Verdadera historia de los sucesos de la conquista de la Nueva-España (3 de 3) - 04

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de las prisiones; solamente tuvo preso al Francisco de las Casas; y
dende á poco tiempo vinieron sus capitanes que habia enviado á prender
á Gil Gonzalez de Ávila; que, segun pareció, el Gil Gonzalez de Ávila
habia venido por gobernador y capitan de Golfo-Dulce, y habia poblado
una villa que la nombraron San Gil de Buena-Vista, que estaba obra de
una legua del puerto que agora llaman Golfo-Dulce, porque el rio del
Chipin en aquel tiempo era poblado de buenos pueblos, y el Gil Gonzalez
no tenia consigo sino muy pocos soldados, porque habian adolecido todos
los más, é dejaba poblada con todos los soldados la misma villa de San
Gil de Buena-Vista.
Y como el Cristóbal de Olí tuvo noticia dello, les envió á prender,
y sobre no dejarse prender, le mataron ocho españoles de los de Gil
Gonzalez y á un su sobrino, que se decia Gil de Ávila; y como el
Cristóbal de Olí se vió con dos prisioneros que eran capitanes, estaba
muy alegre y contento; y como tenia fama de esforzado, y ciertamente
lo era por su persona, para que se supiese en todas las islas, lo
escribió á la isla de Cuba á su amigo Diego Velazquez, y luego se fué
dende el Triunfo de la Cruz la tierra adentro á un pueblo que en aquel
tiempo estaba muy poblado, y habia otros muchos pueblos en aquella
comarca; el cual pueblo se dice Naco, que agora está destruido él y
todos los demas; y esto digo porque yo los vi y me hallé en ellos, y en
San Gil de Buena-Vista y en el rio de Pichin y en el rio de Balama, y
lo he andado en el tiempo que fuí con Cortés, segun más largamente lo
diré cuando venga su tiempo y lugar.
Volvamos á nuestra relacion: que ya que el Cristóbal de Olí estaba de
asiento en Naco con sus prisioneros y copia de soldados, dende allí
enviaba á hacer entradas á otras partes, y envió por capitan á un
Briones, el cual Briones fué uno de los primeros consejeros para que
se alzara el Cristóbal de Olí, y de suyo era bullicioso, y aun tenia
cortadas las asillas bajas de las orejas, y decia el mismo Briones que
estando en una fortaleza siendo soldado se las habian cortado porque no
se queria dar él ni otros capitanes; el cual Briones ahorcaron despues
en Guatimala por revolvedor y amotinador de ejércitos.
Volvamos á nuestra relacion: pues yendo por capitan aquel Briones con
gran copia de soldados, túvose fama en el real de Cristóbal de Olí que
se habia alzado el Briones con todos los soldados que llevaba en su
compañía, y se iba á la Nueva-España, y salió verdad.
Y viendo esto Francisco de las Casas y el Gil Gonzalez de Ávila, que
estaban presos y hallaban tiempo oportuno para matar á Cristóbal de
Olí, y como andaban sueltos sin prisiones, por no tenellos en nada,
porque se tenia por muy valiente el Cristóbal de Olí, muy secretamente
se concertaron con los soldados y amigos de Cortés que en diciendo:
«¡Aquí del Rey, y Cortés en su real nombre, contra este tirano!» le
diesen de cuchilladas.
Pues hecho este concierto, el Francisco de las Casas, medio burlando y
riendo, le decia al Olí:
—«Señor capitan, soltadme; iré á la Nueva-España á hablar á Cortés y á
dalle razon de mi desbarate, é yo seré tercero para que vuestra merced
quede con esta gobernacion y por su capitan, y mire que es su hechura
de Cortés; pues mi prision no hace á su caso, ántes le estorbo en las
conquistas.»
Y el Cristóbal de Olí respondió que él estaba muy bien ansí, y que se
holgaba de tener un tal varon en su compañía; y de que aquello vió el
Francisco de las Casas le dijo:
—«Pues mire bien vuesamerced por su persona, que un dia ó otro tengo de
procurar de le matar.»
