Historia de la literatura y del arte dramático en España, tomo I - 05

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Aunque Augusti (L. c., Th. II, S. 134) sostenga que las solemnidades
dramáticas, destinadas más tarde á representar la historia de la Pasión,
no son conformes al espíritu de la Iglesia primitiva, parece
contradecirlo el sermón de Eusebio Emiseno[42] (antes de 359) que ha
publicado. Esta homilía del Viernes Santo es el ejemplo más antiguo y
característico del estilo retórico-dramático, que domina en las obras de
Efraim de Edesa y de Epifanio, y hasta puede denominarse en rigor un
pequeño drama. Aparecen en él el infierno, la muerte y el demonio, que
hablan entre sí de la crucifixión del Salvador; y aunque no se
representase por distintos actores, parece indudable que el sacerdote,
que lo exponía, debió indicar con las modulaciones de su voz los
diversos personajes, en cuyo nombre hablaba. Dedúcese de su lectura que
el desarrollo del drama, propiamente dicho, no tardaría en verificarse.
También aquí debemos mencionar la más notable producción de la antigua
literatura cristiana, la tragedia titulada _Cristo paciente_[43]. Aunque
se haya disputado si es ó no su autor verdadero San Gregorio Nacianceno,
á quien se atribuía, no puede negarse su gran antigüedad; y hasta
adoptando la opinión de los que creen que es obra de Apolinar de
Laodicea, resultará en todo caso poco posterior á la fecha indicada. Así
como se desprende del prólogo que fué representada, así también deja
presumir su objeto que dicha representación se hacía el Viernes Santo.
Por lo demás, se ha defendido con muy sólidas razones[44] que San
Gregorio es el autor de este drama, en cuyo supuesto encontramos uno
religioso representado en el siglo IV.
No es, sin embargo, el único de esa época de que tenemos noticia.
Apolinar, obispo de Laodicea, escribía para las escuelas diversas
imitaciones de los clásicos griegos, como tragedias semejantes á las de
Eurípides, y comedias imitadas de Menandro[45], y San Gregorio
Nacianceno (aun suponiendo que no sea suyo el _Cristo paciente_) compuso
también una tragedia, según nos dice el sirio Ebed-Jesús[46]. Estas
obras, por lo demás, atendiendo á la circunstancia de que el _Cristo
paciente_ está formado casi en su totalidad de versos de Eurípides y de
Lykophron, parecen más bien producciones de una erudición laboriosa que
de una espontánea vena poética. Siendo así, puede asegurarse que no
debieron vivir mucho en la memoria del pueblo, pues no hay testimonio
auténtico alguno, del cual se desprenda, que se compusiesen en los
siglos subsiguientes poesías de esta especie. Y aunque sostengan algunos
escritores que estos dramas fueron llevados por peregrinos á la Europa
occidental, dando origen al teatro moderno[47], la verdad es que tal
hipótesi carece de sólido fundamento. Más importante que estas
composiciones aisladas, es seguramente para nosotros la ulterior
investigación de los orígenes del drama en los ritos religiosos del
cristianismo. Entre éstos son dignos de mención especial las más
antiguas y solemnes fiestas, que se celebraban junto á los sepulcros de
los mártires, de que habla San Agustín[48]; las procesiones y entierros
con su salmodia é himnos[49], y por último, las _Agapas_ con su índole á
todas luces mímica, y la ceremonia del lavatorio de los pies, imitación
del que practicó Jesucristo. Pero antes de exponer brevemente el
desarrollo posterior de este elemento, debemos echar una ojeada á los
últimos vestigios del teatro antiguo y del culto pagano, en cuanto se
refieren á nuestro objeto, y entonces veremos, por los resultados que ha
de darnos, que tal propósito no puede calificarse de ociosa digresión.
Observaremos cómo subsistieron en los siglos siguientes los juegos
mímicos de los romanos bajo la forma de farsas y bufonadas profanas, ó
confundiéndose con el naciente drama religioso, y cómo los restos de los
espectáculos gentílicos, no sólo de griegos y romanos, sino también de
los pueblos germánicos, contribuyeron á dar vida al drama religioso,
próximo ya á su perfección.
