Historia de la literatura y del arte dramático en España, tomo II - 15

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simple fecundidad, cuando no va acompañada de verdadera poesía. Si
perteneciese Lope á esta clase de poetas, satisfaría nuestra curiosidad
como raro fenómeno en los anales de la literatura; pero dejaríamos sin
pena que sus obras se enmoheciesen en el polvo de dos siglos, amontonado
sobre ellas. No es así, felizmente: nuestra admiración no nace de la
multitud de sus producciones, sino de las excelencias y perfecciones que
las distinguen, de la fuerza creadora poética, que se descubre en ellas,
de la inagotable riqueza de su inventiva y de su exuberante imaginación.
Muy al contrario: de fundar nuestro exclusivo aprecio en la cantidad de
las obras de Lope, confesaremos espontáneamente que hubiera sido más
grande, concentrando también más sus facultades. Pero si todo lo suyo no
es de igual valor; si la rapidez, con que escribía, ha perjudicado á la
plena perfección de algunas de sus composiciones, recordamos de nuevo el
número prodigioso de ellas, y consideramos que ha escrito más dramas
buenos que otro cualquier poeta dramático del mundo conocido, y que, por
consiguiente, merece que se extienda el manto del olvido sobre los
defectos de todos los demás. En este supuesto, no hay palabras más
gráficas que las empleadas por un escritor anónimo poco después de la
muerte de Lope, insertas en el tomo XXIII de sus _Comedias_. Citaremos
en toda su extensión este pasaje, porque expresa el juicio que habían
formado sus contemporáneos más ilustrados de este hombre eminente: «Lope
fué el fin y remate de la comedia, de quien se puede decir que antes de
sí no halló á quien imitar, y después no hubo quien enteramente le
imitase... Las comedias de Lope son de la naturaleza, y las otras de la
industria... La introducción de los personajes graves en Lope, y el
decoro, por la mayor parte, es singular, y singularísima la de las
personas humildes. Todas las veces (y son casi innumerables) que
introdujo villanos de todos los oficios, no puso figuras en el tablado,
sino los propios villanos vivos. El aliño de los sonetos, la suavidad de
los actores, la sal de los graciosos, todo es tan propio en él, como las
flores en sus plantas y los frutos en sus árboles. ¿Y quién hay tan
insensato, que pida cuenta á la inmensa copia de Lope, de si hizo
algunas comedias menores que otras, ó si dijo esto inferior á
aquéllo?... ¿Quién es tan ciego, que no se le abran los ojos de la
admiración al ponderar, que, sólo para ser leído lo que escribió este
casi más que hombre, que no vivió más que algunos, es menester la vida
del que más vive?»
El ensayo que acometemos ahora, de trazar el desenvolvimiento de su arte
dramático, fundándonos en sus obras, y determinar el lugar que le
corresponde en la serie de los poetas dramáticos de España, puede
suscitar esta pregunta: si sólo ha llegado hasta nosotros una pequeña
parte de sus comedias, ¿cómo formular una opinión decisiva y sólida
sobre su mérito? Debemos responder á ella, que seguramente es deplorable
la pérdida de tantas, y en parte tan excelentes composiciones, y tanto
más, cuanto que de esta suerte nos vemos privados de los medios de
delinear todos los rasgos, que constituyen la fisonomía de este hombre
extraordinario; pero esto no será causa bastante para suponer que lo
inédito sea lo más perfecto de sus obras, ó que hubiese de presentarnos
su talento bajo una nueva faz. Por otra parte, es tan grande el número
de las que poseemos, que acaso sea más fácil vernos en no pequeño
embarazo por la abundancia de materiales, siendo necesario ordenarlos y
ofrecerlos con claridad en su conjunto. Y ahora ocurre esta otra
pregunta: para formar juicio exacto de nuestro poeta, ¿será preciso
examinar el monstruoso repertorio de sus dramas existentes? ¿Bastará,
acaso, como han hecho hasta aquí cuantos han criticado las obras
dramáticas de Lope de Vega, leer un tomo de su _Teatro_, entresacar á
