Su único hijo - 15

Total number of words is 4845
Total number of unique words is 1560
36.7 of words are in the 2000 most common words
51.4 of words are in the 5000 most common words
58.0 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
lugar a satisfacciones el terror del parto, el asco y la repugnancia a
los menesteres de la maternidad después del alumbramiento.
--Y además--decía una de Ferraz a la de Silva--, ¿no ha visto usted qué
cara se le ha puesto sólo con los preparativos esos y con el susto?
--Sí, parecía un cadáver....
--Lo que parecía era una cincuentona.
--Poco le falta.
--No, mujer, no exageres. Lo que era que... como se le había caído la
pintura....
--Diez años más se le echaron encima.
--Eso sí.
Y todas ellas callaron de repente, ya en la calle, pensando por
unanimidad en Minghetti y en la cara de pocos amigos que había puesto en
el cuarto de la otra. Sebastián fue a acompañar a los de Körner hasta su
casa. Nepomuceno había tenido que quedarse porque el alemán era muy
delicado, ahora que se aproximaba la boda, en materias del qué dirán, y
no gustaba de que a tales horas pudieran encontrar por las calles
oscuras a su hija acompañada de su prometido, aunque Körner fuera con
ellos. Aseguraba que para Alemania era buena la costumbre de dejar a los
novios andar juntos y solos por cualquier parte, pero que en países
meridionales toda precaución era poca. Por lo visto, temía los ardores
del buen Nepomuceno.
Pero ¿y Reyes?, preguntaban los amigos de la casa al separarse. ¿Dónde
se habrá metido? En el cuarto de Emma no quedaba.
Bonis se había encerrado en su alcoba, ya que su mujer rechazaba
enérgicamente las expansiones del futuro padre, que hubiera deseado
vivamente saborear en santo amor y compaña de su esposa las delicias de
la inesperada y bien venida noticia que acababa de darles D. Basilio.
A falta de su mujer, Bonis se contentó con su humilde lecho de _soltero_,
en aquella alcoba suya, testigo de tantos pensamientos, de tantos
sueños, de tantos remordimientos, de tantas penas y humillaciones
devoradas entre sollozos. Su cama era su confidente, su mejor amigo; no
el tálamo nupcial, el del cuarto de su mujer, no; aquellas pobres tablas
de nogal, aquellas sábanas sin encajes (porque los encajes y puntillas
le daban grima), aquella colcha de flores azules, que le decían tantas
cosas poéticas y tristes, dulces, suaves, tan conformes con el fondo de
su propio carácter. Parecíale que a fuerza de haber mirado años y años
aquellas flores, mientras su pensamiento vagaba por los mundos
encantados de sus ilusiones, de sus penas, se le había pegado a la
colcha como un barniz de idealidad, una especie de musgo azul de sus
ensueños.... En fin, aquella colcha, y otra del mismo dibujo, pero de
color de rosa, eran algo así como amigas íntimas, confidentes que a él
le faltaban en el _mundo_ de los vivos.
Muchas veces pensaba en esto: él no tenía, en rigor, amigos entre los
hombres; ni amigos de la infancia, verdaderos, capaces de comprenderle y
capaces de abnegación; ni amigos de la edad viril...; _il suo caro
Mochi_... ¡bah!, le había engañado una temporada. Era un vividor a quien
Dios perdonara. Sus amigos eran las cosas. La montaña del horizonte, la
luna, el campanario de la parroquia, ciertos muebles... la ropa de
color, usada, de andar por casa... las zapatillas gastadas... el lecho
de _soltero_ sobre todo. Estos seres inanimados, de la industria, a los
cuales dudaba Platón si correspondía una idea, eran para Bonis como
almas paralíticas, que oían, sentían, entendían..., pero no podían
contestar ni por señas.
Y, sin embargo, aquella noche solemne, al contemplar la colcha de flores
azules, el doblez humilde y corto de las sábanas limpias, las almohadas
angostas y blandas, le pareció que todo aquello le sonreía con su
frescura y con su aspecto de íntima familiaridad, mientras él se quitaba
las botas y calzaba las babuchas. No había felicidad completa si los
pies no descansaban en la suavidad del paño flojo de las zapatillas.
--¡Ajajá!--exclamó al sentirse a su gusto. Y apoyando ambas manos en la
cama, dejó que una dulcísima sonrisa le inundara el rostro con un
reflejo de la alegría del corazón.
