
ejecución de ambas es grosero y poco acertado, casual el enlace de unas
escenas con otras, y no hay que hablar de la distribución y buen arreglo
del plan, ni de la intención poética, que se revela en el conjunto. Muy
superior á estas comedias es _El bastardo de Ceuta_, drama, que, aun
ofreciéndonos graves faltas, las compensa en parte por un número igual
de importantes bellezas. Su argumento es, en compendio, el siguiente:
Elvira, esposa del capitán Meléndez, creyendo ser abrazada de su esposo,
lo es en realidad por el alférez Gómez de Melo, que se ha deslizado
secretamente en su habitación, y da á luz á Rodrigo, fruto de esta
unión. La misma noche, en que su esposa es engañada de esta manera,
sale Meléndez para la guerra de Africa, enamorándose después de la mora
Fátima, de quien se separa dejándola una prenda de su amor. Supónese que
estos sucesos ocurren veinte años antes de empezar la comedia. Nada dice
Elvira á su esposo de la acción indigna de Gómez de Melo; pero el
carácter de Rodrigo es tan diverso del de su presunto padre, y lo
respeta tan poco, que éste concibe algunas sospechas sobre su
paternidad. La guerra contra los infieles estalla mientras tanto de
nuevo. Grave peligro de muerte amenaza un día á Meléndez en una batalla,
del cual pudiera librarlo Rodrigo; pero lo abandona su cobarde é ingrato
hijo, salvándole inesperadamente un mancebo moro; éste es Celín, nacido
de los amores de Meléndez y de Fátima, que oye la voz de la naturaleza,
y es arrastrado por ella hacia su padre con fuerza irresistible. Ni el
padre ni el hijo se conocen; y aunque enemigos, y preparados á la pelea,
celebran un pacto de amistad y paz. Acabada la guerra toma mayor
incremento la antipatía mutua, que se profesan Meléndez y su pretendido
hijo, osando éste levantar la mano á su padre en una disputa. Meléndez
castiga severamente al degenerado joven, pero cree al mismo tiempo que
ningún hijo es capaz de cometer tales atentados contra su padre, é
intenta averiguar de Elvira si ha sido otro el que lo engendró. Espíala
en sueños, y sabe entonces la afrentosa astucia de su alférez Gómez de
Melo. Trama entonces una doble venganza, así de Gómez, por haber
ofendido su honor, como de Rodrigo, bastante audaz para faltarle al
respeto debido; logra, en efecto, realizarla, suscitando una lucha entre
ambos, en la cual sucumbe Gómez á manos del bastardo. Mientras tanto la
abandonada Fátima, deseosa también de vengarse de la infidelidad de su
antiguo amante, excita á su hijo Celín, que ignora el secreto de su
nacimiento, á dar muerte al capitán Meléndez. Celín, obediente á su
madre, prométela cumplir sus mandatos; pero, al encontrarse frente á
frente de su padre, se le cae la espada de las manos, y siguiendo un
impulso interior, que lo domina, se precipita á los pies del mismo, á
quien intentaba arrancar la vida. Reconócense después padre é hijo, y
éste resuelve vivir entre los cristianos y profesar la religión de su
padre.
José de Valdivieso, sacerdote y capellán del arzobispo de Toledo,
mantuvo estrechas relaciones de amistad con los más célebres poetas de
su época, para quienes su casa era un punto de reunión y trato. Parece
que se consagró á la poesía, más bien por su afición á ella que por
vocación especial. Sus comedias religiosas, á lo menos, apenas merecen
la más ligera alabanza: distínguense por su falta completa de buen
gusto, por el absurdo y exagerado misticismo, peculiar de ordinario de
este linaje de composiciones, aunque sin la osada fantasía, que las
sublima, conciliando lo extraño con lo maravilloso. Su _loco cuerdo_ es
un verdadero caos de prodigios sin fundamento, que en vez de inspirar
devoción, como su autor intenta, sólo excitan aversión y repugnancia.
Cuenta la historia de un rico comerciante, que de repente se convence de
la frivolidad de los bienes mundanos, y se retira al desierto para hacer
rigurosa penitencia el resto de sus días. Después de pasar así ocho
años, víctima voluntaria de los más insólitos tormentos, cree que debe
humillarse aún más para merecer la gracia del Señor, y recorre ciudades
y aldeas fingiéndose loco, y sufriendo las burlas é insultos del
populacho.
