Historia de la literatura y del arte dramático en España, tomo II - 13

Total number of words is 4741
Total number of unique words is 1679
32.6 of words are in the 2000 most common words
46.5 of words are in the 5000 most common words
53.3 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
A la postrera cama
No distes sola un hora
De disgusto, y agora
Parece que le dais...
* * *
Yo para vos, los pajarillos nuevos,
Diversos en el canto y los colores
Encerraba, gozoso de alegraros;
Yo plantaba los fértiles renuevos
De los árboles verdes, yo las flores
En quien mejor pudiera contemplaros,
Pues á los aires claros
Del alba hermosa, apenas
Salistes, Carlos mío,
Bañado de rocío,
Cuando, marchitas las doradas venas
El blanco lirio convertido en hielo,
Cayó en la tierra, aunque traspuesto al cielo.
¡Oh, qué divinos pájaros agora,
Carlos, gozáis, que con juntadas alas
Discurren por los campos celestiales
En el jardín eterno!...[164].»
Un segundo hijo, llamado Lope como su padre, llegó á alcanzar edad más
adelantada, y entró más tarde en la carrera de las armas[165]. Es
difícil de explicar, que, no obstante las alusiones á su existencia, que
se hallan en las obras de Lope, y especialmente en la dedicatoria de _El
verdadero amante_, ni Montalván habla de él una palabra, ni Lord Holland
llena tampoco esta laguna, y eso que cita largos párrafos de la misma
dedicatoria.
En la de _Remedio en la desdicha_, y en las epístolas á Herrera y á
Amarilis, nombra el poeta á una hija llamada Marcela, que á los quince
años de edad tomó el velo en la Orden de Carmelitas Descalzas. Como
Montalván, al tratar de este punto, la califique de _parienta muy
próxima_ de Lope, es de presumir que la hubo fuera de matrimonio. Parece
que su padre la amaba tiernamente, deduciéndose de las frases en que
alude á ella, que era de prendas poco comunes: «Favoreced mi ingenio con
leerla, supliendo con el vuestro los defectos de aquella edad (dice en
la dedicatoria de esa comedia), que en la tierna vuestra me parece tan
fértil, si no me engaña amor, que pienso que le pidió la naturaleza al
cielo para honrar alguna fea, y os le dió por yerro; á lo menos á mis
ojos les parece así; que en los que no os han visto pasará por
requiebro. Dios os guarde y os haga dichosa, aunque tenéis partes para
no serlo, y más si heredáis mi fortuna, hasta que tengáis consuelo, como
vos lo sois mío.--Vuestro padre.»
La epístola á Herrera, en que describe la lucha que sostuvo su corazón
entre el dolor y la alegría al profesar aquélla en el convento, es una
de sus composiciones más bellas.
A la pena producida por la muerte de su hijo mayor, sucedió pronto la de
su esposa, que falleció después de dar á luz otra hija llamada
Feliciana. Ambas desgracias afligieron profundamente el espíritu de
Lope. Ya antes de la última se inclinaba visiblemente á buscar los
consuelos de la religión, y luego se consagró á ella por completo. Dice
así en la epístola de Belardo á Amarilis:
«Feliciana, el dolor me muestra impreso
De su difunta madre en lengua y ojos;
De un parto murió; ¡triste suceso!
Porque tan gran virtud á sus despojos
Mis lágrimas obliga y mi memoria,
Que no curan los tiempos mis enojos.
De sus costumbres santas hice historia
Para mirarme en ellas cada día,
Envidia de su muerte y de su gloria.
Dejé las galas que seglar vestía;
Ordenéme, Amarilis, que importaba
El ordenarme á la desorden mía.»
Recibió las sagradas órdenes en Toledo; entró en la congregación de
siervos del Santísimo Sacramento en el _Oratorio del Caballero de
Gracia_, en donde cantó misa el primer domingo de Agosto de 1609; fué
admitido el 24 de Enero de 1610 en la congregación del _Oratorio_ de la
calle del Olivar, y el 26 de septiembre de 1611 en la _Orden tercera de
San Francisco_[166].
Antes de continuar trazando la historia externa de la vida de Lope,
echemos una ojeada retrospectiva para apreciar especialmente su
actividad literaria.
