Historia de la literatura y del arte dramático en España, tomo I - 04

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Más numerosos serían mis apéndices al tomo primero, si hubiera querido
incluir entre ellos todas las obras de los contemporáneos de Torres
Navarro y Lope de Rueda, que he consultado; pero desistí de hacerlo, ya
porque este trabajo, poco sustancial, no hubiera servido para imprimir
en la poesía dramática progreso alguno, ni presentarla bajo una nueva
faz, siendo simples farsas de escaso valor literario, ya por no
adelantarme al Sr. Salvá, que, en el catálogo razonado de sus obras de
esta especie, y utilizando su rica biblioteca, se propone completar el
de comedias antiguas de la época de Lope de Vega, hecho por Moratín.


HISTORIA
DE
LA LITERATURA
Y DEL ARTE DRAMÁTICO
EN ESPAÑA.
PRIMER PERIODO.
ORIGEN DEL DRAMA
DE LA EUROPA MODERNA, Y ORIGEN Y VICISITUDES
DEL DRAMA ESPAÑOL HASTA REVESTIR
SUS CARACTERES Y FORMA DEFINITIVA EN TIEMPO
DE LOPE DE VEGA, Á FINES DEL SIGLO XVI
(1588 Á 1590).

[imagen]


CAPÍTULO PRIMERO[10].
Diversos orígenes del drama moderno.--Decadencia del teatro romano
en los últimos tiempos del imperio.--Elementos dramáticos en el
culto de la Iglesia primitiva.--Fiestas religiosas, en cuya
celebración aparecen las primeras representaciones
dramáticas.--Juegos escénicos romanos, y su fusión en las farsas de
la Edad media.

Quien se proponga estudiar la vida espiritual de un pueblo, y las épocas
en que adquiere más importancia, no debe circunscribirse demasiado al
espacio y al tiempo si anhela conseguir satisfactorios resultados. No
podrá aislar enteramente á la nación cuya historia investiga, ni romper
los lazos que unen al período que examina con los anteriores, sin
privarse al mismo tiempo de un medio interesantísimo para el logro de
su propósito. La vista ejercitada descubre en todo relaciones.
Movimientos que se creían sin enlace provienen á menudo de un choque,
que, partiendo de lejano centro, vibra después por todo el orbe. Por
innumerables que sean las tradiciones que un siglo transmite á otro, y
uno á otro pueblo, un examen atento llega á veces á encontrar las
fuentes de que provienen esos fenómenos nuevos, y originales en
apariencia, derramadas en distintos sentidos al cabo de largos años por
todas las naciones. Hasta el elemento primitivo que contiene nuevos
gérmenes de civilización, dominante en las esferas más elevadas de la
vida de un pueblo, es sólo nacional en parte, de la misma manera que el
que nace en lo más íntimo de su corazón y no sale de él, no puede
tampoco evitar las modificaciones externas, ni el indeleble y vigoroso
sello que siglos enteros y otros pueblos llegan á imprimir en él. Y sin
embargo, aunque ninguna forma sea en todo independiente de las
anteriores; aunque ninguna haya sólo de lo presente sin haber admitido
algo de lo pasado, encuéntranse, no obstante, naciones que las poseen
exclusivamente suyas, y excitan nuestra admiración por su identidad con
otras conocidas, obligándonos á acudir á su centro común.
Tan íntima unión de fenómenos, semejantes en apariencia, y distintos por
el tiempo y el espacio en que ocurren, es de gran precio para el examen
de aquellas épocas, de las cuales ni quedan documentos auténticos, ni
dan clara luz por sí solas. Por su mediación llega el historiador de
ciertos períodos artísticos y literarios á caminar con desembarazo por
la senda que lo lleva á la verdad. Evitando los inconvenientes de
abandonarse demasiado á peligrosas adivinaciones, aprovechándose sólo de
sus anteriores conocimientos, comparando lo extranjero con lo nacional y
lo pasado con lo presente, llega á completar sus noticias parciales y á
aclarar sus dudas.
