Su único hijo - 13

Total number of words is 4879
Total number of unique words is 1596
36.0 of words are in the 2000 most common words
49.3 of words are in the 5000 most common words
56.3 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
mí!», solía exclamar; y como no hubiera damas delante, su narración,
probablemente exagerada, ponía espanto verdaderamente, por lo que toca a
determinadas violaciones del orden natural de los instintos.
De esta clase de aventuras es claro que no le habló a Emma aquella
noche; fue más adelante, cuando su trato llegó a ser más íntimo, cuando
ella supo de esta clase de tormentas porque también había pasado la
juventud pintoresca de su amigo.
Del seminario salió por una ventana, con un trabuco, pues nada menos
exigían la prisa y el peligro con que acudió a defender la _causa del
pueblo_ en una intentona revolucionaria en que se vio comprometido,
familiar y todo, por culpa de amistades heteróclitas, adquiridas en las
escapatorias frecuentes que de noche emprendía con otros compañeros y
algún seminarista amigo de ir al teatro y a lugares de corrupción más
inmediata. Anduvo por los campos en calidad de sublevado días y días,
hasta que se le rompieron los zapatos y emigró con otra porción de
ilusos, como los llamaba en una alocución el Capitán general de
Valencia. Y tanto corrió, que no paró hasta Italia. Vivió en Turín, en
Roma, en Nápoles, Dios sabe cómo; y ello fue que a España volvió de
corista en una compañía de ópera, hablando italiano, con mucho mundo, y
persuadido de que su vocación era la música y su fuerte la seducción de
mujeres fáciles, y el tentar a todas, fáciles o difíciles.
En Barcelona llamó su voz la atención de un maestro; se podía sacar
partido de ella enseñándole música, lo que se llama música; se aplicó de
veras al estudio, dejó por algunos años el teatro, vivió de no se sabe
qué recursos, tal vez a costa del amor chocho; y se le vio de posada en
posada, de fonda en fonda, despertando a los huéspedes con _gárgaras_ de
barítono que ensaya la voz y no deja dormir los músculos de una poderosa
garganta. Aquellos gorgoritos de pavo alborotado se los hacía perdonar
siempre a fuerza de gracia, amabilidad y chiste. Era un Tenorio aniñado,
un niño mozo, pueril hasta para enamorarse: se hacía mimar enseguida, y
las mujeres, al quererle, ponían algo de las caricias de madre que todas
ellas tienen dentro.
A sus queridas les cantaba al oído las óperas enteras, como dándoles
besos con el aliento, que parecía salir perfumado por la melodía. Una
novia suya lo dijo: aquel hombre de tan buen color, tan buenas carnes,
de cutis fresco y esbelto como él solo, esparcía así como un olor, que
seducía, a música italiana. Desde su primera contrata, en Barcelona, se
llamó ya Minghetti, y Gaetano; y cuando volvió de su segundo viaje a
Italia, que duró dos años, casi él mismo se tenía ya por extranjero. En
cuanto a los instintos de tramposo, que en el nuevo oficio no tenían
aplicación inmediata, buscaban expansiones naturales en los tratos y
contratos con los cantantes, sus mujeres, los empresarios y los
huéspedes de las posadas. El lance a que Emma había aludido se refería a
una de estas picardías, de que hubo de ser víctima el buen Mochi.
Habían reñido Julio y Gaetano por cuestión de ochavos, sobre si el
valenciano había cobrado o no, y negaba un recibo; Minghetti escapó de
noche, a pie; Julio se quejó a la autoridad porque el barítono se le iba
con la paga adelantada y le dejaba la Compañía en el aire; la benemérita
se encargó de recomponer el cuarteto; y, en efecto, Minghetti,
resignado, sonriente, como si se hubiera tratado de una broma, se
presentó de nuevo al público, cantando el _Barbero_ con gran malicia; lo
cual le valió una ovación tributada a su graciosa picardía, a su
desenfado simpático y alegre. Aquella noche le conoció Emma, desde el
paraíso, donde oyó la historia de la fuga, comentada con entusiasmo por
el público, siempre dispuesto a perdonar a los tramposos guapos y
graciosos.