Esto se lo decia medio burlando y riendo.
Y al Cristóbal de Olí no se le dió nada por lo que le decia, y teníalo
como cosa de burla; y como el concierto que he dicho estaba hecho por
los amigos de Cortés, estando cenando á una mesa y habiendo alzado
los manteles, y se habian ido á cenar los maestresalas y pajes, y
estaban delante Juan Nuñez de Mercado y otros soldados de la parte de
Cortés que sabian el concierto, el Francisco de las Casas y el Gil
Gonzalez de Ávila cada uno tenia escondido un cuchillo de escribanía
muy agudos como navajas, porque ningunas armas se las dejaban traer; y
estando platicando con el Cristóbal de Olí de las conquistas de Méjico
y ventura de Cortés, y muy descuidado el Cristóbal de Olí de lo que le
avino, el Francisco de las Casas le echó mano de las barbas y le dió
por la garganta con el cuchillo, que le traia hecho como una navaja
para aquel efecto, y juntamente con él, el Gil Gonzalez de Ávila y
los soldados de Cortés de presto le dieron tantas heridas, que no se
pudo valer, y como era muy recio é membrudo y de muchas fuerzas, se
escabulló dando voces:
—«¡Aquí de los mios!»
Mas como todos estaban cenando, ó su ventura fué tal que no acudieron
tan presto, se fué huyendo á esconder entre unos matorrales, creyendo
que los suyos le ayudarian, y puesto que vinieron de presto muchos
dellos á le ayudar, el Francisco de las Casas daba voces y apellidando:
—«¡Aquí del Rey é de Cortés contra este tirano; que ya no es tiempo de
más sufrir sus tiranías!»
Pues como oyeron el nombre de su majestad y de Cortés, todos los que
venian á favorecer la parte del Cristóbal de Olí no osaron defenderle,
ántes luego les mandó prender el de las Casas; y despues de hecho, se
pregonó que cualquiera persona que supiese de Cristóbal de Olí y no
le descubriese, muriese por ello; y luego se supo dónde estaba y le
prendieron, y se hizo proceso contra él, y por sentencia que entrambos
á dos capitanes dieron, le degollaron en la plaza de Naco; y ansí murió
por se haber alzado por malos consejeros, con ser hombre muy esforzado,
é sin mirar que Cortés le habia hecho su maese de campo y dado muy
buenos indios, y era casado con una portuguesa que se decia doña Filipa
de Araujo, y tenia una hija en ella.
Y porque en el capítulo pasado tengo dicho el estatura de Cristóbal de
Olí y facciones, y de qué tierra era y qué condicion tenia, en esto
no diré más sino de que el Francisco de las Casas y Gil Gonzalez de
Ávila se vieron libres, y su enemigo muerto, juntaron sus soldados,
y entrambos á dos fueron capitanes muy conformes, y el de las Casas
pobló á Trujillo y púsole aquel nombre porque era él natural de
Trujillo de Extremadura; y el Gil Gonzalez envió mensajeros á San Gil
de Buena-Vista, que dejaba poblada, á hacer saber lo que habia pasado,
y á mandar á su teniente, que se decia Armenta, que se estuviesen
poblados como los dejaba y no hiciesen alguna novedad, porque iba á la
Nueva-España á demandar socorro é ayuda de soldados á Cortés, y que
presto volveria.
Pues ya todo esto que he dicho concertado, acordaron entrambos
capitanes de se venir á Méjico á hacer saber á Cortés todo lo acaecido.
Y dejallo hé aquí hasta su tiempo y lugar, y diré lo que Cortés
concertó sin saber cosa ninguna de lo pasado que se hizo en Naco.


CAPÍTULO CLXXIV.