la suerte dos ó tres comedias, ofrecer extractos de sus argumentos,
citar alguna que otra escena, acompañándolas con reflexiones
estético-críticas, y apoyarse en tales fundamentos para fallar acerca
del mérito dramático del autor? Desconfianza inspirará, sin duda, esta
conducta, y nadie vacilará en afirmar, que quien intente satisfacer tan
sólo aproximadamente medianas exigencias, ha de esforzarse, por lo
menos, en dominar el asunto por completo. ¿Qué se diría del crítico, que
sólo hubiese leído algunos dramas, de Shakespeare, y con tan someros
conocimientos emprendiese la tarea de ilustrar á los demás sobre las
excelencias y faltas del célebre poeta inglés? ¿Por qué razón, pues, no
se calificará también de crítica ligera, la que se hiciese de Lope de
igual suerte? El autor de esta historia del _Teatro español_ ha puesto
de su parte cuanto estaba en su mano para alejar de sí tal reproche; y
aunque no haya tenido la fortuna de conocer y estudiar todos los dramas
existentes de este poeta sin rival (puesto que hubiera debido examinar
todas las bibliotecas públicas y privadas de Europa), no ha omitido, sin
embargo, pena ni diligencia, compensadas, á la verdad, con variados
goces, por adquirir cuantas se presentaban á su alcance, pudiendo
vanagloriarse de haber leído trescientas comedias de Lope. Pero
justamente tan extraordinario número de obras dramáticas, en las cuales
ha de fundarse su juicio, y la necesidad de circunscribirse en los
límites trazados por esta historia, lo obligan á seguir diversa senda
que sus predecesores. Si analizase y expusiese los argumentos de cada
comedia, acompañándolos de observaciones críticas, llenaría volúmenes
enteros en detrimento de otros poetas, de los cuales ha de tratar; no le
queda, por tanto, otro recurso que indicar en general los caracteres
dramáticos especiales, que distinguen á las poesías de Lope, y
esforzarse en presentar al lector la idea más extensa y completa acerca
de la variedad de sus producciones, aludiendo sólo ocasionalmente á
comedias aisladas, y exponiendo un extracto, lo más sumario posible, de
su argumento.
Ante todo, sin embargo, debemos examinar con detenimiento la obra de
Lope, que parece comprender sus ideas particulares sobre la teoría del
arte dramático. Aludimos á su _Arte nuevo de hacer comedias_, citado
antes, que escribió en el año de 1609, esto es, en la primera mitad de
su carrera, á excitación de una Academia literaria de Madrid, para
disculparse de la crítica que de él se hacía, por quebrantar las reglas
admitidas. Las ideas insertas en esta obra, son tan singulares y
opuestas á cuanto pudiera esperarse del fundador y primer maestro del
drama moderno, que han movido á algunos á imaginar que Lope se propuso
«burlarse de sus adversarios con el achaque de burlarse de sí propio;»
pero, en esta hipótesi, sería su obra lo más inútil, defectuosa y falta
de ingenio que pudiera pensarse, bastando, á nuestro juicio, leerla sin
prevención para convencerse de la futilidad de semejante aserto. Verdad
es que se encuentran en ella algunas observaciones burlescas, y que está
escrita en estilo ligero; pero esto no se opone á que manifieste respeto
á las reglas de los antiguos: su conjunto lleva el sello de una
improvisación pasajera, trazada acaso en pocos instantes; sus
pensamientos están mal coordinados, y parecen moverse á saltos; pero, á
pesar de todo, no es difícil desentrañar las ideas siguientes: Ríndese
homenaje á los preceptos de Aristóteles (en cuanto lo permiten las
confusas nociones, formadas acerca de ellos), y se asegura que su
observancia sería útil para el arte; pero se añade que la anarquía
dramática ha echado en España tan profundas raíces, que ya no agradan
las obras clásicas, y que, como el poeta sólo ha de habérselas con el
público, no le queda otro recurso que ajustarse á sus deseos.
Conviene, sin embargo, oir al mismo Lope:
«Mándame, ingenios nobles, flor de España,
Que en esta junta y Academia insigne
* * *
Que un arte de comedias os escriba,
Que al estilo del vulgo se reciba.
