El Niño de la Bola: Novela - 10

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del veterano; y, como en pos de él se marchase la poca gente de viso
que ya quedaba en el corro, penetraron aquéllos en la botica, donde
el Maestro, atendida la especialidad de las circunstancias, les dejó
meter mano al cajon del _palo-dús_, y hasta fingió no reparar en que
algunos se empinaban las botellas del jarabe simple, del jarabe de
corteza de cidra y del jarabe de altea.
* * * * *
Terminado el refrigerio, todos se fueron á sus casas á continuar
almorzando, ménos Paco Antúnez, á quien habia dicho _Vitriolo_:
--No se marche usted, señor Jefe de Estado Mayor.--Tenemos que
hablar...
--¿Qué hay? (preguntó el mimado discípulo con cierto aire de
valiente.) ¿Qué dice la _Volanta_?
Paco Antúnez era, en efecto, segun ya habia indicado su _jefe
espiritual_, el mozo más templado y terne de aquel plantel de
descreidos, así como el más callado, el más fino y el de mejor
figura: en resúmen, era el más _guapo_ en el triple sentido de la
palabra.
_Vitriolo_ le contestó con suma afabilidad:
--La _Volanta_ está en muy buen terreno.--Tú sabes que fué una
labradora muy acomodada, y que su aficion al aguardiente la hizo
caer en las garras de D. Elías, quien la dejó pidiendo limosna...
Hoy le dan de comer Soledad y su madre, más bien por remordimiento
que por caridad, de donde se deduce que ella las detesta con todo su
corazon. En cambio, como ve que yo soy el abogado consultor de los
pobres; que no voy á misa, y que le hago de balde ciertos ungüentos
para sus oficios de curandera y de bruja, me quiere con toda su
alma, ve en mí una especie de Vicario del Diablo, único Dios en que
cree, y me cuenta todo lo que sucede en casa de la _Dolorosa_.--Ahora
bien: por ella he sabido que la señá María Josefa fué quien mandó
anteanoche romper por varios puntos la gran acequia de la Fábrica tan
luégo como se enteró de que llegaba Manuel Venegas, obligando así á
marchar allá á Antonio Arregui y ganando tiempo para entenderse con
el burlado amante... La misma _Volanta_ proporcionó el hombre que
rompió dicha acequia, y ella tambien debia procurarme á mí hoy, segun
me ofreció anoche, esta ú otra persona que fuese á la Fábrica, como
por casualidad, y participase á Antonio Arregui el regreso del _Niño
de la Bola_...--¡Seis reales le dí para ello!...
--Son tres leguas de ida y tres de vuelta...--¡No estuvo
mal!--pronunció flemáticamente Paco Antúnez, encendiendo un buen
trozo de lo que entónces se llamaba _tabaco negro_.
--No estuvo mal... (repitió _Vitriolo_.)--Pero es el caso que todos
los hombres á quienes ha propuesto el trato la _Volanta_ recelan
que se entere el _Niño de la Bola_, y ninguno se atreve á ir á la
Sierra...--¡Ya ves qué contrariedad!--Son las ocho de la mañana, y
es menester que el marido de la _Dolorosa_ se halle aquí ántes de la
hora de la Procesion...
--La Procesion es á las cuatro...--observó Antúnez, chupando aquel
veneno que tenía en la boca.
--¿Te atreverias tú á ir?--preguntó _Vitriolo_ afectando gran
indiferencia.
--¡Yo no!--respondió inmediatamente el discípulo, con una frialdad
impropia de sus veintidos años.
--Puedes fingir una cacería... (insistió _Vitriolo_.) Coges el
caballo y la escopeta, y en dos horas estás allí...--Arregui no podrá
maliciarse que vas exprofeso á darle la noticia.
--He dicho que no voy...--replicó Antúnez, mirando el humo de su
cigarro.
--¿Temes que se lo cuenten á Manuel Venegas? ¿Te asustas tú tambien
del _Niño de la Bola_?...
--No es eso, amigo _Vitriolo_.--Te temo á tí; me asusto de tu
ferocidad.--Cualesquiera que sean mis ideas religiosas, ó, mejor
dicho, aunque no me hayas dejado ninguna, yo no he nacido para matar
con mano ajena.--Yo no soy, como tú, indiferente á la moral y á la
política: yo amo el bien, aunque no crea en otra vida futura... Yo
soy republicano.
--Ya lo sé..., y haces muy mal... (respondió _Vitriolo_.)--Lo mejor
es no ser nada.
Antúnez replicó en el acto:
--Para hablar así hay que principiar por donde tú principias; por
aborrecer á la especie humana.--Ahora bien: yo no la aborrezco: yo
amo á los hombres, y deseo su dicha, como la desearon Caton, Bruto y
Robespierre...