CÓMO HERNANDO CORTÉS SALIÓ DE MÉJICO PARA IR CAMINO DE LAS HIGUERAS EN
BUSCA DE CRISTÓBAL DE OLÍ Y DE FRANCISCO DE LAS CASAS Y DE LOS DEMAS
CAPITANES Y SOLDADOS; DÁSE CUENTA DE LOS CABALLEROS Y CAPITANES QUE
SACÓ DE MÉJICO PARA IR EN SU COMPAÑÍA, Y DEL GRANDE APARATO Y SERVICIO
QUE LLEVÓ HASTA LLEGAR Á LA VILLA DE GUACACUALCO, Y DE OTRAS COSAS QUE
ENTÓNCES PASARON.

Como el capitan Hernando Cortés habia pocos meses que habia enviado al
Francisco de las Casas contra el Cristóbal de Olí, como dicho tengo en
capítulo pasado, parecióle que por ventura no habria buen suceso la
armada que habia enviado, y tambien porque le decian que aquella tierra
era rica de minas de oro, y á esta causa estaba muy codicioso, ansí por
las minas, como pensativo en los contrastes que podrian acaecer á la
armada, poniéndosele por delante las desdichas que en tales jornadas
la mala fortuna suele acarrear; y como de su condicion era de gran
corazon, habíase arrepentido por haber enviado al Francisco de las
Casas, sino haber ido él en persona, y no porque no conocia muy bien
que el que envió era varon para cualquiera cosa de afrenta.
Y estando en estos pensamientos, acordó de ir, y dejó en Méjico buen
recaudo de artillería, ansí en las fortalezas como en las atarazanas,
y dejó por gobernadores en su lugar como tenientes al tesorero Alonso
de Estrada y al contador Albornoz, y si supiera de las cartas que al
contador Albornoz hubo escrito á Castilla á su majestad diciendo mucho
mal dél, no le dejara tal poder, y aun no sé yo cómo le aviniera por
ello.
Y dejó por su alcalde mayor al licenciado Zuazo, ya otras muchas veces
por mí nombrado, y por teniente de alguacil mayor y su mayordomo de
todas sus haciendas á un Rodrigo de Paz, su deudo, y dejó el mayor
recaudo que pudo en Méjico, y encomendó á todos aquellos oficiales de
la hacienda de su majestad, á quien dejaba el cargo de la gobernacion,
que tuviesen muy grande cuidado de la conversion de los naturales, y
ansimismo lo encomendó á un fray Toribio Motolinea, de la órden del
señor San Francisco, y al Padre fray Bartolomé de Olmedo, de mí tantas
veces nombrado, fraile de la órden de nuestra Señora de la Merced, é
que tenia mucha mano y estimacion en todo Méjico, é lo merecia, porque
era muy buen fraile é religioso.
Y les encargó que mirasen no se alzase Méjico ni otras provincias; y
porque quedase más pacífico y sin cabeceras de los mayores caciques,
trajo consigo al mayor de Méjico, que se decia Guatemuz, otras muchas
veces por mí memorado, que fué el que nos dió guerra cuando ganamos á
Méjico, y tambien al señor de Tacuba, y á un Juan Velazquez, capitan
del mismo Guatemuz, y á otros muchos principales, y entre ellos á
Tapiezuela, que era muy principal; y aun de la provincia de Mechoacan
trajo otros caciques, y á doña Marina la lengua, porque Jerónimo de
Aguilar ya habia fallecido.
