Historia de la literatura y del arte dramático en España, tomo III - 04

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encantadoras descripciones pastoriles. Un Conde, que reside en la corte
de León, mantiene relaciones amorosas con una hermana del rey Bermudo,
por cuyo motivo excita contra sí el odio del Rey; huye, pues, con su
amada, y ambos, disfrazados de labradores, se refugian en la casa de un
campesino, en el valle de Moraña. Crúzanse aquí diversos amoríos entre
los individuos de la familia del dueño de la casa y los campesinos; la
bella Infanta, que se hace pasar por segadora, produce aún mayores
complicaciones, excitando con sus encantos en todos los pechos el amor ó
los celos. Llega la noticia de que el rey de León prepara una guerra
contra los moros para apoderarse de los dos fugitivos, creyendo que se
han refugiado ocultamente en la corte del rey de Córdoba. Todos los
vasallos de la Corona se ven obligados á acudir á su llamamiento, y
entre ellos el dueño de Moraña; éste nombra al Conde capitán de sus
soldados, de suerte que lo fuerza á marchar en su propia persecución.
Acabada la campaña, que, como es de presumir, no produce el efecto que
se deseaba, llega el Rey á su vuelta al valle de Moraña, y conoce á la
disfrazada Princesa, que, á la verdad, le recuerda su hermana; pero que
representa tan bien su papel, que lo engaña, y tan agradablemente, que
al fin no teme descubrirse, y obtiene su aprobación para casarse con el
Conde.
Las comedias que tratan de los sucesos de Portugal (_El Príncipe
perfecto_, cuyo argumento es la vida de Juan II; _El duque de Viseo_;
_La discreta venganza_; _El más galán portugués, duque de Braganza_), se
asemejan en todo á las históricas, fundadas en la historia nacional.
En _El duque de Viseo_ se refieren, formando trágico conjunto, los
destinos de Juan de Braganza y del duque de Viseo. El rey Juan II de
Portugal, aconsejado de su pérfido favorito, D. Egas, concibe sospechas
de los cuatro hermanos de la casa de Braganza, y los reduce á prisión.
El duque de Viseo, primo del Rey, y por mediación de su amada Doña
Elvira, cuyos favores solicita también el Monarca lusitano, se esfuerza
en interceder por los prisioneros; pero el Rey recela también del duque
de Viseo, cuya popularidad conoce, temiendo que pretenda subir al trono,
y movido asimismo por las insidiosas insinuaciones de D. Egas. El Rey
manda llamar al Duque, lo destierra á sus dominios, y le descubre,
descorriendo una cortina, el cadáver decapitado de Juan de Braganza,
cuya suerte debe servirle de escarmiento. El Duque se retira á sus
posesiones, pero vuelve á veces á Lisboa disfrazado para visitar á Doña
Elvira. Encuentra casualmente á un pretendido astrólogo, que le
profetiza que algún día llevará ceñida en sus sienes la Corona. Más
adelante, en efecto, al dar una fiesta á sus colonos, lo proclaman Rey
de burlas, y le ponen una corona de flores. Sábese esto en la corte, y
sus enemigos lo explotan para perderlo. Cuando va disfrazado á Lisboa y
habla á la reja con Doña Elvira, entrégale ésta una carta; al
contestarla, en vez de la respuesta, le da equivocado la profecía del
astrólogo. El Rey entra en la habitación de Doña Elvira y le arrebata de
las manos el papel, porque desea casarla con D. Egas, y ella se opone.
El Duque, mientras tanto, permanece solo en la obscuridad. Oye triste
canto de una casa, que le recuerda el deplorable fin del duque de
Braganza, y mira en un rincón de la calle un crucifijo, alumbrado por
una lámpara, á la que se acerca para leer la carta recibida. Una luz
repentina circunda entonces al crucifijo, y cree ver á Juan de Braganza
con el vestido blanco de la Orden y con la cruz, que le exhorta por tres
veces á guardarse del Rey. Éste, cada vez más irritado contra el Duque
por las pérfidas insinuaciones de D. Egas, le ordena que se presente, y
le mata en seguida con su propia mano. Después concede sus bienes y
honores á su hermano Manuel, á quien le avisa le sirva de enseñanza la
suerte de su hermano. Descórrese una cortina y se ve el cadáver del
Duque con cetro y corona á sus pies; á un lado yace Doña Elvira muerta
de dolor. Cuéntase, por último, que D. Egas ha sido asesinado por un
criado del Duque, y el Rey expresa el presentimiento de que el duque de
Viseo ha sucumbido víctima de la traición.
