Historia de la literatura y del arte dramático en España, tomo II - 16

Total number of words is 4650
Total number of unique words is 1507
31.5 of words are in the 2000 most common words
46.5 of words are in the 5000 most common words
54.9 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
con él la misma senda, es lícito dudar si, á pesar de sus talentos
sobresalientes, habrían fijado de una manera tan irrevocable el espíritu
y la forma del drama, como él lo hizo. Sólo sus facultades poéticas y
creadoras, juntamente con su fecundidad, que supo revestir de formas tan
variadas é infinitas sus ideas originales sobre la poesía dramática,
pudo influir decididamente en la dirección del gusto de los españoles en
el arte escénico, de tal manera, que no se conociese otra en el espacio
de medio siglo. Y en este sentido hemos de denominar sin escrúpulo á
Lope de Vega fundador del teatro español, y considerar como obra suya al
drama español en todas sus modificaciones. Conviene recordar ahora los
caracteres más generales de este drama, ya indicado, así como sus
formas, puesto que, á lo dicho entonces y con referencia á ello,
añadiremos ahora diversos puntos más concretos, relativos al arte
dramático de Lope de Vega.


CAPÍTULO XI.
Caracteres generales de la poesía dramática de Lope de Vega.

Si hubo alguna vez un poeta, á quien su nación no sólo debe un drama,
sino una literatura dramática completa, lo fué, sin duda, nuestro
español. Habíale dotado la naturaleza, no sólo de aquella perfecta
armonía de todas las facultades del alma, germen del arte, que es la
flor más bella del espíritu humano; no sólo poseía todas las dotes, que
son tan necesarias al eminente poeta lírico y épico como al dramático,
espíritu flexible y vigoroso, facilidad de penetrar profundamente en la
naturaleza y la vida humana, sensibilidad ardiente y variada, elevación
de la fantasía y de la inteligencia, sino que le adornaban además en
supremo grado todas las prendas que caracterizan á los grandes
dramáticos, como el conocimiento más profundo de los hombres y de sus
inclinaciones, el sentido más perspicaz para comprender las pasiones,
sus causas y efectos, juntamente con inagotable imaginación é inventiva,
delicada reflexión y el tranquilo y penetrante golpe de vista necesario
para trazar y desarrollar un plan dramático. No sin intención nos hemos
propuesto realzar este concurso de las facultades poéticas más diversas,
puesto que, si como se ha observado con frecuencia, el drama constituye
la fusión orgánica de la epopeya y de la lírica, el poeta dramático ha
de reunir, en su acepción más elevada, todos los caracteres propios del
lírico y del épico. Y así se comprende que en el arte dramático de Lope
de Vega, se perciba la diafanidad, la claridad más sin mancha y la
tranquila exposición de la epopeya, con la pasión lírica que se apodera
del corazón, y lo conmueve y domina, apareciendo ambas cualidades en la
escena en un organismo plástico y perfecto, y en acción ó fábula rápida
y no interrumpida. Este genio extraordinario, sin esfuerzo, y como
jugando, parece haber producido la más difícil de las formas poéticas,
cuando naciones y siglos enteros se han afanado inútilmente en poseerla.
Sus creaciones sin número son tan completas, tan bellas, é hijas tan
legítimas de una necesidad interior, que deberíamos creer que no las
produce el poeta, sino la misma naturaleza. Pero es bien sabido que
esta aparente naturalidad, como se puede observar en las obras más
sublimes de la poesía y del arte, es justamente el resultado de la
constitución orgánica más perfecta, y del conjunto armónico, que forma
su punto más culminante.
