Historia de la literatura y del arte dramático en España, tomo III - 03

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de los dos Príncipes disfrazados, y al acabarse la primera parte de la
comedia aparece España triunfante, no con vestidos de duelo, hollando
bajo sus plantas á sus enemigos, y profetiza las glorias del reinado de
Fernando y de Isabel.
En _El Hidalgo abencerraje_ se nos presenta Granada en todo su
esplendor, aunque caminando ya hacia su ocaso; en _La envidia de la
nobleza_, la muerte de los nobles abencerrajes por los traidores
zegríes; finalmente, en _El cerco de Santa Fe_, la famosa lucha trabada
ante el último baluarte de la morisma, en que tomaron parte activa los
dos Monarcas españoles y los más nobles caballeros del reino, y como su
personificación ó centro, las hazañas casi fabulosas[4] de Hernán Pérez
del Pulgar, cuyo valor temerario corría parejas con su ardiente celo
religioso.
La comedia comienza en el campamento cristiano de Granada. La reina
Isabel pasa revista al ejército, y premia á los más valientes
caballeros; el entusiasmo y ardor bélico de los adalides españoles se
pinta con los colores más vivos. La escena cambia entonces,
representando lo interior de la ciudad sitiada. El moro Tarfe promete á
su amada Alisa depositar á sus pies las cabezas de los tres campeones
cristianos más famosos, á saber, de Gonzalo de Córdoba, del conde de
Cabra y de D. Martín de Bohorques. Ella no atribuye gran precio á este
don, y sólo desea alejar á su amante, porque ama á Celimo, que no le
corresponde por la amistad que lo une á Tarfe. Este acomete, en efecto,
su arriesgada hazaña, pero es herido delante de las puertas, y observa
con dolor que los caballeros cristianos han clavado en una de ellas con
sus puñales un cartel de desafío. A su vuelta á la ciudad es agobiado
por las reconvenciones de su amada á causa de su cobardía. Prométele
entonces, para borrar su afrenta, clavar en la misma tienda de Isabel
una cinta recibida de ella. Alisa en persona ha de asistir á esta
hazaña, y, disfrazada de aguadora, ha de salir de la ciudad bajo la
protección de Celimo. El moro lleva á cabo su temeraria empresa; pero
Alisa cae prisionera del conde de Cabra, el cual cumple de este modo una
promesa hecha á la Reina. Cuando se descubre la cinta clavada en la
tienda de Isabel, se promueve grande alboroto en el campamento
cristiano. Hernán Pérez del Pulgar hace voto de no descansar hasta que,
en castigo de tamaño desacato, clave el Ave María en la mezquita de
Granada, voto que cumple, en efecto, al pie de la letra. Penetra de
noche hasta el centro de la ciudad enemiga, y después de realizar su
propósito, regresa ileso á Santa Fe. Al día siguiente observan los moros
admirados el _palladium_ de los cristianos en la puerta de la mezquita,
y Tarfe jura vengar esta afrenta infiriendo otra mayor á sus enemigos.
Al comenzar el último acto cuenta Garcilaso al Rey, llegado al
campamento hace poco, las temerarias hazañas ejecutadas los días
anteriores; aparecen también varios caballeros, que depositan á los pies
de sus soberanos los trofeos de sus victorias. Anuncia á la sazón un
servidor, que Tarfe se encamina hacia el campamento trayendo el Ave
María en la cola de su caballo. Este sacrilegio excita universal
indignación; el Rey quiere salir en persona para castigar al insolente
criminal; pero el joven Garcilaso consigue la gracia de pelear con él en
vez del Rey, y reviste, al efecto, sus armas invocando antes á la
Virgen. En una escena intermedia se presentan la España y la Fama para
ensalzar los nombres de Garcilaso y de Fernando. El combate entre
Garcilaso y Tarfe, en que éste sucumbe, termina la comedia. Verdad es,
que, rigurosamente hablando, no hay unidad en la acción, puesto que sólo
nos ofrece una serie de hechos y sucesos, enlazados á uno de los
acontecimientos más gloriosos de la historia de España; la unión de las
escenas entre sí es muy escasa, como consta particularmente del extracto
hecho de ellas; pero quien lee la comedia, recuerda el verdadero estilo
homérico en estos cuadros animados de la lucha entablada bajo los muros
de Granada.
