Filosofía Fundamental, Tomo I - 07

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LA CONDICION INDISPENSABLE DE TODO CONOCIMIENTO HUMANO.
MEDIOS DE PERCEPCION DE LA VERDAD.

[143.] No hemos podido encontrar ni en el órden real ni en el ideal,
una verdad orígen de todas las demás, para nuestro entendimiento,
mientras nos hallamos en esta vida. Queda pues demostrado que la
ciencia trascendental propiamente dicha, es para nosotros una quimera.
Nuestros conocimientos sin embargo han de tener algun punto de apoyo:
éste es el que vamos á buscar ahora.
Para la mejor inteligencia de lo que me propongo examinar, recordaré
el verdadero estado de la cuestion. No busco un primer principio tal
que ilumine por sí solo todas las verdades, ó que las produzca, sino
una verdad que sea condicion indispensable de todo conocimiento; por
esto no la llamo orígen, sino punto de apoyo: el edificio no nace del
cimiento pero estriba en él. Como un cimiento hemos de considerar el
principio buscado, así como en los capítulos anteriores tratábamos de
encontrar una semilla: estas dos imágenes, semilla y cimiento,
expresan perfectamente mis ideas y deslindan con toda exactitud las
dos cuestiones.

[144.] ¿Existe un punto de apoyo para la ciencia, y para todo
conocimiento, sea ó nó científico? Si existe, ¿cuál es? ¿hay uno solo,
ó son muchos?
Es evidente que el punto de apoyo ha de existir; si se nos pregunta el
por qué de un asenso cierto, hemos de llegar al fin á un hecho o á una
proposicion de donde no podemos pasar; ya que no es dable admitir el
proceso hasta lo infinito. El punto en que nos sea preciso detenernos,
es para nosotros el primero, y por consiguiente el de apoyo para la
certeza.

[145.] Partiendo de un asenso dado, quizás podemos ser conducidos á
principios diferentes, independientes unos de otros, todos igualmente
fundamentales para nuestro espíritu; en cuyo caso no habrá un punto
solo de apoyo, sino muchos.
No creo posible determinar _á priori_, si en esta parte hay para
nuestro entendimiento unidad ó pluralidad. Que la ciencia humana se
haya de reducir á un principio solo, es una proposicion que se afirma
mas no se prueba. No existiendo en el hombre la fuente de toda verdad
como se ha demostrado en los capítulos anteriores, es claro que los
principios en que se funde su conocimiento han de ser comunicados.
¿Quién nos asegura que estos no sean muchos y de órdenes diferentes?
¿No cabe pues resolver nada _á priori_ en la cuestion presente; es
preciso descender al terreno de la observacion ideológica y
psicológica.

[146.] Nuestro espíritu alcanza la verdad, o al menos su apariencia;
es decir, que de un modo ú otro tiene estos actos que llamamos
percibir y sentir. Que la realidad corresponda ó nó á los actos de
nuestra alma, nada importa por ahora; no es esto lo que buscamos;
ponemos la cuestion en un terreno en que pueden caber hasta los mas
escépticos; ni aun estos niegan la percepcion y la sensacion: si
destruyen la realidad, admiten al menos la apariencia.

[147.] Los medios con que percibimos la verdad son de varios órdenes;
lo que hace que las verdades mismas percibidas correspondan tambien á
órdenes diferentes, paralelos por decirlo así, con los respectivos
medios de percepcion.
Conciencia, evidencia, instinto intelectual ó sentido comun, hé aquí
los tres medios; verdades de sentido íntimo, verdades necesarias,
verdades de sentido comun, hé aquí lo correspondiente á dichos medios.
Estas son cosas distintas, diferentes, que en muchos casos no tienen
nada que ver entre sí: es preciso deslindarlas con mucho cuidado, si
se quieren adquirir ideas exactas y cabales en las cuestiones
relativas al primer principio de los conocimientos humanos.

