Historia de la literatura y del arte dramático en España, tomo I - 03

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decadencia de ese gusto, á causa del alimento corrompido que les sirven
sin descanso, y porque de ellos también depende purificarlo y elevarlo.
El pueblo, bajo cuya palabra no comprendemos las heces más bajas de la
sociedad, á pesar de todo el empeño que se muestra en pervertirlo y
confundirlo, conoce y siente siempre lo poético y lo sublime; ni están
tan embotadas sus facultades, que no pueda despertar de su letargo
aspirando el perfume embriagador y poderoso de la flor más brillante de
la poesía; no se han atrofiado ya hasta tal punto las fibras de su
corazón, que resonaban antes armoniosamente, cuando un poeta verdadero
pulsa esa lira profanada, arrancándole sonidos más enérgicos y
melodiosos; su alma se conmueve todavía ante el espectáculo de lo noble
y lo grandioso, en los tiempos pasados y presentes; no se ha extinguido
en él tampoco el don de disfrutar de los cuadros seductores y aéreos,
creados por la fantasía, ni sus ojos dejan de derramar lágrimas al
contemplar la lucha gigantesca del héroe glorioso, defendiéndose hasta
el fin del destino inexorable, ni sus labios, en fin, niegan la sonrisa
á los chistes, si están inspirados por la delicadeza y por la gracia
ática. En las épocas afortunadas, las naciones aplauden espontáneamente
sólo lo bello, y las obras dramáticas, de acuerdo en todo con el
espíritu del pueblo, crean sólo lo grande y lo verdadero; pero en
periodos de decadencia y de corrupción, es deber de todos aquéllos, que
desde el teatro pueden influir en el bien de su patria, decantar los
elementos más puros, que bullen en la sociedad, descartándolos y
limpiándolos de las excrecencias que los afean. Esta empresa será, de
seguro, sagrada é importantísima para cuantos conocen la eficacia del
teatro en la dirección de las ideas y costumbres de los pueblos. Desde
el mismo lugar, pues, de donde corre ahora letargo que mata el alma, ó
ponzoña mortífera que corrompe las venas de la sociedad, podría surgir
un medio de perfeccionar el sentimiento de la belleza, que interviniese
también en la vida entera de la nación, y hasta sugestiones respetables
que satisficieran á las exigencias más elevadas de nuestra naturaleza.
El drama es la forma más elocuente y conmovedora de todas las poéticas,
y también la única que en nuestra época se pone en contacto inmediato
con el pueblo, y hasta con aquellos que nunca leen libros, estando
desterradas de los salones del gran mundo las demás especies poéticas.
Si abrigamos alguna esperanza de que la dirección de los teatros, como
ha sucedido á veces, pase poco á poco de las manos de los ignorantes á
las de hombres entendidos, que se propongan formalmente su reforma, se
nos presenta la cuestión de cuál será el mejor medio de formar y depurar
el repertorio teatral. No hay duda de que existen en nuestra propia
literatura alemana algunos dramas excluídos de la escena por los
rutinarios directores de ella, y merecedores, sin embargo, de ser
representados; tampoco faltarán hombres de talento que escriban obras
estimables, si observan en los teatros una tendencia más elevada, y que
perfeccionarán sus dotes poéticas y su conocimiento de las necesidades
teatrales, estudiando buenos modelos, aunque todo esto no baste para
proporcionarnos en seguida un repertorio valioso y bastante rico para
satisfacer las necesidades del momento. Por consiguiente, nos vemos
obligados, sin remedio, no disponiendo de una literatura dramática
original y variada, á recurrir con esta demanda al extranjero, siempre
que no sea, por cuanto hay en el mundo de sagrado, á los fabricantes
dramáticos de esa nación, de la cual decía Lessing que no contaba con
ningún verdadero drama suyo, y que, después, no ha logrado tampoco
tenerlo. El teatro inglés ofrece, al contrario, rica vena, y algunas
obras de Fletcher ó Massinger alcanzarían aplausos entre nosotros,
expurgadas suficientemente; pero, ¿en dónde, sino en España, podremos
encontrar fuente tan copiosa é inagotable de dramas excelentes, tan
genuinamente poéticos, y tan apropiados á todas las exigencias
escénicas? Imperdonable sería renunciar al disfrute de estos tesoros y á
la influencia reformadora, que, en la depuración del gusto dramático,
