El Niño de la Bola: Novela - 12

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vergüenza! ¡Verme desairado por tí delante del público!--Pues ¿y lo
que has hecho con la pobre Polonia?--¡Dos veces seguidas ha regresado
á casa llorando tus desprecios!...
--Perdóneme usted, señor Cura... (respondió Manuel con suma
tristeza.) Hoy he estado mal... muy mal...--Desde anoche no he sido
dueño de mí mismo.
--¿Y ya? ¿lo eres?--preguntó D. Trinidad, poniéndose de perfil y
mirándole con un solo ojo, como las aves.
Manuel inclinó la cabeza, y no respondió.
--¡Quedamos enterados! (repuso con amargura el Sacerdote.) ¡Ea!
¡Vámonos á casa..., suponiendo que quieras venir á saber si se ha
hundido tu antiguo cuarto y á desenojar á Polonia!...
--¡Vamos, sí!...--respondió el jóven afablemente.
--Saldremos por la puerta del Cementerio, á fin de que no nos vea
nadie,--dijo D. Trinidad, rompiendo la marcha.
Su antiguo pupilo lo siguió como un autómata.
Y pronto se hallaron en una especie de corralon cubierto de altas
hierbas, entre las cuales blanqueaban muchos huesos á la luz de la
luna.
Manuel se quedó parado en mitad de aquel estercolero de la vida, tal
vez comparándolo con el infierno de su alma, y cayó en una profunda
meditacion.
--¿No vienes?--le dijo el Cura desde la puerta que daba salida al
campo.
El jóven paseó una mirada por el suelo, como despidiéndose de aquella
paz, ó eligiendo sitio para gozar de ella, y salió en pos del
Sacerdote.
Mucho anduvieron, rodeando en torno de la Ciudad, en busca del
portillo más cercano á la casa del Cura, sin que en todo este tiempo
volviesen á hablar palabra. Pero, al ir á penetrar ya en poblado, por
un callejon que formaban las ruinosas tapias de dos huertos, acortó
el paso D. Trinidad, para que se le incorporase el jóven, y murmuró
sordamente y más enojado que nunca:
--¡Lo mismo que el escándalo de esta tarde!--¡Me lo han contado
todo! ¡Has querido matar á una pobre mujer!...
--¡Miente quien lo haya dicho!--exclamó Venegas, deteniéndose lleno
de furia.
Y luégo añadió, con otra clase de rabia:
--¡Ojalá me hubiera atrevido á hacerlo!
--¿Qué dices, hombre de Lucifer?
--Digo que yo no he tratado de matar á Soledad esta tarde...--Lo
tenía pensado; pero no pude... Me faltó valor...; me sobró cariño...;
¡y esa es mi pena! ¡ese es mi espanto!--¡Sus lágrimas me han
agujereado el corazon, como si fueran plomo derretido!...--Conozco
que no puedo con ella... Es superior á mí... ¡Está perdonada!
El Cura respiró; pero interrogó todavía:
--Pues entónces: ¿á qué ibas esta tarde á escalar su balcon?
--¡Á qué! (respondió el jóven con espantosa naturalidad.) ¡Á irme con
ella!... ¡á recobrarla!... ¡á redimirla de su cautiverio!--¿No sabe
usted que me quiere? ¿No sabe usted que lloraba al mirarme?
D. Trinidad se hizo á sí propio una especie de seña, como diciéndose:
«_Por este lado estamos bien: la vida de Soledad no corre peligro_»...
Y se embozó en el manteo con cierto aire de satisfaccion, y exclamó
en voz alta:
--¡Adelante con los faroles!--Polonia dice bien: á tí te falta un
tornillo en la cabeza.
Y penetró en la Ciudad.
Manuel vaciló un punto entre seguir al Cura ó escaparse, como
temiendo nuevos y más comprometidos interrogatorios; pero al fin se
decidió por lo primero, y marchó en pos de él, aunque á tres ó cuatro
pasos de distancia.
De este modo llegaron á la casa-curato, á cuya puerta aguardaba
Polonia, llena de susto y curiosidad.
