Insolación y Morriña (Dos historias amorosas) - 07

Total number of words is 4830
Total number of unique words is 1862
31.2 of words are in the 2000 most common words
44.8 of words are in the 5000 most common words
51.9 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
aguzó la malicia, no pudo advertir en el gracioso semblante de la criada
sino júbilo y gratitud. Comió la Diabla en tres minutos: ni visto ni
oído: y á poco se presentó á su ama muy maja y pizpireta, con traje
dominguero, el pelo rizado á tenacilla, botas que cantaban.
--Vete, hija, ya debe de ser tarde... Las nueve menos cuarto...
--No, señorita... Las ocho y veinticinco por el comedor... ¿Tiene algo
que mandar? ¿Quiere alguna cosa?...
--Nada, nada... Que lo pases bien... ¡Qué elegante te has puesto!...
¿Allí habrá gente, eh? ¿Guardias civiles? ¿Jóvenes?
--Algunos... Hay uno de nuestra tierra... de la provincia de Pontevedra,
de Marín..., alto él, con bigote negro.
--Bien, hija... Pues lo que es por mí, ya puedes marcharte.
¿Qué haría aquella maldita Diabla, que un cuarto de hora después de
recibidas semejantes despachaderas aún no había tomado el portante? Con
el oído pegado á la puertecilla falsa de su dormitorio, que caía al
pasillo, Asís espiaba la salida de su doncella, mordiéndose los labios
de impaciencia nerviosa. Al fin sintió pasitos, taconeo de calzado
flamante, oyó una risotada, un _¡divertirse y gastar poco!_ que venía de
la cocina... La puerta se abrió, hizo ¡puum! al cerrarse... ¡Ay, gracias
á Dios!
Así que se fué la condenada chica, parecióle á la señora que todo el
piso se había quedado en un silencio religioso, en un recogimiento
inexplicable. Hasta la lámpara del saloncito alumbraba, si cabe, con luz
más velada, más dulce que otras noches. Eran las nueve menos cuarto:
Pacheco aun tardaría cosa de veinte minutos... Se oyó un campanillazo
sentimental, tímido, como si la campanilla recelase pecar de
indiscreta...


XVI

Era Pacheco, envuelto en su capa de embozos grana, impropia de la
estación, y de hongo. Detúvose en la puerta como irresoluto, y Asís tuvo
que animarle:
--Pase V...
Entonces el galán se desembozó resueltamente y se informó de cómo
andaba la salud de Asís.
En los primeros momentos de sus entrevistas, siempre se hablaban así,
empleando fórmulas corteses y preguntando cosas insignificantes; su
saludo era el saludo de ordenanza en sociedad: estrecharse la mano. Ni
ellos mismos podrían explicar la razón de este procedimiento extraño,
que acaso fuese la cortedad debida á lo reciente é impensado de su trato
amoroso. No obstante, algo especial y distinto de otras veces notaría el
andaluz en la señora, que al sentarse en el diván á su lado, murmuró
después de una embarazosa pausa:
--¡Qué fría me recibes! ¿Qué tienes?
--¡Qué disparate! ¿Qué voy á tener?
--¡Ay prenda, prenda! A mí no se me engaña... Soy perro viejo en materia
de mujeres. Estorbo. Tú tenías algún plan esta noche.
--Ninguno, ninguno--afirmó calurosamente Asís.
--Bien, lo creo. Eso sí que lo has dicho como se dicen las verdaes.
Pero, en plata: que no te pinchaban á ti las ganas de verme. Hoy me
querías tú á cien leguas.
Aseveró esto metiendo sus dedos largos, de pulcras uñas, entre el pelo
de la señora, y complaciéndose en alborotar el peinado sobrio, sin
postizos ni rellenos, que Asís trataba de imitar del de la Pinogrande,
maestra en los toques de la elegancia.
--Si no quisiese recibirte, con decírtelo...
--Así debiera ser... el corasonsillo en la mano... Pero á veces se le
figura á uno que está comprometido á pintar afecto, ¿sabes tú?, por
caridad ó qué sé yo por qué... Si yo lo he hecho á cada rato con un
ciento de novias y de querías... Harto de ellas por cima de los pelos...
y empeñado en aparentar otra cosa... porque es fuerte eso de estamparle
á un hombre ó á una hembra en su propia cara:--Ya me tiene V. hasta
aquí... no me hace V. ni tanto de ilusión.