Pocos días después de oír las aventuras del barítono en aquella noche
solemne del baile, Emma ya le había tenido muy cerca, cantándole al
oído, pero sólo en calidad de amigo íntimo, la mayor parte del
repertorio. Lo del piano se llevó a efecto; Minghetti fue maestro de la
Valcárcel, pero es claro que las lecciones se convirtieron a poco en
pura fórmula, un pretexto para que el profesor cantase romanzas,
acompañándose él mismo, mientras la discípula, sentada junto a él,
admirándole, pasaba las hojas, cuando el cantante lo indicaba con la
cabeza. Llegó, sin embargo, Emma a destrozar polcas y chapurrar un vals
que la entusiasmaba. Bonis nada podía oponer, porque las lecciones se
daban con su beneplácito, y además podía observar que su mujer pasaba
algunas horas cada día estudiando solfeo y machacando teclas.
Lo que iba viento en popa era lo de la fábrica de _Productos Químicos_ y
la reconstitución de la Compañía de ópera con la base del terceto; a
saber: la Gorgheggi, Mochi y Minghetti.
En la cabeza de Reyes se mezclaban ambas empresas, porque los
interesados en una y otra comían juntos muy a menudo en casa de Emma y
se reunían todas las noches en sus _salones_, que así quería ella que se
llamasen en adelante, previo el arreglo del mobiliario, derribo de
tabiques y otras composturas, que subieron a una cantidad respetable,
pero no respetada por Nepomuceno, que hizo con ella maravillas de
prestidigitación. Además, había otra cosa, la principal, que enlazaba la
empresa teatral con la fabril, a saber: el capitalista, que, en
resumidas cuentas, venía a ser uno mismo: Emma. En lo del teatro se
admitieron acciones de algunos aficionados de la ciudad; pero estas eran
insignificantes comparadas con las de Emma; de modo que ella venía a ser
el verdadero capitalista, representada, es claro, por Nepomuceno en todo
lo que se refería a la parte económica del negocio, y por Bonis en lo
tocante a entenderse con músicos y cantantes. Bonis a su vez delegaba en
Mochi la dirección _técnica_, y en rigor cuanto entraba en sus
atribuciones; de suerte que el empresario y director de la Compañía
tronada venía a ser en la nueva Compañía lo mismo que antes había sido,
sin más diferencia que la de no exponerse a perder un cuarto y estar
sólo a las ganancias, si las había, por pocas que hubiera; que a eso
estaba él. Desde la Tiplona acá no se había visto jamás que unos _cómicos_
permanecieran, por fas o por nefas, tanto tiempo en el pueblo. Casi se
les tomaba por vecinos, y Julio y Gaetano ya discutían en el Casino,
aunque con cierta discreción y medida, todas las candentes cuestiones de
interés local. En cuanto a Serafina, era la gala de los paseos, y los
vecinos la mostraban a los forasteros como una de las maravillas
indígenas.
También tendía a aclimatarse, y aun con raíces más hondas, la familia
Körner, que quería _fincar_ en aquella ciudad, uniendo su nombre a la
causa de la industria que con tanto calor defendían los periódicos de
intereses morales y materiales de la localidad. Körner hizo un viaje a
Alemania por cuenta de la nueva Sociedad de _Productos Químicos_, para
traer todas las noticias y encargar todo el material necesario para la
fábrica, cuya construcción y explotación debía de dirigir él mismo. En
cuanto a pagar todos estos gastos, ya se sabía: el mermado caudal de la
abogada Valcárcel corría con todos los desembolsos, o con casi todos;
pues, por disimular, también en este negocio se ofrecieron acciones a
unos cuantos amigos y parientes. Ello fue que el capital de Emma se vio
tan seriamente comprometido en las aventuras químico-industriales, como
diría Körner, que Nepomuceno, autor de semejante desafuero, se creyó
obligado en conciencia, en la poca y mala conciencia que le quedaba, a
exponer a su sobrina con toda claridad, o poco menos, la situación, el
riesgo que se corría.
--De esta salimos ricos, según todas las probabilidades; mas no he de
ocultarte, amada sobrina, que nuestro dinero, es decir, tu dinero, se
expone a grandes quebrantos, que no son de esperar..., pero que caben en
lo posible.