--¡Gracias á Dios! (exclamó al ver á su antigua _cria_, y sin reparar
en Manuel.)--Conque dime, niño, ¿qué hay? ¿Es verdad lo que se cuenta?
--¡Cállate!... que ahí viene...--respondió el Cura.
--¿Quién?
--Míralo.
Polonia, que no habia estado en la Procesion, tardó en reconocer al
hijo de D. Rodrigo; pero, cuando cayó en la cuenta de que era él,
avalanzóse á su cuello y le llenó el rostro de besos y lágrimas.
Manuel correspondió afectuosamente á aquellas caricias; pero no
contestó casi nada á las innumerables preguntas de la buena mujer.
--Déjalo, Polonia... (dijo D. Trinidad:) Nuestro ahijado no está
bien de salud...--Pon luz en mi despacho, y cuida de que nadie nos
interrumpa...
--Entiendo... entiendo... Quieren ustedes estar solos... (se
fué rezando el ama de llaves.)--¡Pues señor, viene más loco que
nunca!...--¡Qué lástima! ¡Un hombre tan guapo!...--Porque ¡cuidado si
está el chico que da gloria verlo!
Constituidos en el despacho D. Trinidad y el jóven, principió aquél
á pasearse en silencio, miéntras que éste miraba con infinita
melancolía los pobres enseres, para él tan conocidos, del virtuoso
Párroco.
Nada faltaba ni nada nuevo habia en aquella habitacion: dijérase que
los últimos ocho años no habian pasado por ella. ¡Todo era igual y
estaba en el mismo sitio que siempre, recordando el dia tristísimo, y
mucho más distante, en que entró allí por primera vez, cogido de la
mano del caritativo sacerdote!...
¡Bendita igualdad la de aquel alma y bendito reposo el de aquella
vida que no tenian más caudal que la virtud ni más goces que los del
prójimo!--¡Envidiable suerte la de aquel hombre!
D. Trinidad, que en medio de todo era muy ladino, se puso al cabo
de estos pensamientos de Manuel, y lo dejó empaparse bien en ellos,
juzgando que no podrian ménos de serle saludables; hasta que,
transcurridos algunos minutos, le dijo, aparentando indiferencia:
--¿Conque de todos modos pensabas venir por esta humilde casa?
--Sí, señor,--respondió el jóven como despertando de un sueño.
--Y ¿se puede saber á qué?
--Ya se lo indiqué á usted hace poco: á entregarle unos papeles...--Y
tambien á liquidar cuentas de cariño... Á despedirme de usted y de
Polonia...
--¿Despedirte?--¡Pues qué! ¿te marchas?--¡Harias perfectísimamente!
--Puede decirse que me he marchado ya... (contestó Manuel con
lúgubre acento.) Desde anoche no pertenezco al mundo. El huracan de
la desventura me ha envuelto en sus alas, y, cuando salga por esas
puertas, todo habrá concluido entre usted y yo...
--Comprendo... comprendo...--murmuró don Trinidad muy disgustado.
Y, cambiando en seguida de tono, lo cual era uno de los principales
recursos de su oratoria, añadió familiarmente:
--Á propósito de liquidaciones...--Tambien yo tengo que arreglar
contigo una cuentecilla, no de cariño, sino de dinero...--Se trata
de algunos maravedises (cosa de veinte mil reales) que me fuiste
entregando cuando trabajabas en la Sierra...--Míralos aquí..., en
esta alcancía, cuyo rótulo dice: «_Dinero perteneciente á mi hijo
adoptivo Manuel Venegas, que me lo dejó en depósito_»...
Y, miéntras así hablaba, habia sacado del cajon del bufete, y puesto
sobre la mesa, una enorme hucha de barro encarnado.
Manuel apreció, en medio de su aturdimiento, todo el valor de aquel
golpe, y exclamó sumamente conmovido:
--¡Ese dinero es de usted!--Yo no se lo dí para que me lo guardara...
