Filosofía Fundamental, Tomo I - 11

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existir ni aun concebirse sin la presencia; el nombre mismo lo está
indicando; y la idea que le unimos confirma el significado de la
palabra. Cuando de representacion hablamos, entendemos que hay algun
objeto real ó imaginario, que mediata ó inmediatamente se ofrece á un
sujeto: hay pues presencia en toda representacion, y por consiguiente
en todo pensamiento.
Si de lo pasivo como son las sensaciones y representaciones, pasamos á
lo activo, es decir, á los fenómenos en que el alma desenvuelve
libremente su fuerza en el órden intelectual ó moral, _combinando_ ó
_queriendo_, la presencia es, si cabe, mas evidente. El ser que obra
de este modo no obedece á un impulso natural, sino á motivos que él se
propone, y á que puede atender ó dejar de atender: combinar
intelectualmente, ejercer actos de voluntad, sin que ni lo primero ni
lo segundo estén presentes al alma, son afirmaciones contradictorias.

[227.] La conciencia refleja, que los franceses suelen llamar
apercepcion, del verbo _s'apercevoir_, apercibirse, que entre ellos
puede significar percepcion de la percepcion, es el acto con que el
espíritu conoce explícitamente algun fenómeno que en él se realiza. En
la actualidad oigo ruido; la simple sensacion presente á mi espíritu
afectándole, constituye lo que he llamado conciencia directa; pero si
á mas de oir me apercibo (permítaseme el galicismo) de que oigo,
entonces no solo oigo sino que pienso que oigo: esto es lo que llamo
conciencia refleja.

[228.] Claro es por el ejemplo que se acaba de aducir, que la
conciencia directa y la refleja son no solo distintas, sino
separables; puedo oir sin pensar que oigo, y esto se verifica
infinitas veces.

[229.] El comun de los hombres tiene poca conciencia refleja y la
mayor fuerza intelectual es en sentido directo. Este hecho ideológico
se enlaza con verdades morales de la mayor importancia. El espíritu
humano no ha nacido para contemplarse á sí propio, para pensar que
piensa; los afectos no le han sido concedidos para objetos de
reflexion, sino como impulsos que le llevan á donde es llamado; el
objeto principal de su inteligencia y de su amor es el ser infinito
así en esta vida como en la otra. El culto de sí propio es una
aberracion del orgullo cuya pena son las tinieblas.

[230.] Los grandes adelantos científicos son todos con relacion á los
objetos, nó al sujeto. Las ciencias exactas, las naturales y tambien
las morales, no han nacido de la reflexion sobre el _yo_, sino del
conocimiento de los objetos y de sus relaciones. Aun las ciencias
metafísicas, en lo que tienen de mas sólido, que es lo ontológico,
cosmológico y teológico, son puramente objetivas; la ideología y
psicología que versan sobre el sujeto, se resienten ya de la oscuridad
inherente á todo lo subjetivo; la ideología apenas sale de los límites
de la pura observacion de los fenómenos internos, observacion que
para decirlo de paso suele ser escasa y muy mal hecha, se pierde en
vanas cavilaciones; y la misma psicología, ¿qué es lo que tiene
verdaderamente demostrado sino la simplicidad del espíritu,
consecuencia precisa de la unidad de conciencia? En todo lo demás hace
lo mismo que la ideología, y hasta cierto punto se confunde con ella;
observa fenómenos que luego deslinda y clasifica bien ó mal, sin que
acierte á explicar su misteriosa naturaleza.

[231.] El sentido íntimo ó la conciencia, es el fundamento de los
demás criterios, nó como una proposicion que les sirva de apoyo, sino
como un hecho que es para todos ellos una condicion indispensable.

[232.] La conciencia nos dice que vemos la idea de una cosa contenida
en la de otra; hasta aquí no hay mas que apariencia: la fórmula en que
podria expresarse el testimonio seria: _me parece_, designándose un
fenómeno puramente subjetivo. Pero este fenómeno anda acompañado de un
instinto intelectual, de un irresistible impulso de la naturaleza, el
cual nos hace asentir á la verdad de la relacion, no solo en cuanto
está en nosotros, sino tambien en cuanto se halla fuera de nosotros,
en el órden puramente objetivo, ya sea en la esfera de la realidad, ó
de la posibilidad. Así se explica cómo la evidencia se funda en la
conciencia, nó identificándose con ella, sino estribando sobre la
misma como en un hecho imprescindible, pero encerrando algo mas: á
saber, el instinto intelectual que nos hace creer verdadero lo
evidente.