Cuando Lope refiere dramáticamente sucesos de otros pueblos, ó los
combina con sus particulares invenciones, no hace grandes esfuerzos para
darles el colorido local ó el carácter particular de otros tiempos. En
sus costumbres y afectos se vislumbra siempre á España y al siglo XVII.
Esta propensión á imprimir espíritu nacional en elementos extraños, no
merece nuestra censura; pero parece que estos asuntos inspiran más
débilmente al poeta, tan español en todo; por lo menos casi todas las
comedias de esta clase son inferiores á las demás. Entre las que
pertenecen á la antigüedad clásica, sólo merece exceptuarse la de
Nerón, ó según el título español, _La Roma abrasada_, que se distingue
por la pompa lírica de algunas descripciones. En _Las grandezas de
Alejandro_ encontramos otro drama ostentoso, abundante en combates y
magníficas fiestas, cuyas figuras, por lo huecas é hinchadas, dan á
conocer que esta vez ha abandonado al autor su buena estrella. _El
honrado hermano_, que refiere el combate de los Horacios y Curiacios,
contiene, al contrario, muchos rasgos notables y grandiosos, aunque no
merezca nuestra alabanza el arreglo y disposición del conjunto. Más
afortunado ha sido Lope, por lo común, al tratar asuntos del Antiguo
Testamento, á los cuales parece inclinarse con predilección, puesto que
el número de sus obras de esta clase no deja de ser considerable. Sin
mostrarse muy escrupuloso en la observancia de los accesorios externos,
mezcla y harmoniza de tal manera los colores, que resulta un todo
agradable. Muy apropiado á esta especie de argumentos es el tono de
noble sencillez, que se observa en tales dramas. Distínguese
especialmente el que se titula _Los trabajos de Jacob_ (ó José y sus
hermanos, aludiendo con mayor exactitud á la acción), tanto por su
composición sin defectos, como por sus bellos detalles, y por la
profundidad conmovedora y la intensidad de sentimientos que la
caracterizan, de tal suerte, que no parece sino que el poeta ha apurado
en él la superabundancia perenne de su simpático carácter. Comparado
este drama con otros dos, que se titulan _El robo de Dina_ y _Su salida
de Egipto_, ocupa el lugar intermedio, formando los tres una especie de
trilogía. Son de la misma especie, y como la continuación de ellos,
_David perseguido_, _La historia de Tobías_ y _La hermosa Esther_.
Cuando se recorren las demás comedias fundadas en hechos de la historia
antigua ó moderna, se observa frecuentemente, con admiración, que el
inagotable maestro ha tratado con dos siglos de anticipación asuntos,
cuyos primeros autores se creen vulgarmente poetas de los tiempos
modernos. _El castigo sin venganza_ es la historia de los amores
criminales de la duquesa de Ferrara y de su hijastro, que Lord Byron ha
hecho después tan célebre, sin otra diferencia que en la obra de Lope se
da el nombre de Casandra á la que se llama en la de Lord Byron
Parisina[7]. Luis, duque de Ferrara, muestra desde su juventud aversión
al matrimonio, consagrándose á cortejar frívolamente ya á ésta, ya á
aquella dama. De una tiene há tiempo un hijo, nombrado Federico, á quien
ama tiernamente, y á quien espera dejarle sus estados, proyectando
casarlo con su sobrina. Pero como su ministro le representa la
posibilidad de que, á su muerte, se suscite una guerra civil inevitable
entre el pariente legítimo colateral y el hijo natural, se decide, por
último, á casarse, y elige por esposa á Casandra, hija del duque de