El héroe celebérrimo de esta guerra, el Gran Capitán, es también el
protagonista de otro drama titulado _Las cuentas del Gran Capitán_, cuya
copia es, sin duda, la de igual título de Cañizares. Entre sus escenas
se distingue una incomparable, en que Gonzalo da sus descargos al
requerírsele por el Rey que rinda cuentas de las sumas que se le han
entregado. Se ve sentado en una mesa al tesorero del Rey con recado de
escribir, presentándose Gonzalo y su compañero el bravo García de
Paredes.
CONTADOR.
Y éstos los libros: aquí
Se siente vuestra Excelencia.
GARCÍA.
Y aquí he de tener paciencia:
¿Papelejos? Pesia á mí.
* * * * *
* * * * *
El duque de Sesa ¡cielos!
¿Con tanta sangre y desvelos?
¿Y qué la fama escribió
Por tan extraños caminos
Su historia en libros de cuentas,
Y no con plumas atentas
En sus anales divinos?
* * * * *
CONTADOR.
De seis mil escudos de oro
Que en Valladolid le dieron;
Otros diez mil en Madrid,
Y veinte mil en Toledo
A Nápoles se enviaron.
* * * * *
GRAN CAPITÁN.
Señor Contador, dejemos
Partidas de diez y veinte;
¿No hay suma?
* * * * *
CONTADOR.
Suman los cargos doscientos
Y sesenta mil escudos.
GRAN CAPITÁN.
¿No más? Es poco. No creo
Que tal reino en todo el mundo
Se haya ganado con menos.
GARCÍA.
Yo se lo voto á los diablos:
Y que sustento y dinero
se quitaba á cuchilladas.
* * * * *
GRAN CAPITÁN.
También traigo yo papel:
Vayan, vayan escribiendo.
* * * * *
Memoria de lo que tengo
Gastado en esta conquista,
Que me cuesta sangre y sueño,
Y algunas canas también.
* * * * *
Primeramente se dieron
A espías ciento y sesenta
Mil ducados.
CONTADOR.
¡Santos cielos!
GRAN CAPITÁN.
¿Qué? ¿Os espantáis? Bien parece
Que sois en la guerra nuevo.
Más: cuarenta mil ducados
De misas.
CONTADOR.
Pues ¿á qué efecto?
GRAN CAPITÁN.
A efecto de que sin Dios
No puede haber buen suceso.
CONTADOR.
Al paso desto
Yo aseguro que le alcance.
GRAN CAPITÁN.
Como se va el Rey huyendo
De tantas obligaciones,
Quiero alcanzarle...
Más: ochenta mil ducados
De pólvora.
CONTADOR.
Ya podemos
Dejar la cuenta.
GARCÍA.
Bien hacen:
Temerosos son del fuego.
GRAN CAPITÁN.
Escuchen por vida mía,
Más: veinte mil y quinientos
Y sesenta y tres ducados,
Y cuatro reales y medio,
Que pagué á postas de cartas.
CONTADOR.
¡Jesús!
GRAN CAPITÁN.
Y en correos
Que llevaban cada día
A España infinitos pliegos.
GARCÍA.
Vive Dios, que se le olvidan
Más de doce mil que fueron
A Granada, y á otras partes;
Y aun era tan recio el tiempo,
Que se morían más postas
Que tienen las cuentas ceros.
GRAN CAPITÁN.
Más: de dar á sacristanes,
Que las campanas tañeron
Por las victorias, que Dios
Fué servido concedernos,
Seis mil ducados, y treinta
Y seis reales.
GARCÍA.
Sí; que fueron
Infinitas las victorias,
Y andaban siempre tañendo.
GRAN CAPITÁN.
Más: de limosnas á pobres
Soldados, curas enfermos,
Y llevarlos á caballo,
Treinta mil y cuatro cientos
Y cuarenta y seis escudos.
CONTADOR.
No sólo satisfaciendo
Va Vuestra Excelencia al Rey;
Mas que no podrá, sospecho,
Pagarle con cuanto tiene.
Suplícole que dejemos
Las cuentas, que quiero hablarle.
