Verdadera historia de los sucesos de la conquista de la Nueva-España (3 de 3) - 05

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seguiamos nuestra derrota por los montes, y quiso Dios que vimos unos
árboles antiguamente cortados, y luego una vereda chica, é yo y el
Pedro Lopez, que íbamos delante abriendo camino con otros soldados,
volvimos á decir á Cortés que se alegrase, que habia estancias; con lo
cual todo nuestro ejército tomó mucho contento; y ántes de llegar á las
estancias estaba un rio y ciénagas, mas con harto trabajo lo pasamos
de presto, y dimos en el pueblo, que aquel dia se habia despoblado, y
hallamos muy bien de comer maíz y frisoles y otras legumbres; y como
íbamos muertos de hambre, dímonos buena hartazga, y aun los caballos se
reformaron, y por todos muchas gracias á Dios; y ya en el camino se
habia muerto el volteador que llevábamos, ya por mí nombrado, y otros
tres españoles de los recien venidos de Castilla; pues indios de los de
Mechoacan y mejicanos morian muchos, é otros muchos caian malos y se
quedaban en el camino como desesperados.
Pues como estaba despoblado aquel pueblo, y no teniamos lengua ni
quien nos guiase, mandó Cortés que fuésemos dos capitanes por los
montes y estancias á los buscar, y en unas canoas que estaban en un
gran rio junto al pueblo fueron otros soldados y dieron con muchos
indios de aquel pueblo, y con buenas palabras y halagos vinieron sobre
treinta dellos, y todos los más caciques y papas; y Cortés les habló
amorosamente con doña Marina, y trajeron mucho maíz y gallinas, y
señalaron el camino que habiamos de llevar hasta otro pueblo que se
dice Izguatepeque, el cual estaba tres jornadas, que serian diez y
seis leguas; y ántes de llegar á él estaba otro pueblo sujeto deste
Tamaztepeque, donde salimos.
Ántes que pase más adelante, quiero decir que con gran hambre que
traiamos, así españoles como mejicanos, pareció ser que ciertos
caciques de Méjico apañaron dos ó tres indios de los pueblos que
dejábamos atrás, y traíanlos escondidos con sus cargas, á manera y
trage como ellos, y con la hambre, en el camino los mataron y los
asaron en hornos que para ello hicieron debajo de tierra y con piedras,
como en su tiempo lo solian hacer en Méjico, y se los comieron; y
asimismo habian apañado las dos guias que traimos, que se habian
huido, y se los comieron; y alcanzólo á saber Cortés, y mandó llamar
á los caciques mejicanos, y riñó malamente con ellos, que si otra tal
hacian que los castigaria; y predicó un Fraile francisco de los que
traiamos, cosas muy santas y buenas; y de que hubo acabado el sermon,
mandó Cortés por justicia quemar á un indio mejicano por la muerte de
los indios que comieron, puesto que supo que todos eran culpantes en
ello, porque pareciese que hacia justicia, y que él no sabia de otros
culpantes sino el que quemó.
Dejemos de contar muy por extenso otros muchos trabajos que pasábamos,
y cómo las chirimías y sacabuches y dulzainas que Cortés traia, que
otra vez he hecho memoria dellos, como en Castilla eran acostumbrados
á regalos y no sabian de trabajos y con la hambre habian adolecido y
no le daban música, excepto uno, y renegábamos todos los soldados de
lo oir, y deciamos que parecian zorros ó adibes que aullaban, que más
valiera tener maíz que comer que música.
Volvamos á nuestra relacion, y diré cómo algunas personas me han
preguntado que cómo habiendo tanta hambre como dicho tengo, por que
no comiamos la manada de los puercos que traian para Cortés, pues á
la necesidad de hambre no hay ley; y viendo la hambre que habia, que
Cortés los habia de mandar repartir por todos en tales tiempos.
