El Niño de la Bola: Novela - 15

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Una salva de aplausos estalló entónces entre el gentío, miéntras que
mil y mil voces ensordecian el aire gritando:
--¡Viva Manuel Venegas! ¡Viva Antonio Arregui! ¡Viva D. Trinidad
Muley! ¡Viva el Niño Jesus!
Manuel habia metido espuelas entre tanto, y desaparecido como
una exhalacion, sin que la _Volanta_, que corrió detras de él,
consiguiera darle alcance, ni detenerlo con sus descompasados
gritos.


EPÍLOGO.

I.
LLEGADA DE DESAIX Á MARENGO.
De buena gana hubiéramos terminado esta obra con el capítulo
anterior...--Nada habria perdido en ello la dignidad del género
humano (en cuanto puedan representarla personajes tan imperfectos y
oscuros como Manuel Venegas y la _Dolorosa_), y mucho nos lo hubiesen
agradecido nuestros lectores predilectos..., que, si no son los más
sabidos y leidos, tampoco son los de peor alma.
Pero hoy no tenemos la libertad discrecional del novelista: hoy
somos esclavos de unos hechos desgraciadamente reales y positivos,
y, por lo tanto, nos vemos en la dura obligacion de referir aquí el
trágico suceso que llenó de luto la Ciudad aquel inolvidable dia, y
que sobrepujó á los deseos del mismo _Vitriolo_ y á las aficiones
románticas de la forastera.
No creais, sin embargo, que la indicada catástrofe contradijo en el
fondo (ya que sí en apariencia) el saludable concepto final que, á
nuestro juicio, se desprende de lo que llevamos narrado hasta ahora.
Ántes bien le sirvió de comprobacion inmediata, demostrando cuán
en lo cierto estuvo don Trinidad Muley al decir á Manuel Venegas,
luégo que se enteró de que habia perdido la _fe_ religiosa (cuya
restauracion _por el sentimiento_ apénas se habia iniciado despues
en su pobre alma):--«_¡Ya serás del último que llegue!_...» esto es:
ya no tendrá para tí más _autoridad_ el Bien que el Mal: ya elegirás
entre ellos segun tus aficiones, ó segun el estado de lucidez de tu
conciencia: ya no regulará tus actos otra _Ley_ que la que dicten tus
propios afectos: ya no servirá de límite á tu soberbio albedrío el
angosto cauce de la _obediencia_: ya caerás en todos los abismos que
te atraigan...
Pero dejémonos nosotros de estas filosofías ó teologías, cuyo
esclarecimiento no nos incumbe; y, reduciéndonos al humilde oficio
de narradores de hechos consumados, volvamos á aquella plaza de
la ciudad moruna, de donde acababa de salir para su voluntario
destierro nuestro inculto y apasionado protagonista.
Poquísima gente quedaba ya en ella. Antonio Arregui, cuya austeridad
de carácter conocemos, no habia tardado en alejarse de aquel sitio,
rehuyendo conversaciones ociosas ó dañinas. D. Trinidad Muley habia
hecho lo propio, anunciando que iba á meterse en la cama, pues con
tantas fatigas y emociones, aumentadas por el dolor de ver partir
para siempre á su adorado Manuel, sentíase muy mal y creia que estaba
amenazado de un tabardillo. El septuagenario Capitan le dió el brazo
y se marchó con él, jurando no volver más á la puerta de la Botica...
Y, con todo esto, se disolvió el concurso, y cada cual tornó á sus
quehaceres ordinarios, despidiéndose unos de otros «hasta la tarde,
en la Rifa», no obstante el escaso interes que ya les ofrecia la
fiesta.