tendría el conocimiento de esas composiciones tan notables, y escritas
todas para la representación, no para la lectura. Sé bien que tendré
muchos contradictores, y que es hoy moda entre nosotros calificar de
curiosidades á los poemas de Calderón y de Lope, y, sin negarles algún
valor, se juzgan, no obstante, sin condiciones á propósito para servir
en nuestros días. Ya que se da tanto crédito á la opinión de algunas
autoridades en la materia, recordaré, para combatir esta opinión, que
habiendo asistido Goethe á la representación de _El Príncipe Constante_,
poco después de traducido por Schlegel, declaró que el teatro alemán
conquistaría con el estudio de Calderón terrenos completamente nuevos,
que Immermann le apellidó _poeta dramático par excellence_, esto es, el
dramático que, en grado superior á todos, había juntado á la poesía más
vigorosa y elevada la mayor habilidad técnica, y el dominio más perfecto
de las tablas. Refuta también esa opinión falsa, á que aludimos, la
misma experiencia, puesto que muchos dramas españoles han hecho la
impresión debida cuando se han puesto en escena. _El Príncipe Constante_
excitó en Weimar tan general entusiasmo, que, según dice un testigo
presencial, el público no se cansaba de admirarlo; Immermann afirma, en
sus _Cosas memorables_, que al representar su _Mágico prodigioso_, hasta
en el vulgo hizo, en Dusseldorff, efecto extraordinario; _La hija del
Aire_ fué aplaudida en el mismo teatro en su forma primitiva, y en otras
ciudades lo fué un arreglo moderno de esta comedia, no poco defectuoso;
_Doña Diana_, _El Médico de su honra_, _El Secreto á voces_, _La Vida es
sueño_ y _La Estrella de Sevilla_ fueron largo tiempo comedias favoritas
del público alemán, y son todavía en algunos lugares rayos brillantes de
luz, que alumbran aquí y allí el mundo, digno de lástima, del teatro.
Otras muchas comedias, que en nada ceden á las indicadas, sino que, al
contrario, prometen, si se representan, llamar más la atención hoy en la
literatura dramática española, y hasta los dramas de poetas castellanos
traducidos hasta ahora, ofrecen también, bajo este aspecto, rica
cosecha. _El Valiente justiciero_, de Moreto, y _Del Rey abajo ninguno_,
de Rojas (ambas arregladas magistralmente por Dohrn), se representan
todos los años en España, hace dos siglos, ante un público numeroso,
excitando el mismo interés ó igual aplauso; en distintas ocasiones he
sido uno de los espectadores, y siempre en los momentos más decisivos de
la acción trágica, sobre todo en la maravillosa escena final de _Del Rey
abajo ninguno_, pude observar en suspenso la respiración de los
concurrentes, que rompían en seguida en aplausos estrepitosos,
impresionados profundamente sus ánimos; ¿por qué, pues, no han de
producir el mismo efecto en Alemania los hechos principales de esas
obras? No sería menor tampoco el de _El Tejedor de Segovia_, de Alarcón;
y en el año de 1845 arrebató á los parisienses, al ponerse en escena en
la capital de Francia. Entre las obras de Calderón, se recomiendan por
sus condiciones para este objeto _El Pintor de su deshonra_ (traducido
por Bärmann), uno de los dramas más sublimes que se han escrito, _Las
Tres justicias en una_ y _El Alcalde de Zalamea_, si á esta última no se
opusiese la mogigatería alemana con su exagerado sentimentalismo. _El
Escondido y la tapada_, comedia de enredo de tanta delicadeza como
perfección, y con la que no puede compararse ninguna otra de las
existentes en todos los pueblos, es muy á propósito también, por su
índole, para representarse con éxito en nuestros teatros. Otras muchas
obras de Lope de Vega, de Tirso de Molina (de las más aplaudidas en
España, ahora y en todos tiempos), Guevara, Alarcón, Rojas y otros,
esperan sólo quien las traduzca ó arregle con acierto, para formar parte
del repertorio alemán. No creo que estos dramas puedan representarse sin
supresiones, porque esos largos discursos ó parlamentos, tan comunes en
Calderón, exigen una declamación especial, propia sólo de los actores
españoles, no de los alemanes, más lentos, y que, por lo mismo, los
harían acaso cansados; sería menester hacer en ellos sus cortes por
persona competente, sin necesidad de añadir que el organismo de los
dramas había de conservarse inalterable, prohibiéndose toda mutilación ó
variación arbitraria, como las hechas por West, en _El Médico de su
honra_.