Á esto digo que ya habia echado fama uno que venia por dispensero y
mayordomo de Cortés, que se decia Guinea y era hombre doblado, y hacia
en creyente que en los rios al pasar dellos los habian comido tiburones
y lagartos; y porque no los viésemos venian siempre cuatro jornadas
atrás rezagados; y demas desto, para tantos soldados como éramos, para
un dia no habia en todos ellos, y á esta causa no se comieron; y demas
desto, para no enojar á Cortés.
Dejemos esta plática, y diré que siempre por los pueblos y caminos por
donde pasábamos dejábamos puestas cruces donde habia árboles para se
labrar, en especial ceibas, y quedaban señaladas las cruces, y son más
fijas hechas en aquellos árboles que no de maderos, porque crece la
corteza y quedan más perfectas, y quedaban cartas en partes que las
pudiesen leer, y decia en ellas: «Por aquí pasó Cortés en tal tiempo;»
y esto se hacia porque si viniesen otras personas en nuestra busca
supiesen cómo íbamos adelante.
Volvamos á nuestro camino para ir á Ciguatepecad, que fueron con
nosotros sobre veinte indios de aquel pueblo de Tamaztepeque, y nos
ayudaron á pasar dos rios y en barcas y canoas, y aun fueron por
mensajeros á decir á los caciques del pueblo donde íbamos que no
hubiesen miedo, que no los hariamos ningun enojo; y así, aguardaron en
sus casas muchos dellos; y lo que allí pasó diré adelante.


CAPÍTULO CLXXVI.
CÓMO DESQUE HUBIMOS LLEGADO AL PUEBLO DE CIGUATEPECAD ENVIÓ CORTÉS POR
CAPITAN Á FRANCISCO DE MEDINA PARA QUE, TOPANDO Á SIMON DE CUENCA,
VINIESEN CON LOS DOS NAVÍOS YA OTRA VEZ POR MÍ MEMORADOS AL TRIUNFO DE
LA SANTA CRUZ, AL GOLFO-DULCE, Y DE LO QUE MÁS PASÓ.

Pues como hubimos llegado á este pueblo que dicho tengo, Cortés halagó
mucho á los caciques y principales y les dió buenos chalchinuíes de
Méjico, y se informaron á qué parte salia un rio muy caudaloso y recio
que junto á aquel pueblo pasaba, y le dijeron que iba á dar en unos
esteros donde habia una poblacion que se dice Gueyatasta, y que junto
dél estaba otro gran pueblo que dice Xicalango; parecióle á Cortés que
seria bien luego enviar dos españoles en canoas para que saliesen á
la costa del Norte y supiesen del capitan Simon de Cuenca y sus dos
navíos, que habia mandado cargar de vituallas para el camino que dicho
tengo, y escribióle haciéndole saber nuestros trabajos y que saliese
por la costa adelante; y despues de bien informado cómo podria ir por
aquel rio hasta las poblaciones por mí dichas, envió dos españoles, y
el más principal dellos, que ya le he nombrado otras veces, se decia
Francisco de Medina, y dióle poder para ser capitan, juntamente con
el Simon de Cuenca, que este Medina era muy diligente y tenia lengua
de toda la tierra, y este fué el soldado que hizo levantar el pueblo
de Chamula cuando fuimos con el capitan Luis Marin á la conquista de
Chiapa, como dicho tengo en el capítulo que dello habla; y valiera más
que tal poder nunca le diera Cortés, por lo que en adelante acaeció,
y es, que fué por el rio abajo hasta que llegó adonde el Simon de
Cuenca estaba con sus dos navíos en lo de Xicolango, esperando nuevas
de Cortés, y despues de dadas las cartas de Cortés, presentó sus
provisiones para ser capitan, y sobre el mandar tuvieron palabras
entrambos capitanes, de manera que vinieron á las armas, y de la
parte del uno y del otro murieron todos los españoles que iban en el
navío, que no quedaron sino seis ó siete; y cuando vieron los indios
de Xicalango é Gueyatasta aquella revuelta, dan en ellos y acabáronlos
de matar á todos, é queman los navíos, que nunca supimos cosa ninguna
dellos hasta de ahí á dos años y medio.
