Verdadera historia de los sucesos de la conquista de la Nueva-España (3 de 3) - 02

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las Reales provisiones que de su majestad traian para ser gobernador
Cortés, qué alegrías y regocijos se hicieron, y qué de correos fueron
por todas las provincias de la Nueva-España á demandar albricias á las
villas que estaban pobladas, y qué mercedes hizo Cortés al de las Casas
y al Rodrigo de Paz y á otros que venian en su compañía, que eran de
Medellin, su tierra de Cortés; y es, que al Francisco de las Casas le
hizo capitan y le dió luego un buen pueblo que se dice Anguitlan, y
al Rodrigo de Paz le dió otros muy buenos y ricos pueblos, y le hizo
su mayordomo mayor y su secretario, y mandaba absolutamente al mismo
Cortés; y tambien á los que vinieron de su tierra de Medellin, á todos
les dió indios, y al maestre del navío en que trajeron la nueva de cómo
Cortés era gobernador le dió oro, con que volvió rico á Castilla.
Dejemos ahora esto de recitar las alegrías y albricias que se dieron
por las nuevas, y quiero decir lo que me han preguntado algunos
curiosos letores, y tienen razon de poner plática sobre ello, que,
¿cómo pude yo alcanzar á saber lo que pasó en España, así de lo que
mandó Su Santidad como de las quejas que dieron de Cortés, y las
respuestas que sobre ello propusieron nuestros procuradores, y la
sentencia que sobre ello se dió, y otras muchas particularidades
que aquí digo y declaro, estando yo en aquella sazon conquistando
en la Nueva-España é sus provincias, no lo pudiendo ver ni oir? Yo
les respondí que, no solamente lo alcancé yo á saber, sino que todos
los más conquistadores que lo quisieron ver y leer en cuatro ó cinco
cartas y relaciones por sus capítulos declarado, cómo y cuándo y en
qué tiempo acaeció lo por mí dicho; las cuales cartas y memoria las
escribieron de Castilla nuestros procuradores porque conociésemos que
entendian con mucho calor en nuestros negocios.
Yo dije en aquel tiempo muchas veces que solamente lo que procuraban,
segun pareció, era por las cosas de Cortés y las suyas dellos, y que
nosotros los que lo ganábamos y conquistábamos, y le pusimos en el
estado que Cortés estaba, quedamos siempre con un trabajo sobre otro, y
roguemos á nuestro Señor Dios nos dé favor y ánimo, y ponga en corazon
á nuestro gran César mande que su recta justicia se cumpla, pues que en
todo es muy católico.
Pasemos adelante, y digamos en lo que Cortés entendió desque le vino la
gobernacion.


CAPÍTULO CLXIX.
DE EN LO QUE CORTÉS ENTENDIÓ DESPUES QUE LE VINO LA GOBERNACION DE LA
NUEVA-ESPAÑA, CÓMO Y DE QUÉ MANERA REPARTIÓ LOS PUEBLOS DE INDIOS, É
OTRAS COSAS QUE MÁS PASARON, Y UNA MANERA DE PLATICAR QUE SOBRE ELLO SE
HA DECLARADO ENTRE PERSONAS DOCTAS.

