Historia de la literatura y del arte dramático en España, tomo II - 14

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someterlas á la crítica del público, aficionado á la lectura. Compuso
prólogos para cada uno de los volúmenes, revisó las comedias y cuidó de
esta manera de la publicación de doce tomos (desde el IX al XX), que
comprenden 144 obras dramáticas; y que, por esta causa, han de
considerarse como las más correctas y auténticas de la colección.
Cuando Felipe IV ascendió al trono español en 1621, disfrutaba Lope de
la más ilimitada autoridad entre el público y los actores. Apasionado
este soberano del teatro, dispensaba sus favores á todos los poetas
dramáticos de alguna importancia, aunque, como era natural, los
prodigase más á los más famosos. Pero el joven monarca mostraba
especial predilección á la pompa externa del arte, y edificó un teatro
en su palacio del Buen Retiro, que por su lujo, la riqueza de sus
decoraciones y lo perfecto de sus máquinas, aventajaba á todos.
Agradábanle, por tanto, más que ningunas otras, las comedias que se
prestaban á hacer alarde de notable aparato escénico, y no faltaron
poetas, que las compusiesen acomodadas á su objeto. Accediendo á los
deseos del rey, escribió también Lope algunas de esta especie, como _La
selva sin amor_, _El vellocino de oro_, _Adonis y Venus_ y _El laberinto
de Creta_. La verdad es, sin embargo, que tales comedias no eran las de
su predilección. Comprendió perfectamente que el lujo escénico daña más
que favorece á la esencia del arte dramático. En el prólogo al volumen
décimosexto de sus comedias, se lamenta de que los directores de teatro,
los actores y el público atribuyen demasiada importancia á las
combinaciones escénicas, y á los encantos, que proporcionan á los ojos
de los espectadores.
En el año de 1618 fué nombrado Lope protonotario apostólico del
arzobispado de Toledo, al parecer dignidad honorífica, sin obligaciones
reales. Hacía ya tiempo que era también familiar de la Inquisición,
título codiciado con preferencia á todos, porque, según las ideas de
los españoles de la época, demostraba la pureza de su sangre.
La fecundidad de nuestro poeta crecía con los años en vez de
debilitarse; pocas veces pasaba un mes, y hasta una semana, que no se
representase alguna comedia suya nueva, y pocas transcurría un año, en
que no se publicase alguna otra obra suya literaria. En el certamen
poético, abierto en los años de 1620 y 1622, para solemnizar la
beatificación y canonización de San Isidro, superó á todos cuantos
tomaron en él parte, por el número de sus composiciones. Se había
prometido un premio para cada especie de poesía, pero ningún poeta podía
recibir más de uno. Lope obtuvo dos veces el señalado á la mejor oda;
pero su pródiga musa, no contenta con esto, además de multitud de
sonetos y romances, alusivos al objeto de la fiesta, escribió dos
comedias, que referían la vida del Santo, y que fueron representadas en
su honor, mientras duraron estas solemnidades. También publicó una
descripción de las fiestas, y una compilación de las poesías premiadas.
No mucho después aparecieron _La Circe_, poema mitológico en tres
cantos, y en 1624 _Los Triunfos divinos_, tomando por modelo la obra del
Petrarca de igual título, aunque proponiéndose exclusivamente ensalzar
objetos religiosos. Preceden á esta última composición literaria de
Lope dos sonetos buenos de sus hijos, Lope Félix y Feliciana Félix de
Vega.
A la misma época pertenecen sus novelas en prosa, excelentes en parte;
un poema histórico acerca de la milagrosa imagen de _La Virgen de la
Almudena_; otro mitológico, titulado _Proserpina_, que, al parecer, se
ha perdido; otro denominado _Orpheo_, impreso con el nombre de
Montalván, pero que es de Lope, segun el dictamen de D. Nicolás Antonio,
habiéndolo cedido á su amigo para aumentar su fama; la poesía _La mañana
de San Juan_ y _La Rosa Blanca_, y, por último, innumerables
composiciones ligeras sobre asuntos religiosos y profanos; sonetos,
romances, epístolas, etc., que, como las del primer período de su vida,
no mencionaremos ahora expresamente[174].