España (de cuya literatura y arte dramático trataremos en breve), ha
sido mirada largo tiempo como un país encerrado en sí propio más que los
restantes, y extraño á la influencia y comercio de otros pueblos.
Separada de Europa por la muralla que forman los montes Pirineos, y
bañadas sus costas por dos mares que la aislan de las demás naciones, no
se parece á ninguna otra ni por la formación geológica de su suelo, ni
por sus elevadas llanuras, ni por sus montañas y valles, que le prestan
un colorido especial. Habítala, según se presume, un pueblo indígena,
que, á pesar de su mezcla con otras razas, aún no ha perdido los rasgos
distintivos de su carácter, igual al descrito en las más antiguas
historias, á pesar de los siglos transcurridos, habiendo mostrado en
todas las épocas de su existencia ese elemento original y dominante que
le infunde tanto interés para el estudioso. Este rasgo característico de
su fisonomía, que proviene de la influencia de un pueblo no europeo, y
es efecto de la unión de los dos elementos oriental y occidental, la
distingue de una manera singular. No obstante, aunque se diferencie por
esto de todos los demás pueblos de Europa, la civilización española no
ha escapado á las causas que han influído en la de los demás modernos,
ni tampoco á lo pasado y á lo próximo.
Parte primero del imperio universal, que aun después de desplomarse ha
seguido dominando en épocas y pueblos diversos; habiendo luego adquirido
nuevos elementos de vida por la invasión de una raza germánica, que
mezclándose con la romana ha contribuído tan poderosamente á cimentar la
cultura de los Estados modernos, España llevó en sí el mismo germen de
cultura que estos, y dió á su tiempo iguales frutos, aunque modificados
por sus condiciones especiales. Á semejante resultado contribuyeron los
dos grandes factores de la civilización moderna, cuyas consecuencias han
sido en todos uniformes, á saber: el espíritu y las costumbres
caballerescas, y la influencia del cristianismo. Exteriormente también
quedó abierta la península pirenáica al comercio de otros pueblos. Así
lo prueban, entre otros hechos, haber formado con la Galia meridional un
mismo imperio bajo los godos; haberse hablado después en toda la costa
oriental y en Aragón la lengua de la Provenza, siendo partícipe de su
cultura y viviendo en íntima comunicación con ella; las osadas
expediciones de catalanes á todos los puertos del Mediterráneo, y por
último, su frecuente trato con Italia como residencia del poder papal, y
los estrechos vínculos que la unieron á ella desde que dominaron en
Nápoles los reyes de Aragón. Además que los progresos de la cultura de
la Edad media no fueron, ni con mucho, tan aislados y exclusivos de esta
ó aquella nación como se ha pensado. De la misma manera que la
arquitectura germánica nos ha legado sus monumentos en Alemania y
Francia, en Italia, Inglaterra y España, y que las más importantes
tradiciones románticas penetraron en todas las literaturas de Europa,
así también todo movimiento científico y artístico pasó de un país á
otro y llegó á ser un bien común, y no se libertó tampoco España, como
se probará después, de la natural influencia de tan diversas causas.
Cabalmente los siglos medios serán objeto preferente de nuestras
investigaciones, pues los albores del arte dramático, fin importantísimo
de este trabajo, comienzan entonces á mostrarse débilmente en
lontananza. Discutiremos luego si la indicada reunión de tan diversos
elementos puede explicarnos claramente los orígenes del drama moderno.
Otra razón nos mueve además á traspasar los límites de nuestra propia
esfera: en donde falta lazo externo debe servir cada período histórico
conocido para la aclaración de los desconocidos, ya que este es el único
medio de que las distintas épocas de la civilización arrojen su luz,
comparándolas entre sí, sobre otros lugares y tiempos. De la misma
manera que ciertas plantas sólo prosperan en determinadas zonas, así
también se observan fenómenos análogos bajo grados iguales de
civilización, y sólo este paralelismo de fenómenos nos ofrece los medios
de concluir del examen de uno de los aspectos del desarrollo del arte en
un país, el que ha debido tener en otro. Aunque no falten datos acerca
de la historia primitiva del arte dramático español, y por consiguiente
no haya necesidad de abandonarnos exclusivamente á esas conjeturas, sin
embargo, nos servirá lo más conocido alguna que otra vez para dilucidar
más profundamente esta cuestión, y para completar y unir estas noticias
aisladas.