Ya que le vino la gobernacion de la Nueva-España á Hernando Cortés,
paréceme á mí y á otros conquistadores de los antiguos, de los más
experimentados y maduro consejo, que lo que habia de mirar Cortés
era acordarse desde el dia que salió de la isla de Cuba y tener
atencion á todos los trabajos en que se vió, así cuando en lo de los
arenales, cuando desembarcamos, qué personas fueron en le favorecer
para que fuese capitan general y justicia mayor de la Nueva-España; y
lo otro, quién fueron los que se hallaron siempre á su lado en todas
las guerras, así de Tabasco y Cingapacinga, y en tres batallas de
Tlascala, y en la de Cholula cuando tenian puestas las ollas con ají
para nos comer cocidos; y tambien quién fueron en favorecer su partido
cuando por seis ó siete soldados que no estaban bien con él le hacian
requirimientos que se volviese á la Villa-Rica y no fuese á Méjico,
poniéndole por delante la gran pujanza de guerreros y gran fortaleza
de la ciudad; y quién fueron los que entraron con él en Méjico y se
hallaron en prender al gran Montezuma; y luego que vino Pánfilo de
Narvaez con su armada, qué soldados fueron los que llevó en su compañía
y le ayudaron á prender y desbaratar al Narvaez; y luego quién fueron
los que volvieron con él á Méjico al socorro de Pedro de Albarado, y
se hallaron en aquellas fuertes y grandes batallas que nos dieron,
hasta que salimos huyendo de Méjico, que de mil y trecientos soldados
quedaron muertos sobre ochocientos y cincuenta, con los que mataron
en Tustepeque é por los caminos, y no escapamos sino cuatrocientos y
cuarenta muy heridos, y á Dios misericordia.
Y tambien se le habia de acordar de aquella muy temerosa batalla de
Obtumba, quién, despues de dos dias, se la ayudó á vencer y salir
de aquel tan gran peligro; y despues quién y cuántos le ayudaron á
conquistar lo de Tepeaca y Cachula y sus comarcas, como fué Ozucar y
Guacachula y otros pueblos; y la vuelta que dimos por Tezcuco para
Méjico, y de otras muchas entradas que desde Tezcuco hicimos, así como
la de Iztapalapa, cuando nos quisieron anegar con echar el agua de la
laguna, como echaron, creyéndonos ahogar; y asimismo las batallas que
hubimos con los naturales de aquel pueblo y mejicanos que les ayudaron;
y luego la entrada del Saltocan y los peñoles que llaman hoy dia del
Marqués, y otras muchas entradas; y el rodear de los grandes pueblos de
la laguna, y de los muchos rencuentros y batallas que en aquel viaje
tuvimos, así de los de Suchimileco como de los de Tacuba; y vueltos á
Tezcuco, quién le ayudó contra la conjuracion que tenian concertado de
le matar, cuando sobre ello ahorcó un Villafaña; y pasado esto, quién
fueron los que le ayudaron á conquistar á Méjico, y en noventa y tres
dias, á la continua de dia y de noche, tener batallas y muchas heridas
y trabajos, hasta que se prendió á Guatemuz, que era el que mandaba en
aquella sazon á Méjico; y quién fueron en le ayudar y favorecer cuando
vino á la Nueva-España un Cristóbal de Tapia para que le diese la
gobernacion.
Y demas de todo esto, quiénes fueron los soldados que escribimos tres
veces á su majestad en loor de los grandes y muchos y buenos servicios
que Cortés le habia hecho, y que era digno de grandes mercedes y le
hiciese gobernador de la Nueva-España.
No quiero aquí traer á la memoria otros servicios que siempre á Cortés
haciamos; pues los varones y fuertes soldados que en todo esto nos
hallamos, y ahora que le vino la gobernacion, que, despues de Dios, con
nuestra ayuda se la dieron, bien fuera que tuviera cuenta con Pedro,
Sancho y Martin y otros que lo merecian; y el soldado y compañero
que estaba por su ventura en Colima ó en Zacatula, ó en Pánuco ó en
Guacacualco, y los que andaban huyendo cuando despoblaron á Tutepeque,
y estaban pobres y no les cupo suerte de buenos indios, pues que habia
bien que dalles; y sacalles de mala tierra, pues que su majestad muchas
veces se lo mandaba y encargaba por sus reales cartas misivas, y no
daba Cortés nada de su hacienda, habíales de dar con que se remediasen,
y en todo anteponelles; y siempre cuando escribiese á los procuradores
que estaban en Castilla en nuestro nombre, que procurasen por nosotros;
y el mismo Cortés habia de escribir muy afectuosamente para que nos
diese para nosotros y nuestros hijos cargos y oficios reales, todos los
que en la Nueva-España hubiese; mas digo que mal ageno de pelo cuelga,
á que no procuraba sino para él; lo uno la gobernacion que le trajeron
ántes que fuese marqués, é despues que fué á Castilla y vino marqués.