[233.] La sensacion considerada en sí misma, es un hecho de pura
conciencia, pues que es inmanente; lejos de que sea un acto por el
cual el espíritu salga de sí trasladándose al objeto, debe mas bien
ser mirada como una pasion que como una accion; lo que está acorde con
el lenguaje comun, que le da el significado del ejercicio de una
facultad pasiva mas bien que activa. Sin embargo, sobre este puro
hecho de conciencia se funda en algun modo lo que se llama el
testimonio de los sentidos, y por consiguiente todo el conocimiento
del mundo externo y de sus propiedades y relaciones.
En la sensacion de ver el sol, hay dos cosas: primera: la sensacion
misma; es decir, esta representacion que experimento en mi, y que
llamo _ver_; segunda: la correspondencia de esta sensacion con un
objeto externo que llamo sol. Es evidente que estas son cosas muy
distintas, y sin embargo las hacemos andar siempre juntas. La
conciencia es ciertamente la primera base para formar el juicio, pero
no es suficiente para él; ella en sí, atestigua lo que se siente, nó
lo que esto es. ¿Cómo se completa el juicio? por medio de un instinto
natural que nos hace objetivar las sensaciones, es decir, nos hace
creer en un objeto externo correspondiente al fenómeno interno. Hé
aquí cómo el testimonio de los sentidos se funda en algun modo sobre
la conciencia; pero no nace de ella sola, sino que ha menester el
instinto natural que hace formar con toda seguridad el juicio.

[234.] Aquí es de notar que el testimonio de los sentidos, aun en la
parte que encierra de intelectual, en cuanto se juzga que á la
sensacion le corresponde un objeto externo, nada tiene que ver con la
evidencia. En la idea de la sensacion como puramente subjetiva, no se
encierra la idea de la existencia ó posibilidad de un objeto externo:
condicion indispensable para que el criterio de la evidencia pueda
tener lugar. Esto, á mas de ser claro de suyo, se confirma con la
experiencia de todos los dias. La representacion de lo externo
considerada subjetivamente, como puro fenómeno de nuestra alma, la
tenemos continuamente sin que le correspondan objetos reales: mas ó
menos clara, en la sola imaginacion durante la vigilia; viva,
vivísima, hasta producir una ilusion completa, en el estado de sueño.

[235.] Con la exposicion que precede podemos determinar fijamente el
valor y la extension del criterio de la conciencia, lo que haré en las
siguientes proposiciones, advirtiendo que en todas ellas me refiero á
la conciencia directa.
PROPOSICION PRIMERA.

El testimonio de la conciencia se extiende á todos los fenómenos que
se realizan en nuestra alma, considerada como un ser intelectual y
sensitivo.
PROPOSICION SEGUNDA.

[236.] Si en nuestra alma existen fenómenos de algun otro órden, es
decir, que ella pueda ser modificada en algun modo en facultades no
representativas, á estos fenómenos no se extiende el testimonio de la
conciencia.
Esta proposicion no la establezco sin fundado motivo. Es posible y
además muy probable, que nuestra alma tiene facultades activas de cuyo
ejercicio no tiene conciencia: sin esta suposicion parece difícil
explicar los misterios de la vida orgánica. El alma está unida al
cuerpo, y es para él un principio vital cuya separacion produce la
muerte, manifestada en una desorganizacion y descomposicion completas.
Esta actividad se ejerce sin conciencia, así en cuanto al modo, como
en cuanto á la existencia misma del ejercicio.
Tal vez se pueda objetar que hay en esto una serie de aquellas
percepciones confusas de que nos habla Leibnitz en su monadología; tal
vez estas percepciones sean tan tenues, tan pálidas por decirlo así,
que no dejen rastro en la memoria ni puedan ser objeto de reflexion;
pero todo esto son conjeturas, nada mas. Es difícil persuadirse que el
feto al encontrarse todavía en el seno de la madre, tenga conciencia
de la actividad ejercida para el desarrollo de la organizacion; es
difícil persuadirse que aun en los adultos haya conciencia de esa
misma actividad productora de la circulacion de la sangre, de la
nutricion y demás fenómenos que constituyen la vida. Si estos
fenómenos son producidos por el alma, como es cierto, hay en ella un
ejercicio de actividad de que, ó no tiene conciencia, ó la tiene tan
confusa y tan débil que es como si no la tuviese.
PROPOSICION TERCERA.

