Historia de la literatura y del arte dramático en España, tomo II - 02

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activa en su vida literaria. Probablemente fué miembro de una de
aquellas academias poéticas, que, á imitación de las italianas,
aparecieron en España en el reinado de Carlos V. Sus ocios le
permitieron entonces entregarse por entero á las letras, especialmente á
la poesía dramática, favoreciéndole no poco la particular posición en
que se encontraba, puesto que su nuevo estado y la necesidad de atender
á la subsistencia de su familia, le obligó á consagrar su ingenio á
aquella parte de la literatura que más ganancia le prometía, ó lo que es
lo mismo, á la composición de obras dramáticas al gusto del público, más
aficionado cada día á los espectáculos teatrales. La primera que
escribió, titulada _El trato de Argel_, se representó probablemente poco
después de su regreso del cautiverio, y acaso en el año de 1581.
Siguiéronle otras varias, en número no escaso, sobre todo desde 1584, y
al representarse, si damos crédito á testimonios fidedignos, merecieron
significativo aplauso[9].
No bastaba, sin embargo, el producto de las comedias para atender á la
subsistencia de Cervantes y de su familia. El desventurado poeta,
obligado por la miseria, solicitó entonces un destino de cobrador de
contribuciones en la América española, último refugio de los
desesperados, como él mismo dice; pero tuvo que contentarse con el
subalterno y poco lucrativo de proveedor de la flota de Indias, por cuya
razón pasó á Sevilla en el año 1588. En él termina la primera época de
su vida dramática, como expondremos después más extensamente.
Su permanencia en Sevilla duró lo menos diez años, habiendo hecho
diversos viajes á varias poblaciones de Andalucía, y aun algunos á
Madrid, pues, además de su destino, se dedicaba á veces á percibir los
impuestos, y á administrar los bienes de algunos particulares. El tiempo
que pasó en Sevilla no fué perdido, sin embargo, para la poesía, á pesar
de los negocios anti-poéticos que lo ocuparon. Esta ciudad populosa, la
más rica y animada de toda España, depósito de las riquezas de América,
ofrecía ancho campo á un talento observador, así en el carácter como en
las costumbres de sus habitantes, cual se nota en sus excelentes novelas
de _Rinconete y Cortadillo_ y _El celoso extremeño_. Las descripciones
verdaderas de las costumbres del pueblo andaluz, que leemos en casi
todas las obras de Cervantes, fueron el resultado de sus observaciones;
y el original colorido que distingue á sus poesías posteriores á esta
época, de las que le precedieron, la gracia singular, la ligera ironía
que las caracteriza, y en lo cual fué maestro, las adquirió, sin duda,
mientras vivió en esta provincia y trató de cerca á sus ingeniosos y
despiertos habitantes.
Ocurrióle entonces cierto contratiempo pecuniario, que amargó no poco su
existencia. Entregó á un comerciante de Sevilla una suma pequeña de
dinero, producto de las contribuciones, para que él lo hiciese al Tesoro
público; pero el depositario la gastó, desapareció después, y el pobre
Cervantes, sin medios para pagarla, y acusado de malversación de
caudales, tuvo que ir á la cárcel, de donde sólo salió después de dar
fianza suficiente. En los cuatro años siguientes al de 1598, no tenemos
datos fidedignos de su vida. Sus primeros biógrafos suponen que por este
tiempo estuvo viviendo en la Mancha, y hablan de cierta cuestión que
tuvo en Argamasilla, de su encarcelamiento en ella, del principio del
_Don Quijote_ en la misma época, y de otras cosas de este jaez. Los
fundamentos principales en que se apoyan, son las tradiciones que hasta
nuestros días se han conservado en la Mancha. Añádase á esto el
conocimiento exacto del país, que muestra en su _Don Quijote_, motivo
bastante para dar verosimilitud á sus asertos, de que Cervantes residió
algún tiempo en esta provincia, aun cuando nada se sepa de positivo
sobre la época en que esto sucediera, y sobre otros detalles no menos
interesantes. En lo que no cabe duda es en que hacia esta época trazó el
plan y escribió parte de aquella obra inmortal, joya no sólo de la
literatura española, sino de toda Europa.
