Su único hijo - 09

Total number of words is 4959
Total number of unique words is 1576
36.8 of words are in the 2000 most common words
49.3 of words are in the 5000 most common words
56.2 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
El tocado de Bonis fue obra más complicada, y dirigida, en efecto, por
su mujer, que le hizo afeitarse en un decir Jesús, sin más contingencias
que tres leves heridas, que ella misma tapó con papel de goma. Se le
hizo estrenar un traje oscuro, de última moda, de paño inglés, por
supuesto. A Reyes a ratos se le figuraba que le estaban vistiendo para
ir al palo, y se le antojaba hopa, de género inglés, aquel elegantísimo
terno que iba sacando del cajón remitido por el _artista_ de Madrid.
Eufemia, que por lo visto tenía orden también de no admirarse de nada,
los alumbró hasta el portal, donde no había farol, y los vio salir de
casa, Emma del brazo de Bonis, D. Juan detrás, como si todas las noches
sucediera lo mismo.
La doncella, en verdad, tenía sus motivos para no asombrarse tanto como
los otros; primero, porque las locuras de la señorita eran para ella el
pan nuestro de cada día, y locuras algunas de un género íntimo, secreto,
que los demás no conocían; y además, se asombraba menos, porque conocía
ciertos antecedentes. Juntas habían ido al teatro noches atrás, a la
_cazuela_, vestidas las dos de _artesanas_.
Esto era lo que ignoraba Bonis; esto, y lo que había visto, oído y
sentido su mujer en aquella noche de la escapatoria, y lo que después
había imaginado, y deseado, y proyectado.
Llegaron al teatro, y la entrada de Emma en su palco produjo mucho más
efecto del que ella pudo haberse figurado. Es más, ella no había pensado
en esto. No iba allí a lucirse, aunque después le supo a mieles, y
añadió una corrupción más a su espíritu, el placer de despertar la
envidia, por su ropa, de las damas menos majas. Por una aberración,
mejor, distracción, no se fijó antes de llegar en que era distinto
entrar en un palco principal, el del brigadier, vestida con tanto lujo,
ella que nunca iba al teatro, y entrar en el paraíso, disfrazada,
escondiéndose del público, que no soñaba con su presencia, ni de ella
supo aquella noche.
Ella iba dispuesta a gozar mucho; pero no era del público precisamente
de quien esperaba estas emociones fuertes, a que se preparaba; su
propósito iba a dar al escenario, y estaba complicado con los asuntos
domésticos; pero a estos complejos y estrambóticos atractivos se
agregaba de repente un agudísimo placer, con que Emma no contaba, y que
le reveló un mundo nuevo de delicias intensas, en que no se le había
ocurrido pensar, pero que vio bien claro, sintió con fuerza, desde el
momento en que al penetrar ella en su palco, y dejar el abrigo al tío, y
dar una vuelta en redondo antes de sentarse, notó fijas en su persona
las miradas, y en los palcos cercanos oyó el murmullo del comentario, y
en el aire, puede decirse, cogió el efecto general de su presencia.
Después de sentada, y cuando ella se iba haciendo cargo de lo que tenía
delante, la admiración persistía; en vano los coristas, que estaban
solos en escena, como los gallegos del cuento, mal presididos por un
partiquino, que sólo se distinguía por unas botas de fingida gamuza y
por desafinar más que todos juntos, en vano gritaban como energúmenos;
el público _distinguido_ de butacas y palcos atendía el espectáculo civil
que le ofrecía Emma; los abonados de las faltriqueras, que no veían la
sala sin echar el cuerpo fuera del antepecho, se asomaban por grupos
para ver a la de Reyes, y los de la faltriquera de la tertulia de Cascos
saludaron a Bonis y a su señora; el brigadier comandante general de la
provincia estaba entre ellos, y también inclinó la cabeza. Emma salía de
su soledad voluntaria como de un encierro; las emociones de los paseos y
romerías no eran como aquélla; aquélla sabía a gloria; ¡lo que se iba a
divertir, contando con todo! Porque con las glorias no se le iban las
memorias. Su plan era su plan, y todo se andaría.