Más feliz fué Valdivieso con los autos[47], no pudiendo negarse que
manifestó ingenio en su traza, siempre que prescindimos del extraño
enlace de pensamientos inseparable de este linaje de composiciones.
Lástima es que se hallen sobrecargados de teología escolástica, y que su
estilo sea hinchado y de mal gusto. En el auto _Psiquis y Cupido_, es
Psiquis el Alma humana, la Hija del cielo y el Amor es Cristo. El Mundo,
el Deleite y Lucifer son galanes, que pretenden la mano de Psiquis, y se
ven rechazados de ella, porque en sueños ha visto al Amor, á quien sólo
desea pertenecer. Este se presenta como amante suyo, y se desposa con
ella; el himeneo se celebra primero en su casa, en donde descubrirá su
rostro, velado hasta entonces; para acompañar á la desposada hasta ella,
la entrega á la Verdad y á la Razón. Las hermanas de Psiquis, que se
llaman Irascible y Concupiscible, envidian la dicha de la desposada, y
se conjuran con los tres amantes desdeñados para destruirla. El plan se
realiza. Déjase Psiquis seducir de sus enemigos, anticipándose á la
eternidad, y temiendo en vez de creer. En la ocasión primera, en que
intenta levantar el velo del Amor, es retirada por la Fe; en la segunda
huye de sus brazos el divino amante, y se precipita en un insondable
abismo. La Razón queda ciega de repente, y vaga lamentándose; aparécese
la Verdad para buscar á la perdida; y mientras se conduelen ambas de lo
ocurrido, se ve á Lucifer cabalgando en una serpiente, y teniendo en
sus brazos á la desolada Psiquis, manchada de sangre y con negras
vestiduras. El Amor, sin embargo, accede al fin á celebrar de nuevo su
himeneo, movido por el arrepentimiento del Alma; la Santa Virgen trae á
Psiquis en sus brazos, él estrecha entre los suyos á la recién hallada,
y en este instante la adornan blancos paños; ábrense sus ojos á la
razón; huyen el Mundo, el Deleite y Lucifer; se ve al Cielo, padre de
Psiquis, que ofrece á su hija una corona y una palma, y un coro
solemniza con sus cánticos las bodas del Alma y de Cristo. La
composición del auto, titulado _El hospital de locos_, es singular hasta
lo sumo. El Alma, llevando por guía al Placer, hace una peregrinación;
excítala éste á entrar en una casa, en donde habitan todos los goces,
obedeciéndolo á pesar de las reconvenciones de la Razón, que, desde el
umbral, intenta disuadirla de su propósito. Aquella casa es de locos;
manda en ella el Delirio, y la ocupan las diversas locuras; Lucifer, con
un tambor de niños, llama á la Guerra contra el Cielo; el Mundo Infantil
cabalga en un caballo de juguete; la Curiosidad bebe copiosamente en una
mesa; la Carne toca una guitarra, y entona canciones eróticas, y la
Humanidad yace en un rincón en pacífica locura. Se felicita al Alma por
su venida, y se la adorna con un bonete de loco. Agrádale bastante al
principio la desenfrenada licencia de la nueva vida; pero pronto la
encadena la Culpa, y la encierra en una prisión. Abre entonces los ojos
á la luz, y se arrepiente de sus extravíos; viene en su ayuda la
Inspiración ó la Gracia Divina, llamada por la Razón, y con su auxilio
se liberta de la cárcel.
Andrés de Claramonte, célebre actor y director del teatro de Murcia
(muerto en 1610), fué también famoso poeta, principalmente á causa de su
comedia _El negro valiente en Flandes_, cuya segunda parte escribió
después Vicente Guerrero.
Seguramente no es grande el valor poético de esta composición; falta el
arte en el conjunto de la acción, y su desarrollo es duro y grosero;
pero, sin embargo, respira toda ella cierta frescura y grata sencillez.