Á principios de 1603 se encaminó á la corte de Valladolid, parte para
desvanecer las acusaciones indicadas, que se habían renovado por este
tiempo, parte para hacer valer sus justísimos títulos y largos
servicios, y obtener proporcionada recompensa. Parece que consiguió el
primer objeto, pero que el éxito del segundo fué tan desdichado, que
renunció por completo á sus pretensiones, dedicándose sólo á la gestión
de los negocios particulares, que se le encomendaron, y á vivir con el
producto de sus escritos. El _Don Quijote_ apareció al comenzar el año
de 1605; pero el efecto que hizo así en España como en toda Europa, no
contribuyó á mejorar la suerte de su autor, sino más bien á empeorarla
por los ataques que se le dirigieron, ya por poetas mal intencionados,
aunque famosos, como Góngora, Cristóbal Suárez de Figueroa y Esteban
Manuel de Villegas, ya por los ciegos parciales de Lope de Vega, porque
en el diálogo con el canónigo no se le había colmado de tan desmedidos
elogios como ellos deseaban. Injustamente, como lo probaremos después
hasta la evidencia, se ha atribuído á Lope animosidad contra su
celebérrimo coetáneo.
En el año de 1606 se trasladó la corte á Madrid, y hacia este tiempo
debió también Cervantes domiciliarse en ella. Siguiendo la costumbre
general de aquella época, observada hasta por los principales magnates
del imperio, como por ejemplo el duque de Lerma, entró en una hermandad
religiosa; pero no por esto se alivió en nada su suerte. El poeta, ya
anciano, debió resignarse de nuevo, y buscó un consuelo á la ingratitud
de los hombres consagrándose en la soledad al cultivo de su amada
poesía. En 1612 aparecieron sus _Novelas ejemplares_, unas nuevas y
otras publicadas ya en Sevilla, tan estrechamente enlazadas con la
historia del teatro, que sirvieron á innumerables poetas para la
composición de sus dramas[10]. Pronto le siguió el _Viaje al Parnaso_,
obra admirable, que además de muchos juicios tan ingeniosos como justos,
además de pasajes de subido valor poético, contiene otros, que son sólo
catálogos en verso de nombres de poetas españoles. Un _apéndice_ en
prosa, que le sigue, se propone llamar la atención hacia antiguos
dramas del autor, ya olvidados; acusar de ingratitud á los actores y al
público, y recomendarle algunas comedias que compuso en sus últimos
años. Con la esperanza de brillar de nuevo en los teatros de la capital,
había escrito diversas comedias y entremeses, trabajando cuanto pudo
para que se representaran; pero todos sus esfuerzos fueron vanos, porque
ningún director de teatros accedió á sus ruegos. Para sacar de ellas
algún producto, propuso al librero Villarroel que se las comprara; pero
esté le replicó desde el principio, que de su prosa se podía esperar
mucho y de sus versos nada; cedió al fin, é imprimió en el año de 1615
el tomo de sus comedias y entremeses, origen de tan extrañas hipótesis.
Hacia esta época movió mucho ruido en España una producción literaria
singular, esto es, una continuación del _Don Quijote_ de un cierto
Avellaneda, nombre supuesto de un clérigo aragonés, compositor de
comedias. Este falso _Don Quijote_ no carecía de invención y de
ingenio; pero hacía alusiones indignas al autor del verdadero,
infinitamente superior. Cervantes contestó á este ataque apasionado con
la segunda parte de su novela, cuyo éxito hizo enmudecer á sus enemigos.
La noble moderación que manifestó, así en ésta como en otras cuestiones,
merece ser citada por modelo.
La segunda parte del _Don Quijote_ fué la última obra que Cervantes
publicó; pero no por eso se agotó su inventiva. La protección, que le
dispensaron dos grandes generosos, el conde de Lemos y D. Bernardo de
Sandoval y Rojas, arzobispo de Toledo, hicieron los más felices los
últimos años de su vida, y le proporcionaron tranquilidad suficiente
para realizar sus planes poéticos, como el de la continuación de la
_Galatea_, la comedia _El engaño á los ojos_, dos obras desconocidas, el
_Bernardo_ y _Las Semanas del Jardín_, y la novela _Persiles y
Segismunda_, única que nos ha conservado el tiempo. Cervantes prefería
el _Persiles_ á todas sus obras: la posteridad piensa muy de otra
manera; pero sea cual fuere el juicio, que de ella se forme, no deja de
asombrarnos que la escribiera un anciano de sesenta y ocho años,
desplegando tan exuberante fantasía, que, como dice Calderón, semejante
á Vulcano, ocultaba bajo su capa de nieve ríos de fuego.