Bien comprendía la hija del abogado Valcárcel que no era su hermosura lo
que tanto llamaba la atención; que era, principalmente, su aderezo, y
mucho también su vestido, y un poco la novedad de verla en el teatro.
--Vamos, esta se lanza al mundo otra vez--pensó ella que debían de estar
pensando muchas de aquellas damas, que se la estaban comiendo con los
ojos desde butacas y palcos.
--Sí que me lanzo; ¡ya lo creo!, de cabeza--se decía a sí misma; muy
satisfecha, contentísima por haber descubierto aquel venero de placeres
que tanto iban a contrariar los planes del tío, que consistían, por lo
visto, en ir robándola todo lo que ella y sólo ella tenía.
Para muchas de las señoras y señoritas presentes, que, o no eran del
país o eran muy jóvenes, la aparición de Emma en el _mundo_, si aquello
era _mundo_, ofrecía una novedad absoluta, porque no podían recordar, como
otras pocas, que años atrás aquella mujer, vestida con tanto lujo, de
facciones ajadas, de una tirantez nerviosa y avinagrada en el gesto,
había sido la comidilla de la población por sus caprichos y locuras de
joven mimada y rica y extravagante como ella sola.
Todo esto lo comprendía Emma, y no se hacía ilusiones respecto de los
motivos de tanta curiosidad, y casi casi estupefacción; pero el
resultado era que se la miraba y contemplaba, y se comentaba su
presencia mucho; que nadie se acordaba del escenario por verla, y esto
le producía, fuese por lo que fuese, una de las sensaciones más intensas
y profundas que podía experimentar una mujer de su calaña. Sobre todo,
lo que ella más saboreaba, y lo que tenía por más seguro, era la
envidia. La envidiaban, no sólo las pobres, las que no podían permitirse
el gasto que significaban aquellos diamantes y aquel vestido, sino
también las dos o tres ricachonas presentes, que hubieran podido, sin
hacer un disparate, presentarse aquella misma noche con algo tan bueno y
todavía mejor. A pesar de esto, la envidiaban también, porque esta clase
de gente se parece mucho a los animales, en no vivir más que de la
sensación presente; y el hecho era que allí, en el teatro, en aquel
momento, la más ricamente vestida y _alhajada_ era ella, Emma; y el
público no se había de meter a discurrir y calcular quién podía y quién
no lucir otro tanto. Además, que «obras son amores». Tal vez la que más
envidiaba a la de Valcárcel era la mujer del americano Sariegos, el más
rico de la provincia, que podría aturdir a todos los Valcárcel del mundo
envolviéndolos en papel del Estado y en acciones del Banco y otras mil
grandezas; pero Sariegos no permitía tales despilfarros, que en él no lo
serían, y su señora tenía que contentarse con un lujo muy mediano. Por
eso rabiaba ella. En cuanto a Sariegos, que estaba presente, detrás de
su mujer, también se puso a aborrecer de pronto a Emma, porque tenía la
culpa de lo que en aquel momento su esposa estaría maldiciéndole y
detestándole a él por avaro; y además, aunque parezca raro, también
miraba con envidia el aderezo de la _abogaducha_. Mas luego se hizo
superior a sentimientos tan humillantes para él, y, elevándose, mediante
su filosofía crematística o plutónica, a más altas esferas, pensó, y
acabó por decir, a media voz, desde la cúspide de su desprecio sincero:
--Esa muchacha va a quedarse sin camisa en muy pocos años.
Bien sabía, porque bien se veía además, que Emma ya no era una muchacha;
pero no importaba; así creía él significar mejor su desprecio: esa
muchacha... la _abogaducha_.
Pero estos comentarios y desahogos, y otros por el estilo, no los oía
Emma; ella veía a la envidia, no la oía; veía sus ojos brillantes, sus
sonrisas tristes, sus éxtasis sinceros y melancólicos en la cara de las
incautas, que no sabían disimular siquiera, y se quedaban como Santas
Teresas arrobadas en la meditación y el amor del pesar del bien ajeno.
Algunas muchachas, estas de verdad, que minutos antes coqueteaban
alegres, muy satisfechas, con los cuatro trapacos que tenían encima,
ahora languidecían, olvidaban a sus adoradores de las butacas; y como
que se trataba de cosa mucho más seria, con rostro del que había
desaparecido toda gracia, toda poesía, toda idealidad, se consagraban al
culto envidioso del lujo ajeno, con gran veneración para las joyas y la
seda, con gran rencor disimulado a la sacerdotisa, que tenía el
privilegio de ostentar sobre su cuerpo los resplandores del dios
idolatrado.