Las temerarias hazañas del negro, que milita bajo las banderas del duque
de Alba, y que, á fuerza de osadía, consigue la investidura de caballero
de la Orden de Santiago (entre otras empresas, por haber penetrado solo
en el campamento enemigo y haber hecho prisionero en su tienda al
príncipe de Orange), excitan un vivo interés á causa de las animadas
descripciones, que llenan á esta comedia. La rudeza de su exposición se
harmoniza admirablemente con el colorido popular, que la distingue[48].
Si juzgamos ahora en general á todos los poetas, que hemos mencionado
desde Guevara (en cuanto es lícito, atendido el escaso número de sus
obras existentes), no merecerán, por cierto, grandes alabanzas. Las
comedias de que hablamos, nos recuerdan en demasía la infancia del
teatro; muéstrannos el arte dramático, que alcanzó tanta perfección en
tiempo de Lope de Vega, notablemente degenerado, careciendo, sin duda,
de crítica los literatos, que las comparan con las de aquel gran
maestro. Aun las peores obras de Lope aventajan á las mejores de éstos
en la dignidad del estilo y en la elegancia de la dicción poética. Raros
vestigios se observan en ellas de traza sensata del plan, y aún menos de
sello artístico en los sucesos; al contrario, siguen los unos á los
otros grosera é inmediatamente, y parecen diseñados con toscas
pinceladas. Falta en ellas por completo la delicada veladura de sus
detalles, y las transiciones poéticas; su diálogo es poco flexible y nos
ofrecen en confuso desorden lo ordinario, común y trivial, al lado de lo
patético, y rasgos de mal gusto envueltos en hinchadas estrofas. Verdad
es, que, á pesar de tales defectos, se encuentran á veces aisladas
bellezas, aunque por lo general pertenecen más bien al asunto, manejado
con anterioridad por otros, que al poeta que los expone, cuando es lo
cierto que el verdadero genio les hubiese dado mucho mayor realce. Así
se explica que estos dramáticos no pudieran rivalizar con Lope de Vega,
ni merecer largo tiempo el favor del público; ya en el segundo cuarto
del siglo XVIII apenas se mencionan sus nombres, siendo escaso el
interés que excitaban, aun para imprimir sus obras, no encontrándose
ninguna de ellas en las grandes colecciones de comedias españolas,
hechas posteriormente[49].
Otros muchos poetas contemporáneos son aún menos importantes para que su
memoria se perpetuara en la literatura. Los nombres de estos escritores
dramáticos, que indicaremos á continuación sin más comentarios, puesto
que, al parecer, no existen obras suyas impresas, ó no han llegado á
nuestra noticia, son los siguientes:
El licenciado Justiniano. Atribúyensele en los catálogos de Medel del
Castillo (Madrid, 1735) y de la Huerta dos comedias, tituladas _Los ojos
del cielo_ y _Santa Lucía_.
Juan de Quirós, jurado de Toledo, que no debe confundirse con Francisco
de Quirós, posterior á él.
Navarro, licenciado en Salamanca.
El licenciado Martín Chacón, familiar de la Inquisición.
D. Gonzalo de Monroy, regidor de Salamanca, distinto del más famoso
Cristóbal de Monroy.
El Dr. Angulo, regidor de Toledo.
El Dr. Vaca, sacerdote y beneficiado en Toledo.
Hipólito de Vergara.
Ochoa.
Diego de Vera.
Liñán.
Almendárez.
Félix de Herrera, diverso de otro del mismo apellido, de quien
trataremos más adelante.
Miguel Sánchez Vidal, de Aragón, que hubo de escribir en 1589 una
comedia, en tres jornadas, cuyo título era _La isla Bárbara_[50].
Hay además otros muchos escritores, ya en parte mencionados en el
segundo libro de esta HISTORIA, que prosiguieron componiendo comedias en
el presente período. Tales son Alonso y Pedro de Morales, Grajales,
Zorita, Mesa, Sánchez, Ríos, Avendaño, Juan de Vergara, Villegas, Castro
y otros. En lo sucesivo trataremos de algunos cuando hablemos de los más
célebres autores.