En pocas palabras expresa Lope de Vega su opinión acerca de la esencia y
objeto del drama: «El drama, dice, ha de representar las acciones
humanas y pintar las costumbres de su siglo;» y esto es, en efecto, en
su significación más elevada, lo que se refleja en sus obras: de ninguna
manera debe de copiar la naturaleza ni la realidad ordinaria, sino
ofrecer una imagen poética de la vida humana, tan elevada como profunda;
una exposición poética de los fenómenos, hechos y acontecimientos, que
más se distinguen en la naturaleza y en la historia; y el drama, en
verdad, ha de presentar á los ojos del espectador tan inmediata y
realmente las acciones y sucesos, á que han de dar origen los caracteres
por una causa interna, que ha de imaginarse que la fábula, más que
fábula, es una verdad. El objeto principal del drama, según se desprende
de tales asertos, es el de guiar á los hombres al conocimiento de sí
mismos, manifestándoles las causas y efectos de sus actos, mostrarles el
eterno principio de todos los fenómenos de la existencia, é ilustrarlos
en las varias relaciones que hay entre las cosas divinas y las humanas.
Sólo este propósito moral se halla de acuerdo con la poesía, puesto que
del fin, también moral del drama, con arreglo al cual las faltas de cada
uno han de llevar siempre su castigo merecido, y del deseo de dar en el
teatro lecciones de sabiduría infantil, y aprender en cada drama una
máxima de prudencia para aplicarla después en el hogar doméstico, nada
sabían felizmente ni nuestro poeta ni su siglo.
Observando tales principios, Lope de Vega ofrece en sus composiciones
dramáticas un rico cuadro de acciones, sucesos y relaciones sociales, de
motivos, determinaciones y sentimientos que caminan á un fin concreto,
formando cadena necesaria de causas y de efectos. Sus obras abrazan los
asuntos más varios, y se proponen desarrollar una exposición de todos
los instantes de la vida, presentando en su vasta extensión el gran
cuadro del mundo. La fábula (en su acepción más extensa, esto es, la
trama completa de sucesos externos y de móviles internos) aparece
siempre en primer término, y nunca intenta desenvolver una máxima
aislada ni un principio determinado; pero el conjunto aparece uno por el
lazo de la intención poética, que constituye el centro ó eje de la obra,
y le imprime unidad, necesaria en todas las producciones del arte. Esta
idea fundamental de fijar un foco, del cual se desprenden todos los
radios de su exposición, la desarrolla el poeta con seguridad perfecta,
manifestándose en la misma intriga, en las situaciones y caracteres, en
una palabra, en todo el curso de la fábula.
Para convencerse de la influencia, que tuvo Lope de Vega en afirmar en
su terreno propio el arte dramático español, basta comparar la forma de
su diálogo con la de sus predecesores. Si consultamos las obras de Juan
de la Cueva y de Virués, á las cuales siguen inmediatamente las suyas,
¡cuán inflexible nos parece el estilo de los primeros, y cuán poco
apropiado al que exige el drama! Sus personajes pronuncian discursos
inmoderados; extiéndense en pomposas pinturas y declamaciones: pero su
lenguaje no se ajusta á las circunstancias y á los caracteres de los
interlocutores: ignoran las gradaciones y transmisiones delicadas,
confundiendo con lo sublime lo vulgar; apresúranse cuando debieron
caminar lentamente, y al contrario, pierden el tiempo sin mesura cuando
se necesitaba gran celeridad y movimiento. ¡Cuán de otra manera sucede
en las comedias de Lope! ¡Qué oportunidad y encadenamiento en sus
diálogos! ¡Cómo se acomodan las palabras de los personajes á sus
caracteres especiales! ¡Cómo sigue el curso de la acción! ¡Cómo varía á
cada instante! ¡Cuán firme es, y al mismo tiempo cuán movible! Por
último, ¡con qué maestría se subordinan á la dramática la épica y la
lírica, hasta en las ocasiones, en que más derecho tendrían á la
independencia!
Sabemos que Lope, acérrimo adversario del gongorismo, se alababa de ser
_un escritor llano_, esto es, de usar estilo natural y sencillo[188]. A
pesar de ello, se le ha atribuído el defecto de emplear un lenguaje
hinchado y prolijo. Verdad es que se encuentran á veces en sus obras
atrevidas y exageradas metáforas, giros dialécticos demasiado sutiles,
comparaciones é imágenes, que excitan la extrañeza de los extranjeros.