--Pues entónces, ¡fíngete cristiano!... (dijo _Vitriolo_, riéndose.)
De esa manera podrás ofrecer dos bienaventuranzas á tus adorados
prójimos; ó sea una de presente, y otra de futuro; una en esta vida,
y otra donde cuentan los sacristanes.
--¡Yo no sé decir lo que no siento! (contestó el filántropo); y
por eso precisamente me niego á ir á engañar á Antonio Arregui,
ocultándole el objeto de mi excursion á su fábrica...
--¡Pero tú olvidas lo que hablamos anoche! (exclamó _Vitriolo_ muy
apurado.) ¡Tú olvidas que, si D. Trinidad Muley empastela este
asunto, la victoria será de las ideas místicas! ¡Dirá el clero y
repetirán las viejas que ha habido _milagro_, como lo dijeron en
1832, cuando Manuel Venegas dejó de matar á D. Elías Perez la tarde
de la famosa Rifa!--Contaba entónces D. Bernardino, el Sacristan de
la Parroquia, que, si no ocurrió allí una muerte, se debió á que D.
Trinidad se abrazó á la Efigie del Niño del Dulce Nombre pidiéndole
auxilio...--Hay más: la señá Polonia, el ama..., ó la querida del
Cura... (No frunzas el entrecejo: admito que sólo sea su ama...),
tomó de aquí pié para soltar la especiota de que la tal Efigie,
decidida protectora del hijo de D. Rodrigo, le devolvió el habla
cuando muchacho...--¡Todo esto es muy grave!--¡Antúnez! ¡ó somos ó no
somos enemigos de la supersticion! ¡Tu causa es la mia, aunque yo no
sea republicano, ni monárquico! ¡Hay que desvanecer esas patrañas!
¡Hay que evitar un nuevo triunfo de D. Trinidad Muley!
--Desengáñate, _Vitriolo_... (contestó friamente el republicano.)
Lo que á tí te mueve en esta empresa, no es la Filosofía, á que yo
tambien rindo ferviente culto, sino el insensato amor que tuviste á
la _Dolorosa_, convertido en odio mortal, por haber ella obligado á
un perro á comerse tu amartelada declaracion...--Yo ignoraba anoche
tan divertido lance; pero esta mañana me he enterado de él, como
todo el pueblo, por haberlo referido anoche el Afrancesado á sus
tertulios...
_Vitriolo_ se retorció convulsivamente, y lanzó una especie de
alarido...--Irguióse luégo y dijo con dolorosa mansedumbre:
--No te lo negaré yo á tí, que eres mi ojo derecho... No te negaré,
mi querido Paco, que tambien procedo á impulsos de ese rencor
inextinguible... No te negaré que la felicidad de la _Dolorosa_ me
vuelve loco; que necesito verla llorar tanto como yo he llorado,
y que la ocasion es esta.--Pero no por eso dudes de que, al propio
tiempo que vengarme, quiero defender la santa Filosofía, ¡única
gloria y consuelo de mi pobre existencia!--¡Sí, yo trato de evitar
que los Curas hagan creer á los necios en un _milagro_ de las ideas
religiosas que nos ponga en ridículo á todos vosotros y á mí! ¡Yo
quiero libraros y librarme de una silba de todo el pueblo!--D.
Trinidad Muley, con sus limosnas, entremetimientos y gramática parda,
es el levítico que más daño hace hoy en esta Ciudad á la causa de
la _razon_.--¡Hay que presentarle una batalla campal! ¡Hay que
destrozarlo para siempre!
--En ese punto estás repitiendo palabras mias..., ya que no por
lo tocante á la persona de D. Trinidad (que es un buen hombre,
sin malicia ni talento), en lo que respecta al verdadero bando
apostólico...--Pero, entre combatir el error, y lo que ahora me
pides; entre predicar uno sus ideas filosóficas, y traer al matadero
á un hombre de bien, hay mucha, muchísima distancia.--Repito que no
voy á la Sierra.
--¡Pues no vayas! (exclamó _Vitriolo_ con sumo desprecio.)--Yo me las
compondré sin tí.
--¿Irás tú mismo á buscar á Arregui?--preguntó irónicamente Paco
Antúnez.
--¡Así pudiera cerrar la botica!--Pero estoy solo, y no puedo
moverme de aquí ni de dia ni de noche.--Por lo demas, ten entendido
que yo soy el único hombre de este pueblo que no le teme al _Niño de
la Bola_.
--Dos ó tres veces te he oido decir eso...--¿Quieres explicármelo?
--Tiene muy poco que explicar.--No le temo, porque soy cobarde.
Y, al hablar de este modo, _Vitriolo_ se erguia con especial orgullo.