Fácil parece este sujeto, y fácil
Fuera para cualquiera de vosotros,
Que ha escrito menos dellas, y más sabe
Del arte de escribirlas y de todo;
Que la que á mí me daña en esta parte
Es haberlas escrito sin el arte.
No porque yo ignorase los preceptos,
Gracias á Dios, que ya tirón gramático
Pasé los libros que trataban desto
Antes que hubiese visto al sol diez veces
Discurrir desde el Aries á los Peces;
Mas porque, en fin, hallé que las comedias
Estaban en España en aquel tiempo,
No como sus primeros inventores
Pensaron que en el mundo se escribieran,
Mas, como las trataron muchos bárbaros,
Que enseñaron el vulgo á sus rudezas;
Y así se introdujeron de tal modo,
Que quien con arte ahora las escribe,
Muere sin fama y galardón; que puede
Entre los que carecen de su lumbre,
Mas que razón y fuerza, la costumbre.
Verdad es que yo he escrito algunas veces
Siguiendo el arte que conocen pocos;
Mas luego que salir por otra parte
Veo los monstruos de apariencias llenos,
A donde acude el vulgo y las mujeres,
Que este triste ejercicio canonizan,
A aquel hábito bárbaro me vuelvo;
Y cuando he de escribir una comedia,
Encierro los preceptos con seis llaves;
Saco á Terencio y Plauto de mi estudio
Para que no me den voces; que suele
Dar gritos la verdad en libros mudos,
Y escribo por el arte que inventaron
Los que el vulgar aplauso pretendieron;
Porque, como las paga el vulgo, es justo
Hablarle en necio para darle gusto.
Ya tiene la comedia verdadera
Su fin propuesto, como todo género
De poema ó poesis, y éste ha sido
Imitar las acciones de los hombres
Y pintar de aquel siglo las costumbres.
También cualquiera imitación poética
Se hace de tres cosas, que son plática,
Verso dulce, armonía ó sea la música,
Que en ésta fué común con la tragedia;
Sólo diferenciándola en que trata
Las acciones humildes y plebeyas,
Y la tragedia las reales y altas.
Mirad si hay en las nuestras pocas faltas.
Acto fueron llamadas, porque imitan
Las vulgares acciones y negocios.
Lope de Rueda fué en España ejemplo
Destos preceptos, y hoy se ven impresas
Sus comedias de prosa tan vulgares
Que introduce mecánicos oficios
Y el amor de una hija de un herrero;
De donde se ha quedado la costumbre
De llamar entremeses las comedias
Antiguas, donde está en su fuerza el arte,
Siendo una acción y entre plebeya gente,
Porque entremés de rey jamás se ha visto.
Y aquí se ve que el arte por bajeza
De estilo vino á estar en tal desprecio,
Y el rey en la comedia para el necio.
Basta lo expuesto para probar, que las ideas de Lope acerca de la
esencia del drama antiguo, sin duda iguales á las de sus coetáneos, eran
erróneas y confusas, y que carecía de los conocimientos indispensables
para comprender y justificar la necesidad de las formas del drama
romántico; de suerte que las bellezas de sus obras son debidas
exclusivamente al acierto de su genio, no á su instrucción teórica y
crítica. Otros muchos párrafos de sus escritos demuestran su propósito
formal y serio de escribir á gusto del público, y contra lo preceptuado
en reglas que le eran bien conocidas, aunque en las líneas suyas citadas
se exprese con cierta ambigüedad y petulancia. He aquí, pues, lo que
dice en el prólogo de _El Peregrino_: «Adviertan los extranjeros que las
comedias en España no guardan el arte, y que yo las proseguí en el
estado que las hallé, sin atreverme á guardar los preceptos, porque con
aquel rigor, de ninguna manera fueran oidas de los españoles.» Y en la
dedicatoria de _La mal casada_ (tomo XV) á D. Francisco de la Cueva,
añade: «Atrevimiento es grande dar á luz en nombre de vuestra merced
esta comedia, pues siéndole tan notorios los preceptos, no le ha de
parecer disculpa haberse escrito al uso de España, donde fueron culpados
de su mala observancia los primeros por quien fué introducido... En
ellos tuvo principio; no ha sido posible corregirle en tantos años, así
en los que las oyen como en los que las escriben; pues, aunque se ha
intentado, sale con infelice aplauso las más veces, dando mayor lugar á
los espectáculos y invenciones bárbaras, que á la verdad del arte, tan
lamentada de los críticos inútilmente. Los autores tienen en parte de
esta culpa; pero, pues _multa in jure civili, contra strictam rationem
disputandi, pro communi utilitate recepta sunt_, no es mucho que por la
de tantos en esta parte, perdonen los observantes de los preceptos la
imperfección que digo.» Por último, en la dedicatoria á Marino de la
comedia _Virtud, pobreza y mujer_ (tomo X), se explica en estos
términos: «En España no se guarda el arte, ya no por ignorancia, pues
sus primeros inventores, Rueda y Navarro, le guardaban, que apenas há
ochenta años que pasaron, sino por seguir el estilo mal introducido de
los que le sucedieron.»
