El Niño de la Bola: Novela - 05

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nunca tantas luces naturales, tanta fuerza física, tanta agilidad y
tan inquebrantable perseverancia? ¿Quién conocia como él la Sierra?
¿Quién estaba tan hecho á sus rigores, tan familiarizado con el
laberinto de sus senderos, tan práctico en el modo de trepar á sus
cumbres ó de bajar á sus hondos precipicios?--Desvió, pues, las aguas
de sus cauces, construyó presas y balsas, condensó por decantacion
las hojuelas y pajitas de oro, como hoy se hace en la California,
y, por estos medios, hubo semana que recogió más de treinta adarmes
del precioso metal...--Y, para conducir rodando, sin que se
quebrasen, hasta el pié de la Sierra los jaspes y la serpentina,
forró de grandes hierbas y de bien trabado ramaje sus pesadas moles,
y las deslizó, á riesgo de morir, por las chorreras de las nieves
derretidas (sin reparar en si eran más ó ménos practicables),
precipitándose él detras de cada uno de aquellos artificiales aludes,
cuando el ingente envoltorio caia dando tumbos de roca en roca, por
haberse convertido el lecho de torrente en escalones de catarata...
En fin; para el resto de sus mencionadas industrias; para coger
las hierbas medicinales más codiciadas ó los animalillos raros, de
especies hiperbóreas, cuya piel se paga á altísimos precios; para
enriquecerse con todo lo que produce aquella privilegiada region
(donde simultáneamente reinan las cuatro Estaciones, segun la altura
barométrica, y lo mismo se da el líquen blanco que el añil, el abeto
que la caña de azúcar, el ajenjo que el café, el castaño que el
chirimoyo), tuvo tambien que arrostrar fatigas increibles; tuvo que
pernoctar en los eternos hielos; tuvo que bajar á pavorosas lagunas,
jamás visitadas; tuvo que escalar inexplorados picos; tuvo que ser
un verdadero Hércules, ó, cuando ménos, un Titan semejante al
prodigioso Gilliat de Víctor Hugo.
Recogida la cosecha de cada cinco dias, Manuel se encaminaba los
viérnes á tal ó cual puertecillo de la vecina costa, y allí vendia
todo lo que le era dado transportar por sí mismo, ó contrataba la
conduccion de las maderas, de la serpentina y de los jaspes que habia
dejado reunidos en terreno relativamente bajo y accesible; con lo
que el sábado por la mañana estaba de regreso en su Ciudad natal,
llevando en el bolsillo un buen puñado de dinero, que dividia en tres
porciones iguales: una, que entregaba á Polonia para que atendiese á
vestirlo con gran lujo, aunque sin salir del estilo plebeyo; otra,
que entregaba á D. Trinidad, para que le mantuviese (pues ya llevaba
víveres á la Sierra) y para que aumentase el culto y esplendidez de
la imágen del Niño de la Bola; y la tercera, que el jóven conservaba,
para ir formando su tesoro particular,--lo cual quiere decir que
reunia dos tesoros á un mismo tiempo; pues el digno sacerdote le
iba guardando íntegras todas las cantidades que recibia de él, sin
perjuicio de aumentar á su propia costa el culto del Niño Jesus, _por
cuenta del alma_ de su pupilo, segun acostumbra á decir la gente
mística...
De vuelta en la Ciudad, donde permanecia hasta el lúnes por la
mañana, vestíase elegantísimamente y se dedicaba á ejecutar la parte
de sus proyectos relativa al público. Reducíase ésta á lo que, en sus
conversaciones con D. Trinidad Muley, llamaba él donosamente «_hacer
justicia_», y tenía por objeto irse captando poco á poco, no ya la
lástima y el cariño que siempre le tuvieron sus conciudadanos, sino
su estimacion, su respeto, su obediencia, su temor... (en el sentido
saludable de esta palabra), hasta llegar á ser, como fué muy pronto,
el amo, el rey, el dictador de la Ciudad.