Harto ya de alabanzas, y temeroso de haber atendido en demasía á
conciliarse el favor del público, prefiriendo los caprichos de la moda
al mérito real de sus obras, resolvió seguir otro rumbo, publicando bajo
el fingido nombre de D. Gabriel Padacopeo sus _Soliloquios de un alma
con Dios_. Esta obra, sin embargo, de índole puramente ascética, fué tan
famosa y encontró en los lectores tan favorable acogida como todas las
suyas anteriores.
En el año de 1627 publicó _La Corona trágica_, poema histórico en
defensa del honor de la desdichada María Estuardo, por cuya dedicatoria
al papa Urbano VIII fué nombrado doctor en teología y caballero de la
orden de San Juan. A esta última distinción se refiere la palabra
_Frey_, que desde entonces acompañó siempre á su nombre.
Su _Laurel de Apolo_, que apareció en 1630, está dividido en nueve
cantos ó silvas, y es un panegírico difuso y cansado de todos los poetas
célebres de España de su tiempo, los cuales se presentan como aspirantes
á ganar la corona de laurel, que Apolo concede á sus sacerdotes. Esta
obra extraña, que no tiene nada de poética, no merece que se le atribuya
otra importancia, que la inherente á la inclusión en ella de los nombres
y noticias de unos 330 poetas españoles.
Las dos últimas composiciones, que publicó Lope, fueron _La Dorotea_,
tantas veces citada (1632), y á la cual califica de hijo el más amado de
su musa, y una colección de poesías burlescas, escritas con
anterioridad, é impresas bajo el supuesto nombre de Tomé de Burguillos.
La célebre epopeya cómica _La Gatomachia_ se encuentra entre las
últimas, excelentes casi todas. La opinión de algunos, de que Lope fué
solo el editor, y que hubo realmente un poeta llamado Burguillos, á
quien se deban, no parece apoyarse en ningún sólido fundamento; Quevedo,
en la aprobación del libro que precede á la primera edición, dice casi
claramente que nuestro poeta y el pretendido autor son una sola
persona[175].
Con la publicación del volumen vigésimo (1625), interrumpió Lope la
impresión de sus comedias, sin saberse positivamente la causa. Verdad es
que leemos en Montalván, que Lope había renunciado en los últimos años
de su vida á la poesía dramática por escrúpulos de conciencia; pero lo
cierto es que continuó escribiendo para el teatro hasta el año de 1631,
puesto que en el verano de este año compuso á ruego del Duque de
Olivares una comedia, que se representó ante Felipe IV, la noche de San
Juan[176], y que en la égloga á Claudio, de la misma fecha, aumenta el
número de las escritas por él en proporción considerable sobre el
indicado en el discurso preliminar de dicho volumen, induciéndonos, por
tanto, á pensar, que su actividad literaria, en vez de debilitarse, se
había aumentado durante este período.
Montalván, que por este tiempo hubo de tratarlo diariamente, nos dice
que su vida era muy retraída. Cumplía con la mayor severidad todos los
deberes que le incumbían como clérigo y miembro de diversas
congregaciones; celebraba misa diaria, ya en su propia capilla, ya en la
iglesia parroquial, ya, en fin, en el convento de las Descalzas, por
amor á su hija Marcela; visitaba los hospitales, para consolar en sus
últimos instantes á los enfermos, y no faltaba á ningún entierro; hasta
se dice que en una ocasión hizo oficio de enterrador[177]. El único
recreo, que solazaba sus trabajos, era el cultivo de un pequeño jardín,
que poseía cerca de su casa.
Sus cartas son elocuente testimonio de la ternura, con que amaba á sus
hijos, y de la nimia solicitud, con que á ellos atendía; es necesario
leerlas para amar por sus sentimientos humanitarios á este gran poeta.
