Insolación y Morriña (Dos historias amorosas) - 16

Total number of words is 4926
Total number of unique words is 1790
32.0 of words are in the 2000 most common words
43.9 of words are in the 5000 most common words
50.4 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
piedras más toscas. Si Don Nicanor probó alguna vez á civilizar á su
costilla, seguramente había renunciado á ello muchos años hace; y
además, los compañeros aseguraban que para desasnar á Pachita tenía que
empezar Don Nicanor por darse una mano de barniz á sí propio, y suprimir
las crudezas de su conversación, el desentono de sus modales y el mal
gusto de sus opiniones,--porque hasta las opiniones eran de mal gusto
en el Fiscal, ó al menos lo parecían por la forma de expresarlas.
Lo evidente es que, encontrárase ó no al nivel de su Pachita,--y acaso
sólo le llevaba de ventaja la agudeza del ingenio y la superioridad de
la instrucción masculina,--Don Nicanor se mostraba á veces como
avergonzado de su mitad. Quien se apostase aquel día en casa de doña
Aurora y viese entrar primero al señor de Rojas y luego al señor de
Candás en compañía de sus respectivas mujeres, podría, sólo con aquella
observación, deducir la vida psíquica de ambas parejas y ambos hogares.
Rojas había ofrecido á su mujer el brazo por la escalera, adelantándose
á tirar de la campanilla; y, al cruzar la puerta, se hizo atrás
cortésmente, no sin llegar después á tiempo de alzar el portier del
comedor (donde ya había vuelto á instalarse la tertulia). En el modo de
colocarse á su lado, en el de asociarse á sus protestas de interés por
la salud de la madre de Rogelio, rebosaba la misma consideración, el
mismo delicado sentimiento de reverencia familiar, si así puede decirse;
y el magistrado, respetando á su compañera, mostraba respetarse á sí
mismo. El señor de Candás, al contrario, entró con el sanfasón de todos
los días, y por poco suelta á su mujer en el mismo rincón en que había
colocado el paraguas. Parecía como si Pachita y su esposo se hubiesen
encontrado por casualidad en la escalera, sin conocerse, ni haber sido
presentados. Pero hubo más. Mientras el señor de Rojas, conversando en
igual tono deferente con su mujer que con doña Aurora, no se movió del
asiento hasta que la señora de Rojas hizo la clásica indicación, «cuando
quieras, Prudencio, nos iremos hacia casa», el señor de Candás, de
repente y cortando una arenga de Pacha sobre lo rancio y caro que era en
Madrid el _tocín_, dijo con el peor estilo del mundo:
--Ea, Pacha, cállate y larguémonos, que es hora.
Salía el señor de Candás, sin duda para enseñar el camino á su mujer,
que aún quedaba empantanada en los cumplimientos de despedida, á tiempo
de espantar un grupo de dos personas que hacia el fondo del recibimiento
se secreteaban con calor. Nadie ganaba al socarrón del astur en el arte
de hacerse el sueco; pero ver... ¡carapuche si vió! Tanto, que al salir
de la casa aún retozaba una risilla en las arrugas de su volteriana faz.
Lo que Rogelio le decía con tanto entusiasmo á la muchacha era esto:
--Suriña, la gran noticia. Este verano iremos allá... todos. Ya mamá me
lo tiene ofrecido.


XVIII

Encontrábase la señora de Pardiñas completamente dada de alta y se
discutía la oportunidad de una salida á pié, cuando cierta mañana, á la
hora en que Rogelio tenía su clase de economía política, que para tales
visitas era deshora, llegó Don Nicanor muy bien humorado y cordialísimo.
Se hizo el sorprendido de no encontrar allí á ninguno de los
acostumbrados tertulianos; á lo cual doña Aurora, que se consagraba á la
fabricación de unas medias de abrigo, respondió muy cuerdamente que
faltaban dos horas lo menos para la de la tertulia, y por consiguiente
no tenía nada de extraño que la gente no hubiese llegado. Pero Laín
Calvo no debió de oir esta observación, porque conservaba en el bolsillo
la trompetilla, limitándose á formar con la mano un embudo acústico.
--¿Diga, Aurora, no ha notado una cosa?--preguntó después de
repantigarse en la butaca, sobre cuyo ancho respaldo estaba ya señalada
la forma de sus lomos.
Doña Aurora levantó las pupilas como el que dice:--«No; es decir, ¿yo
qué sé? Haga V. él favor de explicarse».