Prosigamos, sin embargo, con _El Arte nuevo_, de Lope. Ya hemos visto
cómo hace alarde de su erudición sobre el antiguo drama; después
continúa así:

«Porque veáis que me pedís que escriba
Arte de hacer comedias en España,
Donde cuanto se escribe es contra el arte;
Y que decir cómo serán ahora
Contra el antiguo, y que en razón se funda,
Es pedir parecer á mi experiencia,
No el arte, porque el arte verdad dice,
Que el ignorante vulgo contradice.
* * *
Si pedís parecer de los que ahora
Están en posesión, y que es forzoso
Que el vulgo con sus leyes establezca
La vil quimera deste monstruo cómico,
Diré el que tengo, y perdonad, pues debo
Obedecer á quien mandarme puede,
Que, dorando el error del vulgo, quiero
Deciros de qué modo las querría,
Ya que seguir al arte no hay remedio
En estos dos extremos dando un medio.
Elíjase el sujeto, y no se mire
(Perdonen los preceptos) si es de reyes,
Aunque por esto entiendo que el prudente
Filipo, rey de España y señor nuestro,
En viendo un rey en ellas se enfadaba
O fuese ver que el arte contradice,
O que la autoridad rëal no debe
Andar fingida entre la humilde plebe.
Esto es volver á la comedia antigua,
Donde vemos que Plauto puso dioses,
Como en su Anfitrïón lo muestra, Júpiter.
Sabe Dios que me pesa de aprobarlo,
Porque Plutarco, hablando de Menandro,
No siente bien de la comedia antigua.
Mas, pues, del arte vamos tan remotos,
Y en España le hacemos mil agravios,
Cierren los doctos esta vez los labios.
Lo trágico y lo cómico mezclado,
Y Terencio con Séneca, aunque sea
Como otro Minotauro de Pasifae,
Harán grave una parte, otra ridícula,
Que aquesta variedad deleita mucho.
Buen ejemplo nos da naturaleza,
Que por tal variedad tiene belleza.
Adviértase que sólo este sujeto
Tenga una acción, mirando que la fábula
De ninguna manera sea episódica,
Quiero decir, inserta de otras cosas,
Que del primer intento se desvíen;
Ni que de ella se pueda quitar miembro,
Que del contexto no derribe el todo.
No hay que advertir que pase en el período
De un sol, aunque es consejo de Aristóteles,
Porque ya le perdimos el respeto
Cuando mezclamos la sentencia trágica
Con la humildad de la bajeza cómica.
Pase en el menos tiempo que ser pueda,
Si no es cuando el poeta escriba historia,
En que hayan de pasar algunos años,
Que esto podrá poner en las distancias
De los dos actos, ó si fuere fuerza
Hacer algún camino una figura,
Cosa que tanto ofende á quien lo entiende;
Pero no vaya á verlas quien se ofende!
¡Oh! ¡Cuántos deste tiempo se hacen cruces
De ver que han de pasar años en cosa
Que un día artificial tuvo de término!
