El Niño de la Bola: Novela - 09

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todos tenian clavados los ojos en la puerta de la Iglesia, esperando
ver entrar al _Niño de la Bola_, en el ademan trágico y solemne del
novio de _Lucía_, á desmentir y ahogar al honrado sacerdote que
pregonaba tales nupcias; que, afortunadamente, no ocurrió semejante
escándalo, ni ninguna otra novedad, y que de este modo llegó, como
todo llega en el mundo, el dia prefijado para la boda.
»_Boda_ he dicho, y no la hubo...--Verificóse el casamiento de
noche, en la alcoba de D. Elías, cuya vida estaba otra vez en mucho
riesgo, pero que no consintió se aplazase el acto ni una sola
hora.--Nadie asistió á él, más que el cura de aquella feligresía
y los testigos...--Yo fuí uno de ellos...; y nunca lo fuera para
presenciar horrores como los que allí iban á suceder.--¡No bien
acabó la ceremonia nupcial, y miéntras la desposada socorria á su
madre, que habia perdido el conocimiento y caido en tierra, oyóse
un gran suspiro en el antiguo lecho del padre del _Niño de la
Bola_, desde el cual acababa de ejercer D. Elías Perez el oficio de
padrino de aquel enlace, y vimos que el viejo usurero estaba dando
las boqueadas!--Apénas hubo tiempo de que el Cura le leyese _la
recomendacion del alma_ en el propio libro que habia servido poco
ántes para leer á los novios la _Epístola de San Pablo_...--D. Elías
espiró inmediatamente...; y (¡oh miseria humana! ¡oh sarcasmo del
destino! ¡oh leccion de los Hados!) aquellas mismas velas, encendidas
para que sirviesen como de antorchas de Himeneo á la sacrificada
hija, fueron blandones fúnebres que alumbraron el lecho mortuorio del
padre tirano que ha dado márgen al conflicto en que hoy se encuentran
tantos y tan sensibles corazones...»
D. Trajano Perícles se enjugó el sudor, al terminar aquel sublime
esfuerzo de elocuencia, en que, sin pensarlo, rindió cierto culto al
romanticismo; y luégo añadió, por vía de clásico desahogo:
--«Á los nueve meses justos y cabales Soledad dió á luz un hermoso
niño.»
--¡Gracias á Dios! (no pudo ménos de exclamar la forastera.)--Pues,
señor, me declaro partidaria acérrima del _Niño de la Bola_.--La
razon está de su parte.--Soledad no tiene corazon, ni lo ha tenido
nunca...
--Creo que confunde usted las especies... (respondió D. Trajano.)
Lo que no tiene Soledad es un corazon de heroína de novela; y mucho
ménos un corazon de hombre.--Su corazon es pura y simplemente de
mujer...
--¡Está destornillado!--dijo doña Tecla, sonriendo en cierto modo á
sus tertulios, como pidiéndoles que perdonasen á su marido.
--Pues entónces digamos que tiene un corazon _de mujer que no sabe
amar_...--añadia entretanto la madrileña.
--Diga usted más bien (replicó D. Trajano) «un corazon _que ama hasta
cierto punto_»...--Yo no tengo duda de que Soledad ha querido siempre
á Manuel Venegas.--Creo más... (ahora que no nos oye mi mujer...)