Menester es, sin embargo, no olvidar que la riqueza de las imágenes y de
las comparaciones, y la propensión á las antítesis y refinados
pensamientos, son propiedades íntimamente unidas á la esencia del idioma
español. Ya provenga del influjo de los árabes, ya de una inclinación
natural del espíritu del pueblo, ello es, que aparecen esas cualidades
en los albores de la literatura castellana: hállanse en los antiguos
romances; los cancioneros ofrecen numerosos ejemplos, y en _la
Celestina_ se observa, que el afán de hacer alusiones y rebuscadas
comparaciones se había ya introducido en el siglo XV en el lenguaje
ordinario[189]. Téngase además en cuenta, que en los países meridionales
se propende á las exageraciones y á las comparaciones disparatadas. ¿No
llaman la atención, á quien trata y conversa con españoles, las
singulares metáforas é hiperbólicas expresiones, de que usan á menudo en
su lenguaje? Un mancebo llama al objeto de su amor _clavel de mi alma_.
Cualquier doncella lista y avispada se llena de placer, cuando se la
dice que _va derramando la sal_. Quien saborea el vino y quiere expresar
su excelencia, dice que _le sabe á gloria_. Un labrador manchego, á
quien se le preguntó durante la guerra de la Independencia por el número
de tropas que defendían el paso de Sierra-Morena, replicó: _Un medio
mundo delante; un mundo entero detrás, y en el centro la Santísima
Trinidad_. En la prosa de Cervantes, que pasa por ser modelo de
sencillez y naturalidad, se encuentran muchas frases parecidas, de uso
común y corriente, y Lope no hubiese representado con fidelidad las
costumbres de su patria, si no hubiera incluído en sus dramas tales
maneras de hablar. Por lo que hace á los _concetti_, semejantes á los de
los marinistas italianos y á las expresiones ampulosas ó rebuscadas, que
á veces se observan en sus obras, es preciso advertir que se ponen casi
siempre en los labios de personajes ridículos, como petimetres,
coquetas, amantes despreciables, ó en los del gracioso para hacer reir á
costa de sus señores ó señoras. Fuera, pues, de lo dicho, hay poco
enfático é hinchado en sus obras, y aun calificándole de defectuoso y
censurable, no obsta para que afirmemos que Lope mostró el mayor cuidado
en el manejo de la dicción poética. Su versificación es de maravillosa
armonía, fácil y elegante; su estilo (prescindiendo de algunos lunares
que lo deslustran, y que en parte han de atribuirse á las defectuosas
impresiones de sus obras) es asimismo natural y tan acomodado á su
objeto, como noble, bello y enérgico. Emplea todas las modulaciones que
existen en su idioma, y sabe expresar los tonos que llegan más
profundamente al corazón, ó revestir de los más gratos colores á las
narraciones y pinturas descriptivas, ó ayudar al ingenio más sutil á
solazarse con juegos de palabras, ó, por último, prestar palabras
propias al torrente arrebatador de las pasiones. Su predominio en los
medios técnicos de exposición aparece así en el diálogo ordinario, que,
sin embargo, se distingue del común y vulgar por un ligero tinte
poético, como en el calor vehemente de la elocuencia. Sabe emplear las
imágenes y frases más familiares sin ser trivial ni prosáico, y las más
insólitas sin faltar á la precisión ni pecar tampoco de ampuloso. ¡Con
qué facilidad y tersura discurre en sus romances, y cuán dulcemente se
mueven, como arroyuelos de clarísimas aguas; pero, al mismo tiempo, con
cuánta pujanza corren en los momentos más críticos, iguales al torrente
que atraviesa escarpadas rocas! ¡Con cuánta animación y cuánta vida; con
cuánta gracia y delicadeza se transforman sus redondillas y décimas, ya
en réplicas y contrarréplicas, ya en amorosas quejas, ya en juegos
burlescos y caprichosos! ¡Qué encanto tan armonioso el de sus liras y
silvas! ¡Y con cuánta majestad se ostentan sus octavas, canciones é
imitaciones italianas!
Además del defecto antes citado, suele también atribuírsele comunmente
el de hacer alarde de falsa y extemporánea erudición. Alúdese, sin duda,
á sus referencias á la mitología y á la historia antigua, no siempre
oportunas en sus obras. Conviene no olvidar, sin embargo, que, entre los
españoles, como entre los demás pueblos románicos, se ha conservado
siempre vivo el recuerdo de la antigüedad. Hoy mismo maravilla á los
viajeros la frecuencia, con que hasta los aldeanos y rústicos españoles
hablan de Venus, del Amor, de Baco y de los demás Dioses del gentilismo.
