Filosofía Fundamental, Tomo I - 05

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casos, pues no solo pensamos que pensamos, sino que pensamos una cosa
determinada. Además, aun cuando la reflexion tenga por objeto algunas
veces el pensamiento en general, ni aun entonces la dualidad
desaparece: el acto subjetivo es en tal caso un acto individual, que
existe en determinado instante de tiempo, y su objeto es el
pensamiento en general, es decir, una idea representante de todo
pensamiento, una idea que envuelve una especie de recuerdo confuso de
todos los actos pasados, ó de eso que se llama actividad, fuerza
intelectual. La dualidad existe pues, mas evidente sí cabe, que cuando
el objeto es un pensamiento determinado. En un caso se comparaban al
menos dos actos individuales; mas en este se compara un acto
individual con una idea abstracta, una cosa que existe en un instante
de tiempo, con una idea que ó prescinde de él, ó abarca confusamente
todo el trascurrido desde la época en que ha comenzado la conciencia
del ser que reflexiona.

[96.] Estas razones tienen mucha mas fuerza dirigiéndose contra
filósofos que ponen la esencia del espíritu, no en la fuerza de
pensar, sino en el pensamiento mismo, que no dan al _yo_ mas
existencia de la que nace de su propio conocimiento, afirmando que
solo existe porque se _pone_ á sí mismo conociéndose, y que solo
existe en cuanto se _pone_, es decir, en cuanto se conoce. Con este
sistema no solo existe la dualidad ó mas bien la pluralidad en los
actos, sino en el mismo _yo_; porque ese _yo_ es un acto, y los actos
se suceden como una serie de fluxiones desenvueltas hasta lo infinito.
Así, lejos de salvarse la unidad absoluta, ni la identidad entre el
sujeto y el objeto, se establece la pluralidad y multiplicidad en el
sujeto mismo; y la misma unidad de conciencia, en peligro de ser
rasgada por las cavilaciones filosóficas, tiene que guarecerse á la
sombra de la invencible naturaleza.

[97.] Queda probado pues de una manera incontestable, que hay en
nosotros una dualidad primitiva entre el sujeto y el objeto; que sin
esta no se concibe el conocimiento; y que la representacion misma es
una palabra contradictoria, si de un modo ú otro no se admiten en los
arcanos de la inteligencia cosas realmente distintas. Permítaseme
recordar que de esta distincion hallamos un tipo sublime en el augusto
misterio de la Trinidad, dogma fundamental de nuestra sacrosanta
religion, cubierto con un velo impenetrable, pero de donde salen
torrentes de luz para ilustrar las cuestiones filosóficas mas
profundas. Este misterio no es explicado por el débil hombre; pero es
para el hombre una explicacion sublime. Asi Platon se apoderó de las
vislumbres de aquel arcano como de un tesoro de inmenso valor para las
teorías filosóficas; asi los santos padres y los teólogos al
esforzarse por aclararle con algunas razones de congruencia, han
ilustrado los mas recónditos misterios del pensamiento humano.

[98.] Los sostenedores de la identidad universal á mas de contradecir
uno de los hechos primitivos y fundamentales de la conciencia, no
adelantan nada para explicar ni el orígen de la representacion
intelectual, ni su conformidad con los objetos. Es evidente que ningun
hombre posee la intuicion de la naturaleza del _yo_ individual, y
mucho menos del ser absoluto que estos filósofos suponen como el
_substratum_, de todo lo que existe ó aparece. Sin esta intuicion, no
les será posible explicar _à priori_ la representacion de los objetos,
ni tampoco la conformidad de estos con aquella. El hecho pues en que
se quiere cimentar toda la filosofía, ó no existe, ó nos es
desconocido, en ambos casos no puede servir para fundar un sistema.
Si este hecho existiese no se podria presentar á nuestro entendimiento
por medio de una enunciacion á que llegásemos por raciocinio. Ha de
ser mas bien visto que conocido; ó ha de ocupar el primer lugar ó
ninguno. Si empezamos por raciocinar sin tomarle á él por fundamento,
estribamos en lo aparente para llegar á lo verdadero; nos valemos de
la ilusion para alcanzar la realidad. Así resulta evidentemente del
sistema de nuestros adversarios, que, ó la filosofía debe comenzar por
la intuicion mas poderosa que imaginarse pueda, ó no le es dable
adelantar un paso.