En cuanto á _Vitriolo_, cualquiera habria dicho que una especie de
vértigo le dominaba, pues no hacía más que dar vueltas y vueltas
en la trasbotica, mirando al suelo, como si invocase al infierno,
miéntras que sus labios proferian imprecaciones tan espantosas y
repugnantes contra Soledad, contra Antonio, contra Manuel, contra el
Capitan y contra el Cura, que, de todos sus discípulos, solamente
uno le seguia fiel y le acompañaba.--Los demas se habian marchado
en pos del ideólogo Paco Antúnez, proclamando que no querian
servir de juguete á viles pasiones; que ellos eran incrédulos,
pero no criminales, y que harto claro veian que el desalmado
farmacéutico, más que adversario de la fe en Dios, era enemigo de
la especie humana, y muy particularmente de aquellos individuos que
se interponian entre él y la _Dolorosa_, por la cual continuaba
sintiendo todos los furores del amor, de la desesperacion y de la
impotencia.
Al único discípulo que permanecia fiel á _Vitriolo_ lo conocemos ya
moralmente, por un conato de fechoría que estorbó la tarde ántes el
Capitan retirado, echándole mano al pescuezo en la calle de Santa
Luparia.--«_Filemon_» se llamaba aquel celoso voluntario de la
maldad, cuyo nombre ha conservado la Historia por el odioso papel
que al cabo logró representar este otro dia, no habiendo conservado
tambien su apellido, como el de Drouet, por la sencillísima razon de
que era expósito.
--¡Cálmate, _Vitriolo_! (decia Filemon á su maestro.) ¡Yo no te
abandonaré jamás, como esos traidores que se han ido con Paco
Antúnez! ¡Yo tengo tambien en el alma mucha amargura que escupir al
mundo, y te seré fiel hasta la muerte!
--¿Qué me importa? (chilló el miserable, llorando... no lágrimas,
sino verdadero vitriolo.) ¿Crees que mi furor es porque esos necios
me han abandonado? ¿De qué me estarian sirviendo ahora? ¿De qué puede
servirme ya nadie? ¿De qué me sirve la vida?
En este momento llamaron al mostrador.
Filemon se asomó á ver quién era, y dijo á _Vitriolo_:
--Sal á despachar.
--¡No despacho!--respondió el farmacéutico.
--¡Mira que es la _Volanta_!...
--¡Ah! ¡la _Volanta_! ¡Que éntre! ¡Que éntre!--¡Es el último recurso
que me queda!
La bruja entró jadeante, sin aliento, bañada en sudor, y se dejó caer
en una silla. En sus verdes ojos relucia tanta perversidad en accion,
que _Vitriolo_ columbró un rayo de esperanza.--Dióle, pues, á falta
de aguardiente, un poco de espíritu de vino con agua y jarabe, y le
dijo, en són y estilo de cómitre:
--¡Vamos pronto! ¡Desembucha!--¡Tú tienes algo que contarme!
La _Volanta_ miró á Filemon, como si le estorbase su presencia.
--¡Descuida! (añadió _Vitriolo_.) Este es de los buenos, y podrá
ayudarnos, si hay algo que hacer.--Conque ¡habla!
--¡Deja que pueda respirar!... (resolló al fin la vieja.)--Vengo
reventada de correr detras de ese demonio..., y es lo peor que no he
conseguido que oiga mis gritos.
--¿De quién se trata?
--¿De quién se ha de tratar?--¡Del _Niño de la Bola_!
--¡Cómo! ¿Tú deseabas hablarle? ¿Tenías acaso algo que decirle? ¿De
parte de quién?
--¡Conque no has observado nada! ¡Conque no me viste cuando me
acerqué á él y se atravesó el Cura!...--¡Me alegro! ¡Así te cojo más
de nuevas, y me pagarás mejor mi secreto!
--¿Qué secreto?--¡Dímelo pronto, ruin hechicera, ó te estrujo hasta
sacártelo!
--¡Así me gusta á mí la gente! ¡Con entrañas!--Dáme otro poco de esa
bebida, que está buena...--Pues, señor, recordarás que esta madrugada
me fuí de acá cerca de las cuatro (despues de referirte lo que
ocurria en casa de Manuel), á contárselo á Soledad, que me aguardaba
para salir de dudas acerca de si se iba ó no se iba hoy del pueblo su
antiguo amante, y á enterar de camino á Antonio Arregui (por consejo
tuyo) de que su suegra y su hijo estaban pasando la noche en casa de
Manuel Venegas...