En el siglo XVII, según consta de diversos testimonios, se hallaba muy
extendido el conocimiento de la antigua mitología. De la misma suerte
que los grandes celebraban sus fiestas con representaciones mitológicas,
y que Felipe IV (como se verá más adelante) evocaba á su rededor en
solemnidades y suntuosas funciones el antiguo mundo de los Dioses, así
también la clase media, y hasta el pueblo de los campos, rivalizaba con
aquéllos en sus fiestas acudiendo á tan ingeniosas ficciones, aunque sin
el lujo de las clases más elevadas. No es dable, por tanto, considerar
como una falta de nuestro poeta el emplear imágenes de la vida real de
su época, ni tildarlo de afectado, cuando hasta en los labios del pueblo
pone comparaciones mitológicas y otras alusiones de esta especie. No
diremos por esto que no le hubiese favorecido más omitir las citas, que
á veces se encuentran en sus obras; pero la extrañeza, que nos causan á
primera vista, desaparece casi siempre al recordar la reflexión
enunciada.
Si nos hacemos ahora cargo de una de las condiciones más esenciales del
arte dramático, que es la pintura de caracteres, confesaremos también en
esta parte la rara maestría de Lope. Sabemos cuán arriesgadas son las
preocupaciones, con que hay que luchar, para salir airoso en este punto.
Se dice largo tiempo hace que los poetas españoles son superficiales en
la pintura de caracteres, y se les atribuye el hábito de adoptar formas
características generales, que, según se asegura, ocupan en su poesía el
lugar de los individuos. Pero sucede también con frecuencia, que una
decisión de esta especie, por absurda que sea, se copia en muchos libros
y pasa de unos escritores á otros, sin que ninguno se tome el trabajo de
examinar con cuidado si es ó no fundada. «El vejete, leemos nosotros; el
galán apuesto, la elegante dama, el criado, la doncella, aparecen en
todas las comedias españolas como personajes indispensables y
perpetuos.» ¿Quién no creerá, al oir esto, que, á semejanza de la
_commedia_ italiana _dell'arte_, el drama español usa también sus
máscaras determinadas, moviéndose en tan estrecho círculo? La verdad es,
sin embargo, que las expresiones copiadas indican en el lenguaje
dramático español clases enteras, como cuando hablamos de héroes,
enamorados, intrigantes, etc., ó las edades de los personajes que
intervienen en la acción. La palabra _vejete_ no expresa tampoco, en
general, el anciano, sino el viejo ridículo, que bulle frecuentemente en
las comedias; _barba_, el hombre de edad provecta; _galán_, el caballero
joven, y _dama_, la señora de las clases más principales. De caracteres
fijos y necesarios no hay que hablar, por consiguiente, puesto que en
los personajes de las clases, que se distinguen con este nombre en las
comedias, puede tener cabida la mayor variedad de individuos. Tan justa
sería esa crítica como achacar también á Shakespeare uniformidad y
defecto de caracteres individuales, porque ofrece en la escena con
repetición héroes, amantes, etc.