Dejemos más de hablar en esto, y volvamos al pueblo donde estábamos,
que se dice Ciguatepecad, y diré cómo los indios principales dijeron
á Cortés que habia dende allí á Gueyacala tres jornadas y que en
el camino habia de pasar dos rios, y el uno dellos era muy hondo y
ancho, y luego habia unos malos tremedales y grandes ciénagas, y
que si no tenia canoas que no podria pasar caballos ni aun ninguno
de su ejército; y luego Cortés envió á dos soldados con tres indios
principales de aquel pueblo para que se lo mostrasen y tanteasen el
rio y ciénagas, y viesen de qué manera podriamos pasar, é que trajesen
buena relacion dellos; y llamábanse los soldados que envió, Martin
García, y era valenciano y alguacil de nuestro ejército, y el otro se
decia Pedro de Ribera; y el Martin García, que era á quien más se lo
encomendó Cortés, vió los rios, y con unas canoas chicas que tenian
en el mismo rio lo vió, y miró que con hacer puentes podria pasar, y
no curó de ver las malas ciénagas que estaban una legua adelante; y
volvió á Cortés y le dijo que con hacer puentes podrian pasar, creyendo
que las ciénagas no eran trabajosas, como despues las hallamos; y
luego Cortés me mandó á mí y á un Gonzalo Mejía, y mandó que fuésemos
con ciertos principales de Ciguatepecad á los pueblos de Acala, y que
halagásemos á los caciques y con buenas palabras los atrajésemos para
que no huyesen, porque aquella poblacion de Acala eran sobre veinte
pueblezuelos, dellos en tierra firme y otros en unas como isletas, y
todo se andaba en canoas por rios y esteros; y llevamos con nosotros
los tres indios de los de Ciguatepecad por guias, y la primera noche
que dormimos en el camino se nos huyeron, que no osaron ir con
nosotros; porque, segun despues supimos, eran sus enemigos y tenian
guerra unos con otros; y sin guias hubimos de ir, y con trabajos
pasamos las ciénagas; y llegados al primer pueblo de Acala, puesto que
estaban alborotados y parecia estar de guerra, con palabras amorosas
y con dalles unas cuetas les halagamos, y les rogamos que fuesen á
Ciguatepecad á ver á Malinche y le llevasen de comer.
Pareció ser que el dia que llegamos á aquel pueblo no sabian nuevas
ningunas de cómo habia venido Cortés y que traia mucha gente, así de á
caballo como mejicanos, é otro dia tuvieron nueva de indios mercaderes
del gran poder que traia, y los caciques mostraron más voluntad de
enviar comida que cuando llegamos, y dijeron que cuando hubiese llegado
á aquellos pueblos le servirian y harian lo que pudiesen en dalle de
comer, y en cuanto ir adonde estaba, que no querian ir, porque eran sus
enemigos.
Pues estando que estábamos en estas pláticas con los caciques, vinieron
dos españoles con cartas de Cortés, en que me mandaba que con todo el
bastimento que pudiese haber saliese de allí á tres dias de camino con
ello, por causa que ya le habian despoblado toda la gente de aquel
pueblo donde le habia dejado, y me hizo saber que venia ya camino
de Acala, y que no habia traido maíz ninguno ni lo hallaba, y que
pusiese mucha diligencia en los caciques no se ausentasen; y tambien
los españoles que me trajeron las cartas me dijeron cómo Cortés habia
enviado el rio arriba de Ciguatepecad cuatro españoles, y los tres
dellos de los nuevamente venidos de Castilla, en canoas, á demandar
bastimento á otros pueblos que decian que estaban allí cerca, y que no
habian vuelto y que creian que los habian muerto, y así salió verdad.
