Historia de la literatura y del arte dramático en España, tomo I - 09

Total number of words is 4636
Total number of unique words is 1566
32.3 of words are in the 2000 most common words
45.5 of words are in the 5000 most common words
53.1 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
cualquier país ó idioma. Podría acaso creerse, que, como tantas otras
obras posteriores de la misma especie, es sólo la descripción ó
explicación de algún cuadro. Basta replicar á esto, que hasta ahora no
hay noticia alguna de haberse encontrado en España obras artísticas de
esa especie, y que la poesía, de que hablamos, no hace especial alusión
á ellas. Más naturalmente se explica su sentido suponiendo que fuese
escrita para una procesión mímico-religiosa[182], de las que sin disputa
dieron la primera idea para las representaciones simbólicas de las
danzas de los muertos. Diferénciase, sin embargo, la nuestra de las
demás composiciones semejantes, en que no se alude á la fragilidad de la
vida humana, mirada bajo un punto de vista fantástico, con rasgos
groseros y burlescos, sino al contrario, usando generalmente de un
estilo religioso tan grave como solemne; va precedida de un corto
prólogo en prosa, que reasume en pocas palabras el contenido de la
composición. Después dirige la muerte una exhortación á todos los
mortales, y un predicador los excita á vivir con arreglo á los preceptos
de la virtud; luego invita otra vez la muerte á los hijos de la tierra á
la danza inevitable, y comienza ésta con dos mujeres. Sigue después la
de todos los estados, según su categoría (papa, cardenales, patriarcas,
reyes, obispos, señores eclesiásticos y seculares, monjes, sacerdotes, y
así sucesivamente hasta los traficantes y labradores), y la muerte
convida al baile en cada estrofa al que toca en el orden de la serie, y
en la inmediata deplora su suerte el invitado. Al concluir expresan los
mortales su devoción y piadosos propósitos. La índole de esta
composición hace presumir que se representaba con canto, recitado, baile
y música instrumental, formando todo un conjunto homogéneo. Los versos
son duodecasílabos, y cada estrofa se compone de ocho versos.
D. Pedro González de Mendoza, uno de los más ilustres caballeros de la
época de D. Pedro el Cruel, aunque partidario de D. Enrique de
Trastamara, escribió también, según refiere su nieto el célebre marqués
de Santillana, además de otras poesías, cantares escénicos, plautinos y
terencianos, y villancicos y serranas[183].
En el último decenio del siglo XIV, que comprende los breves y sucesivos
reinados de Enrique II, Juan I y Enrique III, tomó una nueva faz la
poesía castellana, pues la artística, esforzándose en perfeccionarse,
propendió á la elegancia externa, á pulir sus expresiones y á emplear
combinaciones métricas artificiosas; inclinóse á la cavilosidad, á
discurrir sutilmente sobre asuntos amorosos, á los juegos de ideas y
palabras, á la alegoría y á la erudición. Verdad es que en obras
anteriores se notan ya en parte estos síntomas aislados de decadencia,
pero entonces llegaron á ser el principio vital de toda composición, y
casi todos aspiraron á superar á la poesía popular. Debemos considerar
al marqués de Villena[184] como al más antiguo maestro de este género,
pues su larga vida alcanza hasta el siglo XV y comprende parte del XIV.
Este hombre distinguido, enlazado con las dinastías reinantes de
Castilla y Aragón, y de gran influjo en ambos paises, se aprovechó de
ella para favorecer en cuanto le fué dable el desarrollo del arte,
restaurando en Barcelona la Academia instituída á imitación de la de
juegos florales de Tolosa, y fundando otra análoga en Castilla. Entre
las obras, que enriquecieron á la literatura española de esta época,
cuéntanse las traducciones de Virgilio y del Dante, y una titulada _Los
trabajos de Hércules_, de la cual no se sabe con certeza si estaba
escrita en verso, ó si era sólo un drama mitológico en prosa. Todas
ellas debieron existir en tiempo de Mariana[185], y desaparecieron
después juntamente con un drama alegórico (pérdida sensible para
nosotros), compuesto por el marqués de Villena para las fiestas que se
celebraron en 1414, con motivo del advenimiento de Fernando de Castilla
al trono de Aragón[186]. Según asegura el cronista Gonzalo García de
Santa María, los personajes de esta última eran la Justicia, la Verdad,
la Paz y la Misericordia, y fué representada en Zaragoza, ante una
escogida concurrencia[187]. Zurita sólo habla en general de los
espectáculos y _entremeses_, con que se solemnizó la fiesta de la
coronación, debiendo advertirse que la palabra _entremés_ no tiene en
sus labios la significación estricta que alcanzó después[188].