Hacia la primavera de 1616 había concluído el _Persiles_: el estado de
su salud empezaba ya á inspirar algún cuidado; creyó mejorarse variando
de aires, y, con este objeto pasó á Esquivias á visitar á sus parientes.
Pero el mal se empeoró, y, viendo cercano su fin, quiso morir en su
casa. Su vuelta á Madrid le inspiró el prólogo de su novela, jocoso y
patético á un tiempo. Se perdió toda esperanza de salvarlo; recibió la
Extremaunción; escribió en su lecho de muerte una carta ingeniosa al
conde de Lemos, que precede al _Persiles_, y murió el 23 de abril de
1616, á los setenta y nueve años. Enterrósele silenciosa y pobremente;
ni el más sencillo monumento señala su tumba, y sólo en los últimos
tiempos se ha erigido uno á la memoria del hombre, que ha dado más
gloria á su país que todos los reyes y magnates de su época[11].


CAPÍTULO XII.
Comedias más antiguas de Cervantes.--Su crítica del teatro español.--Sus
últimas comedias.

Los trabajos dramáticos de Cervantes se dividen, como hemos indicado
antes, en dos períodos distintos, abrazando el primero los años que
siguieron á su regreso de Argel, hasta su traslación de Madrid á Sevilla
(1581-1588), y el segundo, posterior á aquél en veinte años, hasta el
fin de su vida. El espacio comprendido entre ambos, aunque fué notable
por la celebridad que alcanzó su musa dramática, nos lo ofrece, sin
embargo, en cierta oposición crítica con la literatura de aquella época,
y por esta razón debemos también estudiarlo: únicamente el primero de
estos períodos puede formar el objeto de este libro, hablando en rigor;
mas para no faltar á la unidad necesaria, parece oportuno quebrantar el
orden cronológico, y tratar también del siguiente.
Antes que este escritor llegase en edad más madura á la esfera propia de
la poesía, en la cual pudieran desenvolverse libremente sus esclarecidas
dotes, había hecho numerosos ensayos en casi todos los géneros
literarios. Su ingenio vivo é impresionable, pronto en seguir las más
opuestas direcciones, necesitaba un motivo poderoso para trazarse un
rumbo peculiar. Sus dos novelas pastoriles al estilo de la época, le
colocaron en el número de los imitadores de Montemayor y de Gil Polo, y
sus infinitos romances (ahora perdidos) y poesías líricas, entre el
enjambre de poetas, que, sin manifestar verdadera originalidad,
recorrían un camino ya trillado. Causas diversas contribuyeron á llamar
su atención y dirigir su actividad hacia la literatura dramática. Había
asistido en su niñez á las representaciones de Lope de Rueda, y
presenciado el maravilloso efecto de obras de un orden inferior, cuando
en su exposición reinaba la vida y el movimiento; y los teatros de
Madrid, que más tarde pudo observar de cerca, lo excitaron vivamente á
acometer empresas análogas. Bastaba esto, sin duda, para llevar al
teatro á este hombre singular, ansioso de obtener en la literatura
patria un lugar honorífico, y de influir también en su país. La
aprobación, que se dispensó á su primera pieza, lo alentó para
proseguir la senda comenzada; las obras de La Cueva, de Artieda y
Virués, le enseñaron el camino, que había de recorrer para dar al drama
más valor literario; su residencia en las inmediaciones de la capital, y
la necesidad de atender á su familia, contribuyeron no poco en su línea
á estrechar más su unión con el teatro, y por este motivo escribió sin
descanso en un período de pocos años veinte ó treinta comedias, que por
lo general fueron aplaudidas[12]. La precipitación, con que se
compusieron, y el tono poco lisonjero con que habla de ellas en el
pasaje citado más abajo, hacen sospechar que el autor no se propuso otro
objeto que salir de sus apuros del momento. Adviértase, sin embargo, que
otras veces sostiene lo contrario[13]. Hasta en los últimos años de su
vida, cuando su fama era grande en otros dominios de la literatura,
habla con placer de los ensayos dramáticos de su juventud, y parece como
que quiere fundar en ellos parte de su celebridad poética; y si miramos
este sentimiento como regla que pueda valorar el mérito de sus
producciones, es deplorable en alto grado que á la vez fuese tan
negligente en habérnoslas conservado por medio de la imprenta, único
caso en que sería lícito á la posteridad, estimar en toda su extensión
su mérito dramático. Sólo debemos á una feliz casualidad, que al menos
hayan escapado dos piezas manuscritas de las más antiguas de los
estragos del tiempo, y que hayan sido impresas á fines del siglo pasado.