Incalculable sería el influjo que, en la corrección del gusto, podría
ejercer la representación acertada y hecha con inteligencia de las obras
maestras del teatro español, en reformar los escritos por nuestros
poetas, y probablemente en despertar muchos talentos aletargados. Si es
lícito abandonarse un momento á la esperanza de que, más pronto ó más
tarde, se emprenderá la reforma del teatro alemán con energía y
formalidad para conseguir la de la escena, no será, de seguro, inútil
tener presente esta reflexión que hacemos. Toda tentativa de mejorar el
estado actual del teatro, será vana por necesidad, si no se funda en el
principio de desterrar para siempre del repertorio todas las
vulgaridades y las rapiñas incesantes que sirven para llenarlas. Inútil
es representar alguna vez buenas obras, y hacer lo mismo en seguida con
los miserables engendros dramáticos cuotidianos, _El Rey Lear_ una
noche, por ejemplo, y á la siguiente, servir otro manjar de puro
aparato, repugnante al buen sentido, inventado por el gastrónomo Bremer
y preparado para la escena por Birch-Pfeiffer, ó dramatizaciones aún más
despreciables de las malas novelas francesas, que manchan ahora nuestra
escena avergonzando á todo buen alemán, porque la impresión bienhechora
de la primera quedará anulada, doble y triplemente, por el efecto
perjudicial de las últimas. Antes de profanar grandes obras poéticas,
representándolas ante los bancos solitarios del teatro, desde los cuales
el día anterior aplaudían los abortos de la superfluidad más moderna,
una concurrencia de gusto pervertido; antes de acoplar producciones tan
opuestas entre sí como los dos polos enemigos, es preferible desterrar
para siempre toda obra de mérito, privar para siempre la escena de las
creaciones del arte dramático y de la poesía, y transformarla en lugar
de pasatiempo del vulgo, como los saltimbanquis y prestidigitadores en
las ferias. Si se abriga, al contrario, el firme propósito de que torne
á ser el teatro lo que fué antes, y lo que debe ser siempre, ha de
aplicarse la máxima de poner sólo en escena buenas obras y ricas en
poesía, ó aquéllas, por lo menos, que demuestren el empeño de sus
autores en alcanzar fines elevados; una serie no interrumpida de tales
representaciones formará á su vez al público, y le quitará toda ocasión
de dejarse llevar de sus inclinaciones habituales y corrompidas; si, al
contrario, se familiariza largo tiempo con esas representaciones,
entonces, como acontece también en la estación más hermosa de la
primavera que haya algún día espesas escarchas, renunciará al cabo á sus
hábitos pertinaces, y comprenderá el contraste monstruoso que ofrecen
las composiciones poéticas, dignas por su mérito de alabanza, y las
prosáicas é indignas, que excitaban antes su entusiasmo. Pero no se
entienda por esto que sólo hayan de ponerse en escena las obras más
notables de épocas anteriores, sino á la vez las de los poetas modernos,
si tienen algún mérito artístico ó alguna belleza estimable. Si se
conservan en concurrencia con las primeras, tanto mejor para sus
autores; pero si se ven obligadas á ceder, la emulación excitará á
aquellos á trabajar con más ahinco, y á aprender, de sus derrotas, que
únicamente lo mejor y más selecto es lo que encuentra aceptación y
aplauso. Aunque respecto á la elección de las obras no debe mostrarse
consideración alguna al gusto pervertido del vulgo, porque esta
condescendencia constituiría un mal verdadero, ha de haber, sin embargo,
cierta tolerancia con sus deseos, como medio, á lo menos, de llegar á
resultados más importantes. No son muchos, por desgracia, los
concurrentes al teatro en nuestros días, que perciban en toda su
extensión las bellezas de una obra dramática cualquiera, y es
consecuencia natural, que, no teniéndolos en cuenta para nada, se
intente granjear las simpatías de la muchedumbre, lisonjeándola y
satisfaciendo sus caprichos. El lujo escénico, las decoraciones
brillantes y el arte del tramoyista no son de poca entidad, por ejemplo,
en cuanto sirven de adorno exterior de un drama bueno, porque traen
algunos al teatro, que acaso no acudirían á él si no se les ofreciese
otro atractivo que el mérito desnudo de la obra, en cuyo caso servirán
de medio ú ocasión para que estos mismos presencien y oigan una
composición poética, que concluya, en último término, por agradarle.