La subida de D. Fernando al trono de Aragón, forma la época en que las
costumbres, idioma y poesía castellana comenzaron á arraigarse más y más
en la corte de Zaragoza, y á decaer el arte de los cantores provenzales,
que tanto tiempo floreciera en ella. Más celo mostró Valencia en
conservar la importancia literaria de su dialecto provenzal, y según un
dato inserto en las _Noticias sobre el teatro de Valencia_, de Luis
Lamarca, se representó allí en el año de 1394, una comedia en dialecto
provenzal, que, con el título de _Le home enamorat y la fembra
satisfeta_, había escrito Mosén Domingo Maspons. Mientras tanto había
empuñado el cetro de la inmediata Castilla el joven Juan II (que reinó
de 1406 á 1454), mostrando desde luego la más decidida afición, no sólo
al lujo y á los espectáculos pomposos, sino también á los más nobles
solaces del arte y de la poesía. Esta inclinación creció y maduró con
los años, y llenó su reinado, no exento de crítica por otra parte, con
fama que resonó á lo lejos, convirtiendo á la corte de Valladolid en
teatro de suntuosas fiestas, y en foco de refinadas y espirituales
costumbres. Si por una parte recreaban la vista brillantes procesiones,
torneos y juegos caballerescos, fomentaban por otra la pasión á más
nobles placeres la música, el canto y la poesía. El mismo rey se
solazaba con los poetas[189], y lo cercaba siempre buen número de ellos,
entre los cuales se contaban los principales nobles y magnates del
reino. Brillaban en ella, al lado del marqués de Villena, ya citado, el
marqués de Santillana, Juan de Mena, Gómez Manrique y otros muchos
caballeros y señores, cuyas obras se reunieron en el _Cancionero de
Baena_, y pasaron luego en parte al _Cancionero general_. Todos ellos
evitaban deliberadamente lo popular, y preferían la poesía erudita, lo
cual explica que encontremos en sus obras pobres sentencias y prosáicos
silogismos, en vez de la expresión espontánea del sentimiento, y
manoseadas frases en vez de verdadera pasión. El lenguaje del corazón
cedió su puesto al afán de causar efecto; se torturó trabajosamente la
rima para componer obras poético-artísticas, y la antigua sencillez y
naturalidad se trocó en adornos retóricos y amplificadas alegorías.
El espíritu dominante en la corte de Juan II no era sin duda favorable á
que se apreciasen y perfeccionasen los orígenes populares del drama.
Estos señores ilustrados creían conservar incólume la nobleza de la
poesía, ahondando á porfía el abismo, que separaba á la erudita de la
popular. Entre los innumerables juegos y diversiones, que recrearon á la
corte del rey, se mencionan también algunas representaciones dramáticas.
Un cronista de este tiempo dice, entre otras cosas, lo siguiente: «El
rey hizo gran fiesta á la reina, y en tanto que en Soria estuvo, se
hicieron grandes fiestas, donde salieron los caballeros ricamente
abillados é despues de aquellos se hicieron danzas é _momos_[190].»