Dejemos esto, y pongamos aquí otra manera, que fuera harto buena y
justa para repartir todos los pueblos de la Nueva-España, segun dicen
muy doctos conquistadores, que lo ganamos, de prudente y maduro juicio;
que lo que habia de hacer es esto; hacer cinco partes la Nueva-España,
y la quinta parte de las mejores ciudades y cabeceras de todo lo
poblado dalla á su majestad de su Real quinto, y otra parte dejalla
por repartir, para que fuese la renta della para iglesias y hospitales
y monasterios, y para que S. M., si quisiese hacer algunas mercedes á
caballeros que le hayan servido en Italia, de allí pudiera haber para
todos; y las tres partes que quedaran repartillas en su persona de
Cortés y en todos nosotros los verdaderos conquistadores, segun y de
la calidad que sentia que era cada uno, y dallas perpétuos, porque en
aquella sazon su majestad lo tuviera por bien; porque, como no habia
gastado cosa ninguna en estas conquistas, ni sabia ni tenia noticia
destas tierras, estando como estaba, en aquella sazon en Flandes, y
viendo una buena parte de las del mundo que le entregamos, como sus muy
leales vasallos, lo tuviera por bien y nos hiciera merced dellas, y
con ello quedáramos; y no anduviéramos ahora, como andamos, abatidos y
de mal en peor, y muchos de los conquistadores no tenemos con qué nos
sustentar; ¿que harán los hijos que dejamos? Quiero decir lo que hizo
Cortés, y á quién dió los pueblos.
Primeramente al Francisco de las Casas, á Rodrigo de Paz, al factor
y veedor y contador que en aquella sazon vinieron de Castilla; á un
Avalos y á Saavedra, sus deudos; á un Barrios, con quien casó su
cuñada, hermana de su mujer doña Catalina Juarez; y á Alonso Lúcas, y
á un Juan de la Torre, y á Luis de la Torre, á Villegas, y á un Alonso
Valiente, y á un Ribera el tuerto.
Y, ¿para qué cuento yo estos pocos? Que á todos cuantos vinieron de
Medellin, á otros criados de grandes señores, que le contaban cuentos
de cosas que le agradaban, los dió lo mejor de la Nueva-España.
No digo yo que era malo el dar á todos, pues habia de qué; mas que
habia de anteponer primero lo que su majestad le mandaba, y á los
soldados que le ayudaron á tener el ser y valor que tenia, ayudalles;
y pues que ya es hecho, no quiero volver á repetirlo; y para ir á
entradas y guerras y á cosas que le convenian, bien se acordaba adónde
estábamos, y nos enviaba á llamar para las batallas y guerras, como
adelante diré.
Y dejaré de contar más lástimas y de cuán avasallados nos traia, pues
no se puede ya remediar.
Y no dejaré de decir lo que Cortés decia despues que le quitaron la
gobernacion, que fué cuando vino Luis Ponce de Leon, y como murió el
Luis Ponce, dejó por su teniente á Márcos de Aguilar, como adelante
diré; y es, que íbamos á Cortés á decille algunos caballeros y
capitanes de los antiguos que le ayudamos en las conquistas, que nos
diese de los indios, de los muchos que en aquel instante Cortés tenia,
pues que su majestad mandaba que le quitasen algunos dellos, como se
los habian de quitar, é luego se los quitaron; y la respuesta que daba
era, que se sufriesen como él se sufria; que si le volvia su majestad á
hacer merced de la gobernacion, que en su conciencia (que así juraba)
que no lo erraria como en lo pasado, y que daria buenos repartimientos
á quien su majestad le mandó, y enmendaria el gran yerro pasado que
hizo; y con aquellos prometimientos y palabras blandas creia que
quedaban contentos aquellos conquistadores.