Basta sólo indicar que si tratándose de cualquier arte es interesante la
historia de su desarrollo, lo es aún más la de los orígenes de la
literatura dramática. Unicamente quien haya observado cómo nace y crece
poco á poco la semilla, podrá conocer bien el organismo de la planta. De
aquí la importancia inherente á esos groseros ensayos de la Edad media
(de poco valor, considerados en absoluto), porque son el germen, que da
vida al árbol portentoso del drama romántico. Larga serie de siglos
había de correr para que se elevaran las bases del gigantesco edificio,
que habían de construir los grandes dramáticos de los siglos XVI y XVII,
verdadera maravilla de los hombres. Ya entre las tinieblas, en que
aparecen envueltos los primeros tiempos del cristianismo, se descubren
débilmente los ligeros contornos de esa senda, que había de terminar en
tan encumbradísima montaña. Las obras de Shakespeare y de Calderón
componen la parte más culminante de esa serie de desenvolvimientos
orgánicos, que se realizan en un espacio de más de mil años, cuyo
espíritu y forma se comprenderán solo perfectamente cuando se conozca el
germen que los dió á luz. No obstante esto, los primeros albores de esa
flor, que después había de crecer tan lozana, deben buscarse únicamente
en las noticias más remotas que han llegado hasta nosotros del drama
religioso. Más aún; si todas las artes modernas han nacido del
cristianismo y á él deben la vida, no por eso han dejado de sentir
influencias anteriores. La corriente de la poesía romántica viene desde
la antigüedad, cuyos arroyos tributarios la alimentaron sin disputa, ya
cambiando el color de sus aguas, ya perdiéndose en ella.
Basta lo dicho para justificar nuestro ulterior propósito, y para que el
observador superficial no repruebe lo que acaso llamaría nuestra
innecesaria difusión al intentar descubrir los orígenes del teatro
español y de todos los pueblos modernos en tiempos muy anteriores á los
señalados de ordinario, al enlazar su exposición en lo esencial con el
nacimiento del drama en la Europa moderna, y por último, al aludir á
objetos aún más extraños al nuestro en apariencia.
Sin embargo, antes de probar nuestras fuerzas tratando de la historia
del drama moderno en sus albores, conviene fijar la extensión que ha de
darse á la palabra _drama_. Muchas falsas aseveraciones han nacido de la
ligereza con que se dilucida esta cuestión. No faltan pueblos que
disputen con otros sobre cuál de ellos se ha hecho antes célebre por sus
representaciones dramáticas, ni historiadores que creen haber encontrado
la más antigua noticia de la existencia de las diversiones teatrales, al
paso que otros no juzgan improbable fijar su fecha en épocas anteriores.
La causa de todos estos yerros, cuando se intenta señalar con exactitud
la época en que nació el teatro, consiste generalmente en la falsa idea
que se ha formado de la esencia del drama. De ordinario se cree que
desapareció completamente por espacio de siglos enteros, mostrándose
luego de repente, y que hubo periodos en que fué desconocido, viniendo
después otros en que se ostenta de improviso á nuestra vista. Tal
aserto, aunque no evidente, puede, sin embargo, sostenerse, si se trata
del drama en su forma literaria más perfecta; pero es á todas luces
erróneo si se alude á los periodos que precedieron á aquél.
La inclinación á los pasatiempos mímicos es ingénita en el hombre, como
se observa en los juegos de los niños. Placer común ha sido á todas las
naciones asistir á la representación de sucesos verdaderos ó fingidos.