Desde la caída de la república fué degenerando poco á poco el teatro
romano, poéticamente considerado. Ya en tiempo de Quintiliano y de
Plinio el Joven, no encontraba el poeta trágico otro medio de
proporcionarse auditores que alquilar un salón, y leer su tragedia al
concurso invitado con este objeto[50]. La _Medea_, que cita Tertuliano;
el _Querolus_, imitación de la _Aulularia_ de Plauto, del cuarto ó
quinto siglo; la _Clytemnestra_ griega del quinto ó sexto, y la tragedia
titulada _Chrisarguro_[51], que escribió Timotheo de Gaza en alabanza
del emperador Anastasio[52], son las últimas composiciones literarias de
la musa dramática antigua, dudándose todavía si se representaron alguna
vez en el teatro. En cambio los mimos y pantomimas se mantuvieron en la
escena con general aplauso[53], aunque muy distintos aquéllos de la
perfección artística de los de Publio Syro, y convertidas éstas en
espectáculos casi bárbaros.
Es costumbre, cuando se habla del teatro antiguo, tratar sólo de las
representaciones públicas. Sin embargo, conviene á nuestro propósito
recordar, que la afición de los antiguos á los pasatiempos mímicos se
manifestaba de varias maneras. Largo tiempo hacía, que, así en Grecia
como en Roma[54], el pueblo en las calles y los grandes en sus palacios,
favorecían á farsantes y bufones; ricos particulares llamaban á los
actores á sus casas para celebrar fiestas, en las cuales se recitaban á
veces pasajes de comedias y tragedias, y otros dramas enteros[55];
romanos principales mantenían en sus palacios mímicos que los
acompañaban en sus viajes[56], y en las festividades más solemnes nunca
faltaban en Roma bailes pantomímicos[57]. Estas representaciones
aisladas, á las cuales no asistía todo el pueblo, sino sólo el
populacho en las calles ó los ricos en sus palacios, se fueron haciendo
exclusivas en los últimos tiempos de los emperadores.[58] Si hemos de
tener en cuenta la existencia de los antiguos juegos escénicos en los
siglos posteriores, es necesario no olvidarnos de su doble forma, ni
creer, que, cuando se habla de dramas, han de entenderse por esta
palabra representaciones hechas en los teatros públicos. Las crónicas y
cánones de concilios, que prueban la existencia de los espectáculos
dramáticos durante la Edad media, indican raramente sus condiciones
especiales. Consta, sin embargo, de Casiodoro, que en el siglo VI se
representaban composiciones dramáticas en el teatro de Pompeyo en Roma,
y que fué restaurado para este objeto por Theodorico. Este mismo
escritor les llama expresamente mimos y pantomimas[59]. Riccoboni, con
visos de gran verosimilitud, ha sustentado la opinión de que _la
commedia dell'arte_ italiana proviene inmediatamente del mimo
romano[60]. No sólo lo demuestra así en general el uso de las máscaras,
común á ambos espectáculos, sino también ciertas particularidades
aisladas, como, por ejemplo, la semejanza del arlequín con el romano
_centumculus_, puesto que los dos personajes usaban traje de varios
colores y espada cómica;[61] la del polichinela con el antiguo _macco_,
etc.[62]. Pero esta especie de comedia italiana no es el único lazo, que
une á la escena antigua con la moderna, si bien esta unión no aparece en
general tan clara y patente como sería de desear.
No hay duda de que, durante la Edad media, subsistieron las
representaciones mímicas en los paises sujetos á la dominación romana.
De los numerosos documentos, que lo atestiguan, indicaremos sólo los más
importantes.
El sínodo de Arlés, celebrado en 412, excomulga á los que visitan las
iglesias en día festivo. Procopio dice, hablando del tiempo de
Justiniano, que los romanos sólo conservaban de los griegos las
tragedias, mimos y piratas, de lo cual se deduce que en el siglo VI se
daban espectáculos trágicos, así en Roma como en Constantinopla. El
concilio tercero de esta ciudad, del año 680, prohibe la representación
de los mimos, ordenando especialmente á los clérigos y monjes que se
abstengan de concurrir á los juegos escénicos. Prohibiciones semejantes
se hicieron en Tours (813) y en Aquisgrán[63] (816); la palabra _scenæ_,
usada en el último, parece indicar que existían algunos teatros, en los
cuales se daban representaciones de esta especie[64]. El obispo
Agothardo anatematiza en el año 836 á los histriones, mimos y
juglares[65]; Alcuino Albino reprueba la costumbre que observaban los
próceres, de albergar en sus casas á tan frívolos vagabundos (epíst.