Dejémoslo ya, y digamos que en aquella sazon, á pocos dias ántes,
vinieron de Castilla los oficiales de la hacienda Real de su majestad,
que fué Alonso de Estrada, tesorero, y era natural de Ciudad-Real,
y vino el factor Gonzalo de Salazar, y vino Rodrigo de Albornoz por
contador, que ya habia fallecido Julian de Alderete, y este Albornoz
era natural de Paladinas ú de la Gama, y vino el veedor Pedro Almíndes
Chirino, natural de Úbeda ó Baeza, y vinieron muchas personas con
cargos.
Dejemos esto, y quiero decir que en este instante rogó un Rodrigo
Rangel á Cortés (el cual Rangel muchas veces le he nombrado) que, pues
no se habia hallado en toma de Méjico ni en ningunas batallas con
nosotros en toda la Nueva-España, que porque hubiese alguna fama dél,
que le hiciese merced de le dar una capitanía para ir á conquistar á
los pueblos de los zapotecas, que estaban de guerra, y llevar en su
compañía á Pedro de Ircio, para ser su consejero en lo que habia de
hacer; y como Cortés conocia al Rodrigo Rangel, que no era para dalle
ningun cargo, á causa que estaba siempre doliente y con grandes dolores
y bubas, y muy flaco y las zancas y piernas muy delgadas, y todo lleno
de llagas, cuerpo y cabeza abierta, denegaba aquella entrada, diciendo
que los indios zapotecas eran gente mala de domar por las grandes y
altas sierras adonde están poblados, y que no podian llevar caballos;
y que siempre hay neblinas y rocíos, y que los caminos eran angostos y
resbalosos, y que no pueden andar por ellos sino á manera de decir los
piés junto á las cabezas de los que vienen atrás: entiéndanlo de la
manera que aquí lo digo, que así es verdad; porque los que van arriba,
con los que vienen detrás vienen cabezas con piés; y que no era cosa de
ir á aquellos pueblos, y que ya que fuese, que habia de llevar soldados
bien sueltos y robustos, y experimentados en las guerras; y como el
Rangel era muy porfiado y de su tierra de Cortés, húbole de conceder
lo que pedia; y segun despues supimos, Cortés lo hubo por bueno
embialle do se muriese, porque era de mala lengua; é Cortés escribió á
Guacacualco á diez ó doce que nombró en la carta, que nos rogaba que
fuésemos con el Rangel á le ayudar, y entre los soldados que mandó ir
me nombró á mí, y fuimos todos los vecinos á quien Cortés escribió.
Ya he dicho que hay grandes sierras en lo poblado de los zapotecas, y
que los naturales de allí son gente muy ligeros é sueltos, y con unas
voces é silbos que dan, retumban todos los valles como á manera de
ecos; y como habiamos de llevar al Rangel, no podiamos andar ni hacer
cosa que buena fuese.
É ya que íbamos á algun pueblo, hallábamosle despoblado, y como no
estaban juntas las casas, sino unas en un cerro y otras en un valle,
y en aquel tiempo llovia, y el pobre Rangel dando voces de dolor de
las bubas, y la mala gana que todos teniamos de andar en su compañía,
y viendo que era tiempo perdido, y que si por ventura los zapotecas,
como son ligeros y tienen grandes lanzas, muy mayores que las nuestras,
y son grandes flecheros, que si nos aguardaban é hiciesen cara, como
no podiamos ir por los caminos sino uno á uno, temiamos no nos viniese
algun desman, y el Rangel estaba más malo que cuando vino, acordó de
dejar la negra conquista, que negra se podia llamar, y volverse cada
uno á su casa; y el Pedro de Ircio, que traia por consejero, fué el
primero que se lo aconsejó, y le dejó solo, y se fué á la Villa-Rica,
donde vivia; y el Rangel dijo que se queria ir á Guacacualco con
nosotros, por ser la tierra caliente, para prevalecerse de su mal,
y los que éramos vecinos de Guacacualco que allí estábamos, por peor
tuvimos llevarle con nosotros que á la venida que venimos con él á la
guerra; y llegados á Guacacualco, luego dijo que queria ir á pacificar
las provincias de Cimatan y Talatupan, que ya he dicho muchas veces
en el capítulo que dello habla cómo no habian querido venir de paz á
causa de los grandes rios y ciénagas tembladeras entre quien estaban
poblados; y demas de la fortaleza de las ciénagas, ellos de su
naturaleza son grandes flecheros, y tenian muy grandes arcos y tiran
muy á certero.