¡Ahora a meditar! ¡A soñar! ¡Noche solemne! No había milagros: en eso
estaba. No estaría bien que los hubiera. El milagro y el verdadero Dios
eran incompatibles. Pero... ¡había Providencia!, un plan del mundo, en
armonía preestablecida (él no usaba estas palabras; no pensaba esto con
palabras) con las leyes naturales. Había coincidencias providenciales,
que al hombre piadoso debían servirle de advertencias saludables,
emanadas de Dios, traídas por la naturaleza. No era un milagro que se
hubiesen equivocado los médicos que antaño le habían condenado para
siempre a la esterilidad de su mujer; no era un milagro que Emma pariese
ya cerca de los cuarenta años. Tampoco era milagrosa..., aunque sí
admirable, la coincidencia de anunciarse la _venida del hijo_ la misma
noche en que se marchaba la pasión. Se iba Serafina y venía _Isaac_. El
que debía llamarse Isaac, por lo que él sabía, pero que se llamaría,
Dios sabía cómo, probablemente Diego, Antonio o Sebastián, a gusto de la
madre, tirana de todos. ¡Isaac! Lo más extraño, lo más admirable era
aquello... sus visiones de la noche memorable del concierto, de aquel
concierto en que nacieron gran parte de las desdichas de su casa, la
corrupción al por mayor metida en ella. De aquel concierto también había
nacido su anhelo creciente de paz, de amor puro, tranquilo... y aquella
vaga esperanza, rechazada y rediviva a cada momento, de tener al fin un
hijo, un hijo legítimo, único. Lo más admirable, sí, aunque no
milagroso, era el cumplimiento de lo que él disparatadamente llamaba,
para sus adentros, «la Anunciación».
Tan exaltado se sintió, todo por dentro, tan lleno de ternura, que se
tuvo un poco de miedo.
«¡Oh! ¡Si esto es estar loco, bien venida sea la locura!».
¡Estaba tan contento, tan orgulloso! No cabía duda. La Providencia y él
se entendían. Había sido aquello como un contrato: «Que se marche ella,
y vendrá él».
Pero ella... ¿se habrá marchado del todo?
--Sí--dijo Bonis en voz alta, poniéndose en pie y dando una leve patada en
el suelo.
«Sí; aquí no queda más que el padre de familia. Aquí, en este corazón,
ya no hay sitio más que para el amor del hijo».
Una voz secreta le decía que su nuevo amor era un poco abstracto, algo
metafísico; pero ya cambiaría; cuando el chico estuviese allí, sería
otra cosa. «Algo contribuía, pensaba Bonis, a la falta de _cariño humano_
a su nene de sus entrañas, de que ahora se resentía, el no saber cómo
llamarle. ¡Isaac! No; no sería Isaac. Además, Isaac no había sido _único
hijo_ de su padre. Aunque pareciera irreverencia, en rigor..., en
rigor..., lo que correspondía era llamar a la criatura Manolín... o
Jesús. ¡No que él se comparase con Dios Padre, ni siquiera con San
José!...».
La idea de San José le hizo incorporarse en la cama, donde ya se había
tendido, sin desnudarse. Como Bonis no era creyente, en el sentido
rigoroso de la palabra, y sus dudas le habían llevado muchas veces a las
cuestiones exegéticas, según él podía entenderlas, pensó en la
posibilidad de que a San José le hubiese hecho la historia un flaco
servicio, con la mejor intención, pero muy flaco. Sintió una lástima
inmensa por San José. «Supongamos, se decía, que él, y nadie más que él,
fuera el padre de su hijo putativo; que fuese el padre..., sin perjuicio
de todas las relaciones misteriosas, sublimes, extranaturales, pero no
milagrosas, que podía haber entre la Divinidad y el Hijo del hombre...;
supongamos esto por un momento. ¡Qué horror! ¡Arrancarle a San José la
gloria..., el amor... de su hijo!... ¡Todo para la madre! ¿Y el padre?
¿Y el padre?». Pensando estos disparates, se le llenaron los ojos de
lágrimas. ¿Si estaría loco efectivamente? ¡Pues no se le ocurría, cuando
debía estar tan contento, echarse a llorar, lleno de una lástima
infinita del patriarca San José! Pero la verdad, ¡la historia!, ¡la
historia! La historia no sabía lo que era ser padre.