_El Nuevo Mundo descubierto_ pertenece á las comedias de Lope más
satirizadas por los galicistas, y hasta los más benévolos la han
calificado de loca extravagancia; pero cuando se fija la atención en lo
que constituye su centro de unidad, que es el ensalzamiento de la fe
católica, es preciso convenir en que no falta en ella, para ser
perfecta, el enlace necesario de sus partes.--Los hechos ocurridos en
tiempo del emperador Carlos V, se representan en _Carlos V en Francia_ y
en _La mayor desgracia del emperador Carlos_: en esta última la
malograda expedición á Argel. _Arauco domado_ describe la conquista de
este pueblo valeroso del S. de Chile, tan célebre por la epopeya de
Ercilla; esta comedia es única en su género, y se distingue por su
aparato escénico, que desenvuelve á nuestros ojos toda la gala de la
naturaleza de los trópicos, y nos transporta á las magníficas soledades
de América, y porque nos ofrece igual heroismo en los dos pueblos que
pelean, el de los esforzados hijos de las selvas, que batallan rudamente
y con ánimo casi sobrenatural por su independencia, formando los
contrastes más chocantes y pintorescos, y el de los españoles, cuyo
entusiasmo y deseos de extender el renombre de su patria y sus creencias
religiosas, nos infunden encanto irresistible; en una palabra, es
difícil imaginar ninguna otra comedia que sobresalga como ésta por sus
atrevidas creaciones, por el vuelo y el brillo de la fantasía[5].--Sucesos
posteriores, ocurridos en vida de Lope, son tratados en _La santa Liga_,
obra animada de espíritu verdaderamente heróico, aunque algo difusa en
lo épico, al exponer la guerra contra los turcos, que terminó en la
batalla de Lepanto; de la misma clase es _La mayor victoria de
Alemania_, que ensalza á un nieto del Gran Capitán; _Los españoles en
Flandes_, etc.
Entre las comedias cuyos argumentos pertenecen á la historia de España,
obsérvanse otras diferencias que no deben pasar desapercibidas,
comprendiendo algunas un hecho ó una anécdota aislada, como, por
ejemplo, _El asalto de Mastrique_, _El marqués de las Navas_, cuya
acción se concentra en estos sucesos y personajes que forman su base, y
otras, por el contrario, una serie completa de sucesos enlazados entre
sí, ya por la unidad que les imprime su protagonista, ya de otra manera
menos estrecha. De esta especie las hay biográficas, como _El valiente
Céspedes_, cuyas dos partes (sólo se conserva la primera), describen la
vida del famoso espadachín Céspedes y sus hazañas en la Península,
Alemania y Nápoles, ó compuestas de actos aislados é independientes,
que, sin embargo, constituyen un todo análogo al de las tragedias de una
trilogía. Sirva de ejemplo de la última clase _El postrer godo de
España_, cuya primera jornada describe la pasión del rey Rodrigo por la
bella Florinda; la segunda, la muerte de este desdichado Monarca en la
batalla del Guadalete, y la tercera, la restauración del reino cristiano
por Pelayo.
En la clasificación de las comedias de Lope hay también que señalar un
lugar determinado á aquéllas que, fundadas en la historia nacional y
representando personajes históricos, tratan más bien de intereses
privados que de sucesos públicos notables. Utilízanse con frecuencia en
ellas asuntos y tradiciones especiales; no pocas veces es la fábula
fingida, enlazándose arbitrariamente con ésta ó aquella circunstancia
histórica, siempre, á la verdad, con exquisito tacto, de suerte que el
suceso inventado convenga al lugar y á la época en que se supone
ocurrir, y encuentre en uno y otra su natural asiento. Nunca Lope,
mientras no sale de los dominios de su patria, se atribuye la licencia
de desfigurar la historia, y de aquí que sus rasgos históricos sean en
estas comedias verdaderos en cuanto á las costumbres y demás condiciones
de igual clase, que tan célebre lo han hecho en las anteriores,
arrebatándonos también en éstas sus magistrales caracteres históricos.