Mantua. Federico siente entonces sobremanera verse excluído de la futura
posesión del ducado de su padre; pero éste, que al celebrar su
matrimonio, lo hace más bien por razones políticas que por amor, le
encarga que vaya á recibir á su esposa. Luis, mientras tanto, siguiendo
su costumbre, se entrega á otros amoríos. El drama comienza entonces:
vemos al Duque disfrazado que pasea de noche las calles y galantea á
las beldades de su corte en sus ventanas; una dama, á quien da una
serenata, le reconviene diciéndole que tales galanteos son censurables
atendiendo á sus proyectos de matrimonio. La escena siguiente nos ofrece
á Federico de viaje para recibir á la prometida de su padre en los
límites de ambos estados; encuentra un carruaje, próximo á despeñarse en
un abismo, por haberse espantado los caballos; salva á la dama, que va
dentro, y sabe de ella y de los demás caballeros de su séquito que es su
futura madrastra. En vez del odio, que hasta entonces había sentido
hacia ella, se apodera de su alma, al mirarla, la pasión más violenta;
también Casandra parece mostrar inclinación á Federico, manifestándose
muy retraída. Al acabarse el primer acto, recibe el Duque á la recién
llegada. Al empezar el segundo se ha consumado ya el matrimonio; pero
Luis de Ferrara no muda por esto de vida, sino que, como antes, se
entretiene con otras damas. La bella y joven Casandra, despreciada de su
esposo, consagra á su hijastro toda su ternura, afligiéndole su profunda
tristeza, cuya causa ignora. Descubre al fin, comentando las palabras de
Federico, que el amor es el motivo de su pena, y su inocente inclinación
anterior, aumentándose con la conducta torpe del Duque, degenera poco á
poco en pasión poderosa; vacila, duda, teme y lucha, pero al fin se
abandona á ella. Luis es nombrado mientras tanto general de las tropas
pontificias, y en este concepto se ve obligado á salir al campo. El
valiente y virtuoso Federico, á lo menos hasta entonces, desea
acompañarlo; pero su padre determina encargarle en su ausencia del
gobierno de su ducado, por la confianza que le inspira, y le manda
permanecer en Ferrara. Al comenzar el acto tercero vuelve el Duque
victorioso de la guerra, firmemente decidido á renunciar á su anterior
vida disipada y á consagrarse sólo á su esposa é hijo. El adulterio se
ha perpetrado ya. El Duque concibe algunas sospechas. Federico, para
engañar á su padre, pídele la mano de su sobrina Aurora, despreciada por
él en los primeros arrebatos de su pasión; pero Casandra, ciega de amor,
y celosa á causa del proyectado casamiento, abruma á reconvenciones á su
amante, y el Duque, que los oye, se confirma en sus sospechas. So
pretexto de acordar los preparativos para las bodas de Federico con
Aurora, interroga el Duque á los dos culpables. Esta escena es de
extraordinario efecto. Resulta de ella que el padre y el esposo no puede
ya dudar de su deshonra; pero la pasión de los adúlteros es tan
violenta, que caminan ciegos á su perdición. El Duque ordena á su hijo
que dé muerte á quien encuentre atado en su gabinete, cubierto el
rostro con un velo, y con una mordaza en los labios; Federico ejecuta
sus órdenes, y averigua después que la muerta es su madrastra; luego
perece él á mano de los centinelas por mandato del Duque. Esta horrible
tragedia es sublime por la pintura de afectos, y de singular interés por
el enlace recíproco y verdaderamente dramático de sus distintas escenas.