[99.] Las escuelas distinguian entre el principio de ser y el de
conocer, _principium essendi et principium cognoscendi_; mas esta
distincion no tiene cabida en el sistema filosófico que impugnamos; el
ser se confunde con el conocer; lo que existe, existe porque se
conoce, y solo existe en cuanto se conoce. Deducir la serie de los
conocimientos es desenvolver la serie de la existencia. No hay ni
siquiera dos movimientos paralelos, no hay mas que un movimiento; el
_yo_ es el universo, el universo es el _yo_; todo cuanto existe es un
desarrollo del hecho primitivo, es el mismo hecho que se despliega
ofreciendo diferentes formas, extendiéndose como un océano infinito:
su lugar es un espacio sin límites, su duracion la eternidad (VIII).


CAPÍTULO IX.
CONTINÚA EL EXÁMEN DEL SISTEMA DE LA IDENTIDAD UNIVERSAL.

[100.] Estos sistemas tan absurdos como funestos, y que bajo formas
distintas y por diversos caminos, van á parar al panteismo, encierran
no obstante una verdad profunda, que desfigurada por vanas
cavilaciones, se presenta como un abismo de tinieblas, cuando en sí es
un rayo de vivísima luz.
El espíritu humano busca con el discurso lo mismo á que le impele un
instinto intelectual: el modo de reducir la pluralidad á la unidad, de
recoger por decirlo así la variedad infinita de las existencias en un
punto del cual todas dimanen y en que se confundan. El entendimiento
conoce que lo condicional ha de refundirse en lo incondicional, lo
relativo en lo absoluto, lo finito en lo infinito, lo múltiplo en lo
uno. En esto convienen todas las religiones, todas las escuelas
filosóficas. La proclamacion de esta verdad no pertenece á ninguna
exclusivamente; se la encuentra en todos los paises del mundo, en los
tiempos primitivos, junto á la cuna de la humanidad. Tradicion bella,
tradicion sublime, que conservada al través de todas las generaciones,
entre el flujo y reflujo de los acontecimientos, nos presenta la idea
de la divinidad presidiendo al orígen y al destino del universo.

[101.] Sí: la unidad buscada por los filósofos es la Divinidad misma,
es la Divinidad cuya gloria anuncia el firmamento y cuya faz augusta
nos aparece en lo interior de nuestra conciencia con resplandor
inefable. Sí: ella es la que ilumina y consuela al verdadero filósofo,
y ciega y perturba al orgulloso sofista; ella es la que el verdadero
filósofo llama Dios, á quien acata y adora en el santuario de su alma,
y la que el filósofo insensato apellida el _yo_ con profanacion
sacrílega; ella es la que considerada con su personalidad, con su
conciencia, con su inteligencia infinita, con su perfectísima
libertad, es el cimiento y la cúpula de la religion; ella es la que
distinta del mundo le ha sacado de la nada, la que le conserva, le
gobierna, le conduce por misteriosos senderos al destino señalado en
sus decretos inmutables.

[102.] Hay pues unidad en el mundo; hay unidad en la filosofía; en
esto convienen todos; la diferencia está en que unos separan con
muchísimo cuidado lo infinito de lo finito, la fuerza creatriz de la
cosa creada, la unidad de la multiplicidad, manteniendo la
comunicacion necesaria entre la libre voluntad del agente todopoderoso
y las existencias finitas, entre la sabiduría de la soberana
inteligencia y la ordenada marcha del universo; mientras los otros
tocados de una ceguera lamentable, confunden el efecto con la causa,
lo finito con lo infinito, lo vario con lo uno; y reproducen en la
region de la filosofía el caos de los tiempos primitivos; pero todo en
dispersion, todo en confusion espantosa, sin esperanza de reunion ni
de órden: la tierra de esos filósofos está vacía, las tinieblas yacen
sobre la faz del abismo, mas no hay el espíritu de Dios llevado sobre
las aguas para fecundar el caos y hacer que surjan de las sombras y de
la muerte piélagos de luz y de vida.
Con los absurdos sistemas excogitados por la vanidad filosófica, nada
se aclara; con el sistema de la religion que es al propio tiempo el de
la sana filosofía y el de la humanidad entera, todo se explica; el
mundo de las inteligencias como el mundo de los cuerpos es para el
espíritu humano un caos desde el momento en que desecha la idea de
Dios; ponedla de nuevo, y el órden reaparece.