La _justicia_ sirvió en efecto de único resorte al hijo de D. Rodrigo
Venegas para lograr tan alta magistratura de hecho; pero la justicia
apoyada en la fuerza, la justicia inevitable y sin apelacion,
la justicia acompañada de autoridad personal para ejercerla, y
consentida y aplaudida por la opinion pública...--Más claro, y
en más humilde estilo: Manuel dedicó durante tres años aquellos
dos dias de la semana á destronar matones, á reprimir déspotas, á
defender á los débiles contra los fuertes, cuando la razon estaba
de parte de aquéllos, á sostener el imperio de la Ley, en los casos
no justiciables por los encargados de aplicarla, y á corregir todo
abuso, toda iniquidad, toda tropelía que trajese indignados á los
hombres de bien.--Buscó en sus respectivos barrios, y en medio de su
corte de vencidos, á los valientes y perdona-vidas más famosos de
la Ciudad, y les echó en cara sus desmanes y desafueros, diciéndoles
que no estaba dispuesto á consentirlos...--Observóse que, al proceder
así, iba como siempre sin armas, y alguno quiso abusar de ello y
acometerle puñal en mano... Pero, ¿de qué sirve el puñal á quien
tiene encima al leon? Ni ¿qué importa al leon un poco de hierro en
la mano de un hombre?--Rápido como la luz, Manuel cayó sobre el
atrevido; tiróle en tierra al solo impulso de su violento salto;
cogióle el brazo asesino con la tenaza de sus dedos, y se lo rompió
como si fuera débil caña. Revolvióse luégo contra los demas...;
pero encontróse con que todos eran ya sus vasallos y le aplaudian,
miéntras que llenaban de injurias al maton caido, terror poco ántes
de aquellas pobres gentes.
Casi ninguna otra prueba material tuvo que hacer el osado mancebo
para que se le sometiesen todos los barateros de la poblacion.
Donde quiera que habia riña ó tumulto y él se presentaba, era juez
y árbitro del conflicto. Una mirada de sus ojos ó media palabra de
sus labios bastaba para que se marchasen tranquilos los cobardes y
llenos de miedo los valientes. Y como, además, en muchas ocasiones,
transigia pleitos ó remediaba daños á costa de su bolsillo; como casi
igualaba á D. Trinidad Muley en la abnegacion con que socorria al
necesitado y compartia sus riesgos y dolores; como ya habia salvado
la vida á más de una persona, luchando, ora con el incendio, ora con
la epidemia, ora con la inundacion, resultaba que su predominio,
léjos de humillar, era grato y parecia justo, á tal extremo que el
vasallaje se convirtió en adoracion y reverencia.
Diferentes causas de índole muy distinta contribuian tambien á
ello...--¿Cómo no? Su noble cuna, el recuerdo de su heroico padre,
sus desgracias, su excéntrica vida, su identificacion con el Niño de
la Bola, sus pocas palabras y precoz austeridad, su grave cortesía
con los buenos, su hermosura, su elegancia, la buena sombra que
le prestaba un padrino tan popular como D. Trinidad Muley, el no
conocérsele vicio alguno, la misma idea de que Soledad le amaba, y en
fin, hasta el presentimiento de que algun dia castigase á _Caifás_,
desagraviando á tantas y tantas víctimas de su insaciable sed de
oro..., eran parte á sublimarlo á los ojos del pueblo, á acrecentar
su autoridad ó su prestigio, y á convertirle en un héroe de los que
luégo salen en romances y relaciones.
Y, á la verdad, aquel adolescente medio salvaje tenía mucho de
legendario y superior, áun en el órden moral y metafísico. El alma
heroica que heredara de su padre, si bien abandonada á sí misma
por falta de educacion literaria, habia sido pulimentada por el
dolor, por la soledad, por el estudio reflexivo de la naturaleza y
por la ardiente devocion que fué resultado de la especie de éxtasis
en que pasó tres años consecutivos. ¡Siempre meditando y callando
en aquellos dos templos (la Iglesia y la Sierra); ya entregado á su
dolor de huérfano, ya á su odio al verdugo de su casa, ya al amor de
Soledad, ya á estos tres afectos en pugna, habia llegado á adquirir
un gran conocimiento de las fuerzas de su espíritu, por lo cual no
era extraño que, áun siendo tan jóven, se sobrepusiese al de los
demas!--Pasábale lo que á Jacob, despues de su lucha con el Ángel.
