Filosofía Fundamental, Tomo I - 08

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evidencia inmediata? hénos aquí en otro punto indemostrable.
Estas reflexiones no dejan ninguna duda de que el pedir la prueba de
todo es pedir lo imposible.

[166.] El ser que no piensa, no tiene conciencia de sí mismo: la
piedra existe, mas ella no lo sabe, y en un caso semejante se
encuentra el hombre mismo cuando todas sus facultades intelectuales y
sensitivas se hallan en completa inaccion. La diferencia de estos dos
estados se concibe muy bien recordando lo que acontece al pasar de la
vigilia á un sueño profundo, y al volver de este á la vigilia.
El primer punto de partida para dar un paso en nuestros conocimientos,
es esta presencia íntima de nuestros actos interiores, prescindiendo
de las cuestiones que suscitarse puedan sobre la naturaleza de ellos.
Si todo existiese como ahora, y existiesen infinitos mundos diferentes
del que tenemos á la vista, nada existiria para nosotros, si nos
faltasen esos actos interiores de que estamos hablando. Seríamos como
el cuerpo insensible colocado en la inmensidad del espacio, que se
halla lo mismo ahora que si todo desapareciese alrededor de él, y no
percibiria mudanza alguna aun cuando él propio se sumiese de nuevo en
el abismo de la nada. Al contrario, si suponemos que todo se aniquila
excepto este ser que dentro de nosotros siente, piensa y quiere;
todavía queda un punto donde hacer estribar el edificio de los humanos
conocimientos: este ser, solo en la inmensidad, se dará cuenta á sí
mismo de sus propios actos, y segun el alcance de sus facultades
intelectuales, podrá arrojarse á innumerables combinaciones que tengan
por objeto lo posible, ya que nó la realidad.

[167.] Se ha combatido mucho el famoso principio de Descartes: _«yo_
pienso, luego _existo_;» el ataque es justo y concluyente, si en
efecto el filósofo hubiese entendido su principio en el sentido que
se le acostumbra dar en las escuelas. Si Descartes le hubiese
presentado como un verdadero raciocinio, como un entimema en que
asentado el antecedente dedujera la consecuencia, claro es que el
argumento claudicaba por su basa, estaba en el aire. Porque, cuando él
dijera: «voy á probar mi existencia con este entimema: yo pienso,
luego soy», se le podia objetar lo siguiente: vuestro entimema se
reduce á un silogismo en esta forma: «todo lo que piensa existe; es
así que yo pienso, luego existo.» Este silogismo, en el supuesto de
una duda universal, en que no se dé por supuesta ni aun la misma
existencia, es inadmisible en sus proposiciones y en la trabazon de
ellas. En primer lugar: ¿cómo sabeis que todo lo que piensa
existe?--Porque nada puede pensar sin existir.--Y esto ¿cómo se
sabe?--Porque lo que no existe no obra.--Y esto ¿cómo se sabe?
Suponiendo que de todo se duda, que nada se sabe, no se pueden saber
estos principios; de otra suerte faltamos á la suposicion de la duda
universal, y por consiguiente nos salimos de la cuestion. Si alguno de
estos principios se ha de admitir sin prueba, tanto valia admitir
desde luego la existencia propia, y ahorrarse el trabajo de probarla
con un entimema.
En segundo lugar: ¿cómo sabéis que pensais? Se os puede hacer el
siguiente argumento, retorciendo el vuestro, como dicen los
dialécticos: nada puede pensar sin existir, vuestra existencia es
dudosa, tratais de probarla, luego no estais seguros de pensar.