Ya se ha dicho que Lope escribió comedias en su niñez. La extraordinaria
facilidad, con que las componía, no le dejó permanecer ocioso en sus
años juveniles, y la multitud de sus obras dramáticas casi nos obliga á
creer que, en el primer período de su vida, compuso también algunas. Su
poderoso influjo en el teatro español parece haber comenzado hacia el
año 1588. Con arreglo á las investigaciones de Navarrete, es indudable
que Cervantes alude á esta época cuando en 1615, en el prólogo á sus
comedias, después de hablar de sus obras para los teatros de Madrid,
dice lo siguiente: «Tuve otras cosas en que ocuparme: dexé la pluma y
las comedias, y entró luego el monstruo de la naturaleza, el gran Lope
de Vega, y alzóse con la monarquía cómica: avasalló y puso debajo de su
jurisdicción á todos los farsantes: llenó el mundo de comedias propias,
felices y bien razonadas; y tantas, que pasan de diez mil pliegos los
que tiene escritos, y todas (que es una de las mayores cosas que puede
decirse) las ha visto representar ú oido decir (por lo menos) que se han
representado; y si algunos (que hay muchos) han querido entrar á la
parte y gloria de sus trabajos, todos juntos no llegan en lo que han
escrito, á la mitad de lo que él solo.» No fué sólo la inclinación
natural de Lope, sino también la necesidad de distraerse, lo que lo
movió á dedicarse principalmente á esta parte de la literatura. Ningún
género literario hubo entonces más lucrativo que el dramático; y aunque
no fuesen muy considerables las sumas que los directores pagaban por
cada una de las comedias, debieron, sin embargo, de proporcionarle
importantes ganancias, atendida su increible fecundidad. Así dice en la
epístola á D. Antonio de Mendoza:

«Necesidad y yo partiendo á medias
El estado de versos mercantiles,
Pusimos en estilo las comedias.
Yo las saqué de sus principios viles,
Engendrando en España más poetas
Que hay en los aires átomos sutiles.»
De la rapidéz de su trabajo hay una prueba en sus propias palabras de la
égloga á Claudio, puesto que escribió más de cien comedias en el término
de veinticuatro horas, que fueron representadas. Montalván dice á este
propósito lo que sigue: «Aún la pluma no alcanzaba á su entendimiento
por ser más lo que él pensaba que lo que la mano escribía. Hacía una
comedia en dos días, que aun trasladarla no es fácil al escribano más
suelto; y en Toledo hizo en quince días continuados quince jornadas, que
hacen cinco comedias, y las leyó como las iba haciendo en una casa
particular donde estaba el maestro José de Valdivielso, que fué testigo
de vista de todo; y porque en esto se habla variamente, diré lo que yo
supe por experiencia. Hallóse en Madrid Roque de Figueroa, autor de
comedias, tan falto dellas, que estaba el Corral de la Cruz cerrado,
siendo por Carnestolendas; y fué tanta su diligencia, que Lope y yo nos
juntamos para escribirle á toda prisa una, que fué _La Tercera Orden de
San Francisco_, en que Arias representó la figura del Santo con la
mayor verdad que jamás se ha visto. Cupo á Lope la primera jornada y á
mí la segunda, que escribimos en dos días, y repartióse la tercera á
ocho hojas cada uno, y por hacer mal tiempo me quedé aquella noche en su
casa. Viendo, pues, que yo no podía igualarle en el acierto, quise
intentarlo con la diligencia, y para conseguirlo, me levanté á las dos
de la mañana y á las once acabé mi parte; salí á buscarle, y halléle en
el jardín muy divertido con su naranjo que se helaba; y, preguntando
cómo le había ido de versos, me respondió: A las cinco empecé á
escribir; pero ya habrá una hora que acabé la jornada, almorcé un
torrezno, escribí una carta de cincuenta tercetos y regué todo este
jardín, que no me ha cansado poco. Y sacando los papeles, me leyó las
ocho hojas y los tercetos; cosa que me admirara si no conociera su
abundantísimo natural y el imperio que tenía en los consonantes.»
Su extraordinaria facilidad para el teatro no impidió á Lope cultivar
otros géneros literarios[167].