Con los dichos termina la serie de poetas que se distinguieron en la
literatura dramática durante la primera mitad de la carrera también
dramática de Lope[51]. Sígueles una segunda serie de los que trabajaron
en época algo posterior, y cuyo período más floreciente coincide con el
de Lope. Natural es que estas dos series de poetas, y en tiempos tan
próximos, no puedan separarse rigurosamente: la primera toca á la
segunda, y el principio de la última se pierde á su vez en la anterior;
pero conviene señalarlas para orientarnos, dividiendo de esta suerte en
dos grupos á los coetáneos de Lope de Vega, que realmente se
diferencian entre sí en algunos puntos. Sin embargo, antes de proseguir
la historia de la literatura dramática, conviene fijar nuestra atención
en el giro especial que tomaba la crítica de este género poético.


CAPÍTULO XXIII.
Oposición de algunos críticos al drama nacional.--Andrés Rey de
Artieda.--Francisco Cascales.--Cristóbal de Mesa.--Esteban Manuel
de Villegas.--Bartolomé Leonardo de Argensola.--Cristóbal Suárez de
Figueroa.--Triunfo del partido nacional contra los galicistas.

En breve echó la forma nacional del drama tan profundas raíces en el
ánimo del público, que otro cualquier linaje de ensayos heterogéneos no
podía tener en el teatro favorable éxito. No era ya de temer que la flor
lozana de la poesía original fuese deshojada bajo el peso de la falsa
erudición. Algunas, aunque escasas tentativas, se hicieron, á la verdad,
para escribir dramas á la manera de los antiguos; acaso sean los únicos
ejemplos _El Pompeyo_, de Cristóbal de Mesa, y la imitación del
_Hypolito de Eurípides_, de Esteban Manuel de Villegas; las traducciones
de antiguas tragedias y comedias, como _La Medea de Eurípides_, y las
comedias de Terencio de Pedro Simón Abril, han de calificarse más bien
de trabajos filológicos, que como ensayos para imprimir una dirección
determinada al gusto de la nación. Formóse, sin embargo, un partido de
sabios y semisabios con el propósito de contrariar al drama español, y
cuyo desagrado al observar el desprecio con que se miraban sus
preceptos, se desahogó en invectivas contra todo el teatro nacional. No
es posible negar que, en parte de esta contienda, desplegaron habilidad
é ingenio, y que fueron oportunas algunas de sus censuras de los
extravíos de los poetas más favorecidos del público. Pero el foco de
donde partía el ataque, era en extremo absurdo; siempre el desventurado
Aristóteles, siempre son las tres unidades las que se invocan; entre las
críticas que hacen de Lope, descuellan la de que no es Plauto, ni
Terencio, ni Séneca, que menosprecia la dignidad sensata del estilo
trágico, confundiendo sin mesura lo cómico con lo trágico. La verdad,
confesada ahora generalmente, que cada arte sufre modificaciones
inherentes á las circunstancias de su nacimiento, y al carácter del
pueblo en cuyo seno se desenvuelve, y que, con arreglo á ella, el drama
moderno ha seguido rumbo muy diverso del antiguo para llegar á su
perfección, era entonces completamente desconocida. Si hubiese
triunfado esta secta literaria, el teatro español, lo mismo que el
italiano, hubiese sufrido el yugo de una falsa teoría; la poesía
moderna, á pesar de sus propiedades más gratas y verdaderamente
originales, sería también la más pobre; la literatura dramática española
no podría compararse á un campo de vegetación exuberante, lleno de
flores y frutos de toda especie (aunque se encuentren en él, sin duda,
malas yerbas), sino á una tierra árida, en donde nacen aquí y allí
raquíticos arbustos; y en vez de sus creaciones tan nuevas como
originales, dignas de ser imitadas, sólo nos ofrecería copias glaciales
é insoportables de los antiguos modelos. Felizmente, tal resultado era
menos de esperar en aquella época que en cualquiera otra. La victoria
obtenida por Lope de Vega en favor del teatro nacional fué tan decisiva,
que nada pudieron contra ésta los ataques de una crítica enemiga, aun
empleando la mayor prudencia y todas las armas de la sátira. Pero la
secta erudita de que ahora hablamos, no puede, en verdad, felicitarse de
haber mostrado en la contienda una táctica superior; de ninguna manera
le era dado llegar hasta donde se proponía, y ni aun produjeron efecto
las juiciosas observaciones, que mezclaron con diatribas, ni las
censuras, que hicieron justa mella en algunas comedias, porque sus
autores sostenían principios absurdos y destituídos en general de
fundamento, confundiendo además en sus invectivas las bellezas
superiores en la esencia y en la forma, inseparables del drama moderno,
con otros vituperables olvidos de todas las reglas de la naturaleza y
del arte. A pesar de todo lo expuesto, es digna esta disputa de llamar
nuestra atención, porque, entre otras razones, nos ofrece la prueba de
que todas las preocupaciones estrechas y máximas pedantescas, que
enseñaron Boileau y su escuela con tantas pretensiones, y que dieron
después la vuelta á toda Europa, fueron conocidas en España medio siglo
antes y quizás expuestas con más ingenio que en ningún otro pueblo.