[168.] Queda pues en claro que el principio de Descartes es
insostenible tomado como un verdadero raciocinio; y siendo tan fácil
de alcanzar su flaqueza, parece imposible que no la viese un
entendimiento tan claro y penetrante. Es probable pues que Descartes
entendió su principio en un sentido muy diferente, y voy á exponer en
pocas palabras el que en mi juicio debió de darle el ilustre filósofo.
Suponiéndose por un momento en una duda universal, sin aceptar como
cierto nada de cuanto sabia, se concentraba dentro de sí mismo, y
buscaba en el fondo de su alma un punto de apoyo donde hacer estribar
el edificio de los conocimientos humanos. Claro es que, aun haciendo
abstraccion de todo cuanto nos rodea, no podemos prescindir de
nosotros mismos, de nuestro espíritu que se presenta á sus propios
ojos con tanta mayor lucidez, cuanto es mayor la abstraccion en que
nos constituimos con respecto á los objetos externos. Ahora bien, en
esa concentracion, en ese acto de ensimismarse, retrayéndose el hombre
de todo por temor de errar, e interrogándose á sí mismo, si hay algo
cierto, si hay algo que pueda servir de apoyo, si hay un punto de
partida en la carrera de los conocimientos, lo primero que se ofrece
es la conciencia del pensamiento, la presencia misma de los actos de
nuestra alma, de eso que se llama pensar. Hé aquí si no me engaño la
mente de Descartes; «yo quiero dudar de todo; me retraigo de afirmar
como de negar nada; me aislo de cuanto me rodea, porque ignoro si esto
es algo mas que una ilusion. Pero en este mismo aislamiento me
encuentro con el sentimiento íntimo de mis actos interiores, con la
presencia de mi espíritu: yo pienso, luego soy: yo pienso, así lo
experimento de una manera que no me consiente duda, ni incertidumbre;
luego soy, es decir, ese sentimiento de mi pensamiento me hace sabedor
de mi existencia.»

[169.] Así se explica cómo Descartes no presentaba su principio cual
un mero entimema, cual un raciocinio comun; sino como la consignacion
de un hecho que se le ofrecia el primero en el órden de los hechos; y
cuando del pensamiento inferia la existencia, no era con una deduccion
propiamente dicha, sino como un hecho comprendido en otro, expresado
por otro, ó mejor diremos, _identificado_ con él.
He dicho _identificado_, porque en realidad es así en concepto de
Descartes; y esto acaba de confirmar lo que he asentado anteriormente,
que el filósofo no presentaba un raciocinio, sino que consignaba un
hecho. Sabido es que, segun él, la esencia del espíritu es el mismo
pensamiento, de suerte que así como otras escuelas filosóficas
distinguen entre la substancia y su acto, considerando al espíritu en
la primera clase y al pensamiento en la segunda, Descartes sostenia
que no habia distincion alguna entre el espíritu y el pensamiento, que
era una misma cosa: que el pensamiento constituia la esencia del alma.
«Aunque un atributo, dice, sea suficiente para hacernos conocer la
substancia, hay sin embargo en cada una de ellas, uno que constituye
su naturaleza y esencia, y del cual dependen todos los demás. La
extension en longitud, latitud y profundidad, constituye la esencia de
la substancia corpórea; _y el pensamiento constituye la naturaleza de
la substancia que piensa_» (Descartes, Principios de la filosofía, 1ª
parte). De esto se infiere que Descartes al asentar el principio «yo
pienso, luego existo;» no hacía mas que consignar un hecho atestiguado
por el sentido íntimo; y tan simple le consideraba, tan único por
decirlo así, que en el desarrollo de su sistema, identificó el
pensamiento con el alma, y la esencia de esta con su misma existencia.
Sintió el pensamiento, y dijo: «este pensamiento es el alma; soy yo.»
No trato de apreciar ahora el valor de esta doctrina, y sí tan solo de
explicar en qué consiste (XVII).


CAPÍTULO XVIII.
MAS SOBRE EL PRINCIPIO DE DESCARTES. SU MÉTODO.