Y trajo en su compañía muchos caballeros y capitanes vecinos de Méjico,
que fueron Gonzalo de Sandoval, que era alguacil mayor, y Luis Marin
y Francisco Marmolejo, Gonzalo Rodriguez de Ocampo, Pedro de Ircio,
Avalos y Saavedra, que eran hermanos, y un Palacios Rubios, y Pedro
de Saucedo el Romo, y Jerónimo Ruiz de la Mora, Alonso de Grado Santa
Cruz, burgalés; Pedro de Solís Casquete, que ansí le llamábamos;
Juan Jaramillo, Alonso Valiente, y un Navarrete y un Serna, y Diego
de Mazariegos, primo del tesorero, y Gil Gonzalez de Benavides, y
Hernan Lopez de Ávila y Gaspar de Garnica, y otros muchos que no se
me acuerdan sus nombres; y trajo á fray Juan de las Varillas el de
Salamanca, fraile de la Merced, y un clérigo y dos frailes franciscos,
flamencos, buenos teólogos, que predicaban, y trajo por mayordomo á un
Carranza y por maestresala á Juan de Iasso y á un Rodrigo Mañueco,
y por botiller á Cervan Bejarano, y por repostero á un Fulano de San
Miguel, que solia vivir en Guaxaca; por despensero á un Guinea, que
ansimismo fué vecino de Guaxaca; y trajo grandes vajillas de oro y de
plata, y quien tenia cargo de la plata era un Tello de Medina, y por
camarero un Salazar, natural de Madrid; por médico á un licenciado Pero
Lopez, vecino que fué de Méjico, y cirujano á maese Diego de Pedraza,
y otros muchos pajes, y uno dellos era don Francisco de Montejo, el
cual fué capitan en Yucatan el tiempo andando, no digo al adelantado
su padre; y dos pajes de lanza, que el uno se decia Puebla, y ocho
mozos de espuelas, y dos cazadores halconeros, que se decian Perales
y Garcicaro y Álvaro Montañés; y llevó cinco chirimías y sacabuches
y dulzainas, y un volteador, y otro que jugaba de manos y hacia
títeres, y caballerizo Gonzalo Rodriguez de Ocampo, y acémilas con tres
acemileros españoles, y una gran manada de puercos, que venian comiendo
por el camino; y venian con los caciques que dicho tengo sobre tres mil
indios mejicanos con sus armas de guerra, sin otros muchos que eran de
su servicio de aquellos caciques.
É ya que estaba Cortés de partida para venir su viaje, viendo el
factor Salazar y el veedor Chirinos, que quedaban en Méjico, que no
les dejaba Cortés cargo ninguno ni se hacia tanta cuenta dellos como
quisieran, acordaron de se hacer muy amigos del licenciado Zuazo y de
Rodrigo de Paz y de todos los amigos y viejos conquistadores de Cortés
que quedaban en Méjico, y todos juntos le hicieron un requirimiento
á Cortés que no salga de Méjico, sino que gobierne la tierra, y le
ponen por delante que se alzará toda la Nueva-España, y sobre ello
pasaron grandes pláticas y respuestas de Cortés á los que le hacian el
requirimiento; y de que no le pudieron convencer á que se quedase, dijo
el factor y el veedor que le querian venir á servir y acompañarle hasta
Guacacualco, que por allí era su viaje.
Pues ya partidos de Méjico de la manera que he dicho, saber yo decir
los grandes recebimientos y fiestas que en todos los pueblos por donde
pasaban se les hacia, fuera cosa maravillosa; y más se le juntaron en
el camino de otros cincuenta soldados y gente estravagante, nuevamente
venidos de Castilla, y Cortés les mandó ir por dos caminos hasta
Guacacualco, porque para todos juntos no habria tantos bastimentos.
Pues yendo por sus jornadas el factor, Gonzalo de Sandoval y el veedor,
íbanle haciendo mil servicios á Cortés, en especial el factor, que
cuando con Cortés hablaba estaba la gorra quitada hasta el suelo, y
con muy grandes reverencias y palabras delicadas y de grande amistad,
y con retórica muy subida, le iba diciendo que se volviese á Méjico y
no se pusiese en tan largo y trabajoso camino, y poniéndole por delante
muchos inconvenientes; y aun algunas veces por le complacer iba
cantando por el camino junto á Cortés, y decia en los cantares:
—«Ay tio, volvámonos; ay tio, volvámonos;»
Y respondia Cortés cantando:
—«Adelante, mi sobrino; adelante, mi sobrino, y no creais en agüeros;
que será lo que Dios quisiere; adelante, mi sobrino,» etc.