--¿Quién sabe si eso te estará pasando á ti conmigo?--exclamó Asís
festivamente, echándolas de modesta.
No contestó el meridional sino con un abrazo vehemente, apretado,
repentino, y un--_¡ojalá!_--salido del alma, tan ronco y tan dramático,
que la dama sintió rara conmoción, semejante á la del que, poniendo la
mano sobre un aparato eléctrico, nota la sacudida de la corriente.
--¿Por qué dices _ojalá_?--preguntó, imitando el tono del andaluz.
--Porque esto es de más; porque nunca me vi como me veo; porque tú me
has dado á beber zumo de hierbas desde que te he conocío, chiquilla...
Porque estoy mareado, chiflado, loco, por tus pedasos de almíbar... ¿Te
enteras? Porque tú vas á ser causa de la perdición de un hombre, lo
mismo que Dios está en el sielo y nos oye y nos ve... Terroncito de sal,
¿qué tienes en esta boca, y en estos ojos, y en toda tu persona, para
que yo me ponga así? A ver, dímelo, gloria, veneno, sirena del mar.
La señora callaba, aturdida, no sabiendo qué contestar á tan apasionadas
protestas; pero vino á sacarla del apuro un estruendo inesperado y
desapacible, el alboroto de una de esas músicas ratoneras antes llamadas
_murgas_, y que en la actualidad, por la manía reinante de elevarlo
todo, adoptan el nombre de _bandas populares_.
--¡Oiga! ¿Nos dan cencerrada ya los vecinos del barrio?--gritó Pacheco,
levantándose del sofá y entreabriendo las vidrieras.--¡Y cómo desafinan
los malditos!... Ven á oir, chiquilla, ven á oir. Verás cómo te rompen
el tímpano.
En el meridional no era sorprendente este salto desde las ternezas más
moriscas al más prosaico de los incidentes callejeros: estaba en su modo
de ser la transición brusca, la rápida exteriorización de las
impresiones.
--Mira, ven--continuó.--Te pongo aquí una butaca y nos recreamos. ¿A
quién le dispararán la serenata?
--A un almacén de ultramarinos que se ha estrenado hoy--contestó Asís
recordando casualmente chismografías de la Diabla.--En la otra acera,
pocas casas más allá de la de enfrente. Aquella puerta... allí. ¡Ya
tenemos música para rato!
Pacheco arrastró un sillón hacia la ventana y se sentó en él.
--¡Desatento!--exclamó riendo la señora.--¿Pues no decías que era para
mí?
--Para ti es--respondió el amante cogiéndola por la cintura y
obligándola quieras ó no quieras á que se acomodase en sus rodillas. Se
resistió algo la dama, y al fin tuvo que acceder. Pacheco la mecía como
se mece á las criaturas, sin permitirse ningún agasajo distinto de los
que pueden prodigarse á un niño inocente. Por forzosa exigencia de la
postura, Asís le echó un brazo al cuello, y después de los primeros
minutos, reposó la cabeza en el hombro del andaluz. Un airecillo
delgado, en que flotaban perfumes de acacia y ese peculiar olor de humo
y ladrillo recaliente de la atmósfera madrileña en estío, entraba por
las vidrieras, intentaba en balde mover las cortinas, y traía fragmentos
de la música chillona, tolerable á favor de la distancia y de la noche,
hora que tiene virtud para suavizar y concertar los más discordantes
sonidos. Y la proximidad de los dos cuerpos ocupando un solo sillón,
estrechaba también, sin duda, los espíritus, pues por vez primera en el
curso de aquella historia entablóse entre Pacheco y la dama un cuchicheo
íntimo, cariñoso, confidencial.
No hablaban de amor: versaba el coloquio sobre esas cosas que parecen
muy insignificantes escritas y que en la vida real no se tratan casi
nunca sino en ocasiones semejantes á aquella, en minutos de imprevista
efusión. Asís menudeaba preguntas, exigiendo detalles biográficos: ¿Qué
hacía Pacheco? ¿Por dónde andaba? ¿Cómo era su familia? ¿La vida
anterior? ¿Los gustos? ¿Las amistades? ¿La edad justa, justa, por meses,
días y no sé si horas?
--Pues yo soy más vieja que tú--murmuró pensativa, así que el gaditano
hubo declarado su fe de bautismo.
--¡Gran cosa! Será un añito, ó medio.
--No, no, dos lo menos. Dos, dos.