Volvamos á Cortés, que comenzó de caminar, y en dos dias llegó al
gran rio que ya otras veces he dicho, y luego puso mucha diligencia
en hacer una puente, y fué con tanto trabajo y con maderos gruesos y
grandes que, despues de hecha, se admiraron los indios de Acala del
haber de tal manera puesto los maderos, y estúvose en hacer cuatro
dias; y como salió Cortés del pueblo ya otras veces por mí nombrado
con todos sus soldados, no traian maíz ni bastimento, y con los cuatro
dias que estuvo en el camino pasaron muy gran hambre é trabajo, é lo
peor de todo, que no sabian si adelante ternian maíz ó si estaba de paz
aquella provincia; aunque algunos soldados viejos se remediaban con
cortar árboles muy altos que parecen palmas, que tienen por fruta unas
al parecer de nueces muy encarceladas, y aquellas asaban y quebraban y
comian.
Dejemos de hablar en esta hambre, y diré cómo la misma noche que
acabaron de hacer la puente llegué yo con mis tres compañeros y con
ciento y treinta cargas de maíz y ochenta gallinas y miel y frisoles y
sal, y otras frutas, y como llegué de noche ya que escurecia, estaban
todos los más soldados aguardando el bastimento, porque ya sabian que
yo habia ido á lo traer; y Cortés les decia á los capitanes y soldados
que tenia esperanza en Dios que presto tendrian todos de comer, pues
que yo habia ido á Acala para traello, si no me habian muerto los
indios, como mataron á los otros cuatro españoles que envió á buscar
comida.
É volviendo á nuestra materia: así como llegué con el maíz y bastimento
á la puente, como era de noche, cargaron todos los soldados dello y lo
tomaron todo, que no dejaron á Cortés ni á ningun capitan ni á Sandoval
cosa ninguna, con dar voces:
—«Dejadlo, que es para el capitan Cortés.»
Y asimismo su mayordomo Carranza, que así se llamaba, y el despensero
Guinea daban voces y se abrazaban con el maíz, que les dejasen siquiera
una carga; y como era de noche, decíanle los soldados:
—«Buenos puercos habeis comido vosotros y Cortés, y nos habeis visto
morir de hambre é no nos dábades nada dellos.»
Y no curaban de cosa que les decian, sino que todo se lo apañaban.
Pues como Cortés supo que se lo habian tomado y que no le dejaron cosa
ninguna, renegaba de la paciencia y pateaba, y estaba tan enojado,
que decia que queria hacer pesquisa y castigar á quien se lo tomó, é
dijeron lo de los puercos que comió.
Y como vió y consideró que el enojo era por demas y dar voces en
desierto, me mandó llamar á mí, y muy enojado me dijo que cómo puse tal
cobro en el bastimento.
Yo le dije que procurara su merced de enviar adelante guardias para
ello, y aunque él en persona estuviera guardándolo, se lo tomaran,
porque le guarde Dios de la hambre, que no tiene ley; y como vió que
no habia remedio ninguno, y que tenia mucha necesidad, me halagó con
palabras melosas, estando delante el capitan Gonzalo de Sandoval, y me
dijo:
—«Oh señor hermano Bernal Diaz del Castillo, por amor de mí, que si
dejastes algo escondido en el camino, que partais conmigo, que bien
creido tengo de vuestra buena diligencia que traeríades para vos y para
vuestro amigo Sandoval.»
Y como vi sus palabras y de la manera que lo dijo, hube lástima dél; y
tambien Sandoval me dijo:
—«Pues yo juro á tal, tampoco tengo un puño de maíz de que tostar y
hacer cacalote.»