Creo que lo quiere todavía...--Pero la hija del usurero no nació
para heroína; no nació para defenderse por sí propia: nació para
que otros la defendieran ó la conquistasen.--Ella contaba sin duda
con que el temido _Niño de la Bola_ venciese á todos los enemigos
de su amor, tanto á su padre como á los pretendientes que pudieran
sobrevenir... Parecíase á esas princesas de los cuentos orientales,
que se dejan ganar como un premio por el contrincante más listo en
descifrar charadas y enigmas, y se casan con él, aunque no sea muy de
su gusto.--Indudablemente, nuestra princesa, esto es, la _Dolorosa_,
hubiera preferido que Manuel saliese vencedor... Indudablemente lo
amaba... Pero el pobre se descuidó, el pobre tardó en regresar de
las Indias, el pobre no habia contado con que vinieran á esta Ciudad
forasteros como Antonio Arregui, poco sensibles á vagas amenazas...,
y la obediente jóven, con más ó ménos dolor y con peores ó mejores
reservas mentales, dejóse conquistar y llevar por D. Elías, por
el Fabricante, por la fatalidad, por el destino..., bien que á
condicion de hacer luégo de su capa un sayo...--¡Así procedieron en
todos tiempos las hembras creadas por Dios, ya que no las creadas ó
falsificadas por los poetas y los novelistas! ¡Así procedió nuestra
primera madre en el Paraíso terrenal, cuando, segun leemos en el
Génesis...!
Por fortuna, llamaron en esto á la puerta de la calle; que, si no,
¡sabe Dios el vapuleo que habria dado el jurisconsulto á las pobres
hijas y nietas de Eva, inclusas las más guapas que figuran en las
historias!
--¡Ahí está Pepito! (exclamó la prima del Marqués:) Él nos traerá
noticias frescas...
Lo primero resultó cierto; pero no así lo segundo. Pepito entró
efectivamente en el salon, empinado y tieso para ganar estatura, y
saludando á todos, aunque sin ver más que á la forastera, como la
mariposa no ve más que la llama; mas ¡ay!, en cuanto á lo demas,
todas las noticias que habia recogido en la calle eran negativas.
Sacábase de ellas en sustancia que Manuel Venegas no habia penetrado
aún en la Ciudad, ni sabía nadie por dónde andaba;--que D. Trinidad
Muley, cansado de recorrer el campo en su busca, y teniendo que
madrugar para la gran funcion del otro dia (Misa y sermon con Señor
Manifiesto, Comunion general, etc., etc.), se habia retirado á
dormir hacía pocos instantes;--que la casa de Antonio Arregui (sita
en distinto barrio que el ya vacío palacio de los Venegas) estaba
cerrada como un sepulcro; pero no así la dispuesta para alojar al
_Niño de la Bola_, por cuyos abiertos balcones se veian muchas luces,
como si allí hubiera un muerto de cuerpo presente;--y, en fin, que
hasta los Serenos, únicas personas que ya andaban por las calles,
temian que á la tarde siguiente ocurriese alguna desgracia durante
la Procesion del verdadero Niño de la Bola, á la cual no dejaria
de asistir ninguno de los tres personajes principales del drama:
Soledad, por el bien parecer, á fin de que no se dijera que le
habia impresionado el regreso de su antiguo amador; Manuel Venegas,
á convertir en hechos sus juramentos y amenazas de antaño, y Antonio
Arregui á evitar que le creyeran huido y le infamaran con la fea nota
de cobarde...--Es decir: los tres ¡por consideracion al público!
--¡Pues hay que ir á esa Procesion!--exclamó en el acto la forastera.
--Balcones tengo reservados al efecto, desde que no podian preverse
estas baraundas... (respondió D. Trajano.)--Iremos á casa de uno de
mis labradores...
--¡No faltaré!--dijeron los ojos de Pepito, quien no podia concebir
que Manuel Venegas fuese más interesante que un hijo de las Musas.
--¡Y tambien habrá que ir pasado mañana á la Rifa! (continuó
implacablemente la madrileña.) El _Niño de la Bola_ no podrá ménos de
presentarse en aquel sitio á cumplir su juramento de bailar con la
_Dolorosa_...--¡Deseando estoy conocerlos á los dos!
--Cuente usted con palco principal, ó sea con la cueva del Mayordomo
de la Cofradía,--repuso D. Trajano, saludando á la prima del Marqués.
Y, como en aquel momento diese las once el reloj de música que habia
en el recibimiento, la tertulia se levantó en masa, despidiéndose
todos hasta la tarde siguiente, en la Procesion; con lo que la
forastera se retiró á su cuarto, á soñar con no sé qué prestamistas
de Madrid; Pepito se fué á su desvan, á componer versos eróticos á la
forastera; los tertulios innominados y mudos se marcharon á descansar
del trabajo de haber nacido, y el elocuente señor de Mirabel cayó
bajo el brazo _secular_ de su esposa.
