Historia de la literatura y del arte dramático en España, tomo I - 02

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deja en la historia general de la literatura. Si nuestro siglo, que se
distingue por la multiplicidad de sus trabajos intelectuales, anhela
conocer á fondo los tesoros del teatro más rico y brillante de Europa,
este deseo subirá mucho de punto recordando el poderoso influjo, que ha
ejercido por más de una centuria en los de las demás naciones. Muchos
dramas muy célebres italianos, ingleses y especialmente franceses, son
imitaciones totales ó parciales de otros españoles, bastando disipar la
niebla, que envuelve al país en que nacieron tantas invenciones
ingeniosas y eficaces resortes dramáticos, para lisonjearnos de que
arrojaremos también nueva y grata luz sobre las literaturas extrañas.
No existe obra alguna acerca de la historia del teatro español, que haga
ni aun aproximadamente las veces que los apreciables trabajos de
Collier, Riccoboni, Beauchams y los hermanos Parfait respecto del
inglés, italiano y francés, y quien desee escribirla ha de renunciar,
casi por entero, al auxilio que podrán ofrecerle libros útiles
anteriores. El único que debemos mencionar ahora, por el esmero y la
conciencia con que está escrito, es el titulado _Orígenes del teatro
español de Moratín_, aunque advirtiendo que tan excelente obra abraza
solo la infancia del drama español, prescindiendo por completo de su
edad de oro. Sobre esta última, sin duda la más importante, casi se
puede sostener que nada se ha escrito, ó por lo menos nada que exceda de
los límites de un reducido compendio. Bouterweck, en su historia de la
poesía y de la elocuencia, libro de mucho mérito, discurre sobre este
punto con notable ligereza, disculpable, en verdad, atendiendo á los
escasos materiales de que disponía. Lo que se lee en las lecciones de
literatura dramática de Schlegel, relacionado con este asunto, casi no
merece otro nombre que el de una ingeniosa y elocuente apoteosis de
Calderón. Algo más explícito fué F. Sismondi en su _Littérature du midi
de l'Europe_, aunque apenas haga otra cosa que exponer los argumentos de
algunas comedias de Lope y Calderón, acompañados de reflexiones
estético-críticas. Los demás libros, que tratan de la historia del
teatro español, ó que prometen tratar de ella, según sus títulos, son
los siguientes:
_Poética de Martínez de la Rosa._--Este poema didáctico, en el cual se
sustentan las doctrinas de Boileau, va ilustrado con notas generales
relativas á la poesía española, y por tanto á la dramática. Muchas son
ingeniosas y oportunas, como era de esperar de este erudito é instruído
hombre de Estado, que, como pocos, conoce la literatura de su patria;
pero se comprende fácilmente que nunca pudo ser su objeto profundizar
esta materia. Casi todo cuanto dice Viardot en sus _Etudes sur
l'Espagne_ acerca del teatro español, es traducción de esta obra de
Martínez de la Rosa.
_Disertación sobre las comedias de España_, de Blas Nasarre (como
prólogo á la nueva edición de las comedias de Cervantes. Madrid, 1749).
Es una diatriba galicista contra el drama nacional español, llena de
pensamientos vulgares y de extravagancias literarias de mal gusto, no
compensadas con noticia alguna interesante.
_Origen, épocas y progresos del teatro español_, por Manuel García de
Villanueva, Hugalde y Parra. Madrid, 1802.--Este libro, de tan pomposo
título, escrito por un cómico, contiene en sus 226 primeras páginas
indicaciones confusas acerca de casi todos los teatros del mundo (entre
otros el japonés, chino, sueco, polaco, alemán y _prusiano_), y en sus
últimas ciento algunas noticias ligeras sobre el drama español, tomadas
de Blas Nasarre, de Luzán, Montiano y Luyando.
_Tratado histórico sobre el origen y progresos de la comedia y del
histrionismo en España_, por Don Casiano Pellicer. Madrid, 1804.--Dos
tomos en 12.º, que contienen útiles datos acerca de la historia externa
de los teatros, de la escenografía española, especialmente de la de
Madrid, y de los más célebres actores, aunque sin decir nada de la
literatura dramática.