Un ruido de faldas almidonadas que vino de la escena llamó la atención
de Emma, sacándola de aquel deliquio de amor propio satisfecho.
Por la puerta del foro entraba una elegantísima señora a paso ligero,
barriendo las tablas con una cola muy larga y despidiendo chispas de
todo su cuerpo, vestido de brocado de comedia y cubierto de joyas
falsas, diadema inclusive.
--¿Quién es esa?--preguntó la mujer de Reyes.
Bonifacio, viendo que Nepomuceno no se daba por interrogado, dijo, no
sin tragar antes saliva:
--Es la Reina, que viene desaladamente al saber que el Infante....
--No; si no pregunto eso--interrumpió su mujer, volviéndose a mirar a
Bonis, que estaba detrás de ella en la penumbra--. Digo si es esa la
tiple.
--Creo... que sí. Sí, justo, la protagonista....
--La de las botas. ¿Las traerá puestas?
Bonis calló.
--Di, hombre, ¿crees tú que las traerá puestas?
--Sería... un anacronismo.
--Calla, calla; ahora se sube al trono... ¿a ver?... No, no se le han
visto los pies. Acaso cuando se baje....
Emma asestó los gemelos a los bajos de la tiple; y como esta no acababa
de levantarse de su trono, subió la mirada hasta el rostro de Serafina.
--Vaya si es guapa--dijo--. Ya he visto yo esa cara. ¿Cómo se llama esa?,
¿la cuántos?...
--Serafina Gorgheggi, creo....
--¡Crees!... Pero ¿no lo sabes de seguro?
--Puede que la confunda con la contralto.
--Puede.
--Pero... no; sí, es la tiple; justo, la Gorgheggi.
--Ahora estás seguro, ¿eh?
--Sí, seguro.
Bonis se admiraba a sí mismo. ¡Aquello era crecerse ante el peligro!
Allí estaban los polvos de arroz.... Ahora lo comprendía todo; su mujer
se estaba burlando de él. Sabía de sus amores, y aquella ida _inopinada_
al teatro era un careo... sí, un careo de los criminales. Porque él era
un criminal, claro. No importaba; sucediera lo que sucediera, había que
defenderse como gato panza arriba. Tuvo que sentarse, detrás de su
mujer, porque las piernas le temblaban, según costumbre en casos tales
(si era que jamás se había visto en caso parecido); pero estaba
dispuesto a disimular, a mentir _como un héroe_, si era preciso, ya que el
Señor se dignaba concederle aquel don del fingimiento, de que no se
hubiera creído capaz a no verlo. ¡Lo que puede el instinto de
conservación!, pensaba.
--¡Ah!--gritó, ahogando el grito antes de salir de los labios, Emma, que
acababa de ver un pie de la Gorgheggi, al descender la tiple
_majestuosamente_ de su trono de madera pintada de colorines. Fuera un
anacronismo o no, las botas de S. A. eran idénticas a las que había
comprado ella por la tarde. Fuejos no había mentido.
--Lo mismo que las mías. Ese Fuejos es persona de verdad decir. ¿Lo ves,
Bonifacio? El otro par lo trae esa señora; lo que me dijo el zapatero.
¿Por qué le levantas falsos testimonios? ¿Por qué has negado que le
viste el pie a esa damisela esta mañana? ¿Qué tiene eso de particular?
¿Crees que voy a celarme, marido infiel?
Bonis calló. Por mucho valor que él tuviera, y estaba seguro de que lo
tenía, aquello no podía durar. ¿Adónde iba a parar su mujer?
--¿Sabes tú si tiene querido esa doña Serafina? Si lo tiene, ese habrá
pagado las botas.
Esta libertad de lenguaje no le extrañaba a Nepomuceno, que en cuanto
veía a su sobrina con un poco de carne y regular color, ya esperaba de
ella cualquier locura de dicho o de hecho.