Y entónces concerté y dije que conviene que esta noche al cuarto de
la modorra, despues que esté reposado el real, vamos por doce carros
de maíz y veinte gallinas y tres jarros de miel y frisoles y sal, y
dos indias para hacer pan, que me dieron en aquellos pueblos para mí,
y hemos de venir de noche, que nos lo arrebatarán en el camino los
soldados, y esto hemos de partir entre vuestra merced y Sandoval y
yo é mi gente; y él se holgó en el alma y me abrazó; y Sandoval dijo
que queria ir aquella noche conmigo por el bastimento, y lo trajimos,
con que pasaron aquella hambre, y tambien le dí una de las dos indias
á Sandoval; é preguntó Cortés si los frailes tenian qué comer, é yo
le respondí que cuidaba Dios mejor dellos que él, porque todos los
soldados les daban de lo que habian tomado por la noche, é que no
moririan de hambre.
He traido aquí esto á la memoria para que vean en cuánto trabajo se
ponen los capitanes en tierras nuevas; que á Cortés, que era muy
temido, no le dejaron maíz que comer, y que el capitan Sandoval no
quiso fiar de otro la parte que le habia de caber, que él mismo fué
conmigo por ello, teniendo muchos soldados que pudiera enviar.
Dejemos de contar del gran trabajo del hacer de la puente y de la
hambre pasada, y diré cómo obra de una legua adelante dimos en las
ciénagas muy malas, y eran de tal manera, que no aprovechaba poner
maderos ni ramos ni hacer otra manera de remedios para poder pasar los
caballos, que atollaban todo el cuerpo sumido en las grandes ciénagas,
que creimos no escapar ninguno dellos, sino que todos quedarian allí
muertos; y todavía porfiamos de ir adelante, porque estaba obra de
medio tiro de ballesta tierra firme y buen camino, y como iban los
caballos con tanto trabajo y se hizo un callejon por la ciénaga de
lodo y agua, que pasaron sin tanto riesgo de se quedar muertos, puesto
que iban á veces medio á nado entre aquella ciénaga y el agua; pues
ya llegados en tierra firme, dimos gracias á Dios por ello, y luego
Cortés me mandó que con brevedad volviese á Acala y que pusiese gran
recaudo en los caciques que estuviesen de paz, y que luego enviase al
camino bastimento; y así lo hice, que el mismo dia que llegué á Acala
de noche envié tres españoles que iban conmigo con más de cien indios
cargados de maíz é otras cosas; y cuando Cortés me envió por ello, dije
que mirase que él en persona lo aguardase, no lo tomasen como la otra
vez; y así lo hizo, que se adelantó con Sandoval y Luis Marin, y lo
hubieron todo y lo repartieron; y otro dia, á obra de mediodia llegaron
á Acala, y los caciques le fueron á dar el bienvenido y le llevaron
bastimento; y dejallo he aquí, y diré lo que más pasó.


CAPÍTULO CLXXVII.
DE EN LO QUE CORTÉS ENTENDIÓ DESPUES DE LLEGADO Á ACALA, Y CÓMO EN OTRO
PUEBLO MÁS ADELANTE, SUJETO AL MISMO ACALA, MANDÓ AHORCAR Á GUATEMUZ,
QUE ERA GRAN CACIQUE DE MÉJICO, Y Á OTRO CACIQUE QUE ERA SEÑOR DE
TACUBA, Y LA CAUSA POR QUÉ; Y OTRAS COSAS QUE ENTÓNCES PASARON.