«Ni yo tampoco. Cuando tenga al muchacho junto a mí, en una cuna, no
estaré pensando en San José ni en todas esas teologías...».
En aquel instante se le ocurrió esto: «El niño debiera llamarse Pedro,
como mi padre».
--¡Padre del alma! ¡Madre mía!--sollozó, ocultando el rostro en las
almohadas, que empapó en llanto.
Aquella era la fuente; allí estaba el manantial de las verdaderas
ternuras... ¡La cadena de los padres y los hijos!... Cadena que,
remontándose por sus eslabones hacia el pasado, sería toda amor,
abnegación, la unidad sincera, real, caritativa, de la pobre raza
humana; pero la cadena venía de lo pasado a lo presente, a lo futuro...,
y era cadena que la muerte rompía en cada eslabón; era el olvido, la
indiferencia. Le parecía estar solo en el mundo, sin lazo de amor con
algo que fuese un amparo..., y comprendía, sin embargo, que él era el
producto de la abnegación ajena, del sacrificio amoroso en indefinida
serie. ¡Oh infinito consuelo! El origen debía de ser también acto de
amor; no había motivo racional para suponer un momento en que los
ascendientes amaran menos al hijo que este al suyo.... Bonifacio se había
vuelto un poco hacia la pared; la luz, colocada en la mesilla de noche,
pintaba el perfil de su rostro en la sombra sobre el estuco blanco. Su
sombra, ya lo había notado otras veces con melancólico consuelo, se
parecía a la de su padre, tal como la veía en los recuerdos lejanos.
Pero aquella noche era mucho más clara y más acentuada la semejanza.
«¡Cosa extraña! Yo no me parecía apenas nada a mi padre, y nuestras
sombras sí, muchísimo: este bigote, este movimiento de la boca, esta
línea de la frente... y esta manera de levantar el pecho al dar este
suspiro..., todo ello es como lo vi mil veces, en el lecho de mi padre,
de noche también, mientras él leía o meditaba, y acurrucado junto a él
yo soñaba despierto, contento, con voluptuosidad infantil, de aquella
protección que tenía a mi lado, que me cobijaba con alas de amor, amparo
que yo creía de valor absoluto.--¡Padre del alma! ¡Cuánto me habrás
querido!»--se gritó por dentro....
Bonis no se acordaba de que no había cenado todavía, y dejaba que la
debilidad se apoderara de él. Empezaba a sentirse mal sin darse cuenta
de ello. Le temblaban las piernas, y los recuerdos de la infancia se
amontonaban en su cerebro, y adquirían una fuerza plástica, un vigor de
líneas que tocaban en la alucinación; se sentía desfallecer, y como
disuelto, en una especie de plano _geológico_ de toda su existencia, tenía
la contemplación simultánea de varias épocas de su primera vida; se veía
en los brazos de su padre, en los de su madre; sentía en el paladar
_sabores_ que había gustado en la niñez; renovaba olores que le habían
impresionado, como una poesía, en la edad más remota.... Llegó a tener
miedo; saltó de la cama, y de puntillas se dirigió a la alcoba de Emma.
La Valcárcel dormía. Dormía de veras, con la boca un poco entreabierta.
Dormía con fatiga; la antigua arruga de la frente había vuelto a
acentuarse amenazadora. Bonis se tuvo lástima en nombre de todos los
suyos. Sintió, con orgullo de raza, una voz de lucha, de resistencia, de
apellido a apellido: lo que jamás le había pasado en largos años de
resignada cautividad doméstica. _Los Reyes_ se sublevaban en él contra _los
Valcárcel_. ¡Oh! Cuánto daría en aquel momento por haber visto, por haber
leído aquel libro de blasones familiares, de que, más que su padre, le
hablaba su madre, muy orgullosa con la prosapia de su marido. Ella lo
había visto: los Reyes eran de muy buena familia, oriundos de un
pueblecillo de la costa que se llamaba _Raíces_. Bonis había pasado una
vez por allí, en coche, sin acordarse de sus antepasados. ¿Quién se
habrá llevado el libro? Un pariente, un tío.... Su padre, D. Pedro Reyes,
procurador de la Audiencia, con mala suerte y poca habilidad, no hablaba
apenas de las antiguas grandezas, más o menos exageradas por su esposa,
de la familia de los Reyes; era un hombre sencillo, triste, trabajador,
pero sin ambición; de una honradez sin tacha, que se había puesto a
prueba cien veces, pero sin lucimiento, por lo modesto que era el D.