Descansemos nosotros tambien el resto de la noche, poniendo para ello
fin al Libro Tercero; pues la gravedad de los sucesos que ocurrieron
al otro dia y en el subsiguiente exige que, ántes de relatarlos,
demos tregua á la pluma, paz á la imaginacion, y algun reposo á la
natural zozobra del que leyere.


LIBRO IV.
LA BATALLA.


I.
EL CUARTEL GENERAL DE _VITRIOLO_.

Amaneció al fin aquel memorable domingo en que habia de tener
comienzo la ruda batalla de treinta y seis horas que riñeron
definitivamente el Bien y el Mal en torno de Manuel Venegas y dentro
de su atormentado corazon;--batalla empeñadísima y desastrosa, en que
tomaron parte más ó ménos activa, directa y justiciable todos los
habitantes de la Ciudad, ó sea todos los individuos del gran Jurado
que solemos llamar «_el público_.»
_Vitriolo_ habia citado la noche anterior á su gente «para el toque
de diana, en la puerta de la botica», y allí estaban, en efecto,
desde el amanecer, los que más atras denominamos «_mozalvetes muy mal
criados, bien que algo instruidos en materias asaz delicadas_»..., de
que era apóstol y cabeza el pasante de farmacéutico.
Tambien se encontraban en aquel centro ordinario de noticias (y
excelente acechadero en tal mañana para seguir las operaciones de
Manuel Venegas, cuyo domicilio distaba pocos pasos) otras muchas
personas de distinta edad, clase y condicion, todas ellas muy
afanadas en averiguar ó referir lo último que se sabía relativamente
á los pavorosos sucesos que se _veian llegar_..., que _eran
infalibles_..., que hasta _se aguardaban con impaciencia_..., y
contra los cuales no dejaria de tronar todo el mundo ni de proceder
activamente la Justicia, luégo que se hubiesen consumado. Las mismas
criadas que iban á la compra se acercaban á aquella gran tertulia
al aire libre y metian su baza en la conversacion, indicando lo que
debia hacer cada personaje, «_si tenía honor y vergüenza_»... Las más
sisadoras y alegres de cascos eran las más implacables y terribles,
y repetian punto por punto los juramentos y amenazas que el _Niño de
la Bola_ pronunció hacía ocho años, terminando toda su arenga con la
frase sacramental de: «_¡Ahora veremos si hay hombres!_»--El propio
Alcalde, persona muy digna, discurria allí con la mayor seriedad,
sobre si Manuel mataria á Antonio aquella tarde, ó lo dejaria
para el dia siguiente en la Rifa, inclinándose á que sucederia lo
primero.--Un Familiar del Obispo, todavía simple diácono, aunque ya
iba para viejo, pero que comenzaba á tener fama de gran teólogo,
habíase aproximado á la reunion, como por casualidad, y no perdia
palabra de lo que en ella se decia, sin que áun hubiese despegado los
labios por su parte...--En fin, hasta nuestro antiguo amigo, aquel
Capitan retirado que ofreció dos pagas á Manuel Venegas la tarde de
la célebre Rifa, hallábase entre los curiosos, á pesar de sus setenta
y ocho inviernos y gloriosísimos achaques...
El único que faltaba para completar la asamblea era su presidente
nato, el dueño de la casa, el insigne _Vitriolo_, encerrado hacía
media hora en la trasbotica con una especie de bruja, antigua
deudora arruinada por D. Elías Perez y actual paniaguada de casa de
Soledad; la misma, segun creemos, que la noche anterior fué allí por
medicinas para la señá María Josefa.--Los sectarios del farmacéutico,
presumiendo sin duda los importantísimos asuntos que podian tratarse
en aquella encerrona, guardábanse muy bien de interrumpirla, y, por
el contrario, explicaban á los demas concurrentes la ausencia de su
maestro, diciéndoles que se hallaba confeccionando un medicamento
de todos los demonios para un pueblecillo de las cercanías.--Habíase
visto, sin embargo, á _Vitriolo_ salir á la botica á tomar dinero del
cajon, y, por cierto, que miéntras esto hacía, todos creyeron notar
que estaba más feo, más pajizo y más excitado que de costumbre...