[148] El medio que he llamado de conciencia, es decir, el sentido
íntimo de lo que pasa en nosotros, de lo que experimentamos, es
independiente de todos los demás. Destrúyase la evidencia, destrúyase
el instinto intelectual, la conciencia permanece. Para experimentar y
estar seguros de que experimentamos y de lo que experimentamos, no
hemos menester sino la experiencia misma. Si se supone en duda el
principio de contradiccion, todavía no se hará vacilar la certeza de
que sufrimos cuando sufrimos, de que gozamos cuando gozamos, de que
pensamos cuando pensamos. La presencia del acto ó de la impresion allá
en el fondo de nuestro espíritu, es íntima, inmediata, de una eficacia
irresistible para hacer que nos sobrepongamos á toda duda. El sueño y
la vigilia, la demencia y la cordura, son indiferentes para el
testimonio de la conciencia; el error puede estar en el objeto mas nó
en el fenómeno interno. El loco que cree contar numerosas talegas no
las cuenta ciertamente, y en esto se engaña; pero tiene en su espíritu
la conciencia de que lo hace, y en esto es infalible. El que sueña
haber caido en manos de ladrones se engaña en lo tocante al objeto
externo; mas nó en lo que pertenece al acto mismo con que lo cree.
La conciencia es independiente de todo testimonio extrínseco á ella;
es de una necesidad indeclinable, de una fuerza irresistible para
producir certeza; es infalible en lo que concierne á ella sola: si
existe no puede menos de dar testimonio de sí misma; si no existe no
lo puede dar. En ella la realidad y la apariencia se confunden: no
puede ser aparente sin ser real; la apariencia por sí sola, es ya una
verdadera conciencia.

[149.] Comprendo en el testimonio de la conciencia todo lo que
experimentamos en nuestra alma, todo lo que afecta á lo que se llama
el _yo_ humano: ideas, pensamientos de todas clases, actos de
voluntad, sentimientos, sensaciones, en una palabra, todo aquello de
que podemos decir: lo experimento.

[150.] Es claro que las verdades de conciencia son mas bien hechos que
se pueden señalar, que no combinaciones enunciables en una
proposicion. No es esto decir que no se puedan enunciar, sino que
ellas en sí mismas prescinden de toda forma intelectual, que son
simples elementos de que el entendimiento se puede ocupar ordenándolos
y comparándolos de varios modos, pero que por sí solos no dan ninguna
luz, que ellos por sí mismos nada _representan_, que solo _presentan_
lo que son, son meros hechos, mas allá de los cuales no se puede ir.

[151.] La costumbre de reflexionar sobre la conciencia, y el andar
mezcladas las operaciones puramente intelectuales con los hechos de
simple experiencia interna, hace que no se conciba fácilmente ese
aislamiento en que se encuentra por su naturaleza todo lo que es
puramente subjetivo. Se quiere prescindir de la reflexion, pero se
reflexiona sobre el esfuerzo mismo que se hace para prescindir de
ella: nuestro entendimiento es una luz que se enciende por una parte
cuando se la apaga en otra; la insistencia misma en apagarla suele
hacerla mas viva y centelleante. De aquí la dificultad de distinguir
los dos caractéres de lo puramente subjetivo y puramente objetivo, de
deslindar la evidencia de la conciencia, lo conocido de lo
experimentado. Sin embargo, la separacion de dos elementos tan
diferentes se puede facilitar considerando que los brutos, á su modo,
tienen tambien conciencia de lo que experimentan dentro de sí mismos:
no suponiéndolos meras máquinas, es preciso otorgarles la conciencia,
es decir, la presencia íntima de sus sensaciones: sin esto, ni aun la
sensacion se concibe; no tendrá sensacion lo que no siente que siente.
El bruto no reflexiona sobre lo que pasa en su interior, lo
experimenta, nada mas. Las sensaciones se suceden unas á otras en su
alma, sin mas vínculo que la unidad del ser que las experimenta; pero
este no las toma por objeto y por consiguiente no las combina ni
transforma de ninguna manera, las deja lo que son, simples hechos. De
aquí podemos sacar alguna luz para concebir lo que son en nosotros los
simples hechos de conciencia, abandonados á sí solos, en todo su
aislamiento, sin ninguna mezcla de operaciones puramente
intelectuales, y sin estar sujetos á la actividad reflexiva que
combinándolos de varias maneras y elevándolos á la region de lo
puramente ideal, nos los presenta de tal modo que nos hace olvidar su
pureza primitiva.
Es necesario esforzarse en percibir con toda claridad lo que son los
hechos de conciencia, lo que es su testimonio; pues sin esto es
imposible adelantar un paso en la investigacion del primer principio
de los conocimientos humanos. La confusion en este punto hace incurrir
en equivocaciones trascendentales. Ocasion tendremos de notarlo en lo
sucesivo; y hemos encontrado ya lastimosos ejemplos de semejantes
extravíos en los errores de la filosofía del _yo_.