Pedro hasta para ser heroicamente incorruptible. Con los demás era tan
tolerante, que hasta podía sospecharse de su criterio moral por lo ancha
que tenía la manga para perdonar extravíos ajenos. Amaba el silencio,
amaba la paz, y le amaba a él, a Bonis, y a sus hermanos, todos ya
muertos. Sí; ahora veía con extraordinaria clarividencia, con un talento
de observación que no había sospechado que él tenía dentro, los
recónditos méritos del carácter de su padre. Su romanticismo, sus
lecturas dislocadas, falsas, no le habían dejado admirar aquella noble
figura, evocada por la sombra propia en la pared de su cuarto. Bonis,
junto al lecho de Emma dormida, adoró, como un chino, la santidad
religiosa de los manes paternos. ¡Oh, qué claramente lo veía ahora; cómo
tomaban un sentido hechos y hechos de la vida de su padre que a él le
habían parecido insignificantes! Hasta, alguna vez, se había sorprendido
pensando: «Yo soy un cualquiera; no soy un hombre de genio; seré como mi
padre: un bendito, un ser vulgar». Y ahora le gritaba el alma: «¡Un ser
vulgar!». ¿Por qué no? ¡Imbécil, imita la vulgaridad de tu padre!
Acuérdate, acuérdate: ¿qué anhelaba aquel hombre? Huir de los negocios,
del tráfico y de las mentiras del mundo; encerrarse con sus hijos, no
para recordar noblezas de los abuelos, sino para amar tranquila,
sosegadamente, a sus retoños. Era un anacoreta, poco dramático..., de la
familia. Su desierto era su hogar. Al mundo iba a la fuerza. Su casa le
hablaba, en silencio, con la dulzura de la paz doméstica, de toda la
idealidad de que era capaz su espíritu cariñoso, humilde. La sonrisa de
su padre al hablar con los extraños, tratando asuntos de la calle, era
de una tristeza profunda y disimulada; se conocía que no esperaba nada
de puertas afuera; no creía en los amigos; temía la maldad, muy
generalizada; hablaba mucho a los hijos mayores de la necesidad de
pertrecharse contra los amaños del mundo, un enemigo indudablemente. Sí;
su padre hablaba a los de casa de lo que aguardaba fuera, como podía el
hombre prehistórico hablar en su guarida, preparada contra los asaltos
de las fieras, a las demás personas de la familia, aleccionándolas para
las lides con las alimañas que habían de encontrar en saliendo. Más
recordaba Bonis: que su padre, aunque ocultándolo, dejaba ver a su pesar
que era un vencido, que tenía miedo a la terrible lucha de la
existencia; era pusilánime; y, resignado con su pobreza, con la
impotencia de su honradez arrinconada por la traición, el pecado, la
crueldad y la tiranía del mundo, buscaba en el hogar un refugio, una
isla de amor, por completo separada del resto del universo, con el que
no tenía nada que ver. Para estas conjeturas de lo que su padre había
sido y había pensado, Bonis se servía de multitud de recuerdos ahora
acumulados y llenos de sentido; pero a lo que no llegaba con ellos era a
vislumbrar en sus hipótesis históricas, en su recomposición de
sociología familiar, la lucha que el padre debía de haber mantenido
entre su desencanto, su miedo al mundo, su horror a las luchas de fuera
y la necesidad de amparar a sus hijos, de armarlos contra la guerra, a
que la vida, muerto él, los condenaba. D. Pedro había muerto sin dejar a
ningún hijo colocado. Había muerto cuando la familia había tenido que
renunciar, por miseria, a los últimos restos de forma mesocrática en el
trato social y doméstico; cuando la pobreza había dado aspecto de
plebeyo al decaído linaje de los Reyes. Y la madre, a quien esto habría
llegado al alma, había muerto poco después: a los dos años.
«Y ahora venía otro Reyes. Es decir, algo del espíritu y de la sangre de
su padre». Bonis tenía la preocupación de que los hijos, más que a los
padres, se parecen a los abuelos. La palabra _metempsicosis_ le estalló en
los oídos, por dentro. La estimaba mucho, de tiempo atrás, por lo
exótica, y ahora le halagaba su significado.--No será precisamente
metempsicosis...--pensó--; pero puede haber algo de eso... de otra manera.