--Bien ¿y qué?--¡No me desesperes!
--¡Vamos despacio; que no soy costal!--Llegué á casa de la
_Dolorosa_, que lo tenía todo preparado para que me abrieran la
puerta sin que lo notase su marido...--(¡Una vez dentro, no habia
cuidado; pues, como duermo allí muchas noches, mi presencia en la
casa no podia chocar á nadie!)--El bueno de Antonio no se habia
desnudado, y estaba abajo, en su despacho, paseándose como un
basilisco, á causa de haber recibido á prima noche contestaciones
muy agrias de su mujer (que, como sabes, lo domina completamente)
sobre si ésta habia llorado ó no habia llorado en la Procesion...--Es
decir, que, por medio de aquella pelea, habia conseguido la muy
pícara lo que deseaba, que era desterrar al pobre marido de la cama
de matrimonio, á fin de esperarme sola...,--y, con este mismo objeto,
habia hecho que la madre se llevase á su casa el niño, diciéndole que
aquel era el mejor modo de destetarlo...
--¡Acaba, con cinco mil demonios!
--¡Allá voy, hombre! ¡allá voy!--Pues, señor: encontré á doña
Dulcinea metida en la cama, con muchos encajes y moños, como de
costumbre (pues es presumida y orgullosa hasta cuando duerme), y con
dos ojos abiertos como los de una lechuza, aguardando las noticias
que yo debia darle sobre su adorado tormento.--¡Siempre te dije que
la _Dolorosa_ no habia nacido para mujer de bien!--¡Es hija de
_Caifás_, y basta!--¡La triste comida que me da, en cambio de las
fincas que me robó su padre, tengo que tragármela revuelta con mil
burlas é insultos por mi aficion á beber una gota de lo blanco, y,
desde que no vive con su madre, la mayor parte de los domingos se
queda sin misa!...
--¡Lo mismo haces tú, y las dos haceis bien! (exclamó
_Vitriolo_.)--¡Vamos adelante; que estoy consumiéndome de impaciencia!
--Pues atiende, que ahora entra lo bueno.--«¡Ay, Lucía! ¡cuánto
has tardado! (me dijo al verme.) ¿Se va el pobre Manuel? ¿Lo ha
convencido el Cura?»--Ahora mismo acaba de convencerlo... (le
respondí), y creo que se marchará hoy por la mañana.--«¡Hoy por la
mañana! (gritó, hecha una loca.) ¡Eso no puede ser!... ¡Tú no sabes
lo que te dices»!...--Contéle entónces todo lo que habia presenciado
en casa del Chantre, y, segun yo le iba hablando, ella se ponia unas
veces muy afligida y otras muy furiosa, hasta que al fin se tiró de
la cama, hecha un sol... (¡porque lo que es á mujer y á bonita no
le gana nadie!), y me dijo, dándome un abrazo tan apretado como si
yo hubiera sido _él_:--«Lucía: ¿cuento contigo? ¿puedo fiarme de
tí? ¿puedo poner en tus manos mi vida y mi honra?»--¡Figúrate lo
que le contestaria! ¡Ya la tenía agarrada para siempre!...--Así es
que no omití medio de tranquilizarla acerca de mi lealtad y de mi
cariño.--Púsose entónces un vestido blanco; se calzó las chinelas, y
comenzó á escribir como una desesperada.
--¡Dáme esa carta! (prorumpió _Vitriolo_.) ¡No tienes que decirme
más! Adivino el resto...--La carta era para Manuel Venegas, y tú no
has podido entregársela por más que has corrido...--¡Has hecho bien
en traérmela! ¡Dámela ahora mismo!
--¿Qué significa eso de _dámela_? (replicó la bruja.) ¡Ántes tenemos
que ajustar cuentas!
--¡Dáme la carta!--bramó _Vitriolo_, fuera de sí.