Entretanto, ya se habian dado, y repetido, y comentado hasta la
saciedad, muchas y muy interesantes noticias á la puerta del
Establecimiento.--Sabíase, por ejemplo, que Manuel Venegas entró al
fin en su casa la noche anterior, cerca ya de la madrugada, con el
caballo jadeando, destrozada la ropa y sin sombrero, cual si volviese
de un espantoso combate: que este combate debió de ser consigo mismo,
pues muchos regadores lo habian visto galopar sin rumbo cierto por
los sembrados de la vega y por remotos olivares y viñas, como si lo
persiguieran invisibles fantasmas: que habia hablado con algunos
guardas de campo, y dádoles mucho dinero cuando se le quejaban de los
destrozos que hacía, oyendo, en cambio, de boca de aquellas gentes,
toda la historia de lo ocurrido en la Ciudad durante su ausencia:
que, tan luégo como dejó el caballo, salió otra vez á la calle, á
pié, embozado en una larga manta, y se dirigió al barrio de San Gil,
donde el sereno lo vió pasearse delante de la cerrada vivienda de
Antonio Arregui, y áun llamar á la puerta... (¡qué horror!), sin
que de adentro respondiesen á sus repetidos aldabonazos... (¡qué
ignominia!), hasta que, ya clareando la aurora, tomó la vuelta de su
casa y penetró en ella; con lo que inmediatamente se cerraron sus
puertas y balcones, como cerrados seguian en aquel momento...
Lo del _horror_ y lo de la _ignominia_ fueron exclamaciones
involuntarias..., del Teólogo la primera, y del Capitan la segunda...
En apoyo del concepto de éste, bien que desvirtuando su oportunidad,
agregó entónces un padre de familias:
--¿De qué os asombrais, caballeros? ¡Antonio Arregui es un cobardon,
que no se ha atrevido á pasar la última noche en su casa, ni áun en
el pueblo!... ¡Antonio Arregui huyó vergonzosamente ayer tarde, al
tener noticias de que llegaba el _Niño de la Bola_!--Yo mismo lo ví
salir á caballo, rio arriba, á cosa de las cuatro y media, y por
cierto que iba muy furioso...
--¡Pues añada usted (expuso una criada) que esta es la hora en que
no ha regresado todavía!...--¡Yo vengo del Mercado, y no está en él,
como todas las mañanas, haciendo la compra para sus operarios de la
Sierra!...
--Señores, ¡seamos justos!... (exclamó un comerciante, de orígen
burgalés:) ¡Antonio Arregui es incapaz de huir!... Si se marchó ayer
tarde, fué porque recibió aviso de que... algun mal intencionado,
sin duda..., habia roto por varios sitios la acequia que mueve los
batanes de su fábrica... Pero á aquella hora nadie sabía en el pueblo
que ese _Niño de la Bola_ se hallase tan cerca, ni tan siquiera que
estuviese en el mundo.
--¡Lo sabía D. Trinidad Muley! ¡Lo sabía la señá María
Josefa!--prorumpieron varios vecinos.
--¡Pues no lo sabía él!... (replicó el comerciante.) Yo le ví al
marchar, y sólo pensaba en sus destruidas acequias...--En fin;
apuesto doble contra sencillo á que, tan luégo como se entere de
lo que ocurre, lo tenemos de vuelta en la poblacion, resuelto á no
dejarse avasallar por nadie...--¡Yo conozco á los riojanos!