En cuanto al marido, no veía en tamaña desfachatez más que el sarcasmo
terrible de la esposa ultrajada. Le parecía muy natural que el cónyuge
engañado se entretuviera en aquellos pródromos de ironía antes de tomar
terrible venganza. Así sucedía en las tragedias, y hasta en las óperas.
Ensimismado en su terror, vuelta la cara hacia el fondo del palco, Bonis
no pudo notar por qué Emma no insistía en sus cuchufletas, si lo eran
aquellas preguntas al parecer capciosas. Si él se había puesto antes
encendido, y enseguida muy pálido, al salir a las tablas Serafina, ahora
Emma era la que tomaba el color de una cereza; y clavaba los gemelos en
un personaje que acababa de llegar de tierra de moros, vencedor como él
solo, y que se encontraba con que la Reina le había casado a la novia
con un rey de Francia para no tener rival a la vista. El vencedor de los
infieles era el barítono Minghetti, que lucía dos espuelas como dos
soles, y tenía un vozarrón tremendo, no mal timbrado y lleno de energía.
En vano la Reina le pedía perdón, colgándosele del cuello, previo el
despejo de la sala, cubierta de coristas, todos ellos viles cortesanos.
El barítono no transigía; huía de los brazos de la Reina y llamaba a
gritos a la otra.
--Está muy guapo así--pensaba Emma--; pero me gustaba más con el traje de
barbero.
Cuando el caudillo no pudo gritar más, o reventaba, la tiple empezó a
quejarse de su suerte y a pintarle su pasión con multitud de gorjeos,
que acompañaba el flauta, jorobado. Como suelen hacer en tales casos los
amantes desdeñosos, en vez de escuchar las lamentaciones y las quejas de
la reina, el barítono aprovechó el descanso para toser y escupir
disimuladamente, y después se puso a revisar con gran descaro los
palcos, donde lucían su belleza las señoras más encopetadas. Llegó su
mirada al palco de Emma, que sintió los ojos azules y dulcísimos de
Minghetti metérsele por los tubos de los gemelos y sonreírle, a ella,
como si la conociera de toda la vida y hubiera algo entre ellos. Emma,
sin pensarlo, sonrió también, y el barítono, que tenía mirada de águila,
notó la sonrisa, y sonrió a su vez, no ya con los ojos sino con toda la
cara. La emoción de la Valcárcel fue más intensa que la experimentada
poco antes al notar la admiración que su lujosa presencia producía en el
concurso. Para sus adentros se dijo: Esto es más serio, es un placer más
hondo que satisface más ansias, que tiene más sustancia... y que tiene
más que ver con mis planes. Los planes eran burlarse de una manera feroz
de su tío y de su marido, jugar con ellos como el gato con el ratón,
descubrir medios de engañarlos y _perderlos_, que fuesen para ella muy
divertidos. Contra el tío ya sabía de tiempo atrás qué armas emplear;
echar la casa por la ventana, gastar mucho en el regalo de su propia
personilla. En cuanto a Bonis... ni en rigor le quería tan mal como al
otro, ni había pensado concretamente hasta entonces en un gran castigo
para él; sólo se le había ocurrido tenerle siempre en un potro, tratarle
como a un esclavo a quien amenazase un tormento que él no acababa de
conocer; mas la mirada y la sonrisa de Minghetti aclararon como un
relámpago la conciencia de Emma, que vio de repente en qué podía
consistir el castigo de su infiel esposo. Porque, en efecto, le suponía
infiel mucho tiempo hacía; sin contar con que Emma, en las meditaciones
de sus soledades de alcoba, con el histérico por Sibila, había llegado a
concebir al hombre, a todos los hombres, como el animal egoísta y de
instintos crueles y groseros por excelencia, no creía en el marido
rigurosamente fiel a su esposa; más era, tal ente _de razón_ la parecía
ridículo, y se confesaba que ella, en el caso de cualquier hombre