El valenciano Andrés Rey de Artieda comenzó el primero el fuego en una
epístola al marqués de Cuéllar[52], impresa hacia el año de 1605.
Como las gotas que en verano llueven
Con el ardiente sol dando en el suelo,
Se transforman en ranas y se mueven,
Assí al calor del gran Señor de Delo
Se levantan del polvo poetillas
Con tanta habilidad que es un consuelo;
Y es una de sus grandes maravillas
El ver que una comedia escriba un triste
Que ayer sacó Minerva de mantillas.
Y como en viento su invención consiste,
En ocho días, y en menor espacio,
Conforme su caudal la adorna y viste.
¡Oh, quán al vivo nos compara Horacio
A los sueños frenéticos de enfermo
Lo que escribe en su triste cartapacio!
Galeras vi una vez ir por el yermo,
Y correr seis caballos por la posta
De la isla del Gozo hasta Palermo;
Poner dentro Vizcaya á Famagosta,
Y junto de los Alpes, Persia y Media,
Y Alemaña pintar larga y angosta.
Como estas cosas representa Heredia,
A pedimento de un amigo suyo,
Que en seis horas compone una comedia.
No habla menos resueltamente sobre la última cuestión Francisco
Cascales, de Murcia[53], en sus _Tablas poéticas_, que aparecieron en
1616. En este libro ingenioso, escrito en forma de diálogo, se dice,
entre otras cosas, lo siguiente: «¡Válame Dios! (dice Pierio en la pág.
166 de la edición de Madrid, de Sancha, 1779.) Luego, según eso, no son
comedias las que cada día nos representan Cisneros, Velázquez, Alcaraz,
Ríos, Santander, Pinedo, y otros famosos en el arte histriónica; porque
todas, ó las más, llevan pesadumbres, revoluciones, agravios,
desagravios, bofetadas, desmentimientos, desafíos, cuchilladas y
muertes; que aunque las haya en el contexto de la fábula, como no
concluyan con ellas, son tenidas por comedias.--Ni son comedias (le
replica Castalio), ni sombra de ellas. Son unos hermafroditos, unos
monstruos de la poesía. Ninguna de esas fábulas tiene materia cómica,
aunque más acabe en alegría.»
Pierio dice que á lo menos se llamarán tragicomedias[54].
He aquí ahora cómo contesta á esta observación: «Si otra vez tomáis en
la boca este nombre, me enojaré mucho. Digo que no hay en el mundo
tragicomedia, y si el _Amphitrion_ de Plauto se ha intitulado así, creed
que es título impuesto inconsideradamente. ¿Vos no sabéis que son
contrarios los fines de la tragedia y la comedia? El trágico mueve á
terror y misericordia; el cómico mueve á risa. El trágico busca casos
terroríficos para conseguir su fin; el cómico trata acontecimientos
ridículos: ¿cómo queréis concertar estos heráclitos y demócritos?
Desterrad, desterrad de vuestro pensamiento la monstruosa tragicomedia,
que es imposible en ley del arte haberla. Bien os concederé yo que, casi
cuantas se representan en esos teatros, son de esa manera; mas no me
negaréis vos que son hechas contra razón, contra naturaleza y contra el
arte.»