107), y aun más importante es un párrafo de las capitulares de la época
posterior de los Carlovingios, en el cual se habla expresamente de los
actores (_scenicis_)[66].
Las fiestas de corte, casamientos de príncipes, etc., invitaban á estos
cómicos errantes á ejercitar su arte, ofreciéndoles rica recompensa. Así
se explica que á las nupcias de Enrique III, en Ingeldheim (año 1045),
concurriera multitud innumerable de histriones y juglares, aunque el
emperador los despidiera sin darles dinero ni alimento, lo cual menciona
el cronista como una acción laudable, aunque insólita por demás[67].
Thegano y Juan de Salisbury reprueban las representaciones de los
juglares como escandalosas[68], y el concilio sexto de Letrán, del año
1215, prohibe de nuevo á los clérigos asistir á ellas.
Difícil es, en verdad, señalar claramente las particularidades de estas
representaciones mímicas, ateniéndonos sólo á las indicaciones
mencionadas. Unicamente se desprende de ellas, que, por lo común,
consistían en cantos y bailes acompañados de expresivos gestos, ó en
pequeñas farsas, que ya se representaban en las calles delante del
pueblo (á veces en algún teatro levantado al efecto), ó en las casas de
los ricos y en los palacios de los príncipes. Según se deduce de unos
versos de Chaucer, no dejaba de ser importante el aparato escénico de
los histriones de la Edad media, pues habla de la aparición y
desaparición de leones, de barcos que nadan en el agua, de campos llenos
de flores, y de castillos de piedra, con que solían sorprender á los
espectadores[69].
Ocurre preguntar ahora, si estos espectáculos de los siglos medios han
de mirarse como hijos del teatro romano; si el mimo y pantomimo, cuya
existencia en el siglo VI hemos probado antes, continuaba siempre
subsistiendo, y si las máscaras del primero, cuya no interrumpida
duración ha demostrado Riccoboni con tales visos de verosimilitud,
fueron también conocidas por este tiempo en los paises en que dominaron
los romanos.
Nada fácil es responder categóricamente á tales preguntas. La afición á
las diversiones mímicas es tan ingénita en el hombre, y tan natural su
desarrollo, que los pueblos no necesitan apelar á elementos ajenos para
formarlo. Que hayan existido en la Italia, Alemania, Francia, etc., de
la Edad media, no es prueba suficiente para afirmar que hayan sido
heredados de otros pueblos.
Y si se quiere sostener la última opinión, conviene no olvidar, que,
como en todos los demás pueblos, así también en éstos se hallan desde la
más remota antigüedad gérmenes dramáticos, que pudieron desarrollarse en
aquellas postrimeras tentativas, ya indicadas[70]. Sólo se puede afirmar
con evidencia:
Que el drama romano fué el único que alcanzó perfección en su forma,
precediendo inmediatamente al que le sucedió en la Europa moderna; y
Que los datos existentes hasta ahora, relativos á su duración, se
enlazan en no interrumpida cadena con otras representaciones dramáticas,
cuyas propiedades no podemos conocer á fondo.
La sospecha de que aquél, y especialmente el mimo y la pantomima, han
contribuído en parte á la formación de los últimos, no puede rechazarse
por completo, puesto que el tiempo y la adición de extraños elementos
pueden haber variado su índole primitiva.

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CAPÍTULO II.
Influencia simultánea de los ritos de la Iglesia y de las
diversiones profanas en la formación del drama religioso.--Dramas
religiosos más antiguos que existen.--Fiestas del _Corpus_ en el
siglo XIII.--Edad de oro del drama
religioso.--Misterios.--Moralidades.--Dramas profanos del siglo
XII.