La conversacion entraba en mal camino, y estimándolo así un viejo,
de oficio buñolero, que tenía su tienda en la misma plaza, tocó muy
oportunamente otro resorte, y contó que aquella mañana, ántes de la
salida del sol, habia estado D. Trinidad Muley llamando más de media
hora en casa de su antiguo pupilo, sin conseguir que le contestaran,
cual si Manuel, al recogerse pocos momentos ántes, hubiese dado
órden á Basilia (la hermana de Polonia) de no abrir ni responder á
persona alguna, aunque echasen la puerta abajo...
--¡Me alegro! (murmuró á este propósito un discípulo de _Vitriolo_,
dirigiéndose á media voz á sus camaradas:) ¡Así no habrá podido ese
fanático de misa y olla acobardar con sus letanías al hijo de D.
Rodrigo, como lo acobardó la famosa tarde de la Rifa! ¡Temiéndome
estoy que el Niño Jesus de Santa María de la Cabeza represente
demasiado papel en este caso de honra! ¡Los curas no perdonan medio
de acreditar á sus santos y de hacer negocio!
El buñolero habia seguido entre tanto refiriendo que D. Trinidad
Muley, cansado de llamar en balde, se retiró á su casa muy
entristecido, no sin lamentarse con todos los transeuntes de que
las grandes funciones que lo amarraban aquel dia á su iglesia le
impidiesen _prevenir_ cualquier mal paso de su querido Manuel, y
diciendo con sentidas voces que esperaba en Dios y en la Vírgen
que las buenas almas de la Ciudad suplirian su ausencia de algunas
horas...
--¡_Prevenir_! (se aventuró á exponer en voz alta otro discípulo de
_Vitriolo_:) ¡Eso es contrario á la libertad! ¡Reconozco el lenguaje
apostólico, incompatible con la Constitucion vigente, por más que la
prévia censura sea muy del agrado del actual Ministerio!
Todos los circunstantes soltaron la carcajada al oir aquella salida
de tono, ménos el Capitan, que refunfuñó despreciativamente una
frase ininteligible, y ménos el Familiar del Obispo, que juzgó ya
indispensable sembrar allí algunas ideas morales y pacíficas, y
lamentó lo mejor que pudo (era vizcaino, como Su Ilustrísima, y
hablaba mal el castellano) la gravedad del lance que se le presentaba
al Sr. D. Antonio Arregui, «cuando tan bien le iba en su matrimonio;
cuando tan contento se hallaba con su fábrica, adonde se le veia
ir frecuentemente, acompañado de su mujer, de su hijo y de su
suegra; cuando la llamada _Dolorosa_ daba muestras de quererle y
respetarle tanto, y cuando algun Regidor importante, agradecido á
las grandes ventajas que el rico industrial habia proporcionado al
pueblo, acababa de ofrecerle la vara de Alcalde para las próximas
elecciones...
En este momento apareció _Vitriolo_ en la puerta de su botica.--La
bruja se habia escabullido por la puerta del patio.
Todos los mozalvetes rodearon al _maestro_, no en ademan de
veneracion ó cariño, sino de una cínica confianza que rayaba en
burla, diciéndole sucesivamente:
--¡Buenos dias, Palo-dús!
--¡Buenos dias, Espátula!
--¡Buenos dias, Panacea!
--¡Buenos dias, Cerato Simple!
--¡Buenos dias, Papaveris-albis!
Tantos y otros muchos nombres tenía el ayudante de farmacéutico, bien
que el público en general hubiese optado por darle el de _Vitriolo_.
--¡Buenos dias, morralla!--contestó el enemigo de Dios, regalando una
repugnante risa de su fea y desaseada boca á los insolentes mozuelos.
Y ni saludó al resto del concurso, ni fué saludado por él.--No podia
darse mayor franqueza ni más desprecio recíproco por parte de todos.