--¡Cá! ¡no te la doy!--Si no se la he entregado á Manuel, ha sido
porque Soledad empezó y rompió tantos papelotes ántes de decidirse
á entregarme éste, que, cuando salí á la calle, despues de hablar
con Antonio, eran ya las cinco y media, y el Cura no me ha dejado
despues acercarme á su protegido...--Pero ¡entregártela á tí!...
¡Qué disparate!--¡Yo he venido únicamente á que me la leas!--¿No ves
que con esta carta tengo un capital? ¡Figúrate cuánto dinero me dará
Soledad por recogerla!--Ahora: como no sé leer, necesito que tú me
enteres de su contenido, para calcular hasta qué punto compromete á
doña Zapaquilda.
--¿Quieres que se la arranquemos?--preguntó el expósito al boticario.
La vieja saltó como una víbora, y sacó una navajilla, diciendo:
--¡Al que se acerque á mí, lo abro en canal!--¡Vaya un amigo que
te has echado, _Vitriolo_! ¿No sabes que es jugador con barajas
compuestas? ¿No sabes que vive de robos como el que acaba de
aconsejarte?
_Vitriolo_ replicó secamente:
--¡Te compro la carta!--Tengo ahorrado algun dinero de mi sueldo...
¿Cuánto quieres por ella?
--Esa es otra conversacion.--¡No te la doy por ménos de tres duros...!
--¡Aquí los tienes! (repuso el boticario, sacando del cajon del
mostrador aquella cantidad.)--Venga el papel.
--¡Toma y daca!--exclamó la vieja, riéndose y guardando la navajilla.
_Vitriolo_ abrió el pliego (cuyo sobre no tenía nada escrito), y
lo primero que hallaron sus ojos fué un retrato en miniatura, que
representaba á un arrogante caballero de treinta ó treinta y cinco
años.
--¿Quién es este hombre?--preguntó á la _Volanta_.--¡Se parece á
Manuel Venegas!
--¡Toma! ¡Como que es su padre!
--Y ¿quién se lo ha entregado á Soledad?
--¡Mira tú! ¡la Justicia!--¿No sabes que todas las fincas, muebles y
efectos de D. Rodrigo fueron á poder de D. Elías?
--Es verdad...--Leamos.
_Vitriolo_ devoró con los ojos la carta de la _Dolorosa_, y una
alegría satánica, mezclada á veces de un dolor infinito, fué
pintándose en su lúgubre rostro, á medida que avanzaba en su
lectura.--Acabóla, al fin; y, dando un alarido de feroz complacencia,
exclamó, volviendo á sus vertiginosos paseos:
--¡Ni el demonio! ¡ni yo mismo! ¡nadie hubiera inventado arma tan
espantosa ni tan eficaz!--Lo que ni el público, ni los celos, ni
la llamada honra, ni la ira, ni las palabras empeñadas lograron
de Manuel Venegas, lo conseguirá este papel, lo conseguirá el
amor.--¡Oh, cómo le quiere la malvada! ¡Y cómo lo precipita en el
abismo!--¡Yo completaré la obra de esa imbécil, que toma al hijo de
D. Rodrigo por un adúltero vulgar!...--¡Ahora mismo... Lucía... ahora
mismo!...--¡No hay tiempo que perder!...--Ve á casa del alquilador de
caballos, y dile que ensille uno para Filemon, quien irá á montar en
seguida...
--Todo eso está muy bien... (observó la bruja). Pero ¿qué le digo á
Soledad que he hecho con su carta?
--Tienes razon..., ¡hay que sostener su esperanza, para que no deje
de ir á la Rifa!--Pues bien, dile que, no habiéndote sido posible
acercarte á Manuel, se la has remitido (por ocurrencia tuya) con
un posta, el cual te ha jurado darle alcance y entregársela en el
camino...--Corre, pues, corre... ¡No tardes!--Dile al alquilador que
el caballo sea fuerte y bueno...--Filemon va detras de tí...
La _Volanta_ salió corriendo.