Otro drama, que se titula _La imperial de Otón_, llama nuestra
curiosidad por el asunto de que trata, que es la historia del rey
Ottokar de Bohemia, representada en los teatros alemanes, no, á la
verdad, con la intención dramática que en la obra de Lope, aunque en
ésta se desfigura no poco la historia. Al principio se describe la
elección del Emperador en Francofordín (Francfort). Los embajadores de
España, de Inglaterra y de Bohemia trabajan en inclinar á los electores
en favor de sus respectivos soberanos; los diversos partidos pelean
también en las calles, pero la elección recae en Rodolfo de Ausburgo, y
por la noche se celebra la coronación del nuevo Emperador con fiestas y
funciones alegóricas. Inglaterra y España declaran legal la elección,
pero el embajador bohemio se retira lleno de ira al ver la inutilidad de
sus anteriores esfuerzos. En la escena inmediata se nos presenta el rey
Ottokar, que conoce ya la inutilidad de sus esperanzas, y que es
excitado por su ambiciosa consorte Ethelfrida á levantarse contra el
nuevo Emperador, y á reclamar para sí la Corona. Ottokar sale, en
efecto, al campo, y en el acto segundo se observan al obscurecer los dos
ejércitos enemigos antes de trabarse la batalla decisiva. El emperador
Rodolfo recibe en su tienda á un adivino, que ha solicitado el permiso
de entrar, y que le anuncia su próxima victoria, y la elevación
posterior de la casa de Ausburgo. Ottokar es, al contrario, visitado por
una aparición, que lo reconviene por su criminal empresa y que le
profetiza su ruina: el espectro hace en él tal impresión, que resuelve
renunciar á su propósito; sin embargo, impone como cláusula de su
sumisión que ningún testigo asista al rendir su homenaje al Emperador y
pedirle perdón. Rodolfo promete cumplirla. Vese en el fondo la tienda
del Emperador, cerrada por todas partes, y delante de ella grupos de
guerreros imperiales y bohemios, que, juntos ya, se confunden unos con
otros; de repente cae la cortina de la tienda, y aparece Rodolfo con
todas las insignias de su cargo, teniendo en sus manos el cetro y la
esfera imperial, y á sus pies, y de rodillas, al humillado Ottokar; éste
se levanta entonces colérico, y acusa al Emperador de haber quebrantado
su palabra; pero Rodolfo le contesta que su homenaje y perdón, con
arreglo á su promesa, sería sólo sin testigos, pero que después era
justo, en castigo de su delito, humillar al vasallo rebelde por haber
osado levantarse contra su legítimo soberano. Ottokar regresa á Praga
lleno de sombrío resentimiento, siendo recibido por su esposa Ethelfrida
con muestras de desprecio por su pusilanimidad. La Reina sale armada á
su encuentro á la puerta del palacio, y embrazando una lanza, y le
prohibe la entrada, de cuyo honor le reputa indigno. Sus reproches y
exhortaciones dan por resultado que se rebelen de nuevo los bohemios y
tomen las armas, y ella en persona lo acompaña á la guerra. Antes de la
batalla decisiva se aparece otra vez la visión á Ottokar, pero ahora no
la atiende, precipitándose en lo más espeso de la pelea, y sucumbiendo
de los primeros. Su cadáver es llevado á la presencia de Rodolfo; viene
también Ethelfrida; ensalza el heroismo de su esposo, cuya muerte
prefiere á una vida deshonrosa, y se aleja de allí para morir; el
Emperador, sin embargo, ordena que se tributen los bélicos honores á su
enemigo difunto.
En _El ejemplar mayor de la desdicha_ hallamos la trágica historia de
Belisario, según su versión fabulosa, y en los términos en que la han
utilizado las novelas, tragedias y óperas, fundadas en las _Chiliadas_
de Juan Tzetze. _El gran duque de Moscovia_ describe la vida y aventuras
del falso Demetrio, aunque sin tener en cuenta la verdadera historia,
sin duda por no ser bien conocida en España. Los demás dramas de la
misma especie, dignos de mención especial, son muy inferiores á los
citados en sus argumentos y en el plan á que se ajustan. _El Rey sin
reino_ pinta, con los más vivos colores, los desórdenes y revueltas que
precedieron á la ascensión al trono de Hungría de Matías Corvinus; los
sucesos y catástrofes se repiten con harta frecuencia para no debilitar
la unidad de acción. _Contra valor no hay desdicha_, que representa la
juventud de Ciro, se distingue por su carácter pastoril, y contiene, en
sus escenas campestres, numerosas descripciones de la especie en que
sobresale particularmente Lope. Por el contrario, _La reina Juana de
Nápoles_, es una producción desdichada, porque, exponiendo pasiones
vulgares en sus arrebatos más vehementes, sólo engendra inconsecuencias,
y, á pesar de su sangrienta catástrofe, anula por entero el efecto
trágico que se propone. Desearíamos que Lope no fuese el autor de esta
tragedia, cuya autenticidad, por desgracia, es irrecusable.
Algunos otros dramas del mismo género, que nos interesarían
especialmente, como _La doncella de Orleans_, _El valiente Jacobín_
(Jacobo Clemente, según se conjetura), no existen ya, al parecer.