Immermann refiere, que á los habitantes de Dusseldorf entusiasmaba
sobremanera el juego de máquinas de _El Mágico prodigioso_, haciendo
presumir este hecho, que, por igual razón, acontecería lo propio á otros
muchos dramas españoles, contentando á la vez á los aficionados á la
verdadera poesía, y llevando insensiblemente al pueblo al buen camino,
sólo por contemporizar con sus gustos y aficiones.
Tales son los objetos accesorios de este trabajo, como el inmediato, el
ampliar la historia general de la literatura, y tal es también mi deseo
de que aproveche á los poetas alemanes para adquirir nuevas ideas y
nuevos materiales, y facilite á los empresarios de teatros conocer las
inmensas riquezas que el teatro español atesora. No faltará, sin duda,
quien califique mis propósitos de irrealizables, ó quien se burle de mi
pretensión de influir de alguna manera en el teatro alemán, ofreciendo
al público esta obra, que trata del drama español, y que acaso nadie
lea; pero á mí me tranquiliza haber llevado á término un proyecto en la
medida de mis fuerzas, innegablemente digno de alabanza, bastándome
creerlo así para realizar mi empresa sin obstáculo ni arrepentimiento,
aun en el caso de que no se conviertan en hechos ningunas de las
esperanzas, que me estimularon á consagrarme á estos estudios.
El método histórico-literario, que he seguido para escribir los dos
primeros volúmenes de esta historia, es el mismo aplicado luego á los
materiales, que componen el tercero, pareciéndome el más acomodado á mi
plan, y no habiéndolo adoptado sino después de examinarlo maduramente.
Se convendrá, sin duda, conmigo, que, á cada nuevo plan de la historia
de la literatura, ha de corresponder también un método nuevo de ponerlo
en práctica, y que ni es posible, ni aun supuesta su posibilidad, eficaz
tampoco, que, tratándose de una materia no conocida aún en toda su
extensión, se emplee al principio el mismo procedimiento que cuando se
trate de otras, manejadas ya en diversos sentidos en toda su
comprensión. Comparemos, pues, con este objeto dos obras, tan notables
como conocidas, á saber: la historia de la literatura poética y nacional
de Alemania de Gervinus, y la de la poesía persa de Hammer. El autor de
la primera tenía ante sí un terreno, ya cultivado con preferencia, y
podía suponer en los lectores suficiente noticia de los materiales
literarios é históricos preexistentes, ó hacer referencias á libros muy
leídos, en los cuales sería fácil adquirir esos conocimientos. Obró,
pues, con mucho acierto no deteniéndose en señalar los asuntos de cada
composición particular, sino que se consagró de preferencia á la
historia externa, para difundir de este modo nueva luz en la literatura.