Que aún no quisieron darle el matemático;
Porque considerando que la cólera
De un español sentado no se templa
Si no le representan en dos horas
Hasta el final jüicio desde el Génesis;
Yo hallo que si allí se ha de dar gusto,
Con lo que se consigue es lo más justo.
El sujeto elegido escriba en prosa
Y en tres actos de tiempo lo reparta,
Procurando, si puede, en cada uno
No interrumpir el término del día.
El capitán Virués, insigne ingenio,
Puso en tres actos la comedia, que antes
Andaba en cuatro, como pies de niño,
Que eran entonces niñas las comedias;
Y yo las escribí de once y doce años,
De á cuatro actos y de á cuatro pliegos,
Porque cada acto un pliego contenía.
* * *
Ponga la conexión desde el principio,
Hasta que vaya declinado el paso;
Pero la solución no la permita
Hasta que llegue la postrera escena,
Porque en sabiendo el vulgo el fin que tiene,
Vuelve el rostro á la puerta, y las espaldas
Al que esperó tres horas cara á cara,
Que no hay más que saber en lo que para.
Quede muy pocas veces el teatro
Sin persona que hable, porque el vulgo
En aquellas distancias se inquïeta
Y gran rato la fábula se alarga;
* * *
Comience, pues, y con lenguaje casto
No gaste pensamientos ni conceptos
En las cosas domésticas, que sólo
Ha de imitar de dos ó tres la plática.
Mas cuando la persona que introduce,
Persüade, aconseja ó disüade,
Allí ha de haber sentencias y conceptos.
* * *
No traya la escritura, ni el lenguaje
Ofenda con vocablos exquisitos,
Porque si ha de imitar á los que hablan,
No ha de ser por pancayas, por metauros;
Hipócrifos, sermones y centauros.
Si hablare el rey, imite cuanto pueda
La gravedad rëal; si el viejo hablare,
Procure una modestia sentenciosa;
Describa los amantes con afectos
Que mueva con extremo á quien escucha;
Los soliloquios pinte de manera
Que se transforme todo el recitante,
Y con mudarse así mude al oyente.
Pregúntese y respóndase á sí mismo;
Y si formare quejas, siempre guarde
El debido decoro á las mujeres.
Las damas no desdigan de su nombre;
Y si mudaren traje, sea de modo
Que pueda perdonarse, porque suele
El disfraz varonil agradar mucho.
Guárdense de imposibles, porque es máxima
Que sólo ha de imitar lo verosímil;
El lacayo no trate cosas altas,
Ni diga los conceptos que hemos visto
En algunas comedias extranjeras.
Y de ninguna suerte la figura
Se contradiga en lo que tiene dicho;
Quiero decir, se olvide como en Sófocles
Se reprende no acordarse Edipo
Del haber muerto por su mano á Layo.
Remátense las escenas con sentencia,
Con donaire, con versos elegantes,
De suerte que al entrarse el que recita
No deje con disgusto al auditorio
En el acto primero, pongo el caso;
En el segundo enlace los sucesos,
De suerte que hasta medio del tercero
Apenas juzgue nadie en lo que para.
Engañe siempre el gusto, donde vea
Que se deja entender alguna cosa
De muy lejos de aquello que promete.
Acomode los versos con prudencia
A los sujetos de que va tratando.
Las décimas son buenas para quejas;
El soneto está bien en los que aguardan;
Las relaciones piden los romances,
Aunque en octavas lucen por extremo;
Son los tercetos para cosas graves,
Y para las de amor las redondillas.
Las figuras retóricas importan
Como repetición ó anadíplosis;
Y en el principio de los mismos versos
Aquellas relaciones de la anáfora,
Las ironías y dubitaciones,
Apóstrofes también y exclamaciones.
El engañar con la verdad es cosa
Que ha parecido bien, como lo usaba
En todas sus comedias Miguel Sánchez,
Digno por la invención desta memoria.
Siempre el hablar equívoco ha tenido
Y aquella incertidumbre anfibológica
Gran lugar en el vulgo, porque piensa
Que él sólo entiende lo que el otro dice.