Llegamos, pues (para defender aquellas comedias cuyo argumento no es de
invención suya, sino fundadas en materiales anteriores), á los dramas
mitológicos de Lope. Su número no es considerable, comparado con los de
otras clases del mismo. En su mayor parte pertenecen, según se cree, á
sus últimos años (menciónanse algunos en su prólogo del _Peregrino_), y
se escribieron en concurrencia con otros poetas cuando la afición al
lujo escénico y á la ostentación, peculiar de las óperas, comenzó á
enseñorearse del teatro español. Lope no era propicio á esta nueva
dirección del gusto, según asegura rotundamente varias veces, con
especialidad en los prólogos á los tomos XV y XVI de sus comedias, y,
sin embargo, ha sido aún más indulgente de lo necesario con las comedias
de este género. Obsérvase, no obstante, que lo hace más bien por seguir
la moda y por obedecer á motivos externos, que por inspiración propia,
puesto que, por lo común, se nota como cierta frialdad y cansancio que
no puede ocultarse, á pesar del lujo de la exposición y de sus
brillantes descripciones. No por esto ha de condenársele; al contrario,
tanto en el complicado enredo de estas fábulas pomposas, cuanto en la
riqueza y variedad de las situaciones y resortes dramáticos, y en las
innumerables bellezas aisladas que las adornan, se encuentra una prueba
sólida de la flexibilidad de los talentos poéticos de Lope. Tales son
_La fábula de Perseo_, _Las mujeres sin hombres_, _El laberinto de
Creta_, _Adonis y Venus_ y _El vellocino de oro_. Por lo demás, en todas
ellas el asunto mitológico se transforma en romántico, de la misma
suerte que sucedió más tarde en las conocidas de Calderón de igual
índole.


CAPÍTULO XV.
Comedias caballerescas.--_Castelvines y Monteses._--_El nuevo
Pitágoras._--_La octava maravilla_, é indicación de los argumentos
de otras.

A los dramas fundados en las fábulas antiguas sigue
otra serie, cuyos argumentos provienen de leyendas ó romances del gran
ciclo tradicional de la Edad Media. Algunas se asemejan singularmente á
las mitológicas en su propensión á representarnos encantamientos y
maravillas sensibles: tal es _Los palacios de Galiana_, ó la narración
dramática correspondiente al ciclo de tradiciones relativas á Carlomagno
(cons. á Turpín, cap. 20, y los _Reali di Francia_, lib. VI, capítulos
18-51). Esta composición encierra en sí todas las bellezas de los
mejores libros fantásticos de caballería. _La mocedad de Roldán_ (según
indica el prólogo escrito en la juventud de Lope), es la bella
historia, popular entre nosotros por la balada de Uhland titulada _der
klein Roland_. La fuente de donde la tomó el poeta español, es _La
historia del nacimiento y primeras empresas del conde Orlando_, por
Pedro López Enríquez de Calatayud: Valladolid, 1585. _La pobreza de
Reynaldos_ trata de los sufrimientos y hechos de Reynaldos de Montalbán,
hijo de Haimón, durante su destierro, con arreglo al _Libro del noble y
esforzado caballero Reynaldos de Montalbán_, por L. Domínguez: Sevilla,
1525. En _El marqués de Mantua_, la leyenda de Baldovinos y Carloto, muy
conocida en España por los romances populares, y fundada en las
tradiciones pertenecientes al ciclo de Carlomagno y sus paladines,
aunque modificada ya por el sello nacional; en _El nacimiento de Ursón y
Valentín_, un arreglo dramático del libro de las aventuras de los
sobrinos de Pipino, muy parecida en su argumento á la leyenda más
popular del emperador Octaviano (_Histoire de deux nobles et vaillants
chevaliers Valentin et Orson_: Lyon, 1495; la italiana en Venecia en
1558: no sabemos si existe alguna versión española). La patética
historia de la bella Magalona, repetida en todas las lenguas europeas
(en español _La historia de la linda Magalona, hija del rey de Nápoles y
del muy esforzado caballero Pierres de Provenza_: Toledo, 1526;
Sevilla, 1533), es el asunto de _Los tres diamantes_, drama excelente
por su argumento, aunque en la traza del plan se observen algunos
lunares, comunes á las primeras obras de Lope; pero anima al conjunto
tanto vigor, reina en todo él tal encanto romántico, que nos arrebata y
nos hace olvidar sus defectos.