_Lecciones de literatura dramática_, por D. Alberto Lista. Madrid,
1839.--Sólo se ha publicado la primera parte, que trata de los orígenes
del drama español, y casi no merece otro nombre que el de un compendio
de la obra citada de Moratín.
Los escasos artículos biográficos é histórico-literarios, que se
encuentran en el _Tesoro del teatro español de Ochoa_, y que, sea dicho
de paso, están sacados en su mayor parte de la _Colección general de
comedias escogidas_ (Madrid, 1826-51), adolecen de muchos errores é
inexactitudes de toda especie, de suerte que casi no ofrecen confianza
alguna[3].
Si nadie ha intentado después escribir una historia crítica completa de
la literatura y arte dramático en España, ha sido, sin duda, á causa de
las dificultades inherentes á esta empresa. Quien la acometiera había de
verse desde luego abandonado sin remedio á sus propios recursos desde la
época á que alcanza el trabajo de Moratín; esto es, justamente en la más
interesante del teatro español. Necesita allegar las indispensables
noticias históricas y biográficas, venciendo grandes obstáculos y
registrando muchos libros muy raros, compararlas y cotejarlas día y
noche con otros datos diversos, y ordenarlas además cronológicamente. La
inmensa riqueza del teatro español, de la cual se puede decir sin
exageración que supera á la de todos los demás europeos juntos, no
podrá menos de embarazarlo infinito, y tanto más, cuanto que las obras
en que se halla diseminada la literatura dramática española son en su
generalidad muy raras hoy, y es necesario para leerlas y conocerlas
suficientemente, visitar las bibliotecas públicas y privadas más
importantes de Europa, y después de allanar este obstáculo, vencer el
otro, ya indicado, consiguiente á tal superabundancia de materiales,
esto es, el de ordenarlos con claridad y circunscribir la exposición de
lo más interesante en un espacio determinado.
He aquí la razón de que este primer ensayo de una historia del teatro
español, desde los tiempos más remotos hasta nuestros días, tenga
derecho á una crítica indulgente. Cuando resolví llenar este importante
vacío en la historia de la literatura, no desconocí las graves
dificultades que se oponían á mi proyecto, ni acaricié la necia ilusión
de vencerlas con mis débiles fuerzas. Excitábame, sin embargo, á
emprender tal trabajo la afición que le tenía, y un concurso feliz de
circunstancias me favoreció también para realizarlo tan concienzudamente
como deseaba. Dedicado con amor desde mis juveniles años al estudio de
la poesía castellana, he leído las obras de todos los dramáticos
españoles de alguna importancia, y el número de comedias que he
adquirido con dicho objeto, asciende á muchos millares. En mis diversos
viajes he podido visitar las bibliotecas nacionales y extranjeras más
ricas en obras de esta especie; he tenido ocasión de llenar las lagunas
que no habían podido colmar mis lecturas; he reconocido ciertas fuentes
de la historia del teatro español, ignoradas por completo hasta ahora y
no poco curiosas, y por último, merced á mi residencia en España, me he
familiarizado con su literatura dramática y arte teatral moderno. Si no
logro el objeto que me he propuesto, no consistirá, sin duda, por falta
de materiales adecuados.
Para escribir la historia del teatro español en sus albores, disponía,
como he dicho, de los importantísimos orígenes de Moratín. No obstante,
por grande que sea el mérito de este libro, tan sólido como instructivo,
no es posible desconocer los muchos defectos que lo deslustran. Moratín
se limita de ordinario á dar un catálogo de los dramas españoles más
antiguos, y á indicar á veces sus argumentos; pero no imprime á estos
materiales una forma histórica, ni sus juicios críticos merecen otra
calificación que la de decisiones arbitrarias, hijas del absurdo
clasicismo francés. No es extraño, pues, que en el primer libro de esta
obra me haya esforzado en enmendar sus yerros. Sin embargo, además de
utilizar los datos de que él dispuso, he sido bastante afortunado para
examinar muchos nuevos, y basta recorrer ligeramente el primero y
segundo tomo de esta historia para convencerse de la ventaja que por su
contenido lleva á _Los orígenes_[4]. Parecióme indispensable tratar
primeramente del origen del teatro en la Europa moderna para ilustrar de
este modo el del español, y creo haber probado así, antes que otros, que
el germen del drama religioso, cuya aparición se fija de ordinario en la
Edad media, se halla en los ritos litúrgicos de la Iglesia primitiva; y
estudiando después el período de los misterios y moralidades, hago sólo
una sucinta exposición de las últimas y más importantes investigaciones
acerca de este punto.