Pero ¡cuán diversa no era, por el contrario, la situación de Hammer! La
poesía persa, en toda Europa, era una especie de _terra incógnita_,
cuando el gran orientalista emprendió la tarea de trazar su historia;
las obras persas sólo eran comprensibles para pocos eruditos, y hasta la
rareza de esos manuscritos suscitaba otra dificultad poderosa. El
historiador de ellas se limitó, por tanto, á ofrecer á la contemplación
inmediata de los lectores lo interior de ese palacio encantado y
guardado hasta entonces con siete llaves, y analizando las composiciones
más importantes, y traduciendo las de menos extensión, pudo iniciarlos
en su conocimiento. Lo principal era, por tanto, cumplir esta condición,
y mientras no se hiciera así, era inoportuno todo razonamiento y toda
reflexión. En una situación semejante, aunque no enteramente igual, se
hallaba, á mi juicio, el que se propusiera escribir la historia del
teatro español; sin duda existían otros trabajos anteriores, no como
sucedía con la historia literaria de Persia, pero tampoco había obra
alguna en que se hubiese tratado de esta materia hasta apurarla; no
podía suponer en los lectores un conocimiento general de los dramáticos
españoles, ni era dable tampoco aludir sólo á las obras originales, para
que los lectores completasen su estudio, siendo tan raros los libros
antiguos españoles. Su tarea más importante había de ser, por
consiguiente, proporcionar al lector los medios más eficaces de conocer
con fruto y con interés lo más esencial de esta poesía dramática, en
cuyo caso eran indispensables extractos ó indicaciones de los escritos
de más mérito. Y si así lo exigían imperiosamente las razones alegadas,
había además otras, que también lo aconsejaran. Sólo de esta manera era
posible comprender las propiedades más esenciales del teatro español,
esto es, esa riqueza de inventiva, esa multitud y variedad portentosa de
asuntos dramáticos exclusivamente suya, en cuya virtud, como decía
Riccoboni hace cien años, ha llegado á ser el gran modelo de todos los
teatros de Europa. Pero aun cuando parecía necesaria la indicación de
los asuntos, hecha con más ó menos prolijidad, para entender al
historiador, ocurría también á cualquiera que no bastaban esos datos
someros coordinados, sino que convenía además señalar el vínculo común
que los unía, investigar y averiguar las diferencias características de
cada poeta por el examen de sus obras, manifestar las relaciones y
puntos de contacto que existieran entre ellos y el público, y el estado
de la nación, de las distintas épocas que les había dado nacimiento é
inspirándoles animación y vida. Tantos materiales, pues, como habían de
servir para la historia del teatro español, exigían, por su número, el
trazado de límites que los contuviesen; y de la misma manera que parecía
preciso que esas indicaciones de los asuntos poéticos se encerrasen en
un círculo determinado, teniendo en cuenta la concisión más bien que la
difusión, así también las reflexiones á que dieran margen habían de ser
sobrias, y los datos históricos manejados encontrarse en íntima relación
con las letras. Quien se proponga estudiar la literatura y el arte
dramático en España, ó por lo menos la primera, ha de examinar otros
elementos más remotos, y hasta detenerse en la historia de los demás
pueblos, porque de otro modo es imposible formarse una idea exacta de su
objeto, y con tanta más razón, cuanto que existe un cúmulo monstruoso de
materiales raros y enteramente desconocidos, cuyo manejo y dominio ha de
facultarlo para instruir á los lectores como debe, viéndose en el caso
de aplicar una idea abstracta, tomada acaso de la lectura de alguna obra
popular moderna sobre historia de la literatura, á un asunto refractario
por completo á semejante método. Pero de todas maneras, parece evidente
que una obra que debe contener la exposición de materiales casi
inmensos, juntamente con juicios de la índole más varia, si en un
principio se estimaron bastantes tres tomos para comprenderla, al fin
habría de extenderse hasta llenar por lo menos otros diez ó doce.
No necesito añadir, que, en la historia del teatro español, que ofrezco
al público bajo tales condiciones, haya agotado completamente la
materia. Así resulta también de las líneas anteriores, debiendo
limitarse ahora nuestra ambición á conseguir el objeto indicado, aunque
sólo haya de satisfacer por completo otro trabajo posterior más profundo
y más vasto, y contentándose el autor de éste con la gloria de haber
sido el primero en labrar este terreno, en el cual, antes que él, habían
pocos trabajado.