Añade después, que en el año 1440 fueron á Logroño el conde de Haro, el
marqués de Santillana y el obispo de Burgos, para recibir y acompañar á
la infanta Doña Blanca, esposa del príncipe D. Enrique, y á su madre la
reina de Navarra, y que el conde de Haro hizo en Briviesca muchas
fiestas en honor de estas damas, y entre ellas, _momos_, toros y
torneos[191]. Pero estos espectáculos fueron acaso de la misma índole
que los populares más antiguos, ó si algún poeta de la clase más elevada
se dignó componer un drama, hubo de evitar con cuidado que fuese de
aquéllos, y en tal caso, sus obras serían de las que pasaron sin dejar
durable huella. Sin embargo, se sabe muy poco de la existencia de este
linaje de composiciones. La única de la época de Don Juan II, que merece
mención bajo este aspecto, es la _Comedieta de Ponza_, del marqués de
Santillana[192]. Su título, al menos, parece indicar un drama, aunque no
se sepa con certeza la significación, que le dió su autor, pues de su
dedicatoria á Doña Violante de Prados, condesa de Módica y Cabrera, sólo
se deduce que eran harto confusas y embrolladas sus nociones acerca de
los diversos géneros de poesía. Dice en ella que ha puesto á su
composición el nombre de _comedieta_, atendiendo á los tres diversos
nombres de tragedias, sátiras y comedias, que dan los poetas á esta
clase de obras: que tragedia es la poesía que refiere la caída de
grandes reyes y príncipes, como Hércules, Priamo, Agamenón y otros, cuya
vida fué tranquila al principio y en su mediación, pero que al fin
terminó tristemente, como se ve en las tragedias de Séneca el Joven y en
el libro de Bocaccio, titulado _De casibus virorum illustrium_: que
sátira se llama la que escribe el poeta con el nombre de sátiro,
criticando con calor los vicios y alabando la virtud; y que se denomina
comedia la que trata de aquellos hombres, que comenzaron á vivir con
trabajos, y después hasta su muerte fueron dichosos, como las escritas
por Terencio y por el Dante en su libro, en el cual cuenta haber visto
primero los dolores y sufrimientos del infierno, después el purgatorio,
y por último muy contento y feliz el paraíso. Basta leer la _Comedieta
de Ponza_ para deducir que no se destinó á la representación, aunque por
su fondo y por su forma dialogada se acerque mucho á lo que apellidamos
drama. Refiérese á la batalla naval, que se dió en 25 de agosto de 1435,
cerca de la isla de Ponza, entre los genoveses y los reyes de Aragón y
de Navarra, y terminó con la derrota y cautiverio de los últimos[193].
Comienza el poeta con una breve introducción alusiva á la instabilidad
de las cosas humanas, y después de una invocación á Júpiter y á las
musas, dice que un día oscuro de Otoño le sobrecogió el sueño en un
paraje desierto, y que á poco llegaron á sus oidos voces dolientes, como
de personas que lloraban, y lo despertaron, apareciéndosele cuatro damas
coronadas, profundamente afligidas. Eran la reina madre Doña Leonor, las
reinas de Aragón y Navarra, y la infanta Doña Catalina. Detrás de ellas
venía el poeta Bocaccio, ceñida su frente de laurel. Las augustas
señoras deploran después sucesivamente la malhadada batalla naval, y
Doña Leonor excita á Bocaccio á cantar sus penas, ya que no era posible
encontrar asunto más trágico y lúgubre. Este replica en italiano, y
aquella prosigue describiendo primero su antigua dicha, y los tristes
presentimientos y visiones que luego le afligieron, presagios de la
desgracia que le amenazaba. Lee después una carta, que refiere
prolijamente la lucha de genoveses y españoles, y concluye diciendo que
toda la armada española, con sus reyes, príncipes y grandes, había caído
en poder de los enemigos. La reina madre, vencida por el dolor, cae
muerta en tierra, y las demás se arrojan sollozando sobre ella. Entonces
se aparece la Fortuna, y las consuela en su aflicción exponiéndoles los
cambios de la suerte, que produce, demuestra en un largo discurso que
ninguna desdicha humana es eterna, y anuncia que los reyes serán puestos
pronto en libertad. Por último, ve el poeta ante sí á estos señores, ya
de vuelta; acompaña en su alegría á las princesas, y acaba con un
epílogo en su nombre, que es de lo mejor de aquel tiempo, y lleno de
bellezas verdaderamente poéticas, no obstante adolecer de los defectos
generales de la poesía erudita de su tiempo.
En el _Corbacho_ del Arcipreste de Talavera, escritor de aquel periodo,
se habla de la representación de _La Pasión_ en la iglesia del Carmen.