--Ya lo sé: me lo diste para que aumentase el culto del Niño Jesus
y para que atendiese á tu manutencion. Mas, como yo hice lo primero
á mis expensas, aunque por cuenta de tu alma, y lo segundo no tenía
hechura de ningun modo (pues era privarme del gusto de sostenerte
de balde, á fuer de padre que sostiene á su hijo), resulta que este
dinero es tuyo, y tan tuyo, que te lo habrias llevado cuando te
marchaste á América, si hubieras tenido la atencion de despedirte de
mí...
Manuel respondió noblemente:
--Y yo lo acepto hoy, mi querido padre, para que nunca diga usted que
he querido escatimarle mi agradecimiento. En cambio (y pues de dinero
hemos llegado á hablar), diré á usted ahora lo que pensaba decirle
por medio del papel que escribí esta mañana y he reformado esta
noche...--Aquí lo tiene usted.--Es, como si dijéramos, mi testamento,
y en él lo instituyo á usted mi heredero fideicomisario, para que
disponga libremente de mi caudal, así en provecho suyo como de los
pobres, despues de pagar un millon de reales á los herederos de D.
Elías Perez y de entregar un legado de mil onzas á nuestro amigo el
veterano Capitan, compañero de armas de mi buen padre.--Para todo
ello, en esta cartera hallará usted letras á su favor contra las
casas de banca de Málaga en que tengo colocada mi fortuna.--Tambien
digo en mi testamento que, cuando yo muera, se entregue á usted
cuanto quede en poder mio, así de dinero como de alhajas y otras
cosas.--¡No dirá que soy desprevenido!...--Conque tome usted, y
guarde esto, en lugar de esos benditos mil duros.
D. Trinidad lloraba en silencio desde que Manuel empezó á hablar de
aquel modo; pero, cuando éste hubo terminado, exclamó con tanta furia
como dolor:
--Está muy bien... ¡Trae acá!... ¡Celebro que tu cabeza se halle tan
en caja!--Ya volveremos á tratar de este asunto en mejor ocasion...
Y se metió en el bolsillo el papel y la cartera que le alargaba el
jóven.
En seguida, tornó á sus paseos, limpiándose los ojos con el revés de
la mano, y tratando de recobrar la serenidad.
De pronto, se paró en medio del despacho, y dijo:
--Supongo que tú no eres de los que hacen la heregía de matarse...
--Supone usted bien... (se apresuró á contestar el hijo de D.
Rodrigo.)--¡Nunca se me ha ocurrido semejante idea!
--¡Ya lo creo! ¡Eres tú demasiado hombre para hacer una cosa que va
contra la naturaleza y contra Dios!--Ningun sér criado se suicida,
fuera de algunas tristes excepciones de la especie humana, faltas de
valor para sufrir y de religion para esperar...--Cuando el hombre no
es la mejor de las criaturas, es la peor.--¡No hay término medio!
Dichas estas palabras, D. Trinidad continuó paseándose, no sin
hacerse otra seña á sí mismo, cual si se dijera: «_Seguimos
adelantando terreno: tampoco hay nada que temer por este lado_.»
Reinó un minuto de insostenible silencio.
--Conque á despedirte... ¿eh? (rezó al fin el Cura, dando vueltas por
la habitacion y mirando al suelo.) ¡Y, sin embargo, no te marchas, ni
te suicidas!...--Pues, señor: ¡hay que desencantar este asunto!
Y plantóse delante de Manuel, con la cabeza caida sobre un hombro,
los brazos á la espalda y el abdómen en completa exhibicion; miróle
de hito en hito con sus ojos de santon marroquí, llenos al par
de valentía, de fanatismo y de paternal afecto, y, cimentando la
pregunta, por vía de exordio, en una barrigada cariñosa, que obligó
al jóven á dar un paso atras, díjole nobilísimamente:
--Vamos claros, Manolo: ¿qué piensas hacer?--Aquí estamos dos hombres
honrados y de vergüenza...--¡Dime la verdad como siempre!
--Déjeme usted, señor Cura... (exclamó el pobre Venegas con verdadero
espanto, y muy arrepentido de haber entrado allí.) ¡Yo no puedo
responder á eso!...--Permítame que me vaya... Tengo fiebre...