--Corriente, sí, pero el hombre siempre es más viejo, cachito de gloria,
porque nosotros vivimos; ¿te enteras? y vosotras no. Yo, en particular,
he vivido por una docena. No imaginarás diablura que yo no haya catado.
Soy maestro en el arte de hacer desatinos. ¡Si tú supieses algunas cosas
mías!
Asís sintió una curiosidad punzante unida á un enojo sin motivo.
--Por lo visto eres todo un perdis, buena alhaja.
--¡Quiá!... ¿Perdis yo? Di que no, nena mía. Yo galanteé á trescientas
mil mujeres, y ahora me parece que no quise á ninguna. Yo hice cuanto
disparate se puede hacer, y al mismo tiempo no tengo vicios. ¿Dirás que
cómo es ese milagro? Siendo... ahí verás tú. Los vicios no prenden en
mí. Ninguno arraiga, ni arraigará jamás. Aún te declaro otra cosa; que
no sólo no se me puede llamar vicioso, sino que si me descuido acabo por
santo. Es según los lados á que me arrimo. ¿Me ponen en circunstancias
de ser perdío? No me quedo atrás. ¿Que tocan á ser bueno? Nadie me gana.
Si doy con gente arrastrada, ¿qué quieres tú?
--¿Hasta en lo tocante á la honra te dejarías llevar?--preguntó algo
asustada Asís.
El gaditano se echó atrás como si le hubiese picado una sierpe.
--¡Hija! Vaya unas cosillas que me preguntas. ¿Me has tomado por algún
secuestrador? Yo no secuestro más que á las hembras de tu facha. Pero
ya sabes que en mi tierra, las pendencias no se cuentan por delitos...
He _enfriado_ á un infeliz... que más quisiera no haberle tocado al pelo
de la ropa. Dejémoslo, que importa un pito. Fuera de esas trifulcas, no
ha tenío el diablo por donde cogerme: he jugado, perdiendo y ganando un
dinerillo... regular; he bebío... vamos, que no me falta á mí saque; de
novias y otros enredos... De esto estaría muy feo que te contase ná.
Chitito. ¿Un cariño á tu rorro?
--Vamos, que eres la gran persona--protestó escandalizada Asís,
desviándose en vez de acercarse como Pacheco pretendía.
--No lo sabes bien. Eso es como el Evangelio. Yo quisiera averiguar pa
qué me ha echado Dios á este mundo. Porque soy, además de tronerilla, un
haragán y un zángano de primera, niña del alma... No hago cosa de
provecho, ni ganas de hacerla. ¿A qué? Mi padre, empeñao el buen señor
en que me luzca y en que sirva al país, y dale con la chifladura de que
me meta en política, y tumba con que salga diputao, y vaya á hacer el bu
al Congreso... ¡En el Congreso yo! A mí, lo que es asustarme, ni el
Congreso ni veinte Congresos me asustan. La farsa aquella no me pone
miedo. Te aviso que en todo cuanto me propongo salir avante, salgo y sin
grandes fatigas: ¡qué! Pero á decir verdad, no me he tomado nunca
trabajos así enormes, como no fuese por alguna mujer guapa. No soy memo
ni lerdo, y si quisiese ir allí á pintar la mona como Albareda, la
pintaría, figúrate. ¿Que se me ha muerto mi abuelita? ¡Si es la pura
verdad! Sólo que too eso porque tanto se descuaja la gente, no vale los
sudores que cuesta. En cambio... ¡una mujer como tú!...
Díjolo al oído de la dama, á quien estrechó más contra sí.
--Sólo esto, terrón de azúcar, sólo esto sabe bien en el mundo amargo...
Tener así á una mujer adorándola... Así, apretadica, metida en el
corasón... Lo demás... pamplina.
--Pero eso es atroz--protestó severamente Asís, cuya formalidad
cantábrica se despertaba entonces con gran brío.--¿De modo que no te
avergüenzas de ser un hombre inútil, un mequetrefe, un cero á la
izquierda?
--¿Y á ti qué te importa, lucerito? ¿Soy inútil pa quererte? ¿Has
resuelto no enamorarte sino de tipos que mangoneen y anden agarraos á la
casaca de algún ministro? Mira... Si te empeñas en hacer de mí un
personaje, una notabilidad... como soy Diego que te sales con la tuya.
Daré días de gloria á la patria; ¿no se dice así? Aguarda, aguarda...,
verás qué registros saco. Proponte que me vuelva un Castelar ó un
Cánovas del Castillo, y me vuelvo... ¡Ole que sí! ¿Te creías tú que
alguno de esos panolis vale más que este nene? (Sólo que ellos largaron
todo el trapo y yo recogí velas.). Por no deslucirlos. Modestia pura.