La mayor parte de estos dramas aventajan, bajo cierto punto de vista, á
los puramente históricos, porque es más estrecha la unidad de acción,
más concentrado ó intenso su interés dramático, no oponiéndose, como en
aquéllos, á este resultado el deseo de aprovechar, cuanto se puede,
todos los rasgos especiales diseminados en las crónicas. Observamos en
esta categoría (á la cual, hablando en rigor, pertenecen también algunos
de los mencionados antes) muchas de las obras más notables de Lope, que
hasta hoy se han conservado en el teatro español.


CAPÍTULO XIV.
_La Estrella de Sevilla._--_Porfiar hasta morir._--_El mejor
alcalde, el Rey._--_La carbonera._--_La niña de plata._--_La corona
merecida._--_El vaquero de Moraña._--_El duque de Viseo._--_El
castigo sin venganza._

_La Estrella de Sevilla_[6] es una tragedia de sorprendente belleza y de
composición vigorosa que, por su clara pintura de los caracteres, por
sus situaciones patéticas y conmovedoras, va aumentando el interés
dramático hasta la catástrofe; ha sido arreglada después por Trigueros,
que la ha alterado en su esencia, representándose de nuevo, y habiendo
llegado al teatro alemán con esta forma. La acción, en la original, hoy
muy rara, es la siguiente: El rey D. Sancho, que reside en Sevilla hace
poco tiempo, habla con su favorito Arias de las beldades que, desde su
llegada á Sevilla, ha visto en ella, y especialmente de la más
encantadora de todas, de Estrella, hermana de Bustos Tavera. Arias atrae
á Bustos, que se humilla en presencia del Rey, y es nombrado por él
alcalde de Sevilla, cargo que acepta, aunque protestando traspasarlo á
otro más digno. El Rey alaba los nobles sentimientos de Bustos, y le
pregunta por su familia, indicándole que case á su hermana. Después
vemos á Estrella que entabla un triste diálogo con su amante Sancho
Ortiz. Bustos entra, ruega á su hermana que se retire, y cuenta á Sancho
el proyecto del Rey de casar á Estrella, prometiéndole hablar en su
favor. A poco se presenta Arias, que viene de parte de D. Sancho;
Estrella se aleja silenciosa y con orgullo; pero soborna á una esclava,
que le promete introducir de noche al Rey en el dormitorio de Estrella.
Llega la noche, y el Rey penetra en la casa de Estrella por mediación de
la desleal esclava. Tavera viene también, se admira de la oscuridad que
reina en su casa, oye hablar al Rey con su esclava, y desenvaina su
espada. El Rey se descubre para salvarse; Tavera expresa su indignación
contra tan villana conducta, y deja huir al Rey, dando muerte á la
esclava. El Rey, de vuelta en su palacio, cuenta á Arias lo ocurrido, y
maquina vengarse. Arias, atendiendo á lo desfavorable de las
circunstancias y á la consideración de que disfruta Tavera, proyecta
quitar á éste la vida ocultamente, valiéndose de la bravura y reconocida
lealtad de Sancho Ortiz. El Rey aprueba el consejo, manda llamar á
Sancho, y le ordena que, sin pérdida de tiempo, desafíe y mate al
caballero cuyo nombre está escrito en una hoja de papel sellado, que le
entrega. Sancho queda solo y abre el papel misterioso. Violenta y
desesperadora es la lucha que se traba en su pecho, porque el caballero,
cuya muerte pide el Rey, es á un tiempo su amigo y el hermano de su
amada. Pero la obediencia á las órdenes de su soberano es el primero de
los deberes de sus súbditos, y Sancho, casi privado de la razón, se
decide á cumplirlas. La escena del desafío y del combate es notabilísima
por su verdad, animación, y por el efecto que hace en el lector. La
escena siguiente nos ofrece á Estrella, que aguarda inquieta á su
Sancho; pide un espejo para engalanarse antes de recibir á su amante;
pero el espejo se rompe, y la sortija de Sancho, que lleva en su dedo,
salta en mil pedazos, lo cual es de funesto agüero para ella. Tráenle
entonces el cadáver de su hermano, y al mismo tiempo, la noticia de
quién ha sido el matador. Expresa su dolor en breves, aunque
desgarradoras exclamaciones, y desea morir para dejar de padecer. El Rey
sabe lo ocurrido, y da sus instrucciones para salvar á Sancho Ortiz.