Pero dejemos ahora estas indicaciones acerca de la existencia del drama
profano, y echemos una ojeada sobre los elementos dramáticos, que se
desarrollaban en el seno de la Iglesia.
Despréndese de muchos cánones de concilios (citados antes en parte), que
ni los cristianos ni sus sacerdotes se abstuvieron de asistir á las
representaciones teatrales. No hubo prohibiciones bastante fuertes para
contener la natural afición á este linaje de espectáculos; y no contenta
con ellos, tomó también parte en las diversiones paganas, puesto que ya
no existía la misma razón de evitarlas, desapareciendo poco á poco el
gentilismo como religión, y no habiendo entre esos usos y la idolatría
los lazos que antes existieron. Vanas fueron, por tanto, las diversas
tentativas de la Iglesia para apartar á los fieles de esos abusos. Entre
las muchas costumbres del paganismo que aceptó la Iglesia, cuéntanse las
procesiones gentílicas, las mascaradas y bailes en las fiestas
cristianas, asimilándoselas de tal modo, que poco á poco se fué
olvidando su origen. Y como la mezcla de tan diversos elementos no pudo
menos de introducir muchas novedades en el culto cristiano, no es
extraño que también contribuyese á la formación del drama religioso.
Esto merece examen más atento.
Por una extraña coincidencia (caso de que no se quiera explicarla como
inmediato efecto de causas anteriores)[71], los días destinados á la
celebración de muchas fiestas cristianas son los mismos que los de otras
gentílicas. Así sucede especialmente con las que forman el ciclo de la
Navidad y esta última propiamente dicha, la conmemoración de San Esteban
mártir, de San Juan Evangelista y de los Inocentes, la Circuncisión,
las del Santo Nombre de Jesús y de la Epifanía, que coinciden con las
Saturnales, las Juvenales instituídas por Nerón, las _Calendæ Januariæ_
y las _Natales invicti_ (sc. Solis). La estrepitosa alegría, que reinaba
en estas tumultuosas solemnidades paganas, arrastraba á no pocos
cristianos, y excitó el celo de muchos padres piadosos de la Iglesia,
que agotaron su elocuencia en alejarlos de tales espectáculos
idólatras[72]. Sin embargo, continuó después el desorden hasta el punto
de llamar la atención de las asambleas eclesiásticas[73]. Entre los
cánones de concilios que aluden á él, es el más importante el del
Trullano, de 692, porque indica cuáles eran los vestigios de fiestas
paganas que todavía subsistían[74]. Este canon prohibe á los fieles
celebrar la fiesta de las Calendas (año nuevo); las Brumales, llamadas
después Bota, y la que se celebraba el 1.º de marzo[75]. Háblase en él
especialmente de los bailes públicos y escandalosos de las mujeres, de
las danzas y fiestas en alabanza de los falsos dioses, de los disfraces
de hombres con trajes de mujeres y de mujeres con los de hombres, de la
costumbre de usar máscaras cómicas, satíricas y trágicas, y por último,
indica que aún no habían muerto del todo las estrepitosas fiestas de las
Bacanales[76].
Cuanto en él se dice ha de entenderse principalmente del Oriente, y
prueba sin ambajes cuán largo tiempo habían durado las costumbres
paganas, no obstante su degeneración. Dedúcese de otro documento algo
más antiguo[77], que esas reminiscencias gentílicas habían tomado en el
Occidente otro carácter. Distínguese, si lo examinamos, por la singular
coexistencia de lo pagano y lo cristiano, y por la transición del
primero al segundo, que ya comienza á vislumbrarse. Al mismo tiempo que
alude claramente al paganismo, la prohibición de celebrar juegos y
danzas y entonar cánticos idólatras, y la de cubrirse en las Calendas de
enero con pieles de ternera ó de ciervo[78], prueba también la mención
que se hace de las fiestas de los santos, que lo consagrado en un
principio á la alabanza de los dioses empieza á servir para el culto
cristiano. Asimismo se desprende de este sermón, que, en las últimas
manifestaciones del gentilismo, se mezclaba la mitología romana con la
de otros pueblos idólatras, pues además de las claras alusiones, que se
hacen en todo el sermón, á las supersticiones germánicas, encontramos en
él mención expresa de los _jottici_, que son indudablemente los enanos
de la mitología del Norte[79]. También en la antigüedad germánica se
santificaban los días de Navidad y de Año-nuevo, celebrándose con gran
pompa la procesión de la diosa Holda[80], y probablemente con disfraces
y juegos, que después se confundieron con los destinados á solemnizar
las Calendas romanas de enero.