--¿No se ha fijado el otro día... cuando vinimos de visita Pacha y yo...
--Sí, sí; ya... el viernes.
--¿La mujer de Rojas, qué abatida estaba?
--¡La pobre! No es muy animada nunca; pero tampoco se la ve displicente.
¡Mujer de más mérito! Vale un Perú.
--No, ella bien se esforzaba en hacer de tripas corazón: ¡pero se le
conocía! Sobre todo, los que estábamos en autos.
--¿Pues qué ha pasado? ¿Tienen algún disgusto serio?--preguntó ya
consternada la señora de Pardiñas, que estimaba y quería muy de verdad á
la de Rojas.
--El Joaquín... el hijo, el juez... me le han vuelto á trasladar desde
un extremo á otro de España, á los dos meses de la primera traslación, y
estando su señora para dar á luz. Así se convencerán de que aquí no se
puede hacer el quijote, ¡carapuche! ¡Mire que un rapaz que empieza la
carrera, y para estreno se le ocurre tenérselas tiesas con un alto
cacique de las agallas de Colmenar, á quien le guarda las espaldas el
ministro del ramo! Ya verá, ya verá que no se pueden gastar bromitas con
esos nenes. Y ya comprenderá lo que importan aquí legalidades. ¿Que no
se puede trasladar á los jueces más que á instancia suya? Pues se pone
en la Real orden: «A instancia suya», y tan guapamente. Ya hubo alguno á
quien le encajaron la cesantía «á instancia suya». Y cuando protestó le
salieron con «¿V. desacata al ministro?»
--Pero señor Don Nicanor, eso honra mucho á la familia de Rojas, y al
muchacho, que por lo visto es de la escuela de su padre. Gente íntegra
así, se ve ya muy poca. Yo nada entiendo; pero recuerdo que aquí se
hizo conversación del asunto, y se dijo que querían que Joaquín Rojas se
prestase á una picardía tremenda, á un despojo que importaba...
--¡Mire V.--añadió Laín Calvo prosiguiendo en su sordera--que ir un
mequetrefe como él á cuadrarse delante del Ministro! Los Rojas tienen
vena. _Talis pater_... Farol el padre, farol el hijo... Es decir, el
hijo todavía más farol, aunque parezca mentira. Porque el padre al menos
no se mete en camisa de once varas: al texto de la ley y se acabó. ¿Que
el Código dice blanco? Pues blanco. ¿Que dice negro? Negro. Rojas es una
máquina de aplicar la ley. Si la ley hoy trajese azotes, y cortar las
orejas, andaría Rojas desorejando y vapuleando á la gente. ¡Pero el
chiquillo!... Porque se ha leído unas chapucerías alemanas é italianas,
traducidas en gringo, se las echa de sabiondo y de fi-ló-so-fo.
¡Fi-ló-so-fo un xuez! ¡Home, qué farolería!
--Pues á mí,--arguyó doña Aurora sin alzar la voz, porque sabía á qué
atenerse respecto á la sordera del Fiscal,--me parece que en todas las
profesiones puede un hombre portarse con dignidad y con decencia. Les
tengo á los Rojas, por eso, una simpatía grandísima.
--Y claro,--siguió Laín,--ahora lo de cuartos anda mal. En aquella casa
ni se enciende estufa, ni se come principio, ni se hace café. No le
llega el sueldo para traslaciones; se ha casado con una chica que no
tiene un ochavo, y así que la cosa apremie, ya bajará el gallo el
señorito. La necesidad enseña más que las Universidades. Ya le domarán.
Como un guante estará dentro de un año.
Persuadida de que no conseguía nada con protestar, doña Aurora
continuaba menguando el talón de su media, limitándose á hacer gestos
negativos, porque su genio vivaracho no le consentía asentir á las
atrocidades del maligno sordo.
--Todos allá cuando rapaces empezamos por echárnoslas de plancheta... ¡y
luego amainamos, vaya si amainamos! O si no, es querer pasar una vida
miserable. Ya verá V. como el ramalazo que ha cogido á Joaquín le
alcanzará también á su padre. Se la están armando con queso. No pasa el
año sin que le jueguen alguna de puño: gorda. ¿No pueden trasladarle? le
jubilarán. Yo no soy antiguallero como Don Gaspar y los otros; pero
tengo que reconocer que en mis tiempos la magistratura dependía menos
que ahora de la política. Las cosas vienen así, y hay que tomarlas como
vienen. Estos señores están siempre en Belén, carapuche. ¡Memos en
polvo! A bien que la camada nueva la entiende mejor. Aquí soy yo el
único de la tertulia que vive en el mundo. Si no fuese la arrenegada
sordera...