[103.] Los dos problemas capitales: ¿de dónde nace la representacion
intelectual? ¿de dónde su conformidad con los objetos? tienen entre
nosotros una explicacion muy sencilla. Nuestro entendimiento aunque
limitado, participa de la luz infinita: esta luz no es la que existe
en el mismo Dios, es una semejanza comunicada á un ser, criado á
imágen del mismo Dios.
Con el auxilio de esta luz resplandecen los objetos á los ojos de
nuestro espíritu; ya sea que aquellos estén en comunicacion con este
por medios que nos son desconocidos; ya sea que la representacion nos
haya sido dada directamente por Dios á la presencia de los objetos.
La conformidad de la representacion con la cosa representada, es un
resultado de la veracidad divina. Un Dios infinitamente perfecto no
puede complacerse en engañar á sus criaturas. Esta es la teoría de
Descartes y Malebranche: pensadores eminentes que no sabian dar un
paso en el órden intelectual sin dirigir una mirada al Autor de todas
las luces, que no acertaban á escribir una página donde no pusiesen la
palabra Dios.

[104.] Como veremos en su lugar, admitia Malebranche que el hombre lo
ve todo en Dios mismo, aun en esta vida; pero su sistema lejos de
identificar el _yo_ humano con el ser infinito, los distinguia
cuidadosamente, no encontrando otro medio para sostener é iluminar al
primero que acercarle y unirle al segundo. Basta leer la obra inmortal
del insigne metafísico para convencerse de que su sistema no era el de
esa intuicion primitiva, purísima, que es un acto despegado de todo
empirismo, y que parece salir de las regiones de la individualidad, de
esa intuicion del hecho simple, orígen de todas las ideas y de todos
los hechos, y en que, uno de los dogmas de nuestra religion; la vision
beatífica, parece realizado sobre la tierra, en la region de la
filosofía. Estas son pretensiones insensatas, que estaban muy lejos
del ánimo y del sistema de Malebranche (IX).


CAPÍTULO X.
EL PROBLEMA DE LA REPRESENTACION. MÓNADAS DE LEIBNITZ.

[105.] La pretension de encontrar una verdad real en que se funden
todas las demás, es sumamente peligrosa, por mas que á primera vista
parezca indiferente. El panteismo ó la divinizacion del _yo_, dos
sistemas que en el fondo coinciden, son una consecuencia que
difícilmente se evita, si se quiere que toda la ciencia humana nazca
de un hecho.

[106.] La verdad real, ó el hecho que serviria de base á toda ciencia,
debiera ser percibido inmediatamente. Sin esta inmediacion le faltaria
el carácter de orígen y cimiento de las demás verdades; pues que el
medio con que le percibiriamos, tendria mas derecho que él al título
de verdad primera. Si este hecho mediador fuese causa del otro, es
evidente que este último no seria el primero; y si la anterioridad no
se refiriese al órden de ser sino de conocer, entonces resultarian las
mismas dificultades que tenemos ahora para explicar la transicion del
sujeto al objeto, ó sea la legitimidad del medio que nos haría
percibir el hecho primitivo.
Siendo necesaria la inmediacion, la union íntima de la inteligencia
con el hecho conocido, claro es que como esta inmediacion no la tiene
el _yo_ sino para sí mismo y para sus propios actos, el hecho buscado
ha de ser el mismo _yo_. Lo que tenemos inmediatamente presente son
los hechos de nuestra conciencia; por ellos nos ponemos en
comunicacion con lo que es distinto de nosotros mismos. En el caso
pues de deberse encontrar un hecho primitivo orígen de todos los
demás, este hecho seria el mismo _yo_. En no admitiendo esta
consecuencia, es necesario declarar inadmisible la posibilidad de
encontrar el hecho fuente de la ciencia trascendental. Hé aquí como
las pretensiones filosóficas en apariencia mas inocentes, conducen á
resultados funestos.