Cuando el tío mayordomo hablaba así, Emma estaba medio loca, sin sentido
para nada que no fuesen sus pasiones, sus alegrías, aquella vida
desordenada y de bullicio en que se había metido como en un baño de
delicias. Era tan feliz en aquella corrupción, que le parecía haber
sujetado la rueda de la fortuna; además, Körner, que se había hecho muy
amigo suyo, la había convencido, a fuerza de hablarle de cosas que ella
no podía entender, de que aquel _pequeño anticipo_ de miles de duros daría
por resultado una riqueza verdadera, digna de los grandes señores de
otras tierras, que no contaban, como los de allí, los millones por
reales, sino por pesos fuertes y otras monedas análogas. Ella también
quería ser millonaria de duros, y el corazón y Körner y Minghetti le
decían que lo iba a ser. Ello era una especie de milagro de la ciencia y
la habilidad. «Pero si los alemanes no hicieran milagros de sabiduría,
¿quién los iba a hacer?». Se trataba sencillamente de sacarles a las
algas, que el mar arrojaba a las costas de la provincia en tanta
abundancia, un demonio de materia que tenía mucha utilidad para
infinitas industrias. Mentira le parecía a ella que de cosa tan
repugnante y mal oliente como era el ocle (las algas), que hasta a las
caballerías las hacía espantarse, pudiese salir tanto dinero como se le
prometía; pero, en fin, ya que lo decían los sabios... y Minghetti,
verdad sería. Adelante. Además, a Roma por todo. Si la arruinaban, ¿qué?
Tendría gracia. Ella no estaba segura de no escaparse con el barítono
cualquier día.
También la parecía imposible, como lo de las algas, que Minghetti
estuviera tan enamorado como le juraba; porque aunque estaba persuadida
de que ella había mejorado mucho, y de que su _otoño_ era muy interesante,
y su _jamón_ suculento y en dulce, al fin él era mucho más joven, y
ella... ella estaba, indudablemente, algo _fatigada_.
Entre alemanes e italianos... verdaderos y falsos, se había establecido
una especie de pacto, tácito al principio, después muy explícito, para
protegerse mutuamente. Los de la fábrica, Körner e hija, ayudaban a los
del teatro; los del teatro, Mochi, Minghetti y Gorgheggi, ayudaban a los
de la fábrica. Nepomuceno, interesado en favor de los alemanes, animaba
a Emma a gastar en la empresa de la ópera, porque Marta y su padre se lo
pedían; la Gorgheggi y Mochi trabajaban en el espíritu de Bonis para que
este no quitase a su mujer de la cabeza las fantásticas lontananzas de
opulencia, debidas a la química industrial, que iban metiéndole en el
cerebro el alemán y el tío.
Y a unos y a otros los seducía, los corrompía, y los juntaba en una
especie de solidaridad del vicio la vida que hacían, _poniéndose el mundo
por montera_, según la frase predilecta de Emma, y viviendo alegres,
siempre mezclados en conciertos, en jiras campestres, en banquetes a
puerta cerrada. En la casa de la Valcárcel, donde un día habían sido
parásitos los taciturnos parientes de la montaña, de capa y hongo,
ahora, espantadas tales alimañas, vivaqueaban aquellos extranjeros,
aquella sociedad heteróclita, que con pasmo y aun envidia de parte de la
ciudad, vivía como no se solía vivir en aquel pueblo aburrido, con esa
alegría desfachatada, pero atractiva, que los demás miraban desde lejos
murmurando, pero deseándola. Muchos jóvenes de las _mejores familias_, que
al principio habían cortado sayos a Emma, a Bonis y Marta, ahora
callaban y hasta llegaban a defender a los de Reyes y a sus amigos,
porque algunas sonrisas de la Gorgheggi, insinuaciones provocativas,
aunque _espirituales_ de Marta, y, especialmente, invitaciones para saraos
y banquetes de Emma, los habían convertido. Hubo más; para hacer callar
a muchos, y también instigada por Bonis, que empezaba a hacerse
insoportable con sus moralidades y miedos al qué dirán, Emma se dio arte
para agregar a algunas de sus fiestas, si no a las más íntimas, a dos o