En los ángulos más opuestos del globo, entre pueblos de la más diversa
cultura, entre las naciones de América, antes que adoptasen las
costumbres europeas, como entre los indígenas de Java[11], entre los
insulares de Sandwich como entre los kamschadales[12], en los desiertos
del interior del Africa como entre los salvajes habitantes de las islas
Aleucias[13], en Bokara y Cochinchina como entre los negros de la isla
de Francia[14], se han descubierto vestigios más ó menos perfectos de
espectáculos de este género. Así es que el drama se encuentra en todas
partes, aunque no sean los mismos sus grados de desarrollo, según el
concurso feliz ó adverso de circunstancias que lo retienen en sus más
ínfimos peldaños, ó lo llevan á desusada altura. Siendo, pues, tan
universal el drama, parece ridícula la opinión de los que sostienen, sin
haber examinado con diligencia las épocas precedentes, que todo lo más
se conoció en Europa hacia el siglo XII ó XIII; y esto con tanta mayor
razón, cuanto que las naciones cristianas, hasta en sus épocas de más
atraso, eran ya superiores á esos pueblos de que hemos hablado, y sus
condiciones especiales sobremanera favorables al desarrollo del drama.
Se replicará acaso que pantomimas y bufonadas no son propiamente dramas,
y no lo son, en verdad, en el sentido que hoy damos á esa palabra. Pero
prescindiendo de que ya en los siglos primitivos de la Iglesia existen
espectáculos acompañados de diálogos y música, parte de los cuales se
conserva en textos y rituales, no se puede negar que en la historia del
teatro no deben despreciarse las más insignificantes manifestaciones del
talento dramático. Importante es, sin duda, cuando se estudia el gradual
desenvolvimiento del drama, averiguar sus más ocultos orígenes, porque
así lograremos sorprenderlo revistiendo formas diversas de las
conocidas, y separar el elemento dramático de la envoltura que lo cubre.
Ordinariamente sucede con los orígenes de las cosas que sus distintos
elementos aparecían aislados en su principio, y vagos é inciertos sus
contornos. Por esto el que desee conocer todas las fases del naciente
drama, no ha de contentarse con examinar su forma más perspicua y
concreta, sino antes bien rastrearla bajo sus más extraños disfraces. Si
en épocas más adelantadas aparecen la épica, la lírica y la dramática
como especies poéticas distintas, no acontece así en su principio,
porque entonces aún no existe esa separación; si el drama ya perfecto
contiene en sí la antítesis de la epopeya y la lírica, como momentos de
su existencia, cuya síntesis es más tarde, lo observamos en sus orígenes
confundido en parte con estos elementos, en parte luchando con ellos y
esforzándose en desembarazarse de las trabas que le oponen. En esas
épocas yacen los elementos de las artes representativas, ya adormecidos
en narraciones épicas, ya en cantos líricos ó alternados. No ignoramos,
por ejemplo, que los rapsodas griegos recitaban las poesías homéricas y
cíclicas de una manera casi dramática, acompañándolas con mímica
expresiva y dándole entonación variable, cual requería la diversidad de
los asuntos y caracteres de los personajes que hablaban. A esta
particularidad alude el nombre de _hipócritas_[15] ó cómicos, dado á los
cantores épicos de la antigüedad. Aun hoy podemos ser testigos de una
costumbre análoga, si visitamos el Molo de Nápoles ó de Palermo, pues
veremos en ellos cantores populares, que acompañan sus leyendas y
canciones jocosas con variadas gesticulaciones, modulando diversamente
las inflexiones de su voz en los diálogos, y marcando claramente en sus
recitaciones las alternativas del mismo, y el distinto carácter de los
personajes que hablan. El autor de esta historia ha visto en Oriente
otra mezcla de narración, drama y canto lírico, en los cafés de
Constantinopla, Brussa, Smyrna y Magnesia, en donde ha oído muchas
veces cantores y narradores repentistas, que se encargaban cada uno de
representar distintos papeles, de suerte que uno comenzaba narrando con
sencillez, otro entonaba después un canto, y cuando la historia tenía un
interés más vivo y se hacía dramática, se recitaba en forma de diálogo
entre uno y otro. Muchas noticias relativas á este punto nos suministran
las relaciones de viajes. En la India, al celebrarse el _Ram-Lila_ ó
fiesta de _Rama_, se lee ó leía el poema de Ramayana en las plazas
públicas de las ciudades, mientras representaban los actores en muda
pantomima[16] los sucesos más notables á que aludía. Origen de
semejantes representaciones es en Persia el Schahmamed[17]. Pero el
ejemplo más importante de esta confusión de las diversas especies de
poesía se encuentra en los orígenes del teatro griego, manifestándonos
cómo de su forma primitiva, nada distinta, surge después el drama ya
perfecto. En su principio aparece envuelto en vestiduras extrañas, y en
cuanto nos es dable investigar sus orígenes y sucesivo desenvolvimiento,
sólo hallamos su germen en los cantos ditirámbicos y en los himnos de
los báquicos coros. Esta forma lírica admite después improvisados
_monodios_[18] y diálogos narrativos, que se intercalan para introducir
cierta variedad, y romper la monotonía de los cantos del coro. En tal
estado, sin aislarse lo dramático propiamente dicho de lo lírico y
épico, existe el drama griego en tiempo de Thespis, reconocido
generalmente como el inventor de la tragedia[19]. Sólo cuando la
narración se convirtió en diálogo y acción; sólo cuando los
interlocutores comenzaron á representar diversos personajes, se
desarrolló el drama clara y distintamente.