[152.] La evidencia, suele decirse, es una luz intelectual: esta es
una metáfora muy oportuna y hasta muy exacta si se quiere; pero que
adolece del mismo defecto que todas las metáforas, las cuales, por sí
solas, sirven poco para explicar los misterios de la filosofía. Luz
intelectual tambien la encontramos en muchos actos de conciencia. En
aquella presencia íntima con que una operacion ó una impresion se
ofrece al espíritu, tambien hay una especie de luz clara, viva, que
hiere por decirlo así el ojo del alma, y no le permite dejar de ver lo
que tiene delante. Si pues para definir la evidencia nos contentamos
con llamarla luz del entendimiento, la confundimos con la conciencia,
ó á lo menos damos ocasion, con un lenguaje ambiguo, á que otros la
confundan.
No se crea que me proponga inculpar á los que han empleado la metáfora
de la luz, ni que me lisonjee de poder definir la evidencia con toda
propiedad: ¿quién expresa con palabras este fenómeno de nuestro
entendimiento? Al querer emplear alguna, se ofrece la de luz como la
mas adecuada. Porque en verdad, cuando atendemos á la evidencia, para
examinar ya su naturaleza, ya sus efectos sobre el espíritu, se nos
presenta naturalísimamente bajo la imágen de una luz cuyos
resplandores alumbran los objetos para que nuestra alma pueda
contemplarlos: pero esto, repito, no es suficiente: y así, aunque no
formo el empeño de definirla con exactitud, voy á señalar un carácter
que la distingue de todo lo que no es ella.

[153.] La evidencia anda siempre acompañada de la necesidad, y por
consiguiente de la universalidad de las verdades que atestigua. No la
hay cuando no existen las dos condiciones señaladas. De lo contingente
no hay evidencia, sino en cuanto está sometido á un principio de
necesidad.
Expliquemos esta doctrina comprando ejemplos tomados respectivamente
de la conciencia y de la evidencia.
Que hay en mí un ser que piensa, esto no lo sé por evidencia sino por
conciencia. Que lo que piensa existe, esto no lo sé por conciencia
sino por evidencia. En ambos casos hay certeza absoluta, irresistible;
pero en el primero, versa sobre un hecho particular, contingente; en
el segundo sobre una verdad universal y necesaria. Que yo piense es
cierto para mí, pero no es preciso que lo sea para los demás; la
desaparicion de mi pensamiento no trastorna el mundo de las
inteligencias; si mi pensamiento dejase ahora de existir, la verdad en
sí misma no sufriría ninguna alteracion; otras inteligencias podrian
continuar y continuarian percibiéndola; ni en el órden real ni en el
ideal, se echarian de menos el concierto y la armonía.
Me pregunto á mí mismo si pienso; y en el fondo de mi alma leo que sí;
me pregunto si este pensamiento es necesario, y á mas de que la
experiencia me dice que nó, tampoco encuentro razon ninguna en que
fundar la necesidad. Aun suponiendo que mi pensamiento deja de
existir, veo que continúo discurriendo con buen órden; así examino lo
que hubiera sucedido si yo no existiese, ó lo que podria suceder en
adelante, y asiento principios y saco consecuencias, sin quebrantar
ninguna de las leyes intelectuales. El mundo ideal y el real se
ofrecen á mis ojos como un magnífico espectáculo al cual yo asisto
ciertamente, si, pero de donde puedo retirarme sin que la
representacion cese, ni se altere nada, ni resulte otra mudanza que la
de quedar vacío el imperceptible lugar que estoy ocupando. Muy de otro
modo sucede en las verdades objeto de evidencia; no es necesario que
yo piense, pero es tan necesario que lo que piensa exista, que todos
mis esfuerzos no bastan para prescindir por un momento de esta
necesidad. Si supongo lo contrario, si colocándome en el terreno de lo
absurdo finjo por un instante que queda cortada la relacion entre el
pensar y el ser, se rompe el vínculo que mantiene en órden al universo
entero: todo se trastorna, todo se confunde, y lo que se me presenta á
la vista no sé si es el caos ó la nada. ¿Qué ha sucedido? Nada mas
sino que el entendimiento ha supuesto una cosa contradictoria,
afirmando y negando á un mismo tiempo el pensar, porque afirmaba un
pensamiento al cual negaba la existencia. Se ha quebrantado una ley
universal, absolutamente necesaria; en faltando ella todo se hunde en
el caos; la certeza de la existencia del _yo_ afianzada en el
testimonio de la conciencia, no basta á impedir la confusion: la
inteligencia contradiciéndose, se ha negado á sí propia; de su palabra
insensata no ha salido el ser sino la nada, no la luz sino las
tinieblas; y esas tinieblas que ella ha soplado sobre todo lo
existente y lo posible, vuelven á caer á torrentes sobre ella misma y
la envuelven en eterna noche.