tres familias de lo más distinguido de la capital. Una de ellas era la
de un magistrado andaluz, que tenía dos hijas como dos acuarelas de
pandereta; el padre era unas castañuelas de la sala de lo civil, y sus
retoños, sin madre, se pasaban la vida, inocentes en el fondo, _jaleando_
la alegría de su papá. Se aburrían mucho en aquel pueblo sucio, frío,
húmedo, y vieron el cielo abierto con la amistad de Emma y compañía. El
magistrado, que era, además, muy embustero, y hablaba de riquezas que él
tenía allá, en la tierra, se embarcó en lo de la fábrica de Productos
Químicos, aunque de tapadillo, y vino a interesarse en unos diez mil
reales, que él multiplicaba añadiendo una porción de ceros a la derecha
cuando hablaba a sus colegas y amigos de su parte en el negocio. Pero no
fue la de Ferraz y sus hijas la adquisición mejor para Emma. Por
mediación de las andaluzas, la Valcárcel tuvo ocasión, y la aprovechó,
de ofrecer un verdadero servicio a las de Silva, tres muchachas llenas
de pergaminos, deudas y figurines. Las deudas y los pergaminos eran
cosas de su papá, pero los figurines, de ellas; no había chicas más
elegantes en el pueblo; eran tres, y cuando paseaban juntas, en posturas
académicas, constante grupo escultórico, recordaban las estampas grandes
de los periódicos de modas. Hacían de un vestido siete, y era un
prodigio el verlas volverlo de arriba abajo, y estirar y encoger
sombreros, y aprovechar para cinco o seis cosechas de la moda las mismas
espigas y los mismos pepinillos y otros vegetales contrahechos, de
prendidos y sombreros. Fuera como fuera, ellas ponían la moda en el
pueblo, y por su nobleza y las arrogantes figuras que ostentaban,
disponían de los novios efímeros por manadas. Mientras el padre bebía
los vientos por fijar la rueda de la fortuna en la sala de juego de la
Oliva, las niñas se multiplicaban, verdaderas buhoneras de sí mismas,
siempre con la mercancía de su hermosura a cuestas por plazas, iglesias,
paseos, bailes y teatro. Pero llegó un luto, y aquí fue ella. Iba a
abrirse el _antiguo coliseo_ con la Compañía de ópera remendada, y las de
Oliva no podrían ir los jueves y domingos a lucir sus gracias, enhiestas
en sus sillones con almohadón, a la orilla del antepecho de su palco,
como grullas tiesas y melancólicas a la margen del mar. El pariente
difunto era un _tío segundo_; pero era marqués. Si hubiera sido un
cualquiera, las de Silva seguirían vestidas de colorado y tan _ubicuas_
como siempre; pero el luto de un marqués no podía preterirse sin
profanarse. No había palco posible. Entonces fue cuando Emma pudo ganar
la amistad de aquellas elegantes aristócratas haciéndoles un favor y
matando dos pájaros de un tiro. Como ella venía a ser la _empresaria_, y
los cantantes eran sus íntimos amigos y personas muy decentes, no habría
inconveniente en presenciar las funciones de ópera entre bastidores. Las
de Ferraz propusieron el expediente a las de Silva, que sin consultarlo
con el papá, con quien no consultaban nada, aceptaron locas de alegría.
No podrían lucirse tanto de telón adentro; pero se divertirían de fijo;
verían cosas muy agradables, muy nuevas, y hasta podrían coquetear con
los cantantes, algunos de los cuales, como Minghetti, eran muy guapos y
simpáticos. Emma se creyó en el deber de no dejar ir solas a aquellas
señoritas al escenario y sus oscuros alrededores, y desde la primera
noche, sin consultarlo tampoco con nadie, las acompañó, y las presentó a
la Gorgheggi, que las ofreció su cuarto para pasar el rato en amable
tertulia durante los entreactos. Marta y las de Ferraz también
asistieron alguna vez al espectáculo, de tapadillo, corriendo y
jugueteando por aquellos pasillos y corredores estrechos y sucios, entre
telones y trampas; pero en general preferían lucirse en el palco de la
Empresa, de Emma, que estaba al lado de la presidencia.