Pero si en el reinado de D. Juan II hay escasez de datos relativos á la
historia del teatro, es todavía mayor la que se observa en los años
siguientes. La irresolución y las dolencias de Enrique IV, la conducta
disipada de la reina, las discordias de ambos cónyuges, y las
consiguientes parcialidades de los grandes, convirtieron á la corte y al
reino en un teatro de anarquía, en el cual apenas tenían cabida la
ilustración y la cultura. Las artes pacíficas no encontraron poderosos
estímulos en el carácter sombrío del soberano, y de este modo nos
explicamos la melancolía que inspiraba al poeta Jorge Manrique, que
vivió lo bastante para ver tan tristes días, cuando, al recordar la
espléndida corte de D. Juan II, se expresa así:
«¿Qué se hizo el rey Don Juan?
Los infantes de Aragón
¿Qué se hicieron?
¿Qué fué de tanto galán,
Qué fué de tanta invención
Como truxeron?
Las justas y los torneos,
Paramentos, bordaduras
y cimeras,
¿Fueron sino devaneos?
¿Qué fueron sino verduras
De las eras?
¿Qué se hicieron las damas,
Sus tocados, sus vestidos,
Sus olores?
¿Qué se hicieron las llamas
De los fuegos encendidos
De amadores?
¿Qué se hizo aquel trovar,
Las músicas acordadas
Que tañían?
¿Qué se hizo aquel danzar,
Aquellas ropas chapadas
Que traían?»
Las estrofas conocidas con el nombre de _Mingo Revulgo_, en las cuales
Rodrigo de Cota el Viejo, poeta de Toledo, trazó una descripción de la
corte de Enrique IV, casi no tienen de dramático más que el
diálogo[194]. Más importante, sin duda, que esta mezcla extraña de
sátira é idilio es para nosotros una delicada conversación en verso, que
se halla en el _Cancionero general_, y se atribuye á este mismo autor,
pues, según indica su título, se había destinado á la representación
hasta con cierto aparato escénico[195]. Toda la acción de esta
piececilla consiste en una disputa entre el Amor y un Viejo, en la cual
sucumbe éste.
Y ya que hablamos del _Cancionero general_[196], mencionaremos también
las restantes composiciones en diálogo, que contiene. Hay dos ingeniosas
escritas por Alonso de Cartagena, la una entre el Amor y un Enamorado, y
la otra entre los Ojos y el Corazón[197]. La de Puerto Carrero[198]
ofrece ya más personajes, y la del Comendador Escriva, por último, en
que aparece el Autor, su Amada, el Amor, la Esperanza y el Corazón
hablando entre sí, merece ya el nombre de pequeño drama alegórico[199].
Estas composiciones no pueden atribuirse con certeza á la época de
Enrique IV, puesto que el autor del _Cancionero_ las ha compilado
también de los decenios siguientes, y del tiempo de Juan II, y sólo hace
alguna que otra indicación aislada acerca del período en que se
escribieron.
Proseguían mientras tanto en las iglesias las representaciones
dramáticas con todos los abusos inherentes á ellas, y llegó á tal
extremo el desorden, que había intentado corregir Alfonso X,
probablemente á consecuencia de la corrupción de la disciplina
eclesiástica, que tomó mayores proporciones que antes. El concilio de
Aranda, que quiso poner un dique en el año de 1473 á la inmoralidad é
ignorancia de los clérigos corrompidos, creyó necesario sancionar un
canon análogo á la ley alfonsina, ya citada. Condena enérgicamente los
abusos inmorales, que se habían deslizado en las iglesias
metropolitanas, catedrales y otras, y habla de los juegos escénicos,
mascaradas, monstruos, espectáculos y diversas figuras escandalosas, que
aparecían en las iglesias en las fiestas de Navidad, de San Esteban, San
Juan, los Inocentes, cuando se cantaban nuevas misas y en ciertos días
festivos, y de los desórdenes que producen, y de las poesías chocarreras
y bufonadas que se oyen en ellas, sin reparar en que se celebra al mismo
tiempo el culto divino, y que lo interrumpen y conturban. El canon
condena enérgicamente estos desórdenes, y señala penas á los clérigos
que los cometan, ó los consientan ó favorezcan. Concluye exceptuando
expresamente de este anatema á las representaciones honestas y devotas,
que se celebran en los días festivos indicados, y en otros que no
menciona[200].