«No hubo suceso (dice Montalván), que no publicase sus elogios;
casamiento grande á quien no hiciese epitalamio; parto feliz á quien no
escribiese natalicio; muerte de príncipe á quien no consagrase elegía;
victoria nueva á quien no dedicase epigrama; santo á quien no celebrase
con villancicos; fiesta pública que no luciese con encomios, y certámen
literario á que no asistiese como secretario, para repetirle y como
presidente para juzgarle.»
A fines del siglo XVI no se había impreso obra alguna del poeta español
más fecundo, puesto que por su poca importancia no debemos hacer mención
de algunas comedias, que se dieron á la estampa contra su voluntad, con
arreglo á los manuscritos de los directores de teatro. La primera poesía
suya, que se imprimió para el público, fué en loor de San Isidro, en
diez cantos y en quintillas, apareciendo en el año 1599. Siguieron á
ésta otras dos en 1602, escritas largo tiempo ántes, y tituladas _La
Arcadia_ y _La hermosura de Angélica_. El espacio transcurrido entre la
composición y la impresión de sus obras, parece confirmar lo que dice D.
José Pellicer de Tovar en su elogio: que era rápido como el relámpago
para componer, y pesado, como el Dios Término, para corregir lo escrito.
Con pocas excepciones publicó casi siempre sus obras, después de
guardarlas largo tiempo en su poder. Hasta los 40 años, desde los nueve
en que escribió _El verdadero amante_, observó este precepto de Horacio.
Si bien compuso comedias que en 24 horas pasaron de las musas al teatro,
tenía en cuenta la crítica poco ilustrada de los espectadores; sin
embargo, dice muchas veces que no las conceptuaba dignas de darse á la
prensa antes de someterlas á una revisión más cuidadosa.
Con la _Angélica_ apareció también la poesía épica titulada _Dragontea_,
nombre derivado del célebre Francisco Drake, calificado por el ódio
nacional español de dragón é instrumento del demonio, y objeto de
sátiras y mofa.


CAPÍTULO IX.
Continuación y fin de la vida de Lope de Vega.

En el año 1604 se imprimió un primer volúmen de las comedias de Lope por
especulación de comerciantes en libros, con arreglo á los manuscritos
existentes, siendo recibido del público con grande aceptación, como lo
prueban las repetidas ediciones hechas de ellas en Valladolid, Zaragoza,
Valencia, Madrid y Antuerpia; pronto le siguió una segunda parte, y á
ésta una tercera, que lleva asimismo el título de _Comedias de Lope de
Vega_, y contiene nueve piezas dramáticas, de las cuales sólo tres
pertenecen á nuestro poeta, aunque D. Nicolás Antonio y La Huerta
atribuyan sin escrúpulo á Lope las nueve restantes. En los cinco
volúmenes que después aparecieron, se incluyen también muchas de otros
autores. Lope protestó, á la verdad, contra el abuso que se hacía de su
nombre; pero lo cierto es, que cuando comenzó á publicar sus obras
dramáticas posteriormente, se ajustaron los nuevos tomos, en su serie y
continuación, á los apócrifos anteriores.
En su lugar oportuno hablamos de las causas de la negligencia, mostrada
por Lope, y por la mayor parte de sus coetáneos en la impresión de las
obras dramáticas. A los perjuicios indicados entonces, que impedían á
los poetas sufragar los gastos de impresión, hay que añadir otro, que
gravaba á otras partes de la literatura. Los editores no podían obtener
ganancias importantes, porque su derecho de propiedad carecía de la
protección necesaria, teniendo cada reino de la monarquía española leyes
y privilegios especiales, de suerte que, un libro publicado en Castilla,
se reimprimía impunemente en Aragón, Navarra, Portugal, Nápoles y los
Países-Bajos. Resultaba de esto, que había que deducir del precio de los
libros el coste de la licencia, y que su valor no se calculaba con
arreglo á su mérito, sino exclusivamente teniendo en cuenta el coste de
la impresión y del papel invertido en ella.
