Historia de la literatura y del arte dramático en España, tomo II - 12

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dominador y creador del teatro español por espacio de medio siglo, ha de
ser para nosotros la más importante, y merece, sin duda, de nuestra
parte, que le consagremos la atención más completa y perfecta que nos
sea posible. _La fama póstuma_, de Montalván, es más bien un apologético
que una biografía, en el cual se entretejen algunas noticias biográficas
falsas; no menos defectuoso y escaso es lo que nos dice D. Nicolás
Antonio en su _Biblioteca nova_, y Sedano en _El Parnaso español_,
repetido después en forma de extracto por Bouterweck y Díez; Lord
Holland, por último, añade nuevos errores á los antiguos en un libro
sobre Lope de Vega. Cuanto expondremos á continuación, fundado
principalmente en las indicaciones, que se hacen en las obras de este
poeta[135], rectificará, á la verdad, algunos puntos, y hará resaltar
otros, que hasta ahora han pasado desatendidos, pero sin pretender por
esto que se considere un estro trabajo como una biografía acabada. Sólo
examinando los documentos relativos á la vida de Lope de Vega, que acaso
existan en las bibliotecas y archivos de España, se desvanecerán ciertas
dudas y se llenarán las lagunas que se observan, sobre todo si algún
español, tan laborioso y perspicaz como Navarrete, hace por Lope de
Vega lo que él hizo por Cervantes.
El solar de los Vegas, en el valle de Carriedo, de Castilla la Vieja,
fué la residencia de la familia del mismo nombre, que pretendía remontar
su origen á la más remota antigüedad, y hasta estar emparentada con el
fabuloso Bernardo del Carpio. Tales pretensiones de antigüedad eran
entonces comunes á todos. Sus bienes de fortuna, sin embargo, no corrían
parejas con su orgullo genealógico. Un individuo de esta familia,
llamado Félix, abandonó su hogar por buscar fortuna en el extranjero, y,
aunque ya casado, contrajo otras relaciones amorosas, que obligaron á su
esposa, Francisca Fernández, instigada por los celos, á seguirlo hasta
Madrid, reconciliándose después ambos esposos[136]. El fruto de esta
reconciliación fué nuestro Lope Félix de Vega Carpio[137], que nació el
25 de noviembre de 1562, en Madrid, día de San Lupo, arzobispo de
Verona. No fué éste el único hijo de dicho matrimonio, puesto que
tenemos noticia de la existencia de una hija, llamada Isabel[138], y de
otro hijo, que después entró en el servicio militar[139]. Montalván
cuenta maravillas del precoz ingenio de Lope, á los dos años era
extraordinario el brillo de sus ojos, anunciando su talento prodigioso;
á los cinco sabía ya leer en castellano y en latín, y cambiaba poesías,
escritas por él, por las estampas y los juguetes de sus compañeros[140].
Asegura también, que apenas sabía hablar cuando componía versos, y con
este motivo compara sus primeros ensayos poéticos á los informes gorjeos
de las avecillas en sus nidos[141]. A los once y doce años escribió
comedias de cuatro actos y cuatro pliegos, puesto que cada acto llenaba
un pliego[142]. Parece, sin embargo, que de estos primeros ensayos no ha
llegado nada hasta nosotros. Cierto es que en el tomo XIV de sus
_Comedias_ se encuentra una titulada _El verdadero Amante_, la cual,
precedida de las palabras _primera comedia de Lope de Vega_, podría
acaso autorizarnos para que la consideráramos como una de las
mencionadas, compuesta á los once ó doce años; pero verosímilmente es
posterior en algunos años, puesto que el poeta, en la dedicatoria á su
hijo Lope, que la antecede, del año de 1620, dice que la ha escrito á su
edad, y en aquella época, como después veremos, debía tener el joven
Lope trece años á lo menos. Añádase á esto la circunstancia de que está
dividida sólo en tres actos, aun cuando pudiera explicarse suponiendo
que se había refundido más tarde en esta forma. Distínguese únicamente
por la belleza de la versificación, mereciendo por su indudable
antigüedad, la mayor de todas las suyas que nos ha conservado el tiempo,
que, como obra de tan eminente poeta, le consagremos preferentemente
nuestra atención. El mismo Lope le llama ensayo grosero, aunque cuenta
que obtuvo aplausos. Es un drama pastoril, más bien por los nombres de
los personajes que por su acción y sus efectos, por cuyo motivo se
diferencia por completo del mundo bucólico de Montemayor y de Garcilaso.