No había más remedio que reirse de los dislates de aquel tarambana, y
Asís lo hizo; al reirse hubo de toser un poco.
--¡Ea! ya te me acatarraste--exclamó el gaditano
consternadísimo.--Hágame V. el obsequio de ponerse algo en la cabeza...
Así, tan desabrigada... ¡Loca!
--Pero si nunca me pongo nada, ni... No soy enclenque.
--Pues hoy te pondrás, porque yo lo mando. Si aciertas á enfermar, me
suicido.
Saltó Asís de brazos de su adorador, muerta de risa, y al saltar perdió
una de sus bonitas chinelas, que por ser sin talón, á cada rato se le
escurrían del pié. Recogióla Pacheco, calzándosela con mil extremos y
zalamerías. La dama entró en su alcoba, y abriendo el armario de luna
empezó á buscar á tientas una toquilla de encaje para ponérsela y que no
la marease aquel pesado. Vuelta estaba de espaldas á la poca luz que
venía del saloncito, cuando sintió que dos brazos la ceñían el cuerpo.
En medio de la lluvia de caricias delirantes que acompañó á demostración
tan atrevida, Asís entreoyó una voz alterada, que repetía con acento
serio y trágico:
--¡Te adoro... Me muero, me muero por ti!
Parecía la voz de otro hombre; hasta tenía ese _trémolo_ penoso que da
al acento humano el rugir de las emociones extraordinarias comprimido en
la garganta por la voluntad. Impresionada, Asís se volvió soltando la
toquilla.
--Diego...--tartamudeó llamando así á Pacheco por primera vez.
--¿Por qué no dices _Diego mío, Diego del alma_?--exclamó con fuego el
andaluz deshaciéndola entre sus brazos.
--Qué sé yo... Cuando uno habla así... me parece cosa de novela ó de
comedia. Es una ridiculez.
--¡Prueba... prueba... ¡Ay! ¡Cómo lo has dicho! _¡Diego
mío!_--prorrumpió él remedando á la señora, al mismo tiempo que la
soltaba casi con igual violencia que la había cogido.--¡Pedazo de hielo!
¡Vaya unas hembras que se gastan en tu país!... ¡Marusiñas! ¡Reniego de
ellas todas! ¡Que las echen al carro de la basura!
--Mira--dijo la dama tomándolo otra vez á risa--eres un cómico y un
orate... No hay modo de ponerse seria con un tipo como tú. A ver: aquí
está un señorito que ha tenido cuatrocientas novias y dos mil líos
gordos, y ahora se ha prendado de mí como el Petrarca de la señora
Laura... De mí nada más: privilegio exclusivo, patente del Gobierno.
--Tómalo á guasa... Pues es tan verdad como que ahora te agarro la mano.
Yo tuve un millón de devaneos, conformes; pero en ninguno me pasó lo que
ahora. ¡Por éstas, que son cruces! Quebraeros de cabesa míos, novias y
demás, me las encuentro en la calle y no las conozco. A ti... te
dibujaría, si fuese pintor, á obscuras. Tan clavadita te tengo. De aquí
á cincuenta años, cayéndote de vieja, te conocería entre mil viejas más.
Otras historias las seguí por vanidad, por capricho, por golosina, por
terquedad, por matar el tiempo... Me quedaba un rincón aquí, donde no ha
puesto el pié nadie, y tenía yo guardaa la llave de oro para ti, prenda
morena... ¿Qué, lo dudas? Mira, haz un ensayo... Por gusto.
Arrastró á la dama hacia el salón y se recostó en el diván; tomó la mano
de Asís y la colocó extendida sobre el lado izquierdo de su chaleco.
Asís sintió un leve y acompasado vaivén, como de péndulo de reloj.
Pacheco tenía los ojos cerrados.
--Estoy pensando en otras mujeres, chiquilla... Quieta..., atención,
observa bien.
--No late nada fuerte--afirmó la señora.
--Déjate un rato así... Pienso en mi última novia, una rubia que tenía
un talle de lo más fino que se encuentra en el mundo... ¿Ves qué
quietecillo está el pájaro? Ahora... dime tú... ¡si puedes! alguna cosa
tierna... Mas que no sea verdá.
Asís discurría una gran terneza y buscaba la inflexión de voz para
pronunciarla. Y al fin salió con esta eterna vulgaridad:
--¡Vida mía!