Finalmente: hasta en el órden material, cúpole á Manuel la gloria,
á la edad de diez y nueve años, de acometer y realizar una gigante
empresa que lo acreditó é idealizó más que todas las anteriores en
el supersticioso concepto del vulgo.--Aconteció (y con esta anécdota
daremos punto por ahora al interminable relato de las hazañas del
hijo de Don Rodrigo Venegas) que en el crudísimo invierno de 1831 á
1832 corrióse hasta los abrigados barrancos del Sur de aquella Sierra
un enorme oso, procedente de las montañas de Astúrias, acosado por
el hambre, ó sea huyendo de las copiosísimas nieves que cubrian por
entero las otras Sierras de la Península. Horribles estragos comenzó
á hacer el animal en los rebaños y áun en las personas, bajando á
la llanura á atacar á los caminantes cuando no hallaba presa en los
rediles, y pregonada fué su piel en una respetable suma por todos
los Ayuntamientos de la comarca; pero cuantas partidas salieron
á cazarlo, volvieron escarmentadas á sus hogares, ó muy ufanas y
satisfechas... de no haber sido cazadas por él.--Así las cosas, y
cuando nadie se atrevia á salir de poblado, no ya en busca del oso,
sino á los asuntos más precisos, amaneció un dia la fiera cosida á
puñaladas en medio de la Plaza de la Ciudad.
Indudablemente, á juzgar por las huellas de todo el camino, el
cadáver habia sido llevado á rastra desde la Sierra; pero no se sabía
quién era el autor de tal hazaña, ni nadie se presentó á reclamar el
anunciado premio...
--«_¡Manuel Venegas ha sido! ¡Sólo él tiene enjundias para estas
cosas!_»--exclamó, sin embargo, la voz popular.
Y, en efecto, pronto se supo que el llamado _Niño de la Bola_ habia
llegado aquella misma noche, todo cubierto de sangre, á casa de D.
Trinidad Muley, y que el barbero de éste le estaba curando tres
grandes heridas que tenía en los hombros y en la espalda.
Á duras penas hízose confesar al jóven que él habia matado al oso,
y referir la espantosa lucha á brazo partido que vióse obligado
á mantener para ello (todo, por su manía de entónces, de no usar
armas de fuego, que calificaba de _alevosas_); pero, en cambio, fué
enteramente imposible hacerle recibir el mencionado premio.
--Se lo regalo (dijo Manuel) á Nuestra Señora de la Soledad,
á quien encomendé mi vida y mi alma en el momento de mayor
peligro.--¡Cómpresele un manto nuevo, y hágasele una funcion de
primera clase!
Fácil es graduar el entusiasmo que estos hechos producirian en el
público. La Ciudad entera visitó al herido durante las cinco semanas
que tardó en curarse, no sin que se trajese á colacion en cada
visita la gloriosa muerte de D. Rodrigo Venegas, cuyas heroicidades
tenian tan digno continuador en su bizarro hijo.--Y, cuando éste
salió á la calle, y se encaminó á la iglesia de San Antonio, á dar
gracias á la Vírgen de la Soledad, no fueron saludos, sino aplausos y
aclamaciones, los que recibió de todo el vecindario.
¿Y _Caifás_? ¿Y su hija? ¿Qué dirian á todo esto? ¿Á cómo estaban de
odio y temores el uno, y de amor y esperanzas la otra, en vista del
fabuloso crecimiento de aquella figura que les importaba más que á
nadie?--Nada se sabía en el asunto; pues ni el padre ni la hija eran
aficionados á revelar sus emociones, ni la señá María Josefa habia
vuelto á parecer por casa de D. Trinidad.--Diremos, pues, únicamente
(y esto debe bastarnos por ahora) _cuál era la línea de conducta de
Manuel para con ellos_ (tercera parte del programa que por tan alto
modo estaba cumpliendo nuestro enamorado).
En el trascurso de los tres años que duró este período de su vida,
Manuel vió todos los domingos á Soledad durante una hora, bastándole
para ello plantarse enfrente de su casa al amanecer y esperar allí á
que saliese á misa con su madre. Era ésta muy religiosa, é incapaz
por ende de tolerar que su hija dejase de cumplir _el precepto_, por
manera que no hubo más arbitrio que arrostrar todas las consecuencias
de aquel nuevo asedio del jóven, fuese cualquiera (que debió de
ser muy grande) la oposicion que el sitiado D. Elías hiciese en
un principio á tan peligrosa _salida de la plaza_.--No hay tirano
doméstico con fuerza bastante para impedir que su mujer y su hija
cumplan los deberes religiosos que les impone su conciencia; y,
además, el prestamista, aunque _no practicara_ (por horror á poner
los piés en la calle), era católico, apostólico, romano,--ó queria
parecerlo.