Una pastora, llamada Amaranta, cuyo esposo ha muerto, se enamora de otro
pastor denominado Jacinto; pero como éste la desprecia por otra, lo
acusa aquélla del asesinato de su esposo, para forzarlo á elegir entre
su mano ó la muerte; el pastor permanece fiel á su amada en trance tan
mortal, hasta que Amaranta, conmovida de su firmeza, retira la
acusación. El enredo, según se recuerda fácilmente, se asemeja al de _La
Estrella de Sevilla_, y se funda, como él, en una costumbre de la Edad
Media, con arreglo á la cual el asesino se entregaba á los parientes del
asesinado para que lo castigasen ó perdonasen.
No nos faltan noticias de la juventud de Lope, pero sí datos exactos y
concretos para ordenar seguida y cronológicamente los sucesos de su vida
y sus épocas principales. Fácil es, en verdad, como se ha hecho hasta
ahora, prescindir de esta falta de cohesión y enlace, y forjar,
valiéndose de conjeturas y de hipótesis arbitrarias, y utilizando las
indicaciones aisladas y parciales que existen, una cadena aparentemente
aceptable de los acontecimientos más culminantes de su existencia; pero
siempre será lo más seguro coordinar primero las diversas noticias de
ésta, absteniéndonos de cimentar su clasificación cronológica en base
tan instable como la de meras presunciones, excepto en el caso de que
aparezca clara é indubitable de los datos que poseemos.
El padre de Lope era amigo íntimo del señor D. Bernardino de Obregón, y,
como él, hacía con ferviente celo obras de caridad y misericordia;
asistía en los hospitales á enfermos y pobres, y ejercitaba á sus hijos
en prácticas tan piadosas[143]. Consta de _El Laurel de Apolo_ que era
también poeta, y no hay dificultad en imaginar que su ejemplo despertó
hacia la poesía la precoz inclinación de su hijo, á no ser que se
deduzca del pasaje citado, que él mismo no descubrió el talento poético
de su padre hasta después de su muerte.
Nuestro Lope recibió su primera instrucción en las escuelas de Madrid.
Montalván refiere una anécdota que caracteriza el genio inquieto de este
mancebo. Arrastrado de su deseo de ver el mundo, huyó de la capital en
compañía de uno de sus amigos, que se llamaba Hernán Muñoz. Los jóvenes
aventureros, sin embargo, no habían hecho bien sus cálculos pecuniarios,
y se vieron forzados á vender una mula, aunque de nada les sirviera,
puesto que en Segovia quisieron desprenderse de algunas alhajas; el
platero, á quien intentaron venderlas, creyó que las habían robado y
fueron encerrados en la cárcel, hasta que el Corregidor sospechó
felizmente la verdad del caso, y los obligó á volver á Madrid de nuevo.
Lope perdió pronto á sus padres, aunque no se sepa fijamente en qué año;
pero sí que, viviendo ellos y muy joven, entró al servicio de las armas.
Así consta de muchos pasajes de sus escritos, aunque nada de esto digan
sus biógrafos. En la epístola á Antonio de Mendoza escribe los versos
siguientes:
«Verdad es que partí de la presencia
De mis padres y patria, en tiernos años,
A sufrir de la guerra la inclemencia.
Pasé por alta mar reinos extraños,
Donde serví primero con la espada
Que con la pluma describiese engaños.»
El principio de _La Gatomaquia_ que le dedicó el (quizas fingido)
licenciado Tomé de Burguillos, nos ilustra acerca de esta parte de su
juventud, en la cual nadie se ha ocupado hasta ahora[144]. Dícese en
ella que asistió como soldado á una expedición á las costas de África;
_el marqués del mejor apellido_, á que alude, es indudablemente el
marqués de Santa Cruz. Si consultamos á los escritores de la época,
vemos que D. Juan de Austria, al atacar el Norte de África en el año
1573, confió el mando de las tropas enviadas contra Túnez al marqués de
Santa Cruz, que correspondió brillantemente á sus esperanzas en octubre
del mismo año, y en la misma época en que fué también tomada
Biserta[145]. Poco tiempo después cayeron de nuevo Túnez y los demás
puntos conquistados en estas regiones en poder de los turcos[146], y no
se vuelve á tratar más de ninguna otra expedición á estos parajes.