Necesito reposo...
--¡Malo! (replicó D. Trinidad muy ofendido.) Tú no me quieres... ¡Tú
me desprecias!--Á tí se te ha olvidado la noche en que fuí á sacarte
de la alcoba en que murió tu padre... Tú no te acuerdas tampoco de tu
padre, de aquel hijodalgo, de aquel espejo de caballeros, incapaz de
pensar cosas que no pudiera decir...
--¡Que no lo quiero á usted! (prorumpió el jóven, herido tambien
en su dignidad.) Pues, ¿por qué estoy aquí, cuando el infierno me
está llamando?--¡Que no me acuerdo de mi padre!...--¡Ojalá fuera
cierto!--Pero yo soy como soy... ¡Déjeme usted seguir mi aciaga
estrella!
--¡Vamos á ver!... Y ¿cómo eres? (¡Las cosas hay que decirlas con sus
nombres!) ¿Eres un criminal? ¿Eres un asesino? ¡Tú, el hijo de D.
Rodrigo Venegas! ¡Tú, el ahijado de D. Trinidad Muley!--Respóndeme,
hombre... ¡Ten valor para decírmelo!
Manuel miró asombrado á D. Trinidad.
--¡No me respondes! (prosiguió éste.) ¡Luego no estás contento de tus
planes! ¡Luego te condenas á tí mismo! ¡Luego te abrazas al mal á
sabiendas!...
--Y ¿qué es el _mal_? ¿Qué quiere decir _malo_? ¿Qué quiere decir
_bueno_? (gritó Manuel bruscamente.) ¡Hace tiempo que me lo
pregunto!...
--¡Hola! (exclamó D. Trinidad con mucha gracia.) ¡Tú tambien te metes
en esas honduras!--Pues yo te contestaré.
Y, cual si para hacerlo hubiese tenido que penetrar en lo más sagrado
del virtuoso corazon que le servia de Biblia, inclinó la frente y
cruzó las manos con no sé qué seráfica reverencia, hasta que al fin
destilaron sus labios estos dulcísimos conceptos:
--_Malo_... es todo lo que se hace sin alegría en el fondo del alma.
_Malo_... es querer gozar ó lucirse á costa de la dicha ajena.
_Malo_... es temerle al dolor hasta el punto de causárselo al
prójimo. _Malo_... es amarse uno á sí mismo más que á los que lloran
demandando piedad. _Malo_... es preferir vengarse á complacer á un
sacerdote. ¡_Malo_... es lo que tú haces conmigo en este instante!--Y
_bueno_... es... ¡lo bueno! La misma palabra lo dice.--_Bueno_...
es, por ejemplo, padecer con gusto, para que los demas no padezcan;
llorar de alegría cuando se ha quitado uno el pan de la boca para
dárselo á otro; sacrificarse generosamente; perdonar..., vencerse,
huir, morirse para que otros vivan...--En fin, yo me entiendo, y
tú me entiendes.--¡Sobre todo, Manuel, lo que es muy _malo_, lo
que es detestable, es bajar los ojos, como tú los bajas, huyendo
avergonzado de tu propia conciencia, que se asoma á ellos á darme la
razon!...--¡Y, si no, mírame cara á cara, con tu antigua valentía
de leon inocente y noble, no con la torva ferocidad de tigre
carnicero..., á ver si tienes entrañas para decirme que hay algo en
el mundo que tú me puedas negar, empezando por la vida; á mí, que
te quiero como un padre; á mí, que te daria mi sangre entera, si la
necesitaras; á mí, que te pido perdon con estas lágrimas; perdon para
otros hijos mios, perdon para tus prójimos, perdon en nombre de Jesus
Crucificado!
--¡Señor Cura! (respondió Manuel con varonil emocion.) Mi vida es de
usted.--Yo se la doy con gusto...--Pero máteme ahora mismo.
--Es que yo no te pido la vida... Yo te pido más y ménos: yo te pido
el sacrificio de tu amor propio, el sacrificio de tu terquedad y de
tu soberbia... En una palabra: yo no quiero tu sangre: yo quiero que
mates en ella tu amor á Soledad y tu ira contra Antonio Arregui...