--A mí no me venga V. con sorderas,--protestó la señora.--Dios me libre
de sordos así. Oye V. más que quiere. A mí déjeme V. de cuentos ¿eh? No
nací en el año de los tontos.
--Y el que está más chiflado de todos,--advirtió Laín haciéndose el
desentendido,--es el bueno de Don Gaspar. Ese ya, guillati por
completo. Ha vuelto á la infancia. Tendremos que ponerle ama de cría, ó
al menos niñera. Eso quiere y por eso suspira; y anda buscando robarle á
V. la que V. escogió para su chico. Hablo formal; tan cierto como me
llamo Nicanor, que le tenemos vuelto tarumba por su doncella de V., por
la Esclava ó como se llame. Ningún rapaz de veinte se enamoraría tan
fuerte de ella; estoy seguro de que á Rogelín no le entró así, home.
Al nombre de Rogelio, y sobre todo al percibir el tono en que lo
pronunciaba Candás, la madre se estremeció, dejando caer en el regazo la
calceta.
--Lo de Rogelín,--continuó con la misma bonachonería el sordo,--es tan
natural en un rapaz, que sería para hacerse cruces si no sucediese.
Claro: una mujer agraciada de veinticinco, y mimosina; un rapaz de
veinte... ¿qué había de pasar, señores? Que hoy te miro, que mañana te
toco... que el cariñín en el pasillo, que el retozo en la antesala...
Rapazadas que se caen de suyo.
La señora saltaba en el asiento lo mismo que un muñeco de resorte.
--¿V. sabe lo que está diciendo?--exclamaba.--¿Le parece á V. bien
lanzar esas cosas tan serias _porque sí_, sin prueba ni fundamento
ninguno? ¿No hay más que echar la lengua á paseo y caiga el que caiga?
Rogelio... ¡infeliz criatura! ¡que no es capaz de semejantes trastadas
en casa de su madre!...
--Bueno, si yo comprendo que V. le dé poca importancia y lo meta á risa,
porque son demoniuras que la edad las trae consigo...; y por eso, cuando
el otro día los pillé en la antesala muy entretenidos, hechos un
caramelo, díjeles para mi saco: «Eso, niñines, á divertirse, que es ley
de Dios.» Pero si pienso en el otro estafermo, con sus ochenta del pico,
todo derretido en babas...: home, le bajaría los calzones y le daría una
mano de azotes en el tafanario, por archimemo.
¡A doña Aurora sí que se le pasaban ganas vivísimas de ejecutar la misma
operación con el empecatado sordo! ¡Contar aquellas enormidades, y
contarlas de aquel modo traidor, que ni daba lugar á rectificaciones,
porque con la farsa de la sordera podía decir cuanto se le antojase, sin
atender á las razones en contra, ni aun á los mentís! Era para
envenenarse la sangre de rabia... Era una burla supina, descarada,
insufrible. ¿Y ella había de aguantarla? Eso sí que no. La bilis de la
señora de Pardiñas se alborotaba: la sangre le hervía en las venas.
«Sordo infame, sordo de mentirijillas, revoltoso y chismoso de verdad,
raposa malvada y astuta, ahora te lo diré de misas.» Levantóse del
sillón, y acercándose rápidamente á Laín Calvo, le metió la mano, con la
destreza de un tomador de oficio, en el bolsillo del gabán, sacando el
estuche que contenía la trompetilla. Y antes que el sorprendido Fiscal
pudiese evitar el ataque, doña Aurora había sacado el cañuto de plata
encajándolo en el conducto auditivo del asturiano, acercado la boca y
gritado con toda su fuerza:
--Para mí póngase V. siempre la trompetilla, ó si no determínese á oir
lo que le contesto. Eso de Rogelio y Esclava lo inventa V. con su
maliciota condenada, ¿oye? Mi niño no seduce á las criadas de la casa de
su madre, ¿oye? La gente no anda tan suelta ni tan descarada como V. la
pinta, ¿oye, oye? Y las personas decentes se diferencian ¿oye? de los
pillos. Y yo no soy tan borrica ¿oye bien? que si semejantes cosazas me
pasasen por delante de las narices las fuese á consentir. Y á mí me
gusta poco la gente maligna ¿oye? porque siempre echo la cuenta ¿oye?