La primera, titulada _El trato de Argel_, es, sin disputa, la más
antigua de las escritas por Cervantes, y aunque no adoptemos la opinión
de Pellicer y Navarrete de que la compuso en su cautiverio, debió ser,
todo lo más, á poco de volver, cuando estaban frescos en su memoria los
dolores y tormentos allí sufridos[14]. Ofrécenos un cuadro, que nos
impresiona y conmueve, de los martirios y penalidades de los esclavos
cristianos, presenciados y sentidos por el autor; aunque de drama,
propiamente dicho, tenga poco más que el nombre, puesto que los diversos
grupos y situaciones en que se distribuye la acción, carecen de un lazo
estrecho que los haga interesantes. Forman su base los amores de Aurelio
y de Silvia, cautivos ambos en Argel. Aurelio es amado de Zara, su
señora, mujer del renegado Izuf; y tanto ella como su amiga Fátima se
valen de todo linaje de astucias para seducirlo, aunque inútilmente,
porque se mantiene inexorable. Esto se desenvuelve en las primeras
escenas. Después aparecen los dos esclavos Saavedra y Pedro Alvarez, y
describen los males del cautiverio. Izuf encarga á Aurelio que le
concilie las buenas gracias de Silvia, y él finge que se prepara á
desempeñar su comisión. La escena siguiente representa un mercado de
esclavos, y los horrores de estas compras de carne humana. Luego leemos
los encantos, de que se vale Fátima para obligar á Aurelio á querer á
Zara. Preséntase una Furia, y anuncia que sólo _la necesidad y la
oportunidad_ podrán quebrantar la firmeza del cristiano. Estos
personajes alegóricos se muestran también luego, y procuran, aunque
vanamente, convencer á Aurelio. A poco se ve á Pedro Alvarez en un
desierto, escapado de la prisión, que ha perdido el camino y cae en
tierra sin aliento. Invoca á la Santísima Virgen y se presenta un león,
que se pone á su lado y luego prosigue delante su camino, sirviéndole de
guía. A la conclusión se anuncia la llegada de Fr. Juan Gil, redentor
español de esclavos, y Aurelio, Silvia, Saavedra (Cervantes) y los demás
cautivos se arrojan á sus pies con la esperanza de ser rescatados. En
toda esta pieza se descubre al principiante, y, por grande que sea
nuestra veneración al famoso nombre del autor, no es posible desconocer
su inmensa inferioridad, comparada con las obras de La Cueva de la misma
época. Pero cuanto disminuye su mérito dramático y valor poético,
considerada como producción literaria, está compensado por otra especie
de interés, que hace enmudecer á la crítica, pues ¿quién podrá ahogar la
impresión, que ha de excitarle la pintura de las penalidades, que sufrió
el desdichado poeta? ¿Quién leerá, sin conmoverse ni interesarse, las
escenas en que el autor aparece en el teatro con el nombre de Saavedra?
¿Quién no participará del elocuente celo, con que excita á sus
conciudadanos á rescatar á los cautivos cristianos de Argel? Hasta sus
muchos rasgos prosáicos mueven más poderosamente nuestro interés.