[237.] El testimonio de la conciencia considerado en _sí mismo_, se
limita de tal modo á lo puramente interno, que _por sí solo_ nada vale
para lo externo: ya sea para el criterio de la evidencia, ya para el
de los sentidos.
PROPOSICION CUARTA.

El testimonio de la conciencia es fundamento de los demás criterios en
cuanto es un hecho que todos ellos han menester, y sin el cual son
imposibles.
PROPOSICION QUINTA.

[238.] De la combinacion de la conciencia con el instinto intelectual,
nacen todos los demás criterios (XXIII).


CAPÍTULO XXIV.
CRITERIO DE LA EVIDENCIA.

[239.] Hay dos especies de evidencia: inmediata y mediata. Se llama
evidencia inmediata, la que solo ha menester la inteligencia de los
términos; y mediata, la que necesita raciocinio. Que el todo es mayor
que su parte, es evidente con evidencia inmediata; que el cuadrado de
la hipotenusa sea igual á la suma de los cuadrados de los catetos, lo
sabemos por evidencia mediata, esto es, por raciocinio demostrativo.

[240.] Se dijo mas arriba que uno de los caractéres distintivos de la
evidencia era la necesidad y universalidad de su objeto. Este carácter
conviene tanto á la evidencia mediata como á la inmediata.
A mas de este carácter existe otro que con mayor razon puede llamarse
constitutivo, bien que hay alguna dificultad sobre si comprende ó nó á
la evidencia mediata, y es, el que la idea del predicado se halle
contenida en la del sujeto. Esta es la nocion esencial mas cumplida
del criterio de la evidencia inmediata; por la cual se distingue del
de la conciencia y del sentido comun.
He dicho que hay alguna dificultad sobre si este carácter conviene ó
nó á la evidencia mediata: con lo cual doy á entender que tambien en
la evidencia mediata la idea del predicado podria estar contenida en
la del sujeto. Al indicar esto, no es mi ánimo desconocer la
diferencia que hay entre los teoremas y los axiomas, sino llamar la
atencion sobre una doctrina que me propongo desenvolver al tratar de
la evidencia mediata. En el presente capítulo, no me ocuparé de esta
cuestion; ó me ceñiré á la evidencia en general, ó trataré tan solo de
la mediata.

[241.] La evidencia exige relacion, porque implica comparacion. Cuando
el entendimiento no compara, no tiene evidencia, tiene simplemente una
percepcion que es un puro hecho de conciencia; por manera que la
evidencia no se refiere á la sola percepcion, sino que siempre supone
ó produce un juicio.
En todo acto donde hay evidencia se encuentran dos cosas: primera, la
pura intuicion de la idea; segunda, la descomposicion de esta idea en
varios conceptos, acompañada de la percepcion de las relaciones que
estos tienen entre sí. Expliquemos esto con un ejemplo de geometría.
El triángulo tiene tres lados: esta es una proposicion evidente,
porque en la misma idea de triángulo encuentro los tres lados, y al
pensar el triángulo, ya pensaba en algun modo sus tres lados. Si me
hubiese limitado á la contemplacion de la simple idea de triángulo,
hubiera tenido intuicion de la idea, pero no evidencia, que no
principia sino cuando descomponiendo el concepto de triángulo y
considerando en él la idea de figura en general, la de lado, y la del
número tres, encuentro que todas ellas están ya contenidas en el
concepto primitivo: en la clara percepcion de esto, consiste la
evidencia.
Tanta verdad es lo que acabo de decir, que la fuerza misma de las
cosas obliga al lenguaje comun á ser filosófico. No se dice que una
idea es evidente, pero sí un juicio; nadie llama evidente á un
término, pero sí á una proposicion. ¿Por qué? porque el término
expresa simplemente la idea sin relacion alguna, sin descomposicion en
sus conceptos parciales; y por el contrario, la proposicion expresa el
juicio, es decir, la afirmacion ó negacion de que un concepto está
contenido en otro, lo que en la materia de que se trata, supone la
descomposicion del concepto total.