«Piensa el ladrón que todos lo son.»
Acabada la filípica, la señora se dejó caer toda sofocada y nerviosa en
el sofá: y el astur, llevándose ambas manos á su amarillenta calva,
exclamó con acento dolorido:
--Carapuche, Aurorina... Me ha roto el tímpano... Con otra como ésta me
deja sordo.


XIX

Pero apenas el truhán de Laín Calvo se hubo ido, y calmádose un poco la
indignación y la cólera dando lugar á la reflexión, doña Aurora,
ejecutando su movimiento favorito de rascarse el moño con una aguja de
la calceta, llegó á formular categóricamente el indefectible «¿por qué
no?» de todas las desconfianzas. Sin necesidad de gran perspicacia, sin
poseer la aguda malicia del Fiscal, con sólo las nociones más
elementales del sentido común, bien podía venirse á la memoria é
imponerse al entendimiento todo aquello de «el fuego junto á la
estopa...», con lo otro de «entre santa y santo...», etcétera. Y por una
serie natural de razonamientos, propios de su buen sentido, llegó la
señora á caer en el extremo contrario á su primer impulso, acusándose de
confiada en demasía, de necia y simple, porque ni una sola vez se le
había ocurrido la posibilidad y aun la probabilidad de cosa tan obvia,
hasta que se la indicara una persona maliciosa y extraña, cuando ella
tenía obligación de precaverla á tiempo. «Las mamás padecemos esta
pícara manía, de pensar que los niños siempre han de ser niños... y los
años vuelan, y ellos llegan á hombres, y el bigote no nos pide permiso
para crecer... Cuando no creemos que siguen siendo chiquillos, damos en
figurarnos que ya son viejos y formales como nosotros..., otro
imposible, otra bobada... La edad pide lo suyo, y es una majadería no
sospecharlo siquiera... Lo malo aquí es que tenemos al enemigo en la
plaza. ¡Y lo he metido yo misma! Nada, le abrí la puerta y le
dije:--Pase V. Sobre que la situación es poco decente, desairadísima
para mí, he duplicado el peligro y la gravedad de todas las
consecuencias que pueden sobrevenir... ¡y tanto como pueden! Ello es que
yo no esperé nunca que Rogelio fuese toda, toda la vida un santo; pero
esto... así, á domicilio...»
Otra rascadura en el moño le sugería el contrapeso lógico de tales
reflexiones. «Es muy creíble que el tiñoso del viejo haya calumniado,
por el gusto de calumniar, á mi nene y á la pobre Esclava. Yo no tengo
tan mal ojo para conocer á las pájaras de cuenta, y Esclava me gustó, me
llenó precisamente por su tipo formal y modesto. Verdad que los
antecedentes de familia no la abonan, y que tiene mala sangre por los
cuatro costados; pero eso... en eso se lleva uno chascos grandísimos: la
gente no es como los pimientos, que salen gordos ó ruines según la
semilla. Nada, aquí no tenemos sino un caminito que seguir. Observar, no
dormirnos y procurar que el muchacho se distraiga por ahí fuera. Según
lo que vaya pescando, así haré. Yo no voy á cometer la barbaridad de
echar á la chica de buenas á primeras. Si todo ello resultase paparrucha
de Don Nicanor, sería un cargo de alma. Y si es verdad, podía
alborotárseme el chico... y tendríamos una... Estas primeras chifladuras
y tonterías de los rapaces les entran muy fuerte. Andarse con tiento.
Aurora, figúrate que eres de policía y que te mandan seguir la pista de
un crimen... Ojo alerta, calma y mala intención.»
Ningún programa se cumplió más al pié de la letra. Dedicóse la señora
desde aquel mismo instante á reparar el tiempo perdido: tan confiada y
noblota como fué antes de concebir recelo alguno, tan suspicaz y
escamona se volvió desde que la sospecha vino á hacerle cosquillas con
sus dedos rápidos y fríos. Espiaba con destreza y con un sosiego
perfecto, sin dejar salir al exterior las preocupaciones del ánimo. En
toda mujer, en la más sencilla y franca, hay un polizonte en germen; los
hábitos de disimulo contraídos desde la niñez les hacen fácil el oficio.