Al paso que los primeros prelados rivalizaban en celo atacando estos
placeres tumultuosos, patrocinaban una diversión, que pronto se hizo
igualmente licenciosa, y llegó á ser objeto de las censuras
eclesiásticas. Para mostrar el profundo desprecio, que merecía el
paganismo, se introdujo una especie de fiesta satírica ó burlesca, que
se celebraba en las iglesias con varias bufonadas y disfraces extraños,
la cual, á pesar de su objeto, opuesto á ellas, recordaba de muchas
maneras las diversiones paganas. Tan singular fiesta (generalmente
llamada de los locos) es sin duda muy antigua, y la época en que se
celebraba no era la misma en todas partes, pues unas veces se consagraba
á este objeto el día de Año-nuevo, otras el de los Santos Inocentes,
otras, en fin, el de la Circuncisión ó la Epifanía[81].
A menudo coincidían también las épocas en que se solemnizaban las
fiestas cristianas y gentílicas, como en varias de mártires y santos, en
las pascuas que caían ordinariamente en el tiempo en que se celebraba la
fiesta del verano, representándose por una pantomima la victoria de
éste sobre el invierno[82], en cuyo caso no era dable que los fieles
olvidasen enteramente las antiguas costumbres.
Si bien los sacerdotes más rígidos y los legisladores de la nueva
Iglesia se esforzaron por todos los medios en atacar los vestigios de
las antiguas supersticiones, hubo otros hombres ilustrados é
influyentes, que creyeron más saludable no desplegar tanta severidad
contra esos usos inveterados, sino darles más provechosa dirección. Uno
de los que lo intentaron fué Gregorio el Grande[83]. Así se logró que la
corriente de las diversiones paganas, que ya se había mezclado con
elementos cristianos, penetrase al fin en la Iglesia. Olvidóse poco á
poco el objeto de los bailes, cánticos y demás alegres solemnidades, y
lo que en un principio sirvió para honrar á Saturno ó Baco, se destinó
más tarde á la alabanza de San Juan, San Esteban ó Jesucristo.
En los días festivos acostumbraba el pueblo reunirse cerca de las
iglesias, levantar tiendas con ramas de árboles, y celebrar alegres
banquetes[84]. Como las fiestas paganas coincidían frecuentemente con
las cristianas, la piedad se mostró en éstas como en aquéllas, y la
alegría, libre de trabas, penetró en iglesias y pórticos, entregándose á
danzas, bufonadas y cánticos profanos. Acaso se refiera á tales
desórdenes en el templo del Señor el sermón de San Eligio, ya citado,
pues las capitulares del siglo VI prohiben el baile en las iglesias.
Natural era que no faltaran en tales festividades cantores y bufones,
que contribuyesen á aumentar los placeres y alegría del pueblo. Ya una
capitular de la época carlovingia parece aludir á ellos[85], y prohibe á
los _scenicis_ vestir traje eclesiástico, cuando en las iglesias
representaban tales espectáculos en compañía de los clérigos.
Expresamente anatematiza un canon más antiguo este desorden, pues aunque
la prohibición es del año 1316, se tiene por anterior en muchos siglos á
esta época, fundándose en sólidas razones[86].