--Oye, amigo mio... (prosiguió _Vitriolo_, adoptando un tono muy
solemne.) Oye esta carta, y verás cuán importante es el papel
que te toca representar hoy... ¡Hoy vas á eclipsar la gloria de
aquel célebre Drouet, á quien siempre he envidiado, que llevó
espontáneamente á Varennes la noticia de la fuga de Luis XVI!--¡Oye,
y verás cómo podemos ganar esta tarde la batalla que perdimos esta
mañana!--Yo estaba hace poco como Napoleon á las tres de la tarde
en Marengo; perdido, derrotado, retirándome...; cuando hé aquí que
acaba de llegar en mi auxilio el General Desaix con sus divisiones
de refresco, diciéndome que áun es posible revocar el fallo de la
fortuna; que áun tengo tiempo de ganar una nueva batalla...--¡Eso
es para mí esta carta de la _Dolorosa_!--¡Tiemble, pues, la Ciudad!
¡tiemble el universo! ¡El triunfo va á ser de _Vitriolo_!
--Pero léeme la carta...--dijo Filemon, ganoso de graduar la
importancia del daño que iba á hacer.
--¡Es verdad! Leamos otra vez _su carta_... (repuso ferozmente el
maestro.) ¡Hay venenos que sirven de medicina, y eso me pasa á mí con
éste!--¡Oye, y aprende á conocer los abismos que pueden ocultarse
debajo de un rostro de _Dolorosa_!
La carta decia así:

«Manuel:
»No puedo ni debo callar más... No quiero que te vayas maldiciendo mi
nombre, ni que me recuerdes con odio el resto de tu vida, cuando Dios
sabe que no merezco tu maldicion ni tu aborrecimiento, sino que me
tengas tanta lástima como yo á tí.
»Ayer tarde en la Ermita y esta noche en tu casa te habrá suplicado
mucho mi madre que te alejes de mí para siempre y que me olvides, y
áun puede ser que haya tomado mi nombre al rogártelo. Mi mayor gusto
hubiera sido impedirle que te aconsejara semejante cosa... Pero ¿cómo
decir á mi madre lo que te voy á decir á tí?
»Por eso me he resuelto á escribirte esta carta, que no debes dudar
es de mi puño y letra, pues ya ves que te incluyo, como señal, un
objeto para tí muy conocido y que sólo yo podia poseer, cual es
un retrato de tu padre que encontramos en uno de los muebles de
su pertenencia, y que de todos modos tenía pensado devolverte, con
cuanto fué suyo, inclusas las fincas, por haberlo así resuelto mi
conciencia y mi voluntad, desde que, en mis primeros años, me enteré
de ciertas desventuras...
»Manuel: no extrañes nada de lo que te llevo dicho, ni de lo que
me resta que decirte. No extrañes tampoco que te hable _de tú_.
Lo mismo me hablaste tú á mí la única vez que me has dirigido la
palabra... Y, además, ¿para qué seguir ocultándolo? ¿para qué mentir
ó callar, cuando mis ojos me han vendido siempre, como mis lágrimas
me vendieron esta tarde?--¡Mi corazon es tuyo, Manuel! Mi corazon es
tuyo desde que, á la edad de ocho años, me acostaron en el lujoso
catre en que tú habias dormido tanto tiempo y de que acababas de
ser despojado... Yo pasé muchas noches en vela, pensando en que tú,
huérfano y pobre, estarias maldicíendome y despreciándome á aquella
misma hora, recogido por caridad en un lecho ajeno.--Sí, Manuel
mio: desde entónces es tuyo mi corazon; es decir, desde ántes de
conocerte, desde que supe que existias, desde que me contaron tus
desgracias...--Despues te ví... ¡y nada tengo que decirte que no
te revelaran primero los ojos de la niña y luégo los ojos de la
mujer!...
»¿Es culpa mia que tu ausencia haya durado ocho años? ¿Sabes tú lo
que yo he padecido durante ellos? ¿No conocias el alma de hierro de
mi padre? ¿Ignoras que me ví encerrada en un convento y que ya vestía
el hábito de novicia, cuando accedí á casarme, no sé con quién, con
cualquiera, con el primero que me pretendió, á fin de evitar que
cuando volvieses me encontraras separada de tí por los muros de un
claustro, que ni tan siquiera nos habrian permitido vernos..., como
nos veíamos ántes de tu malhadado viaje?