¿Quién sabe si la inmortalidad del alma es una cosa así, se explica por
esta especie de renacimiento? Sí, el corazón me lo dice, y me lo dice la
_intuición_; mi hijo será algo de mi padre. Y ahora _los Reyes_ nacen
ricos; vuelven al esplendor antiguo...».
Al pensar esto, un sudor frío le subió por la espina dorsal.... Recordó,
en síntesis de dos o tres frases, el diálogo que aquella misma noche
había sorprendido: el de Nepomuceno con Marta. ¡Oh! ¿Sería sino de los
Reyes? ¡Nacía uno más... y... nacía en la ruina! ¡Estaban arruinados, o
iban a estarlo muy pronto; eso había dicho el tío, que sabía a qué
atenerse!
Bonis tuvo que sentarse en una silla, porque en la cama de su mujer no
se atrevió a hacerlo.
--¡Dios mío, en el mundo no hay felicidad posible! Esta noche, que yo
pensé que iba a ser de imágenes alegres, de dicha _interior_ toda ella....
¡qué horrible tormento me ofrece! ¡Arruinado mi hijo! ¡Y arruinado por
culpa mía! Sí, sí, yo comencé la obra.... Y además, mi ineptitud, mi
ignorancia de las cosas más importantes de la vida... los números... el
dinero... las cuentas... ¡prosa, decía yo! ¡El arte, la pasión! eso era
la poesía... ¡Y ahora el hijo me nace arruinado!
Emma se movió un poco y suspiró, como refunfuñando.
Bonis estuvo un momento decidido a despertarla. Aquello corría prisa.
Quería revelarle el terrible secreto cuanto antes, aquella misma noche.
No había que perder ni un día; desde la mañana siguiente tenían los dos
que cambiar de vida, había que poner puntales a la casa, y esto no
admitía espera....
«En adelante, menos cavilaciones y más acción. Se trata de mi hijo. Seré
el amo, seré el administrador de nuestros bienes. ¿Y la fábrica, esa
fábrica en que ni siquiera sé a punto fijo lo que hacen? Allá veremos.
¡Oh, señor don Juan, mi querido Nepomuceno, habrá _escena_, ya lo sé, pero
estoy resuelto! Venga la escena. Pero todo eso, mañana. Ahora, lo
inmediato; el _acto varonil_, digno de un _padre_, que correspondía a
aquella noche, era... despertar a Emma, enterarla de todo».
Pero Emma despertó sin que nadie se lo rogase, y Bonis no tuvo tiempo
para atreverse a abordar la cuestión del secreto descubierto: su mujer
le insultó, como en los tiempos clásicos de su servidumbre, porque
estaba allí papando moscas. Le arrojó de la alcoba a gritos, le hizo
llamar a Eufemia y le dio, por mano de la doncella, con la puerta en las
narices.
«También aquello tenía que concluir, pero... después del alumbramiento.
Había que evitar el aborto; nada de disgustarla.... En pariendo... y en
criando... si criaba ella, como él deseaba, se hablaría de todo; se
vería si un Reyes podía ni debía ser esclavo de una Valcárcel.
»Sin embargo, debo volver a entrar, con los mejores modos, para
anunciarle el peligro...».
Levantó el picaporte de la puerta que se le acababa de cerrar..., pero
volvió a dejarle caer.
Se sentía muy débil. No había cenado. Veía chispitas rojas en el aire.
Había que tomar algún alimento y dejarlo todo para mañana. Ya era, así
como así, muy tarde. Lo malo estaba en que no tenía apetito, aquel
apetito que él perdía difícilmente.
Tomó dos huevos pasados por agua, y acabó por acostarse. Tardó mucho en
dormirse; y soñó, llorando, con Serafina, que se había muerto y le
llamaba desde el seno de la tierra, con un frasco entre los brazos. El
frasco contenía un feto humano en espíritu de vino.