casado, no se contentaría con su mujer. En cuanto a las mujeres, no les
reconocía el derecho de adulterio en circunstancias normales, porque
_parecía_ feo y porque la mujer es otra cosa; pero en caso de infidelidad
conyugal descubierta, ya era distinto; también había el derecho de
represalia, y lo mismo podía decirse por analogía, cuando el esposo era
tan bruto que daba a la esposa trato de cuerda... «Si Bonis me pegase
como yo le pego a él, se la pegaba». Esto era evidente. «Y si él me la
pega... si de seguro me la pega...». Aquí Emma vacilaba y recurría al
tercer caso de infidelidad femenina disculpable. «Si me la pegase, yo le
engañaría también... si alguien me inspirase una gran pasión». Aunque
los extravíos morales de Emma nada tenían que ver con el romanticismo
literario, decadente, de su época y pueblo, porque ella era original por
su temperamento y no leía apenas versos y novelas, algunas frases y
preocupaciones de sus convecinos se le habían contagiado, y esta idea
vaga y pérfida de la gran pasión que todo lo santifica, era una de esas
pestes. Por lo demás, ella sola se bastaba para hacer tabla rasa de cien
decálogos y prescindir, según su capricho, de reglas de conducta que la
contrariasen. Pero si en la pura región de las ideas, como hubiera
pensado Bonis, esto era corriente, el sentido íntimo le decía a Emma que
del dicho al hecho hay mucho trecho; que ella no llegaría a faltar a su
Bonis, como no se la apurase mucho, como no fuera en un momento de
locura, suscitado por un príncipe ruso u otro personaje de mérito
excepcional; y que, aun así, tenía ella que convertirse en otra,
violentarse mucho. Lo cierto era que su carne estaba tranquila, que sus
gustos la llevaban a extravíos sensuales nada eróticos, y que al fin y
al cabo, Bonis, lo que es como buen mozo era buen mozo, y estaba
satisfecha de su físico.... Pero la mirada y la sonrisa del barítono,
eran ya harina de otro costal. Por lo pronto, Emma se olvidó de todo
para pensar en el placer de tropezarse dentro de los gemelos con
aquellas pupilas y con aquella boca sonriente bajo el bigote castaño
oscuro. Cada vez que Minghetti volvía a la escena, la de Reyes ensayaba
la repetición del lance que tan bien le había sabido, y las más veces
con buen éxito; pues, fuera casualidad, o que el cantante tuviera la
costumbre de mirar mucho a los palcos y fijarse en quien le admiraba, y
coquetear en toda clase de papeles y circunstancias escénicas, ello fue
que el placer solicitado por los gemelos de Emma se renovó en varios
trances de los más serios y apurados de la ópera; y eso que el barítono
no cesaba de regañar con la Reina, siempre desesperado por la huida a
Francia de la otra.
Bonis no volvía de su asombro al notar, muy a su placer, que Emma no
hablaba ya de la tiple ni de las botas, verdadero anacronismo, como él
decía muy bien, ni de cosa alguna que remotamente pudiera referirse a lo
que él llamaba «lo de los polvos de arroz».
Terminada la ópera, volviéronse a su hogar los Valcárcel, o si se quiere
los Reyes, aunque más propio es decir los Valcárcel por lo poco amo de
su casa que era Bonifacio; despidiose del matrimonio Nepomuceno, que se
acostó madurando sus planes para el porvenir, que, o él veía mal, o
tenía barruntos de un cambiazo no exento de peligros. Y cuando Reyes iba
a pedir permiso a su mujer para retirarse también a su cuarto, a Emma se
la ocurrió hacer uso... de lo que en las relaciones de aquel matrimonio
podía llamarse la regia prerrogativa.
--Mira, Bonis, yo no tengo sueño; el ruido de la música me ha puesto la
cabeza como un bombo... voy a estar desvelada; y sola y despierta y
nerviosa, tendré miedo.
Hubo un momento de silencio, y después prosiguió:
--Quédate tú.