[107.] Hay aquí un efugio, bien débil por cierto, pero que es bastante
especioso para que merezca ser examinado.
El hecho, orígen científico de todos los demás, no es necesario que
sea orígen verdadero. Distinguiendo entre el principio de ser y el
principio de conocer, parecen quedar salvadas todas las dificultades.
Es absurdo, y además contrario al sentido comun, que el _yo_ sea
orígen de todo lo que existe; pero no lo es que sea principio
representativo de todo lo que se conoce y se puede conocer. La
representacion no es sinónima de causalidad. Las ideas representan y
no causan los objetos representados. ¿Por qué pues no se podria
admitir que existe un hecho representativo de todo lo que el humano
entendimiento puede conocer? Es cierto que la percepcion de este hecho
ha de ser inmediata, que se le ha de suponer íntimamente presente á la
inteligencia que le percibe, por cuyo motivo no puede ser otra cosa
que el mismo _yo_; pero esto no diviniza al _yo_, solo le concede una
fuerza representativa que puede haberle sido comunicada por un ser
superior. Hace del _yo_, nó una causa universal, sino un espejo en que
reflejan el mundo interno y el externo.
Esta explicacion recuerda el famoso sistema de las mónadas de
Leibnitz, sistema ingenioso, arranque sublime de uno de los genios mas
poderosos que honraron jamás al humano linaje. El mundo entero formado
de seres indivisibles, todos representativos del mismo universo del
cual forman parte, pero con representacion adecuada á su categoría
respectiva y con arreglo al punto de vista que les corresponde segun
el lugar que ocupan; desenvolviéndose en una serie inmensa que
principiando por el órden mas inferior va subiendo en gradacion
continua hasta los umbrales de lo infinito; y en la cúspide de todas
las existencias la mónada que contiene en sí la razon de todas, que
las ha sacado de la nada, les ha dado la fuerza representativa, las ha
distribuido en sus convenientes categorías estableciendo entre todas
ellas una especie de paralelismo de percepcion, de voluntad, de
accion, de movimiento, de tal suerte que sin comunicarse nada las unas
á las otras, marchen todas en la mas perfecta conformidad, en inefable
armonía; esto es grande, esto es bello, esto es asombroso, esta es una
hipótesis colosal que solo concebir pudiera el genio de Leibnitz.

[108.] Pagado este tributo de admiracion al eminente autor de la
_Monadología_, advertiré que su concepcion gigantesca es solo una
hipótesis que todos los recursos del talento de su inventor no
bastaron á fundar en ningun hecho que le diera visos de probabilidad.
Prescindiré tambien de las dificultades gravísimas que, contra la
voluntad del autor sin duda, ofrece esta hipótesis á la explicacion
del libre alvedrío: me ceñiré al exámen de las relaciones de dicho
sistema con la cuestion que me ocupa.
En primer lugar, siendo la representacion de las mónadas una mera
hipótesis, no sirve para explicar nada, á no ser que la filosofía se
convierta en un juego de combinaciones ingeniosas. El _yo_ es una
mónada, esto es, una unidad indivisible; en esto no cabe duda; el
_yo_ es una mónada representativa del universo; esta es una afirmacion
absolutamente gratuita. Hasta que se la pruebe de un modo ú otro,
tenemos derecho á no querer ocuparnos de ella.