Cuando en 1600 se abrieron de nuevo los teatros, cerrados por dos años,
acudió el pueblo en tropel á sus funciones, movido por la curiosidad, y
sobre todo á la representación de las comedias de Lope, deseadas de tal
manera, que, por largo tiempo, casi no se leyó en los carteles otro
nombre que el suyo. El poeta, á la verdad, satisfacía los gustos del
público con fecundidad inagotable. El prólogo de _El Peregrino en su
Patria_ (fechado en Sevilla, en el último día del año 1603), demuestra
cuánto se había extendido su fama en esta época, pudiéndose decir, que,
á pesar de la envidia de sus émulos de España, sus composiciones eran
leídas con placer en Italia, Francia y América. Quéjase también de los
libreros, que interpolaban, entre las suyas, obras de distintos autores.
El mismo prólogo nos suministra una prueba importante de su actividad
literaria, esto es, un catálogo de sus comedias auténticas, que, sin
embargo, no juzga completo, no recordando ya los títulos de muchas. Esta
obra contiene, además, en su parte de prosa, una novela ordinaria, que
sirve como de marco á innumerables poesías y autos.
Con la entrada de Lope en el estado eclesiástico, comienza la época más
brillante de su vida, si no la más feliz, puesto que en sus últimos años
habla con amarga pena de su dicha doméstica de otros tiempos. Su
renombre se elevaba gradualmente á la mayor altura; los príncipes y
grandes de España se disputaban su amistad; poetas y poetastros
intrigaban para conciliarse su protección, y la España entera lo
divinizaba. A pesar de todo evitaba cuanto llevaba el sello de la
ostentación mundana, distribuyendo las ocupaciones de su existencia
entre el cumplimiento de sus deberes de eclesiástico y sus composiciones
poéticas. Tenía una capilla en su casa, en la cual celebraba diariamente
la misa; asistía también á todos los actos públicos, en que debía
intervenir como sacerdote, y no faltaba á ningún funeral ni á ninguna
procesión. Caritativo y generoso, era su domicilio el refugio de los
necesitados, y jamás llegó un mendigo á él sin obtener una limosna.
Pidiósela un día un clérigo, pobremente vestido, y Lope se despojó de
sus ropas y se las dió, así como su sombrero, viéndose obligado á ir con
la cabeza descubierta, no teniendo otro á mano para reemplazarlo.
Su piedad era tan ferviente como sincera. Pruébanla con elocuencia sus
poesías religiosas, compuestas en diversas épocas de su vida, aunque
publicadas más tarde; los más bellos frutos de su inspiración lírica, de
lo más profundo y sentido que ha escrito, á lo menos en parte, son
debidos á su musa religiosa y cristiana. Excusamos advertir que la
religión de un español de aquella época no carecía del exclusivismo, que
caracterizaba á su país y á su siglo. Antes de ser eclesiástico había
buscado Lope de preferencia el asunto de sus composiciones en el seno de
la religión. _Los Pastores de Belén_, impresos por vez primera en 1612,
fueron escritos durante su segundo matrimonio. En la narración en prosa
hay entremezclados algunos versos, que se distinguen por su sencilla
piedad y por su belleza. El libro está dedicado al tierno Carlos, su
hijo, en esta forma:
«Estas prosas y versos al Niño Dios, se dirigen bien á vuestros tiernos
años: porque si él os concede los que yo os deseo, será bien, que quando
halleys Arcadias de pastores humanos, sepays que estos divinos
escribieron mis dessengaños, y aquellos mis ignorancias. Leed estas
niñezes, començad en este Christus, que él os enseñara mejor como aveys
de passar las vuestras. El os guarde.»