--¡Y que viva despues!--¡Imposible!--Piénselo usted bien, señor Cura,
y verá cómo eso es imposible.
--¿Imposible sacrificarse y vivir?--¡Qué sabes tú! (replicó D.
Trinidad con una sonrisa verdaderamente santa.)--¡Entónces es
cuando se vive!--Ni ¿dónde estaria el sacrificio, si no se siguiera
viviendo?--¡Creeme, hijo mio: es una gran vida la del que ha
padecido y padece en provecho de otros! ¡Dios centuplica este
provecho y lo derrama como un bálsamo celestial sobre el corazon
del sacrificado!--¡Te sonries con tristeza! ¿Crees que te hablo de
memoria? ¿Crees que yo no soy hombre? ¿Crees que soy de cal y canto?
¿Crees que no he batallado con mis pasiones?--Pues escucha.--Tenía
yo veintidos años... Habia en el mundo una mujer á quien amaba tanto
como tú á Soledad, y que me pagaba con igual cariño... Pensábamos
casarnos, y mis padres entraban gustosos en ello.--Pero mi padre
murió de pronto, llevándose la llave de la despensa, y mi pobre
madre enfermó de tanto trabajar por sacarnos adelante...--De ocho
hermanos que nos juntábamos, yo era el mayor... Luégo seguian cuatro
hermanas... Luégo tres hermanos pequeños...--Aunque yo trabajaba de
dia y de noche en una alfarería, en mi casa llegó á faltar el pan;
pues mis fuerzas no daban abasto para todos...--«_¡Para todos!_»
(repara bien en esto); que lo que es para mí, y para poder casarme,
ganaba ya lo suficiente hacía tiempo.--El Prelado de entónces se
compadeció de nuestros apuros, y, vista mi devocion á la Santísima
Vírgen, ofreció darme un buen curato, si me ordenaba, y desde luégo
una buena cóngrua.--Mi madre, que veia perecer á sus hijos, pero
que conocia tambien el estado de mi corazon, lloraba al proponerme
aquella idea...--Y ¿qué dirás que le respondí?--¡Pues respondí
_Amén_, abrazándola y consolándola, cuando yo era quien necesitaba
consuelo!...--Y renuncié á mi Soledad, que era tan hermosa como la
tuya... Y me despedí de ella para siempre..., llorando los dos;
pero los dos muy contentos en medio de todo, porque no teníamos
nada de qué avergonzarnos y sí mucho de qué enorgullecernos... Y
canté misa... ¡Y Dios me ayudó! ¡Y aquí me tienes!--¿Crees que no
he padecido despues? ¿Crees que no me costó trabajo al principio
volver la cara á otro lado cuando me encontraba á mi antigua novia?
¿Crees que no he llorado lágrimas de sangre?--Pero ¡cuán dichoso en
mi dolor!--Mi madre murió bendiciéndome, al ver á todos sus hijos
en la abundancia, gracias á mi proteccion y ayuda. Mis hermanas se
casaron ventajosamente. Mi hermano Andrés es Sacristan de San Gil.
Á Francisco lo libré de quintas, y hoy es maestro de escuela. Tomás
tiene ya una galera y dos carros, y se está haciendo rico traficando
con los pueblos de Levante.--Mi misma novia se casó y ha tenido
hijos... ¡Y yo, Manuel, yo, el que soñaba con tenerlos tambien, el
antiguo enamorado, el que nació para mandar un Regimiento y para todo
lo que hacen los hombres, he vivido vistiéndome por la cabeza como
las mujeres, he tragado saliva, he castigado mi carne como á una
bestia mala y rebelde, y aquí me tienes, digo, lleno de orgullo y de
alegría, más feliz que todos mis hermanos, más gozoso que si hubiera
hecho mi gusto casándome con aquella mujer, más feliz que todos los
Reyes y Emperadores de la tierra, al poderte decir, en presencia de
Dios, que he triunfado de mí mismo; que no recuerdo ni un pensamiento
mundano de que abochornarme; que he cumplido todos mis votos; que
pueden enterrarme con palma como á las monjas!--¿Me repetirás todavía
que no es posible sacrificarse y vivir?