-XV-

Emma defendió su esperanza de que el médico se equivocara, todo el
tiempo que pudo, y con multitud de recursos de ingenio. En el asunto de
la probanza que se sacaba de intimidades que ella tenía que confesar,
intimidades que, por regla general, eran prueba plena, alegaba como
excepción su extraña naturaleza, enemiga de todo ritmo en los fenómenos
fisiológicos más corrientes. Pero su gran argumento consistía en
presentarse de perfil:
--¿Ven ustedes? Nada. Y se apretaba el corsé más y más cada día, sin
miedo, despreciando consejos de la prudencia y de la higiene. Se portaba
como una pobre doncella para quien dejar de serlo fuera una gran
vergüenza, y que quisiera esconder la prueba de su ignominia.
La murmuración de sus amigas se equivocaba al ver un fingimiento en esta
oposición terca de la Valcárcel a la fatalidad de las cosas; no, no la
halagaba ser madre a tales horas; el terror del peligro, que le parecía
supremo, no le dejaba lugar para vanidades de ningún género. La
enfermedad, la muerte..., eso, eso veía ella. «Yo no podré parir; me lo
da el corazón. Yo no paro», pensaba, con escalofríos, cuando a solas
comenzaba a rendirse a la evidencia. «¡A mi edad! ¡Primeriza a mi edad!
¡Qué horror! ¡Qué horror!... ¡Los huesos tan duros!...».
Emma se encerraba en su alcoba; se miraba en el espejo de cuerpo entero,
en ropas menores, hasta sin ropa..., se examinaba detenidamente, se
medía, se comparaba con otras, sacaba proporciones de ancho y de largo
de su torso y de cuantas partes de su cuerpo creía ella, en sus vagas
nociones de tocología instintiva, que eran capitales para el arduo paso.
Y arrojándose desnuda, sin miedo al frío, en una butaca, rompía a
llorar, furiosa; a llorar sin lágrimas, como los niños mimados, y
gritaba: «¡Yo no quiero! ¡Yo no puedo! ¡Yo no sirvo!».
La muerte era probable, la enfermedad segura, los dolores terribles,
insoportables..., _matemáticos_; por bien que librara, los dolores tenían
que venir. ¡No! ¡No! ¡Jamás! ¿Para qué? ¡Otra vez la cama, otra vez el
cuerpo flaco, el color pálido, la _calavera_ estallando debajo del pellejo
amarillento; la debilidad, los nervios, la bilis..., y el tremendo
abandono de los demás, de Bonis, del tío, de Minghetti! ¡Oh, sí!
Minghetti, como todos, la dejaría morir, la dejaría padecer, sin padecer
ni morir con ella... ¡El parto! Crueldad inútil, peligro inmenso... para
nada: ¡qué estupidez! Las mujeres felices, las mujeres entregadas a la
alegría, al arte..., a... los barítonos..., las mujeres superiores, no
parían, o parían cuando les convenía, y nada más. ¡Parir! ¡Qué necedad!
¿Cómo no había previsto el caso? Se había dejado sorprender.... Pero,
¿quién hubiera temido?... Y su cólera, como siempre, iba a estrellarse
contra Bonis. El cual tuvo que desistir de sus ensayos de
enternecimiento a dúo con motivo del próximo y feliz suceso, porque
Emma, ni en broma, toleraba que se hablase del peligro que corría como
de acontecimiento próspero.
Por fin llegó a ser una afectación inútil, ridícula, el negar la próxima
_catástrofe_, pues por tal la tenía ella. Emma dejó de apretarse el corsé,
dejó de defenderse; si en los primeros meses había sido poco ostensible
el embarazo, al acercarse el trance saltaba a la vista. No era _una
exageración_, decía Marta, pero era; allí estaba el _parvenu_, como le
llamaba ella en francés, riéndose con malicia, segura de que sólo
Minghetti podía entenderla. Sebastián le llamaba, también con risitas y
en sus coloquios maliciosos con Marta, el _inopinado_.
La Valcárcel, los primeros días de su derrota, cogía el cielo con las
manos; no podía ya negar, pero protestaba. Mas aquella situación empezó
a ser tolerable; se fue acostumbrando a la idea del mal necesario, se
gastó el miedo, y por algún tiempo se quejó por rutina con un vago temor
todavía, pero como si el día de la _crisis_ se alejara en vez de
acercarse. La primera vanidad que tuvo no fue la de ser madre, sino la
de su volumen. Ya que _era_, que _fuera_ dignamente. Y ostentaba al fin,
sin trabas, con alardes de su estado, lo que quería ocultar al principio.