[170.] Descartes al anunciar y explicar su principio, no siempre se
expresó con la debida exactitud, lo cual dió motivo á que se
interpretasen mal sus palabras. Al paso que señalaba la conciencia del
propio pensamiento y de la existencia, como la basa sobre la cual
debian estribar todos los conocimientos, empleaba términos de los
cuales se podia inferir que no solo queria consignar un hecho, sino
que intentaba presentar un verdadero raciocinio. Sin embargo, leyendo
con atencion sus palabras, y cotejándolas unas con otras, se ve que no
era esta su idea; aunque tal vez no habria inconveniente en decir que
no se daba exacta cuenta á sí propio de la diferencia que acabo de
indicar, entre un raciocinio y la simple consignacion de un hecho; y
que al concentrarse en sí mismo, no tuvo un conocimiento _reflejo_
bastante claro del modo con que se apoyaba en su principio
fundamental.
Para convencernos de esto, examinemos sus mismas palabras. «Mientras
desechamos de esta manera todo aquello de que podemos dudar, y que
hasta _fingimos_ que es falso, suponemos fácilmente que no hay Dios,
ni cielo, ni tierra, y que ni aun tenemos cuerpo, pero no _alcanzamos
á suponer que no existimos_, mientras dudamos de la verdad de todas
estas cosas; porque tenemos tanta repugnancia á concebir que lo que
piensa no existe verdaderamente al mismo tiempo que piensa; que no
obstante las suposiciones mas extravagantes, no podemos dejar de creer
que esta conclusion «yo pienso, luego soy» no sea verdadera, y por
consiguiente la primera y la mas cierta que se presenta al que conduce
sus pensamientos con órden.» (Descartes, Principios de la filosofía,
P. 1. § 6 y 7.).
En este pasaje nos encontramos con un verdadero silogismo: «Lo que
piensa existe; yo pienso, luego existo.» «Tenemos, dice Descartes,
tanta repugnancia á concebir, que lo que piensa no existe mientras
piensa,» lo que equivale á decir: «Lo que piensa existe;» esto en
términos escolásticos, se llama establecer la mayor; luego continúa
que «no obstante las suposiciones mas extravagantes, no podemos dejar
de creer que esta conclusion «yo pienso, luego soy» sea verdadera;» lo
que equivale á poner la menor y la consecuencia del silogismo. Se
conoce que Descartes estaba algo preocupado con la idea de querer
probar, al mismo tiempo que trataba de consignar. Este era el prurito
general de su época; y aun los mas ardientes reformadores se preservan
con mucha dificultad de la atmósfera que los rodea. En todo el curso
de sus meditaciones se encuentra este mismo espíritu, bien que
enlazado admirablemente con el de observacion.
Pero al través de esas explicaciones oscuras ó ambiguas, ¿qué es lo
que se descubre? ¿cuál es el pensamiento que se halla en el fondo del
sistema de _Descartes_, prescindiendo de sí él se daba ó nó á sí mismo
exacta cuenta de lo que experimentaba? Hélo aquí. «Yo por un esfuerzo
de mi espíritu, puedo dudar de la verdad de todo; pero este esfuerzo
tiene un límite en mí mismo. Cuando la atencion se convierte sobre mí,
sobre la conciencia de mis actos interiores, sobre mi existencia, la
duda se detiene, no puede llegar á tal punto, encuentra una _tal
repugnancia_, que las suposiciones mas extravagantes no alcanzan á
vencer.» Esto es lo que indican sus mismas palabras, mas al consignar
este hecho se eleva á una proposicion general, muy verdadera sin duda,
saca una consecuencia, muy legítima tambien; pero que para nada eran
necesarias en el caso presente, y que ó explicaban mal su misma
opinion ó la hacian vacilar.

[171.] Si bien se observa, no hacia mas Descartes en este punto, que
lo que hacen todos los filósofos; y por mas extraño que pueda parecer,
no estaba en desacuerdo con los gefes de la escuela metafísica
diametralmenle opuesta: la de Locke y Condillac. En efecto: que el
hombre al querer examinar el orígen de sus conocimientos, y los
principios en que estriba su certeza, se encuentra con el hecho de la
conciencia de sus actos internos, que esta conciencia produce una
certeza firmísima, y que nada podemos concebir mas cierto para
nosotros que ella, es un hecho en que están de acuerdo todos los
ideólogos, y que todos asientan, bien que con diferentes palabras.
Cuanto mas se medita sobre estas materias, mas se descubre en ellas la
realizacion de un principio confirmado por la razon y la experiencia,
de que muchas verdades no son nuevas, sino presentadas de una manera
nueva; que muchos sistemas no son nuevos, sino formulados de una
manera nueva.