Volvamos á nuestro cuento: que mostró Rangel provisiones en aquella
villa, de Hernando Cortés, cómo le enviaba por capitan para que
conquistase las provincias que estuviesen de guerra, y señaladamente
la de Cimatan y Tulapan; y apercibió todos los más vecinos de aquella
villa que fuésemos con él; y era tan temido Cortés, que aunque nos
pesó, no osamos hacer otra cosa, como vimos sus provisiones, y fuimos
con el Rangel sobre cien soldados, dellos á caballo y á pié, con obra
de veinte y seis ballesteros y escopeteros; é fuimos por Tonala é
Ayagualulco, é Copilco, Zacualco, y pasamos muchos rios en canoas y en
barcas, y pasamos por Teutitan, Copilco y por todos los pueblos que
llamamos la Chontalpa, que estaban de paz, é llegamos obra de cinco
leguas de Cimatan, é en unas ciénagas y malos pasos estaban juntos
todos los más guerreros de aquella provincia, y tenian hechos unos
cercados y grandes albarradas de palos y maderos gruesos, y ellos de
dentro con unos petriles y saeteras, por donde podian flechar; é de
presto nos dan una tan buena refriega de flecha y vara tostada con
tiraderas, que mataron siete caballos é hirieron ocho soldados, y al
mismo Rangel, que iba á caballo, le dieron un flechazo en un brazo, y
no le entró sino muy poco; y como los conquistadores viejos habiamos
dicho al Rangel que siempre fuesen hombres sueltos á pié descubriendo
caminos y celadas, y le habiamos dicho de otras veces cómo aquellos
indios solian pelear muy bien y con maña, y como él era hombre que
hablaba mucho, dijo que votaba á tal, que si nos creyera, que no le
aconteciera aquello, y que de allí adelante que nosotros fuésemos
los capitanes y le mandásemos en aquella guerra.
Y luego como fueron curados los soldados y ciertos caballos que
tambien hirieron, demas de los siete que mataron, mandóme á mí que
fuese adelante descubriendo, y llevaba un lebrel muy bravo, que era
del Rangel, y otros dos soldados muy sueltos y ballesteros, y le
dijeron que se quedase bien atrás con los de á caballo, y los soldados
y ballesteros fuesen junto conmigo; é yendo nuestro camino para el
pueblo de Cimatan, que era en aquel tiempo bien poblado, hallamos otras
albarradas y fuerzas, ni más ni ménos que las pasadas, y tírannos á
los que íbamos delante tanta flecha y vara, que de presto mataron el
lebrel, é si yo no fuera muy armado, allí quedara, porque me dieron
siete flechas, que con el mucho algodon de las armas se detuvieron, y
todavía salí herido en una pierna, y á mis compañeros á todos hirieron;
y entónces yo dí voces á unos indios nuestros amigos, que venian un
poco atrás de nosotros, para que viniesen de presto los ballesteros y
escopeteros y peones, y que los de á caballo quedasen atrás, porque
allí no podian correr ni aprovecharse dellos, y se los flecharian; y
luego acudieron ansí como lo envié á decir, porque deantes cuando yo
me adelanté así lo tenia concertado, que los de á caballo quedasen muy
atrás y que todos los demas estuviesen muy prestos en teniendo señal
ó mandado, y como vinieron los ballesteros y escopeteros, les hicimos
desembarazar las albaradas, y se acogieron á unas grandes ciénagas que
temblaban, y no habia hombre que en ellas entrase, que pudiese salir
sino á gatas ó con grande ayuda.