_Vitriolo_ tenía veintiocho años; pero manifestaba cuarenta: tan
marchita se hallaba su piel, tan calva su frente, tan arruinada su
dentadura, tan encorvado su talle, tan turbio su mirar y tan mermada
su vista. Sin rayar en monstruo (lo cual hubiera excitado compasion);
sin carecer de hechura humana, ni faltarle ningun remo ni sentido,
era de lo más feo que Dios ha criado. Hacía daño á los nervios el
extravío de sus ojos; ofendía su sonrisa, hasta cuando procuraba
ser cariñosa; causaban náuseas su color de membrillo y su pelo de
muerto, áun prescindiendo de su total descuido en cuanto á policía y
limpieza. Tenía enormes piés y manos, las piernas un poco torcidas,
hundido el tórax, desagradable la voz y apestoso el hálito. Dijérase
además que lo vestían sus enemigos, pues su ropa amarillenta y su
corbata verde no podian ser ménos adecuadas al color de su rostro,
por más que estuviesen salpicadas de manchas de toda clase de
pringues y ungüentos.--Tal era el atrevido personaje que pretendió á
la _Dolorosa_ despues que Manuel Venegas y ántes que Antonio Arregui:
tal era el misionero de la incredulidad en aquella poblacion de moros
bautizados: tal era el inteligente _mancebo_ de la mejor botica de la
Ciudad, cuyo titular y dueño residia casi siempre en el campo: tal
era el _traidor_ de nuestro drama.
No bien lo divisó el Familiar del Sr. Obispo, puso término á su
pacífica elegia, y trató de marcharse; pero _Vitriolo_, que lo
advirtiera, exclamó con su acento burlon y desapacible:
--Siga usted, Sr. D. Carmelo... ¿Por qué se calla al verme? ¿Estaba
usted profetizando, como anoche, los milagros que haria esta tarde en
la Procesion el _verdadero_ Niño de la Bola?--Anoche no le respondí
á usted porque tenía dolor de estómago; pero hoy debo decirle
que el _verdadero_ Niño es más _supuesto_ que el _falso_, y, por
consiguiente, ménos capaz de hacer prodigios.--¡Figúrense ustedes que
está esculpido en madera de roble, y que, una vez que se le rompió
la mano en que lleva el _mundo_, se la remendó por una peseta el
carpintero de aquí al lado!...
--¡Esto no se puede sufrir! (gruñó el Capitan, pidiendo una silla y
sentándose en medio del corro.) ¡Yo no sé por qué viene uno á donde
se dicen tantas insolencias y majaderías!...
--Tiene usted razon... Yo me voy... (dijo el Alcalde.)--¡Estos
diablejos lo comprometen á uno!--Vamos, Martin...
Y penetró en la casa de Ayuntamiento.
--¿Ves? (observó á _Vitriolo_ el llamado Martin, discípulo suyo, muy
de notar por lo flamante y moderno de su equipo:) ¿Ves? ¡El señor
Alcalde ha tenido que irse!--¡Dices cosas demasiado fuertes!
--¡Habló Judas! (gritó el farmacéutico.)--¡Camaradas! Ya os lo
dije anoche... ¡Martin nos abandona!--¡Desde que lo han nombrado
escribiente del Ayuntamiento se ha vuelto beato!...--¡Hay que
expulsarlo de nuestra comunidad! ¡El mejor dia lo vamos á ver dándose
golpes de pecho en las iglesias!
--¡Yo no soy beato ni lo seré nunca! (respondió Martin muy
amostazado.) Lo que nos pasa á todos tus amigos es que, como somos
ménos feos que tú, no aborrecemos tanto á Dios, y se nos olvidan tus
lecciones de impiedad. Si tú no hubieras nacido tan deforme, ya
habrias tenido novia, tal vez te hubieras casado con ella, y ¡quién
sabe si á estas horas serías el padrazo más creyente, más optimista
y más religioso de la Ciudad!...--Pero, amigo, eres tan horrible, y
te dolerá tanto no haber encontrado todavía una mujer que te escuche,
que ¡vamos!... me explico que no estés agradecido al Criador...