[242.] La evidencia inmediata es la percepcion de la identidad entre
varios conceptos, que la fuerza analítica del entendimiento habia
separado; esta identidad, combinada en cierto modo con la diversidad,
no es una contradiccion como á primera vista pudiera parecer, es una
cosa muy natural si se atiende á uno de los hechos mas constantes de
nuestra inteligencia, cual es, la facultad de descomponer los
conceptos mas simples y de ver relaciones entre cosas idénticas.
¿Qué son todos los axiomas? ¿qué todas las proposiciones que se llaman
_per se notæ_? no son mas que expresiones en que se afirma un
predicado que pertenece á la esencia del sujeto ó está contenido en
su idea. El solo concepto del sujeto incluye ya el predicado; el
término que significa al primero, significa tambien al segundo; sin
embargo el entendimiento, con una misteriosa fuerza de descomposicion,
distingue entre cosas idénticas y luego las compara para volverlas á
identificar. Quien dice triángulo, dice figura compuesta de tres lados
y tres ángulos; pero el entendimiento puede tomar esta idea y
considerar en ella la idea del número tres, la del lado, la del
ángulo, y compararlas con el concepto primitivo. En esta distincion no
hay engaño, hay solo el ejercicio de la facultad que mira la cosa bajo
aspectos diferentes, para venir á parar á la intuicion y afirmacion de
la identidad de las mismas cosas que antes habia distinguido.

[243.] La evidencia es una especie de cuenta y razon del
entendimiento, por la cual halla en el concepto descompuesto lo mismo
que él puso en un principio, ó que le dieron contenido en él. De aquí
nace la necesidad y universalidad del objeto de la evidencia, en
cuanto y del modo que está expresado por la idea. En esto no caben
excepciones: ó un predicado estaba puesto en el concepto primitivo, ó
nó; si estaba puesto, allí está, so pena de faltar al principio de
contradiccion; ó estaba excluido del concepto ó nó; si ya el concepto
mismo le excluia ó le negaba, negado está en fuerza del mismo
principio de contradiccion.
Hé aquí cómo de los dos caractéres de la evidencia arriba señalados,
es mas fundamental el de que la idea del predicado está contenido en
la idea del sujeto. De esto dimanan la necesidad y universalidad: pues
que en verificándose la condicion de estar contenida la idea del
predicado en la del sujeto, ya es imposible que el predicado no
convenga _necesariamente á todos_ los sujetos.

[244.] Hasta ahora no encontramos dificultad, porque se trata de la
evidencia considerada subjetivamente, es decir, en cuanto se refiere á
los conceptos puros; mas el entendimiento no se para en el concepto
sino que se extiende al objeto y dice, no solo que ve la cosa, sino
que la cosa es como él la ve. Así el principio de contradiccion mirado
en el órden puramente subjetivo, significa que el concepto del ser
repugna al del no ser, que le destruye, así como el concepto del no
ser destruye el del ser; significa que al esforzarnos en pensar
juntamente estas dos cosas, queriéndolas hacer coexistir, se entabla
en el fondo de nuestro espíritu una especie de lucha de pensamientos
que se anonadan recíprocamente, lucha que el entendimiento está
condenado á presenciar sin esperanza de poner la paz entre los
contendientes. Si nos limitamos á consignar este fenómeno, nada se nos
puede objetar; los experimentamos así y no hay mas cuestion; pero al
anunciar el principio queremos anunciar algo mas que la
incompatibilidad de los conceptos, trasladamos esta incompatibilidad
á las cosas mismas y aseguramos que á esta ley están sometidos no solo
nuestros conceptos sino todos los seres reales y posibles. Sea cual
fuere el objeto de que se trate, sean cuales fueren las condiciones en
que se le suponga existente ó posible, decimos que mientras es, no
puede no ser, y que mientras no es, no puede ser. Afirmamos pues la
ley de contradiccion no solo para nuestros conceptos, sino para las
cosas mismas: el entendimiento aplica á todo la ley que encuentra
necesaria para si.
¿Con qué derecho? inconcuso, porque es la ley de la necesidad: ¿con
qué razon? con ninguna, porque tocamos al cimiento de la razon: aquí
hay para el humano entendimiento el _non plus ultra:_ la filosofía no
va mas allá. Sin embargo, no se crea que intente abandonar el campo á
los escépticos ó atrincherarme en la necesidad, contento con señalar
un hecho de nuestra naturaleza; la cuestion es susceptible de
diferentes soluciones, que si no alcanzan á llevarnos mas lejos del
_non plus ultra_ de nuestro espíritu, dejan mal parada la causa de los
escépticos.