Bajo la palma de la señora, el corazón de Pacheco, como espíritu foleto
que obedece á un conjuro, rompió en el más agitado baile que puede
ejecutar semejante víscera. Eran saltos de ave azorada que embiste
contra los hierros de su cárcel... El meridional entreabrió las azules
pupilas; su tez tostada había palidecido algún tanto; con extraña prisa
se levantó del sofá y fué derecho al balcón, donde se apoyó como para
beber aire y rehacerse de algún trastorno físico y moral. Asís,
inquieta, le siguió y le tocó en el brazo.
--Ya ves qué majadero soy...--murmuró él volviéndose.
--¿Pero te pasa algo?
--Ná...--El gaditano se apartó del balcón, y viniendo á sentarse en un
_puf_ bajito, y rogando á Asís con la mirada que ocupase el sillón,
apoyó la cabeza, en el regazo de la dama.--Con sólo dos palabritas que
tú me dijiste... Haz favor de no reirte, mona, porque donde me ves tengo
mal genio... y puede que soltase un desatino. Desde que me he
entontecido por ti, estoy echando peor carácter. Calladita la niní...
Deje dormir á su rorro.
Pacheco cruzó el umbral de aquella casa antes de sonar la media noche.
La Diabla no había regresado aún. Cuando el gaditano, según costumbre
hasta entonces infructuosa, se volvió desde la esquina de la calle
mirando hacia los balcones de Asís, pudo distinguir en ellos un bulto
blanco. La señora exponía sus sofocadísimas mejillas al aire fresco de
la noche, y la embriaguez de sus sentidos y el embargo de sus potencias
empezaban á disiparse. Como náufrago arrojado á la costa, que volviendo
en si toca con placer el cinto de oro que tuvo la precaución de ceñirse
al sentir que se hundía el buque, Asís se felicitaba por haber
conservado el átomo de razón indispensable para no acceder á cierta
súplica insensata.
--¡Buena la hacíamos! Mañana estaban enterados vecinos, servicio,
portero, sereno, el diablo y su madre. ¡Ay Dios mío!... ¡Me sigue, me
sigue el mareo aquel de la verbena... y lo que es ahora no hay álcali
que me lo quite!... ¡Qué mareo ni qué!... Mareo, alcohol, insolación...
¡Pretextos, tonterías!... Lo que pasa es que me gusta, que me va
gustando cada día un poco más, que me trastorna con su palabrería..., y
punto redondo. Dice que yo le he dado bebedizos y hierbas... El sí que
me va dando á comer sesos de borrico... y nada, que no me desenredo.
Cuando se va, reflexiono y caigo en la cuenta; pero en viéndole...
acabóse, me perdí.
Llegada á este capítulo, la dama se dedicó á recordar mil pormenores,
que reunidos formaban lindo mosaico de gracias y méritos de su adorador.
La pasión con que requebraba; el donaire con que pedía; la gentileza de
su persona; su buen porte, tan libre del menor conato de gomosería
impertinente como de encogimiento provinciano; su rara mezcla de
espontaneidad popular y cortesía hidalga; sus rasgos calaverescos y
humorísticos unidos á cierta hermosa tristeza romántica (conjunto, dicho
sea de paso, que forma el hechizo peculiar de los _polos_, _soleares_ y
demás canciones andaluzas), eran otros tantos motivos que la dama se
alegaba á sí propia para excusar su debilidad y aquella afición
avasalladora que sentía apoderarse de su alma. Pero al mismo tiempo,
considerando otras cosas, se increpaba ásperamente.
--No darle vueltas: aquí no hay nada superior, ni siquiera bueno: hay un
truhán, un vago, un perdis... Todo eso que me dice de que sólo á mí...
Ardides, trapacerías, costumbre de engañar, mañitas de calavera. En
volviendo la esquina... (Pacheco acababa de verificar, hacía pocos
minutos, tan sencillo movimiento), ya ni se acuerda de lo que me
declama. Estos andaluces nacen actores... Juicio, Asís... juicio. Para
estas tercianas, hija mía, píldoras de camino de hierro... y extracto de
Vigo, mañana y tarde, durante cuatro meses. ¡Bahía de Vigo, cuándo te
veré!
El airecillo de la noche, burlándose de la buena señora, compuso con sus
susurros delicados estas palabras:
--Terronsito e asúcar..., gitana salá.