Afortunadamente, en el programa de Manuel no entraba entónces
hostilizar de manera alguna á don Elías, ni dar ningun paso directo
con relacion á Soledad. Limitábase, pues, á esperarla, á verla
pasar, á seguirla de léjos, á situarse en la Iglesia de modo que
pudiera estar mirándola á su sabor, á aguardarla despues en la
puerta, y á darle nueva escolta hasta que la dejaba encerrada en
el palacio.--Ni más ni ménos hacía; pero esto, combinado con la
imponente conducta que seguia respecto del público, bastaba á su
atrevido propósito,--que era _hacer el vacío_ alrededor de la hija
del usurero, acotarla para sí, declararla suya, estorbar que nadie
la pretendiese, poner entre ella y el mundo el temido poder de su
corazon y de su brazo.
La madre y la hija pasaban junto á él graves y tristes; sin
mirarlo nunca (pues tal debia de ser su consigna), pero viéndolo
siempre...--Las mujeres no dejan de ver jamás lo que les
importa...--Ni Manuel se condolia de que no lo mirasen ni saludaran:
decíale su alma leal que aquella tristeza era una especie de saludo:
figurábase las terribles órdenes que habrian recibido del usurero,
con quien llevaba cuenta aparte, y las compadecia profundamente,
léjos de tenerles rencor...--¡Estaba tan seguro del afecto y
simpatía de ellas!--Añádase á esto (aunque sea revelar una cosa muy
delicada) que Manuel creia haber sorprendido algunas veces á Soledad
mirándole de reojo...
La interesante jóven habia ido creciendo en gracias y hermosura,
y, al terminar aquellos tres años, era una mujer tan exquisita y
bella, de aire tan misterioso y poético, de talle tan fino, esbelto
y seductor, con unos ojos negros tan melancólicos y tan sombreados
por largas y sedosas pestañas, con una palidez tan interesante,
con unas manos tan blancas y tan lindas, con tal señorío en toda
su persona y tal seriedad en su lujoso vestir, que la imaginacion
popular comenzó á inventarle dictados y calificativos laudatorios, y,
despues de haberle llamado la _Niña de plata_, la _Perla judía_, la
_Perla robada_, el _Terron de azúcar_, y otras cosas por el estilo,
le puso el nombre de la _Dolorosa_, que era el que mejor le cuadraba
y con el que se quedó definitivamente, segun hemos visto en otro
lugar.--Parecia, en efecto, una Imágen de la Vírgen de los Dolores;
sólo que su tristeza no rayaba en afliccion, y tenía más de altiva
que de dulce... Pero los trajes negros, las tocas blancas y los
adornos de oro y pedrería de que siempre iba recargada contribuian,
en cambio, á justificar aquel peregrino sobrenombre.
Digamos además que la popularidad de Manuel se reflejaba en la que
era señora de su corazon, y que todos la veian con tanto respeto y
benevolencia, como odio y mala voluntad profesaban á su padre.--Ni
¿qué sabemos? ¡Es tan especiosa á veces la conciencia del vulgo
para transigir con sus flaquezas é idolatrías! Los millones acaban
por fascinarlo y obtener su pleito homenaje, cuando ya no se ve
posibilidad de destruirlos, ó sea de privar de ellos al que los
posee. De aquí el que prescriba la accion pública (ó sea la accion
del escándalo) contra las riquezas ilegítimas largo tiempo gozadas,
como prescriben al cabo de ciertos años algunas acciones legales,
por muy fundadas que sean.--«_Poseer_ (dice un axioma jurídico) es
una de tantas formas de _adquirir_»... Y hay que tener presente que
D. Elías llevaba ya nueve años de quieta y pacífica posesion del
caudal de los Venegas, y doble y triple tiempo de ser dueño de otros
millones...--Debia, pues, de estar próximo el dia del indulto (ya que
no de la amnistía) de la opinion general, y, entretanto, no pesaba
su anatema sobre la inocente niña, en quien ya se reconocia, por lo
visto, la indemnidad de los _segundos poseedores_; como tampoco habia
pesado nunca sobre la señá María Josefa, en la cual se apresuró la
plebe á reconocer otro título á su consideracion, á fin de tener
abierta alguna entrada moral en casa del millonario: el título de
«excelente y compasiva mujer, muy apesarada de las crueldades de
su marido»;--cosa que, por otra parte, era cierta.--En resúmen: ya
fuese por estas razones, ya por deferencia al benemérito Manuel
ya por su propia gentileza y hermosura, ó por todos estos motivos
juntos, Soledad gozaba del aprecio, de la aficion, de la simpatía del
vecindario, si exceptuamos algunas hembras de su clase y edad, que le
envidiaban particularísimamente el romántico amor del gallardo hijo
de D. Rodrigo Venegas, sobre todo cuando éste comenzó á tener dinero,
vistió con lujo y compró caballo.