Para no alarmar ni poner sobre aviso, discurrió doña Aurora no vigilar á
los dos presuntos culpables, sino á uno solo: porque si éste comunicaba
al otro sus temores respecto al espionaje, el otro los disiparía
asegurando no haber notado cosa alguna que alarmar debiese. Y en efecto,
en el presente caso no puede negarse que, vigilada Esclavitud, sobraba
atisbar á Rogelio. Así se practicó. La señora, usando de un derecho
indiscutible, estudió minuto por minuto las acciones, pasos y
movimientos de su criada. Supo á qué hora se despertaba; qué hacía
después de levantarse; cuántas veces y con qué fin entraba en el cuarto
de Rogelio; en qué empleaba la tarde; á qué se dedicaba mientras duraba
la tertulia; cuándo se recogía y en qué momento soplaba la luz.
Y,--preciso es confesarlo,--al pronto el resultado de estas
averiguaciones fué completamente negativo. Esclavitud, no bien salía de
su cuarto, se consagraba como siempre á los chocolates, y después á su
aseo personal, sin acicalarse ni hacerse esos moños de figura de
sorbete, único lujo de las domésticas madrileñas. Para arreglar y asear
las habitaciones de Rogelio, despachito y alcoba, escogía las horas que
el estudiante pasaba en clase, ó en paseo: nunca iba estando él.
Esclavitud no salía los domingos sino á misa; por consiguiente, tampoco
veía á Rogelio fuera de casa. Durante la tertulia, Rogelio no se movía
de su rincón del sofá, ni la muchacha abandonaba su cesta de repaso,
excepto para abrir la puerta. Y las noches, en que á no venir algún
estudiante amigote de Rogelio, éste leía periódicos ó salía á los
teatrillos á ver una pieza, Esclavitud se las pasaba en su cuarto,
cosiéndose su propia ropa, ó dedicándose á faenas análogas. Nada se
descubría que pudiese dar pábulo á ciertos recelos, y la señora se
dormiría tranquilamente, si sus condiciones de observadora fuesen más
vulgares.
Pero no era ella mujer á quien se le pasasen por alto varias cosillas
insignificantes en apariencia, y en realidad muy significativas y aun
escamativas para una mamá avispada; cabos sueltos tras los cuales suele
salir toda una madeja larga y enredadísima. Estos indicios, señales ó
guiones para las pesquisas de la celosa madre, eran del género
siguiente. A la hora de almorzar, al traer Esclava las píldoras ó el
jarabe ferruginoso, al presentar á Rogelio sus manjares preferidos,
establecíase alguna vez (y que no se lo negasen á doña Aurora, que ella
bien lo había guipado) un trueque de miradas lánguidas de _carnero á
medio morir_, ó encendidas y chispeantes. Al llamar el estudiante á la
campanilla y levantarse Esclavitud para abrir la puerta, la muchacha
mostraba un apresuramiento que estaba muy lejos de manifestar cuando
tiraban del cordón los vejestorios tertulianos; es evidente que conocía
al señorito en el modo de llamar y hasta de subir las escaleras. Si
Esclavitud planchaba ropa de Rogelio, hacíalo con primor y esmero muy
especiales; y este mismo síntoma podía advertirse en el arreglo de la
habitación y en el servicio de la mesa. Algunas noches, al salir de casa
Rogelio, la muchacha le esperaba en el pasillo, y trocaban breves
frases, pero en voz tan baja que no podía oirse el diálogo: esto mismo
ocurría por la mañana al regresar de clase, y siempre que no estuviese
en la antesala doña Aurora. Por último, y este indicio era de los más
elocuentes, Rogelio se había resistido dos ó tres veces á acompañar á su
madre para salir, y aunque por fin cedía, iba asaz mohino y con las
orejas gachas.