Preséntase Estrella, acusa al matador de su hermano, y pide que se le
entregue para expiar su delito; el Rey entonces, después de proferir
algunas frases de sorpresa, le da la llave de la prisión del
delincuente. Entremos también en ella. Sancho rechaza los medios de
salvarse, que le ofrece Arias en nombre del Rey. Preséntase una mujer
velada para libertar al preso: es Estrella; escena patética de la
entrevista de los dos amantes, que se encuentran tan trocados; pero ni
Sancho se arrepiente de la acción, que se le ordenó como súbdito del
Rey, ni Estrella se atreve á censurarla: admira la magnanimidad de su
amante, que renuncia á salvarse, pudiendo hacerlo, para morir en el
cadalso, y se retira decidida á esperar la muerte. El Rey se arrepiente
profundamente, mientras tanto, de su conducta, y ordena que Sancho sea
llevado á escondidas á su palacio; al mismo tiempo trabaja para que los
alcaldes pronuncien una sentencia benigna; pero son justos, y condenan á
muerte al prisionero. Estrella asegura que jamás se casará con el
matador de su hermano. El Rey, ejerciendo su derecho de gracia, indulta
á Sancho. Éste resuelve ir á la guerra contra los moros, en donde espera
acabar su triste vida, terminando el drama con la eterna despedida de
los dos amantes.
_Porfiar hasta morir_ es un arreglo felicísimo de la historia del
desdichado trovador Macías (ved á Argote de Molina, _Nobleza de
Andalucía_, Sevilla, 1588, tomo II, cap. 148, pág. 271), rebosando de
estro poético en la pintura del joven poeta, llena de rasgos tan
delicados como naturales en todos sus accesorios, de arrebatadora viveza
en su exposición, é infinitamente superior por estas cualidades á otras
posteriores (_El español más amante y desgraciado Macías_, de tres
ingenios, y _El Macías moderno_, de Larra). Macías, joven caballero
castellano, se encamina á Córdoba para hacer allí fortuna en la corte de
Enrique de Villena, gran Maestre de Santiago. La casualidad hace que, no
lejos de la ciudad, salve la vida á un caballero atacado por
salteadores. Este caballero es el mismo gran Maestre, que después lo
acoge con singular benevolencia á causa del servicio que le prestara. En
la casa de D. Enrique vive también una dama joven llamada Clara, que,
desde el primer instante, inspira á Macías la pasión más viva. El
enamorado se informa del objeto de su pasión de un caballero de la
corte, y oye de sus labios la respuesta siguiente: Doña Clara es mi
prometida, la prometida de D. Tello. Macías se desespera, y va á la
guerra en busca de la muerte; distínguese tanto en ella por su valor,
que se le condecora con la cruz de Santiago; parece huir de él la
apetecida muerte, y su pasión, que trata inútilmente de domeñar, le
obliga á encaminarse de nuevo á Córdoba. Clara no parece mirar con malos
ojos á su fogoso amante, pero la voluntad del gran Maestre y sus
esponsales anteriores con D. Tello la obligan al fin á casarse con éste.
El desventurado Macías es atacado de una especie de delirio; las
endechas de su amor sin esperanza son celebradas en todo el país, y
hasta el día de hoy dura la frase de _enamorado como Macías_. El esposo
de Clara siente nacer en su alma rabiosos celos, y el gran Maestre
exhorta al trovador á renunciar á su loca pasión; pero él persiste en
ella tenazmente, y hasta se aventura á penetrar en el aposento de su
amada, en donde es sorprendido por Don Tello y preso de orden del gran
Maestre. El celoso marido no sosiega, sin embargo, ni aun estando en la
prisión su rival, puesto que sus amorosas canciones son repetidas por
todos, y fuera de sí atraviesa el pecho del cantor arrojándole un dardo
á través de las rejas de su prisión.
_El mejor alcalde el Rey_ (cuyo argumento se funda en un hecho contado
por Sandoval, _Historia de los Reyes de Castilla y de León_ en 1189, y
en el lib. XI, cap. 11, de Mariana) puede calificarse de drama modelo,
de cualquier manera que se le considere, por la profundidad y exactitud
de los caracteres, por los enérgicos contrastes que nos ofrecen el Rey
severamente justiciero, el orgulloso rico-hombre y el pobre y noble
hidalgo, y por la pintura, llena de vida, de la época y costumbres de
los siglos medios, que nos ofrece; hasta el estrecho encadenamiento de
las escenas entre sí, y el efecto de todas sus partes en la impresión
total del conjunto, nada dejan que desear á la crítica más exigente.