[172.] La misma duda universal de Descartes, cuerdamente entendida, es
practicada por todo filósofo; con lo cual se ve que las bases de su
sistema, combatidas por muchos, son en el fondo adoptadas por todos.
¿En qué consiste el método de Descartes? todo se reduce á dos pasos:
1.º Quiero dudar de todo. 2.° Cuando quiero dudar de mí mismo no
puedo.
Examinemos estos dos pasos, y veremos que con Descartes los da todo
filósofo.
¿Por qué Descartes quiere dudar de todo? Porque se propone examinar el
orígen y la certeza de sus conocimientos; quiere llamar á exámen todo
su saber, y por lo mismo no puede empezar suponiendo nada verdadero.
Si supone algo, ya no examinará el orígen y los motivos de la certeza
de todo; pues exceptúa aquello que supone verdadero. Le es preciso no
suponer, como tal, nada; antes por el contrario suponer que no sabe
nada de nada; sin esto no puede decir que examina los fundamentos de
todo. Ò no hay tal cuestion filosófica, que sin embargo se la
encuentra en todos los libros de filosofía, ó es necesario emplear el
método de Descartes.
¿Pero en qué consiste esta duda? Racionalmente hablando ¿puede ser una
duda real y verdadera? Nó: esto es imposible, absolutamente imposible.
El hombre, por ser filósofo, no alcanza á destruir su naturaleza: y la
naturaleza se opone invenciblemente á esta duda, tomada en el sentido
riguroso.

[173.] ¿Qué es pues esta duda? Nada mas que una _suposicion_, una
_ficcion_, suposicion y ficcion que hacemos á cada paso en todas las
ciencias, y que en realidad no es mas que la _no atencion_ á un
convencimiento que abrigamos. Esta duda se la emplea para descubrir la
primera verdad en que estriba nuestro entendimiento; á cuyo fin basta
que la duda sea ficticia; no hay ninguna necesidad de que sea
positiva; porque es evidente, que lo mismo se logra dudando
efectivamente de todo, no admitiendo absolutamente nada, que diciendo:
«si supongo que no tengo por cierto nada, que no sé nada, que no
admito nada.» Un ejemplo aclarará esta explicacion hasta la última
evidencia. Quien conozca los rudimentos de geometría sabrá que en un
triángulo al mayor lado se opone el mayor ángulo, y está absolutamente
cierto de la verdad del teorema: pero si se propone dar á otro la
demostracion, ó repetírsela á sí propio, prescinde de dicha certeza,
procede como si no la tuviera, para manifestar que se la puede fundar
en algo.
En todos los estudios ejecutamos á cada paso esto mismo. Son vulgares
las expresiones: «esto es así, es evidente; pero _supongamos_ que no
lo sea; ¿qué resultará?» «Esta demostracion es concluyente, pero
prescindamos de ella, supongamos que no la tenemos, ¿cómo podriamos
demostrar lo que deseamos?» Los argumentos _ad absurdum_ tan en uso en
todas las ciencias, y muy particularmente en las matemáticas, estriban
no solo en prescindir de lo que conocemos, sino en suponer una cosa
directamente contraria á lo que conocemos. «Si la línea A, dice á cada
paso el geómetra, no es igual á la B, será mayor ó menor; supongamos
que es mayor: etc. etc.» Por manera que para la investigacion de la
verdad prescindimos frecuentemente de lo que sabemos, y hasta
suponemos lo contrario de lo que sabemos. Aplíquese este sistema á la
investigacion del principio fundamental de nuestros conocimientos y
resultará la duda universal de Descartes, en el único sentido que
puede ser admisible en el tribunal de la razon, y posible á la humana
naturaleza.
Es probable que el ilustre filósofo la entendia en el mismo sentido,
si bien es menester confesar que sus palabras son ambiguas. No se
concibe qué objeto podia proponerse en entenderlas de diferente modo,
supuesto que no trataba de otra cosa que de allanar el camino á la
investigacion de la verdad. Con su manera de expresarse dió lugar á
disputas, que con alguna mayor claridad se habrian evitado.
Así como Descartes no se explicaba con la claridad suficiente, sus
adversarios no le estrechaban quizás con toda la precision y nervio
que podian. En mi concepto, para resolver la cuestion bastaba
dirigirle esta pregunta: «¿Entendeis que al comenzar las
investigaciones filosóficas, haya de haber un momento en que _real_ y
_efectivamente_ dudemos de todo; ó juzgais bastante el _prescindir_ de
la certeza, suponiendo que no la tenemos, como se hace con frecuencia
en todos los estudios?»