[154.] Hé aquí fijados y deslindados los caractéres de la conciencia y
de la evidencia. La primera tiene por objeto lo individual y
contingente; la segunda lo universal y necesario: solo Dios, fuente de
toda verdad, principio universal y necesario de ser y de conocer,
tiene identificada la conciencia con la evidencia en sí propio: en
aquel ser infinito que todo lo encierra, ve la razon de todas las
esencias y de todas las existencias, y no le es dable prescindir de sí
mismo, del testimonio de su conciencia, sin anonadarlo todo. ¿Qué
quedaria en el mundo, se dice la criatura, si tú desaparecieses? y se
responde á si misma: _todo excepto tú_. Si Dios se dirigiese esta
pregunta, se respondería á sí propio: _nada_.

[155.] He llamado instinto intelectual á ese impulso que nos lleva á
la certeza en muchos casos, sin que medien ni el testimonio de la
conciencia, ni el de la evidencia. Si se indica á un hombre un blanco
de una línea de diámetro, y luego se le vendan los ojos y despues de
haberle hecho dar muchas vueltas á la aventura, se le pone un arco en
la mano para que dispare y se asegura que la flecha irá á clavarse
precisamente en el pequeñísimo blanco, dirá que esto es imposible y
nadie será capaz de persuadirle tamaño dislate. ¿Y porqué? ¿se apoya
en el testimonio de la conciencia? nó, porque se trata de objetos
externos. ¿Se funda en la evidencia? tampoco, porque esta tiene por
objeto las cosas necesarias, y no hay ninguna imposibilidad intrínseca
en que la flecha vaya á dar en el punto señalado. ¿En qué estriba
pues la profunda conviccion de la negativa? Si suponemos que este
hombre nada sabe de las teorías de probabilidades y combinaciones, que
ni aun tiene noticia de esta ciencia, ni ha pensado nunca en cosas
semejantes, su certeza será igual, sin embargo de que no podrá
fundarla en cálculo de ninguna especie; igual la tendrán todos los
circunstantes rudos ó cultos, ignorantes ó sabios: sin necesidad de
reflexion, instantáneamente, todos dirán ó pensarán: «esto es
imposible, esto no se verificará.» ¿En qué fundan, repito, tan fuerte
conviccion? Es claro que no naciendo ni de la conciencia, ni de la
evidencia inmediata ni mediata, no puede tener otro orígen que esa
fuerza interior que llamo instinto intelectual, y que dejaré llamar
sentido comun ó lo que se quiera, con tal que se reconozca la
existencia del hecho. Don precioso que nos ha otorgado el Criador para
hacernos razonables aun antes de raciocinar; y á fin de que dirijamos
nuestra conducta de una manera prudente, cuando no tenemos tiempo para
examinar las razones de prudencia.

[156.] Ese instinto intelectual abraza muchísimos objetos de órden muy
diferente; es, por decirlo asi, la guia y el escudo de la razon; la
guia, porque la precede y le indica el camino verdadero, antes de que
comience á andar; el escudo, porque la pone á cubierto de sus propias
cavilaciones, haciendo enmudecer el sofisma en presencia del sentido
comun.