La _Numancia_ respira otro espíritu muy distinto: el espíritu de la
verdadera poesía. Aunque este poema, según se sospecha, no debió
escribirse mucho después que el anterior[15], es menester confesar que
el autor había hecho en poco tiempo adelantos gigantescos. Cuando se
conoce á fondo el teatro antiguo, es fácil de contestar el aserto de que
la _Numancia_ es una obra aislada y única en toda la literatura
española, puesto que por su forma, estilo y traza general se asemeja á
las comedias de Juan de la Cueva, especialmente al _Saco de Roma_; como
tampoco puede negarse que es muy superior á todas las obras del poeta
sevillano. Era empresa aventurada ajustar á las condiciones de un drama
la destrucción de la antigua y fortísima Numancia, y convertir en
protagonista de la acción á una ciudad entera con todos sus habitantes,
cuando esto podría ser más bien objeto de la epopeya, y sólo un drama de
forma libre y desembarazada, que participase con vigor igual de la
índole de la lírica y de la épica, hubiese conseguido dominar por
completo el asunto. Por esta razón no debemos criticar al poeta porque
sólo pintó los caracteres con rasgos generales, y porque debilita el
interés de la acción en diversas situaciones, sin otro vínculo que las
una sino el de su relación más ó menos directa con la suerte de
Numancia. Verdad es que existe esta unidad de interés por la agrupación
de todas sus partes aisladas alrededor de este centro común, y por el
empeño que muestra el poeta en dirigir la atención hacia él. No se omite
medio para infundir admiración, horror y lástima: el heroísmo y la
generosidad de los habitantes, los ayes de los niños hambrientos, la
desesperación de las madres, los funestos presagios de los sacrificios,
la resurrección de un muerto por la fuerza de los encantos y sus tristes
profecías, juntamente con la catástrofe final, en que un pueblo entero
se sepulta bajo las humeantes ruinas de su patria, forman un cuadro
patético y verdaderamente trágico. Mas por atrevido y grandioso que nos
parezca el conjunto, por sublime y animada que en general sea la
exposición, no se nos ocultan ciertas manchas que deslustran algún tanto
la obra. Tales son las figuras alegóricas, no obstante la habilidad con
que Cervantes las introduce, aunque bueno es advertir que casi siempre
son aquí más oportunas que en su _Trato de Argel_, y que la escena en
que Hispania y el río Duero profetizan la suerte que aguarda á la
patria, no carece de efecto; la fatigosa extensión del primer acto y las
escenas amorosas de dos jóvenes numantinos, á pesar de su innegable
belleza, no se ajustan bien al tono dominante en el drama.
Pero si prescindimos de estos lunares aislados y nos detenemos en las
bellezas más notables de la _Numancia_, sin olvidar la prematura
aparición de esta tragedia, no podremos menos de deplorar aún más
amargamente la pérdida de las demás piezas antiguas de Cervantes, que
sin duda nos revelarían los frutos más sazonados de su talento
dramático. Cuéntase especialmente, entre ellas, _La Confusa_, que el
autor celebra en varios pasajes, calificándola de una de las mejores
comedias de capa y espada. Los títulos de las restantes, en cuanto nos
es posible indicarlos, son: _La batalla naval_ (probablemente la de
Lepanto), _La Jerusalén_, _La gran Turquesca_[16], la _Comedia de la
Amaranta_ ó _la del Mayo_, _El bosque amoroso_, _La única y bizarra
Arsinda_. Quizá lleguen á descubrirse estas comedias por una feliz
casualidad, y se llene laguna tan sensible en la historia de la
literatura dramática española. Las últimas obras de nuestro poeta, en
las cuales, renunciando á su originalidad, rinde culto á deplorables
imitaciones, no nos ofrecen, bajo este aspecto, la compensación deseada.