Dedúcese, por tanto, pues, de lo expuesto, que Lope tomó parte en esta
guerra; aún no habría cumplido entonces los doce años, por inverosímil
que parezca que fuese soldado en edad tan tierna. Sin embargo, quien
conoce la historia de la época recordará muchos ejemplos
semejantes[147], debiendo advertir además que en los países meridionales
el desarrollo físico es más rápido que entre nosotros.
Parece que los escasos medios pecuniarios de su familia lo forzaron á
entrar tan joven en la milicia, y que esta misma causa lo obligó más
tarde, aunque no se sepa si en vida de sus padres, á proporcionarse la
subsistencia en las casas de los grandes. En la dedicatoria de _La
Hermosa Ester_ (tomo XV de sus _Comedias_), dice que ha pasado algunos
días de su vida en casa del inquisidor D. Miguel de Carpio, y, según
parece, en Barcelona. Más largo tiempo hubo de servir á D. Jerónimo
Manrique, obispo de Ávila, y después inquisidor general, puesto que en
sus últimos años pronuncia su nombre con la gratitud más ferviente:
«Cuantas veces me toca al alma sangre Manrique, no puedo dejar de
reconocer mis principios y estudios á su heróico nombre[148].» Montalván
añade que el joven poeta compuso para este prelado diversas églogas, y
el drama pastoril _Jacinto_, y que esta obra dramática es la primera
escrita en tres actos; pero el mismo Lope atribuye esta minoración, que
había de convertirse en ley, al poeta Virués, y antes de ahora hemos
visto que Cervantes se alaba también de este mérito, no grande en
verdad. Lope asistió en seguida á la universidad de Alcalá, en donde
estudió filosofía y matemáticas cuatro años largos[149]; pero estas
ciencias no le agradaron, consagrándose á las secretas, y «siendo
conducido por Raimundo Lulio á un intrincado laberinto[150].» Del
prólogo que precede á las poesías de Tomé de Burguillos, parece
deducirse que estudió también mucho tiempo en Salamanca. Recibió el
grado de bachiller para entrar en la carrera eclesiástica; «pero el amor
lo cegó de tal manera, que se olvidó de todo[151].» Es de presumir que
alude á las relaciones amorosas, que tan bien describe en _La Dorotea_,
á lo menos en lo substancial, y que corresponden á la juventud de Lope,
puesto que en otros muchos pasajes de sus escritos, y especialmente en
la segunda parte de _Filomena_, alude á ellas. Los nombres de los
personajes deben de ser supuestos. Expondremos, pues, esta parte de su
vida en sus rasgos más esenciales.
A su regreso á Madrid de la Universidad, y contando diez y siete años,
fué acogido con benevolencia en casa de una parienta rica y espléndida.
En la misma vivía también una doncella joven, llamada Marfisa, con la
cual tuvo amores; pero no duró mucho la ventura de los dos amantes,
porque Marfisa se vió obligada á dar su mano á un abogado viejo, si bien
hizo á su prometido, el mismo día de su casamiento, las más ardientes
protestas de perpetua fidelidad, acompañadas de torrentes de lágrimas.