Dejemos de hablar en el factor y de sus blandas y delicadas palabras, y
diré cómo en el camino, en un pueblezuelo de un Ojeda el tuerto, cerca
de otro pueblo que se dice Orizaba, se casó Juan Jaramillo con doña
Marina la lengua delante de testigos.
Pasemos adelante, y diré cómo iban camino de Guacacualco, y llegan á un
pueblo grande que se dice Guazpaltepeque, que era de la encomienda de
Gonzalo de Sandoval, y como lo supimos en Guacacualco, que venia Cortés
con tanto caballero, ansí alcalde mayor como capitanes, y todo el
cabildo y regidores, fuimos treinta y tres leguas á le recebir y dalle
el parabien-venido, como quien va á ganar beneficio; y esto digo aquí
para que vean los curiosos letores é otras personas cuán tenido y aun
temido estaba Cortés, porque no se hacia más de lo que él queria, ahora
sea bueno ó malo; y dende Guazpaltepeque fué caminando á nuestra villa,
y en un rio grande que hay en el camino comenzó á tener contrastes,
porque al pasar se le trastornaron tres canoas y se le perdió cierta
plata y ropa, y aun al Juan Jaramillo se le perdió la mitad de su
fardaje, y no se pudo saber cosa ninguna á causa que estaba el rio
lleno de lagartos muy grandes; y dende allí fuimos á un pueblo que se
dice Uluta, y hasta llegar á Guacacualco le fuimos acompañando, y todo
por poblado; y quiero decir el gran recaudo de canoas que teniamos ya
mandado que estuviesen aparejadas y atadas de dos en dos en el gran rio
junto á la villa, que pasaban de trecientas.
Pues el gran recebimiento que le hicimos con arcos triunfales y con
ciertas emboscadas de cristianos é moros, y otros grandes regocijos é
invenciones de fuegos, y le aposentamos lo mejor que pudimos, ansí á
Cortés como á todos los que traia en su compañía; y estuvo allí seis
dias, y siempre el factor le iba diciendo que se volviese del camino
que iba, y que mirase á quién dejaba en su poder; que tenia al contador
por muy revoltoso y doblado, amigo de novedades, y que el tesorero se
jactanciaba que era hijo del Rey católico, y que no sentia bien de
algunas cosas de pláticas que en ellos vió que hablaban en secreto
despues que les dió el poder, y aun de ántes; y demas desto, ya en el
camino tenia Cortés cartas que enviaba dende Méjico diciendo mal de su
gobernacion de los que dejaba, y dello avisaban al factor sus amigos;
y sobre ello decia el factor á Cortés que tambien sabria él gobernar,
y el veedor que allí estaba delante, como los que dejaba en Méjico, y
se le ofrecieron por muy servidores; y decia tantas cosas melosas y
con tan amorosas palabras, que le convenció para que le diese poder al
factor y al veedor Chirinos para que fuesen gobernadores, y fué con
esta condicion: que si viesen que el Estrada y el Albornoz no hacian lo
que debian al servicio de nuestro Señor y de su majestad, gobernasen
ellos solos.
Estos poderes fueron causa de muchos males y revueltas que hubo en
Méjico, como diré de que haya pasado cuatro capítulos é hayamos hecho
un muy trabajoso camino, y hasta le haber acabado y estar en una villa
que se llama Trujillo no contaré en esta relacion lo acaecido en
Méjico; pero diré que el padre fray Bartolomé de Olmedo y los frailes
de San Francisco murmuraban de Cortés porque habia dado estos poderes,
y decian que plegue á Dios no haya Cortés arrepentimiento dello; y
no decian muy mal, como luego veremos; pero poco importó que ellos
lo murmurasen, que no hacia Cortés mucha monta dellos, aunque eran
buenos frailes, porque no les tenia tanta voluntad como al padre fray
Bartolomé de Olmedo, que era siempre su consejero.