El período de tiempo, que separa estas postreras comedias de Cervantes
de las anteriores, coincide justamente con la época más importante de la
historia del teatro, esto es, con aquélla en que se desarrollaron y
predominaron en la escena española nuevas formas del drama, originales y
vigorosamente caracterizadas, que desde entonces y por espacio de medio
siglo constituyeron el drama nacional. Al ausentarse nuestro poeta de
Madrid, había ya aparecido Lope de Vega y ganado de tal suerte el favor
del público con sus primeros ensayos, que fué proclamado superior á
todos sus predecesores y contemporáneos. Su genio é inventiva, su fácil
exposición y su fecundidad casi increible, lo hicieron pronto dueño
absoluto del teatro; otros poetas de valía no se desdeñaron de seguir la
senda trazada por él, y en corto tiempo fijó de tal suerte esta escuela
el fondo y la forma de todas las especies dramáticas, que el gusto
nacional no consintió ya en las tablas ninguna obra de distinta índole.
Olvidáronse á poco las mejores piezas, escritas en diverso estilo, que
se habían admirado antes, y su brillo quedó obscurecido por el aplauso
que se tributó á las nuevas, viéndose obligados los que intentaban
adquirir ó sostener fama de autores dramáticos, á seguir la moda de la
época y ceder á las exigencias del público. Cervantes, lejos de este
centro de actividad poética, y ocupado entonces en otros trabajos, se
contentó con asistir, como espectador y juez, á este desenvolvimiento
más vasto del arte dramático, en vez de luchar con los afamados
paladines del día. En el capítulo 48 del _Quijote_ se hallan los pasajes
más prolijos é importantes de sus diversas obras, en que ha consignado
su especial juicio acerca de las innovaciones indicadas. Preséntase aquí
en abierta oposición con el gusto del público, puesto que califica á
casi todas las piezas dramáticas más aplaudidas en su tiempo de espejos
de disparates, ejemplos de necedades é imágenes de lascivia, acusando á
los poetas de su indecible indulgencia con la ignorante muchedumbre. El
encono y amargura de esta crítica proviene, sin duda, del desagrado con
que miraba el brillante éxito de las obras de sus jóvenes coetáneos, y
de la escasa importancia que daban á sus producciones dramáticas, por
cuyo motivo debemos considerar como injustos sus juicios. Pero cuando se
examinan una á una sus censuras, despojándolas de las exageraciones,
hijas de su mal humor y de su emulación, no es posible dejar de convenir
con él en algunos puntos. Carece de sólido fundamento el cargo, hecho
muchas veces á Cervantes, de que, en general, ataca al drama romántico.
Nunca pensó en ajustar el teatro español á las reglas aristotélicas, ni
en imitar á los antiguos clásicos: jamás encontramos en sus distintas
obras la más ligera alusión á ellos. Sólo la crítica acerba, con que
comienza el pasaje citado del _Quijote_, ha dado pábulo á la opinión de
que intentó conmover en sus cimientos al teatro nacional; pero, cuando
lo examinamos despacio, nos convencemos de que sólo quiso hablar de los
abusos aislados, que en número no escaso reinaban ya en la escena. Para
apreciar con exactitud las causas del descontento de Cervantes, es
necesario, en vez de fijarnos únicamente en las obras dramáticas más
notables de la época, descender también á las medianas y malas, que,
compuestas por los directores de teatros y formando monstruoso conjunto,
no aspiraban á otro fin más elevado que á ganar los aplausos de la
muchedumbre, y á las de ciertos poetas insignificantes, que, apasionados
de todo linaje de extravíos y excesos, infringían gozosos las reglas de
la naturaleza y del arte. ¡Hasta las obras de Lope de Vega ofrecen
bastantes ejemplos de los abusos inauditos que engendran la delirante
fantasía, la precipitación del trabajo, y la condescendencia vituperable
con el gusto corrompido de la época, causas todas suficientes para
seducir al talento más brillante!
La crítica de Cervantes alcanza principalmente á la frecuencia, con que
se quebranta la unidad de tiempo y de lugar. «¿Qué mayor disparate
(dice) puede ser, en el sujeto que tratamos, que salir un niño en
mantillas en la primera escena del primer acto, y en la segunda salir ya
hecho hombre barbado?... He visto comedia que la primera jornada comenzó
en Europa, la segunda en Asia, la tercera se acabó en África...»