Los casos de la honra son mejores,
Porque mueven con fuerza á toda gente:
Con ellos las acciones virtuosas,
Que la virtud es donde quiera amada;
Pues que vemos, si acaso un recitante
Hace un traidor, es tan odioso á todos
Que lo que va á comprar no se le vende;
Y huye el vulgo dél cuando le encuentra;
Y si es leal, le prestan y convidan
Y hasta los principales le honran y aman,
Le buscan, le regalan y le aclaman.
Tenga cada acto cuatro pliegos solos,
Que doce están medidos con el tiempo;
Y la paciencia del que está escuchando.
En la parte satírica no sea
Claro ni descubierto, pues que sabe
Que por ley se vedaron las comedias
Por esta causa en Grecia y en Italia;
Pique sin odio, que si acaso infama,
Ni espere aplauso ni pretenda fama.
Estos podéis tener por aforismos
Los que del arte no tratáis antiguo,
Que no da más lugar agora el tiempo;
Pues lo que le compete los tres géneros
Del aparato que Vitrubio dice,
Toca al autor, como Valerio Máximo,
Pedro Crinito, Horacio en sus epístolas,
Y otros los pintan con sus tiempos y árboles,
Cabañas, casas y fingidos mármoles.
Los trajes nos dijera Julio Polux,
Si fuera necesario, que en España
Es de las cosas bárbaras que tiene
La comedia presente recibidas,
Sacar un turco un cuello de cristiano
Y calzas atacadas un romano.
Mas ninguno de todos llamar puedo
Más bárbaro que yo, pues contra el arte
Me atrevo á dar preceptos y me dejo
Llevar de la vulgar corriente, á donde
Me llamen ignorante Italia y Francia.
Pero ¿qué puedo hacer, si tengo escritas,
Con una que he acabado esta semana,
Cuatrocientas y ochenta y tres comedias?
Porque fuera de seis, las demás todas
Pecaron contra el arte gravemente;
Sustento, en fin, lo que escribí, y conozco
Que aunque fuera mejor de otra manera,
No tuvieran el gusto que han tenido,
Porque á veces lo que es contra lo justo
Por la misma razón deleita el gusto.
Importaba oir hablar de su arte, como teórico, al gran maestro del
teatro español, para no alterar, al extractarlo, el carácter esencial de
su obra didáctica. Pero si es cierto que se leen algunas reflexiones
gráficas aisladas sobre la forma externa del drama, en la parte de esta
breve dramaturgia, en que se expresa el poeta experimentado y práctico,
no lo es menos, sin embargo, que el conjunto demuestra irremisiblemente
que las ideas críticas de Lope se hallaban á inmensa distancia de su
arte. Inútil es buscar en ellas más sólido cimiento á las leyes de la
poesía romántica. Verdad es que nuestro poeta parece indicar en algunas
otras frases suyas, que á veces vislumbraba que la nueva forma del drama
no era un mero resultado del capricho, sino que tenía también su
justificación. He aquí lo que dice en su égloga á Claudio:
«Débenme á mí de su principio el arte,
Si bien en los preceptos diferencio
Rigores de Terencio,
Y no negando parte
A los buenos ingenios tres ó cuatro
Que vieron las infancias del teatro,
Pintar las iras del armado Aquiles,
Guardar á los palacios el decoro,
Iluminados de oro
Y de lisonjas viles,
La furia del amante sin consejo,
La hermosa dama, el sentencioso viejo.
Y donde son por ásperas montañas
Sayas y angeo, telas y cambrayes,
Y frágiles tarayes,
Paredes de cabañas,
Que mejor que de pórfido linteles
Defienden rayos jambas de laureles.
Describir el villano al fuego atento,
Cuando con puntas de cristal las tejas
Detienen las ovejas,
O cuando mira exento
Cómo de trigo y de maduras uvas
Se forman trojes y rebosan cubas.
¿A quién se debe, Claudio?»