Nuestro jóven no cesaba de mirar á la gentil doncella, con una
ingenuidad y una valentía más propias del estado salvaje que del
civilizado, desde que la veia salir del antiguo caseron hasta que la
dejaba en él, y muy especialmente durante la misa, cual si creyera
que su devocion á la llamada _Dolorosa_ le eximia de atender al
incruento Sacrificio.--Soledad, en cambio, no quitaba los ojos del
Altar, arrodillada contínuamente desde el principio hasta el fin de
la santa ceremonia, rezando sin interrupcion, á juzgar por el leve
movimiento de sus labios de serafin y á las muchas cuentas que pasaba
del rosario...--Pero ¿quién sabe dónde estaria su alma?--Al enamorado
mozo le decia el corazon que aquel ángel estaba pidiendo al cielo
el triunfo de su mutuo cariño...; mas nosotros no tenemos datos
suficientes para negar ni afirmar semejante cosa, ni tan siquiera
para responder de que la jóven rezase verdaderamente...--¿Acaso no
hay personas dotadas del don especial de no ver lo que miran y de ver
lo que no están mirando? Pues ¿quién nos dice que Soledad no era una
de ellas, y que, miéntras clavaba aparentemente los ojos en el Altar,
no contemplaba la gallarda figura de Manuel Venegas?
Repetimos que todo lo creemos posible... Ello es que el interesado
(hombre de instintos muy seguros) salia siempre de la Iglesia, loco
de amor y felicidad, acariciando risueñas esperanzas...
Conque vayamos derechos al asunto, ó sea á decir cómo se preparó y
realizó el mencionado lance que puso término á este período de la
vida de nuestro héroe.


X.
EL EMPLAZAMIENTO.

Cuando el reflexivo y cauteloso D. Elías llegó á penetrarse de
que Soledad, la única persona á quien habia amado y favorecido
desinteresadamente, podia servirle de escudo y defensa contra la ira
de Manuel y contra la indignacion ó la mofa del pueblo («_que tal
es siempre_--observaron á este propósito los moralistas--_el fruto
de las buenas acciones_»); cuando se convenció, digo, de cuánto
la queria y veneraba el jóven Venegas y de cuánto la admiraba y
respetaba el público (sentimientos cuyos beneficios materiales no
podrian ménos de alcanzar al que, en medio de todo, era padre de
tan gentil y meritoria criatura), hizo rápidamente una completa
revolucion en su vida y costumbres.
Comenzó el viejo por aventurarse á ir á misa, cosa que deseaba hacía
mucho tiempo, para librarse de la fea nota de _judío_, _rabote_,
_hereje_ y otras lindezas que le aplicaba el vulgo; propasóse luégo
á salir al campo, segun lo requeria su salud, á juicio del médico
de la casa, y acabó, finalmente, por asistir á los paseos públicos
y á las fiestas populares, como cualquier hijo de vecino..., ó
poco ménos.--Todo ello (bueno es hacerlo constar), aprovechando la
temporada que Manuel estuvo herido por consecuencia de su lucha con
el oso...
Tambien debemos advertir que en aquellas salidas lo acompañaba
constantemente Soledad, y nunca la señá María Josefa, á quien
el millonario seguia mostrando tanta esquivez y desprecio como
adoracion fanática á la hija de que le era deudor.--«_Hay hombres
que son así, y que con dificultad la hacen limpia, áun tratándose
de sus más sagrados afectos_»...--solia exclamar con este motivo
la licurga hermana del ama de gobierno de D. Trinidad Muley.--Á
misa iban á la Catedral, como templo más respetable ó respetado que
los otros...--Para ir á paseo, habia habilitado el prestamista un
viejísimo coche ó carroza de los Venegas, que encontró en la leñera
del antiguo palacio...--Y, cuando habia procesion ó castillo de fuego
que ver, nunca faltaba un balcon de tal ó cual deudor moroso, cuyo
domicilio tuviese puerta falsa á alguna solitaria calleja, por donde
entrar con el debido recato.