Es claro que en cuanto se supo que las de Silva iban con la de Reyes a
ver las óperas entre bastidores, se murmuró mucho, y se las compadeció
porque venían a ser huérfanas por completo, teniendo aquel padre que
tenían. ¡Pobrecitas, no han tenido madre cuando más falta les hacía! Y
después de este acto de caridad, se las despedazaba. Pero ellas no
hacían caso. La sociedad de la Gorgheggi las enorgullecía, como a la
Valcárcel, y el respeto con que todos las trataban en el escenario y en
el cuarto de la cantante, también las halagaba mucho. Serafina estaba en
sus glorias, viéndose admirada y considerada por aquellas jóvenes de la
aristocracia, cuyos finos modales y hasta el luto que vestían daban
dignidad y nobleza a su tertulia de los entreactos.
--¡Soy feliz, Bonifacio, muy feliz... y todo te lo debo a ti! Así decía
la tiple, cogiendo por las muñecas a su amante, atrayéndole a su seno y
besándole con un entusiasmo de agradecimiento, que Reyes estimaba en lo
que valía.
«Sí, ella era feliz, pensaba; más valía así». También Emma vivía muy
contenta y le trataba a él mejor que antes, y a veces le daba a entender
que le agradecía también la iniciación en aquella nueva vida... _del
arte_, como llamaban en casa a los trotes en que se habían metido. Todos
eran felices, menos él... a ratos. No estaba satisfecho de los demás, ni
de sí mismo, ni de nadie. Debía serse bueno, y nadie lo era. En el mundo
ya no había gente completamente honrada, y era una lástima. No había con
quién tratar, ni consigo mismo. Se huía; le espantaban, le repugnaban
aquellos soliloquios concienzudos de que en otro tiempo estaba orgulloso
y en que se complacía, hasta el punto de quedarse dormido de gusto al
hacer examen de conciencia. Ahora veía con claridad que, en resumidas
cuentas, él era una mala persona. Pero ¿de qué le valía aquella
severidad con que se trataba a sí mismo a la hora de despertar, con
bilis en el gaznate, si después que se levantaba, y se lavaba, y se
echaba mucha agua en el cogote, resucitaba en él, con el vigor de la
vida, con la fuerza de su otoño viril, sano y fuerte, la concupiscencia
invencible, el afán de gozar, la pereza del pecado convertido en hábito?
Aquello iba mal, muy mal; su casa, la de su mujer, antes era aburrida,
inaguantable, un calabozo, una tiranía; pero ya era peor que todo esto,
era un... _burdel_, sí, burdel; y se decía a sí mismo: «Aquí todos vienen
a divertirse y a arruinarnos; todos parecemos cómicos y aventureros,
herejes y _amontonados_». Este _amontonados_ tenía un significado terrible
en los soliloquios de Bonis. Amontonados era... una mezcla de amores
incompatibles, de complacencias escandalosas, de confusiones
abominables. A veces se le figuraba que aquella familiaridad exagerada
de los alemanes, los cómicos, y su mujer, era algo parecida a la _cama
redonda_ de la miseria; podía no haber allí ningún crimen de lesa
honestidad..., pero el peligro existía y las apariencias condenaban a
todos. Marta, que iba a casarse con el tío Nepomuceno, admitía galanteos
subrepticios del primo Sebastián, un cincuentón verde y bien conservado,
que de romántico se había convertido en cínico, por creer que en esto
consistía el progreso. Sebastián, antes tan idealista y poético, ahora
no podía ver una cocinera sin darle un pellizco, y esto lo atribuía a
que estábamos en un _siglo positivo_. Él, Bonifacio, había tenido que
consentir en que su querida entrase en casa de su mujer, y fueran amigas
y comieran juntas.... Emma, aunque indudablemente honrada, dejaba a
Minghetti acercarse demasiado y hablarle en voz baja. Él no
desconfiaba...; pero, ¿por qué? Tal vez porque su conciencia de culpable
le cerraba los ojos, porque no se atrevía a acusar a nadie...; porque
había perdido el _tacto espiritual_; porque ya no sabía, entre tanta
falsedad, torpeza y desorden, lo que era bueno y malo; decoro, honor,
delicadeza...; en otro tiempo, cuando él esquilmaba la hacienda de los
Valcárcel, en competencia con D. Nepo; cuando él manchaba el honor de su
casa con un adulterio del género masculino, pero adulterio, en medio de
sus remordimientos encontraba disculpas relativas para su conducta: el