[109.] Pero supongamos que la fuerza representativa tal como la
entiende Leibnitz, exista en el _yo_; esta hipótesis no destruye lo
que se ha dicho contra el orígen primitivo de la ciencia
trascendental. Si bien se observa, la hipótesis de Leibnitz explica el
orígen de las ideas, mas nó su enlace. Hace del alma un espejo en que
por efecto de la voluntad creatriz, se representa todo; pero no
explica el órden de estas representaciones, no da razon de cómo unas
nacen de otras, ni les señala otro vínculo que la unidad de la
conciencia. Este sistema pues, se halla fuera de la cuestion; no
disputamos sobre el modo con que las representaciones existen en el
alma, ni sobre la procedencia de ellas, sino que examinamos la opinion
que pretende fundar toda la ciencia en un solo hecho, desenvolviendo
todas las ideas, como simples modificaciones del mismo. Esto jamás lo
ha dicho Leibnitz; ni en sus obras se encuentra nada que indique
semejante pensamiento. Además, las diferencias entre el sistema del
autor de la Monadología y el de los filósofos alemanes que estamos
impugnando, son demasiado palpables para que puedan ocultarse á nadie.
1.º Tan lejos está Leibnitz de la identidad universal, que establece
una pluralidad y multiplicidad infinitas: sus mónadas son seres
realmente distintos y diferentes entre sí.
2.º Todo el universo compuesto de mónadas ha procedido segun Leibnitz,
de una mónada infinita; y esta procedencia no es por emanacion sino
por creacion.
3.º En la mónada infinita ó en Dios, pone Leibnitz la razon suficiente
de todo.
4.º El conocimiento les ha sido dado á las mónadas _libremente_ por el
mismo Dios.
5.º Dicho conocimiento y la conciencia de él, les pertenece á las
mónadas individualmente, sin que Leibnitz pensase ni remotamente en
ese _absoluto_, fondo de todas las cosas, que con sus trasformaciones
se eleva de naturaleza á conciencia, ó desciende de la region de la
conciencia y se convierte en naturaleza.

[110.] Estas diferencias tan marcadas, no han menester comentarios;
ellas manifiestan hasta la última evidencia que los filósofos alemanes
modernos no pueden escudarse con el nombre de Leibnitz; bien que á
decir verdad no es este el flaco de esos filósofos; lejos de buscar
guias, todos aspiran á la originalidad, siendo esta una de las
principales causas de sus estravagancias. Hegel, Schelling y Fichte
todos pretenden ser fundadores de una filosofía; y Kant abrigaba la
misma ambicion, hasta el punto de hacer alteraciones gravísimas en su
segunda edicion de la _Crítica de la razon pura_, por temor de que se
le tuviese por plagiario del idealismo de Berkeley (X).


CAPÍTULO XI.
EXÁMEN DEL PROBLEMA DE LA REPRESENTACION.

[111.] Todo lo conocemos por la representacion; sin ella el
conocimiento es inconcebible; no obstante ¿qué es la representacion
considerada en sí? Lo ignoramos; nos ilumina para lo demás, pero nó
para conocerla á ella misma.
Bien se echa de ver que no disimulo las gravísimas dificultades que
ofrece la solucion del presente problema; por el contrario las señalo
con toda claridad para evitar desde el principio la vana presuncion,
que pierde en las ciencias como en todo. Mas no se crea que intente
desterrar esta cuestion del dominio de la filosofía; opino que las
dificultades aunque son muchas y espinosas, permiten sin embargo
conjeturas bastante probables.

[112.] La fuerza representativa puede dimanar de tres fuentes:
identidad, causalidad, idealidad. Me explicaré. Una cosa puede
representarse á si misma; esta representacion es la que llamo de
identidad. Una causa puede representar á sus efectos; esto entiendo
por representacion de causalidad. Un ser, sustancia ó accidente, puede
ser representativo de otro, distinto de él y que no es su efecto; á
este llamo representacion de idealidad.
No veo que puedan señalarse otras fuentes de la representacion; y así
teniendo la division por completa, voy á examinar sus tres partes,
llamando muy especialmente sobre este punto la atencion del lector,
por ser uno de los mas importantes de la filosofía.