--¡Al Criador! ¡Al Criador! (repuso _Vitriolo_ con amarga
ironía.) ¡Es la primera vez que te oigo pronunciar esa
palabra!...--¡Muchachos! ¡os repito que nos vende desde que
le han dado ese plato de lentejas!--Paco Antúnez... llegas
oportunísimamente... ¡Tú, que eres mi discípulo mayor, mi brazo
derecho, mi brazo fuerte, mi brazo secular, cerrarás la puerta del
Templo (digo, de la trasbotica) á ese caballero escribiente que ya
fuma tabaco propio!
--¡Nada me importa no volver por aquí! (replicó el maltratado
discípulo:) ¡Y ya verás cómo poco á poco se van yendo todos estos
incautos á quienes pudres con tus doctrinas!--En cuanto á lo demas,
sepan ustedes, señores, que, si _Vitriolo_ aborrece tanto á la
_Dolorosa_, consiste en que estuvo enamorado de ella y recibió
calabazas... ¡ó algo peor que calabazas!...
--¡Mentira! (gritó el boticario, hecho un veneno.) ¡Fué muy al
revés! ¡Yo no la quise, cuando D. Elías me la daba enterrada en
onzas!...--Pero bien sabe todo el mundo que soy amigo de Don Antonio
Arregui, y que su suegra manda aquí por todas las medicinas.--Por
consiguiente, eso que has dicho es una infame calumnia...
--¡Aquél me lo ha contado esta mañana!...--respondió Martin,
señalando á nuestro Pepito, que asomó en tal momento por un arco de
la Plaza.
--¿Aquél?--¿Y quién es aquél?--¡Ah! ¡Pepito! ¡Otro Judas! ¡otro
desertor como tú!--¡Tambien venía él ántes á nuestra reunion,
y era de los más calientes contra el bando apostólico!--¡Verán
ustedes cómo ahora pasa de largo, sin mirar siquiera hácia aquí!...
¡Vendrá de adular al Obispo, á ver si lo hace sacristan!...--Sr.
D. Carmelo, dígaselo usted de mi parte á Su Ilustrísima... ¡Dígale
que Pepito no cree en Dios!...--¡Oiga! y ¡qué compuesto sale tan de
mañana!...--¡Nada! ¡No nos saluda!--¡Habrá trasto como él!--¡Sin duda
irá á pedirle un destino á la forastera del Afrancesado, á esa prima
vigésima de un Marqués de mentirijillas, cuyo título no está en la
_Guía de Forasteros_!...
--¡Cálmate! (advirtió por lo bajo Paco Antúnez á _Vitriolo_) ¡Vas á
disgustar á todo el mundo!
--¡No me calmo! ¡Estoy harto de padecer! ¡Miren cómo me ha puesto de
frescas ese escribientillo, sólo porque dije que el Niño Jesus es de
madera!--¡Pues de madera es! ¡Y, si en lugar de una cruz de plata,
hubiesen puesto una púa de hierro á la _bola_ que lleva en la mano,
tendríamos al _mundo_ convertido en un trompo!
--¡No es mucho más grande que un trompo nuestro mezquino mundo, si
se le compara con la inmensidad y con el poder de Dios! (exclamó
gravemente el teólogo, creyendo que el sesgo del debate le favorecia
para hacerse oir.)--Si el mundo y el hombre no son de madera, son
de barro..., y están hechos _de la nada_, como dice la Sagrada
Escritura.--La fuerza y santidad de ese _Niño de palo_ y de la cruz
que ostenta ese _trompo_ consisten en la moral que simbolizan y en el
Sacrificio que recuerdan; consisten en que ayudan á desarmar la ira,
á templar la concupiscencia, á hacer al hombre hombre...
--¡Y el que usted hable así consiste (interrumpió _Vitriolo_) en que
es barbero del Sr. Obispo, desde que Su Ilustrísima desempeñaba un
curato en Vizcaya!...