De las líneas anteriores pudiera deducirse que Lope había renunciado por
completo á la poesía mundana. No fué así, sin embargo. Aunque en sus
devociones considerase á la religión como á la sola fuente, digna de
inspirarlo, en otros momentos en que lo ocuparon objetos menos elevados,
no se opuso á escribir de otras materias muy diversas. De esta manera, y
aun siendo ya sacerdote, prosiguió trabajando con inagotable fecundidad
en la composición y publicación de poesías líricas, épicas y dramáticas
de toda especie. Las innumerables composiciones líricas, insertas en
diversas colecciones, contienen, como todas sus obras, muchos rasgos
notables al lado de muchos medianos. En el año 1609 había concluído su
_Jerusalén conquistada_, deseoso de rivalizar con el Tasso, como antes
quiso rivalizar en su _Angélica_ con Ariosto. El objeto, que se propone
en su poema, es diverso del del Tasso, puesto que intenta realzar el
nombre español; no hubo cruzada alguna en el reinado de Alfonso VIII de
Castilla, y el título se refiere á la reconquista de Jerusalén por
Saladino. Lope atribuía un mérito especial á este poema, y dice que lo
escribió con esmero y que lo corrigió severamente. Lo último no se echa
de ver en él, puesto que su defecto capital es su extensión
inconsiderada y la acumulación de episodios, que ahogan el curso de la
acción principal. Pero si prescindimos de esta falta esencial, no
podremos menos de admirar muchas bellezas parciales, como, por ejemplo,
la descripción que se lee en el canto quinto del templo de la Ambición,
caprichosa, aunque en general digna de su ingenio; la pintura de la
peste y de la muerte de la Sibila, en el mismo canto; la historia
amorosa de Cloridante y de Brazaida, y la batalla de los caballeros, en
el canto décimo, por la espada de D. Juan de Aguilar; el episodio de la
judía Raquel, en el décimo noveno, etc. Tales fueron, sin duda, las
razones que movieron al italiano Marino (autor del _Adonis_) para
preferir la _Jerusalén_, de Lope, á la del Tasso.
Una de las muchas academias literarias, que existieron por este tiempo
en España, expresó en el año 1609 el deseo de que el más celebrado de
los poetas dramáticos le expusiera sus ideas acerca de las reglas dignas
de observarse en el arte dramático. Con este motivo escribió Lope un
_Nuevo arte de hacer comedias_, obrilla interesante para fijar su
carácter como dramático, merecedora de que no la pasemos por alto, y de
la cual trataremos después[168].
Por este tiempo se vió Lope empeñado en diversas disputas literarias,
ocasionadas en lo general por la mezquina envidia de otros escritores
menos renombrados, en odio á su fama siempre creciente. Góngora, hombre
ingenioso y de singular talento, cuyas composiciones juveniles,
romances y odas en estilo nacional español, son en parte modelos
perfectos en su género, llevado de su rivalidad por el escaso favor que
el público le dispensaba, se desató en ataques satíricos contra su
contemporáneo más amado, y no perdonó á Lope. Aconsejóle en un soneto
que borrase todas sus obras, excepto el _San Isidro_, y esto sólo á
causa de su objeto, y que no añadiese á la desdicha de Jerusalén, de
estar bajo el yugo de los infieles, la de ser cantada por él. Búrlase en
otro de un soneto de Lope, algo extraño, en verdad, que fué arreglado
por varios poetas en cuatro idiomas distintos, rogándole que lo borre, y
que no lo escriba en cuatro lenguas, para que no sean cuatro naciones
testigos de sus yerros. Lleno de malignidad hay otro, en el cual atacaba
personalmente al poeta y á su familia, burlándose de su escudo de armas,
grabado debajo de su retrato en la portada de _El Peregrino_, etc. A tan
apasionadas diatribas Lope oponía sólo tranquilidad y moderación. «Yo
amo á los que me aman, dice en una de sus epístolas, pero no odio á los
que me odian.» No obstante, cuando su émulo se dedicó á escribir en el
estilo pedantesco é hinchado, que se denominó _culteranismo_ ó
_gongorismo_, y que en el nombre lleva su crítica, creyó Lope deber suyo
oponerse á la corrupción que amenazaba á la literatura española. No
desaprovechó, pues, ocasión alguna favorable de esgrimir su sátira
contra _los cultos_, parodiando en sus comedias sus ininteligibles
galimatías por medio de necios petimetres. Hasta en sus composiciones
más ligeras se encuentran muchos versos burlescos contra la nueva secta,
como, por ejemplo, el soneto, en estilo culto, que concluye así:
«¿Entiendes, Fabio, lo que voy diciendo?
Pues si lo entiendes tú, yo no lo entiendo.»