Para escribir la HISTORIA DE LA LITERATURA Y ARTE DRAMÁTICO EN ESPAÑA,
en su época más floreciente, se presentaba á mi vista un campo casi no
hollado hasta ahora. Aun para dar á conocer los más célebres dramáticos
de este período se ha hecho muy poco, y apenas se mencionan desde el
siglo XVII los nombres de muchos poetas que vivieron en él; cuando hay
datos sobre su vida y escritos, sólo se hallan en los repertorios
bibliográficos más ricos, y con frecuencia en libros en que menos
pudiera pensarse, confundidos con otras muchísimas noticias, á cuyo
lado, y sólo casualmente, se conservan; y sus mismas obras, cubiertas
con el polvo de dos siglos, se encuentran diseminadas en las diversas
bibliotecas europeas. Y si los fundamentos de la historia literaria del
drama español sólo son accesibles al estudioso después de pasar muchos
trabajos y de recorrer un verdadero laberinto, ¿qué sucederá cuando se
intente ordenar este caos de materiales acumulados, no sólo
cronológicamente, sino de manera que se les dé animación y vida, y
puedan servir para escribir con claridad la historia completa de la
literatura dramática de este período? Recuérdense tan sólo las
investigaciones que han de hacerse sobre la disposición de los teatros,
sobre las diversas especies de composiciones dramáticas, etc.,
relativas á tiempos remotos, que ofrecen tantas dudas y dificultades,
sobre las cuales nada ó muy poco se ha dicho, y eso á la ligera, para
convencerse con este ejemplo de la necesidad de mirar con la debida
indulgencia los lunares del presente trabajo.
Por lo que hace al plan he cuidado de determinar el objeto que sirve de
base á esta obra con la claridad necesaria, sin omitir diligencia,
presentándolo bajo sus diversos aspectos, y sin olvidar las
consideraciones estético-críticas que han de constituir su fondo; no he
perdido tampoco de vista la parte filológica ó bibliográfica, que no
merece despreciarse, y al mismo tiempo que expongo los argumentos de las
obras más notables, no excluyo los juicios críticos de los escritores
españoles acerca de las producciones dramáticas de su época, para dar de
esta manera una idea exacta de la estética y del gusto literario de tan
diversos periodos; y por último, además de la historia interna del
drama, haremos la externa del teatro y del arte mímico, en cuanto tienen
relación con nuestro propósito y pueden servir para ilustrarlo. Al
indicar los argumentos de los dramas, de los cuales no era dado
prescindir, corremos el riesgo de no guardar el justo medio entre la
nimia prolijidad y la extremada concisión, puesto que la indecible
riqueza de la literatura dramática española impide por una parte
extenderse demasiado en el análisis de cada composición, y por la otra
se tropieza con la dificultad de ser demasiado áridos ó
desagradablemente compendiosos, defectos ambos censurables.
No era posible hablar con igual extensión de todos los poetas; sino, al
contrario, atender la importancia de cada uno y mirarla como norma á que
atenerse; sólo á los de más méritos, ó á los notables, bajo cualquier
aspecto, consagro artículos especiales y circunstanciados, limitándome,
en cuanto á los que lo son menos, á dar breves noticias, y sólo á
mencionar sus nombres, si carecen de valor literario, y esto para no
faltar al vasto plan que me había trazado, el más conveniente en mi
concepto. Con arreglo á este principio he calculado la relación que
deben guardar las partes con el todo, y de aquí que el período más
brillante del teatro español ocupe mucho espacio, y que sólo aparezca
una sumaria reseña de la historia de su decadencia.