XVII

MUY atareadas estaban la marquesa viuda de Andrade y su doncella en
revisar los mundos, sacos y maletillas, operación necesaria cuando se va
á emprender un viaje. Y mire V. que parece cosa del mismo enemigo.
Siempre en los últimos momentos han de faltar las llaves de los baúles.
Por mucho que uno las coloque en sitio determinado, diciendo para
sí:--En este cajón se queda la llavecita; no olvidar que aquí la puse;
le ato á un estambre colorado, para acordarme mejor; no sea que el día
de la marcha salgamos con que se ha obscurecido,--viene el instante
crítico, la busca uno, y... ¡echarle un galgo! Nada, no parece: venga el
cerrajero, tiznado, sucio, preguntón, insufrible; haga una nueva, y
lléveselo todo la trampa.
Nerviosa y displicente, daba Asís á la Angela estas quejas. El ajetreo
del viaje la ponía de mal humor: ¡son tan cargantes los preparativos!
¡Qué babel, qué trastorno! Nunca sabe uno lo que conviene llevar y lo
que debe dejarse; cree no necesitar ropa de abrigo, porque al fin se
viene encima la canícula, pero ¡fíese V. de aquel clima gallego, tan
inconstante, tan húmedo, tan lluvioso, que tiene seis temperaturas
diferentísimas en cada veinticuatro horas! Se quedan aquí las prendas en
el ropero, muertas de risa, y allá tirita uno ó tiene que envolverse en
mantones como las viejas... Luego, las fiestecitas, los bailes dichosos
de la Pastora, que obligan á ir provisto de trajes de sociedad, porque
si uno se presenta sencillo, de seda cruda, les choca y se ofenden y
critican... Nada, que la última hora es para volverse loco. ¿A que no se
había acordado Angela de pasarse por casa de la Armandina, á ver si
tiene lista la pamela de la niña y el pajazón? ¿Apostemos á que el
impermeable aún está con los mismos botones, que lastiman y en todo se
prenden? ¿Y el alcanfor para poner en el abrigo de nutria? ¿Y la
pimienta para que no se apolillase el tapiz de la sala?
Atarugada y dando vueltas de aquí para allí, la Diabla contestaba lo
mejor posible al chaparrón de advertencias, reconvenciones y preguntas
de su señora. La hábil muchacha, después de los primeros pases, conocía
una estocada certera para su ama: si los preparativos de viaje andaban
algo retrasados, era que la señorita aquel año había dispuesto la marcha
un mes antes que de costumbre, por lo menos; también á ella (la Diabla)
se le quedaba sin alistar un vestido de percal, y calzado, y varias
menudencias; ella creía que hasta mediados de Junio, hacia el día de San
Antonio... ¿Cómo se le había de ocurrir que se largaban tan de prisa y
corriendo? La señora contestaba con reprimido suspiro, callaba dos
minutos, y luego, redoblando su gruñir, corría del cuarto-ropero al
dormitorio, de la leonera ó cuarto de los baúles al saloncito, y aun se
determinaba á entrar en la cocina y el comedor, para regañar á
Imperfecto que no le había traído á su gusto papel de seda, bramante,
puntas de París, algodón en rama... Imperfecto, con la boca abierta y la
fisonomía estúpida, subía y bajaba cien veces la escalera haciendo
recados: las puntas eran gordas, se precisaban otras más chiquitas; el
algodón no convenía blanco, sino gris: era para rellenar huecos en
ciertos cajones y que no se estropease lo que iba dentro... En una de
estas idas y venidas del criado, la señora cruzaba el pasillo, cuando
repicó la campanilla. Impremeditadamente fué á abrir--cosa que no hacía
nunca--y se encontró cara á cara con su Diego.
El primer movimiento fué de despecho y contrariedad mal encubierta.
¿Quién contaba con Pacheco á tales horas? (las diez y media de la
mañana). No estaba Asís lo que se llama hecha un pingo, con traje roto y
zapatos viejos, porque ni en una isla desierta se pondría ella en
semejante facha; pero su bata de chiné blanco tenía manchas y visos
obscuros, y aun no sé si alguna telaraña, indicio de la lidia con los
baúles de la leonera; su peinado, revuelto sin arte, con rabos y
mechones, saliendo por aquí y por acullá, parecía obra de peluquería
gatuna; y en la superficie del pelo y del rostro se había depositado un
sutil viso polvoriento, que la señora percibía vagamente al pestañear y
al pasarse la lengua por los labios, y que la impacientaba lo indecible.