[245.] Preguntar la razon de la legitimidad del criterio de la
evidencia, pedir el por qué de esta proposicion «lo evidente es
verdadero,» es suscitar la cuestion de la objetividad de las ideas. La
diferencia fundamental entre los dogmáticos y los escépticos no está
en que estos no admitan los hechos de conciencia; no llega á tanto el
mas refinado escepticismo: unos y otros convienen en reconocer la
apariencia ó sea el fenómeno puramente subjetivo; la diferencia está
en que los dogmáticos fundan en la conciencia la ciencia, y los
escépticos sostienen que este es un tránsito ilegítimo, que es
necesario desesperar de la ciencia y limitarse á la mera conciencia.
Segun esta doctrina las ideas son vanas formas de nuestro
entendimiento que no significan nada, ni pueden conducir á nada; no
obstante de que entretienen á nuestra inteligencia ofreciéndole un
campo inmenso para sus combinaciones, el mundo que le presentan es de
pura ilusion que para nada puede servir en la realidad. Al contemplar
estas formas enteramente vacías, el entendimiento es juguete de
visiones fantásticas de cuyo conjunto resulta el espectáculo que ora
nos parece de realidad ora de posibilidad, no obstante de que ó es un
puro nada, ó si es algo, no puede cerciorarnos jamás de la realidad
que posee.

[246.] Difícil es combatir al escepticismo colocado en este terreno:
situado fuera de los dominios de la razon. De todos le será lícito
apelar, ya que comienza recusando al juez á título de incompetencia.
Sin embargo, estos escépticos ya que admiten la conciencia, justo será
que la defiendan contra quien se la intente arrebatar: pues bien, yo
creo que negada la objetividad de las ideas se anonada no solo la
ciencia sino tambien la conciencia; y que se puede acusar de
inconsecuentes á los escépticos, porque al paso que niegan la
objetividad de ciertas ideas admiten la de otras. La conciencia
propiamente dicha, no puede existir si esta objetividad se destruye
absolutamente. Ruego al lector me siga con atencion en un breve pero
severo análisis de los hechos de conciencia en sus relaciones con la
objetividad de las ideas (XXIV).


CAPÍTULO XXV.
VALOR OBJETIVO DE LAS IDEAS.

[247.] La transicion del sujeto al objeto, ó de la apariencia
subjetiva á la realidad objetiva, es el problema que atormenta á la
filosofía fundamental. El sentido íntimo no nos permite dudar de que
ciertas cosas nos _parecen_ de tal manera, pero ¿_son_ en realidad lo
que nos parecen? ¿Cómo nos consta esto? Esa conformidad de la idea con
el objeto, ¿cómo se nos asegura?
La cuestion no se refiere únicamente á las sensaciones, se extiende á
las ideas puramente intelectuales, aun á las que están inundadas de
esa luz interior que llamamos evidencia. «Lo que veo evidentemente en
la idea de una cosa, es como yo lo veo» han dicho los filósofos, y
con ellos está la humanidad entera. Nadie duda de aquello que se le
ofrece como verdadero evidentemente. Pero, ¿cómo se prueba que la
evidencia sea un criterio legítimo de verdad?