En otro soneto ruega al demonio del culteranismo que abandone á uno de
sus poseídos, y que lo deje hablar en su nativo idioma castellano. Más
seria y formalmente reprobó al fin el nuevo estilo en su _Discurso de la
nueva poesía_ (1621), en el cual se lee la siguiente crítica contra
Góngora y su escuela, tan severa como oportuna: «Quiere (dice)
enriquecer el arte y aun la lengua con tales exornaciones y figuras,
cuales nunca fueron antes imaginadas, ni hasta su tiempo vistas... Bien
consiguió lo que intentó á mi juicio, si aquello era lo que intentaba;
la dificultad está en el recibirlo, de que han nacido tantos, que dudo
que cesen si la causa no cesa... A muchos ha llevado la novedad á este
género de poesía, y no se han engañado, pues en el estilo antiguo en su
vida llegaron á ser poetas, y en el moderno lo son el mismo día; porque
con aquellas transposiciones, cuatro preceptos y seis voces latinas ó
frases enfáticas, se hallan levantados á donde ellos mismos no se
conocen, ni aun sé si se entienden... y siendo tan doctos los que lo han
imitado, se han perdido... Pues hacer toda la composición figuras es tan
vicioso é indigno, como si una mujer que se afeita, habiéndose de poner
la color en las mejillas, lugar tan propio, se la pusiese en la nariz,
en la frente y en las orejas; pues esto es una composición llena de
estos tropos y figuras, un rostro colorado á manera de los ángeles de la
trompeta del juicio ó de los vientos de los mapas... Las voces sonoras
nadie las ha negado, ni las bellezas, como arriba digo, que esmaltan la
oración, propio efecto della; pues si el esmalte cubriese todo el oro,
no sería gracia de la joya, antes fealdad notable.»
No obstante la severidad de este juicio, hizo Lope en el mismo
_discurso_ completa justicia al talento indisputable de Góngora, y más
tarde (en 1623) le dedicó la comedia _Amor secreto hasta celos_ (tomo
XIX), expresando francamente el favorable juicio, que había formado de
su capacidad y de su carácter.
En una época posterior se ha hablado de una disputa entre Cervantes y
Lope, inculpándose ya al uno, ya al otro. Basta, sin embargo, echar una
ojeada sobre las obras de los dos escritores más célebres de su siglo,
para convencerse de la falta de fundamento de tales sospechas, que
argüirían celos ó envidia de cualquiera de ellos respecto del otro. La
aparente querella entre ambos, de que hablamos, no fué promovida
directamente por ninguno de los dos, sino por espíritus mezquinos de
aquel tiempo, que, so pretexto de salir á la defensa de autores tan
famosos, daban rienda suelta á bastardas pasiones, tan comunes á los
hombres vulgares, y que ya antes se mostraron. Cervantes había herido
algunas vanidades en su revista de la biblioteca de _Don Quijote_, y
principalmente en la crítica del canónigo acerca de la literatura
dramática, no acumulando sobre la cabeza de Lope los epítetos más
lisonjeros. Uno de los más ciegos partidarios del último creyó, pues,
que los sonetos satíricos citados eran de la misma pluma, y replicó con
un libelo tan sandio como mal intencionado contra el autor de _Don
Quijote_. Aunque aquellos sonetos son atribuídos á Góngora en dos
antiguos manuscritos de la biblioteca de Madrid, y el estilo sea también
indudablemente suyo, La Huerta ha reimpreso uno como si fuese de
Cervantes, culpándole, por consiguiente, de injusticia contra su
eminente coetáneo.
El fingido Avellaneda, malévolo enemigo de Cervantes y autor de la
segunda parte apócrifa del _Quijote_, se propuso también romper una
lanza en favor de Lope. Todas estas intrigas, sin embargo, no fueron
bastantes para turbar la buena inteligencia que reinaba entre estos dos
ingenios eminentes. Si Cervantes no estaba siempre contento con Lope, y
expresaba claramente su pesar, de que el fecundísimo favorito del
público sacrificase no pocas veces su fama duradera á la popularidad del
momento, decía, en términos aún más inofensivos, lo confesado por el
mismo Lope; su imparcialidad resplandece tanto más en las sinceras y
grandes alabanzas que le prodiga en casi todas sus obras, desde _El
Canto de Caliope_, en que celebra á Lope, de apenas veintidós años,
hasta el _Viaje del Parnaso_, en que le llama poeta distinguido, á quien
ninguno aventaja ni aun iguala, tanto en prosa como en verso. Lope, por
su parte, siempre se manifestó dispuesto á confesar los méritos de su
pretendido rival, como se desprende de dos pasajes de _La Dorotea_, de
la dedicatoria de sus novelas y de _El Laurel de Apolo_.