En esto llegó Rangel con los de á caballo, é allí cerca estaban muchas
casas que entónces despoblaron los moradores dellas, y reposamos aquel
dia y se curaron los heridos.
Otro dia caminamos para ir al pueblo de Cimatan, y hay grandes cabanas
llenas, y en medio de las cabanas muy malísimas ciénagas, y en una
dellas nos aguardaron, y fué con ardid que entre ellos concertaron
para aguardar en el campo raso de las cabanas, y propusieron que los
caballos, por codicia de los alcanzar y alancear, irian corriendo tras
ellos á rienda suelta y atollarian en las ciénagas, y ansí fué como
lo concertaron, que por más que habiamos dicho y aconsejado á Rangel
que mirase que habia muchas ciénagas y que no corriese por aquellas
cabanas á rienda suelta, que atollarian los caballos, y que suelen
tener aquellos indios estas astucias, y hechas saeteras y fuerzas junto
á las ciénagas, no lo quiso creer; y el primero que atolló en ellas fué
el mismo Rangel, y allí le mataron el caballo, y si de presto no fuera
socorrido, ya se habian echado en aquellas malas ciénagas muchos indios
para le apañar y llevar vivo á sacrificar, y todavía salió descalabrado
en las llagas que tenia en la cabeza; y como toda aquella provincia
era muy poblada, y estaba allí junto otro pueblezuelo, fuimos á él, y
entónces huyeron los moradores, y se curó el Rangel y tres soldados que
habian herido.
Y dende allí fuimos á otras casas que tambien estaban sin gente,
que entónces las despoblaron sus dueños, y hallamos otra fuerza con
grandes maderos y bien cercada y sus saeteras; y estando reposando aún
no habia un cuarto de hora, vienen tantos guerreros cimatecas, y nos
cercan en el pueblezuelo, que mataron un soldado y á dos caballos, y
tuvimos bien que hacer en hacellos apartar; y entónces nuestro Rangel
estaba muy doliente de la cabeza, é habia muchos mosquitos, que no
dormia de noche ni dia, y murciégalos muy grandes que le mordian y
desangraban; y como siempre llovia, y algunos soldados que el Rangel
habia traido consigo, de los que nuevamente habian venido de Castilla,
vieron que en tres partes nos habian aguardado los indios de aquella
provincia, y habian muerto once caballos y dos soldados, y herido á
otros muchos, aconsejaron al Rangel que se volviese dende allí, pues
la tierra era mala de ciénagas y estaba muy malo; y el Rangel, que lo
tenia en gana, y porque pareciese que no era de su albedrio y voluntad
aquella vuelta, sino por consejo de muchos, acordó de llamar á consejo
sobre ello á personas que eran de su parecer para que se volviesen; y
en aquel instante habiamos ido veinte soldados á ver si podiamos tomar
alguna gente de unas huertas de cacaguatales que allí junto estaban, y
trujimos dos indios y tres indias; y entónces el Rangel me llamó á mí
aparte é á consejo, y díjome de su mal de cabeza, é que le aconsejaban
todos los demas soldados que se volviese donde estaba Cortés, y me
declaró todo lo que habia pasado; y entónces le reprendí su vuelta, y
como nos conociamos de más de cuatro años atrás, de la isla de Cuba, le
dije:
—«¿Cómo, Señor? ¿Qué dirán de vuesa merced, estando cerca del pueblo
de Cimatan quererse volver? Pues Cortés no lo terná á bien, y
maliciosos que os quieren mal os lo darán en cara, que en la entrada
de las zapotecas ni aquí no habeis hecho cosa ninguna que buena sea,
trayendo, como traeis, tan buenos conquistadores, que son los de
nuestra villa de Guacacualco; pues por lo que toca á nuestra honra y á
la de vuesamerced, é yo y otros soldados somos de parecer que pasemos
adelante; y iré con todos mis compañeros descubriendo ciénagas y
montes, y con los escopeteros pasaremos hasta la cabecera de Cimatan, y
mi caballo déle vuesa merced á otro caballero que sepa muy bien menear
la lanza é tener ánimo para mandalle, que yo no puedo servirme dél
yendo á lo que voy, y que va más en alancear, y véngase con las de á
caballo algo atrás.»