Ni más ni menos que esto percibió la señora: ello bastaba y aun sobraba
quizá para tenerla en ascuas ó inspirarla deseos de resolver del mejor
modo posible aquella ambigua situación y desenredar la madejita, que
amenazaba ser con el tiempo un enredo de dos mil diablos. No se atrevía
á moverse de casa por no facilitar ocasiones peligrosas; pero esto puede
hacerse un día, dos, tres; no prolongarse todo un invierno, á menos de
criar moho. Rogelio había manifestado ya repetidas veces gran extrañeza
viendo suprimidas las correrías matinales en simón. «Máter, estamos
abocados á presenciar graves trastornos si continúa tu retraimiento y
sigues desdeñando á las áureas carrozas que al pié de los muros de
nuestro palacio esperan que te recuestes muellemente en sus recamadas
alcatifas para dedicarte á tus matutinos quehaceres. Prepárase imponente
manifestación en que tomarán parte diez mil Faetontes de punto;
pronunciáranse discursos en la dulce lengua del trovador Macías y en la
jerga elocuente del duque Pelayo. Tienen pedida la palabra Martín el
Buloniu y José el Cabaleiro. El Gobierno ha adoptado precauciones, y el
duelo se despedirá en la taberna.»
Los tertulianos, informados del retraimiento de la señora, también se
creían obligados á soltar su discurso de higiene. «Amiga doña Aurora, no
hay que apoltronarse. Cuidadito con criar humores, que después dan que
sentir. Míreme V. á mí: la salud de que gozo y la buena disposición en
que me encuentro, las debo á mi costumbre de que no pase día sin salir y
sin andar á pié regulares distancias. Menos de una legüecita, no se
esparce la sangre. Yo, desde que me rompí el hueso, ando más.» Estos
consejos eran del excelente Nuño Rasura. «Muy conveniente considero el
ejercicio», añadía el señor de Rojas, con su sentenciosa formalidad de
costumbre, «para el cuerpo, y si Vds. me apuran, para el alma. Andando,
se distrae... vamos, el espíritu. No hay como un paseíto, y si uno se
aburre, lo mejor que puede hacer es contar las piedras, los árboles ó
los números de las casas.» A doña Aurora, tales advertencias acababan
por sacarla de tino. «Es monomanía la que tiene todo el mundo de
aconsejar y de cuidarle á uno, sin saber ni lo que le conviene ni dónde
le aprieta á uno el zapato. Estos señores parece que se empeñan en que
aquí suceda... lo que no debe suceder. Vaya, con razón dice aquel
truchimán de Don Nicanor que están en Babia todos ellos.»
No obstante, doña Aurora iba persuadiéndose de que la encerrona era
insostenible, y la irritaba pensar que tal vez se tomaba un trabajo
excusado, porque la inclinación de los muchachos no llegaba á extremo
que justificase tantas precauciones; y de llegar, el impedirles que se
viesen á solas era como poner puertas al campo. Ocurriósele entonces un
expediente para salir de dudas y medir la magnitud del riesgo. Mandó
fabricar secretamente un llavín para la puerta de su piso; y ya provista
de él, salió á la calle de mañana en uno de sus trenes, el de Martín por
más señas; y despidiéndolo al poco rato, volvió á su casa á pié, abrió
sin hacer ruido, y se dirigió, pisando blandamente, al cuarto-leonera,
donde supuso que debía encontrarse Esclavitud. Así era. La halló
haciendo labor, como de costumbre, tranquila, con el aire reconcentrado
y pensativo que la caracterizaba.
--¿Dónde está el señorito?--preguntó doña Aurora de súbito, sin dar
tiempo para que la Esclava adoptase precaución alguna.
Y la criada, alzando el rostro sereno, ó más bien melancólico,
respondió:
--Me parece que estudiando en su cuarto ¿Cómo entró, señora? No he
sentido la campanilla.
--Es que salía Fausta--explicó doña Aurora atropelladamente, cogida en
el garlito lo mismo que si fuese ella la culpable. Hasta sintió
encendérsele los carrillos. ¡Aquello era lo que se llama un parchazo!
¡Tantos misterios y tantos preparativos de llavín, para encontrarse con
que en casa no sucedía nada de particular, y que cuando pensó sorprender
un pecaminoso coloquio, sólo encontraba la calma y el orden! Y sin
embargo, no se convencía, no señor: que se convenciese el diablo. «¿Será
esta chica más lagarta de lo que me figuro? ¿Me estará envolviendo sin
yo pensarlo? ¿Se reirán de mí los dos? Porque las miraditas y los
coloquios al entrar y salir, y las pocas ganas que tiene mi niño de
echarse á la calle... eso no me lo quita nadie de aquí; lo he visto, y
lo que veo... nada, que lo veo, y ya pueden predicarme después frailes
descalzos. Con salirme fallida esta emboscada, en vez de sosegarme creo
me voy sobresaltando muchísimo más. No, pues yo no me dejo meter el dedo
en la boca. Para defender á mi hijo, todos los medios humanos he de
apurar; á mí no me cogen desprevenida: por si ó por no... Me da miedo
esta muchacha. La veo yo así..., no sé cómo, pero no me gusta. Tiene un
carácter muy de allá, que todo se lo guarda, y no hay nunca seguridad
con ella, porque no se descubre. Pues á pillo, pillo y medio. Deja,
deja, que yo te buscaré la salida; y ha de ser salida decorosa, sin que
te puedas quejar; al contrario, has de tener que darte por satisfecha.