Cuando se analiza bien todo el pasaje citado y las obras que condena,
parece con claridad que su objeto no es tanto recomendar la estricta
observancia de las tres unidades, cuanto atacar el abuso y la licencia
que reinaban en esta parte. No es lícito negar (y entonces no podremos
menos de convenir con Cervantes) que muchos poetas de aquella época
llevaron tan lejos sus extravíos, instigados por el afán de ofrecer á
los espectadores variedad incesante, que se olvidaron por completo del
lugar y del tiempo, y de esta manera dañaron no poco á sus obras, y al
efecto, que, sin estas divisiones, hubiera hecho el conjunto. Más
difícil es aprobar el segundo objeto de su crítica. Parece que,
desconociendo la esencia verdadera de la poesía, desea imprimir al drama
una tendencia moral directa, y ajustar esta falsa regla al drama
español. Aunque en esta parte no parece razonable alabar en todo sus
fallos, siendo tan falaz su fundamento, debemos, no obstante, confesar
que ataca sólo las exageraciones y los excesos, y la falta de dignidad y
de moralidad, que se advertía en muchas producciones dramáticas de la
época.
Los demás cargos que hace á la nueva literatura, no son en general
infundados cuando ataca las obras deplorables de los poetastros; pero
son injustos, como el anterior, cuando á todos los extiende, y confunde
y baraja lo bueno con lo malo. «¿Y qué mayor disparate, dice, que
pintarnos un viejo valiente y un mozo cobarde, un lacayo retórico, un
paje consejero, un rey ganapán y una princesa fregona?... Y si es que la
imitación es lo principal que ha de tener la comedia, ¿cómo es posible
que satisfaga á ningún mediano entendimiento que, fingiendo una acción
que pasa en tiempo del rey Pepino y Carlomagno, al mismo que en ella
hace la persona principal le atribuyan que fué el emperador Heraclio,
que entró con la cruz en Jerusalén, y el que ganó la Casa Santa como
Godofre de Bullón, habiendo infinitos años de lo uno á lo otro; y,
fundándose la comedia sobre cosa fingida, atribuirle verdades de
historia y mezclarle pedazos de otras sucedidas á diferentes personas y
tiempos, y esto no con trazas verosímiles, sino con patentes errores de
todo punto inexcusables? Y es lo malo que hay ignorantes que digan que
esto es lo perfecto, y que lo demás es buscar gullurías. Pues ¿qué si
venimos á las comedias divinas? ¡Qué de milagros falsos fingen en ellas;
qué de cosas apócrifas y mal entendidas, atribuyendo á un santo los
milagros de otro! Y aun en las humanas se atreven á hacer milagros sin
más respeto ni consideración que parecerles que allí estará bien el tal
milagro y apariencia, como ellos llaman, para que gente ignorante se
admire y venga á la comedia: que todo esto es en perjuicio de la verdad,
y en menoscabo de las historias, y aun en oprobio de los ingenios
españoles; porque los extranjeros, que con mucha puntualidad guardan las
leyes de la comedia, nos tienen por bárbaros é ignorantes...»
Fácil es la contestación á todas estas críticas. Salta desde luego á los
ojos, que, cuanto encuentra Cervantes de censurable en este capítulo,
aunque justo, si se atiende á una parte de la literatura dramática
española, es injusto haciéndolo extensivo á toda ella. Si es verdad que
en la época, en que se escribió el primer tomo del _Quijote_, no había
llegado el teatro nacional á su mayor y más perfecto apogeo, también lo
es que existían ya entonces muchas producciones dramáticas, á las cuales
no es aplicable ni un solo cargo de los consignados en esta larga serie;
y en otras, ¡cuántas excelencias poéticas compensaban en parte esos
mismos defectos! Sin duda lo conoció también Cervantes, cuando á sus
invectivas añade siempre aisladas reflexiones más benévolas. «Y no
tienen la culpa de esto, dice, los poetas que las componen, porque
algunos hay dellos que conocen muy bien en lo que yerran, y saben
extremadamente lo que deben hacer; pero como las comedias se han hecho
mercadería vendible, dicen, y dicen verdad, que los representantes no se
las comprarían si no fuesen de aquel jaez; y así el poeta procura
acomodarse con lo que el representante que le ha de pagar su obra le
pide; y que esto sea verdad, véase por muchas é infinitas comedias que
ha compuesto un felicísimo ingenio destos reinos con tanta gala, con
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