Pero dejemos esto, y diré que cuando se despidieron el factor y el
veedor de Cortés para se volver á Méjico, ¡con cuántos cumplimientos
y abrazos! Y tenia el factor una manera como de sollozos, que parecia
que queria llorar al despedirse, y con sus provisiones en el seno de
la manera que él las quiso notar, y el secretario, que se decia Alonso
Valiente, que era su amigo, las hizo.
Vuélvense para Méjico, y con ellos Hernan Lopez de Ávila, que estaba
malo de dolores y tullido de bubas, y dejémosles ir su camino; que
no tocaré en esta relacion en cosa ninguna de los grandes alborotos y
zizañas que en Méjico hubo, hasta su tiempo y lugar, desque hubiéremos
llegado con Cortés todos los caballeros por mí nombrados, con otros
muchos que salimos de Guacacualco, y hasta que ya hayamos hecho esta
tan trabajosa jornada, que estuvimos en punto de nos perder, segun
adelante diré: y porque en una sazon acaecen dos ó tres cosas, y por no
quebrar el hilo de lo uno por decir de lo otro, acordé de seguir el de
nuestro trabajosísimo camino.


CAPÍTULO CLXXV.
DE LO QUE CORTÉS ORDENÓ DESPUES QUE SE VOLVIÓ EL FACTOR Y VEEDOR Á
MÉJICO, Y DEL TRABAJO QUE LLEVAMOS EN EL LARGO CAMINO, Y DE LOS GRANDES
PUENTES QUE HICIMOS, Y HAMBRE QUE PASAMOS EN DOS AÑOS Y TRES MESES QUE
TARDAMOS EN ESTE VIAJE.

Despues de despedidos el factor y el veedor, lo primero que mandó
Cortés fué escribir á la Villa-Rica á un su mayordomo, que se decia
Simon de Cuenca, que cargase dos navíos que fuesen de poco porte, de
bizcocho de maíz, porque en aquella sazon no se cogia pan de trigo en
Méjico, y seis pipas de vino y aceite y vinagre y tocinos, herraje, y
otras cosas de bastimentos, y mandó que se fuesen costa á costa del
norte, y que le escribiria y haria saber dónde habia de aportar, y que
el mismo Simon de Cuenca viniese por capitan; y luego mandó que todos
los vecinos de Guacacualco fuésemos con él, que no quedaron sino los
dolientes.
Ya he dicho otras veces que estaba poblada aquella villa de los
conquistadores más antiguos de Méjico, y todos los más hijosdalgo, que
se habian hallado en las conquistas pasadas de Méjico, y en el tiempo
que habiamos de reposar de los grandes trabajos y procurar de haber
algunos bienes y granjerías, nos mandó ir jornada de más de quinientas
leguas, y toda la más tierra por donde íbamos de guerra, y dejamos
perdido cuanto teniamos, y estuvimos en el viaje más de dos años y tres
meses.
Pues volviendo á nuestra plática, ya estábamos todos apercebidos con
nuestras armas y caballos, que no le osábamos decir de no; é ya que
alguno se lo decia, por fuerza le hacia ir; y éramos por todos, ansí
los de Guacacualco como los de Méjico, sobre ducientos y cincuenta
soldados, y los ciento y treinta de á caballo, y los demas escopeteros
y ballesteros, sin otros muchos soldados nuevamente venidos de
Castilla; y luego me mandó á mí que fuese por capitan de treinta
españoles y de tres mil indios mejicanos, y fuese á unos pueblos que
estaban de guerra, que se decian Cimatan, é que en aquellos pueblos
mantuviese los tres mil indios mejicanos, y si los naturales de aquella
provincia estuviesen de paz ó se viniesen á someter al servicio de su
majestad, que no les hiciese enojo ni fuerza ninguna, salvo mandar dar
de comer á aquellas gentes; y si no quisiesen venir, que los enviase á
llamar tres veces de paz, de manera que lo entendiesen muy bien, é por
ante un escribano que iba conmigo é testigos; y si no quisiesen venir,
que les diese guerra, y para ello me dió poder y sus instrucciones,
las cuales tengo hoy dia firmadas de su nombre y de su secretario
Alonso Valiente; y ansí hice aquel viaje como lo mandó, quedando de paz
aquellos pueblos; mas dende á pocos meses, como vieron que quedaban
pocos españoles en Guacacualco, é íbamos los conquistadores con Cortés,
se tornaron á alzar, y luego salí con mis soldados españoles é indios
mejicanos al pueblo donde Cortés mandó que saliese, que se decia
Iquinuapa.