Era, pues, siempre dramática, por lo inesperada y repentina, la
aparicion de D. Elías y de Soledad en la ventana ó balcon que caia á
la plaza ó calle donde se preparaba la fiesta y hervia el concurso...
--«_¡La Dolorosa! ¡La Dolorosa!..._ (oíase decir por todos lados.)
¡Qué hermosa está! ¡Qué bien vestida viene! ¡Qué perlas trae! ¡Lleva
un caudal encima!»...--Y sólo al cabo de algun tiempo fijábase la
atencion en D. Elías Perez (ya no era moda decirle _Caifás_), á
quien unos hallaban mucho más viejo que ántes, otros perfectamente
conservado, algunos mejor vestido y ménos antipático que en 1823,
y todos merecedor de perdon y olvido despues de tantos años de
encierro.--«Si delinquió (parecia decir la actitud del Coro), ¡bien
ha expiado su crímen! ¡Dispensémosle al ménos la acogida indulgente
que no niega nadie á los penados que han cumplido su condena!--En
medio de todo, D. Rodrigo Venegas era un despilfarrado, que de una ú
otra suerte habria muerto en el hospital, y, en cuanto al _Niño de la
Bola_, ¡ya veis que tampoco ha nacido para Ministro de Hacienda! ¡No
bien ha reunido un poco dinero, ha comprado caballo!...--Los ricos
nacen, y los pobres se hacen.»
La primera vez que nuestro héroe vió clara y distintamente al padre
de su amada fué aquel dia que salió á dar gracias á la Vírgen de la
Soledad despues de su convalecencia.--Huyendo de las demostraciones
de entusiasmo que lo abrumaban en la calle y de las visitas que
seguian inundando su casa, se encaminó á pié á un cortijo próximo,
que habia sido de su padre, donde existia una fuente muy provechosa
para los que necesitaban recobrar fuerzas..., y allí encontró,
enteramente solo, de pié junto al manantial, y sumido en profunda
meditacion, á un anciano de elevada estatura, cuyo grave y austero
rostro y fria y penetrante mirada recordó haber visto hacía años, al
traves de un vidrio, en un balcon de su antigua vivienda...
--¡El padre de Soledad!--pensó el jóven, retrocediendo un paso.
Don Elías alzó los ojos al propio tiempo; vió y reconoció á Manuel, y
se puso más amarillo que la cera; pero no hizo movimiento alguno que
demostrase la índole de aquella emocion.
Manuel volvió á andar el paso que habia desandado, y comenzó á medir
al viejo de abajo á arriba y de un lado á otro, con aquella franca y
valerosa mirada que le era habitual, sólo comparable á la del toro
que descubre en la dehesa á un importuno, y no sabe si arremeterle ó
perdonarlo...
El altivo viejo siguió inmóvil, mirando aparentemente hácia otra
parte, pero sin perder de vista al bravo mancebo, cuyos ojos
comenzaban á despedir cierta rojiza lumbre...
En tal situacion, de todo punto insostenible, oyóse en el vecino
olivar una dulcísima voz de mujer, que gritaba alegremente:
--¡Papá! ¿Dónde te has metido?
--¡Ella!--pensó Manuel, temblando como un azogado y retrocediendo de
nuevo, no ya un paso sólo, sino otros muchos, bien que con perezosa
lentitud...
El anciano no respondió á su hija ni se movió de su puesto...--Pero,
cuando vió desaparecer (siempre andando hácia atras) al famoso _Niño
de la Bola_, sonrió de una manera indefinible, y se dirigió al sitio
donde habia sonado la voz mágica, y esta vez providencial, de la que
era reina y señora de aquellas dos almas enemigas.
Manuel se apostó en el camino para ver pasar á la jóven á su regreso,
y quién sabe si para seguirla, como de costumbre, pesárale ó no le
pesara al despótico anciano; pero el pobre no contaba con la remozada
carroza de sus abuelos, que cruzó á escape entre nubes de polvo, no
dejándole columbrar ni la más leve sombra del dulce objeto de sus
ánsias...