Y ahora..., un clavo saca otro clavo, los rapaces son rapaces... Voy á
proporcionarle entretenimiento á Rogeliño. Voy á darte una rival... y
bien bonita. Espérate, rapaza...: contra treta, retreta; ya encontré
quien ha de desbancarte.»


XX

Y en efecto, ni veinticuatro horas tardó la madre en arreglarle á su
hijo una entrevista con la rival de Esclavitud. El punto de cita fué en
la propia morada de la susodicha rival, morada obscura y que olía
medianamente, como suelen oler todas las habitaciones de gente de su
laya; por lo cual, para que Rogelio se enterase bien del talle y porte
de su nuevo quebradero de cabeza, hubo que sacarle al patio sin ningún
artificio de coquetería, y aun pudiéramos decir que en estado de casi
total desnudez, pues no cubría sus esbeltas formas sino una manta vieja
que el dueño del taller de coches, Agustín Cuero, se apresuró á levantar
á fin de que nada velase sus encantos.
Era una monada de jaca andaluza, alazana con cabes negros, de cabeza
chica y enjuta, de nerviosos remos, de lucio y acopado casco, de pelo
irisado á fuerza de estar brillante, de entreabiertas fosas nasales más
suaves que la seda, de ojo lleno de fuego y dulzura; joven, leal,
gallarda, animosa; un animal de esos que honran á la raza caballar
española con la hermosura de su estampa y la inteligente generosidad de
su carácter. Agustín Cuero no le escaseó elogios hiperbólicos, fingiendo
que se enternecía al desprenderse de tan rica pieza.
--Le aseguro á la señora que otra más bonita no se pasea hoy por la
Castellana. No tiene una maca siquiera. Y es una santa, es una seda, la
maneja un niño de pecho. Con toda la sangre que le sobra, no es capaz de
una mala partida. Así es que un hombre le toma ley, vamos, y parece que
cuando uno la vende es como si se le llevasen á alguien, es un decir, de
la familia.
--Sí--respondió la señora metiéndose á chalana--pero también no me
negará V. que esta clase de caballos no está ahora de moda. Los
elegantes tienen una legua de pescuezo y son de figura de mondadientes.
--Bueno, los ingleses...; una moda _redícula_, como muchas que hay; y
esos son para ciertos señoritos y con ciertas circunstancias... pues.
Para el Hipódromo y esas farsas. Una jaca como la que está viendo la
señora siempre tendrá partido. Bien emperrado que anda el _Baraterín_ en
comprármela; en pleito estamos porque no quiere llegar al precio que yo
le pongo. Ahí el señorito podrá decirlo.
--Es verdad, mamá--afirmó Rogelio mientras halagaba el anca de raso del
simpático animal.--Soy testigo. Agustín le pidió lo mismo que á ti, y
el torero la dejó quedar por diferencia de dos onzas, y está chalado por
ella. La anda rondando; ¡le hace más visitas!
--Pues que no la ronde, que es tuya--exclamó la mamá decisivamente,
recreándose en ver el rostro extático de su hijo, que al oir esta
palabra divina, con un impulso de esos que no se calculan, echó los
brazos al cuello de la jaca, y le plantó un achuchón completo en el
hocico negro y suave.
Convenido ya el precio y la hora de cobrarlo, doña Aurora indicó algo
sobre el cuidado de la jaca, proponiendo á Agustín dejársela en
pupilaje; pero Rogelio, excitado, casi convulso de felicidad, no
permitía hablar á nadie, ni tomar resolución alguna. «Tú no sabes,
mamá... Yo me encargo de eso, déjame á mí... Sí que he de pasarme yo un
día solo sin enterarme de cómo anda la jaquita mía... Todas las mañanas
y todas las tardes la he de ver á la señora jaca... Te digo que lo dejes
de mi cuenta...» Acabó doña Aurora por acceder y otorgarle plenas
facultades. «Bien, pues allá tú...» Cuando se trató de poner nombre á la
jaca, el muchacho, sonriendo, murmuró: «La llamaré Suriña».