Manuel miró profundamente á aquella especie de coloso africano que
tales cosas decia á los cuarenta y ocho años de edad, y no pudo ménos
de tributarle el homenaje de su admiracion.
--No soy yo tan grande... (repuso luégo), ó mi cariño á Soledad
es mayor que el que tuvo usted á aquella mujer.--¡Yo no puedo
vencerlo!... Yo conozco que no lo venceré nunca.
--Porque no quieres...
--¡Sí quiero! Es decir, quiero querer...--Pero no puedo.
--¡Sí puedes! Aunque rarísimas circunstancias han hecho de tí una
especie de fiera, tu corazon es de hombre, y el corazon del hombre,
cuando sigue el ejemplo de Cristo, tiene más bríos que todos los
leones y elefantes del universo.--El valor de humillarse, de
vencerse, de renunciar á sí mismo es el verdadero valor.--Y tú no
debes de carecer de él... En medio de todo, tú eres bueno; tú lo eras
cuando muchacho; tú te pareces mucho á tu padre... ¡á tu padre, que
murió voluntariamente por su honra!
--¡Por mi honra quiero morir yo! (replicó Manuel con viveza.) Hace
ocho años contraje un compromiso de honor delante de todo el pueblo:
hace ocho años juré matar al que se casase con mi adorada... Ha
habido quien se atreva á recoger mi guante: la Ciudad entera tiene
los ojos fijos en mí... ¿Qué puedo hacer? ¿qué debo hacer, para no
quedar en ridículo, para que no se rian de mí todos los que siempre
han temblado en mi presencia?
--¡Es muy sencillo!--Arrepentirte del mal propósito: renegar de tu
juramento.--¡Yo te relevo de él!
--No me basta.
--Soy Sacerdote...
--¡No me basta! Lo engañaria á usted si le dijese lo contrario.--Yo
necesito ir mañana á la Rifa, á sostener mi emplazamiento. Si Soledad
y su marido no están allí; si no acuden á la citacion pública que
les haré oportunamente, ofreceré oro, mucho oro, todo el oro que he
traido conmigo, por bailar con la señora de Arregui.--La Cofradía no
podrá entónces ménos de ir á buscarla...--Si la lleva sola, no se la
devolveré á su marido: si su marido va con ella, lo mataré; y, si no
se presenta ninguno, ¡iré á buscarlos á su casa!
--¡Jesus! ¡qué horror! (exclamó D. Trinidad.)--¿Y Dios? ¿y las leyes?
¿y la Justicia? ¿Crees tú que no hay Autoridades en este pueblo?
¿Crees que sigues entre salvajes?
--La Justicia llega siempre despues. ¡Ese es cuidado mio! Yo haré
que cuando acuda, esté ya bien muerto Antonio Arregui.--En cuanto
á las leyes, Soledad puede infringirlas como tantas otras mujeres
enamoradas, yéndose conmigo al fin del mundo.--Y por lo que toca á
Dios, en su mano tiene el matarme ahora mismo... ¡En su mano tuvo no
hacerme tan desventurado!
--¡Es abominable todo lo que piensas; todo lo que dices!... (replicó
D. Trinidad con imponente acento.) ¡Me horrorizo de haberte criado!
¡Conque nada soy para tí! ¡Conque desprecias mis lágrimas!--¿Quieres,
tal vez, que me ponga de rodillas?
--No, señor Cura.--Lo que quiero es que usted, tomándome como quien
soy, y no pidiéndome milagros de santidad, me diga qué puedo hacer
en el estado en que se halla mi corazon y despues de las palabras
empeñadas...--¿Quiere usted que me mate? ¿Quiere usted que me vuelva
loco?
--¡Loco estás ya! (repuso el Cura.) Si no lo estuvieses,
comprenderias que lo que debes hacer es irte del pueblo...
--¿Á dónde? ¿Á qué?--preguntó el jóven con infinita angustia.