En la crítica he procurado ser concreto é imparcial. Lo mismo confieso y
repruebo los defectos de los dramáticos españoles, que celebro sin tasa
su extraordinario ingenio. Muchas veces me veo obligado á combatir los
absurdos de aquéllos que intentan imponer á la poesía un fin que está
fuera de ella, y buscan en sus creaciones algo distinto de lo que es.
Podría parecer superfluo sostener una polémica contra el sistema
crítico, que parece haber sucumbido para siempre con el pasado siglo;
pero téngase en cuenta, que, si por una parte han ofendido gravemente á
los dramáticos españoles los falsos juicios que inspiraron, hasta el
punto de ser indispensable responder á tales provocaciones; por otra
sabemos muy bien, recordando muchas obras recientes, que los antiguos
errores aún no han sido extirpados por completo, y que, cambiando de
forma, aspiran á dominar de nuevo. Lo mismo da que se señale á la poesía
una tendencia moral que otra cualquiera directa, y quienes modernamente
recomiendan tales doctrinas, miran esta cuestión bajo el mismo punto de
vista que la miraron antes Boileau y Gottsched[5].
Aunque mi fin inmediato fuese escribir una historia literaria, me
propuse también otros desde un principio. Deseaba probar, concretándome
á una época de las más notables y menos atendidas hasta ahora, que la
poesía verdaderamente grande y original sólo da frutos sabrosos
arraigándose en el suelo de la nacionalidad; que el drama especialmente,
así en su espíritu, como en su forma, se ajusta, considerado en su
desenvolvimiento histórico, al carácter del pueblo que lo crea; y por
último, que todo teatro nacional necesita para florecer que su germen
brote de lo más íntimo del país que lo produce, y que crezca sin
separarse de las tradiciones poéticas populares y de su propia historia.
Mucho tiempo hace que se ha reconocido esta verdad, aunque limitándose
de ordinario á sostenerla en abstracto, y sin descender á ejemplos
aislados, cuando no hay teatro alguno moderno tan á propósito para
demostrarla como el español (aunque pueda servir también el inglés para
el mismo objeto), y cuando prueban negativamente esta aserción los
teatros francés é italiano, mostrándonos la completa decadencia de la
poesía, efecto del desprecio con que se miraron los elementos artísticos
nacionales. La importancia de esta verdad debe ser estimada por los
alemanes muy especialmente. Tan rico es nuestro tesoro en tradiciones
poéticas, como el de cualquier otro pueblo; inmediatamente después de
aquel gran ciclo poético, que comprende á los Nibelungen y al
Heldenbuche[6], que tanto nos enorgullecen por considerarlas obras
verdaderamente nacionales, vienen las sublimes fábulas del emperador
Carlomagno, del Santo Graal y de la Tabla Redonda, tantas otras que han
vivido identificadas con nuestro pueblo, y hasta muchas tradiciones
interesantes que han estimulado el estro poético español, conocidas
también de nuestros antepasados; por último, también la historia alemana
ofrece al dramático los más ricos y poéticos materiales. Pero si
preguntamos qué especie de superioridad ha dado al teatro alemán este
tesoro inagotable de elementos poéticos, no dejará de ser aflictiva la
respuesta. Hemos perdido nuestro vigor corriendo desalados en todos
sentidos, confundiendo en la escena las creaciones más heterogéneas, ya
imitando este modelo, ya el otro; celosos particularmente de agotar las
heces de la literatura dramática extranjera, poseemos dramas clásicos y
románticos, piezas patibularias que conmueven los nervios, ensayos
declamatorios llenos de sentencias filosóficas para los estudiantes más
aprovechados; lamentaciones familiares sentimentales, cuyo solo fin es
hacer derramar lágrimas y anécdotas dialogadas que se denominan
comedias; hemos trasplantado á nuestro teatro el fastidio clásico, la
insensatez romántica y _los vaudevilles_ franceses; hemos creído
rivalizar con los ingleses imitando la parte angulosa y las excrecencias
de sus dramas, y con los españoles parodiando sus formas y sus
extravíos místicos; y, á pesar de esto, pocas veces hemos logrado hasta
ahora dar vida á un drama propio, habiendo sido hasta aquí contadas las
tentativas dirigidas á apropiar al teatro las tradiciones populares é
históricas, de las cuales, y en último resultado, no ha brotado una
poesía dramática duradera. La perspectiva que ofrece lo porvenir, no es,
en verdad, nada risueña; aquel mundo fabuloso lleno de belleza ha caído
poco á poco en olvido, borrándose de la memoria del pueblo, y los
esfuerzos que se hagan para infundirle aliento tendrán ó no favorable
éxito, mientras es cierto que si alguna vez hemos de tener una
literatura dramática original y rica; si alguna vez hemos de poseer un
teatro, que no sirva sólo de entretenimiento y pasatiempo á los ociosos,
sino que merezca el nombre de nacional, ha de lograrse merced á los
esfuerzos de poetas, que, renunciando á toda imitación extranjera, sigan
únicamente su particular inspiración, apropiándose sin rebozo el copioso
caudal de nuestras tradiciones populares, é identificándose por completo
con ellas, porque viven en la fantasía, en los corazones y en los labios
del pueblo.