Por lo demás, debe sorprendernos que los escritores, que censuran por
esta causa á los poetas dramáticos españoles, encuentren siempre en
ellos algo bueno que celebrar, puesto que, según nuestras ideas, no se
concibe el arte dramático sin pintura de caracteres, ni sin el
desenvolvimiento de la fábula, con arreglo á sus personajes. Este
defecto, de que ahora tratamos (si no se funda en una noción del objeto
tan superficial como incompleta), parece provenir de una falsa idea de
lo que significa la característica en el drama. En las épocas en que la
fuente viva de la poesía se deslizaba con trabajo, y se esforzaban los
hombres en componer obras poéticas, en virtud de una operación del
entendimiento, se ocurrió la singular especie de considerar la pintura
de caracteres como el fin principal de la poesía dramática. Y de aquí el
peregrino propósito de exponer cada personaje analíticamente ante los
ojos de los espectadores, y ofrecerlo en sus elementos, á modo de
operación química, cuyo conjunto se suponía constituir su esencia; los
personajes, que intervenían en la acción, ó más bien dicho, que hablaban
en ella, se presentaban ordenados como los insectos en el microscopio,
para que se examinasen bajo los distintos aspectos de su personalidad, y
ostentaban en monólogos sin fin catálogos de todas las virtudes y
vicios, cualidades y afectos: he aquí la que formaba las llamadas piezas
de carácter, por largo tiempo tan celebradas. Pero se comprende sin
esfuerzo que la razón nunca puede transformarse en potencia creadora, y
que de todos los materiales acumulados para constituir un tipo
característico, nunca resulta un individuo vivo y perfecto; sólo se
presentan á nuestra vista máscaras muertas, que, tras penosas
tentativas, parodian todos los rasgos de la vida, aunque sin lograr que
la imaginación crea en su existencia real. Pero este amaneramiento de
descomponer las cualidades de los personajes, y hacer un fatigoso alarde
de sus cualidades y pensamientos, es incompatible por completo con la
esencia y objeto de la poesía dramática. La característica no existe por
sí en el drama, sino como esclava de la intención poética: sería
insufrible en cualquiera composición una pintura general y prolija de
los caracteres de los personajes. Un conjunto de éstos, en el cual cada
fisonomía apareciese con sus rasgos especiales, sería, por lo demás, tan
defectuosa, como si el pintor colocase en primer término todos los de su
cuadro, marchando á compás y por orden. Tan censurable es, por otra
parte, el método de representar caracteres por medio de reflexiones
extensas y de confesiones propias, y el arte del maestro consiste
principalmente en inspirar animación y vida en los rasgos de sus
creaciones, valiéndose sólo de algunas pinceladas. Es deplorable que los
desventurados ensayos dramáticos, que se han visto en nuestros teatros,
hayan producido tales extravíos estéticos, que nos veamos obligados á
perder el tiempo hablando de cosas tan sencillas y obvias.
En la agrupación y arreglo de los personajes que intervienen en la
acción; en el claro-obscuro indispensable, en el arte de representar
caracteres reales, con sus actos y situaciones, y de trazarles el
espacio suficiente, que exige el fundamento y ciencia de la composición,
creemos que Lope ha llegado á tal altura, que difícilmente podrá ser
alcanzada. La prolijidad, con que nos ofrece sus personajes; los rasgos
individuales con que los distingue, se ajustan siempre al fin poético
que se propone en cada obra. Cuando su objeto es simbólico ó alegórico,
como sucede á menudo en sus composiciones religiosas, prescinde de lo
característico, y sus personajes aparecen como símbolos de ideas
generales, como representantes de facultades determinadas del alma.
También en las piezas, en que predomina la intriga ó el influjo de
causas accidentales externas, se nos ofrecen sus personajes comunmente
como tipos de clases ó especies; y con razón, á la verdad, puesto que en
ellas forma la existencia de causas externas poderosas el punto céntrico
del interés, y se distraería la atención de los espectadores apelando á
la pintura inútil de los caracteres. Asimismo hay que tener en cuenta
que se trata de una nación, cuyas creencias, educación, costumbres y
conveniencias ejercen en la vida grande influjo, imprimiendo en lo
accidental un carácter genérico, que aletarga hasta cierto punto lo
individual, manifestándose sólo en determinadas ocasiones. Cuando el
poeta se propone tan sólo representar las cosas y los fenómenos
relativos á ella, traza únicamente los rasgos más próximos y generales;
pero, ¡con cuánta frecuencia, cuando la necesidad ó la oportunidad lo
exigen, nos sorprende la delicadeza con que diseña al individuo! Por
último, y como acontece en un gran número de sus comedias, cuando la
vida en las circunstancias externas, que la constituyen, no es el objeto
del poeta, sino que intenta representarla en todas las relaciones y
alternativas, que pueden ofrecerse, empleando así las determinaciones
internas como los sucesos externos, desenvuelve Lope su talento eminente
para la característica, un profundo conocimiento de los hombres, y una
singular penetración para comprender las pasiones con sus causas y con
sus efectos. Sabe descubrirnos los abismos más recónditos del corazón;
guiarnos por sus más ocultas sendas; revelarnos todas sus simpatías y
antipatías; retratarnos todas sus modificaciones y estados de la manera
más elocuente, con la particularidad de que los rasgos aislados de que
se vale, constituyen una imagen completa y un individuo vivo y distinto.