Marcela, como hemos dicho, estaba quizás separada de él desde 1622 por
las paredes de su convento. Por esta época lo había también abandonado
el joven Lope Félix, para entrar en la milicia á las órdenes del marqués
de Santa Cruz, hijo del otro marqués de igual título, bajo de cuyo mandó
sirvió por primera vez nuestro poeta. (_Epístola á D. Francisco de
Herrera._) Parece que este mancebo, cuyo nombre se lee también entre los
de los concurrentes al certamen poético en honor de San Isidro, quiso
largo tiempo consagrarse á la poesía; pero que el padre, como consta de
las palabras que le dirige en el prólogo de la comedia, titulada _El
verdadero amante_ (_Comedias de Lope de Vega_, tomo XIV), pudo
disuadirlo de su propósito: «Si por vuestra desdicha vuestra sangre os
inclinare á hacer versos (cosa de que Dios os libre), advertid que no
sea vuestro principal estudio, porque os puede distraer de lo importante
y no os dará provecho... no busquéis, Lope, ejemplo más que el mío, pues
aunque viváis muchos años no llegaréis á hacer á los señores de vuestra
patria tantos servicios como yo para pedir más premio, y tengo, como
sabéis, pobre casa, igual cama y mesa, y un huertecillo, cuyas flores me
divierten cuidadas y me dan concetos... Yo he escrito novecientas
comedias, doce libros de diversos sujetos, prosa y verso, y tantos
papeles sueltos de varios sujetos, que no llegará jamás lo impreso á lo
que está por imprimir; y he adquirido enemigos, censores, asechanzas,
envidias, notas, reprehensiones y cuidados; perdido el tiempo
preciosísimo, y llegada la _non intellecta senectus_, que dijo Antonio,
sin dejarse más que estos inútiles consejos. Esta comedia, llamada _El
verdadero amante_, quise dedicaros por haberla escrito de los años que
vos tenéis; que aunque entonces se celebraba, conoceréis por ella mis
rudos principios, con pacto y condición de que no la toméis por
ejemplar, para que no os veáis escuchado de muchos y estimado de pocos.»
Cuando el hijo se dedicó después á la carrera militar, renunciando á la
poesía, casi se mostró el padre arrepentido de la estricta obediencia,
mostrada por él á sus consejos.
Las líneas citadas han impulsado á Lord Holland (modelo al cual se han
ajustado casi todas las biografías de Lope), á suponer que nuestro poeta
manifiesta falta de gratitud y de satisfacción propia, cuando divinizado
por el pueblo, visitado por los grandes, lleno de honores y pensiones,
cree, sin embargo, que su dicha no iguala á sus merecimientos. Fúndase
el autor inglés, para opinar así, en la cuantía de las sumas, que, según
dice Montalván, ganó Lope con sus obras. Pero, ¿qué resulta de estos
datos, que exagera Montalván[178], como acostumbra siempre que trata de
números, según probaremos en breve? ¿Son, acaso, exactos, ó hay otras
razones, en que apoyarse? 80.000 ducados por las comedias, 6.000 por los
autos, 1.100 por sus demás escritos, 10.000 en regalos de diversos
grandes, ó, lo que es lo mismo, 97.000 ducados, que equivalen á unos
250.000 francos, distribuídos en setenta y tres años que vivió, ó, por
lo menos en cincuenta, que comprenden su vida de escritor, además de 740
de producto de sus beneficios, apenas son bastantes para haber atendido
á la satisfacción de sus necesidades, á la subsistencia y educación de
sus hijos, y á sus inclinaciones caritativas. Su generosidad para con
los pobres era tan grande, que su casa era considerada como lugar de
refugio de todos los indigentes. Y aun en el supuesto de que fuese
pródigo en demasía en dar limosnas, ¿arrojará esta propensión mancha
alguna en su carácter? Consta que reducía sus propios gastos, y los de
su familia, para dar su dinero á los demás; cuando su hija Feliciana se
casó con D. Luis Usátegui (1630), no pudo dotarla, viéndose obligado á
recurrir á la generosidad del Rey.--Por lo que hace á las quejas sobre
la poca estimación que merecía su talento, y sobre las críticas
mezquinas que se hicieron de sus obras, cúmplenos manifestar, que, á
nuestro juicio, aluden á las disputas literarias, de que tratamos en las
líneas anteriores, fundándose en los indignos ataques de Rámila, de