»Pero, aunque el infortunio me haya obligado á casarme con otro
hombre, ¿no me conoces, Manuel? ¿Has dejado de leer en mi corazon
con tanta claridad como cuando decias á todo el mundo: _Yo sé que me
quiere: yo sé que es mia?_--Y, si me conoces, ¿por qué te marchas?
¿Por qué te marchas, desdeñándome, aborreciéndome, sin dignarte
lidiar contra la nueva desdicha que nos separa en apariencia, y
dejándome reducida á vivir y morir con este hombre que no conozco,
que no me conoce, y que no quiero ni podré llegar á querer nunca?
¿Por qué me castigas tan duramente, entregándome al ludibrio de este
pueblo, que siempre me habia coronado con la diadema de tu amor?
»¡Ingrato! ¡cruel! ¡Pagarme con tanto desvío y tanta injusticia,
cuando llevo diez y siete años de aguardarte! ¡Irte, primero por
ocho años, y despues para no volver jamás, sin comprender que, desde
la primera hora de mi juventud, al verme tan separada de tí por
el destino, te sacrifiqué mi recato, mi honra y mi vida!--¡Loco!
¡no buscarme nunca en secreto! ¡buscarme siempre en presencia del
público! ¡Figurarte que era menester ir á América á conquistar un
millon para llegar hasta mí, para enseñorearte de mi cariño! ¡Creer
ahora que hay necesidad de matar á nadie, que hay que estremecer el
mundo, que hay que vencer ningunos obstáculos, para triunfar, al
cabo, de los rigores de nuestra suerte y convertir en dulce realidad
todos los sueños de nuestra vida! ¡Obligarme á decirte, loca de amor,
y llena la cara de sonrojo, lo que á tí te tocaba pensar, decir y
hacer descuidadamente, sabiendo, como sabes desde la primera vez que
me viste, que eres el rey de mi alma y el dueño de todo mi sér!...
¡el único hombre que he amado y que podré amar! ¡el único que puede
darme la vida ó la muerte!
»¿Lo ves, Manuel mio? ¿lo ves? ¡Tu pobre Soledad ha perdido la razon!
¡Tu Soledad, desesperada al saber que la abandonas para siempre, te
escribe delirando, muerta de amor, sin orgullo, sin reserva, como la
esposa al esposo de su vida!...--¡Ah, no te vayas! ¡Ven! ¡perdóname!
¡compadéceme! ¡restitúyeme tu corazon, aunque despues termine
nuestra existencia!
»SOLEDAD.»

--¡Tremenda carta!--exclamó el expósito, lleno de espanto.
--¡Pavorosa! (respondió _Vitriolo_.) ¡Obra maestra de dos formidables
pasiones, ó sea del orgullo y de la sensualidad!--¡La inicua se casó
con Antonio Arregui para que no se dijese que yo era el único hombre
que se habia atrevido á desafiar las iras del _Niño de la Bola_ con
tal de poseerla, y hoy entrega á su esposo al puñal de Manuel, para
que no se diga que éste se marcha despreciándola y sin otorgarle los
honores de una lucha á muerte!--Hasta aquí el orgullo.--En cuanto á
la sensualidad, hay que leer la correspondencia de Mirabeau y Sofía
para hallar tamaño desenfreno...--¡Y pensar que todavía la adoro!
Filemon repuso:
--Si enviaras este papel á Antonio Arregui, mataria á su mujer en el
acto, y tú saldrias de penas...
--Ya he pensado en eso. ¡Pero no me acomoda! (respondió _Vitriolo_
con horrible frialdad.) Lo que yo necesito es que Antonio muera
asesinado por Manuel y que á Manuel le dé garrote el verdugo. De este
modo, la execrable viuda, sola y deshonrada, será tan infeliz como
yo.--Además: el triunfo de D. Trinidad Muley consiste en la pacífica
marcha del hijo de D. Rodrigo...--Es, por lo tanto, de absoluta
necesidad que el hijo de D. Rodrigo vuelva... ¡y mate!