Desque Cortés hubo llegado á Gueyacala, que así se llamaba, y los
caciques de aquel pueblo le vinieron de paz, y les habló con doña
Marina la lengua de tal manera que al parecer se holgaban, y Cortés
les daba cosas de Castilla, y trajeron maíz y bastimento, y luego
mandó llamar todos los caciques, y se informó dellos del camino que
habiamos de llevar, y les preguntó que si sabian de otros hombres
como nosotros con barbas y caballos, y si habian visto navíos ir por
la mar; y dijeron que ocho jornadas de allí habia muchos hombres con
barbas y mujeres de Castilla y caballos, y tres acales (que en su
lengua acales llaman á los navíos); de la cual nueva se holgó Cortés
de saber; y preguntando por los pueblos y camino por donde habiamos
de ir, todo se lo trujeron figurado en unas mantas, y aun los rios y
ciénagas y atolladeros; y les rogó que en los rios pusiesen puentes y
llevasen canoas, pues tenia mucha gente y eran grandes poblaciones; y
los caciques dijeron que, puesto que eran sobre veinte pueblos, que no
les querian obedecer todos los más dellos, en especial unos que estaban
entre unos rios, y que era necesario que luego enviase de sus teules,
que así nos llamaban á los soldados, á les hacer traer maíz y otras
cosas, y que les mandase que los obedeciesen, pues que eran sus sujetos.
Y como aquello entendió Cortés, luego mandó á un Diego de Mazariegos,
primo del tesorero Alonso de Estrada, que quedaba por gobernador en
Méjico, que porque viese y conociese que Cortés tenia mucha cuenta
de su persona, que le hacia honra de envialle por capitan á aquellos
pueblos y á otros comarcanos; cuando le envió, secretamente le dijo
que porque él no entendia muy bien las cosas de la tierra, por ser
nuevamente venido de Castilla, y no tenia tanta experiencia por ser
en cosa de indios, que me llevase á mí en su compañía, y lo que yo le
aconsejase no saliese dello; y así lo hizo, y no quisiera escribir esto
en esta relacion, porque no pareciese que me jactanciaba dello; y no
lo escribiera, sino porque fué público en todo el real, y aun despues
lo vi escrito de molde en unas cartas y relaciones que Cortés escribió
á su majestad, haciéndole saber todo lo que pasaba y del viaje de
Honduras, y por esta causa lo escribo.
Volvamos á nuestra materia. Fuimos con el Mazariegos hasta ochenta
soldados en canoas que nos dieron los caciques, y cuando hubimos
llegado á las poblaciones, todos de buena voluntad nos dieron de lo que
tenian, y trajimos sobre cien canoas de maíz é bastimento y gallinas
y miel y sal, y diez indias que tenian por esclavas, y vinieron los
caciques á ver á Cortés; de manera que todo el Real tuvo muy bien que
comer, y dentro de cuatro dias se huyeron todos los más caciques, que
no quedaron sino tres guias, con los cuales fuimos nuestro camino y
pasamos dos rios, el uno en puentes, que luego se quebraron al pasar,
y el otro en barcas, y fuimos á otro pueblo sujeto al mismo Acala,
y estaba ya despoblado, y allí buscamos comida y maíz que tenian
escondido por los montes.
Dejemos de contar nuestros trabajos y caminos, y digamos cómo Guatemuz,
gran cacique de Méjico, y otros principales mejicanos que iban con
nosotros, habian puesto en plática, ó lo ordenaban, de nos matar á
todos y volverse á Méjico, y llegados á su ciudad, juntar sus grandes
poderes y dar guerra á los que en Méjico quedaban, y tornarse á
levantar; y quien lo descubrió á Cortés fueron dos grandes caciques
mejicanos, que se decian Tapia y Juan Velazquez; este Juan Velazquez
fué capitan general de Guatemuz cuando nos dieron guerra en Méjico.
Y como Cortés lo alcanzó á saber, hizo informaciones sobre ello, no
solamente de los dos que lo descubrieron, sino de otros caciques
que eran en ello, y lo que confesaron era que, como nos vian ir por
el camino descuidados y descontentos, y que muchos soldados habian
adolecido, y que siempre nos faltaba la comida, y que ya se habian
muerto de hambre cuatro chirimías y el volteador y otros cinco
soldados, y tambien se habian vuelto otros tres soldados camino de
Méjico, y se iban á su aventura por los caminos por donde habian
venido, y que más querian morir que ir adelante; que seria bien que
cuando pasásemos algun rio ó ciénaga dar en nosotros, porque eran los
mejicanos sobre tres mil y traian sus armas y lanzas, y algunos con
espadas.