Los principios estéticos, en que fundo mis juicios, son los que he
adquirido estudiando incesantemente, y con placer siempre nuevo, á los
grandes poetas antiguos y modernos, así como los escritos de Schlegel,
Tiek y otros maestros de crítica literaria. Este método ofrece la
ventaja de ser comprendido fuera de Alemania, y por los que hablan otras
lenguas. Respecto al método crítico, que se adorna exclusivamente con el
sonoro nombre de filosófico, y para el cual es la estética una parte de
la lógica real absoluta, debo declarar la razón que me ha movido á no
emplearlo. Esta obra mía, aunque escrita principalmente para Alemania,
lo está también, sin embargo, para el público español, como consta del
principio de este prólogo. Por clara y perfectamente comprensible que
sea la filosofía de la identidad y de la diferencia, con sus
contradicciones _vivas é íntimas_, con su unidad negativa de lo que
está fuera de ella, que siendo, no es, y no siendo, es, con su
manifestación sensible y no sensible, y la negación pura de sí misma,
por lo menos en nuestra patria especulativa, no sería probablemente
entendida en España, si suponemos que no ha de elevarse á esas alturas
absolutas sino al cabo de algunos siglos.
La segunda parte de la edad de oro del teatro español, con arreglo á mi
plan primitivo, se expone con detenimiento en el tomo III, aun cuando no
sea posible, que, en el examen de las obras de los poetas innumerables
que se agrupan en torno de Calderón, se inviertan el tiempo y la
prolijidad que él sólo merece; y de aquí que mis juicios alcancen á los
más célebres, ó á los que estimo de más mérito, haciendo ligeras
indicaciones de los demás, y en ocasiones mencionándolos simplemente. En
todo rigor, estos catálogos de nombres propios no debían aparecer en una
obra de historia; pero su enumeración se justifica hasta cierto punto,
porque ya que no sirven para probar la riqueza cualitativa del teatro
español, demuestran cuando menos su fecundidad cuantitativa, y porque
nunca dejan de tener cierta importancia de relación, perteneciendo á una
escuela grandiosa, y reinando en su favor la presunción de que sus obras
han de encerrar algunas bellezas, como sucede siempre cuando se trata
de producciones literarias de periodos históricos gloriosos.
La sección de esta obra, comprensiva de la historia del teatro español
desde su época más brillante hasta nuestros días, traza sólo su
decadencia en sus rasgos más notables, ocupándose luego en los esfuerzos
más recientes hechos por los españoles para regenerarlo. El apéndice
contiene el catálogo, muy precioso sin disputa para los aficionados á
estos estudios, de las colecciones generales de comedias españolas,
libros rarísimos, y que no se encuentran completos en ninguna biblioteca
de Europa, probando sobradamente la inmensa riqueza del repertorio de la
dramática castellana. Además de ese catálogo incluyo también otro de los
escritos más notables, que han llegado á mi noticia sobre el conjunto de
las diversas partes de la poesía y del arte dramático en España. El
lector, de esta manera, forma con facilidad una idea de esta especial
literatura de los trabajos anteriores, que han servido de fundamento á
mi obra. Como es de presumir, esta última lista sólo contiene las obras,
que se distinguen mucho ó poco por su originalidad ó por su novedad, no
aquellas otras, que, como la de García de Villanueva, _Literature of
Europe_, de Hallam, y _La historia de la literatura cómica_ de Flügel,
sólo repiten lo ya conocido en sus datos y censuras, ni tampoco las que
son puramente particulares. Por desgracia, cuando estaba preparado para
la imprenta la mayor parte del original del tercer tomo, recibí la
_Storia crítica dei teatri_, de Signorelli, en su segunda edición
aumentada (Nápoles, 1813), porque hasta entonces sólo había llegado á
mis manos un sumario en alemán de la misma. Si la hubiera conocido
antes, la hubiese tenido muy presente, porque entre todos los libros
conocidos, es uno de los más concienzudos que se han escrito acerca del
teatro español. Aunque no exento de muchos errores, encierra, sin
embargo, reflexiones y juicios aislados de un mérito indisputable,
demostrando su autor que conoce mejor algunos poetas que el mismo
Bouterwek. Sin duda la crítica de Signorelli es, en lo general, la
estrecha de su tiempo y de su nación, pero, á pesar de esto, ha estimado
y realzado algunas bellezas de los dramáticos españoles, y por ningún
concepto merece las burlas y desprecios de la Huerta. He tenido
noticias, por un artículo del periódico _El Español_, de otro trabajo
sobre el teatro de esta nación, publicado en Madrid el año anterior por
Lombía, poco extenso y profundo, si he de atenerme á la crítica que hace
de él dicho periódico. Quizás en el catálogo se haya omitido por olvido
algo que debiera mencionarse, sobre todo algunos escritos sueltos de los
siglos XVII y XVIII, relativos al teatro, que se me han facilitado en
España, y que me han servido para la aclaración de algunos puntos
aislados.