Y como el Rodrigo Rangel aquello me oyó, como era hombre vocinglero y
hablaba mucho, salió de la casilla en que estaba el consejo, é á muy
grandes voces llamó á todos los soldados; é dijo el Rodrigo Rangel:
—«Ya es echada la suerte que hemos de ir adelante, que voto á tal (que
siempre era este su jurar y su hablar), que Bernal Diaz del Castillo me
ha dicho la verdad y lo que á todos conviene.»
Y puesto que á algunos soldados les pesó, otros lo hubieron por muy
bueno; y luego comenzamos á caminar puestos en gran concierto, los
ballesteros y escopeteros junto conmigo, y los de á caballo atrás por
amor de los montes y ciénagas, donde no podian correr caballos, hasta
que llegamos á otro pueblo, que entónces lo despoblaron los naturales
dél, y dende allí fuimos á la cabecera de Cimatan, y tuvimos otra buena
refriega de flecha y vara, y de presto les hicimos huir, y quemaron
los mismos vecinos naturales de aquel pueblo muchas casas de las suyas,
y allí prendimos hasta quince hombres y mujeres, y les enviamos á
llamar con ellos á los cimatecas que viniesen de paz, y les dijimos
que en lo de las guerras se les perdonaria; y vinieron los parientes y
maridos de las mujeres y gente menuda que teniamos presos, y dímosles
toda la presa, é dijeron que traerian de paz á todo el pueblo, é jamás
volvieron con la respuesta; y entónces me dijo á mí el Rangel:
—«Voto á tal, que me habeis engañado, é que habeis de ir á entrar con
otros compañeros, é que me habeis de buscar otros tantos indios é
indias como los que me hicisteis soltar por vuestro consejo.»
Y luego fuimos cincuenta soldados, é yo por capitan, é dimos en unos
ranchos que tenian en unas ciénagas que temblaban, que no osamos entrar
en ellas; y dende allí se fueron huyendo por unos grandes breñales y
espinos, que se llaman entre ellos Xiguaquetlan, muy malos, que pasan
los piés, y en unas huertas de cacaguatales prendimos seis hombres y
mujeres con sus hijos chicos, y nos volvimos adonde quedaba el capitan,
y con aquello le apaciguamos; y les tornó luego á soltar para que
llamasen de paz á los cimatecas, y en fin de razones, no quisieron
venir, y acordamos de nos volver á nuestra villa de Guacacualco; y
en esto paró la entrada de zapotecas é la de Cimatlan, y esta es la
fama que queria que hubiese dél Rangel cuando pidió á Cortés aquella
conquista.
Y dende allí á dos años, ó poco tiempo más, volvimos de hecho á los
zapotecas y á las demas provincias, y las conquistamos y trujimos de
paz; y el buen Fray Bartolomé de Olmedo, que era santo fraile, trabajó
mucho con ellos, y les predicaba y enseñaba los artículos de la fe,
y bautizó en aquellas provincias más de quinientos indios; pero, en
verdad que estaba cansado y viejo, y que no podia ya andar caminos, que
tenia una mala enfermedad: y dejemos esto, y digamos cómo Cortés envió
á Castilla á su majestad sobre ochenta mil pesos de oro con un Diego de
Soto, natural de Toro, y paréceme que con un Ribera el tuerto, que fué
su secretario; y entónces envió el tiro muy rico, que era de oro bajo y
plata, que le llamaba el Ave Fénix, y tambien envió á su padre Martin
Cortés muchos millares de pesos de oro.