--¡Á mucha honra! (contestó el Familiar, conteniendo con su noble
actitud las risotadas de unos y el movimiento de indignacion y
retirada de otros:) ¡Es muy verdad que sigo afeitando á mi señor y
padre, el cual me sacó de la miseria cuando la Guerra civil me dejó
pidiendo limosna; pero eso no quita para que yo... yo... (que sería
muy capaz de ahogar á usted entre mis manos, si no me lo impidieran
mis ideas religiosas) me complazca en pedir á Dios que tenga
misericordia de su alma de usted!
--¡Bien dicho, señor Cura! (exclamó el Capitan.) ¡Deme usted esos
cinco!
--¡Palabras de carlista! ¡Estratagemas de apostólico! (replicó el
boticario:) ¡Por todas partes se va á Roma!
--Lo mismo diria y haria (repuso el teólogo) si fuera judío,
moro ó protestante. Yo no defiendo aquí ahora ninguna _religion_
determinada: defiendo la _religiosidad_ en abstracto, el temor
de Dios, el amor al hombre...--En fin, lo perdono á usted, y me
marcho...--¡Usted abrirá los ojos con el tiempo!
_Vitriolo_ conoció que quedaba mal, y trató de detener al diácono,
diciéndole á toda prisa:
--¡Defiende usted las tinieblas! ¡Defiende usted la Inquisicion y
el fanatismo! ¡Defiende usted la mentira, profesada como industria
para tiranizar y explotar á los hombres!--¡En cambio, nosotros los
filósofos defendemos los fueros de la razon, la causa de la verdad,
la despreocupacion del entendimiento, la dignidad de la especie
humana!--¡Nosotros no queremos que nadie viva engañado, ni sometido
á las desigualdades de la suerte, en la esperanza de otra vida y de
un Cielo que no pueden existir, que no existen, que repugnan á la
buena lógica, como lo demuestra el célebre dilema de Epicuro!...
Pero el teólogo no oia ya al farmacéutico, pues se habia marchado
efectivamente, dejándolo con la palabra en la boca.
La mayoría del público, y con especialidad las personas graves,
comenzaron á desfilar tambien, renunciando á las decantadas ventajas
de convertirse al ateismo; con lo que pronto la tertulia quedó en
cuadro...
--Pero ¡hombre! (arguyó entónces el Capitan, encarándose con
_Vitriolo_:) Suponiendo que todas esas infamias que usted dice sean
ciertas, ¿qué adelanta con darnos tan malas noticias? ¿Qué pierde
usted con que yo me consuele de mis reumas, de mi retiro forzoso, del
atraso de mis pagas, y del disgusto de conocer á muchos malvados como
usted, esperando, como espero, hacer en otra parte una campaña mejor
que la de esta pobre vida?--¿Me equivoco?--¡Pues déjeme usted en mi
dulce engaño! ¡No haga usted el oficio de Satanás! ¡Piense usted en
sus ungüentos, y déjenos á nosotros con nuestros santos de madera,
que tambien nos sirven de medicina!
--¡Valiente modo de discurrir! (contestó el boticario.)--¡Bien
se conoce que no ama usted la _verdad_ ni ha visto un libro por
el forro!--¡Los militares fueron ustedes siempre oscurantistas,
inquisitoriales, serviles!
--¡Vaya usted mucho enhoramala! (repuso el Capitan, levantándose:)
¡Yo no soy servil! ¡Yo soy más liberal que usted! ¡Yo me he batido
contra Napoleon y contra Angulema! Yo he derramado mi sangre,
defendiendo la Independencia y la libertad de mi patria, hasta
que, por viejo y achacoso, me dieron el retiro...--Pero todavía
soy capaz...--En fin, no quiero incomodarme...--Repito que hago
una tontería en venir por aquí...--¡Todos sois unos impíos, unos
luteranos, unos mocosos, que debiais estar en la Cárcel!...--Mas ¿qué
le hemos de hacer? ¡El mundo marcha así!--Conque, muchachos, ¡hasta
luégo!...--Son las ocho, y voy á ver si me dan de almorzar.
Grandes carcajadas y burlas produjo en los mozalvetes el apóstrofe
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