Estaban en el gabinete de la dama. Ella se despojaba de sus joyas frente
al espejo de su tocador, alumbrado por dos bujías de color de rosa. El
marido la veía retratada por el cristal de fondo misterioso y de sombras
movedizas. Sin que él se diese cuenta del cómo y el por qué, aquel
«quédate tú» le hizo mirar de repente a su esposa con ojos de juez de la
hermosura. ¡Cosa extraña! Hasta aquel instante no había reparado que
Emma se había quitado muchos años de encima aquella noche, sobre todo en
aquel momento; no le parecía una mujer bella y fresca, no había allí ni
perfección de facciones ni lozanía; pero había mucha expresión; el mismo
cansancio de la fisonomía; cierta especie de elegía que canta el rostro
de una mujer nerviosa y apasionada que pierde la tersura de la piel y
que parece llorar a solas el peso de los años; la complicada historia
sentimental que revelan los nacientes surcos de las sienes y los que
empiezan a dibujarse bajo los ojos; la intensidad de intención seria,
profunda y dolorosa de la mirada, que contrasta con la tirantez de
ciertas facciones, con la inercia de los labios y la sequedad de las
mejillas: estos y otros signos le parecieron a Bonis atractivos
románticos de su esposa en aquel momento, y el imperativo quédate tú le
halagó el amor propio y los sentidos, después del mucho tiempo que había
pasado sin que Emma hiciera uso de la regia prerrogativa.
Por segunda vez el amante de Serafina tuvo remordimientos por su
infidelidad en el pecado. Su gran pasión disculpaba a los ojos de Bonis
aquellas relaciones ilícitas con la cómica; pero desde el momento en que
él faltaba a Serafina, dejándose interesar endiabladamente por los
encantos marchitos, pero expresivos y melancólicos, llenos de fuego
reconcentrado, de su legítima esposa, quedaba probado que la gran pasión
pretendida no era tan grande, y, en otro tanto, era menos disculpable.
Fuese como fuese, sucedió que Bonis empezó a despojarse de su terno
inglés en el gabinete de su mujer; se quedó sin levita ni chaleco,
luciendo los tirantes de seda y la pechera de la camisa blanca y tersa,
con tres botones de coral; y en este prosaico, pero familiar atavío, se
volvió sonriente hacia Emma, que lamía los labios secos, echaba chispas
por los ojos, y seria y callada miraba el cuello robusto y de color de
leche de su marido. Bonis se sintió apetecido; se explicó, como a la luz
de un relámpago, la escena de aquella noche de los polvos de arroz; leyó
en el rostro de su mujer una debilidad periódica, una flaqueza femenina,
como sumisión pasajera de la hembra al macho, además una misteriosa y
extraña corrupción sin nombre: todo esto lo cogió al vuelo,
confusamente; tuvo la conciencia súbita de cierta superioridad interina,
fugaz; y enardecido por su propio capricho, por las excitaciones que
aquel ocaso interesante de hermosura, o, mejor, de deseo, con que se
iluminaba Emma, producía en él, se arrojó a un atrevimiento inaudito; y
fue que, de repente, se dejó caer de rodillas delante de su mujer, se le
abrazó a las almidonadas blancuras, que crujieron contra su pecho, y con
voz balbuciente por la emoción, entrecortada y sorda, dijo mil locuras
de pasión habladora, que se desborda primero por las palabras; palabras
de lascivia en jerga amorosa, en diminutivos, tal como él las había
aprendido de todo corazón en su trato con la Gorgheggi.
Emma, en vez de levantar a su marido de la postrada actitud, después de
dar un grito, como los que daba al entrar en su baño de agua tibia, fue
doblándose, doblándose, hasta quedar con la boca al nivel de la boca de
Bonis; con ambas manos le agarró las barbas, le echó hacia atrás la
cabeza, y, como si los labios del otro fuesen oído, arrimando a ellos
los dientes, dijo como quien hablando bajo quisiera dar voces:
--¡Júrame que no me la pegas!
--Te lo juro, Mina de mi alma, rica mía, mi Mina; te lo juro y te lo
rejuro.... Mírame a los ojos; así, a los ojos de adentro, a los de más
adentro del alma... te juro, te retejuro que te adoro, con eso, con eso,
con eso que ves aquí tan abajo, tan abajo.... Pero, mira, me vas a
desnucar, se me rompe el cogote.
--Qué más da, qué más da... deja... deja... así, más, que te duela, que
te duela con gusto.