amor y el arte, la pasión sincera, lo explicaban todo. ¡Pero ahora! Una
larga temporada había estado siendo _infiel_ a su pasión; entregado noches
y noches a un absurdo amor extraviado, todo liviandad, amor de los
sentidos locos, que era más repugnante por tener el _itálamo nupcial_ por
teatro de sus extravagantes aventuras; y esto le había abierto los ojos,
y le hacía comprender la miseria espiritual que llevaba dentro de sí, y
que su pasión no era tan grande como había creído, y que, por
consiguiente, no era legítima. Además... y ¡oh dolor!, el arte mismo
tenía sus más y sus menos, y allí no era arte todo lo que relucía. No,
no; no había que engañarse más tiempo a sí mismo; aquello era un burdel,
y él uno de tantos perdidos. Allí no había nada bueno más que aquella
ternura pacífica, suave, seria, callada, que se le despertaba de vez en
cuando, que le hacía aborrecible cuanto le rodeaba y le llevaba a desear
ardientemente, no morirse, porque a la muerte la tenía mucho miedo por
el dolor y la incertidumbre de ultratumba, sino transformarse,
regenerarse. Pensaba en algo así como un injerto de hombre nuevo en el
ya gastado tronco que arrastraba por el mundo tanto tiempo hacía. Aún no
era viejo, y le parecía haber vivido siglos; desde los recuerdos de la
infancia, que se referían a los años de ensueño en que había salido del
limbo de la vida inconsciente, al día de la fecha, ¡qué distancia!
¡Cuánto había sentido! ¡Qué de vueltas había dado a las mismas ideas!
Y el pobre Bonis se frotaba la frente y toda la cabeza con las manos,
compadecido de aquel cerebro que bullía, que crujía, que pedía reposo,
paz... y la ayuda de fuerzas nuevas.
Un día encontró Bonis en un libro la palabra _avatar_ y su explicación, y
se dijo:--¡Una cosa así me vendría a mí perfectamente! Otra alma que
entrara en mi cuerpo; una vida nueva, sin los compromisos de la antigua.
No esperaba milagros. No le gustaban siquiera. El milagro era un
absurdo, algo contra la fría razón, y él quería método, orden, una ley
en todo, ley constante, sin excepción. El milagro era romántico,
revolucionario, violento, y él no estaba ya por el romanticismo, ni por
la violencia, ni por lo extraordinario, ni por la pasión. Sí; había amor
que valía más que el apasionado. Más era: había amor sublime que no era
el amor sensual, por alambicado y platónico que éste quisiera
considerarse.... Amar a la mujer... siempre era amar a la mujer. No, otra
cosa.... Amor de varón a varón, de padre a hijo. ¡Un hijo, un hijo de mi
alma! Ese es el _avatar_ que yo necesito. ¡Un ser que sea yo mismo, pero
empezando de nuevo, fuera de mí, con sangre de mi sangre!
Y Bonis, llorando al pensar esto, se decía, arrimando la cabeza contra
una pared:
--Sí, sí; lo de siempre; el anhelo de toda mi vida desde que pude
tenerlo: ¡el hijo!
Por su espíritu pasó como el halago de una mano de luz que le curaba,
sólo con su contacto, las llagas del corazón. Sintió una emoción de
legítimo contento de sí mismo ante la conciencia clara, evidente, de que
en el fondo de todos sus errores, y dominándolos casi siempre, había
estado latente, pero real, vigoroso, aquel anhelo del hijo, aquel amor
sin mezcla de concupiscencia. En él lo más serio, lo más profundo, más
que el amor al arte, más que el anhelo de la pasión por la pasión,
siempre había sido el amor paternal... frustrado.
Y siempre lo había deseado lo mismo; su deseo tenía la forma plástica,
constante, fija, de un recuerdo intenso. Siempre era _el hijo_; varón y
uno solo; su único hijo.
Una mujer... no podía continuarle a él; él no se concebía femenino en el
ser que heredara su sangre, su espíritu. Tenía que ser hombre. Y uno
solo; porque aquel amor que había de consagrar al hijo tenía que ser
absoluto, sin rival. Amar a varios hijos le parecía a Bonis una
infidelidad respecto del primero. Sin saber lo que hacía, comparaba el
cariño a mucha prole con el politeísmo. _Muchos hijos_ era como _muchos
dioses_. No, uno solo...; aquel, aquel de que le hablaban las entrañas,
aquel que casi casi le presentaba ante los ojos, en el aire, la
alucinación de sus noches sin sueño.