El Guatemuz confesó que así era como lo habian dicho los demas; empero
que no salió dél aquel concierto, y que no sabe si todos fueron en ello
ó se efectuaria, y que nunca tuvo pensamiento de salir con ello, sino
solamente la plática que sobre ello hubo; y el cacique de Tacuba dijo
que entre él y Guatemuz habian dicho que valía más morir de una vez
que morir cada dia en el camino, viendo la gran hambre que pasaban sus
macechuelas y parientes.
Y sin haber más probanzas, Cortés mandó ahorcar al Guatemuz y al señor
de Tacuba, que era su primo, y ántes que los ahorcasen, los frailes
franciscos y el mercenario fueron esforzándolos y encomendando á Dios
con la lengua doña Marina; y cuando le ahorcaron dijo el Guatemuz:
—«¡Oh capitan Malinche! Dias habia que yo tenia entendido é habia
conocido tus falsas palabras, que esta muerte me habias de dar, pues yo
no me la dí cuando te entregaste en mi ciudad de Méjico: ¿por qué me
matas sin justicia? Dios te lo demande.»
El señor de Tacuba dijo que daba por bien empleada su muerte por morir
junto con su señor Guatemuz.
Y ántes que los ahorcasen los fué confesando fray Juan el mercenario,
que sabia, como dicho he, algo de la lengua, y los caciques les rogaban
les encomendasen á Dios, que eran para indios buenos cristianos, y
creian bien é verdaderamente; é yo tuve gran lástima del Guatemuz y
de su primo, por habelles conocido tan grandes señores, y aun ellos
me hacian honra en el camino en cosas que se me ofrecian, especial en
darme algunos indios para traer yerba para mi caballo.
Y fué esta muerte que les dieron muy injustamente dada, y pareció mal á
todos los que íbamos aquella jornada.
Volvamos á ir nuestro camino con gran concierto, por temor que los
mejicanos, viendo ahorcar á su señor, no se alzasen; mas traian tanta
mala ventura de hambre y dolencia, que no se les acordaba dello; y
despues que los hubieron ahorcado, segun dicho tengo, luego fuimos
camino de otro pueblezuelo, y ántes de entrar en él pasamos un rio
bien hondable en barcas, y hallamos el pueblo sin gente, que aquel dia
se habian ido, é buscamos de comer por las estancias, é hallamos ocho
indios que eran Sacerdotes de ídolos, y de buena voluntad se vinieron
á su pueblo con nosotros, é Cortés les habló con doña Marina para que
llamasen sus vecinos, y que no hubiesen miedo y que trujesen de comer;
y ellos dijeron á Cortés que le rogaban que mandase que no les llegasen
á unos ídolos que estaban junto á la casa donde Cortés posaba, é que le
traerian comida y harian lo que pudiesen; y Cortés dijo que él haria lo
que decian, é que no llegarian á cosa ninguna; mas que para qué querian
aquellas cosas de ídolos, que son de barro y de maderos viejos, y que
eran cosas malas, que les engañaban; y tales cosas les predicó con los
frailes y doña Marina, que respondieron muy bien á lo que les decian,
que los dejarian, y trajeron veinte cargas de maíz y unas gallinas; y
Cortés se informó dellos que si sabian qué tantos soles de allí habia
hombres con barbas como nosotros, y caballos; y dijeron que siete
soles, que se decia el pueblo donde estaban los de á caballo Nito, y
que ellos irian por guias hasta otro pueblo, y que habiamos de dormir
una noche en despoblado ántes de llegar á él; y Cortés les mandó hacer
una cruz en un árbol muy grande, que se dice ceiba, que está junto á
las casas adonde tenian los ídolos.