Volvamos á Cortés y á su viaje: que salió de Guacacualco y fué á
Tonala, que hay ocho leguas, y luego pasó un rio en canoas y fué á otro
pueblo que se dice el Ayagualulco, y pasó otro rio en canoas, y dende
el Ayagualulco pasó siete leguas de allí un estero que entra en el mar,
y le hicieron una puente que habia de largo cerca de medio cuarto de
legua; cosa espantosa cómo la hicieron en el estero, porque siempre
Cortés enviaba adelante dos capitanes de los vecinos de Guacacualco, y
uno dellos se decia Francisco de Medina, hombre diligente, que sabia
muy bien mandar á los naturales desta tierra.
Pasada aquella gran puente, fué por unos pueblezuelos, hasta llegar á
otro gran rio que se dice Mazapa, que es el que viene de Chiapa, que
los marineros llaman rio de dos bocas; allí tenian muchas canoas atadas
de dos en dos; y pasado aquel gran rio, fué por otros pueblos, adonde
yo salí con mi compañía de soldados, que se dice Iquinapa, como dicho
tengo, y dende allí pasó otro rio en puentes que hicimos de maderos,
y luego un estero, y llegó á otro gran pueblo que se dice Copilco, y
dende allí comienza la provincia que llaman la Chontalpa, y estaba toda
muy poblada y llena de huertas de cacao, y muy de paz; y dende Copilco
pasamos por Nacaxuxuica, y llegamos á Zagutan, y en el camino pasamos
otro rio por canoas.
Aquí se le perdió á Cortés cierto herraje; y este pueblo cuando á él
allegamos estaba de paz, y luego á la noche se fueron huyendo los
moradores dél, y se pasaron de la parte de un gran rio entre unas
ciénagas, y mandó Cortés que les fuésemos á buscar por los montes,
que fué cosa bien inconsiderada é sin provecho aquello que mandó,
y los soldados que los fuimos á buscar pasamos aquel gran rio con
harto trabajo, y trujimos siete principales y gente menuda; mas poco
aprovecharon, que luego se volvieron á huir, y quedamos solos y sin
guias.
En aquella sazon vinieron allí los caciques de Tabasco con cincuenta
canoas cargadas de maíz y bastimento; tambien vinieron unos indios de
los pueblos de mi encomienda que en aquella sazon yo tenia, é trajeron
cargadas ciertas canoas de bastimentos; los cuales pueblos se dicen
Teapan; é fuimos á Tepetitan é Iztapa, y en el camino habia un rio muy
caudaloso que se dice Chilapa, y estuvimos cuatro dias en hacer barcas.
Yo dije á Cortés que el rio arriba, por relacion que tenia, habia un
pueblo que se dice Chilapa, que es del nombre del mismo rio, que seria
bien enviar cinco indios de los que traiamos por guias en una canoa
quebrada que allí hallamos, y les enviase á decir que trajesen canoas;
y con los cinco indios fué un soldado, y como se lo dije á Cortés;
y ansí lo mandó; y fueron el rio arriba é toparon dos caciques que
traian seis grandes canoas y bastimento, y con aquellas canoas y barcas
pasamos, y estuvimos cuatro dias en el pasaje; y dende allí fuimos
á Tepetitan, y hallámosle despoblado y quemadas las casas; y segun
supimos, habíanles dado guerra otros pueblos y llevado mucha gente
cautiva, y quemado el pueblo de pocos dias pasados, y en todos los tres
dias que anduvimos de camino, despues de pasado el rio de Chilapa, era
muy cenagoso, y atollaban los caballos hasta las cinchas, y habia muy
grandes campos.