Hubo un silencio que no se empleó más que en mirarse los ojos a los
ojos, y en gozar ambos del dolor del cuello de Bonis doblado hacia
atrás. Emma le soltó para decir, poniéndose en pie:
--Mira, mira, yo soy la Gorgheggi o la Gorgoritos, esa que cantaba hace
poco, la reina Micomicona; sí, hombre, esa que a ti te gusta tanto; y
para hacerte la ilusión, mírame aquí, aquí, aquí tontín; granuja, aquí
te digo... las botas lo mismo que las de ella; cógele un pie a la
Gorgoritos, anda, cógeselo; las medias no serán del mismo color, pero
estas son bien bonitas; anda, ahora canta, dila que sí, que la quieres,
que olvidas a la de Francia y que te casas con ella.... Tú te llamas,
¿cómo te llamas tú?... Sí, hombre, el barítono te digo.
--¿Minghetti?
--Eso, Minghetti, tú eres Minghetti y yo la Gorgoritos.... Minghetti de mi
alma, aquí tienes a tu reina de tu corazón, a tu reinecita; toma, toma,
quiérela, mímala; Minghetti de mi vida, Bonis, Minghetti de mis
entrañas....
«Pero, oiga usted, señor matamoros; si usted quiere que sea suya para
siempre su señora reina de las botas nuevas, apague esas luces del
tocador y véngase de puntillas, que puede oírle Eufemia, que ahora
duerme ahí al lado».


-XI-

Bonifacio Reyes era admirador del arte en todas sus manifestaciones,
según él se decía; y aunque la música era la manifestación predilecta,
porque le llegaba más al alma, con una vaguedad que le encantaba y que
no le exigía a él previo estudio de multitud de ideas concretas que
debían de andar por los libros de facultad mayor; y aunque la susodicha
música era el arte que él mejor poseía, merced a sus estudios de solfeo
y de flauta, no había dejado de ejercitarse en una u otra época de su
vida, sin pretensiones, por supuesto, en cuanto mero aficionado, en
otros medios humanos de expresar lo bello. La poesía le parecía muy
respetable, y sabía de memoria muchos versos; pero las dificultades del
consonante siempre le habían retraído del cultivo de las musas;
despreciaba, porque su sinceridad de hombre de sentimiento y de
convicciones no le permitían otra cosa, despreciaba los ripios y hasta
los consonantes fáciles; y así, las pocas veces que había ensayado la
gaya ciencia, se había ido derecho al peligro, a la rima difícil; y
hasta recordaba que la última vez que había arrojado la pluma con el
propósito de no insistir en versificar, había sido con motivo de querer
escribir un soneto a un señor Menéndez, que había fundado una obra pía.
La palabra principal, se decía Bonis mordiéndose las uñas, es, según las
retóricas y poéticas que yo he leído, la que debe terminar el verso;
aquí lo más importante, sin duda, es el apellido del fundador y la obra
pía: pues bien; para pía hay millares de consonantes, pero a Menéndez yo
no se lo encuentro. Y antes que relegar a Menéndez a un lugar del verso
indigno de su filantropía, prefirió renunciar al soneto.
Esta falta de inspiración poética y de consonantes en éndez, no le
desanimó ni ajó su orgullo de artista, que al fin no era muy grande;
después de todo, si bien se miraba, la poesía está como reconcentrada en
la música.
Otra cosa eran las artes del dibujo, y en este punto el atildado
pendolista no vacilaba en sostener que con la pluma hacía, si no
prodigios, arabescos muy agradables; el arabesco era su dibujo favorito,
porque se enlazaba con sus facultades de escribiente, y además también
tenía cierto parecido con la música por su vaguedad e indeterminación.
El arabesco tocaba con la alegoría y el dibujo natural fantástico por un
lado, y por el otro con el arte de Iturzaeta.
En cosas así pensaba Reyes una tarde, cerca del crepúsculo, en el cuarto
no muy lujoso ni ancho que Serafina Gorgheggi ocupaba en la fonda
dependiente del café de la Oliva, piso tercero de la casa. Mochi y su
protegida habían mudado de posada, lo cual en aquel pueblo sólo era
mudar de dolor; pero en el hotel Principal, allá al extremo de la
Alameda Vieja, les habían llegado a perder el respeto por las
intermitencias en el pago del pupilaje; la Compañía de ópera seria
acababa de disolverse por motivos económicos e incompatibilidades de
caracteres, y el empresario, la tiple y Minghetti, el barítono, se
habían quedado en la ciudad, según unos, porque no tenían por lo pronto
contrata ni lugar adonde ir, porque más valieran allá; según otros,
porque querían servir de núcleo a una nueva Compañía, para constituir la
cual andaba Mochi en tratos. Pero entretanto había que hacer economías,
y si Minghetti permaneció en el hotel Principal, aunque tampoco pagaba
bien, por privilegio misterioso tolerado, Serafina y Julio tuvieron que
reducirse a instalar sus personas y baúles en la mediana hospedería que,
con el nombre de Fonda de la Oliva, sustentaba, con grandes apuros, el
dueño del vetusto café del mismo nombre.