Góngora, etc. Sin duda Lope de Vega conocía y sentía su mérito, y al
pensar en sus obras, llenábase su pecho de natural orgullo; pero esto no
justifica el aserto de que adoleciera de vanidad literaria. Él mismo
analizó sus composiciones más severamente que ningún otro crítico,
contrario suyo; huyó de las pompas mundanas y de las distinciones
honoríficas, y contestó de esta manera á un obispo, que lo invitó á
visitarlo: «Yo viera más veces á vuestra ilustrísima, si me hiciera
menos honores cuando le veo;» por último, en la época en que llegó á su
apogeo su fama literaria (los últimos quince años de su vida), cuando
las diversas opiniones formaron un coro unánime de admiración y de
alabanza en su favor; cuando el pueblo, cuyo ídolo era, se juntaba para
contemplarlo á su paso; cuando sabios é individuos de todas las clases y
estados venían á Madrid de todos los puntos de España para verlo, y
hasta el mismo Rey se levantaba para saludar al _Fénix de España_, al
_prodigio de la naturaleza_, escribió bajo su retrato aquellas palabras
de Séneca, que dicen: _Laudes et injuria vulgi in promiscuo habenda
sunt._
A principios del año 1635 afligieron á Lope dos penas terribles, cuando
una sola de ellas, como dice Montalván, bastara para agobiar el ánimo
más esforzado. No se dice cuáles fueron, pero es de presumir que fuese
una la muerte del joven Lope Félix, puesto que está fuera de duda que no
sobrevivió al padre. De todas maneras, es lo cierto que desde entonces
la vida del poeta pareció declinar hacia su ocaso. El 6 de agosto,
después de comer con Montalván y con uno de sus íntimos amigos, expresó
Lope su deseo de morir pronto. En breve, á la verdad, había de
realizarse. El viernes, 18 de este mismo mes, se levantó temprano como
acostumbraba, celebró la misa y regó su jardín. Aunque se sentía débil,
no quiso, sin embargo, en cuanto su indisposición se lo permitía,
renunciar al ayuno; hasta se disciplinó con su rigor ordinario. Al
obscurecer de este día salió para asistir á unas conferencias en el
colegio de los escoceses; allí se aumentó su malestar; fué llevado á su
casa, y se vió obligado á descansar en su lecho. Su enfermedad fué
declarada grave en seguida. La tarde anterior había escrito un soneto
acerca de la muerte de un noble portugués, y una larga poesía titulada
_El siglo de oro_. Dejó, pues, de escribir cuando se extinguió también
su vida. En los días 19 y 20 aumentaron los síntomas de peligro, y se le
sangró, sin experimentar alivio. El domingo por la tarde pidió que se le
administrasen los últimos sacramentos, y quiso ver á su hija Feliciana
para bendecirla; después convocó á sus amigos para despedirse de ellos,
exhortándolos á la práctica «de la piedad, de la devoción y del amor
divino.» La verdadera fama era ser bueno, y que «él trocara cuantos
aplausos había tenido por haber hecho un acto de virtud más en esta
vida.» Volvióse hacia una imagen de la Virgen de Atocha, y recitó una
fervorosa oración hasta que cayó sin fuerzas, aun cuando luego pasó una
noche inquieta, al cuidado de su médico de cabecera. A la mañana
siguiente, aunque conservaba su pleno conocimiento, apenas se le oía la
voz. Halláronlo sus amigos oprimiendo con sus labios un crucifijo, y
escuchando devotamente el oficio de difuntos, recitado por un clérigo;
presintiendo que se acercaba su última hora, se arrodillaron todos
gimiendo y llorando alrededor de su lecho, hasta que un Jesús María,
apenas perceptible, les anunció que había terminado su última lucha. Así
murió Lope de Vega el 11 de agosto de 1635, á la edad de setenta y tres
años.
El amor y la admiración extraordinaria, que inspiraba este hombre
eminente en todas las clases de la sociedad, se demostró por el
sentimiento general que produjo en Madrid la noticia de su muerte, y
después en todo el reino. Celebráronse funerales por espacio de nueve
días. El aparato de su entierro, costeado por el duque de Sessa, nieto
de Gonzalo de Córdoba, su protector, amigo y albacea, apenas puede
compararse con ningún otro de los narrados en los anales de los poetas.