Otros, fundados en los mismos ciclos tradicionales, como _El jardín de
Falerina_ (de Boyardo, lib. II, cap. 3.º, págs. 66 y siguientes), _Los
celos de Rodamonte_ y _La Circe Angélica_ (del Ariosto), _Angélica en el
Catay_ (continuación de Ariosto, por Lope), _Roncesvalles_, _La venganza
de Gayferos_, etc., no los hemos leído, y, según todas las
probabilidades, no existen ya en nuestros tiempos.
Llegamos ahora á los dramas basados en novelas italianas ó españolas.
_El mayordomo de la duquesa de Amalfi_ (del _Bandello_, parte 1.ª Nov.
26), es importante, porque podemos compararlo con la antigua tragedia
inglesa de Webster, cuyo argumento se funda en el mismo suceso (_The
Duchess of Malfy_, en las _Works of John Webster_, ed. Alexander Dyce,
London, 1830, vol. I); pero la ventaja es aquí del autor inglés sin
género alguno de duda, porque su obra, excéntrica á la verdad, pero
original hasta lo sumo, y de notabilísima pintura de afectos, es de lo
más notable que escribieron los coetáneos de Shakespeare, mientras que
el drama español, trazado con ligereza, sólo nos ofrece un tejido de
ordinarias y vulgares intrigas.
_Los Castelvines y Monteses_, de Lope, está fundado en la misma versión
italiana (_Novelle di Bandello_, tomo II, Nov. 9), que el _Romeo y
Julieta_, de Shakespeare. Parécenos interesante exponer la serie de sus
escenas, para compararlo con la célebre tragedia inglesa.
_Jornada primera._ Roselo (el Romeo de Shakespeare) y Anselmo, dos
caballeros del partido de los Monteses, discurren sobre una fiesta, que
se ha celebrado en el palacio de los Castelvines. Se oye á lo lejos la
música de esta fiesta; Roselo desea vivamente asistir á ella; su amigo
intenta disuadirlo de esta locura, porque los Castelvines son
implacables enemigos de los Monteses; pero al fin acuerdan enmascararse
y entrar así con los invitados. La escena segunda representa el alegre
bullicio de la fiesta. Antonio, caudillo de los Castelvines, conversa
con otros de su partido, y manifiesta su ardiente deseo de casar á su
hija Julia con el joven Octavio, aunque sienta que el corazón de ella no
parezca muy inclinado en su favor. Mientras tanto aparecen enmascarados
Roselo y Anselmo. Roselo, al ver á Julia, experimenta tal emoción, que
casi pierde el sentido, y en este desorden se quita la máscara. Antonio
lo conoce al punto, sale de sí de rabia é intenta matarlo, aunque no lo
ejecuta merced á los ruegos de los demás caballeros, que invocan en
favor de su enemigo los derechos de la hospitalidad. Roselo se acerca á
Julia mientras tanto; ella exclama:
Si el Amor se disfrazara
Para dar envidia á Febo,
Pienso que de este mancebo
El talle y rostro buscara;
Y yo pienso que Amor es,
Que, para quitar la paz,
Viene con este disfraz.
Roselo, por otra parte, prorrumpe en las palabras siguientes:
¡Ay, cielos! ¿Que fuí Montés?
¡No fuera yo Castelvín!
¿Tanto le costaba al cielo?
El enamorado aprovecha estos momentos, en que se imagina que no lo
observan, para declarar su amor á Julia; ésta desliza en su mano un
anillo, y para la noche siguiente lo cita en el jardín. Retíranse los
convidados, y Julia se queda sola con su doncella Celia; confiésale la
repentina pasión que se ha despertado en su pecho, pero se arrepiente de
su precipitada promesa, y expresa su resolución de esforzarse en
dominar su amor; pero éste es tan poderoso, que al fin la vence. Las dos
escenas que siguen, son superfluas para el curso de la acción. Asistimos
luego á la entrevista nocturna de los dos amantes, llena de fuego y de
apasionada ternura; Julia, al fin, después de hacer alguna resistencia,
accede á las súplicas vehementes de Roselo de casarse con él en secreto.