[248.] «Dios es veraz, dice Descartes; él no ha podido engañarnos; no
ha podido complacerse en hacernos víctimas de ilusiones perpetuas.»
Todo esto es verdad; pero ¿cómo sabemos, dirá el escéptico, que Dios
es veraz, y aun que existe? Si lo fundamos en la idea misma de un ser
infinitamente perfecto, como lo funda el citado filósofo, nos quedamos
con la misma dificultad sobre la correspondencia del objeto con la
idea. Si la demostracion de la veracidad y de la existencia de Dios la
sacamos de las ideas de los seres contingentes y necesarios, de
efectos y causas, de órden y de inteligencia, tropezamos otra vez con
el mismo obstáculo, y todavía no sabemos cómo hacer el tránsito de la
idea al objeto.
Cavílese cuanto se quiera, nunca saldremos de este círculo, siempre
volveremos al mismo punto. El espíritu no puede pensar fuera de sí
mismo; lo que conoce, lo conoce por medio de sus ideas; si estas le
engañan, carece de medios para rectificarse. Toda rectificacion, toda
prueba, deberia emplear ideas, que á su vez necesitarian de nueva
prueba y rectificacion.

[249.] En muchos libros de filosofía se ponderan las ilusiones de los
sentidos, y la dificultad de asegurarnos de la realidad sensible
resolviendo la siguiente cuestion: «así lo siento, pero ¿es como lo
siento?» En estos mismos libros se habla luego del órden de las ideas
con seguridad igual á la desconfianza que se manifiesta sobre el órden
sensible; este proceder no parece muy lógico: porque los fenómenos
relativos á los sentidos, pueden examinarse á la luz de la razon, para
ver hasta qué punto concuerdan con ella; pero ¿cuál será la piedra de
toque de los fenómenos de la razon misma? Si en lo sensible hay
dificultad, la hay tambien en lo intelectual; y tanto mas grave,
cuanto afecta la base misma de todos los conocimientos, inclusos los
que se refieren á las sensaciones.
Si dudamos de la existencia del mundo exterior que nos presentan los
sentidos, podremos apelar al enlace de las sensaciones con causas que
no están en nosotros, y así sacar por demostracion las relaciones de
las apariencias con la realidad; mas para esto necesitamos las ideas
de causa y efecto, necesitamos la verdad, algunos principios
generales, como por ejemplo que nada se produce á sí mismo, y otros
semejantes, y sin ellos no podemos dar un paso.

[250.] No creo que el hombre pueda señalar una razon satisfactoria en
pro de la veracidad del criterio de la evidencia; no obstante de que
le es imposible dejar de rendirse á ella. El enlace pues de la
evidencia con la realidad, y por tanto el tránsito de la idea al
objeto, es un hecho primitivo de nuestra naturaleza, una ley necesaria
de nuestro entendimiento, es el fundamento de todo lo que hay en él,
fundamento que á su vez no estriba ni estribar puede en otra cosa que
en Dios criador de nuestro espíritu.