En otro lugar de sus _Tablas poéticas_, dice así: «Me acuerdo haber dado
(comedia) de San Amaro, que hizo viaje al Paraíso, donde estuvo
doscientos años, y después cuando volvió á cabo de dos siglos, hallaba
otros lugares, otras gentes, otros trajes y costumbres. ¿Qué mayor
disparate que esto? Otros hay que hacen una comedia de una corónica
entera.» Más adelante, en la misma obra, se expresa de este modo: «Los
poetas extranjeros, digo, los que son de algún nombre, estudian el arte
poética, y saben por ella los preceptos y observaciones que se guardan
en la épica, en la trágica, en la cómica, en la lírica y en otras
poesías menores. Y de aquí vienen á no errar ellos y á conocer tan
fácilmente nuestras faltas.» Esta alusión á los dramas regulares
extranjeros, que hace también Cervantes, nos parecerá, sin duda, harto
extraña; probablemente se referirá á las obras del Trissino, Rucellai,
Speroni, Ariosto, Maquiavelo, Lasca y á otras tragedias pesadamente
regulares ó comedias prosáicas y áridas de los italianos, puesto que el
teatro francés estaba á la sazón en su infancia.
Otro esforzado campeón del rigorismo clásico fué Cristóbal de Mesa,
natural de Zafra, en Extremadura. Este erudito y poeta, no escaso, por
cierto, de ingenio, había pasado en Italia casi toda su vida, en donde,
como él cuenta, trató por más de cinco años á Torquato Tasso. Al parecer
había ya muerto á principios del siglo XVII. Sus ataques al teatro
español son notables por lo profundos. En el prólogo á sus _Rimas_
(Madrid, 1611), se queja de que la poesía haya degenerado en un trabajo
mecánico por culpa de los que escriben tantas comedias, y de que se
hagan aparecer desacordadamente Reyes en la comedia, y en la tragedia
personajes de las clases más bajas; en sus epístolas se solaza con la
multitud é irregularidad de los dramas de Lope; se conduele de que,
mientras los poetas cómicos se enriquecen, los trágicos y épicos se
mueren de hambre, y dice que, para alcanzar el renombre y las ventajas
de gran poeta, es preciso que los criados representen las más groseras
farsas, que haya aventuras nocturnas amorosas, y que ocurran en las
tablas altercados entre lacayos y doncellas, etc. En la dedicatoria de
su tragedia _Pompeyo_ (la cual, por lo demás, no guarda con exactitud
las reglas clásicas), explica la observancia de las unidades como
condición fundamental de toda obra dramática perfecta; dice, entre otras
cosas, que, siendo tan breve el tiempo de la acción trágica, que
Aristóteles lo limita al espacio de un día, su unidad será tanto más
perfecta, cuanto más se estreche ese plazo, y cuanto más perfecta sea su
unidad, más lo será también la tragedia.
Esteban Manuel de Villegas, uno de los líricos españoles más
distinguidos (nació en Nágera en 1595), dispara en sus epístolas y
elegías innumerables dardos satíricos contra los poetas cómicos. En la
elegía séptima finge un diálogo con un mozo de mulas, al cual dice:
Que si bien consideras, en Toledo
Hubo sastre que pudo hacer comedias,
Y parar de las musas el denuedo.
Mozo de mulas eres, haz tragedias:
Y el hilo de una historia desentraña,
Pues es cosa más fácil que hacer medias.
Guissa como quisieres la maraña,
Y transforma en guerreros las doncellas,
Que tú serás el cómico de España.
Verás que el histrión mímico en ellas
Gasta más artificios que Juanelo,
En el subir del agua con gamellas.
Hasta que aparador hace del cielo
El scénico tablado, que ha servido
De obsceno lupanar á vil martelo.
Luego serás del vulgo conocido
En el cartel que diga: DE FULANO,
HOY LUNES A LAS DOS, bravo sonido.
Irás con el magnate mano á mano,
Por bien que mulas rasques, que el ingenio
Merece todo honor en el más llano.
Más adelante pone irónicamente en los labios de un mal poeta estas
palabras:
... gran barbaria haber solía
Por cierto, en aquel siglo de Terencio,
Según lo da á entender su poesía.
Yo del passado no le diferencio,
Quando la Propaladia de Naharro
De nuestra España desterró el silencio.
* * * * *
Pero por Plauto no daré un cabello;
Miro que su oración toda se agacha;
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