Y en el prólogo al tomo XVI de sus _Comedias_: «El arte de las comedias
y de la poesía es la invención de los poetas príncipes, que los ingenios
grandes no están sujetos á preceptos.» Pero de esto no se deduce de
ningún modo, que deba darse cuenta satisfactoria de la independencia,
con que procedía. Tan erróneo es asegurar que el genio no necesita de
regla alguna, como que sólo tienen valor las de Aristóteles. Una obra
poética puede prescindir de los preceptos observados por los antiguos,
y, sin embargo, guardar otros. Por lo que hace á la opinión de Lope,
sobre la suma excelencia de la forma dramática antigua, y sobre la causa
de no imitarla, no otra, en su concepto, que la condescendencia con el
gusto corrompido de la muchedumbre, como lo dice en su _Arte nuevo_ y en
otras obras, hemos de manifestar que tal aserto no merece tomarse en
serio. El error exclusivista de que sólo el arte antiguo puede ofrecer
modelos dignos de imitación, y la ciega fe en los preceptos de
Aristóteles, han desaparecido ya felizmente, para siempre, de todo el
mundo civilizado. Se confiesa que la forma más limitada y estrecha de la
tragedia y de la comedia griega era excelente, porque constituye el tipo
orgánico y artístico, que, bajo la forma de drama, se ha desenvuelto
sucesivamente desde los cantos del coro; pero no se cree que haya de
servir de medida para el drama moderno, nacido de germen muy diverso, y
bajo el imperio de causas muy distintas, y ofreciéndole sólo un molde
obligado, externo y mecánico, contrario á su naturaleza. Y aunque haya
alguno que no participe de esta opinión, basta hacer una comparación
atenta entre las varias naciones de la Europa moderna, que se han
ensayado en la poesía dramática. De esta comparación ha de resultar
indefectiblemente que las copias de los antiguos modelos, y la
observancia de sus pretendidas reglas, ha producido únicamente un arte
sin vida, ni acción, ni vigor, ni originalidad, mientras que los dos
pueblos, que, siguiendo sus inclinaciones nacionales, han modelado el
drama con arreglo á las condiciones especiales de su existencia, poseen
un teatro propio, que puede rivalizar en excelencia con el griego. Las
máximas citadas de Lope de Vega son una de las pruebas más notables en
apoyo de la opinión, tantas veces sustentada, de que el verdadero poeta,
sin conocer hasta cierto punto lo que hace, llega á lo verdadero y á lo
justo, como movido por una necesidad interior; que la facultad artística
de crear y de dar una forma á sus creaciones, puede ser independiente de
la instrucción teórica, y que el arte precede con frecuencia á la
crítica á inconmensurable distancia. Alabemos, pues, el buen sentido de
los españoles, que obligaron á su poeta á seguir la senda recta, contra
su voluntad y sus principios literarios, puesto que, de lo contrario, el
teatro español, como el italiano, sólo nos ofrecería dramas deplorables,
pedantescos y modelados servilmente por las leyes de la poesía
clásica[187].
¡Cuán completamente distinto del Lope, que expone en las líneas
anteriores su poética pensada, aparece ahora el poeta, que, libre de
vínculos estrechos, sólo obedece á su inspiración! ¡Cuán inmensamente
supera en vigor y profundidad su creadora fantasía á lo que pudiera
esperarse de sus ideas superficiales sobre composición poética! Por
último, ¡cuánto aventaja el drama creado por él, en consonancia con el
espíritu nacional y con la vida íntima del pueblo, á todo aquello que
hubiese alcanzado sólo el arte imitativo!
La forma y el carácter de la comedia, que, desde Lope de Vega, predominó
exclusivamente en el teatro español, han sido ya expuestos antes con sus
rasgos más generales. Esta comedia, en verdad, no puede ser calificada
de invención original de nuestro poeta: había nacido después de una
larga serie de ensayos, y en el último decenio del siglo XVI, y en
virtud de los esfuerzos de muchos, se había elevado á nueva altura,
alcanzando su natural centro; pero ¡qué monstruoso abismo separa ya, aun
á las primeras y más imperfectas obras de Lope, de las mejores de los
que le precedieron! Por lo que hace á sus coetáneos, que emprendieron
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