Reyes aquella tarde velaba el sueño de Serafina, que yacía allí cerca,
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - Su único hijo - 10
  • Parts
  • Su único hijo - 01
    Total number of words is 4813
    Total number of unique words is 1677
    33.5 of words are in the 2000 most common words
    48.0 of words are in the 5000 most common words
    55.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Su único hijo - 02
    Total number of words is 4799
    Total number of unique words is 1633
    34.4 of words are in the 2000 most common words
    48.0 of words are in the 5000 most common words
    55.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Su único hijo - 03
    Total number of words is 4801
    Total number of unique words is 1545
    36.1 of words are in the 2000 most common words
    50.1 of words are in the 5000 most common words
    56.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Su único hijo - 04
    Total number of words is 4903
    Total number of unique words is 1488
    39.9 of words are in the 2000 most common words
    51.9 of words are in the 5000 most common words
    58.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Su único hijo - 05
    Total number of words is 4826
    Total number of unique words is 1573
    36.2 of words are in the 2000 most common words
    49.5 of words are in the 5000 most common words
    55.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Su único hijo - 06
    Total number of words is 4867
    Total number of unique words is 1655
    34.7 of words are in the 2000 most common words
    47.4 of words are in the 5000 most common words
    54.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Su único hijo - 07
    Total number of words is 4813
    Total number of unique words is 1686
    34.5 of words are in the 2000 most common words
    47.2 of words are in the 5000 most common words
    54.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Su único hijo - 08
    Total number of words is 4922
    Total number of unique words is 1603
    35.4 of words are in the 2000 most common words
    48.6 of words are in the 5000 most common words
    56.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Su único hijo - 09
    Total number of words is 4959
    Total number of unique words is 1576
    36.8 of words are in the 2000 most common words
    49.3 of words are in the 5000 most common words
    56.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Su único hijo - 10
    Total number of words is 4815
    Total number of unique words is 1728
    33.0 of words are in the 2000 most common words
    47.4 of words are in the 5000 most common words
    53.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Su único hijo - 11
    Total number of words is 4842
    Total number of unique words is 1646
    34.8 of words are in the 2000 most common words
    50.4 of words are in the 5000 most common words
    57.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Su único hijo - 12
    Total number of words is 4842
    Total number of unique words is 1604
    35.9 of words are in the 2000 most common words
    49.1 of words are in the 5000 most common words
    56.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Su único hijo - 13
    Total number of words is 4879
    Total number of unique words is 1596
    36.0 of words are in the 2000 most common words
    49.3 of words are in the 5000 most common words
    56.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Su único hijo - 14
    Total number of words is 4781
    Total number of unique words is 1620
    35.2 of words are in the 2000 most common words
    49.7 of words are in the 5000 most common words
    56.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Su único hijo - 15
    Total number of words is 4845
    Total number of unique words is 1560
    36.7 of words are in the 2000 most common words
    51.4 of words are in the 5000 most common words
    58.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Su único hijo - 16
    Total number of words is 4908
    Total number of unique words is 1596
    37.3 of words are in the 2000 most common words
    50.2 of words are in the 5000 most common words
    56.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Su único hijo - 17
    Total number of words is 4886
    Total number of unique words is 1551
    37.8 of words are in the 2000 most common words
    50.0 of words are in the 5000 most common words
    54.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Su único hijo - 18
    Total number of words is 4828
    Total number of unique words is 1701
    35.2 of words are in the 2000 most common words
    49.3 of words are in the 5000 most common words
    56.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Su único hijo - 19
    Total number of words is 2084
    Total number of unique words is 817
    45.5 of words are in the 2000 most common words
    56.8 of words are in the 5000 most common words
    62.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.