Todos los linajes y edades de los hombres, desde el niño hasta el
anciano; todas las clases, desde el rey y los grandes hasta los bandidos
y mozos de cordel, se mueven en sus obras en virtud de su propia fuerza,
y todo personaje no es, por cierto, el representante de una clase, sino
que se distingue por su carácter original, trazado indeleblemente por su
imaginación. La seguridad, la lozanía, la naturalidad y la verdad, con
que sabe imprimir su especial colorido en los más interesantes de sus
comedias, es sólo una muestra de su vasta capacidad para distribuir
entre ellos el color, para arreglarlos y agruparlos, de suerte que
formen realmente el centro del conjunto.
A medida que el plan del drama lo exige, nos va ofreciendo sus
cualidades y las varias situaciones de su espíritu, esto es, lo que se
comprende bajo de la idea general del carácter, ya realzándolo
artificiosamente, ya presentándolo á nuestra vista para que seamos
testigos de su progresivo desenvolvimiento. Con enérgicos rasgos,
parcamente distribuídos, sabe trazar también los caracteres de los
personajes subalternos, pero con contornos correctos y existencia
independiente. Y lo que es más esencial, puesto que forma la parte más
importante de la poesía dramática, lleva al espectador al paraje
céntrico, desde el cual columbra en el conjunto su verdadera
perspectiva, y contempla todo el círculo de los esfuerzos hechos por los
personajes que intervienen en la fábula, y el resorte más íntimo que la
produce. De esta suerte el espectador conoce el secreto de los partidos
que se combaten, y no sólo sabe sus propósitos, sino los móviles que los
inducen á obrar; y colocado en el foco de estos manejos, participa de
sus temores y esperanzas, alegrías y dolores, y sin embargo, en más
elevada situación, contempla desde ésta con ojos imparciales sus
pasiones y mudanzas de ánimo. Si el poeta obliga, pues, así al público,
ya á declararse por éste, ya por el otro personaje, y á considerar las
probabilidades de buen ó mal éxito de sus planes, logra iluminarlo en el
más alto grado y excitar su interés, moviéndolo, en efecto, hasta tal
extremo, según testifican sus contemporáneos, que hubo ocasiones en que
se interrumpió la representación por la parte que tomaron en ella los
espectadores.
Algo más fundada es la censura, que se hace de algunos caracteres de
Lope, que cambian de repente sin causa justificada, sobre todo al
finalizar las comedias. No puede negarse, seguramente, que á veces así
acaso suceda por la precipitación del poeta. Adviértase, no obstante,
que tales cambios inesperados de carácter en personajes, trazados por lo
demás con nimio esmero y atención, son tan comunes en las comedias,
romances y novelas españolas, que es preciso atribuirlo á la índole
especial del pueblo, que sirve de tipo á estos retratos. Los habitantes
del Norte no pueden formarse una idea de la viveza, irritabilidad y
movilidad suma de las facultades del alma de los españoles; sus
decisiones son rápidas como el rayo; sus pasiones son resueltas y
pertinaces en lograr su fin, y cuando éste es imposible, no oyen, sin
embargo, los consejos de la razón. Los sentimientos más opuestos brotan
en su pecho, sin ofrecer las gradaciones que entre nosotros, y junto al
hielo más endurecido yace el fuego más violento. Con tanta facilidad
pasa el español del amor más ardiente al odio más intenso, como si
hubiese bebido en la fuente de la fábula de Ariosto. Su honor puntilloso
le obliga á esgrimir armas mortíferas contra los seres que más ama en el
mundo, y por igual razón puede concentrar en su ánimo los arrebatos de
su pasión, ó mostrarse indiferente en la apariencia. Así comprendemos
sin esfuerzo el desarrollo de muchos dramas españoles, que á los
observadores superficiales parecerá acaso inmotivado; y ciertos cambios
repentinos en los caracteres de los personajes, que á primera vista se
atribuirían á extravagancia de sus poetas, nos los explicamos como otros
tantos rasgos ocultos del carácter nacional.