--¿Á dónde? ¡Adonde has estado ocho años!--¿Á qué?--¡Á servir á Dios
y no al demonio! ¡Á ser hombre de bien, á ayudar á tus semejantes, á
convertir en flores todas las espinas que atarazan tu corazon!
--¡Usted es el que sueña, D. Trinidad! ¡Me dice usted que ha amado,
y luégo me propone eso!--¡Usted no ha amado nunca, ni sabe lo que
es amor!--¿Á dónde iria yo con la sombra de mi sér, dejándome aquí
el alma de mi alma? ¿Para qué viviria? ¡Ocho años me he mantenido de
la esperanza de volver á este pueblo, de la esperanza de encontrar á
Soledad! ¿De qué me mantendria ahora?--¡Acaba usted de hablarme de
Dios!... Pues oiga usted una sentencia dictada por Dios el dia que me
echó al mundo: «Para Manuel Venegas no habrá más mujer, ni más dicha,
ni más cielo que Soledad»...--Yo he dado por dos veces la vuelta á
la Tierra: he visto mujeres, muchas mujeres, algunas tenidas por
divinidades, en Circasia, en Grecia, en Cuba, en el Perú...--Para mí
no eran ni divinidades ni mujeres: no eran nada: eran á lo sumo la
ausencia de Soledad... ¡cosa para mí tristísima y abominable!--Así
es que apartaba los ojos de ellas y seguia mi peregrinacion.--Es
decir, padre Cura, que yo he ido más allá que usted.--Yo, ni ántes
de consagrar mi alma á Soledad (y se la consagré á los trece años),
ni despues de aquel dia, ni en esta Ciudad, ni en la ausencia, le
he faltado ni con el pensamiento...--¡Tambien he sido yo fiel á mi
_religion_! ¡Tambien he sabido cumplir mis votos!
--¡Y la pícara te ha pagado bien!--profirió el clérigo, tocando otro
registro, para ver de desengañar á aquel idólatra.
Este se llevó una mano al corazon, como si acabase de recibir en él
una puñalada; pero luégo se repuso, y exclamó valerosamente, mirando
á su segundo padre con la impavidez del fanatismo:
--No me ha pagado bien: ¡pero la quiero más que nunca!
D. Trinidad retrocedió lleno de asombro.--Dijérase que el último
golpe con que pretendió anonadar á su antagonista le habia herido á
él de rechazo, quitándole muchas ilusiones.--Manuel estaba todavía
entero... ¡Aquella larga conversacion habia sido inútil!
Pero el esforzado Sacerdote no se abatió. Ántes pareció recogerse
en sí mismo, como para cambiar su plan de batalla. Derrotado en
la primera línea de operaciones, conocíase que se replegaba y
fortificaba en la segunda, apelando á los recursos supremos, ó sea á
las fuerzas de _reserva_, que oportunamente habia preparado ántes de
salir de la Capilla de Santa Luparia.--Todo esto se dedujo, por lo
ménos, de sus palabras y determinaciones, á partir del instante en
que Manuel articuló aquella formidable respuesta.
--Pues, señor... ¡Noche toledana! (dijo, dándose en el cuerpo
algunas palmaditas, como quien se compadece á sí propio.)--¡Polonia!
¡Polonia! ¡tráeme el manteo de abrigo!--¡Vaya con el hombre! ¡Vaya
un pago que me guardaba para la vejez!--¡No concederme nada! ¡Dejarme
hablar y hablar, y luégo negarse á todo! ¡Decirme á mí que el
homicidio y el adulterio son indispensables!--¡Y para esto lo crié!
¡Para esto lo he querido tanto!
Así hablaba D. Trinidad, sin mirar á su antiguo pupilo, el cual
oia aquellas palabras con más emocion y sobresalto que todos los
anteriores discursos. Conocíase tambien que éstos, aunque tan
briosamente contradichos, seguian resonando en su alma; y, por
resultas de todo ello, se adelantó hácia el sacerdote y le dijo con
amorosa reverencia:
--¿Qué va usted á hacer? ¿Para qué pide el manteo? ¿Va usted á salir?
--¡Sí, señor!--respondió D. Trinidad muy desabridamente.