En _La Carbonera_, según todas las apariencias, hay una juiciosa mezcla
de la ficción con la historia. Leonor, hermana de D. Pedro _el Cruel_,
es criada por unos carboneros en los montes de Andalucía para librarla
de su receloso y feroz hermano. Pónese después bajo la protección de su
hermano de padre, Enrique de Trastamara, pero así se expone más á las
asechanzas del Rey, temiendo éste que Enrique, si casa á Leonor con un
Príncipe extranjero, dará más fuerza á su partido. Por este motivo
encarga D. Pedro á su favorito Don Juan, que averigüe el paradero de la
Infanta, y la traiga á sus manos. El favorito se apresura á ejecutar
sus órdenes: llega á descubrir el domicilio de Leonor; pero lo encadenan
de tal suerte los encantos y amabilidad de la desdichada dama, que, en
vez de prenderla, la ayuda á huir, anunciando después al Rey que no ha
logrado apresarla. Leonor se oculta de nuevo entre los carboneros, de
los cuales sólo el viejo Laurencio, en cuya casa habita, conoce el
secreto de su nacimiento. La noble conducta de D. Juan conmueve su
corazón, y nacen entonces entre ambos tiernas relaciones, visitándola él
en secreto con frecuencia. Sucede casualmente que el Rey, extraviado en
una cacería, y sin haber visto á su hermana, viene á parar á la choza de
los carboneros, y concibe por la bella Leonor una pasión violenta.
Comisiona entonces á D. Juan para seducirla; la crítica posición, en que
se encuentran entonces los dos amantes, da origen á las situaciones más
conmovedoras é interesantes. Leonor, para salvarse en tal apuro, imagina
fingir que se casa con el rústico Bras, que la pretende largo tiempo
hace. D. Pedro se enfurece sobremanera al saberlo, é intenta impedir
este enlace y apoderarse de Leonor. Esta sabe por Don Juan el inminente
peligro que la amenaza; pero evita el huir, puesto que la cólera del
Rey, si no la encuentra, ha de descargar en su amante; descúbrese al
tirano, que aparece poco después, creyendo segura su muerte; Pedro, sin
embargo, que sabe que es su hermana tan generosa beldad, renuncia á su
odio, y la lleva á los brazos de D. Juan, que obtiene así el justo
premio de su leal amor.
La figura de D. Pedro, delineada con vigoroso pincel, que desde entonces
llamó particularmente la atención de los dramáticos españoles, se nos
presenta de nuevo en _Lo cierto por lo dudoso_, drama, que por su
desarrollo interesante y por la artificiosa unión de sus escenas para
converger en un desenlace sorprendente, y natural, sin embargo, y bien
imaginado, se ha sostenido con justicia en el teatro obteniendo
constantemente los aplausos del público. También sucede lo mismo con _La
niña de Plata_, comedia casi tan bella como la anterior por el interés
que despierta. Dorotea, joven dama tan célebre por sus encantos como por
su talento, ve desde un balcón una procesión solemne, á la cual asiste
en Sevilla el rey D. Pedro con sus hermanos, y atrae especialmente las
miradas de Enrique de Trastamara. Obsérvalo D. Juan, amante de Dorotea,
y siente nacer en su alma rabiosos celos. En la escena siguiente nos
transporta el poeta á los jardines del Alcázar, en donde se divierte la
bella dama, y en donde el infante D. Enrique, que encuentra ocasión de
acercársele, queda tan prendado de ella á causa de su ingenio y
amabilidad, que desea poseerla á todo trance. Con tal propósito toma á
su servicio á D. Félix, hermano de Dorotea, que en su concepto puede
ayudarle á la consecución de su propósito. Asistimos luego á la
iluminación y á las fiestas, que se celebran en Sevilla por la noche,
para solemnizar la llegada del rey. D. Juan, que se halla mientras tanto
en casa de Dorotea, la reconviene vivamente por sus infidelidades;
contéstale ella con frialdad, porque sabe que su futuro suegro se opone