El corazón de éste era impresionable hasta el exceso, y de aquí que
olvidase pronto su pasión, dominado por otra nueva. Dorotea[152], joven
madrileña, cuyo esposo estaba ausente, y tan lejos que no se esperaba su
vuelta, había conocido á Lope en ciertas reuniones, y le dió á entender
que aprobaba su inclinación; viéronse, en efecto, después los dos
enamorados, pareciéndoles desde el primer instante que se habían
conocido y amado toda su vida. La madre de Dorotea desaprobó, sin
embargo, este compromiso con un mancebo pobre, y se propuso atraer á sus
redes á un extranjero principal, á quien su sagaz hija, no creyendo
conveniente rechazarlo por completo, retuvo con tibios halagos. Diversas
aventuras ocurrieron á Lope con este rival: vióse en continuo peligro de
muerte á causa de sus celosas asechanzas, y se regocijó sobremanera de
ser al fin poseedor exclusivo del corazón de su amada por la ausencia de
Madrid de su competidor. Dorotea le probó su cariño haciendo los mayores
sacrificios; pero su dicha había de durar poco: declaróle un día, con
toda formalidad, que era preciso poner término á sus relaciones, no
pudiendo sufrir más los desaires y hasta los malos tratamientos de su
madre y de sus demás parientes, y las murmuraciones y las hablillas de
la corte. La infortunada joven sólo esperaba quizás oir una palabra
amorosa de los labios de su amante para declararle que, á pesar de todo,
deseaba ser suya; pero el iracundo Lope, dejándose arrebatar de la
impresión del momento, se alejó para separarse de ella perpetuamente, en
la inteligencia de que era despreciado por un rico americano, llamado
Don Vela, á quien protegían los deudos de Dorotea. Encaminóse, pues, á
Sevilla; pero el mundo le parecía tan sombrío y siniestro como estaba
su alma, figurándosele la bella y populosa ciudad un infierno en brasas.
Su inquietud lo llevó después á Cádiz, y de Cádiz á Madrid. Paseando un
día en el Prado, melancólico, encontró dos damas, callada la una y
envuelta en un velo, y esforzándose la otra en acercársele, en hablar
con él y en averiguar la causa de su tristeza. Lope no tardó en referir
la historia de sus amores, y cuánto había sufrido á la que tanto interés
mostraba hacia él; la tapada comenzó entonces á sollozar y lamentarse en
voz alta, exclamando: «¡Ay, mi bien! ¡Ay, mi Fernando! ¡Ay, mi primero
amor! ¡Nunca yo hubiera nacido, para ser causa de tantas desdichas! ¡Oh,
tirana madre! ¡Oh, bárbara mujer! ¡Que tú me forzaste, tú me engañaste,
tú me has dado la muerte!» Contó después que se había desesperado y
vivido sin consuelo durante la ausencia de su amado; que había hecho
diversas tentativas para quitarse la vida, y cayó al fin en tierra
gimiendo. Lope no estaba menos conmovido, y mezcló sus lágrimas con las
suyas; confesó que había sido injusto, y se reconcilió con ella. Pero
entonces fué necesario el más artificioso disimulo para continuar estas
relaciones, y engañar á los parientes de Dorotea y al celoso Don Vela,
más unido que nunca con ellos. Lope se presentó al obscurecer,
disfrazado de andrajoso mendigo, á la puerta de su amada; una criada
fiel salió de la casa para darle una limosna, y en el pan que le entregó
estaba oculta una carta de Dorotea; después se recostó bajo de sus
ventanas, y fingió dormir, dando tiempo para que ella bajase á la reja
sin ser sentida y entablasen ambos amoroso diálogo. Pero los misterios
del corazón son por demás extraños; pronto varió Lope de sentimientos,
como nos lo dice de esta manera:
«No me parece que era Dorotea la que yo imaginaba ausente, no tan
hermosa, no tan graciosa, no tan entendida; y como quien, para que una
cosa se limpie la baña en agua, así lo quedé yo en sus lágrimas de mis
deseos. Lo que me abrasaba era pensar que estaba enamorada de Don Vela;
lo que me quitaba el juicio era imaginar la conformidad de sus
voluntades; pero en viendo que estaba forzada, violentada, afligida, que
le afeaba, que le ponía defectos, que maldecía á su madre, que infamaba
á Gerarda, que quería más á Celia, y que me llamaba su verdad, su
pensamiento, su dueño y su amor primero, así se me quitó del alma aquel
grave peso que me oprimía, que vían otras cosas mis ojos, y escuchaban
otras palabras mis oídos, de suerte que cuando llegó la hora de
partirse, no sólo no me pesó, pero ya lo deseaba.»