[157.] El testimonio de la autoridad humana, tan necesario al
individuo y á la sociedad, arranca nuestro asenso por medio de un
instinto intelectual. El hombre cree al hombre, cree á la sociedad,
antes de pensar en los motivos de su fe; pocos los examinan, y sin
embargo la fe es universal.
No se trata ahora de saber si el instinto intelectual nos engaña
algunas veces, en qué casos y por qué; al presente solo quiero
consignar su existencia; y con respecto á los errores á que nos
conduce, me contentaré con observar que en un ser débil como es el
hombre, la regla se dobla muy á menudo; y que así como no es posible
encontrar en él lo bueno sin mezcla de lo malo, tampoco es dable
hallar la verdad sin mezcla de error.

[158.] Si bien se observa, no objetivamos las sensaciones sino en
fuerza de un instinto irresistible. Nada mas cierto, mas evidente á
los ojos de la filosofía que la subjetividad de toda sensacion; es
decir, que las sensaciones son fenómenos inmanentes, ó que están
dentro de nosotros y no salen fuera de nosotros; y sin embargo, nada
mas constante que el tránsito que hace el género humano entero de lo
subjetivo á lo objetivo, de lo interno á lo externo, del fenómeno á la
realidad. ¿En qué se funda este tránsito? Cuando los filósofos mas
eminentes han tenido tanta dificultad en encontrar el puente, por
decirlo así, que une las dos riberas opuestas, cuando algunos de
ellos cansados de investigar han dicho resueltamente que no era
posible encontrarle, ¿lo descubrirá el comun de los hombres desde su
mas tierna niñez? es evidente que el tránsito que hacen no puede
explicarse por motivos de raciocinio, y que es preciso apelar al
instinto de la naturaleza. Luego hay un instinto que por sí solo nos
asegura de la verdad de una proposicion, á cuya demostracion llega
difícilmente la filosofía mas recóndita.

[159.] Aquí observaré lo errado de los métodos que aislan las
facultades del hombre, y que para conocer mejor el espíritu, le
desfiguran y mutilan. Es uno de los hechos mas constantes y
fundamentales de las ciencias ideológicas y psicológicas, la
multiplicidad de actos y facultades de nuestra alma, á pesar de su
simplicidad atestiguada por la unidad de conciencia. Hay en el hombre
como en el universo un conjunto de leyes cuyos efectos se desenvuelven
simultáneamente, con una regularidad armoniosa; separarlas equivale
muchas veces á ponerlas en contradiccion; porque no siendo dado á
ninguna de ellas el producir su efecto aisladamente, sino en
combinacion con las demás, cuando se les exige que obren por sí solas,
en vez de efectos regulares, producen monstruosidades las mas
deformes. Si dejais sola en el mundo la ley de gravitacion no
combinándola con ninguna fuerza de proyeccion, todo se precipitará
hácia un centro; en vez de esa infinidad de sistemas que hermosean el
firmamento, tendréis una mole ruda é indigesta: si quitáis la
gravitacion y dejais la fuerza de proyeccion, los cuerpos todos se
descompondrán en átomos imperceptibles, dispersándose cual éter
levísimo por las regiones de la inmensidad (XV).


CAPÍTULO XVI.
CONFUSION DE IDEAS EN LAS DISPUTAS SOBRE EL PRINCIPIO FUNDAMENTAL.

[160.] En mi concepto hay varios principios que con relacion al
entendimiento humano pueden llamarse igualmente fundamentales, ya
porque todos sirven de cimiento en el órden comun y en el científico,
ya porque no se apoyan en otro; no siendo dable señalar uno que
disfrute de esta calidad como privilegio exclusivo. Al buscarse en las
escuelas el principio fundamental, suele advertirse que no se trata de
encontrar una verdad de la cual dimanen todas las otras; pero sí un
axioma tal que su ruina traiga consigo la de todas las verdades, y su
firmeza las sostenga, al menos indirectamente; de manera que quien las
negare pueda ser reducido por demostracion indirecta ó _ad absurdum_;
es decir, que admitido dicho axioma, se podrá conseguir que quien
niegue los otros sea convencido de hallarse en oposicion con el que
habia reconocido como verdadero.