La noble moderación, con que Cervantes se expresó al censurar en Lope lo
que á su juicio era censurable, y que testifica elocuentemente en pro de
sus hidalgos sentimientos, descuella tanto más cuando se compara con
las acerbas críticas, hechas por otros escritores, del poeta de moda.
Merecen nombrarse, entre los más ardientes rivales de Lope, á Cristóbal
de Mesa, Micer Andrés Rey de Artieda, Esteban Manuel de Villegas y
Cristóbal Suárez de Figueroa; el principal blanco de sus ataques era la
irregularidad de sus comedias; pero como se apoyaban en preocupaciones
exclusivistas, y en la imperfecta inteligencia de las reglas
aristotélicas, sólo pocas veces consiguieron su objeto[169].
Estos gritos aislados de reprobación se perdían, sin embargo, ahogados
por los aplausos del público. La admiración, que inspiraba Lope, subía
de punto en punto hasta la idolatría[170]. La idea de su superioridad se
había arraigado de tal manera en los ánimos, que su nombre servía para
distinguir lo más selecto en todas las cosas. Las galas, las joyas y los
cuadros, cuando eran excelentes, llevaban siempre su nombre, como para
indicar su excelencia en el supremo grado[171]. Los eruditos y los
aficionados á la poesía acudían á Madrid de todos los ángulos de la
Península para contemplar al hombre maravilloso, y hasta hubo italianos,
que vinieron á España sólo para conocer al gran poeta[172]. Cuando salía
á la calle se reunían los curiosos para admirarlo, y hasta el Rey,
cuando encontraba á este hombre extraordinario, le manifestaba su
veneración y su agrado. Prudencia rara, en verdad, habían de tener los
demás escritores para admirarlo á la vez que los demás, ó á lo menos,
para no oponerse á los sentimientos que promovía. Pedro de Torres
Rámila, clérigo y maestro de gramática de Alcalá de Henares, escribió
una amarga sátira contra él, que no pudo imprimirse en España por no
encontrar editores, y se publicó en París en 1617, bajo el título de
_Spongia_. Si el ataque era violento, no fueron, por cierto, menos
violentas y apasionadas las réplicas de los partidarios del
atacado[173]. Francisco López de Aguilar, presbítero y caballero de la
orden de San Juan, y Alonso Sánchez, catedrático de griego, hebreo y
caldeo de la universidad de Alcalá, contestaron al libelo contra Lope
con otro titulado _Expostulatio Spongiae_, en el cual agobian á su
ídolo con las más exageradas alabanzas. Lope, según ellos, en vez de
haber faltado al arte dramático, encierra en sí cuanto este arte exige,
y Rámila, por su heregía literaria, merecía ser azotado en público y
hasta ahorcado. También el famoso Mariana, aunque poco inclinado al
teatro, compuso un epigrama griego, en el cual se califica al crítico de
necio orgulloso, de plagiario y de digno de la horca, y Mariner de
Valencia escribió otro latino, en el cual dice muy políticamente que
Rámila es un asno en cuerpo y alma, desde los piés á la cabeza.
Más ingeniosamente supo Lope burlarse de sus enemigos. Hizo grabar en la
portada de una obra suya un escarabajo, muriendo sobre la flor que
deseaba morder, y debajo el dístico siguiente:
«Audax dum vegæ irrumpit scarabæus in hortos
Fragrantes periit victus odore rosæ.»
A esta querella alude acaso la fría alegoría de la disputa del tordo y
del ruiseñor, que se leen en la segunda parte de _Filomena_. Esta
poesía, que apareció en 1621, se escribió quizás antes de esa fecha.
La colección de las comedias de Lope se había aumentado ya hasta formar
ocho volúmenes. Como se imprimieron sin la intervención del poeta,
adolecían de graves mutilaciones. He aquí el motivo, que le indujo en
1617, á publicar una edición auténtica, que comienza con la parte
novena de la compilación. En el prólogo dice el poeta, que sólo le han
movido á dar sus comedias á la estampa las defectuosas ediciones, que se
han hecho de ellas, aunque no se hayan escrito con el propósito de
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - Historia de la literatura y del arte dramático en España, tomo II - 14