_Jornada segunda._ El enlace clandestino de Roselo y de Julia se supone
ya consumado, pero la dicha de ambos es poco duradera. Al comenzar el
acto vemos una plaza, que hay delante de una iglesia, en la cual se
celebra una misa mayor; durante los Oficios se suscita una ardiente
contienda entre los Castelvines y los Monteses: los caballeros de ambos
partidos salen en tropel de la iglesia para atacarse; Roselo se presenta
en medio de todos, é intenta aplacarlos, manifestándoles que, para
extinguir el odio que se profesan las dos familias enemigas, conviene
que Octavio se case con una dama de los Monteses y él con Julia. Octavio
se enfurece al oirlo; se lanza contra Roselo, y éste, viéndose forzado á
defenderse, lo derriba á sus pies sin vida. Aparece entonces en el
teatro de la lucha el príncipe de Verona, atraído por el choque de las
espadas; ordena á los combatientes que desistan de su contienda, y
destierra á Roselo de la ciudad por largo tiempo. Este, antes de partir,
visita á su joven esposa, de la cual oye la más tierna despedida.
Después de retirarse, sorprende su padre á Julia llorando; pregúntale la
causa de sus lágrimas, y ella finge verterlas por la muerte de Octavio.
Antonio resuelve entonces enlazarla al conde París en vez del difunto
Octavio, y con tal propósito le envía un mensajero. Este encuentra al
Conde en compañía de Roselo, que, atacado por los Castelvines delante de
la ciudad, debe su salvación al conde París, que lo acompaña hacia
Ferrara. El Conde participa á su compañero el contenido de la carta que
recibe; Roselo se conmueve naturalmente al oirlo; cree que Julia le es
infiel, y en un lastimero monólogo se abandona al dolor y á la
desesperación; pero luego prosigue su camino hacia Ferrara, y decide
vengarse de su desleal esposa casándose con otra.
_Jornada tercera._ El padre de Julia, empleando los ruegos y las
amenazas, la conmina á prestar su consentimiento á su enlace con el
Conde; resístese cuanto puede, pero previendo que habrá de ceder á la
fuerza, envía á Celia en busca del sacerdote Aurelio, confesor suyo,
para pedirle en este trance su ayuda y su consejo. Al comenzar este acto
se supone haber sucedido todo lo expuesto. Preséntase Antonio, y
anuncia á su hija que la obligará á obedecer sus órdenes. Julia queda
dudosa; acude entonces Celia, y trae un frasco, que le ha entregado
Aurelio, conocedor de todos los secretos de la naturaleza; Julia, para
salvarse, ha de beber todo el líquido que contiene. Apúralo la
desdichada; siente en seguida los efectos del veneno, y cae en tierra
pronunciando el nombre de Roselo. Las escenas inmediatas son en Ferrara;
forman episodios, y nos muestran á Roselo, que, por vengarse de Julia,
hace la corte á otra dama, pero demostrando claramente que su corazón
siempre se inclina á su primer amor. Por Anselmo sabe la nueva de que
Julia se ha envenenado; se convence así de la fidelidad de su amada, y
prorrumpe en desesperadoras lamentaciones; Anselmo lo consuela, sin
embargo, diciéndole que el supuesto veneno, según asegura Aurelio, ha
sido sólo una bebida soporífera, y que Roselo encontrará viva á su
esposa en la bóveda en que se entierran los muertos. Esta noticia
infunde en el enamorado nuevo vigor, y, aunque no libre del todo de
recelo, se apresura á encaminarse á Verona. En la escena siguiente vemos
á Antonio y al conde París lamentándose de la muerte de Julia. Antonio,
ya sin herederos, resuelve casarse con su sobrina Dorotea, para que su
fortuna no pase á otra familia después de su muerte. Múdase entonces el
lugar de la escena, que nos representa el panteón de la familia de los
Castelvines. Julia ha despertado; su sorpresa, su horror y su amor le
inspiran en esta mansión sombría un monólogo de admirable verdad y
sentimiento. Preséntase Roselo y su servidor; el último tropieza y cae,
apagándose la luz que lleva; su angustia y su manera ridícula de
expresarla, forman el más chocante contraste con lo terrible de la
escena, y con la obscuridad del lugar en donde yace. Roselo estrecha en
sus brazos á su devuelta esposa, y ambos huyen al castillo del padre de
Julia. Esta, Roselo, Anselmo y el criado se disfrazan de labradores,
para aprovechar la primera ocasión de alejarse que se les presente.
Antonio llega al castillo en compañía de otros Castelvines, para
solemnizar sus bodas con Dorotea. Su venida obliga á los disfrazados á
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