[161.] Mucho se ha disputado sobre si era este ó aquel principio el
merecedor de la preferencia; yo creo que hay aquí cierta confusion de
ideas, nacida en buena parte, de no deslindar suficientemente
testimonios tan distintos como son el de la conciencia, el de la
evidencia y el del sentido comun.
El famoso principio de Descartes «yo pienso, luego soy;» el de
contradiccion, «es imposible que una cosa sea y no sea á un mismo
tiempo;» el otro que llaman de los cartesianos, «lo que está contenido
en la idea clara y distinta de una cosa, se puede afirmar de ella con
toda certeza;» son los tres principios que han dividido las escuelas.
En favor de todos ellos se alegaban razones poderosísimas, y hasta
concluyentes contra el adversario, atendido el terreno en que estaba
colocada la cuestion.
Si no estais seguros de que pensais, argüiria un partidario de
Descartes, no podeis estarlo ni aun del principio de contradiccion, ni
tampoco de la legitimidad del criterio de la evidencia; para saber
todo esto, es necesario pensar; quien afirma ó niega, piensa; sin
suponer el pensamiento, no son posibles ni la afirmacion ni la
negacion. Pero admitamos el pensamiento; tenemos ya un punto de apoyo,
y de tal naturaleza, que lo encontramos en nosotros mismos,
atestiguado por el sentido íntimo, imponiéndonos con una eficacia
irresistible la certeza de su existencia. Establecido el fundamento,
veamos cómo se puede levantar el edificio: para esto, no es necesario
salir del pensamiento propio; allí está el punto luminoso para
guiarnos en el camino de la verdad; sigamos sus resplandores, y fijado
un punto inmóvil hagamos salir de él el hilo misterioso que nos
conduzca en el laberinto de la ciencia. Así, nuestro principio es el
primero, es la basa de todos los demás, posee una fuerza propia para
sostenerse y la tiene sobrante para comunicar firmeza á los otros.
Este lenguaje es razonable ciertamente; pero hay la desgracia de que
la conviccion que pudiera producir, está neutralizada con otro
lenguaje no menos razonable, en sentido directamente opuesto. He aquí
cómo pudiera contestar un sostenedor del principio de contradiccion.
Si nos dais por supuesto que es imposible que una cosa sea y no sea á
un mismo tiempo, será posible que á un mismo tiempo penséis y no
penséis; vuestra afirmacion pues «yo pienso» no significa nada; porque
junto con ella se puede verificar la opuesta «yo no pienso». En tal
caso, la ilacion de la existencia queda destruida; porque aun
admitiendo la legitimidad de la consecuencia «yo pienso, luego
existo», como por otra parte sabríamos que es posible esta otra
premisa, «yo no pienso,» la deduccion no tendria lugar. Sin el
principio de contradiccion tampoco vale nada el otro: «lo que está
contenido en la idea clara y distinta de una cosa se puede afirmar de
ella con toda certeza»: porque si á un mismo tiempo es posible el ser
y el no ser, una idea podrá ser clara y oscura, distinta y contusa;
un predicado podrá estar contenido en un sujeto y no contenido; podrá
haber certeza é incertidumbre; afirmacion y negacion; luego esta regla
no sirve para nada.
Y tiene mucha razon el que discurre de este modo; pero lo curioso es,
que el tercer contrincante las alegará igualmente fuertes contra sus
dos adversarios. ¿Cómo se sabe, podrá preguntar, que el principio de
contradiccion es verdadero? claro es que no lo sabemos sino porque en
la idea del ser vemos la imposibilidad del no ser á un mismo tiempo y
vice-versa; luego no estais seguros del principio de contradiccion
sino aplicando mi principio: «lo que está contenido en la idea clara y
distinta de una cosa, se puede afirmar de ella con toda certeza.» Si
nada puede sostenerse en cayendo al principio de contradiccion, y este
se funda en el mio, el mio es el cimiento de todo.