[174.] Descartes se encontró en el caso de todos los reformadores.
Están dominados de una idea; y la expresan tan fuertemente, que al
parecer no consienten otra á su lado. Todo en su lenguaje es absoluto,
exclusivo. Preven la lucha que habrán de sostener, quizás la
experimentan ya; y así concentran toda su fuerza en la idea cuyo
triunfo se proponen, y llegan á perder de vista todo lo que no es
ella. No se puede inferir que el reformador no tenga otras que
modifiquen notablemente la principal; mas para hacer frente á sus
adversarios que le dicen: «esto es absolutamente falso,» él dice:
«esto es verdadero absolutamente.» La historia y la experiencia nos
presentan innumerables ejemplos de estas exageraciones.
La idea dominante de Descartes era arruinar la filosofía que á la
sazon reinaba en las escuelas; y daba el impulso tan fuerte que hacia
temblar el mundo. Véase cómo expresaba su desden para con muchos que
se apellidan filósofos. «La experiencia enseña, que los que hacen
profesion de filósofos, son frecuentemente menos sabios y razonables
que otros que no se han aplicado nunca á este estudio.» (Prefacio de
los Principios de filosofía).

[175.] La segunda parte del método de Descartes, consiste en tomar el
pensamiento propio por punto de partida, estableciendo que al
esforzarse el hombre por dudar de todo, encuentra un límite en la
conciencia de su pensamiento, de su existencia. Es evidente, que este
es el fenómeno que naturalmente resta inmóvil en la mente del
observador, despues de haber procurado dudar de todo. Al menos no
podrá dudar de que duda; y por consiguiente de su pensamiento; siendo
de notar que este es un argumento que se ha hecho siempre á los
escépticos, lo que equivalia á emplear el método de Descartes, esto
es, á consignar como un fenómeno innegable una certeza superior á
todas las extravagancias: la conciencia de sí mismo.
Cuando Descartes decia «yo pienso» entendia por esta palabra todo acto
interno, todo fenómeno presente al alma inmediatamente; no hablaba del
pensamiento tomado en un sentido puramente intelectual, sino que
comprendia todo aquello de que tenemos conciencia inmediata. «Por la
palabra _pensar_, dice, entiendo todo aquello que se hace en nosotros,
de tal suerte, que lo percibimos inmediatamente por nosotros mismos;
así es que aquí el pensar no significa tan solo entender, querer,
imaginar, sino tambien sentir. Porque si digo que veo ó que ando, y de
ahí infiero que existo, si entiendo hablar de la accion que se hace
con mis ojos ó mis piernas, esta conclusion no es tan infalible, que
no ofrezca algun motivo de duda, ya que puede suceder que yo crea ver
ó andar sin que abra los ojos, ni me mueva de mi sitio; pues que esto
me acontece cuando duermo, y quizás podria acontecer lo mismo si yo no
tuviese cuerpo; pero si entiendo hablar únicamente de la accion de mi
pensamiento ó del sentimiento, es decir, del conocimiento que hay en
mí, por el cual me parece que veo ó ando, esta conclusion es verdadera
tan absolutamente que no me es posible dudar de ella, á causa de que
se refiere al alma, única que tiene la facultad de sentir ó bien de
pensar, de cualquier modo que esto sea.»(Principios de filosofía, 1.ª
parte, § 9).

[176.] Este pasaje manifiesta bien claro las ideas de Descartes; lo
arruinaba todo con la duda, pero habia una cosa que resistía á todos
los esfuerzos: la conciencia de sí mismo. Y esta conciencia la tomaba
él como punto de apoyo, sobre el cual y con toda certeza, pudiera
levantar de nuevo el edificio de las ciencias, Locke y Condillac no
han hecho otra cosa: han seguido un camino muy diferente del de
Descartes: pero el punto de partida ha sido el mismo. Oigamos á Locke.
«En primer lugar examinaré cuál es el orígen de las ideas, nociones, ó
como se las quiera llamar, que el hombre percibe en su alma, y que su
_propio sentimiento_ le hace descubrir en ella.» (Ensayo sobre el
entendimiento humano. Prólogo.) «Pues que el espíritu no tiene otro
objeto de sus pensamientos y raciocinios que sus propias ideas, las
cuales son la única cosa que el contempla ó que puede contemplar, es
evidente que nuestro conocimiento se funda _todo entero_ sobre
nuestras ideas.» (Ibid. lib. 4, cap. 1). «Sea que nos remontemos hasta
los cielos, por hablar metafóricamente, dice Condillac, sea que
descendamos á los abismos, no salimos de nosotros, y jamás percibimos
otra cosa que nuestro propio pensamiento.» (Ensayo sobre el orígen de
los conocimientos humanos. Cap. 1).