Si, pues, este libro puede contribuir á divulgar tales ideas y á excitar
el deseo de crear entre nosotros un drama nacional, habré logrado la
más grata recompensa á mi trabajo.
A los españoles podrá servir este ensayo de una historia de su
literatura dramática (dado el caso de que sea tan afortunado, que se
abra camino hasta ellos) para recordarles vivamente el período de su
grandeza y originalidad literaria, y á exhortarlos quizás, en medio del
tumulto de sus luchas actuales de partido, á no olvidarse de aquellos
grandes hombres que llenaron de orgullo á sus abuelos, y cuya memoria
debe ser entre ellos sempiterna, si no quieren despreciarse á sí mismos.
Sólo un débil reflejo de su pasada importancia política queda todavía á
la patria del Cid y de Gonzalo de Córdoba; los nietos de estos héroes,
que un día conquistaron el mundo, reuniendo sus esfuerzos, hácense hoy
la guerra en combates fratricidas; las minas del lejano Eldorado que
pusieron sus tesoros á los pies de aquellos monarcas, en cuyos dominios
jamás se ocultaba el sol, se han agotado ya, y el Guadalquivir se
desliza hoy tristemente al pie de la torre del Oro, cuando en otro
tiempo lo llenaban flotas cargadas de piedras preciosas, al paso que los
tesoros del ingenio que inmortalizaron á Cervantes, Calderón y Lope de
Vega, viven y vivirán siempre mientras la cultura y la admiración á las
grandes creaciones del espíritu duren entre los hombres.
Además, si este trabajo prolijo, que ofrezco al público, contribuye tan
sólo á despertar de nuevo la afición á la poesía española, aletargada
hace largo tiempo, y á facilitar su más exacto conocimiento, será para
mí, sin duda, una satisfacción y una recompensa. Decía Bouterwek[7] en
su prólogo, que no estimaría vano el tiempo invertido en escribir su
obra histórica, si lograba con ella infundir nueva vida en el espíritu
alemán, comunicándole el bello colorido del mediodía, y por un motivo
análogo no debo callar tampoco, que otras esperanzas y otros deseos me
han estimulado á acometer esta empresa, sosteniéndome para perseverar
gozoso en su difícil cumplimiento. Estas esperanzas se reducían, en
suma, á ejercer con mis escritos alguna influencia, aunque indirecta, en
la regeneración del teatro alemán, poniendo al alcance de mis
compatriotas el conocimiento de la literatura dramática española. Las
obras histórico-literarias, por su índole especial, no penetran
inmediatamente en la vida y en las creaciones de la poesía, pero sí
pueden trazar nuevos derroteros á las facultades poéticas, para que sus
trabajos tengan éxito, dilatar sus horizontes y enriquecerlas con nuevas
ideas. Esta obra mía expone suficientemente las grandes lecciones que
resultan de la historia del teatro español en su florecimiento y
decadencia; cuál es el drama popular; de qué manera se utilizan todos
los elementos nacionales, condensándose en su seno los intereses más
elevados y sacrosantos, y cómo lo que existe por sí mismo y lo creado
bajo el imperio de estas condiciones nacionales, así en su fondo como en
su forma, ha de constituir su razón de ser y su cimiento. Y, al
comprenderlo así, ni se condena la enseñanza que pueden ofrecernos las
literaturas extranjeras, ni tampoco la libre y espontánea apropiación de
lo extraño. Al estudio de Shakespeare debemos casi todo lo más valioso
que ha producido la musa dramática alemana, y el conocimiento más
profundo de los españoles podría sugerirnos también, por igual motivo,