[162.] Los tres tienen razon y no la tiene ninguno. La tienen los
tres, en cuanto afirman que negado el respectivo principio se arruinan
los demás; no la tiene ninguno, en cuanto pretenden que negados los
demás no se arruina el propio. ¿De dónde pues nace la disputa? de la
confusion de ideas, de que se comparan principios de órdenes muy
diferentes, todos de seguro muy verdaderos, pero que no pueden
parangonarse por la misma razon que no se compara lo blanco con lo
caliente, disputando si una cosa tiene mas grados de calor que de
blancura. Para la comparacion, se necesita cierta oposicion en los
extremos; pero estos deben tener algo comun; si son enteramente
disparatados, la comparacion es imposible.
El principio de Descartes es la anunciacion de un simple hecho de
conciencia; el de contradiccion es una verdad conocida por evidencia;
y el otro es la afirmacion de la legitimidad del criterio de la
evidencia misma; es una verdad de reflexion que expresa el impulso
intelectual por el que somos llevados á creer verdadero lo que
conocemos con evidencia.
La importancia de la cuestion exige que examinemos por separado los
tres principios; así lo haré en los capítulos siguientes (XVI).


CAPÍTULO XVII.
LA EXISTENCIA Y EL PENSAMIENTO. PRINCIPIO DE DESCARTES.

[163.] ¿Estoy seguro de que existo? sí. ¿Puedo probarlo? nó. La prueba
supone un raciocinio; no hay raciocinio sólido sin principio firme en
que estribe; y no hay principio firme, si no está supuesta la
existencia del ser que raciocina.
En efecto: si quien discurre no está seguro de su existencia, no puede
estarlo ni de la existencia de su propio discurso; pues no habrá
discurso si no hay quien discurre. Luego sin este supuesto no hay
principios sobre que fundar, no hay nada; no hay mas que ilusion, y
bien mirado, ni ilusion siquiera, pues no hay ilusion si no hay iluso.
Nuestra existencia no puede ser demostrada: tenemos de ella una
conciencia tan clara, tan viva, que no nos deja la menor
incertidumbre; pero probarla con el raciocinio es imposible.

[164.] Es una preocupacion, un error de fatales consecuencias, el
creer que podemos probarlo todo con el uso de la razon; antes que el
uso de la razon están los principios en que ella se funda; y antes que
uno y otro, está la existencia de la razon misma, y del ser que
raciocina.
Lejos de que todo sea demostrable, se puede demostrar que hay cosas
indemostrables. La demostracion es una argumentacion en la cual se
infiere de proposiciones evidentes una proposicion evidentemente
enlazada con ellas. Si las premisas son evidentes por sí mismas, no
consentirán demostracion; si suponemos que ellas á su vez sean
demostrables, tendremos la misma dificultad con respecto á las otras
en que se funde la nueva demostracion; luego, ó es preciso detenerse
en un punto indemostrable, ó proceder hasta lo infinito, lo que
equivaldria á no acabar jamás la demostracion.

[165.] Y es de observar que la indemostrabilidad, por decirlo así, no
es propia únicamente de ciertas premisas: se la halla en algun modo
en todo raciocinio, por su misma naturaleza, prescindiendo de las
proposiciones de que se compone. Sabemos que las premisas A y B son
ciertas; de ellas inferiremos la proposicion C. ¿Con qué derecho?
Porque vemos que C se enlaza con las A y B. ¿Y cómo sabemos esto? Si
es con evidencia inmediata, por intuicion: hé aquí otra cosa
indemostrable: el enlace de la conclusion con las premisas. Si es por
raciocinio, fundándonos en los principios del arte de raciocinar,
entonces hay dos consideraciones, ambas conducentes á demostrar la
indemostrabilidad. 1.ª Si los principios del arte son indemostrables,
tenemos ya una cosa indemostrable; si lo son, al fin hemos de valernos
de otros que les sirvan de basa, y ó pararnos en alguno que no
consienta demostracion, ó proceder hasta lo infinito. 2.ª ¿Cómo
sabemos que los principios del raciocinio se aplican á este caso?
¿Será por otro raciocinio? resultan los mismos inconvenientes que en
el caso anterior. ¿Será porque lo vemos así? ¿porque es evidente con
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