Todos los grandes, ministros y prelados, todos los poetas, sabios y
artistas que se encontraban en Madrid, lo acompañaron á su última
morada; todas las congregaciones religiosas concurrieron sin excitación
agena; las ventanas, los balcones y hasta los techos de las casas, ante
las cuales había de pasar el fúnebre cortejo, estaban atestadas de
curiosos y las calles llenas de gente. El acompañamiento que custodiaba
su cuerpo, y que á duras penas se abría paso entre la multitud, que
llenaba las calles, era tan numeroso, que los primeros llegaban ya á la
iglesia de San Sebastián antes que el cadáver hubiese dejado la calle de
Francos, en donde vivía. Á ruegos de Marcela, que quiso ofrecer este
último homenaje de respeto filial á su amado padre, se dió un rodeo
para que pasase junto al convento de las Descalzas; aquí descansó un
momento; después prosiguió hacia la iglesia de San Sebastián, en donde
se celebró un funeral suntuoso, enterrándose después el cadáver.
Cuéntase, que, en el momento de bajarlo del catafalco para depositarlo
en la bóveda, se oyó en torno un profundo suspiro, como si España entera
se despidiese para siempre de su gran poeta.
Las ceremonias religiosas no concluyeron con ésta. La cofradía de los
sacerdotes naturales de Madrid, á la cual pertenecía Lope, así como los
cómicos de la capital, celebraron también sus funerales, pronunciándose
en ellos oraciones fúnebres. Los sacerdotes lo alabaron como á santo,
diciendo que era tan superior por su ingenio á todos los clásicos de la
antigüedad, cuanto por su religión á los paganos. Representóse en el
teatro una pieza, compuesta expresamente para esta ocasión, bajo del
título de _Honras que se hicieron á Lope en el Parnaso_. Ciento seis
poetas y poetastros españoles rivalizaron á porfía en ornar su tumba con
odas, décimas, glosas, sonetos, epitafios y elegías, y suministraron á
Montalván los materiales para elevarle el honroso monumento, que
consagró á su difunto amigo y maestro, con el título de _Fama póstuma á
la vida y muerte del doctor Fr. Lope Félix de Vega Carpio, y elogios
panegíricos á la inmortalidad de su nombre, en Madrid, en 1636_. Hasta
las musas italianas lloraron la muerte de Lope; en el año 1636 apareció
en Venecia, con el epígrafe de _Essequie poetiche_, un volumen elegiaco
de los más famosos poetas italianos.
Lope de Vega era un hombre bello, alto y de flaco rostro, moreno, pero
agraciado, y denotando su ingenio; tenía la nariz grande y bien
delineada, ojos vivos y afectuosos, y negra y espesa barba. Hasta los
últimos años de su vida disfrutó de salud perfecta, porque su
organización fué sana, y su vida ordenada y metódica. Distinguíase su
trato por la afabilidad de su porte, y su conversación por su
arrebatadora elocuencia[179]. Existen varios retratos suyos hechos en
vida, y uno de ellos (el que se encuentra en la edición de _El peregrino
en su patria_, 1604), que lo representa en su edad más lozana y en traje
seglar; en los demás aparece ya anciano y en traje eclesiástico[180].
Algunas de sus obras póstumas, preparadas ya por él para darse á la
prensa, fueron publicadas por su hija Feliciana y por su yerno don Luis
Usátegui, bajo del título de _La vega del Parnaso_. Los mismos
publicaron también en el año 1635 el tomo XXII de sus comedias. Los
tomos XXIII, XXIV y XXV, que son los últimos de la colección, se
publicaron algunos años más tarde.


CAPÍTULO X.
Número de obras dramáticas de Lope.--Su _Arte nuevo de hacer
comedias_.

La fecundidad de Lope de Vega es ya tan notoria, que hasta aquéllos que
no han leído una sola línea suya, saben, sin embargo, que fué el
polígrafo más extraordinario de todos los escritores originales,
antiguos y modernos. Siempre que hablan de él sus coetáneos expresan la
admiración que les causaba el número maravilloso de sus obras[181]. Los
datos que existen sobre su número son, no obstante, tan varios, y en
parte tan contradictorios, que para fijarlos con exactitud es necesario
depurar los testimonios referentes á este punto. Nos limitaremos ahora á
sus obras dramáticas, que constituyen el objeto particular de nuestro
estudio; las restantes de Lope, cuya indicación y análisis no es de este
lugar, han sido ya mencionadas antes, á lo menos las principales; su
número no es, en verdad, tan incierto, puesto que existen casi todas, y
pueden consultarse en la edición de Sánchez, de veinte volúmenes en 4.º,
fácil de adquirir.