--Pero ¿á dónde va usted?
--¿Á dónde he de ir? ¡Adonde me llama mi obligacion de cristiano!
¡Á impedir esos delitos que (segun me anuncias) van á cometerse!
¡Á no dejarte ni á sol ni á sombra; á seguirte á todas partes; á
pasar contigo el resto de mi vida, aunque me arrojes de tu lado á
puntapiés, aunque me reduzcas á pasar las noches sentado á la puerta
de tu casa!...--¡De este modo, tendrás que saltar sobre mi cadáver
para hacer las valentías que me has dicho, y será más completa tu
obra!...
Manuel retrocedió espantado.
Al mismo tiempo entró Polonia en el despacho, llevando el manteo de
abrigo de D. Trinidad, y diciendo muy asustada:
--¿Va usted á la calle á estas horas?
--¡Sí, hija, sí! ¡á la calle! ¡y al infierno, si es menester!--No me
esperes esta noche.
--Pero, señor Cura... ¡Eso es tirarse á matar! (exclamó la antigua
nodriza).--Anoche se recogió usted á las tantas, muerto de fatiga,
despues de haber corrido por el campo muchas horas...
--¡Buscándote!...--entrerenglonó D. Trinidad, dando un codazo á
Manuel, y sin mirarlo.
--Y esta mañana (continuó Polonia) se levantó usted con estrellas, y
desde entónces no ha parado un momento, con tantas funciones en la
Parroquia, y tantos jaleos como ha habido en la calle... por culpa de
quien yo me sé...
--¡Qué quieres, hija! (pronunció el Cura, haciéndose el chiquito:)
¡No hay más remedio que arrimar el hombro hasta que le toque á
uno reventar y caer!...--Acuéstate tú, y descansa, que tambien
has trabajado hoy mucho...--¡Pobrecita vieja! ¡Cuánto siento
proporcionarte estos sinsabores!--Conque vamos, señor D. Manuel...
¡Usted dirá á dónde nos dirigimos primero: si á buscar á un hombre
de bien para matarlo, ó á enamorar á una madre de familias!...
Manuel seguia en un ángulo de la habitacion, vuelto de espaldas á
D. Trinidad, fijos los ojos en el suelo, y estremeciéndose á cada
recriminacion que se desprendia contra él de aquellos discursos.
Sobre todo, las últimas frases del Sacerdote, tan sarcásticas y
sangrientas, le arrancaron una especie de gemido, cual si le hubiesen
llegado al alma.
Polonia replicaba entretanto:
--¡Pero no se marchará usted sin cenar! Son las diez de la noche, y
desde la una de la tarde está usted con el triste puchero, que apénas
probó...
--Es muy verdad... Pero ¿qué quieres? Las cosas vienen así...
--¡Acuérdese usted de que tiene dos perdices estofadas..., que tanto
le gustan!
--¡Ya las huelo..., y, en medio de estos sinsabores, estaba soñando
con ellas!...--¡Perdóneme Dios; pero es mi único vicio: cenar bien
los dias clásicos!--Sin embargo, quiero demostrar con un ejemplo
á este cobarde, que el hombre es dueño de sus pasiones, de sus
apetitos, de su voluntad...--Dile á la criada que lleve ahora mismo
ese par de perdices, y mi pan, y mi almíbar de cabello de ángel; en
fin, todo lo que ibas á darme de cenar esta noche, á la pobre viuda
del albañil que se mató el otro dia...--¡Así celebrará con sus hijos
la fiesta del Niño Jesus, miéntras que á mí me servirá de alimento el
pensar en la alegría de esas infelices criaturas!
--Pero, niño... (observó el ama de llaves á media voz.) ¡Repara en
que te vas á caer muerto!--Lo de regalar las perdices está muy bien,
y Dios te bendiga por esa idea... Pero toma otra cosa...
--¡Nada! ¡No ceno! ¡Ya está hecho el sacrificio! ¡Veré esta noche la
Procesion de las Ánimas..., y Dios querrá premiarme abriéndole el
sentido á ese alma de cántaro!...
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