Su resolución de romper con ella, maduraba más cada día: aunque Dorotea
prefiriese á Lope, no se oponía decidida y abiertamente á las
pretensiones de Don Vela, y sus relaciones con éste inspiraban, cuando
menos, á su amante celosas dudas; añádanse á esto muchos disgustos
insignificantes, y, por último, el influjo del amor á Marfisa, que se
despertó de nuevo en el corazón de Lope, puesto que hacía largo tiempo
que le había dado las más tiernas pruebas de afecto. Rompió, pues, por
completo con Dorotea, á quien atormentaron los más rabiosos celos,
sufriendo á poco nueva aflicción con la muerte de Don Vela, ocurrida
después de aquel suceso; á la conclusión de la obra, que lleva su
nombre, manifiesta su propósito de entrar en un convento, puesto que su
esposo había muerto en este intervalo. Las relaciones de Lope con
Marfisa no hubieron de durar mucho, constándonos que ella se casó
después de nuevo. Parece que, terminados estos amoríos, entró otra vez
en el servicio militar, aunque por poco tiempo. Sírveme de fundamento
para creerlo un pasaje de la poesía _El Huerto deshecho_, en que dice
haber visitado, sable en mano, á los orgullosos portugueses en la isla
Tercera[153], lo cual ocurrió en 1852 ó 1853. Felipe II había sometido
á su cetro á Portugal, después de la muerte del cardenal Enrique; pero
D. Antonio, prior de Ocrato, y uno de los pretendientes al trono de
Portugal, había sabido captarse la protección de Francia é Inglaterra y
encontrado en las Azores numerosos y resueltos partidarios. Para someter
estas islas, y para combatir á una flota francesa, que se había dirigido
á aquéllas, fué enviada una escuadra española al mando del marqués de
Santa Cruz, en el año de 1582, consiguiendo en dichas aguas una
brillante victoria contra los franceses el 25 de julio[154]. Pero el
levantamiento de las islas no se ahogó por entero, y de aquí que, en
julio del año siguiente, se dirigiera allá otra expedición á las órdenes
del mismo Marqués, que se apoderó de la isla Tercera y sujetó las
Azores[155].
La inexactitud con que Montalván refiere las relaciones de Lope con
Dorotea, y su silencio sobre la parte que tomó en una de las dos
expediciones mencionadas, pueden suscitar dudas acerca del crédito que
merece su narración en lo demás. Preciso es, sin embargo, acudir á él
para seguir el hilo de nuestra biografía, á falta de otro testimonio más
auténtico, pero con ciertas precauciones, y con el propósito de
completarla con los datos que nos suministre el mismo Lope, y de
rectificarla, si hay contradicción entre unos y otros.
A su vuelta de la Universidad, dice Montalván, entró Lope de secretario
al servicio del duque de Alba. La época, en que esto sucediera, no se
fija con precisión, ni aun se menciona el nombre del Duque, aunque
recordemos al famoso capitán, que sin duda vivía en 1582; pero es de
presumir que fuese su nieto D. Antonio de Toledo, á quien se celebra en
muchas obras de Lope. Para este Duque escribió el poeta su novela
pastoril _La Arcadia_, impresa por vez primera en 1602, pero ó no tan
pronto como Montalván dice, ó hubo de reformarse más tarde, puesto que
alude á sucesos posteriores. _El Canto de Caliope_, de Cervantes, nos
convence, sin embargo, de que ya en 1584 era famoso el nombre de nuestro
poeta.
Montalván continúa la narración de los acontecimientos, que
inmediatamente se sucedieron, de esta manera:
«Después de haber servido Lope largo tiempo al Duque, residiendo ya en
Madrid, ya en Alba, se casó con Doña Isabel de Urbina. La dicha de este
matrimonio desapareció bien pronto por un accidente desagradable. Un
calumniador había afrentado á Lope públicamente; vengóse escribiendo una
intencionada sátira contra él, haciendo reir á los lectores á su costa;
hubieron, pues, de desafiarse, y Lope hirió mortalmente á su adversario.
Vióse obligado entonces á huir á Valencia, en donde residió muchos años.
Cuando pudo regresar á Madrid, encontró á su esposa moribunda. Su
pérdida lo entristeció sobremanera, precipitando su resolución, hasta
entonces no madurada del todo, de entrar de nuevo en el servicio de las
armas, y de embarcarse para Inglaterra con _La Armada_.»