La santidad del lugar y del día debió aconsejarles representar las
sagradas historias, á cuyo recuerdo se destinaba esta fiesta, en vez de
sucesos profanos, y de esta manera los gérmenes del drama, que vimos
apuntar en los ritos de las más antiguas festividades cristianas, se
desarrollaron sin obstáculo para figurar en la escena. Mientras no salió
de manos de vagabundos mimos y de frívolos clérigos, que los imitaron,
no abandonó su carácter licencioso, ni dejó de contribuir á la
profanación de fin tan santo, por cuya razón obligó á menudo á la
Iglesia á dirigir contra él sus censuras. Pero pronto enseñó la
experiencia que la afición del pueblo á tales espectáculos, una vez
despertada, no se extinguía fácilmente, y el clero, que ya antes se
esforzara en representar los maravillosos sucesos de la Redención,
comenzó á influir con ese objeto en el ánimo de los fieles. Verdad es
que sólo faltaba un leve impulso externo, para inclinar á los clérigos á
intervenir en la representación de las sagradas historias. Los himnos y
antífonas de la Iglesia, los sermones de los sacerdotes, y diversas
particularidades del culto, como hemos visto, habían madurado
gradualmente el elemento dramático; la forma empleada en la
representación de las santas historias al pueblo tenía ya mucho de
mímica[87]; largo tiempo hacía que, mientras se leía el texto de la
Biblia, representaban los clérigos un papel, al cual se ajustaban
simbólicamente las divisiones capitales del texto, y por tanto le
faltaba muy poco para convertirse en exposición dramática viva y
acabada. Para rechazar el argumento, de que estas nuevas costumbres eran
indignas del templo del Señor, se sostuvo que podían servir de enseñanza
y fortificar la fe del pueblo, que asistía á tales representaciones.
Como no siempre se tuvo presente este fin exclusivo, tomó poco á poco
tan piadoso espectáculo cierto colorido mundano; la Iglesia aflojó algún
tanto en sus rigores, y aun llegó á proteger los que con el nombre de
_misterios_, con que lo distinguen diversas decretales y cánones de
concilios, ocuparon el mismo rango que otras solemnidades del culto.
No es de esperar que nosotros intentemos determinar con fijeza la época
en que aparece el drama religioso, cuyo germen hemos hallado en los
ritos de la Iglesia primitiva. Hemos visto cuán antiguas son en la
oriental estas producciones aisladas, é indicado las festividades en que
intervienen las primeras representaciones dramáticas. Los datos y
documentos, que se han conservado, relativos á su primera aparición en
la Iglesia occidental, no alcanzan á época tan lejana. Pero como nuestro
conocimiento de los más remotos periodos de la historia de la Europa
moderna no se funda generalmente en datos abundantes, y en proporción
sólo han llegado hasta nosotros escasas noticias de sus monumentos
literarios, y cuando así ha sido, y tratándose de los de esta especie,
sólo por casualidad nos los participan los cronistas, no con propósito
deliberado, no es extraño que no se pueda afirmar con certeza que esas
indicaciones más antiguas, que existen, sean las primeras que hayan
hablado de los orígenes del drama religioso.
Algunos sospechan que al drama religioso, propiamente dicho, precedieron
mudas representaciones pantomímicas de las Sagradas Escrituras. De este
género habría sido la representación simbólica de la resurrección de
Jesús en la noche de Pascuas[88], de la cual tratan los cánones del
concilio de Worms (1316) como de una antigua costumbre; la subida de la
efigie de Cristo al techo de la iglesia, y el descendimiento de la de
Satanás ardiendo el día de la Ascensión[89]; el pesebre que se erigía
en la Noche-buena, la representación de los tres Reyes cuando adoraron
al Niño Jesús, etc. No obstante, aunque estas ceremonias son
probablemente muy antiguas, será muy difícil probar que sean anteriores
á los dramas religiosos, que han llegado hasta nosotros. Estos alcanzan,
en parte, hasta la época de los carlovingios. Conocemos dos manuscritos
de dramas monásticos del año 815[90], y las composiciones dramáticas en
lenguaje frisón, que se atribuyen al abad Angilberto, contemporáneo de
Carlomagno[91]. En la biblioteca de Munich se conservan dos dramas
acerca del nacimiento de Cristo[92], en versos latinos, pertenecientes á
los siglos IX y XI, restos, al parecer, de los espectáculos que se