[113.] Lo que representa ha de tener alguna relacion con la cosa
representada. Esencial ó accidental, propia ó comunicada, la relacion
ha de existir. Dos seres que no tienen absolutamente ninguna relacion,
y sin embargo, el uno representante del otro, son una monstruosidad.
Nada hay sin razon suficiente; y no existiendo ninguna relacion entre
el representante y el representado, no habria razon suficiente de la
representacion.
Téngase en cuenta que por ahora prescindo de la naturaleza de esta
relacion, no afirmo que sea real ni ideal, solo digo que entre lo
representante y lo representado ha de haber algun vínculo sea el que
fuere. Sus misterios, su incomprensibilidad, no destruirian su
existencia. La filosofía será impotente quizás para explicar el
enigma, pero es bastante á demostrar que el vínculo existe. Así es que
prescindiendo de toda experiencia, se puede demostrar _à priori_ que
hay una relacion entre el _yo_ y los demás seres, por el mero hecho de
existir la representacion de estos en aquel.
La incesante comunicacion en que están las inteligencias entre sí y
con el universo, prueba que hay un punto de reunion para todo. La sola
representacion es de ello una prueba incontestable; tantos seres en
apariencia dispersos é indiferentes unos á otros, están íntimamente
unidos en algun centro; por manera que el simple fenómeno de la
inteligencia nos conduce á la afirmacion del vínculo comun, de la
unidad en que se enlaza la pluralidad. Esta unidad es para los
panteistas la identidad universal, para nosotros es Dios.

[114.] Adviértase que esta relacion entre lo representante y lo
representado, no es necesario que sea directa ó inmediata; basta que
sea con un tercero; así han de admitirla tanto los que explican la
representacion por la identidad, como los que dan razon de ella por
las ideas intermedias, sin que para el caso presente, haya ninguna
diferencia entre los que las consideran producidas por la accion de
los objetos sobre nuestro espíritu, y los que las hacen dimanar
inmediatamente de Dios.

[115.] Todo la que representa contiene en cierto modo la cosa
representada; esta no puede tener carácter de tal si de alguna manera
no se halla en la representacion. Puede ser ella misma ó una imágen
suya, pero esta imágen no representará al objeto si no se sabe que es
imágen. Toda idea pues, encierra la relacion de objetividad, de otro
modo no representaria al objeto, sino á sí misma. El acto de entender
es inmanente, pero de tal modo que el entendimiento sin salir de sí,
se apodera del objeto mismo. Cuando pienso en un astro colocado á
millones de leguas de distancia, mi espíritu no va ciertamente al
punto donde el astro se halla; pero por medio de la idea salva en un
instante la inmensa distancia y se une con el astro mismo. Lo que
percibe, no es la idea sino el objeto de ella; si esta idea no
envolviese una relacion al objeto, dejaria de ser idea para el
espíritu, no le representaria nada, á no ser que se representase á sí
misma.

[116.] Hay pues en toda percepcion una union del ser que percibe con
la cosa percibida; cuando esta percepcion no es inmediata, el medio ha
de ser tal que contenga una relacion necesaria al objeto; se ha de
ocultar á sí propio para no ofrecer á los ojos del espíritu sino la
cosa representada. Desde el momento que él se presenta, que es visto ó
solamente advertido, deja de ser idea y pasa á ser objeto. Es la idea
un espejo que será tanto mas perfecto cuanto mas completa produzca la
ilusion. Es necesario que presente los objetos solos, proyectándolos á
la conveniente distancia, sin que el ojo vea nada del cristalino plano
que los refleja.