No es posible decidir con seguridad si en este tiempo se había
desarrollado el drama religioso, más tarde albergue natural de la
alegoría, con sus cualidades especiales; pero las palabras _diversa
figmenta, monstra_, etc., parecen aludir sin violencia á figuras
alegóricas.
En el libro 3.º de _Tirante el Blanco_ (1490), se habla de los
entremeses que se representaban en Navidad.
Al canon del concilio de Aranda sucedieron en breve diversas
prohibiciones análogas[201]. Sin embargo, los desórdenes no se
extirparon del todo, á pesar del celo mostrado por los superiores
eclesiásticos, y merecieron en el siglo siguiente la condenación más
severa.
[imagen]

[imagen]


CAPÍTULO V.
España á fines del siglo XV.--Juan del Encina.--_La
Celestina._--Gil Vicente.

La espantosa anarquía, que reinó en Castilla desde la deposición de
Enrique IV (1465), duró hasta después de la muerte de este monarca
(1474). Isabel, hermana del muerto, sólo pudo hacer valer sus dudosos
derechos de sucesión á la corona empleando la fuerza de las armas contra
la infanta Doña Juana y sus partidarios, y hasta el año de 1476, vencido
cerca de Toro el rey de Portugal, principal apoyo de sus enemigos, no
poseyó tranquilamente el trono. Bajo el enérgico y maternal gobierno de
esta noble princesa disfrutó de paz y sosiego su reino, destrozado antes
con luchas y divisiones de partidos. Su casamiento con el heredero de
la corona de Aragón[202], celebrado ya en 1469, produjo un cambio
importante en el estado de toda España, puesto que cuando Fernando subió
al trono de su patria en 1479, vacante por muerte de Juan II, se unieron
las dos coronas principales de la Península, obedeciendo á unos mismos
cetros. Esta unión, que se consumó principalmente después de la muerte
de Fernando, dió á la monarquía española, fundada entonces, la fuerza y
la autoridad de que careciera cuando se hallaba dividida en diversos
territorios. En el interior creció el poder de la monarquía á costa de
los grandes, y en el exterior se abrió al deseo de dominación y al celo
religioso una senda, que no habían podido pisar ni recorrer los dos
estados, los cuales, al contrario, se estorbaron antes uno á otro con su
rivalidad política. Ya en el año de 1492 cayó Granada en poder de los
cristianos, y con ella el último baluarte de los moros en la Península,
en donde habían dominado por espacio de siete siglos largos. Casi al
mismo tiempo abrió Colón nuevo camino al poderío español, ofreciéndole
inmensos territorios en que plantar su cetro, y Gonzalo de Córdoba, con
la conquista de Nápoles, añadió un nuevo florón á la rica corona de los
felices monarcas. En su glorioso reinado tomó su país ese vuelo, que
hasta el siglo XVII hizo de la monarquía española una de las más
poderosas y brillantes de Europa; y como los sucesos políticos
importantes tienen tanta influencia en el desarrollo de la cultura y del
ingenio nacional, no es extraño que los españoles sintiesen nueva y más
vigorosa vida, y se pusiesen al nivel de los notables sucesos de esta
época. Pero también, bajo otro aspecto, forma el reinado de Fernando el
Católico y de Isabel una nueva era en la historia de España. Estos
soberanos promovieron con más ardor que todos sus predecesores la
cultura de sus súbditos; y así ellos como los grandes de su reino,
adelantaron á la nación en el cultivo de la ciencia y las artes, y su
influjo fué tanto más fructuoso, cuanto que se oponía á la preocupación
admitida, de que las más nobles ocupaciones del espíritu eran
incompatibles con las virtudes caballerescas[203]. La reina, en
especial, se propuso favorecer estas tendencias civilizadoras, y en los
últimos años de su vida se esforzó, no obstante sus numerosas
ocupaciones, en corregir los defectos de su primera educación,
dedicándose á los más serios estudios. Muchos sabios, llamados del
extranjero, plantaron en el suelo español nuevas ramas del saber. El
cardenal Cisneros, además de otras escuelas, fundó la Universidad de
Alcalá, y la unión con Italia contribuyó también poderosamente al
desarrollo de las artes y las ciencias.