Hay sus razones para sospechar que Montalván confunde aquí varias cosas;
á lo menos su narración no concuerda con las indicaciones que se hacen
en las obras de Lope, alusivas á este período de su historia. Si
intentamos coordinar las últimas, resultará que, después de haber roto
Lope sus relaciones con Dorotea, consagró su amor á otra beldad. Dorotea
y su madre, deseosas de vengarse, se dieron trazas de que la justicia,
vendida á ellas, persiguiese al infiel amante[156]. Quizás se valieron
para lograrlo del pretexto de sus deudas, contraídas por la pérdida de
su fortuna. Fué reducido á prisión, aunque pudo evadirse, encaminándose
á Valencia con su amigo Claudio Conde. Aguardábanlo en esta ciudad
nuevos peligros: Conde, ignorando nosotros la causa, fué encerrado en la
cárcel _de Serranos_, recobrando su libertad después con la ayuda de su
amigo. No se indica cuánto tiempo permanecieron ambos en Valencia; de
aquí se dirigieron á Lisboa, y entraron al servicio militar en la
armada, que Felipe II equipó contra Inglaterra en el año de 1588, al
mando del duque de Medinasidonia[157]. Lope se reunió en esta
expedición marítima con su hermano, de quien estaba separado hacía
muchos años, pero tuvo la desdicha de verlo morir en sus brazos, herido
por una bala enemiga. Montalván dice que, durante esta navegación,
compuso el encantador poema titulado _La Hermosura de Angélica_, la
mejor de sus imitaciones del Ariosto. Lope asegura, en efecto, en el
prólogo, que la escribió en la mar en una expedición de guerra; pero sus
frases dejan adivinar que se refiere á la anterior contra las islas
Azores[158]. Sea de esto lo que fuere, lo cierto parece que _La
Angélica_ se imprimió por vez primera en 1602 con importantes
alteraciones, haciéndose en ella frecuente mención de Felipe III, que
comenzó á reinar en 1598.
Habiendo vuelto á España con los restos de la flota, acaso residió
después largo tiempo en Sevilla y en Toledo (según _La Filomena_, parte
2.ª), regresando luego á Madrid; y si todo ello no es pura ficción,
entonces contrajo también matrimonio con Doña Isabel de Urbina. La
égloga á Claudio desvanece las dudas que sobre este punto pudieran
abrigarse, porque después de describir en ella su expedición á
Inglaterra, y de hablar de una pasión amorosa que entonces lo dominaba,
dice, aludiendo sin ambajes á su difunta esposa:
«¿Y quién pudiera imaginar que hallara
Volviendo de la guerra, dulce esposa,
Dulce por amorosa,
Y por trabajos cara?
* * *
Mi peregrinación áspera y dura,
Apolo vió pasando siete veces
Del Aries á los Peces,
Hasta que en Alba fué mi noche obscura:
Quien presumiera que mi luz podía
Hallar su fin donde comienza el día.»
Y que alude á su primera esposa, consta claramente del verso que sigue,
que será en breve explicado.
Isabel de Urbina era hija del regidor Don Diego de Urbina y de Doña
Magdalena de Cortinas y Salcedo, y, por parte de su madre, según dice
Pellicer, parienta de Cervantes[159]. Ella contrajo matrimonio contra
la voluntad de sus padres (Dorotea, V.). Poco después de la celebración
de sus bodas, se vió Lope embrollado á causa del desafío, referido
antes, que cuenta Montalván, y al fin salió desterrado de Castilla. No
parece que Valencia haya sido el lugar fijo de su domicilio durante este
destierro, como asegura su panegirista, puesto que, de los últimos
versos de la comedia _El Caballero de Illescas_, puede colegirse que
pasó algún tiempo en Italia[160] en esta época de su vida. No visitó á
Roma (_Epístola á Juan Pablo Bonet_). La poesía dramática había llegado
entonces en Valencia á grande altura por los esfuerzos de los eminentes
poetas Cristóbal de Virués, Francisco Tárrega, Gaspar Aguilar y Guillén
de Castro, y ofrecía sobrados alicientes á Lope para ceder á su
inclinación á cultivarla. De este período provendrá también acaso su
amistad con Guillén de Castro[161]. El destierro de nuestro poeta duró
siete años, casi tanto como su matrimonio con Isabel de Urbina, que,
después de seguir á su esposo, acompañándole en su aflicción y adversa
fortuna, como esposa fiel y esforzada, murió en Alba de Tormes,
propiedad del duque de Alba[162]. El fruto de esta unión, que fué una
hija llamada Teodora, falleció también antes de cumplir el año[163].