Y desde allí fuimos á otro pueblo que se dice Iztapa, y de miedo se
fueron los indios, y se pasaron de la parte de otro rio muy caudaloso,
y fuímoslos á buscar, y trajimos los caciques y muchos indios con
sus mujeres y hijos, y Cortés las habló con halagos, y mandó que les
volviésemos cuatro indias y tres indios que les habiamos tomado en los
montes; y en pago dello, y de buena voluntad, trajeron presentadas,
á Cortés ciertas piezas de oro de poca valía; y estuvimos en este
pueblo tres dias, porque habia buena yerba para los caballos y mucho
maíz, y decia Cortés que era buena tierra para poblar allí una villa;
porque tenia nueva que en los rededores, habia buenas poblaciones para
servicio de la tal villa.
Y en este pueblo de Iztapa se informó Cortés de los caciques y
mercaderes de los naturales del mismo pueblo, el camino que habiamos
de llevar; y aun les mostró Cortés un paño de nequen que traia de
Guacacualco, donde venian señalados todos los pueblos del camino;
por donde habiamos de ir hasta Huyacala, que en su lengua se dice la
Gran Acala, porque habia otro pueblo que se decia Acala la Chica; y
allí dijeron que en todo lo más de nuestro camino habia muchos rios y
esteros, y para llegar á otro pueblo que se dice Tamaztepeque habia
otros tres rios y un gran estero, y que habiamos de estar en el camino
tres jornadas; y desque aquello entendió Cortés é supo de los rios, les
rogó que fuesen todos los caciques á hacer puentes y llevasen canoas, y
no lo hicieron; y con maíz tostado y otras legumbres hicimos mochila
para los tres dias, creyendo que era como lo decian, y por echarnos de
sus casas dijeron que no habia más jornada, y habia siete jornadas,
y hallamos los rios sin puentes ni canoas, y hubimos de hacer una
puente de muy gruesos maderos, por donde pasaron los caballos, y todos
nuestros soldados y capitanes fuimos en cortar la madera y acarrealla,
y los mejicanos ayudando lo que podian; y estuvimos en hacella tres
dias, que no teniamos qué comer sino yerbas y unas raices de unas que
llaman en esta tierra quecuexque, montesinas, las cuales nos abrasaron
las lenguas y bocas.
Pues ya pasado aquel esteron, no hallábamos camino ninguno, y hubimos
de abrirle con las espadas á manos, y anduvimos dos dias por el camino
que abrimos, creyendo que iba derecho al pueblo; y una mañana tomamos
el mismo camino que abrimos y desque Cortés lo vió, queria reventar
de enojo, y como oyó él murmurar del mal que decian dél y aun de su
viaje, con la gran hambre que habia, y que no miraba más de su apetito,
sin pensar bien lo que hacia, y que era mejor que nos volviésemos para
Méjico que no morir todos de hambre.
Pues otra cosa habia, que eran los montes muy altos en demasía y
espesos, y á mala vez podiamos ver el cielo, pues ya que quisieron
subir en algunos árboles para atalayar la tierra, no vian cosa ninguna,
segun eran muy cerradas todas las montañas; y las guias que traiamos
las dos huyeron, y la otra que quedaba estaba malo, que no sabia dar
razon de camino ni de otra cosa; y como Cortés en todo era diligente, y
por falta de solicitud no se descuidaba, traiamos una aguja de marear,
y á un piloto que se decia Pedro Lopez, y con el dibujo del paño que
traiamos de Guacacualco, donde venian señalados los pueblos, mandó
Cortés que fuésemos con el aguja por los montes, y con las espadas
abriamos caminos hácia el leste, que era la señal del paño donde estaba
el pueblo; y aun dijo Cortés que si otro dia estábamos sin dar en
pueblo, que no sabia qué hiciésemos; y muchos de nuestros soldados, y
aun todos los más, deseábamos volvernos á la Nueva-España; y todavía
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