Y lo que sobre ello pasó diré adelante.


CAPÍTULO CLXX.
CÓMO EL CAPITAN HERNANDO CORTÉS ENVIÓ Á CASTILLA, Á SU MAJESTAD,
OCHENTA MIL PESOS EN ORO Y PLATA, Y ENVIÓ UN TIRO, QUE ERA UNA
CULEBRINA MUY RICAMENTE LABRADA DE MUCHAS FIGURAS, Y TODA ELLA, Ó LA
MAYOR PARTE, ERA DE ORO BAJO, REVUELTO CON PLATA DE MECHOACAN, QUE POR
NOMBRE SE DECIA EL FÉNIX, Y TAMBIEN ENVIÓ Á SU PADRE, MARTIN CORTÉS,
SOBRE CINCO MIL PESOS DE ORO; Y LO QUE SOBRE ELLO AVINO DIRÉ ADELANTE.

Pues como Cortés habia recogido y allegado obra de ochenta mil pesos de
oro, y la culebrina que se decia el Fénix ya era acabada de forjar, y
salió muy extremada pieza para presentar á un tan alto Emperador como
nuestro gran señor César, y decia en un letrero que tenia escrito en
la mesma culebrina: «Esta ave nació sin par, yo sin segundo, y vos sin
igual en el mundo.» Todo lo envió á su majestad con un hidalgo natural
de Toro, que se decia Diego de Soto, y no me acuerdo bien si fué en
aquella sazon un Juan de Ribera, que era tuerto de un ojo, que tenia
una nube, el cual habia sido secretario de Cortés.
Á lo que yo sentí del Ribera, era un hombre no de buenas entrañas,
porque cuando jugaba á naipes é á dados no me parecia que jugaba bien,
y demas desto, tenia muchos malos reveses; y esto digo porque, llegado
á Castilla se alzó con los pesos de oro que le dió Cortés para su padre
Martin Cortés, y porque se lo pidió Martin Cortés, y por ser el Ribera
de suyo mal inclinado, no mirando á los bienes que Cortés le habia
hecho siendo un pobre hombre, en lugar de decir verdad y bien de su
amo, dijo tantos males, y por tal manera los razonaba, que, como tenia
gran retórica é habia sido su secretario del mismo Cortés, le daban
crédito, especial el Obispo de Búrgos.
Y como el Narvaez y el Cristóbal de Tapia, y los procuradores del Diego
Velazquez y otros que les ayudaban, y habia acaecido en aquella sazon
la muerte de Francisco de Garay, todos juntos tornaron otra vez á dar
muchas quejas de Cortés ante su majestad, y tantas y de tal manera,
é dijeron que fueron parciales los jueces que puso su majestad, por
dádivas que Cortés les envió para aquel efeto, que otra vez estaba
revuelta la cosa, y Cortés tan desfavorecido, que lo pasara mal si no
fuera por el duque de Béjar, que le favoreció y quedó por su fiador,
que le enviase su majestad á tomar residencia é que no le hallaria
culpado.
Y esto hizo el duque porque ya tenia tratado casamiento á Cortés con
una señora sobrina suya, que se decia doña Juana de Zúñiga, hija del
conde de Aguilar, don Cárlos de Arellano, y hermana de unos caballeros
y privados del Emperador.
Y como en aquella sazon llegaron los ochenta mil pesos de oro y las
cartas de Cortés, dando en ellas muchas gracias y ofrecimientos á
su majestad por las grandes mercedes que le habia hecho en dalle la
gobernacion de Méjico, y haber sido servido mandalle favorecer con
justicia en la sentencia que dió en su favor, cuando la junta que mandó
hacer de los caballeros de su Real consejo y cámara.
En fin de más razones, todo lo que estaba dicho contra Cortés se tornó
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