Además, notaba que su rostro no empeoraba; aquellos diez años que el día
del susto se le habían vuelto a la cara, ya no estaban allí; estaba
mejor de carnes; la tirantez de las facciones y el color tomado no la
sentaban mal, se veía lo que era, pero hasta parecía bien.
«Efectivamente, como ser, el estado era _interesante_».
Pero estos consuelos eran insuficientes. De todas maneras, aquello era
una atrocidad preñada de peligros, de inconvenientes, de futuros
males... y de males presentes.
Con Minghetti jamás hablaba de lo que se le venía encima. Era un tema de
que huían los dos en sus conversaciones. El barítono estaba contrariado,
sin duda alguna. Sentía despecho, que le hacía sonreír con cínica
amargura; se sentía metido en una atmósfera de ridículo. Si no fuera
porque no había tales contratas, porque _el mundo del arte_ le había
olvidado, acaso hubiera preferido dejar aquella vida regalada, sus
emolumentos de director de la Academia de Bellas Artes, _los gastos de
secretaría_, como le decía Mochi, antes de marchar... todo. Los amigos de
la casa, hasta Marta y hasta las de Ferraz, cada cual según su género,
hablaban con Gaetano del incidente de Emma con frases maliciosas, con
sonrisas medio dibujadas; y Minghetti disimulaba mal la molestia que le
causaba la conversación. «¡Qué discreto!», decían todos. «Así hacen
siempre los Tenorios verdaderos, los afortunados de veras». Nadie había
podido sorprender en Minghetti el menor gesto, siquiera, de jactancia.
Hasta se notó que miraba a Bonifacio con mayor respeto que nunca. En
efecto; se le había sorprendido muchas veces contemplando al marido de
Emma con extraña curiosidad, con una expresión singular, en que nadie
podría adivinar ni una ráfaga de burla. Era, en fin, decían todos, la
suma discreción.
La única vez que Minghetti y Emma hablaron del embarazo, sirvió para
tormento de Bonis y del Sr. Aguado. Emma se empeño en que debía dar
baños de mar; era la época, y aquello todavía esperaría un poco; había
tiempo de ir y volver. Por aquel tiempo los baños de mar todavía no eran
cosa tan corriente como en el día. En el pueblo de Emma, aunque a pocas
leguas de la costa, era escaso el número de familias que buscaban el mar
por el verano.
Emma, por lo mismo que la cosa era de _distinción_, se empeñó en ella.
El médico no negaba que el baño de ola sería por lo menos inofensivo;
pero, según y conforme: la cosa podía estar más cerca de lo que se
creía, y en tal caso, sería una temeridad.... Pero lo peor no era eso...,
lo peor, lo verdaderamente peligroso, temerario, era el traqueo del
coche... viaje de ida y vuelta... por aquellos vericuetos, con aquellos
baches. ¡Absurdo!
--Pero Minghetti ha dicho....
--Señora, Minghetti que cante sus arias y sus romanzas, pero que no se
meta en la Renta del Excusado.
--Minghetti ha viajado....
--Sí; pero no en estado interesante.
--No es eso. Digo que ha viajado, que ha visto mucho, y asegura que....
--Que las señoras _comm'il faut_ no deben parir. Sí; ya conozco la teoría.
Contra los consejos de Aguado, los de Reyes fueron a baños.
Bonis estuvo tentado a oponerse, a inaugurar aquella energía que estaba
decidido a poner en práctica en adelante, pues estaba asegurada, o poco
menos, la descendencia. Mas era tal la cólera que se pintaba en el
rostro de Emma en cuanto su esposo indicaba siquiera el deseo de que se
pesaran con detenimiento las razones del médico, que el infeliz Reyes
continuó aplazando su resolución de _tomar el mando de la casa_ y ser _el
marido de su mujer_ para después del parto.
«No; no perdamos lo más por lo menos. No la irritemos; un malparto sería
una catástrofe horrorosa; la catástrofe de mis esperanzas, de mi vida
entera. Después del parto, ya hablaremos».