acostumbraba representar en las iglesias la Noche-buena. Así en estas
obras como en las pantomimas mudas, mencionadas antes, y en otras, de
que hablaremos después, se advierten esas tendencias del culto divino,
desde tiempos anteriores, á revestir forma dramática. Debemos enumerar
especialmente, entre estas composiciones, las que escribió Roswitha,
noble abadesa de Gandersheim, imitadas de antiguas leyendas cristianas,
ya estuviesen destinadas á la representación, ya no, como parece más
probable, sino sólo á servir de piadoso solaz á las monjas de su
monasterio. Poseemos además otros dramas más antiguos, que, por su fondo
y por su forma, dan á entender claramente que se escribieron para ser
representados. Distínguese entre ellos el _Misterio de las vírgenes
prudentes y locas_ (Ms. 1.139 de la Real Biblioteca francesa), todo lo
más de principios del siglo XI, y aun de época anterior, á juicio de
Lebœuf y Raynouard[93]. Esta pieza demuestra sin ambajes la
procedencia del drama religioso de las ceremonias del culto divino. Los
cánticos latinos, que se leen en ella, pertenecen por entero al culto,
al paso que sus diálogos en lengua provenzal nos dan á conocer el drama
naciente. Atribúyese con razón mayor antigüedad á una farsa latina en
loor de San Nicolás, que se ha encontrado manuscrita en la abadía de San
Benito del Loira[94]. Lebœuf cita una pieza, escrita hacia el año
1050, en la cual aparece Virgilio entre los profetas que adoran al
Redentor. De fines del mismo siglo es el antiguo _Mysterium
Resurrectionis_ francés[95], notable además porque dice expresamente que
había sido representado por clérigos.
De este tiempo y del siglo XI es asimismo un antiguo misterio bretón,
publicado no hace mucho[96]. No deja de ser muy interesante lo que dice
Mateo Paris en su _Vitæ abbatum_, cuando cuenta que Godofredo de
Normandía, maestro de escuela de Dunstaple, hizo representar por sus
discípulos una historia maravillosa sacada de la vida de Santa Catalina,
y que no fué invención suya, sino costumbre transmitida de unos maestros
y escolares á otros. Warton cree que esta representación debió
verificarse hacia el año 1110, aunque parezca más probable la opinión de
_De la Rue (Bardes et jougleurs)_, en cuyo juicio debió caer entre los
años 1131 y 1146[97].
El severo Inocencio III se vió obligado en el año 1210 á prohibir
rigorosamente la representación de escenas dramáticas en las iglesias, y
en especial por los clérigos[98]; y aunque igual prohibición fué
confirmada después por los cánones de muchos concilios[99], no abolió
por completo estos piadosos espectáculos, sirviendo tan solo para que
variase el lugar en que se representaban. Aun cuando existan noticias
aisladas de que en los siglos siguientes continuó la perjudicial
costumbre de convertir las iglesias en teatros, como sucedió en el año
de 1452 en la de Santa Clara de Nápoles, en la cual se dió una suntuosa
representación de esta especie al rey Alfonso I, fué más frecuente desde
el siglo XIII destinar á este objeto locales distintos de los templos, y
celebrar los misterios en las plazas públicas ó en otro lugar á
propósito. Así debió suceder á medida que se perfeccionaba este
espectáculo, y se hacía más independiente del culto. Apostolo Zenón,
fundándose en una antigua crónica, dice que en la pascua de 1243 se
representó un gran drama religioso en la plaza del Prado della Valle en
Padua[100]. A esta época se refiere la primera noticia que conservamos
de la existencia de cofradías, cuyo principal objeto era la
representación de los misterios, como la de los Gonfalone de Roma, que
se formó en el año de 1264 para representar la historia de la Pasión.
Parece que clérigos y legos rivalizaron en tomar parte como actores en
estas solemnidades, pues la cofradía de los Battuti, que se organizó en
Treviso en 1261, había celebrado con los canónigos de la catedral
solemne contrato, obligándose éstos á suministrar dos clérigos para
representar los papeles del Angel y de la Virgen María[101].
El milagro de Bolsena, que convenció á un clérigo incrédulo de la
presencia real de Cristo en el Sacramento del altar, haciéndole ver las
gotas de sangre que destilaba la Hostia, obligó al Papa Urbano IV en
1264 á instituir la fiesta del Corpus. Celebróse ya en el siglo XIII en
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