Y en cambio, el galán venía todo soplado, con una camisa y un chaleco
como el ampo de la nieve, el ojal guarnecido de fresquísimo clavel,
guantes de piel de perro flamantitos, y, en suma, todas las señales de
haberse acicalado mucho. En la mano traía el pretexto de la visita
madrugadora: dos libros medianamente gruesos.
--Las novelas francesas que le prometí...--dijo en voz alta, después del
cambio de saludos, porque la dama le había hecho seña con el mirar de
que había moros en la costa.--Si está V. ocupada, me retiro... Si no,
entraré diez minutos...
--Con mucho gusto... A la sala: el resto de la casa está imposible... no
quiero que se asuste V. del estado en que se encuentra.
Entró Pacheco en la sala; pero por aprisa que Angela cerrase las puertas
de las habitaciones interiores, el gaditano pudo ver baúles abiertos,
con las bandejas fuera, ropa desparramada, cajas, sacos...
--¿Está V. de mudanza... ó de viaje?--preguntó, quedándose de pié en
medio del saloncito, con voz opaca, pero sin emplear tono de
reconvención ni de queja.
--No...--tartamudeó Asís--tanto como de viaje precisamente... no. Es que
estoy guardando la ropa de invierno, poniéndole alcanfor... Si uno se
descuida, la polilla hace destrozos...
Pacheco se acercó á la dama, y bajando el diapasón, con las inflexiones
dolientes y melancólicas que solía adoptar á veces, dijo:
--A mi no se me engaña, te lo repito. Antes de venir sabía que te ibas.
Tú no me conoces; tú te has creído que me la puedes dar. Aún no pasaron
las ideas por esa cabecita, y ya las he olfateado yo. Siento que gastes
conmigo tapujos. Al fin no te valen, hija mía.
La señora, no acertando á responder nada que valiese la pena, bajó los
ojos, frunció la boca é hizo un mohín de disgusto.
--No amoscarse. Si no me enfado tampoco. La nena mía es muy dueña de
irse adonde quiera. Pero mientras está aquí, ¿por qué me huye? Ayer me
dijiste que no podíamos vernos, por estar tú convidada á comer...
Movidos por el mismo impulso, Asís y Don Diego miraron en derredor. Las
puertas, cerradas; al través de la que comunicaba con los cuartos
interiores, pasaba amortiguado el ruido del ir y venir de la Diabla. Y
sin concertarse, á un mismo tiempo se acercaron para cruzar mejor esas
explicaciones que el corazón adivina antes de pronunciadas.
--Hazte cargo... Los criados... Es una atrocidad... Yo nunca tuve de
estas... vamos... de estas historias... No sé lo que me pasa. Por favor
te pido...
--¡Bendita sea tu madre, niña!... Si ya lo sé... ¿Te crees que no me
informo yo de los pasos en que anduvo mi reina? Estoy enterao de que
nadie consiguió de ti ni esto. Yo el primerito... ¡Ay! Te deshago...
Rica, gitana... ¡Cielo!
--Chist... La chica... Si pesca... Es más curiosa...
--Un favor te pido no más. Vente á almorsá conmigo. Que te vienes.
--Estás tocado... Quita... Chist...
--Que te vienes. Palabra, no lo sabrá ni la tierra. Se arreglará...
verás tú.
--¿Pero cómo? ¿Dónde?
--En el campo. Te vienes, te vienes. ¡Ya pronto te quedas libre de
mí!... La despedía. Al reo de muerte se le da, mujer.
¿Cómo cedió y balbució _que sí_, prometiendo, si no por la Estigia, por
algún otro juramento formidable? ¡Ah! Aunque la observación ya no
resulte nueva, cedió obedeciendo á los dos móviles que, desde la
memorable insolación de San Isidro, guiaban, sin que ella misma lo
notase, su voluntad: dos resortes que podemos llamar de goma el uno y de
acero el otro: el resorte de goma era la debilidad que aplaza, que
remite toda gran resolución hasta que la ampare el recurso de la fuga;
el resorte de acero, todavía chiquitín, menudo como pieza de reloj, era
el sentimiento que así, á la chita callando, aspiraba nada menos que á
tomar plenísima posesión de sus dominios, á engranar en la máquina del
espíritu, para ser su regulador absoluto y dirigir su marcha con
soberano imperio.