Tambien quiero decir que, como Cortés andaba mal dispuesto, y aun muy
pensativo y descontento del trabajoso camino que llevábamos, é como
habia mandado ahorcar á Guatemuz é su primo el señor de Tacuba sin
tener justicia para ello, é habia cada dia hambre, é que adolescian
españoles é morian muchos mejicanos, pareció ser que de noche no
reposaba de pensar en ello, y salíase de la cama donde dormia á pasear
en una sala adonde habia ídolos, que era aposento principal de aquel
pueblezuelo, adonde tenian otros ídolos, y descuidóse y cayó más de
dos estados abajo y se descalabró la cabeza, y calló, que no dijo cosa
buena ni mala sobre ello, salvo curarse la descalabradura, y todo se lo
pasaba y sufria.
É otro dia muy de mañana proseguimos á caminar con nuestras guias, y
sin acontecer cosa que de contar sea, fuimos á dormir cabe un estero y
cerca de unos montes muy altos; é otro dia fuimos por nuestro camino,
é á hora de Misa mayor llegamos á un pueblo nuevo, y en aquel dia se
habia despoblado y metido en unas ciénagas, y eran nuevamente hechas
las casas y de pocos dias, y tenian en el pueblo hechas albarradas de
maderos gruesos, y todo cercado de otros maderos muy recios, y hechas
caras hondas ántes de la entrada en él, y dentro dos cercas, la una
como barbacana, y con sus cubos y troneras; y tenian á otra parte por
cerca unas peñas muy altas, llenas de piedras hechizas á mano, con
grandes mamparos; y por otra parte una gran ciénaga, que era fortaleza.
Pues desque hubimos entrado en las casas hallamos tantos gallos de
papada y gallinas cocidas, como los indios las comen, con sus ajíes y
pan de maíz, que se dice entre ellos tamales, que por una parte nos
admirábamos de cosa tan nueva, y por otra nos alegrábamos con la mucha
comida, y dió que pensar en tan nuevo caso; y tambien hallamos una
gran casa llena de lanzas chicas y arcos y flechas, y buscamos por
los rededores de aquel pueblo si habia maizales y gente, y no habia
ninguna, ni aun grano de maíz.
Estando desta manera, vinieron hasta quince indios que salieron de las
ciénagas, que eran principales de aquel pueblo, y pusieron las manos
en el suelo y besaron la tierra, y dicen á Cortés medio llorando que
le piden por merced que aquel pueblo ni cosa alguna no se la quemen,
porque son nuevamente venidos allí á hacerse fuertes por causa de sus
enemigos, que me parece que dijeron que se decian lacandones, porque
les han quemado y destruido dos pueblos en tierra llana, adonde vivian,
y les han robado y muerto mucha gente; los cuales pueblos habiamos
de ver abrasados adelante por el camino adonde habiamos de ir, que
están en tierra muy llana; y allí dieron cuenta cómo y de qué manera
les daban guerra; y la causa porque eran sus enemigos; é Cortés les
preguntó que cómo tenian tanto gallo y gallinas á cocer; y dijeron
que por horas aguardaban á sus enemigos, que les habian de venir á
dar guerra, é que si les vencian, les habian de tomar sus haciendas y
gallos y llevalles cautivos; que porque no lo hubiesen ni gozasen se lo
querian ántes comer; y que si ellos les desbarataban á los enemigos,
que irian á sus pueblos y les tomarian sus haciendas; y Cortés dijo que
le pesaba dello y de su guerra, y por ir de camino no lo podia remediar.
Llamábase aquel pueblo, y otras grandes poblaciones por donde otro dia
pasamos, los Mazatecas, que quiere decir en su lengua los pueblos ó
tierras de venados; y tuvieron razon de ponelles aquel nombre, por lo
que adelante diré.
Y desde allí fueron con nosotros dos indios dellos, y nos fueron
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