[177.] Todos los trabajos ideológicos comienzan pues por la
consignacion del hecho de la conciencia de nuestras ideas; y no puede
ser de otro modo con respecto á su certeza. El hombre al trastornarlo
todo, al arruinarlo todo, al anonadarlo todo, se encuentra consigo
mismo, que es quien trastorna, arruina y anonada. Cuando haya llegado
á dudar de la existencia de Dios, del mundo, de sus semejantes, de su
cuerpo, en medio de aquella inmensa soledad se encuentra todavía á sí
mismo. El esfuerzo por anonadarse á sus propios ojos, solo sirve para
hacerle mas visible: es una sombra que no muere con ningun golpe, y
que por cada herida que se le abre, despide nuevos torrentes de luz.
Si duda que siente, siente al menos que duda; si duda de esta duda,
siente que duda de la misma duda; por manera que en dudando de los
actos directos entra en una serie interminable de actos reflejos que
se encadenan por necesidad unos con otros, y se desenvuelven á la
vista interior como los pliegues de un lienzo sin fin (XVIII).


CAPÍTULO XIX.
LO QUE VALE EL PRINCIPIO: YO PIENSO.
SU ANÁLISIS.

[178.] El principio de Descartes considerado como un entimema, ya
hemos visto que no puede aspirar al título de fundamental. En todo
raciocinio hay premisas y consecuencia, y para que sea concluyente son
necesarias la verdad de las primeras y la legitimidad de la segunda.
Decir que un raciocinio puede ser principio fundamental, es una
contradiccion manifiesta.
Pero si tomamos el principio de Descartes en el sentido explicado
anteriormente, esto es, nó como un raciocinio sino como la
consignacion de un hecho, la contradiccion cesa; y es cuestion digna
de examinarse la de si merece ó nó el título de principio fundamental
y de qué manera. En los capítulos anteriores se ha esclarecido ya en
parte esta materia, pero nó hasta tal punto que se la pueda dar por
suficientemente dilucidada: mas bien se han presentado reflexiones
preliminares para aclarar el estado de la cuestion que no se la ha
resuelto cumplidamente.

[179.] La proposicion «yo pienso» no expresa, como se ha notado ya, el
solo pensamiento propiamente dicho; abraza los actos de la voluntad,
los sentimientos, las sensaciones, los actos é impresiones de todas
clases que se realizan en nuestro interior, comprende todos los
fenómenos que presentes á nuestro espíritu con presencia inmediata,
nos son atestiguados por el sentido íntimo ó por la conciencia.
Nada que distinga entre las varias clases de actos ó impresiones puede
servirnos de principio fundamental; la distincion supone el análisis,
y el análisis no existe sin reflexion. No se reflexiona sin reglas y
sin objeto conocidos ya: por consiguiente admitir clasificaciones en
el primer principio, es despojarle de su carácter, es contradecirse.