¿Y de dónde había de salir su único hijo?... No cabía duda; la ley era
la ley, el orden el orden; no cabían sofismas del pecado: había de salir
del vientre de Emma.
Pero ¡ay, que él no merecía el hijo! No, no vendría.
Después de aquella noche del baile, origen de aquel amontonamiento
_social_ en que vivían cómicos, alemanes y gente de su casa, su Emma, el
tío, él mismo; después de aquella noche en que él, si no fuera enemigo
de admitir intervención directa, en sus asuntos, de lo sobrenatural,
hubiera visto la mano de la Providencia, la revelación del destino,
¿había estado a la altura ideal de las grandes cosas que había soñado?
No, de ningún modo. Había vuelto a claudicar; se había dejado arrastrar
con todos los demás a la vida fácil, perezosa, del vicio, y había
llegado a ver con embeleso a su querida en la casa, a la mesa de su
esposa, y había llegado a figurarse legítimas tales abominaciones con
aquella filosofía de los semiborrachos de sobremesa, que en otro tiempo
le parecían inspiraciones poéticas, moral artística, excepcional,
privilegiada. ¡Y él era el mismo que había sentido, oyendo cantar a
Serafina una canción a la Virgen, que en sus entrañas encarnaba un amor
divino! ¡Él, con un misticismo estrambótico, falso, se había comparado,
disparatada pero sinceramente, con la Virgen Madre!
Y cuántas veces, después, había visto las cosas de otra manera, y había
llegado a pensar: «¡Todo es cuestión de geografía! Si yo fuese turco,
todo esto sería legítimo; pues figurémonos que estamos en otras
_latitudes_... y longitudes». Más era: en aquel instante en que hacía tan
tristes reflexiones, ¿estaba arrepentido? No. Estaba seguro, porque se
lo decía la conciencia, de que pocas horas más tarde, cuando el cuerpo
estuviese repleto y la fantasía excitada por el vino y el café, y acaso
por la música de Minghetti y Emma, de nuevo sería él aquel Bonifacio
corrompido, complaciente, bien hallado con la especie de amor libre que
se le había metido en casa. Vendría Serafina, y mientras Minghetti y
Emma continuaban sus lecciones interminables, ellos dos, Serafina y él,
en el cenador de la huerta, ¡oh miseria!, ¡oh vergonzoso oprobio!,
serían, como siempre, amantes; amantes de costumbre, sin la disculpa,
aunque de poca fuerza, disculpa al fin, de la ceguedad de la pasión;
amantes por el hábito, por la facilidad, por el pecado mismo....
¡No, no tendría el hijo! ¡Miserable! ¡No lo merecía! Renunciaba a la
ventura.
Pero si no la felicidad, podría tener el arrepentimiento verdadero.
¿Por qué no aspirar a la perfección moral y llegar en este camino adonde
se pudiera?
Entre todas las grandes cosas que se le habían ocurrido ser en este
mundo, gran escritor, gran capitán (esto pocas veces, sólo de niño),
gran músico, gran artista sobre todo, jamás sus ensueños le habían
conducido del lado de la santidad. Si en otro tiempo se había dicho: ya
que no puedo inventar grandes pasiones, dramas y novelas, hagamos todo
esto, sea yo mismo el _héroe_, ¿por qué no había de aspirar ahora a un
heroísmo de otro género? ¿No podía ser santo?
Para artista, para escritor, le faltaba talento, habilidad. Para ser
santo no se necesitaba esto.
Y el pobre Bonis, que a ratos andaba loco por casa, por calles y paseos
solitarios, buscó la _Leyenda de oro_ en la librería de su suegro, y vio
que, en efecto, había habido muchos santos cortos de alcances, y no por
eso menos visitados por la gracia.
Sí, eso era; se podía ser un santo sencillo, hasta un santo simple....