inspiraciones más fecundas, y acaso dar principio á una nueva era del
teatro alemán. Si, atendida la estrechísima esfera en que se mueve
nuestra poesía dramática, fuera en alto grado meritorio infundirle
nuevas ideas y proporcionarle nuevos materiales, ¿qué escena, como la
española, podrá ofrecerle tan inagotable mina de invenciones y motivos
dramáticos? Calderón, Lope y los demás poetas de su época merecen
además ser estudiados más preferentemente, y por otras causas, por el
influjo que pueden ejercer en el arte para modelar la forma dramática, y
por el íntimo enlace, en sus obras, de los efectos escénicos con la
fuerza poética. Verdad es que el teatro alemán ha intentado antes cobrar
nuevos bríos acudiendo á las obras dramáticas españolas, y que se ha de
confesar que su cosecha, en este sentido, ha sido deplorable; pero lo
sería más si ese solo ensayo, cuyo mal éxito es imputable á quienes lo
hicieron, nos alejase para siempre de renovarlos.
¿Cómo se ha imitado hasta ahora á los españoles? En vez de asimilarse lo
esencial y lo eterno de sus trabajos, nos hemos contentado con su forma
puramente externa, copiándola, ó más bien parodiándola, con torpeza
incomparable. En efecto, ¿qué tienen de común los dramas alemanes, al
estilo español como se llaman, no ya con Calderón, sino con las peores
traducciones de sus comedias, sino las diversas rimas y asonancias
alternadas, que sólo manifiestan lo prolijo y penoso de la empresa, y
cuyos únicos títulos poéticos no son otros, en resumen, que la
demostración de que la parte métrica es la sola importante, sin tener
presente que se ha hecho caso omiso de la aspereza é inflexibilidad del
idioma, que se obligaba á la fuerza á prestarse á tan insólitas
exigencias? En cuanto á su fondo, nada hay más diverso; en vez de la
animación y de la pasmosa claridad de los españoles para exponer las
cosas más misteriosas é intrincadas, encontramos en sus imitadores
alemanes una obscura confusión de alambicados afectos, una mogigatería
afeminada y repugnante; en vez de una forma dramática artística y
singularmente perfecta, una carencia tan completa de todo linaje de
composición, que casi nos creemos retrotraídos á los primeros orígenes
del teatro. Si se examinan los dramas de esos poetas del azar, que
imaginaban imitar á Calderón, se nota en ellos la forma española
extrañamente destrozada, y en vez de los romances y redondillas,
rigurosamente simétricas, armoniosas y llenas de gracia, tropezamos con
semitroqueos abundantes en hiatos, que nos desagradan, en los cuales,
tan pronto aparece una rima como desaparece por completo; en vez de ese
lujo de imágenes, flores naturales del talento poético, frases baladíes
y sin sentido, tan parecidas á aquéllas como lo es una caja de música á
una sinfonía de Beethoven: y esto pasando por alto lo mucho que pudiera
decirse del fondo y de la tendencia de estas producciones manuales.
Sería ofender á un maestro alemán, tan respetado como eminente, según
dice el mismo autor á quien aludimos, comparar los grandiosos cuadros
dramáticos, trazados por él, é inspirados por su conocimiento y por sus
elevadas y seductoras ideas de la poesía española, con las miserables
producciones, á que nos referimos; pero es de deplorar que el poeta se
pierda, por decirlo así, en un horizonte sin límites, y que por esto
mismo anule deliberadamente el resultado que, en otro caso, ganara el
teatro con sus obras.