«Pero Nepomuceno, Körner, el primo Sebastián, Marta, las de Ferraz,
Minghetti, no iban a parir; ¿por qué no se atrevía con ellos? ¿Por qué
no echaba de casa a los parásitos? ¿Por qué no ponía orden en los
gastos, y orden en las costumbres de su hogar, inundado por aquel
holgorio perpetuo?... Sobre todo, ¿por qué no se encerraba con
Nepomuceno y le decía:--¡Eh, eh, amiguito; hasta aquí hemos llegado! A
ver, por lo menos explíqueme usted eso de la ruina inminente...».
«¿Por qué no se atrevía con el tío y con los amigos de la casa?». El
viaje a la costa vino a darle una tregua, que era todo un sofisma de la
voluntad.
«Ahora nos vamos y no puedo yo ponerme al frente de todo eso. A la
vuelta, ¡oh!, lo que es a la vuelta, tendré una explicación con el tío».
Lo único que había osado Bonis antes de irse a baños, había sido
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - Su único hijo - 16
  • Parts
  • Su único hijo - 01
    Total number of words is 4813
    Total number of unique words is 1677
    33.5 of words are in the 2000 most common words
    48.0 of words are in the 5000 most common words
    55.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Su único hijo - 02
    Total number of words is 4799
    Total number of unique words is 1633
    34.4 of words are in the 2000 most common words
    48.0 of words are in the 5000 most common words
    55.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Su único hijo - 03
    Total number of words is 4801
    Total number of unique words is 1545
    36.1 of words are in the 2000 most common words
    50.1 of words are in the 5000 most common words
    56.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Su único hijo - 04
    Total number of words is 4903
    Total number of unique words is 1488
    39.9 of words are in the 2000 most common words
    51.9 of words are in the 5000 most common words
    58.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Su único hijo - 05
    Total number of words is 4826
    Total number of unique words is 1573
    36.2 of words are in the 2000 most common words
    49.5 of words are in the 5000 most common words
    55.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Su único hijo - 06
    Total number of words is 4867
    Total number of unique words is 1655
    34.7 of words are in the 2000 most common words
    47.4 of words are in the 5000 most common words
    54.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Su único hijo - 07
    Total number of words is 4813
    Total number of unique words is 1686
    34.5 of words are in the 2000 most common words
    47.2 of words are in the 5000 most common words
    54.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Su único hijo - 08
    Total number of words is 4922
    Total number of unique words is 1603
    35.4 of words are in the 2000 most common words
    48.6 of words are in the 5000 most common words
    56.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Su único hijo - 09
    Total number of words is 4959
    Total number of unique words is 1576
    36.8 of words are in the 2000 most common words
    49.3 of words are in the 5000 most common words
    56.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Su único hijo - 10
    Total number of words is 4815
    Total number of unique words is 1728
    33.0 of words are in the 2000 most common words
    47.4 of words are in the 5000 most common words
    53.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Su único hijo - 11
    Total number of words is 4842
    Total number of unique words is 1646
    34.8 of words are in the 2000 most common words
    50.4 of words are in the 5000 most common words
    57.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Su único hijo - 12
    Total number of words is 4842
    Total number of unique words is 1604
    35.9 of words are in the 2000 most common words
    49.1 of words are in the 5000 most common words
    56.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Su único hijo - 13
    Total number of words is 4879
    Total number of unique words is 1596
    36.0 of words are in the 2000 most common words
    49.3 of words are in the 5000 most common words
    56.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Su único hijo - 14
    Total number of words is 4781
    Total number of unique words is 1620
    35.2 of words are in the 2000 most common words
    49.7 of words are in the 5000 most common words
    56.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Su único hijo - 15
    Total number of words is 4845
    Total number of unique words is 1560
    36.7 of words are in the 2000 most common words
    51.4 of words are in the 5000 most common words
    58.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Su único hijo - 16
    Total number of words is 4908
    Total number of unique words is 1596
    37.3 of words are in the 2000 most common words
    50.2 of words are in the 5000 most common words
    56.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Su único hijo - 17
    Total number of words is 4886
    Total number of unique words is 1551
    37.8 of words are in the 2000 most common words
    50.0 of words are in the 5000 most common words
    54.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Su único hijo - 18
    Total number of words is 4828
    Total number of unique words is 1701
    35.2 of words are in the 2000 most common words
    49.3 of words are in the 5000 most common words
    56.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Su único hijo - 19
    Total number of words is 2084
    Total number of unique words is 817
    45.5 of words are in the 2000 most common words
    56.8 of words are in the 5000 most common words
    62.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.