Consecuencia fué de esto, como dice un escritor contemporáneo, que, ya
desde entonces, no se tuviese por noble sino al que sabía manejar las
armas, y era al mismo tiempo poeta y sabio. Innumerables cantores y
trovadores vinieron á la corte, atraídos por las recompensas y honores
que les aguardaban[204]. La enumeración de las obras en prosa y verso,
que aparecieron en esta época, en su mayor parte bajo la protección ó á
impulsos de la reina Isabel, formaría un catálogo importante. Y casi
todas ellas (lo cual no debe pasarse en silencio) estaban escritas en
lengua castellana que inesperadamente y en poco tiempo llegó á su
perfección. La ilustrada reina, aun rindiendo homenaje al mayor celo,
con que los eruditos se dedicaban al cultivo creciente del idioma del
Lacio, no omitió medio ni diligencia para fomentar el de la lengua
patria. Y como el reino de Aragón no constituyó ya un estado
independiente, el dialecto castellano consiguió decidida supremacía
sobre los demás de la Península. Enmudecieron los trovadores catalanes y
aragoneses; no se cultivó ya el romance lemosino, y degeneró, como antes
sucediera al gallego, en dialecto popular; y así como Castilla fué el
estado dominante, así también se levantaron su lengua y su poesía á tal
altura, que su influjo se extendió hasta los últimos límites de España.
El vuelo, que tomó la vida entera de la nación, no podía menos de
producir formas nuevas y análogas en la poesía. Obsérvase esto sobre
todo en la forma y el tono de los cantos narrativos populares. Si la
poesía anterior española revela pocas trazas del influjo arábigo, la que
le sucede, después que cayó el imperio mahometano, admitió sin trabajo
no poca parte del espíritu oriental. Las que tratan de los sucesos
ocurridos en el cerco de Granada, que son también las primeras que
recuerdan la poesía árabe, por su fondo más rico y su bello colorido, se
compusieron sin duda después de la conquista de esta ciudad; y así como
esto no puede negarse razonablemente, así tampoco se puede desconocer
que las auras del Oriente comenzaron entonces á infundir nueva vida y
belleza en la poesía española posterior, aun cuando este influjo,
limitado al principio á cierto linaje reducido de composiciones,
necesitó algún tiempo para penetrar por otros senderos. Muchos romances
de fines del siglo XV y principios del XVI manifestaban terminantemente,
que hasta los poetas eruditos emplearon estas formas, aunque no siempre
en ventaja del género y de su sencillez.
La lírica artística de este período, tal cual se halla en los
_Cancioneros_ de Ramón Lluvia, Juan de Padilla, Íñigo de Mendoza y
otros, así como en una parte del _Cancionero general_, conserva todavía
en lo esencial y casi enteramente el estilo antiguo, y sólo tomó nuevo
giro en 1504, cuando la conquista de Nápoles estrechó los lazos entre
Italia y España. Dedicados entonces los españoles al estudio de la
literatura italiana, que florecía en aquella época, y que enseñó á sus
poetas una lírica más perfecta y completamente diversa de la nacional,
empezaron á modificar sus antiguos cantos populares. Aun antes que en
tiempos de Carlos V se hiciese más decisiva esta influencia extranjera,
se hallan aislados ejemplos, que demuestran, por su espíritu y por su
forma, el estudio que habían hecho sus autores de los modelos
italianos.
Despréndese de tales premisas que este período, que produjo tan honda
revolución en los demás géneros de poesía, imprimió también distinto
carácter á la dramática. Después demostraremos cómo sucedió esto,
bastando ahora á nuestro propósito, aun anticipando las ideas, hacer
ciertas indicaciones, que demuestren con toda claridad la reforma
importante, que sufre el drama en la época de los Reyes Católicos. El
principal obstáculo, que hasta entonces se opuso al desarrollo del
teatro, fué el insondable abismo que separaba á la poesía popular de la
erudita. Una vez allanado, los poetas más instruídos no creyeron
degradarse acudiendo á los elementos populares, y agradando al mismo
tiempo al pueblo y á las clases más ilustradas; y así, pues, recorrieron
la única senda que podía llevar el drama á su perfección, libre del
exclusivismo, que lo embargara hasta entonces. Las obras de Juan del
Encina y de sus sucesores probarán, que ya á fines del siglo XV se había
dado este paso, aunque con pies torpes y vacilantes, y que una vez
abierta esta senda, había de andarse cada día con más celeridad y
holgura.