Por último, cumplo uno de mis deberes más gratos manifestando mi
gratitud eterna á los Sres. Tieck, de Berlín; Enrique Ternaux-Compans,
de París, y Luis Lemcke, de Brunswich, por su generosidad en facilitarme
los tesoros de sus ricas bibliotecas.
* * * * *
Después de escritas las líneas anteriores, y durante mi última visita á
España, si bien llamaban principalmente mi atención otros estudios, no
dejó también de preocuparme la literatura dramática de este país; no
sólo leí muchas obras de dramáticos españoles, de difícil conocimiento
en cualquiera otra parte, sino adquirí también, ya haciendo
investigaciones en los archivos y bibliotecas, ya por comunicármelas
amistosamente los eruditos y literatos españoles, no escaso número de
noticias, no utilizadas hasta ahora, y que pueden servir de complemento
y justificación de mi _Historia del Teatro Español_. Pensé también, con
este motivo, en aprovechar los materiales así reunidos en publicar una
nueva edición de mi obra considerablemente aumentada y reformada, y que
debía aparecer en lengua española. En ella, si las circunstancias eran
favorables, tendrían entrada y valoración los trabajos posteriores,
relativos al mismo asunto, como, por ejemplo, los prólogos y
observaciones de Hartzenbusch á las ediciones de Tirso de Molina,
Alarcón, Lope de Vega y Calderón. Pero, de todas maneras, paréceme que
no presto ingrato servicio á los aficionados á este género literario,
haciendo llegar hasta ellos, bajo la forma de notas á la edición
alemana, parte de los materiales recogidos. Me limito, pues
(reservándome lo puramente literario y la crítica de algunas
composiciones dramáticas antiguas y notables), á publicar ciertos datos
sobre la historia del teatro español, que provienen casi todos de
manuscritos ó libros raros, y á los cuales añado excepcionalmente algo
sacado de obras de fácil adquisición ó impresas recientemente. No se
espere, por lo tanto, supuestas las anteriores indicaciones, sino lo que
crea yo oportuno facilitar, y discúlpese la forma de notas, en que se
presenta, la índole fragmentaria de esos mismos datos. Esta forma me ha
impulsado á omitir algo importante, ó que no convenía, y al contrario, á
realzar otras noticias de poca importancia, y que sólo son curiosas si
no hay ocasión oportuna de darlas á la estampa, y porque tratándose de
la historia de un género literario, tan oscura bajo muchos aspectos,
hasta lo insignificante puede contribuir á veces á aclarar cuestiones y
puntos importantes. La mera indicación de impresos y manuscritos
antiguos, basta, pues, en mi concepto, puesto que se trata de obras de
las cuales no tienen conocimiento los bibliógrafos, excitándome en
particular el deseo de llamar la atención de los aficionados á estos
estudios, hacia la extraordinaria riqueza de obras, no impresas, de
antiguos dramáticos, que yacen escondidas todavía en las bibliotecas de
España, y en particular en la del Duque de Osuna. ¡Lástima que no se
publicasen, por lo menos, las joyas más preciosas de esta clase, antes
de desaparecer para siempre por los estragos del tiempo!
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