[117.] Esta union de lo representante con lo representado, de lo
inteligente con lo entendido, puede explicarse en algunos casos por la
identidad. En general no se descubre ninguna contradiccion en que una
cosa se represente á si misma á los ojos de una inteligencia, si se
supone que de un modo ú otro estén unidas. En el caso pues de que la
cosa conocida sea ella misma inteligente, no se ve ninguna dificultad
en que ella sea para sí misma su propia representacion y que de
consiguiente se confundan en un mismo ser la idealidad y la realidad.
Si una idea puede representar á un objeto, ¿por qué este no se podrá
representar á sí mismo? si un ser inteligente puede conocer un objeto,
mediante una idea, ¿por qué no le podrá conocer inmediatamente? La
union de la cosa entendida con la inteligente será para nosotros un
misterio, es verdad; ¿pero lo es menos la union, que se hace por medio
de la idea? A esta se puede objetar todo lo que se diga contra la cosa
misma; y aun si bien se considera, mas inexplicable es el que una cosa
represente á otra, que no que se represente á sí misma. Lo
representante y lo representado tienen entre sí una especie de
relacion de continente y contenido; fácilmente se concibe que lo
idéntico se contenga á sí mismo, pues que la identidad expresa mucho
mas que el contener; pero no se concibe tan bien cómo el accidente
_puede contener_ á la substancia, lo transitorio á lo permanente, lo
ideal á lo real. Es pues la identidad un verdadero principio de
representacion.

[118.] Aquí advertiré lo siguiente, que es muy necesario para evitar
equivocaciones.
1º. No afirmo la relacion necesaria entre la identidad y la
representacion; de lo contrario se afirmaria que todo ser ha de ser
representativo, ya que todo ser es idéntico consigo mismo. Establezco
esta proposicion: «la identidad puede ser orígen de representacion;»
pero niego las siguientes: «la identidad es orígen _necesario_ de
representacion;» «la representacion es signo de identidad.»
2º. Nada determino con respecto á la aplicacion de las relaciones
entre la representacion y la identidad en lo que concierne á los seres
finitos.
3º. Prescindo de la dualidad que existe por solo suponer sujeto y
objeto, y no entro en ninguna cuestion sobre la naturaleza de esta
dualidad.

[119.] Fijadas las ideas, advertiré que tenemos una prueba irrecusable
de que no hay repugnancia intrínseca entre la identidad y la
representacion, en dos dogmas de la religion católica; el de la vision
beatífica y el de la inteligencia divina. El dogma de la vision
beatífica nos enseña que el alma humana en la mansion de los
bienaventurados, está unida íntimamente con Dios, viéndole cara á
cara, en su misma esencia. Nadie ha dicho que esta vision se hiciese
por medio de una idea, antes bien los teólogos enseñan lo contrario,
entre ellos Santo Tomás. Tenemos pues la identidad unida con la
representacion, es decir la esencia divina representándose ó mas bien
presentándose á sí propia á los ojos del espíritu humano. El dogma de
la inteligencia divina nos enseña que Dios es infinitamente
inteligente. Dios, para entender, no sale de sí mismo, no se vale de
ideas distintas, se ve á sí mismo en su esencia. Dios no se distingue
de su esencia; tenemos pues la identidad unida con la representacion,
y el ser inteligente identificado con la cosa entendida (XI).


CAPÍTULO XII.
INTELIGIBILIDAD INMEDIATA.

[120.] No todas las cosas tienen representacion activa ni aun pasiva;
quiero decir que no todas están dotadas de actividad intelectual, ni
son aptas para terminar el acto del entendimiento ni aun pasivamente.
Por lo tocante á la fuerza de representacion activa, que en el fondo
no es mas que la capacidad de entender, es evidente que son muchos los
seres destituidos de ella. Alguna mayor dificultad puede haber con
respecto á la representacion pasiva ó á la disposicion para ser objeto
_inmediato_ de la inteligencia.

[121.] Un objeto no puede ser conocido inmediatamente, es decir, sin
la mediacion de una idea, si el propio no hace las veces de esta
idea, uniéndose al entendimiento que lo ha de conocer. Esta sola
razon quita á todas las cosas materiales el carácter de
_inmediatamente_ inteligibles, por manera que fingiendo un espíritu á
quien no se hubiese dado una idea del universo corpóreo, nada
conoceria de este aunque estuviese en medio del mismo por toda la
eternidad.
Resulta de esto que la materia no es ni puede ser ni inteligente ni
inteligible; las ideas que tenemos de ella han dimanado de otra parte;
sin cuyo auxilio podriamos estar ligados á la misma, sin conocerla
nunca, ni sospechar que existiese.

[122.] Aquí se me ofrece la oportunidad de exponer una doctrina de
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