Á nadie cupo despues duda de que una escena tan insignificante al
parecer, y tan significativa en el fondo, contribuyó en gran parte
á que D. Elías y el jóven Venegas cometiesen al cabo de algunas
semanas las graves imprudencias que abrieron entre ellos un nuevo
abismo...--Y fué que desde aquel encuentro, en que no hubo colision
ni agravio alguno, ambos dejaron de considerarse tan extraños y
terribles el uno para el otro como en realidad seguian siéndolo;
ambos se acostumbraron á verse sin gran sobresalto en la calle ó en
la Catedral; y ambos llegaron por consecuencia á chocar de frente el
dia ménos pensado, en las peores circunstancias que pudo excogitar el
infierno para hacerlos de todo punto incompatibles...
El caso fué el siguiente.
En Abril de aquel mismo año; cuando Manuel tenía 19, Soledad 17 y
medio, D. Elías 68, la señá María Josefa 56, D. Trinidad 40, su ama
de llaves 59, y 63 la hermana del ama, obtuvo la _Dolorosa_ de su
reanimado padre que la llevara, como pretendia hacía tiempo, á las
funciones que por entónces celebra anualmente en la parroquia de
Santa María de la Cabeza la Hermandad del Niño de la Bola.
Consistian (y siguen consistiendo) estas funciones en una Misa con
Señor Manifiesto, Sermon y Comunion general, el domingo por la
mañana; solemnísima Procesion por todo el barrio, aquella misma
tarde, y Baile de Rifa á la tarde siguiente;--y en todas ellas solia
representar, hacía tres años, mucho papel el hijo de D. Rodrigo
Venegas, como individuo de la Cofradía, y amigo particular y dos
veces tocayo del Niño Jesus.--Extrañóse, pues, generalmente aquel
año que Manuel, aunque se hallaba en la Ciudad, y nunca desperdiciaba
medio de ver á la _Dolorosa_, no asistiese ni á la Misa ni á la
Procesion, donde hubiera admirado, como todo el mundo, la hermosura,
lujo y donaire de la hija del prestamista, la cual estrenó aquel dia
dos trajes, hechos en la Capital por la modista de las condesas y
marquesas, á cual más rico, elegante y vistoso.
Llegó así la tarde de la Rifa, ó del Baile de Rifa, que, entónces
como ahora, se celebraba en las afueras del pueblo, en una especie
de arrabal de cuevas abiertas á pico sobre un anfiteatro de cerros
de compacta arcilla, donde vive la gente más pobre de la poblacion.
Allí las madres de las criadas que sirven en el casco de la Ciudad,
colocan delante de su respectivo tugurio todas las sillas que poseen,
á fin de que las ocupen los amos de sus hijas, convidados préviamente
á aquella fiesta, donde las señoras estiman mucho un buen puesto en
que reunir tertulia al aire libre, lucir sus atavíos, ver la Rifa y
el Baile, y hasta arrostrar las más encopetadas el deseado compromiso
de bailar un poco, cual si fuesen humildes mozuelas de la clase baja.
Porque es de advertir (y nos urge decirlo, y no añadiremos ni
quitaremos nada á la estricta verdad de lo que todavía sucede en
aquella y otras comarcas de la Península española) que, en tales
bailes, celebrados enfrente de un altar portátil donde se ve la
Efigie del festejado Santo, Vírgen ó Señor, tiene el público facultad
amplísima de pedir y rifar por medio de puja ó subasta, así el que
Fulana baile ó no baile con Mengano, como el que éste no abrace, ó
abrace de nuevo, á aquella con quien acaba de bailar...,--dado que lo
que allí se baila y se ha bailado siempre es el fandango puro y neto,
cuya danza termina de obligacion, como ya sabreis, con un inexcusable
abrazo de cada pareja...--Los que no quieren que se realice lo que
otro desea y paga, tienen que dar á la Cofradía, ó sea al necesitado
Santo, mayor cantidad de dinero; y de esta suerte, que bien merece
tal nombre, se reunen crecidos fondos para el culto de la venerada
Imágen...--¡Veinticinco ducados le costó una vez á cierto Corregidor
el que su esposa no bailase con el pregonero!
La mencionada tarde habian comenzado ya la Rifa y la danza, con
tanta más animacion y júbilo, cuanto que la _Dolorosa_ asistia por
primera vez á la fiesta y ocupaba asiento preferente delante de la
Cueva en que el Mayordomo de la Hermandad y el Cura de la Parroquia
(D. Trinidad Muley) habian plantado los Reales de la presidencia, ó
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