De la misma manera descubriremos los gérmenes del drama cristiano en los
cánticos alternados de la Iglesia, en las antífonas y responsos, y en
los diálogos y representaciones simbólicas, de que se valían los
sacerdotes para enseñar al pueblo las sagradas escrituras. Pero aunque
sea éste uno de los más importantes orígenes del drama moderno, no es,
sin embargo, el único. No sólo se ha de buscar el germen del teatro
moderno en la Iglesia, sino también en otra segunda fuente muy diversa
de ésta: en las bufonadas profanas y juegos mímicos de todos los tiempos
y de todos los pueblos. También aquí se observa cierta analogía con la
antigüedad helénica. A los deikelistas, ethelontas é hilarodas[20]
suceden los mimos, histriones y juglares. Estos últimos reclaman
particularmente nuestra atención, ya porque son los primeros
representantes del arte mímico moderno, ya en especial porque sus juegos
y farsas forman el lazo que une al teatro antiguo y moderno.
Hemos llegado al objeto, á que se encaminan estas reflexiones
preliminares: á las dos fuentes, de que se deriva el drama moderno,
cuyos orígenes tratamos de señalar[21].
Hacia la época en que se verificó el importante suceso que había de
regenerar al mundo, que debe considerarse como el centro de la moderna
cultura, habían extendido los romanos, por la mayor parte del mundo
entonces conocido, así su imperio como su afición á las diversiones
escénicas. El teatro romano, que nunca llegó á florecer demasiado,
decayó al mismo tiempo que la nación á que pertenecía. Casi
universalmente la noble musa trágica y cómica se veía reducida, en los
últimos tiempos de los emperadores, á asistir á groseros espectáculos y
rústicas farsas, en las cuales se reflejaba la profunda degeneración de
aquella edad. Como un ejemplo de las increibles atrocidades que
manchaban aquel teatro, baste decir que un actor (criminal condenado á
muerte) que representaba el papel de Hércules, fué quemado vivo cierto
día delante de los espectadores[22]. En cuanto á las indecencias, que
sin rebozo se ofrecían al público, recordemos la representación de los
amores de Pasiphae y del toro y de Leda y el cisne, todo al natural, y
los pasajes de Procopio[23], en que describe los espectáculos, en que
tomó parte en el teatro de Constantinopla la actriz Teodora, más tarde
esposa del emperador[24].
Si los primeros cristianos evitaban con el mayor cuidado cuanto tenía
algún roce con el paganismo; si condenaban las obras artísticas y
poéticas de la antigüedad[25], y Tertuliano apellidaba invenciones
diabólicas á las tragedias griegas[26], con mayor motivo debieron
reprobar con horror el teatro de aquel tiempo, que se distinguía por tan
repugnantes licencias[27].