--Tienes razon... ¡trae la carta!--El caballo debe estar dispuesto...
--¡Toma... toma, hijo mio! (exclamó _Vitriolo_ con siniestro
júbilo.) La gloria de la Filosofía y mi apetecida venganza están en
tus manos...--Yo creo que lograrás dar alcance á nuestro héroe en
alguna de las primeras ventas... El insensato lleva tres dias sin
comer ni dormir, y sus fuerzas no pueden ménos de tener límite, como
todas.--Además: el maletin de la montura (atestado de oro, segun me
ha dicho la _Volanta_) impedirá á su caballo correr mucho.--Cuando
lo encuentres, le dices que estás empleado en la fábrica de Antonio
Arregui y que su señora te ha confiado esa carta con el mayor
secreto.--En seguida le contarás, como de tu cosecha, que Arregui
fué ayer á desafiarlo á Santa Luparia, y que por eso corria tanto la
Procesion y lo encerraron á él en la Sacristía: le dirás asimismo
que esta mañana venía tambien Antonio á provocarlo, y que, á ruegos
de D. Trinidad, desistió de ello; le dirás, por último, que Soledad
y su marido van esta tarde á la Rifa, y que el orgulloso fabricante
se ha ufanado hoy en calles y plazas de haber hecho huir al temido
_Niño de la Bola_...--¡Ah! se me olvidaba lo principal...--Procurarás
hacerle creer que D. Trinidad Muley explicaba hoy á todo el mundo el
viaje de su ahijado, contando que el Niño Jesus le dirigió anoche la
palabra y le mandó que se marchase del pueblo, no sin dejarle todas
sus joyas al Cura, para que dispusiese de ellas á su antojo...--En
fin, inventa, discurre, miente... ¡Todo es lícito, cuando se trata de
salvar la sociedad!...
--¡Descuida, maestro, descuida! ¡Sé lo que tengo que decir!...
(interrumpió Filemon, dándole la mano).--¡Hasta la tarde, si es que
alcanzo hoy á Manuel Venegas! Y, si no lo alcanzo, ¡iré en su busca
al fin del mundo!
--¡Eres todo un hombre!--¡Cuando yo falte, tú heredarás mi
magisterio!--contestó _Vitriolo_, acompañándole hasta la puerta de la
botica y abrazándole paternalmente.
Y, luégo que lo vió desaparecer, añadió con acento lúgubre:
--¡Soledad! no dirás que te olvido...--Tú echaste mi carta á un
perro para que se la comiera... ¡Yo he echado la tuya á un tigre
furioso!...--¡Estamos en paz, alma de mi alma!


II.
LA RIFA.

Aquel mismo sol cuyos matutinos rayos habian alumbrado la solemne y
conmovedora partida de Manuel Venegas, continuaba á las tres y media
de la tarde su majestuosa marcha por el cielo, llevando en pos de sí
las horas póstumas y sobrantes de un dia al parecer ya inútil, cuyo
interes y juicio histórico dieron por concluidos tan de mañana todos
los habitantes de la Ciudad.
Obedeciendo, empero, la mayoría de éstos á la ley de inmemoriales
costumbres, habian acudido, despues de comer, á aquel anfiteatro de
amarillos cerros, cuajados de habitadas cuevas, donde, como todos los
años en tal fecha, debia celebrarse el Baile de Rifa del Niño de la
Bola, y donde ocho años ántes tuvo lugar la fatal subasta en que el
hijo de D. Rodrigo fué derrotado por D. Elías Perez.
No sólo este acaudalado sujeto, sino otros muchos ricos y pobres
de los que allí vimos, habian muerto desde 1832 á 1840. En cambio,
innumerables niñas y niños de entónces eran ya mujeres y hombres
hechos y derechos; muchos solteros y solteras se habian casado y
tenian hijos, y no pocos padres y madres á quienes conocimos frescos
y buenos mozos figuraban ya entre los viejos y los abuelos...--Por
consiguiente, el cuadro, aunque hubiese variado en sus individuales
pormenores, venía á ser el mismo á primera vista y en con junto.