_Dejarlo todo_, ya que no tenía hijo, y seguir... ¿Seguir a quién? ¡Si él
no tenía bastante fe, ni mucho menos! ¡Si dudaba, dudaba mucho, y con un
desorden de ideas que le hacía imposible aclarar sus dudas y volver a
creer a macha-martillo! Aquellos libracos, que había leído con avidez
para hacerse todo lo sabio posible, a fin de preparar la educación del
hijo, le habían producido, _en suma_, una indigestión intelectual de
negaciones. No era creyente... ni dejaba de serlo. Había cosas en la
Biblia que no se podían tragar. Un día que oyó que los seis días del
Génesis no eran días, sino épocas, aun en pura ortodoxia, sintió un gran
consuelo, como si se le quitara un peso de encima, como si hubiera sido
él quien hubiera inventado lo del mundo hecho en seis días. Pero quedaba
lo del Arca con todas las especies de animales; quedaba la torre de
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - Su único hijo - 14
  • Parts
  • Su único hijo - 01
    Total number of words is 4813
    Total number of unique words is 1677
    33.5 of words are in the 2000 most common words
    48.0 of words are in the 5000 most common words
    55.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Su único hijo - 02
    Total number of words is 4799
    Total number of unique words is 1633
    34.4 of words are in the 2000 most common words
    48.0 of words are in the 5000 most common words
    55.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Su único hijo - 03
    Total number of words is 4801
    Total number of unique words is 1545
    36.1 of words are in the 2000 most common words
    50.1 of words are in the 5000 most common words
    56.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Su único hijo - 04
    Total number of words is 4903
    Total number of unique words is 1488
    39.9 of words are in the 2000 most common words
    51.9 of words are in the 5000 most common words
    58.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Su único hijo - 05
    Total number of words is 4826
    Total number of unique words is 1573
    36.2 of words are in the 2000 most common words
    49.5 of words are in the 5000 most common words
    55.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Su único hijo - 06
    Total number of words is 4867
    Total number of unique words is 1655
    34.7 of words are in the 2000 most common words
    47.4 of words are in the 5000 most common words
    54.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Su único hijo - 07
    Total number of words is 4813
    Total number of unique words is 1686
    34.5 of words are in the 2000 most common words
    47.2 of words are in the 5000 most common words
    54.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Su único hijo - 08
    Total number of words is 4922
    Total number of unique words is 1603
    35.4 of words are in the 2000 most common words
    48.6 of words are in the 5000 most common words
    56.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Su único hijo - 09
    Total number of words is 4959
    Total number of unique words is 1576
    36.8 of words are in the 2000 most common words
    49.3 of words are in the 5000 most common words
    56.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Su único hijo - 10
    Total number of words is 4815
    Total number of unique words is 1728
    33.0 of words are in the 2000 most common words
    47.4 of words are in the 5000 most common words
    53.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Su único hijo - 11
    Total number of words is 4842
    Total number of unique words is 1646
    34.8 of words are in the 2000 most common words
    50.4 of words are in the 5000 most common words
    57.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Su único hijo - 12
    Total number of words is 4842
    Total number of unique words is 1604
    35.9 of words are in the 2000 most common words
    49.1 of words are in the 5000 most common words
    56.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Su único hijo - 13
    Total number of words is 4879
    Total number of unique words is 1596
    36.0 of words are in the 2000 most common words
    49.3 of words are in the 5000 most common words
    56.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Su único hijo - 14
    Total number of words is 4781
    Total number of unique words is 1620
    35.2 of words are in the 2000 most common words
    49.7 of words are in the 5000 most common words
    56.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Su único hijo - 15
    Total number of words is 4845
    Total number of unique words is 1560
    36.7 of words are in the 2000 most common words
    51.4 of words are in the 5000 most common words
    58.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Su único hijo - 16
    Total number of words is 4908
    Total number of unique words is 1596
    37.3 of words are in the 2000 most common words
    50.2 of words are in the 5000 most common words
    56.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Su único hijo - 17
    Total number of words is 4886
    Total number of unique words is 1551
    37.8 of words are in the 2000 most common words
    50.0 of words are in the 5000 most common words
    54.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Su único hijo - 18
    Total number of words is 4828
    Total number of unique words is 1701
    35.2 of words are in the 2000 most common words
    49.3 of words are in the 5000 most common words
    56.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Su único hijo - 19
    Total number of words is 2084
    Total number of unique words is 817
    45.5 of words are in the 2000 most common words
    56.8 of words are in the 5000 most common words
    62.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.