[180.] Conviene no confundir lo expresado por la proposicion «yo
pienso» con la proposicion misma; el fondo y la forma son aquí cosas
muy diferentes; pudiendo la naturaleza de esta hacer concebir ideas
equivocadas sobre aquel. El fondo es un hecho simplicísimo; la forma
es una combinacion lógica que encierra elementos muy heterogéneos.
Esto necesita explicacion.
El hecho de conciencia considerado en sí mismo, prescinde de
relaciones, no es nada mas que el mismo, no conduce á nada mas que á
sí mismo, es la presencia del acto ó de la impresion, ó mas bien es el
acto mismo, la impresion misma, que están presentes al espíritu. Nada
de combinacion de ideas, nada de análisis de conceptos; cuando se
llega á esto último, se sale del terreno de la conciencia pura y se
entra en las regiones objetivas de la actividad intelectual. Pero como
el lenguaje es para expresar los productos de esa actividad; como no
está vaciado, por decirlo así, en el molde de la conciencia pura sino
en el del entendimiento, nos es imposible hablar sin alguna
combinacion lógica ó ideal. Si quisiéramos encontrar una expresion de
la conciencia pura sin mezcla de elementos intelectuales, deberíamos
buscarla, nó en el lenguaje, sino en el signo natural del dolor ó de
la alegria ó de una pasion cualquiera; solo en este caso se expresa
con espontaneidad y sin combinaciones de elementos ajenos, que pasa
algo en nuestro espíritu, que tenemos conciencia de alguna cosa; pero
desde el momento en que hablamos, expresamos algo mas que la
conciencia pura; el verbo externo indica el interno, producto de la
actividad intelectual, concepto de ella, que envuelve ya un sujeto y
un objeto, y que por tanto se halla ya en una region muy superior á la
de la conciencia pura.

[181.] Para demostrar la verdad de lo que acabo de decir, examinemos
la expresion «yo pienso.» Esta es una verdadera proposicion que sin
alterarse en lo mas mínimo, puede presentarse bajo una forma
rigurosamente lógica: «yo soy pensante.» Aquí encontramos sujeto,
predicado y cópula. El sujeto es el _yo_, es decir que nos hallamos ya
con la idea de un ser, sujeto de actos é impresiones, posesor de una
actividad significada en el predicado; ese _yo_, pues, se nos ofrece
como algo muy superior al órden de la conciencia pura, es nada menos
que la idea de substancia. Analicemos mas detenidamente lo que en él
se encierra.
Tenemos en primer lugar la unidad de conciencia; el _yo_ carece de
sentido, si no significa algo que es uno é idéntico, á pesar de la
pluralidad y diversidad que en él se realizan. La unidad experimental
de conciencia trae consigo por consecuencia precisa la unidad del ser
que la experimenta. Este ser es el sujeto en que se realizan las
variaciones, sin lo cual no su podria decir: _yo_. Tenemos pues, que
en una expresion tan simple están envueltas las ideas de unidad y de
su relacion á la pluralidad, de substancia, y de su relacion á los
accidentes; es decir que la idea del _yo_, bien que expresiva de una
unidad simplicísima, es compuesta bajo el aspecto lógico, encerrando
varias cosas del órden ideal, y que no se hallan en la conciencia
pura. La idea del _yo_ propiamente dicha, aunque comun en cierto modo
á todos los hombres, es en sí misma altamente filosófica, por encerrar
una combinacion de elementos que pertenecen al órden intelectual puro.

[182.] El predicado _pensante_ es la expresion de una idea general,
comprensiva, no solo de todo pensamiento, sino tambien de todo
fenómeno que afecta inmediatamente al espíritu. Estos fenómenos
considerados en lo que tienen de comun, bajo la idea general de
presentes al espíritu, vienen significados en la palabra _pensante_.
La relacion del predicado con el sujeto, ó la conveniencia de
_pensante_ al _yo_, expresa tambien un análisis digno de atencion. Por
el pronto se echa de ver una descomposicion del concepto del _yo_ en
dos ideas: la de sujeto de varias modificaciones, y la de pensante;
sin esto la proposicion carece de sentido, ó mejor, su expresion se
hace imposible. La idea de sujeto, envuelve las de unidad y de
substancia; y la de pensante encierra la de actividad ó bien la de
pasividad (permítaseme la expresion) acompañada de conciencia.

[183.] Para que la proposicion sea posible, es preciso suponer que la
descomposicion de las ideas ha comenzado en algun punto: es decir, que
ó en la del _yo_ hemos encontrado la de _pensante_, ó en esta última
la del _yo_. Colocándonos en el _yo_, prescindiendo de _pensante_, nos
encontramos con la idea de sujeto ó de substancia en general, donde
por mas que cavilemos no alcanzaremos á descubrir la de _pensante_.
El _yo_ en sí, no se nos manifiesta, le conocemos por el pensamiento,
y por tanto en este debemos fijar el punto de partida, y nó en aquel;
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