A fines del año 1603 insertó nuestro poeta en el prólogo de su
_Peregrino_ un catálogo de las comedias, escritas por él hasta esta
época, que califica, sin embargo, de incompleto, aunque no se acuerde de
las que faltan, y que, como dice expresamente, no comprende los _Autos_.
Este catálogo nos ofrece doscientos diez y nueve títulos[182], aunque en
el texto del prólogo se hable de doscientas treinta comedias.
Suponiendo que Lope comenzó su carrera dramática en 1590, corresponden
diez y siete comedias á cada año, sin exceptuar aquellos, durante los
cuales estuvieron cerrados los teatros, y en que, probablemente, nada
produjo su musa dramática.
En el año 1609, dice en _El Arte nuevo de hacer comedias_ que lleva
escritas cuatrocientas ochenta y tres, y por el mismo tiempo asegura
Francisco Pacheco, en el elogio que precede á la _Jerusalén
conquistada_, que el número de sus comedias asciende á la suma redonda
de quinientas. Tendríamos, pues, de esta manera, aprovechando las
indicaciones del mismo Lope, y distribuyendo el número de comedias entre
los años transcurridos desde 1603, que corresponden más de cuarenta á
cada uno.
En el prefacio al tomo XI del _Teatro de Lope_ (1618) se habla de
ochocientas comedias, que compondrían trescientas diez y siete en nueve
años, ó treinta y cinco en cada uno.
En 1620, en el prólogo al tomo XIV, y en la dedicatoria de _El Verdadero
amante_, se fija el número en nuevecientas, de suerte que corresponden
cincuenta á cada año.
En 1624 (fecha de la licencia que le precede, aunque la portada lleve la
de 1625), en el prólogo al último volumen, que imprimió Lope en vida, se
alaba de haber escrito mil setenta, en cuya hipótesis corresponden más
de cincuenta á cada año. Finalmente, en la égloga á Claudio (hacia
1632), y en las últimas frases de _La Moza de cántaro_, se dice autor de
mil quinientas comedias, y, según este dato, han de considerarse los
ocho años comprendidos entre 1624 y 1632, como el período literario más
fecundo de su existencia, puesto que corresponden á cada año unas
cincuenta y cuatro comedias. El número mil quinientos es el más elevado,
que él mismo fija; en una de las oraciones fúnebres, pronunciadas en su
elogio, se hace subir á mil seiscientas; Usátegui, en el catálogo que
precede al tomo XXII, enumera mil setecientas; Montalván, en _La Fama
póstuma_, mil ochocientas, número repetido después por cuantos lo han
copiado, aunque la crítica, fundada en datos probables, sólo puede
admitir que la suma total, á que ascienden, no excede mucho al número de
mil quinientas, puesto que sabemos, que muchos años antes de su muerte
(Montalván dice expresamente _muchos años_) dejó de escribirlas, y que
el duque de Sessa, para indemnizarle de los perjuicios, que sufría por
el cumplimiento de este propósito, le señaló una pensión de sus rentas,
y advirtiéndose que sólo vivió tres años después de 1632.
Conviene no olvidar que las declaraciones citadas de Lope, sacadas de
sus obras, sobre el número de sus comedias, se refieren sólo á este
género literario, y que no entran en esta cuenta los autos, loas y
entremeses. El error de Montalván proviene, pues, principalmente, de no
haber distinguido unas de otras las diversas composiciones dramáticas, ó
simplemente de su prurito de exagerar, manifestando acaso que atribuye
más mérito al número que á la calidad de las obras escritas por su
maestro.
En cuanto á los autos, nada dicen sus noticias: Montalván los hace subir
á cuatrocientos. De las loas y entremeses nada podemos decir, careciendo
de datos.
Sólo se ha impreso una pequeña parte de las obras de Lope. Él mismo
asegura, en la égloga á Claudio, que la parte impresa de sus obras, por
excesiva que sea, es insignificante, comparada con la inédita:
«No es mínima parte, aunque exceso,
De lo que está por imprimir lo impreso.»