á su casamiento á causa de los escasos bienes de fortuna que ella posee,
é intenta casarlo con otra. Óyese entonces en la calle alegre música: es
una serenata, que le da el príncipe D. Enrique. D. Juan se ve obligado á
ocultarse, y D. Enrique entra en la casa en compañía de sus hermanos. El
ingenio y la gracia de la joven dama encanta á sus visitadores, quienes
le hacen ricos presentes. En el acto segundo vemos á D. Juan,
desesperado por la infidelidad de su amada; hasta la prueba de afecto,
que le ofrece, entregándole todos los regalos recibidos, se estrella en
su incredulidad, y resuelve, por tanto, hacer la corte á otra beldad,
llamada Marcela. Pero acontece que ésta y Dorotea truecan sus domicilios
respectivos, de suerte que las pretensiones amorosas de Don Juan, que
ronda el balcón de la primera, van dirigidas á Dorotea. Nacen de aquí
singulares equivocaciones, cuyo resultado viene á ser que D. Juan se
convence de la fidelidad de su amada. Mientras tanto acomete al Infante
negra melancolía, desesperado del mal éxito de sus ulteriores tentativas
amorosas con Dorotea. Un moro, que se halla en la corte, como embajador
del Rey de Granada, que se dice médico y astrólogo, profetízale las
horribles desdichas que la crueldad de D. Pedro ha de causar á su
familia, la muerte de Doña Leonor de Guzmán y del gran Maestre de
Santiago, así como la de D. Pedro á manos del mismo D. Enrique. Esta
escena, aunque episódica, es de extraordinario efecto, y conmueve aún
más profundamente á D. Enrique, decidiéndose, en un arrebato de pasión,
á poseer á la fuerza á Dorotea. El moro le abre sus puertas y penetra en
su dormitorio; pero la dama lo recibe con la orgullosa majestad de la
inocencia ofendida, y lo reconviene tan vivamente por su indigna
conducta, que él renuncia á su pasión, y para borrar su falta hace á
Dorotea un cuantioso regalo, que, aumentando considerablemente su
fortuna, la habilita para dar su mano á D. Juan con anuencia de su
padre.
En la serie de dramas, que mezclan la historia con caracteres y
situaciones fingidas, ó cuyo centro es tal que no penetra en la
historia general, cuéntanse _La hermosura aborrecida_, _Las aventuras de
D. Juan de Alarcos_, _D. Beltrán de Aragón_, _El primer Fajardo_, _D.
Juan de Castro_, _Quien más no puede_, _La corona merecida_, _El vaquero
de Moraña_, etc.
_La corona merecida_ expone la heróica resistencia de una mujer, de
notable grandeza de alma, á las tentativas de seducción del rey Alfonso
de Castilla. Éste viaja disfrazado para salir al encuentro de la
princesa Leonor de Inglaterra, á fin de observarla en libertad antes de
sus nupcias. Conoce en este viaje á la bella Doña Sol, noble castellana,
y concibe por ella pasión poderosa. El hermano de Sol, que lo sabe, se
apresura á casar á su hermana, para sustraerla así más fácilmente á las
persecuciones del Rey; pero éste nombra al esposo de su amada para un
cargo importante en la corte, para estar más próximo al objeto de su
amor. Doña Sol opone la frialdad y el desdén á las pretensiones de D.
Alfonso, y cuando éste prende á su esposo pretextando un delito supuesto
de traición, finge acceder á sus deseos, y hasta lo cita para recibirlo;
mutílase después y llena su cuerpo de heridas, de suerte que, al verla
el Rey, huye despavorido. El heroismo de esta mujer magnánima se divulga
pronto, y es alabado por todos; la Reina manda llamarla y ciñe sus
sienes con la corona que merece su virtud y grandeza de alma; Alfonso se
arrepiente de su culpable amor, renuncia á él, y premia á ambos
cónyuges, haciéndoles donación de cuantiosos bienes, y de un escudo de
armas para ellos y sus descendientes, que les recuerden hecho tan
heróico.
_El vaquero de Moraña_ es un drama de los más interesantes, y lleno de
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