Fiado en la palabra solemne de la señora, Pacheco se marchó, pues no
convenía, por ningún estilo, que los viesen salir juntos. Asís entró en
su cuarto á componerse. La Diabla la miraba con su acostumbrada
curiosidad fisgona y aun le disparó tres ó cuatro preguntas pérfidas
referentes á la interrumpida tarea del equipaje.
--¿Se cierra el mundo? ¿Se clavan los cajones? ¿La señorita quiere que
avise á la Central para mañana?
¿Cómo había de responder la señora á interrogaciones tan impertinentes?
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - Insolación y Morriña (Dos historias amorosas) - 08
  • Parts
  • Insolación y Morriña (Dos historias amorosas) - 01
    Total number of words is 4675
    Total number of unique words is 1789
    32.3 of words are in the 2000 most common words
    43.4 of words are in the 5000 most common words
    50.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Insolación y Morriña (Dos historias amorosas) - 02
    Total number of words is 4901
    Total number of unique words is 1832
    30.5 of words are in the 2000 most common words
    42.0 of words are in the 5000 most common words
    48.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Insolación y Morriña (Dos historias amorosas) - 03
    Total number of words is 4916
    Total number of unique words is 1885
    29.4 of words are in the 2000 most common words
    39.2 of words are in the 5000 most common words
    44.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Insolación y Morriña (Dos historias amorosas) - 04
    Total number of words is 4887
    Total number of unique words is 1868
    32.0 of words are in the 2000 most common words
    44.3 of words are in the 5000 most common words
    51.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Insolación y Morriña (Dos historias amorosas) - 05
    Total number of words is 4786
    Total number of unique words is 1888
    30.4 of words are in the 2000 most common words
    44.1 of words are in the 5000 most common words
    50.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Insolación y Morriña (Dos historias amorosas) - 06
    Total number of words is 4804
    Total number of unique words is 1734
    32.5 of words are in the 2000 most common words
    45.4 of words are in the 5000 most common words
    51.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Insolación y Morriña (Dos historias amorosas) - 07
    Total number of words is 4830
    Total number of unique words is 1862
    31.2 of words are in the 2000 most common words
    44.8 of words are in the 5000 most common words
    51.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Insolación y Morriña (Dos historias amorosas) - 08
    Total number of words is 4710
    Total number of unique words is 1952
    27.5 of words are in the 2000 most common words
    39.1 of words are in the 5000 most common words
    45.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Insolación y Morriña (Dos historias amorosas) - 09
    Total number of words is 4727
    Total number of unique words is 1924
    29.7 of words are in the 2000 most common words
    42.2 of words are in the 5000 most common words
    49.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Insolación y Morriña (Dos historias amorosas) - 10
    Total number of words is 4793
    Total number of unique words is 1917
    30.5 of words are in the 2000 most common words
    42.4 of words are in the 5000 most common words
    48.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Insolación y Morriña (Dos historias amorosas) - 11
    Total number of words is 4796
    Total number of unique words is 1782
    31.8 of words are in the 2000 most common words
    45.1 of words are in the 5000 most common words
    52.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Insolación y Morriña (Dos historias amorosas) - 12
    Total number of words is 4851
    Total number of unique words is 1823
    32.5 of words are in the 2000 most common words
    45.1 of words are in the 5000 most common words
    51.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Insolación y Morriña (Dos historias amorosas) - 13
    Total number of words is 4810
    Total number of unique words is 1873
    29.7 of words are in the 2000 most common words
    43.3 of words are in the 5000 most common words
    49.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Insolación y Morriña (Dos historias amorosas) - 14
    Total number of words is 4795
    Total number of unique words is 1762
    32.7 of words are in the 2000 most common words
    45.6 of words are in the 5000 most common words
    51.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Insolación y Morriña (Dos historias amorosas) - 15
    Total number of words is 4881
    Total number of unique words is 1769
    32.3 of words are in the 2000 most common words
    45.8 of words are in the 5000 most common words
    51.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Insolación y Morriña (Dos historias amorosas) - 16
    Total number of words is 4926
    Total number of unique words is 1790
    32.0 of words are in the 2000 most common words
    43.9 of words are in the 5000 most common words
    50.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Insolación y Morriña (Dos historias amorosas) - 17
    Total number of words is 4862
    Total number of unique words is 1788
    33.1 of words are in the 2000 most common words
    47.8 of words are in the 5000 most common words
    55.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Insolación y Morriña (Dos historias amorosas) - 18
    Total number of words is 2282
    Total number of unique words is 975
    38.0 of words are in the 2000 most common words
    49.5 of words are in the 5000 most common words
    55.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.