Allí, en efecto, habia, como antaño, clérigos y cofrades, soldados
y bailadoras, señores y plebe: allí se veian, á la puerta de las
oscuras cuevas, hileras de sillas ocupadas por lujosas damas y
endomingados caballeros: allí resaltaban á la luz del sol los
animados colorines de los pañuelos y sayas de las criadas y
labriegas, los pintarrajados chalecos y fajas encarnadas de los
hombres del pueblo, las medias blancas de trabilla de los que
llevaban calzon corto, los refajillos colorados de las niñas pobres
y descalzas que no tenian vestido, y las cobrizas carnes de los
chicuelos que no tenian ninguna ropa...
Tambien se veia allí, sobre una mesa con mantel de altar, la
reluciente figura del Niño Jesus, adornada con todas las alhajas que
le regalara pocas horas ántes Manuel Venegas, cuyo puñal indio, de
pomo de oro con piedras preciosas, seguia á los piés de la bella
Efigie, como pintan al dragon del pecado á los piés de la Vírgen
María.
Las gentes contemplaban, llenas de asombro y curiosidad (y muy
edificadas y reconocidas al cielo, á creer en sus terminantes
declaraciones), aquellas valiosas ofrendas de la mayor ira, trocada
de pronto en cristiana mansedumbre...--Indudablemente, la idea de
este maravilloso cambio llenaba en su morisca imaginacion, ganosa de
emociones extraordinarias, el vacío resultante del pacífico término
de un conflicto tan dramático y descomunal como el hecho tablas por
la caridad de D. Trinidad Muley.--¡Habíase frustrado la tragedia;
pero quedábales mejor y más noble asunto de perdurables comentarios:
quedábales un poema religioso!
Sin embargo (y aunque difícilmente hubieran podido explicar la
causa), hallábanse desanimados y tristes...--Acaso les acontecia lo
contrario que á Manuel Venegas, y, así como éste tenía _caridad_
sin _fe_, ellos tenian _fe_ sin _caridad_...--Ó puede que todo
consistiera en que los Canónigos (á quienes se aguardaba para empezar
la fiesta) no habian llegado todavía; ó en que tambien faltaba
de allí nuestro amigo el Veterano Capitan, que solia ser el gran
jaleador del baile y de la Rifa; ó en que habia cundido la infausta
nueva de que D. Trinidad Muley se hallaba enfermo en cama, con una
fuerte calentura, y que habia llamado á un escribano para hacer
testamento, como cesionario de la mayor parte de las riquezas de su
antiguo pupilo.
La llegada de D. Trajano y de la forastera, seguidos de doña Tecla,
de Pepito y de otros tertulios, alegró algo á los demas concurrentes,
quienes, como de costumbre, pasaron minuciosa revista al traje,
al peinado y á los adornos de la elegantísima prima del Marqués,
tratando de aprendérselo todo de memoria, así como sus menores gestos
y ademanes.
Muy hermosa y gallarda iba á la verdad aquel dia, con su vestido de
gro celeste y su mantilla de blonda negra, que más bien servian de
realce que de disfraz á las arrogantes líneas de su cuerpo; pero
inútil era que las beldades del país tratasen de copiar lo que en
aquella mujer de raza, educada desde la cuna por las sílfides de la
elegancia y de la moda, constituia ya segunda naturaleza.
Tampoco fuera oportuno que nosotros nos detuviésemos en este
acelerado epílogo á relatar todo lo que hablaron allí la madrileña,
D. Trajano y Pepito acerca del chasco dado por Manuel á la
expectacion pública. Sólo diremos que la deidad proclamó repetidas
veces que aquel desenlace habia sido _muy frio_, y que si como
cristiana se felicitaba íntimamente del buen término del asunto, como
artista, no podia ménos de declarar que todo aquello era prosaico y
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