Cipriano y Lactancio acusan á los mismos de enseñar el adulterio y la
lujuria[28]; Tertuliano llama á los teatros templos de Venus y de Baco,
escuela de inmoralidad y de deleite[29], y Crisóstomo pinta con colores
no menos sombríos[30] las compañías de actores de su tiempo. Por esta
razón encontramos desde los tiempos primitivos sancionada la regla, de
que por ningún concepto deben frecuentarlos los cristianos[31]. Esta
prohibición fué confirmada después por diversas órdenes y resoluciones
de los concilios, que la elevaron á ley[32]; pero la frecuencia con que
después se repiten tales prohibiciones, á medida que va dominando la
Iglesia, prueba que las antiguas diversiones no se extinguían. Después
veremos cómo los juegos mímicos de los antiguos, aunque degenerados ya y
distintos de lo que fueron, duran hasta los siglos medios, y sirven de
lazo al teatro antiguo y moderno.
Mientras los padres de la Iglesia y los primeros expositores de la
doctrina cristiana rivalizaban en celo contra el drama, aparecían en el
seno de la nueva Iglesia elementos dramáticos, que sólo esperaban una
época favorable para desenvolverse. Los gérmenes de aquellas
representaciones religiosas, llamadas después misterios y moralidades,
cuya primera aparición se fija ordinariamente en los siglos XII y XIII,
se dejan vislumbrar en la liturgia de la Iglesia primitiva, y en
algunos casos se desarrollan hasta alcanzar su perfección dramática
mucho antes de lo que se cree. Aunque se haya disputado con frecuencia
acerca de la autenticidad de la liturgia más antigua llegada hasta
nosotros, v. gr., la de Santiago, y la de las constituciones
apostólicas, es indudable que deben mirarse como compilaciones de muchos
usos de diversas iglesias muy antiguas, y en especial que la de las
últimas se conocía en la Iglesia oriental en el siglo IV. En toda la
forma externa del culto, tal como en ellas se halla constituído, y no
obstante las modificaciones convertidas después en reglas para los
tiempos posteriores, no puede menos de descubrirse su carácter
dramático. Así se observa primero en los diálogos del presbítero,
diácono y pueblo, y después en las antífonas y responsos, en los cuales
un solo cantor entona un versículo, respondiendo luego dos coros
alternados que cantan el salmo, repetido al fin por todos los fieles.
Estos cánticos alternados se introdujeron hacia el siglo II en Antioquía
por Ignacio, y posteriormente en las iglesias griegas bajo Constantino,
por los monjes Flaviano y Diodoro, extendiéndose por San Ambrosio al
Occidente en el siglo IV[33].
Igual y decisiva importancia tiene para nuestro objeto el ciclo de
fiestas cristianas, que comprende los cuatro primeros siglos.
Prescindimos de las fiestas conmemorativas de los santos y mártires, que
sin tener una influencia capital en las bases del dogma cristiano,
fueron intercaladas más pronto ó más tarde en aquel ciclo primitivo, y
sólo nos atenemos á las últimas, consagradas á recordar la vida y muerte
del Redentor. Estos días festivos, considerados en su conjunto, vienen á
ser una repetición anual del más elevado drama, y todas las partes del
todo, todas las fiestas aisladas pueden llamarse otros tantos actos,
cada uno de los cuales intenta representar vivamente una acción
especial, sacada de las Santas Escrituras. Vemos en el Adviento como la
preparación ó prólogo de este conmovedor espectáculo; después en la
fiesta de Navidad, el nacimiento del divino Redentor; en la de los
Inocentes y Epifanía, la importante conmemoración de su infancia y
juventud; en cada una de las festividades que forman el ciclo pascual,
el recuerdo de su pasión y resurrección, con sus circunstancias más
notables; y por último, en la fiesta de la Ascensión, el acto final de
su divina vida. Todo esto compone un conjunto eminentemente dramático,
que había de servir más tarde de tipo fundamental al drama religioso.