Partiendo de nuestra hipótesis, de que Lope contrajo su primer enlace á
fines de 1588, hubo de regresar á Madrid hacia 1595. Aquí ó en Toledo
entró, como secretario, al servicio del marqués de Malpica y del conde
de Lemos, y en el título de _El Isidro_ (1599) se llama también
_secretario_ del marqués de Sarriá, lo cual ha pasado desapercibido de
todos sus biógrafos. Dorotea, la amada en su juventud, intentó reanudar
sus antiguas relaciones, pero no hizo caso de ella, casándose con Doña
Juana de Guardia; no sabemos cuándo con exactitud, pero debió de ser al
finalizar el siglo. Desde entonces fué su vida más tranquila; pocas
veces, y por corto tiempo, abandonó después á Madrid. En su epístola á
Matías de Porras describe con los más vivos colores su felicidad
conyugal, mayor aún con el nacimiento de su hijo Carlos:
«Cuando amorosa amaneció á mi lado
La honesta cara de mi dulce esposa,
Sin tener de la puerta algún cuidado;
Cuando Carlillos, de azucena y rosa
Vestido el rostro, el alma me traía,
Cantando por donaire alguna cosa.
Con este sol y aurora me vestía;
Retozaba el muchacho, como en prado
Cordero tierno al prólogo del día.
Cualquiera desatino mal formado
De aquella media lengua era sentencia,
Y el niño á besos de los dos traslado.
Dábale gracias á la eterna ciencia,
Alteza de riquezas soberanas,
Determinado mal á breve ausencia;
Y contento de ver tales mañanas,
Después de tantas noches tan obscuras.
Lloré tal vez mis esperanzas vanas;
Y teniendo las horas más seguras,
No de la vida, mas de haber llegado
A estado de lograr tales venturas,
Ibame desde allí con el cuidado
De alguna línea más, donde escribía
Después de haber los libros consultado.
Llamábanme á comer; tal vez decía
Que me dejasen con algún despecho;
Así el estudio vence, así porfía.
Pero de flores y de perlas hecho,
Entraba Carlos á llamarme, y daba
Luz á mis ojos, brazos á mi pecho.
Tal vez, que de la mano me llevaba,
Me tiraba del alma, y á la mesa
Al lado de su madre me sentaba.
* * *
Sin ver el maestresala diligente,
Y el altar de la gula, cuyas gradas
Viste el cristal y la dorada fuente;
* * *
Nos daba honesta y liberal pobreza
El sustento bastante; que con poco
Se suele contentar naturaleza.»
El primer infortunio que acibaró su ventura doméstica, fué la muerte de
este mismo hijo Carlos, á los siete años de edad. La elegía, escrita por
su padre sobre esta desgracia, y en la cual pinta la lucha de la
resignación cristiana con el amor paternal, es de las más tiernas que
cuenta la poesía de su patria. He aquí alguna de sus estrofas:
«Este de mis entrañas dulce fruto
Con vuestra bendición, ¡oh Rey eterno!
Ofrezco humildemente á vuestras aras;
Que si es de todos el mejor tributo
Un puro corazón humilde y tierno,
Y el más precioso de las prendas caras,
No las aromas raras
Entre olores fenicios,
Y licores sabeos
Os rinden mis deseos
Por menos olorosos sacrificios,
Sino mi corazón, que Carlos era;
* * *
Amábaos yo, Señor, luego que abristes
Mis ojos á la luz de conoceros,
Y regalóme el resplandor suave.
Carlos fué tierra; eclipse padecistes
Divino sol, pues me quitaba el veros,
Opuesto como nube densa y grave
Gobernaba la nave
De mi vida aquel viento
De vuestro auxilio santo
Por el mar de mi llanto
Al puerto del eterno salvamento,
Y cosa indigna, navegando, fuera
Que rémora tan vil me detuviera.
¡Oh, como justo fué que no tuviese
Mi alma impedimento pan amaros,
Pues ya por culpas propias me detengo!
¡Oh, como justo fué que os ofreciese
Este cordero, yo, para obligaros!
* * *
Y vos, dichoso niño, que en siete años
Que tuvistes de vida, no tuvistes
Con vuestro padre inobediencia alguna;
Corred con vuestro ejemplo mis engaños,
Serenad mis paternos ojos tristes,
Pues ya sois sol, donde pisáis la luna;
De la primera cuna
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