Lope muestra especial predilección en retratar al bello sexo. Cierto que
pocas veces se habrán congratulado las mujeres de tener en su favor á
poetas de este rango. Agrádale realzarlas con colores ideales: quizás
ninguno ha pintado con más ardor, con más vida ni verdad la fogosa
adhesión, la firmeza y la energía, de que es capaz una mujer enamorada;
nadie ha descubierto con tanta delicadeza el laberinto del corazón del
bello sexo, y las diversas sendas que el amor recorre, desde la primera
y débil simpatía de su alma, hasta la abnegación más heróica y el más
vivo fuego de la pasión. Nada, por lo contrario, más opuesto á nuestro
poeta que perderse en vagas abstracciones, ú ofrecernos sus damas como
personificaciones generales de vano entusiasmo y de afán por
sacrificarse. Lo natural, lo puramente humano de tales creaciones,
constituye su principal encanto. Verdad es que varía hasta lo infinito
el círculo en que se mueve su personalidad: no sólo nos presenta todas
las clases, desde la reina hasta las mujeres más desventuradas por su
vida licenciosa, sino todos los tipos posibles, comprendidos en aquellas
clases; así no ha vacilado en pintar con enérgicas pinceladas los
extravíos en que incurre la mujer, y las intrigas y traiciones á que
apela. _La Reina Juana de Nápoles_ es la mujer varonil, ebria de placer
y crueldad, que traspasa todos los diques impuestos á su sexo; en _El
Anzuelo de Fenisa_ y en _El Arenal de Sevilla_, son las protagonistas
cortesanas vulgares. En _El Rufián Castrucho_ y en _El Caballero de
Olmedo_ observamos dos astutas alcahuetas, cuyos tipos son de verdad
maravillosa. La delicadeza, con que sabe tratar estos asuntos, merece
tanta alabanza, como el buen sentido, de que hace alarde (por ejemplo,
en _El Castigo sin venganza_ y en _El Animal profeta_), no vacilando en
describirnos el adulterio y el incesto.
Un tipo de carácter, que se repite en las obras de Lope bajo diversas
formas, es el de una mujer apasionada, resuelta y pronta á ejecutar las
acciones más temerarias. Su _Varona castellana_ esgrime la espada como
una segunda Bradamante; su _Moza de cántaro_ recurre al puñal para
defender su honor. _La Villana de Getafe_, _La Serrana del Tormes_ y la
heroína de _Los Donaires de Matico_, urden las más osadas intrigas y
traiciones. En las dos últimas, y en algunas otras de Lope, se
encuentra la invención, tan repetida después en el teatro español, de
una dama que se disfraza con vestidos de hombre para seguir á su amante,
ó para desbaratar los planes de los desleales. Nuestro poeta, sin
embargo, no comete los abusos en que después incurrieron otros
dramáticos de su país, manejando con cordura esta fuente de las
situaciones más interesantes.
Particular admiración excitó Lope en sus contemporáneos por su arte en
representar las clases más bajas de la sociedad, como rústicos,
aldeanos, pastores, etc. En efecto; es de lo más notable su habilidad en
esta parte, de lo cual parece haber estado convencido él mismo, puesto
que nunca pierde ocasión de ofrecernos estos personajes, y de intercalar
á veces pequeños idilios de este linaje en sus dramas históricos y
religiosos, aun interrumpiendo el curso de la acción. La gracia, la
serena inocencia é infantil sencillez de estos cuadros; el interés
vario, que en ellos imprime; su naturalidad, jamás desprovista de
colorido poético, encantan siempre de nuevo al espectador, aunque se
repitan con frecuencia. Ya nos ofrece una rústica pasión con inimitable
frescura y agrado; ya la sencillez y franqueza de los campos; ya, por
último, nos deleita por los contrastes que traza entre la vida rural y
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - Historia de la literatura y del arte dramático en España, tomo II - 17