Entre las fiestas especiales, que forman este gran ciclo, hay varias,
cuya celebración por la Iglesia tuvo desde los tiempos más remotos tal
carácter dramático, que bastaba el más ligero accidente para
transformarlas en verdaderos dramas. Estos días festivos fueron los
destinados principalmente más tarde á la representación de los misterios
y moralidades, cuyo origen debe buscarse en esos ritos antiguos del
culto divino. Parécenos esta ocasión oportuna de mencionar las fiestas
más importantes bajo este aspecto, que son las siguientes:
1.ª La fiesta de Navidad, que fué instituída aisladamente por la Iglesia
cristiana hacia fines del siglo IV; pero que ya antes, por lo que hace á
su objeto, formaba parte de la de la Epifanía[34]. En las vigilias
celebradas en conmemoración del nacimiento del Salvador, se cantaba por
diversas voces el himno _Gloria in excelsis Deo_, que comprende la
salutación del ángel á los pastores y la respuesta de éstos. El
sacerdote entonaba el canto del ángel, y el pueblo le replicaba en
nombre de los pastores _et in terra pax hominibus_[35]. Este himno, que
después se intercaló en la misa, se había ya divulgado á fines del
siglo IV por casi todas las iglesias, afirmando el _Cronicón Turonense_
que en un principio se había destinado á la víspera de Navidad. La
ocasión y forma en que se cantaba, anuncia claramente el germen de las
representaciones dramáticas, que más tarde se celebraron en esta misma
noche.
2.ª La fiesta de los Santos Inocentes, parte primera de la Epifanía, que
se trasladó después al cuarto día de Navidad, y es de las más antiguas
de que hablan los documentos históricos[36].
Una homilía de San Fulgencio[37] prueba cuán animado y dramático era el
culto antiguo en la representación del acontecimiento, cuyo recuerdo
solemnizaba este día. Presentábanse las madres de los niños que habían
sido arrebatados, hablando entre sí, lamentando su pérdida, deseando
morir con ellos, maldiciendo al tirano, etc. También en cuatro diálogos,
que se atribuyen sin fundamento á San Agustín, se desenvuelve este tema
de igual manera[38].
3.ª La fiesta de la Epifanía, la solemnidad colectiva más antigua, que
recordaba las circunstancias más notables de la infancia de Jesús, entre
otras la adoración de los magos, y después (cuando la palabra bíblica
_mago_ se tradujo por la de rey) llamada la fiesta de los tres Santos
Reyes.
Una _Antiphona_ de Efraim de Edesa (muerto en 378)[39], que ha llegado
hasta nosotros, y contiene un diálogo entre la Virgen y los magos,
estaba indudablemente destinada á celebrar esta fiesta en la Iglesia. Es
digno de observarse, no sólo su forma, ya casi dramática, sino también
su índole especial, que nos hace sospechar si debió representarse
mímicamente.
4.ª La fiesta de los Ramos, celebrada en la Iglesia oriental desde muy
antiguo, que según parece debió introducirse en la occidental poco antes
de Carlomagno[40]. Dos sermones sobre el tema de este día del obispo
Epifanio[41] (nacido de 310 á 320, muerto en 403), prueban que ya en el
siglo IV se celebraba en Oriente esta fiesta con procesiones solemnes,
juegos y bailes, y nos hacen presumir que ya entonces se acostumbraba
representar mímica y dramáticamente la entrada de Jesús en Jerusalén.
5.ª Viernes Santo, Sábado Santo y Domingo de Pascua, acaso las fiestas
más antiguas de la cristiandad, unidas las tres estrechamente y
consagradas por los ritos de la Iglesia á celebrar la importante pasión,
muerte y resurrección de Jesucristo. Si el Viernes Santo se leía en
público la historia de la Pasión, después se despojaba el altar de sus
ornamentos, se cubría la cruz con un velo, no se cantaban himnos, y sólo
se oían las _Lamentaciones de Jeremías_ y el _Kirie eleyson_; si el
Sábado Santo se convertía poco á poco el duelo en esperanza,
entonándose el _Gloria in excelsis Deo_, aguardando la resurrección; si
en la vigilia de Pascua se descubría la cruz, se iluminaba el templo, se
vislumbraba próximo el fausto suceso, y al fin se convertía la mañana de
Pascuas en estrepitosa alegría, gritándose _Alleluya_, y entonándose
cantos alternados que expresaban tanto júbilo, deben mirarse todas como
fiestas simbólicas en conmemoración de los dolores y triunfo de Jesús,
cuyos elementos dramáticos no es posible desconocer.
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