Los afectos cardinales del alma humana dictan á veces rasgos de
maravillosa inspiración: la señora había comprendido, iluminada por el
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - Insolación y Morriña (Dos historias amorosas) - 17
  • Parts
  • Insolación y Morriña (Dos historias amorosas) - 01
    Total number of words is 4675
    Total number of unique words is 1789
    32.3 of words are in the 2000 most common words
    43.4 of words are in the 5000 most common words
    50.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Insolación y Morriña (Dos historias amorosas) - 02
    Total number of words is 4901
    Total number of unique words is 1832
    30.5 of words are in the 2000 most common words
    42.0 of words are in the 5000 most common words
    48.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Insolación y Morriña (Dos historias amorosas) - 03
    Total number of words is 4916
    Total number of unique words is 1885
    29.4 of words are in the 2000 most common words
    39.2 of words are in the 5000 most common words
    44.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Insolación y Morriña (Dos historias amorosas) - 04
    Total number of words is 4887
    Total number of unique words is 1868
    32.0 of words are in the 2000 most common words
    44.3 of words are in the 5000 most common words
    51.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Insolación y Morriña (Dos historias amorosas) - 05
    Total number of words is 4786
    Total number of unique words is 1888
    30.4 of words are in the 2000 most common words
    44.1 of words are in the 5000 most common words
    50.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Insolación y Morriña (Dos historias amorosas) - 06
    Total number of words is 4804
    Total number of unique words is 1734
    32.5 of words are in the 2000 most common words
    45.4 of words are in the 5000 most common words
    51.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Insolación y Morriña (Dos historias amorosas) - 07
    Total number of words is 4830
    Total number of unique words is 1862
    31.2 of words are in the 2000 most common words
    44.8 of words are in the 5000 most common words
    51.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Insolación y Morriña (Dos historias amorosas) - 08
    Total number of words is 4710
    Total number of unique words is 1952
    27.5 of words are in the 2000 most common words
    39.1 of words are in the 5000 most common words
    45.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Insolación y Morriña (Dos historias amorosas) - 09
    Total number of words is 4727
    Total number of unique words is 1924
    29.7 of words are in the 2000 most common words
    42.2 of words are in the 5000 most common words
    49.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Insolación y Morriña (Dos historias amorosas) - 10
    Total number of words is 4793
    Total number of unique words is 1917
    30.5 of words are in the 2000 most common words
    42.4 of words are in the 5000 most common words
    48.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Insolación y Morriña (Dos historias amorosas) - 11
    Total number of words is 4796
    Total number of unique words is 1782
    31.8 of words are in the 2000 most common words
    45.1 of words are in the 5000 most common words
    52.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Insolación y Morriña (Dos historias amorosas) - 12
    Total number of words is 4851
    Total number of unique words is 1823
    32.5 of words are in the 2000 most common words
    45.1 of words are in the 5000 most common words
    51.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Insolación y Morriña (Dos historias amorosas) - 13
    Total number of words is 4810
    Total number of unique words is 1873
    29.7 of words are in the 2000 most common words
    43.3 of words are in the 5000 most common words
    49.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Insolación y Morriña (Dos historias amorosas) - 14
    Total number of words is 4795
    Total number of unique words is 1762
    32.7 of words are in the 2000 most common words
    45.6 of words are in the 5000 most common words
    51.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Insolación y Morriña (Dos historias amorosas) - 15
    Total number of words is 4881
    Total number of unique words is 1769
    32.3 of words are in the 2000 most common words
    45.8 of words are in the 5000 most common words
    51.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Insolación y Morriña (Dos historias amorosas) - 16
    Total number of words is 4926
    Total number of unique words is 1790
    32.0 of words are in the 2000 most common words
    43.9 of words are in the 5000 most common words
    50.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Insolación y Morriña (Dos historias amorosas) - 17
    Total number of words is 4862
    Total number of unique words is 1788
    33.1 of words are in the 2000 most common words
    47.8 of words are in the 5000 most common words
    55.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Insolación y Morriña (Dos historias amorosas) - 18
    Total number of words is 2282
    Total number of unique words is 975
    38.0 of words are in the 2000 most common words
    49.5 of words are in the 5000 most common words
    55.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.