Parece, pues, que se han perdido para siempre el mayor número de sus
obras dramáticas. La cuestión de cuántas existan hoy, sólo puede
resolverse exactamente después de hacer las más escrupulosas
investigaciones en las bibliotecas y archivos de España; y ni aun así se
lograría este objeto, puesto que algunos antiguos manuscritos ó
ediciones antiguas de comedias, hoy _únicas_, se hallan en poder de
extranjeros[183], pudiendo asegurarse que las averiguaciones más
prolijas no conseguirían acaso reunir ni la mitad de las obras[184], que
componían su primitivo repertorio. Los veinticinco volúmenes en 4.º, de
la edición antigua de las comedias de Lope, contienen trescientas[185];
hay que descontar de este número las de otros autores, que se han
interpolado en la parte 3.ª y en la 5.ª, por cuya razón hay ciertos
volúmenes (como por ejemplo el XXII y XXIV) en ediciones muy varias, que
no se encuentran en otras, y contienen distintas piezas, ascendiendo su
número á unas trescientas veinte. Añádanse á éstas muchas más
comprendidas en las colecciones vulgares del _Teatro español_, ocho en
_La Vega del Parnaso_, y no pocas entre _las sueltas_, que se han
impreso de vez en cuando de nuevo, ó que nos han sido conservadas en
ediciones antiguas, hoy raras[186].
En cuanto á _los autos_ de Lope de Vega, poseemos sólo los doce,
compilados por Ortiz de Villena (reimpresos en el tomo XVIII de _Las
Obras sueltas_) y los cuatro, que él mismo nos ofrece en _El
Peregrino_. _Las loas y entremeses_, que hubieron de ser muy numerosos,
hállanse confundidos y diseminados en escaso número con _los autos_, y
en algunos volúmenes de las comedias.
Aunque, atendidas las anteriores razones, se reduzca á suma más moderada
el número de las comedias de Lope, de la que suele decirse vulgarmente,
resultarán siempre unas mil quinientas, escritas por él sin género
alguno de duda, y sin mencionar los autos y piezas pequeñas, lo cual
basta de seguro para calificarlo de poeta mucho más fecundo que todos
los demás dramáticos, y hasta podría sostenerse que los escritores
dramáticos más fecundos de las demás naciones, no llegan, con todas sus
obras, al tercio siquiera de las suyas. La celeridad con que las
escribía, raya en lo imposible, aun no dando entero crédito á las
exageraciones cometidas sobre este punto. Erróneo es, sin duda, el
aserto de Bouterweck, de que en ocasiones escribió comedias en tres ó
cuatro horas; pero el mismo Lope nos dice que más de ciento fueron
compuestas en veinticuatro horas. Y esto, por verdadero que sea, es
tanto más sorprendente, cuanto que conviene recordar, que cualquier
comedia de Lope se compone de unos tres mil versos, en su mayor parte de
las formas más artísticas, puesto que los asonantes, más fáciles que
las demás combinaciones métricas, se emplean pocas veces, y en especial
para las narraciones, y en lo restante de ellas se usan los metros más
variados y difíciles, redondillas, quintillas y octavas, y con
frecuencia numerosos sonetos. Si se reflexiona en la incomprensible
facilidad y flexibilidad del poeta, que podía inventar con tanta rapidez
un plan complicado, y por lo común singularmente dramático,
desenvolverlo y exornarlo con tanto brillo y tan verdadera poesía, y
escribir al mismo tiempo bajo formas poéticas tan difíciles, cuando el
amanuense más veloz apenas podría copiarla, no podemos menos de confesar
que semejante fenómeno casi frisa con lo increible. Es preciso, por
tanto, suponer que Lope era un improvisador perpetuo, y que sus
pensamientos nacían de repente con sus palabras propias, y con el verso
y la rima que les convenía.
Tales expresiones de admiración ha producido la fecundidad sin ejemplo
de nuestro poeta. No se crea, sin embargo, que atribuyamos demasiada
importancia á la multitud de sus obras, ó que tengamos en cuenta el
número de sus composiciones para aquilatar su belleza poética. Casos, y
no remotos, ha habido en que imaginaciones, las más medianas y áridas,
han escrito obras dramáticas á granel, llenando los teatros de piezas
insípidas y de ningún mérito, por cuyo motivo nada debe significar la
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