«En el año de 1492, dice el _Catálogo Real de España_[205], comenzaron
en Castilla las compañías á representar públicamente comedias, por Juan
del Encina[206], poeta de gran donaire, graciosidad y entretenimiento.»
Concuerda con esto lo que dice Agustín de Rojas en su importante
obra[207] para la historia del teatro español, que hemos de citar muchas
veces. He aquí cómo se expresa:
«Y donde más ha subido
De quilates la comedia,
Ha sido donde más tarde
Se ha alcanzado el uso de ella,
Que es en nuestra madre España,
Porque en la dichosa era
De aquellos gloriosos reyes
Dignos de memoria eterna,
Don Fernando é Isabel
(Que ya con los santos reynan),
De echar de España acababan
Todos los moriscos que eran
De aquel reino de Granada,
Y entonces se daba en ella
Principio á la Inquisición,
Se le dio á nuestra comedia.
_Juan de la Encina_[208] el primero,
Aquel insigne poeta.
Que tanto bien empezó,
De quien tenemos tres églogas,
Que el mismo representó
Al almirante y duquesa
De Castilla y de Infantado,
Que estas fueron las primeras.
Y para más honra suya
Y de la comedia nuestra,
En los días que Colón
Descubrió la gran riqueza
De Indias y Nuevo-Mundo,
Y el Gran Capitán empieza
A sujetar aquel reino
De Nápoles y su tierra,
A descubrirse empezó
El uso de la comedia,
Porque todos se animasen
A emprender cosas tan buenas,
Heróycas y principales,
Viendo que se representan
Públicamente los hechos,
Las hazañas y grandezas
De tan insignes varones,
Así en armas como en letras,» etc.
Extraño es, sin duda, citar juntos á la inquisición y á la comedia, pues
en todo caso España tenía motivos para preferir á la segunda.
No parece necesario rechazar la opinión que aquí sostiene Rojas, de que
las composiciones de Juan del Encina son los orígenes del teatro
español, habiendo probado en el libro anterior suficientemente que se
pierden en tiempos muy anteriores. La verdad es que con ellas comienza
una nueva época del teatro español, que se distingue por la reforma
literaria que el drama experimenta. Después de examinarlas, y atendiendo
á la importancia que tuvieron, debemos echar una ojeada á los dramas más
antiguos. Comparadas con ellos las representaciones hechas en las
iglesias ó en las calles para instruir ó solazar al pueblo, les son muy
inferiores en valor poético, y las escritas por algunos poetas en forma
dramática para solemnizar las fiestas de la corte, quedaron en su
generalidad aisladas y sin ulterior influencia. Las de Encina, al
contrario, fueron las primeras que intentaron perfeccionar los elementos
populares, y contribuyeron también en primer término al nacimiento de
aquel teatro, que supo reunir la popularidad á las más nobles
excelencias[209]. La época en que, según indica Rojas, se verificó este
cambio favorable al drama, coincide justamente con el período en que la
monarquía española tomó su primero y más poderoso vuelo. Pero no debía
seguir el drama los mismos pasos que el Estado, pues pasó el siglo XVI,
el más brillante del poderío español, antes que aquel alcanzase su edad
de oro, y cuando decayó la grandeza política de España, se elevó su
teatro á tan gloriosa altura por su brillo y su riqueza, que llegó á
avasallar por completo á todos los teatros de Europa.
Volvamos, sin embargo, á tratar del hombre que merece mención expresa
por haber sido el primer autor dramático de alguna importancia, aunque
todavía apenas se descubran en sus obras los grandes dotes de los que le
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - Historia de la literatura y del arte dramático en España, tomo I - 10