[251.] Es de notar sin embargo, la contradiccion en que incurren los
filósofos que dicen: «yo no puedo dudar de lo que es subjetivo, esto
es, de lo que me afecta á mí mismo, de lo que siento en mí, pero no
tengo derecho á salir de mi mismo, y afirmar que lo que pienso es en
realidad como lo pienso.» ¿Sabes que sientes, que piensas, que tienes
en ti tal ó cual apariencia? ¿Lo puedes probar? Es evidente que nó. Lo
que haces es ceder á un hecho, á una necesidad íntima que te fuerza á
creer que piensas, que sientes, que te parece tal ó cual cosa; pues
bien, igual necesidad hay en el enlace del objeto con la idea, igual
necesidad te fuerza á _creer_ que lo que evidentemente te parece que
es de tal ó cual manera, es en efecto de la misma manera; ninguno de
los dos casos admite demostracion, en ambos hay indeclinable
necesidad; ¿dónde está pues la filosofía cuando tanta diferencia se
quiere establecer entre cosas que no admiten ninguna?
Fichte ha dicho: «Es imposible explicar de una manera precisa cómo un
pensador ha podido salir jamás del _yo_» (Doct. de la Ciencia 1. Par.
§ 3.), y con igual derecho se le podria decir á él que no se concibe
cómo ha podido levantar su sistema sobre el _yo_. ¿A qué apela? á un
hecho de conciencia; es decir, á una necesidad. Y el asenso á la
evidencia, la certeza de que á la apariencia corresponde la realidad,
¿no es tambien una necesidad? ¿En qué funda Fichte su sistema del _yo_
y del _no yo_? Basta leer su obra, para ver que no estriba sino en
consideraciones que suponen un valor á ciertas ideas, una verdad á
ciertos juicios. Sin esto es imposible hablar ni pensar; y hasta él
propio lo reconoce cuando al comenzar sus investigaciones sobre el
principio de nuestros conocimientos dice lo que ya tengo copiado mas
arriba (§ 8). Allí confiesa que no puede dar un paso sin confiarse á
todas las leyes de la lógica general, que no están _todavía
demostradas, y que se suponen tácitamente admitidas_. ¿Y qué son esas
leyes, sin verdad objetiva? Qué son sin el valor de las ideas, sin la
correspondencia de estas con los objetos? Es un círculo, dice bien
Fichte; y de él no sale este filósofo, como no han salido los demás.

[252.] El quitar á las ideas su valor objetivo, el reducirlas á meros
fenómenos subjetivos, el no ceder á esa necesidad íntima que nos
obliga á admitir la correspondencia del _yo_ con los objetos, arruina
la conciencia misma del _yo_. Esto es lo que se deberia haber visto, y
lo que creo poder demostrar hasta la última evidencia.

[253.] Tengo conciencia de mí mismo. Prescindo ahora de lo que siento,
de lo que soy; pero sé que siento, y que soy. Esta experiencia es para
mí tan clara, tan viva, que no puedo resistir á la verdad de lo que
ella me dice. Pero ese _yo_ no es solo el _yo_ de este instante, es
tambien el _yo_ de ayer, y de todo el tiempo anterior de que tengo
conciencia. Yo soy el mismo que era ayer; yo soy el mismo en quien se
verifica esa sucesion de fenómenos; el mismo á quien se presentan esa
variedad de apariencias. La conciencia del _yo_, encierra pues la
identidad de un ser, en distintos tiempos, en situaciones varias, con
diferentes ideas, con diversas afecciones: la identidad de un ser que
_dura_, que es el mismo, á pesar de las mudanzas que en él se suceden.
Si esa duracion de identidad se rompe; si no estoy seguro que soy el
mismo _yo_ ahora que era antes, se destruye la conciencia del _yo_.
Existirá una serie de hechos inconexos, de conciencias aisladas; mas
nó esa conciencia íntima que ahora experimento. Esto es indudable;
esto lo siente todo hombre en sí mismo; esto para nadie admite
discusion ni prueba, para nadie las necesita. En el momento en que esa
conciencia de identidad nos faltase, nos anonadaríamos á nuestros
ojos; fuéramos lo que fuésemos en la realidad, para nosotros no
seríamos nada. ¿Qué es la conciencia de un ser, formada de una serie
de conciencias, sin trabazon, sin relacion entre sí? Es un ser que se
revela sucesivamente á sí propio; pero nó como él mismo, sino como un
ser nuevo; un ser que nace y muere, y muere y nace á sus ojos, sin que
él propio sepa que el que nace es el que murió, ni el que muere el que
nació: una luz que se enciende y se extingue, y vuelve á encenderse y
á extinguirse otra vez, sin que se sepa que es la misma.

[254.] Esta conciencia la arruinan completamente los que niegan el
enlace de la idea con el objeto. Demostracion. En el instante A, yo no
tengo otra presencia subjetiva de mis actos, que el acto mismo que en
aquel instante estoy ejerciendo: luego no puedo cerciorarme de haber
tenido los anteriores, sino en cuanto están representados en la idea
actual; luego hay un enlace entre esta y su objeto. Luego ateniéndonos
simplemente á los fenómenos de la conciencia, á la simple conciencia
del _yo_, encontramos que por indeclinable necesidad atribuimos á las
ideas un valor objetivo, á los juicios una verdad objetiva.

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