El drama español debiera ser la escuela de nuestros jóvenes estudiosos,
é influiría ventajosamente, sin duda, comunicando nueva vida á nuestra
escena, si se aprovechase el carácter que tanto lo distingue, y del cual
se ha hecho caso omiso hasta ahora, que es el relativo al íntimo enlace
que ofrece del espíritu poético con la concentración del asunto, prenda
tan indispensable para lograr buen éxito en las tablas. La forma métrica
de las obras poéticas es diversa en los varios pueblos, con arreglo á la
índole de su idioma; no así la vida dramática y el fondo poético,
iguales entre los griegos como entre los ingleses, entre los españoles
como entre los alemanes, y debiendo advertirse que, cuando no existe esa
compenetración recíproca, no hay que hablar tampoco de verdadero drama;
un poema dramático que no puede representarse, es como una partitura
que no puede tocarse, y una obra dramática que describe sólo hechos
comunes y ordinarios, con secos contornos, sin ennoblecer el asunto con
la inspiración ideal y el colorido poético, deshonra tanto á la escena,
como los volatineros y perros sabios.
Los ingleses han sido siempre para nosotros, hasta ahora, en particular
respecto á tragedia y á drama histórico, la única estrella que nos ha
servido de guía (aunque también en esta parte podríamos aprender
muchísimo de este otro pueblo meridional); pero nos convendría hacer
también lo mismo con los españoles, y tomarlos por modelo, si hemos de
poseer alguna vez comedias de ese carácter más elevado, y el solo
genuinamente literario. Nuestro famoso Platen[8] puede servir de ejemplo
para demostrar la manera, que debe emplear un hombre de talento que crea
por sí, y sin embargo acude á fuentes extrañas, apropiándose de un modo
original bellezas ajenas; éste conocía y estudiaba á los españoles,
notándose, en su _Schatz des Rhampsinit y gläsernen Pantoffel_, los
esfuerzos que ha hecho en este sentido para resucitar la comedia más
sublime: pero no fué esclavo de la forma, sino que se propuso
reproducir brevemente el espíritu de la comedia española, y dotó á
nuestro repertorio, tan pobre en trabajos de la musa cómica, de obras
notabilísimas de esta clase. Si no han sido representadas como algunas
otras de nuestros mejores dramáticos, por ejemplo de Immermann[9],
cúlpese á nuestros empresarios teatrales, que con su continua
representación de plagios y rapiñas insubstanciales, nacionales y
extranjeras, no parecen haberse propuesto otro fin que acabar para
siempre con el buen gusto, y matar todo sentimiento poético.
Esta consideración nos lleva al examen de otro punto importante. La
decadencia vergonzosa de nuestro teatro, cada día más rápida y más
profunda, que ha de llenar de dolor y de indignación á los alemanes
ilustrados, demuestra á los hombres pensadores la necesidad de excogitar
medios á propósito para librarlo de esta humillación. Ni los lamentos ni
las exclamaciones sirven para nada, si no hay copioso número de
comedias, dignas de formar repertorio, y que se distingan por sus
condiciones dramáticas y genuinamente poéticas. Es natural y razonable
el deseo del público de variar sus goces, y siempre que el teatro ha
florecido verdaderamente, se ha satisfecho este deseo con obras
numerosas y diversas; no es posible, por tanto, censurar á los
espectadores, si piden la representación de otros dramas, además de los
pocos que hay representables de nuestros poetas clásicos, ni condenar
tampoco á las empresas teatrales, si se esfuerzan en contentar esta
aspiración del público. Los últimos yerran, sin embargo, cuando, en vez
de llenar dignamente el vacío de su repertorio, lisonjean la propensión
de un populacho ignorante á recrearse con necios pasatiempos,
propinándole novedades tan áridas como deplorables. Y que no se objete,
como hacen los defensores del teatro moderno, que, habiendo degenerado
tanto el gusto del público, es preciso atenerse á sus pretensiones,
porque esos directores de escena son sólo los responsables de la
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