--¡Gran verdad has dicho! (exclamó Antúnez.)--El mundo es de los que
no pelean; ó, más bien, de los que no dan la cara...--No hay quien
corra ménos peligros que un cobarde...--El desprecio de los valientes
les sirve de escudo...--En fin... ¡allá tú!--Yo me retiro, con tu
licencia.
El boticario suspiró melancólicamente, y murmuró, como hablando
consigo mismo:
--¡Hay pocas naturalezas cabales!...
--Pocas,--repitió Antúnez.
--Con todo, ¡por algo seré yo vuestro jefe!
--Ya lo creo... ¡y áun por algos!
--¿Estás pesaroso? (interrogó vivamente el farmacéutico.) ¿Piensas tú
tambien abandonarme?
--Sí: te abandono ahora, porque me voy á almorzar,--contestó el
discípulo mayor, sonriéndose indefiniblemente.
Y se marchó muy despacio, dejando sumido á _Vitriolo_ en dolorosas
meditaciones.

El resto de la mañana fué, cual si dijéramos, una ampliacion de
la tertulia que hemos presenciado en la puerta de la botica.--Tan
luégo como el vecindario acabó de almorzar, llenóse otra vez la
plaza de corrillos y de paseantes, cual si allí se celebrara la
gran fiesta del dia, y no en el barrio de Santa María de la Cabeza.
Contra la inveterada costumbre, muchas personas principales del
pueblo, y desde luégo todos los hombres de armas tomar ó aficionados
á ruidos y reyertas, dejaron de asistir á la solemne Misa que en
aquel instante se cantaba en la Parroquia gobernada por D. Trinidad
Muley.--«¿Á qué ir (parecia decirse la gente), cuando sabemos que
Manuel Venegas está encerrado en esa casa?»--No apartaban, pues,
los ojos de aquellos mudos balcones ó de aquella inexorable puerta
los grupos diseminados acá y allá, y hasta los mismos paseantes
volvian la cabeza á cada momento, para ver si daba señales de vida
el albergue del infeliz recien llegado.--Tenía aquello algo de la
expectativa del público en una plaza de toros, cuando los aficionados
bullen todavía en el circo, esperando á que se anuncie la salida de
la fiera, para quitarse de en medio y dejar á otros el cuidado de
hacerle frente...--Ó, más bien, era un caso igual al de los antiguos
torneos... ¡Manuel y Antonio veíanse como obligados á optar entre
la pelea y la deshonra! «_¡Sangre ó rechifla!_» parecia ser el
estribillo del coro.
Llegó la hora de comer (las dos de la tarde), sin que se hubiese
movido ni una mosca en casa de Venegas (no obstante haber estado dos
veces llamando al porton el ama de D. Trinidad Muley y otras dos un
acólito de la parroquia de Santa María), y el público se retiró de la
plaza...
Pero no habian transcurrido veinte minutos cuando ya se hallaban
de vuelta algunas personas... (¡Parcas fueron en el comer, ó poco
abastecida estuvo su mesa!)--Otras regresaron algo más tarde:
acudió, por añadidura, mucha gente que no habia estado allí por la
mañana, y, con todo ello, la plaza acabó por parecer un animadísimo
campamento... ¡Baste decir que varios mozos, y hasta algunos sujetos
muy formales, hablaban ya de su firme propósito de no ir á la
Procesion, si veian que Manuel no concurria á ella, y de pasar allí
el resto de la tarde!...
De pié á la puerta de su tienda el verdadero General de aquel ocioso
ejército...; quiero decir, de pié á la puerta de su botica el
intrépido _Vitriolo_, se restregaba las manos, al ver que todos, por
comision ó por omision, estaban secundando su plan de batalla, y
daba instrucciones á sus oficiales de Estado Mayor para que sembrasen
entre los corrillos las ideas más conducentes al triunfo de la ira
sobre la paciencia, ó, como él decia, «al triunfo de la razon sobre
las preocupaciones.»
De pronto, cundió por toda la plaza una noticia que revolvió y barajó
los grupos, formando otros nuevos y más numerosos, en que ingresaron
hasta los paseantes...--Pepa la peinadora acababa de cruzar por allí
diciendo que venía de rizar el pelo á la señora de Arregui, en forma
de tirabuzones iguales á los de la forastera, y que en aquel momento
la dejaba vistiéndose de tiros largos para ir á la Procesion en
compañía de su madre...
No habian empezado los comentarios acerca de este grave
acontecimiento, cuando ocurrió otra novedad que puso el colmo á la
agitacion de la muchedumbre...--¡La puerta de la casa de Manuel
Venegas se acababa de abrir, y Basilia, su ama de gobierno, estaba en
el portal notificando al público que el hijo de D. Rodrigo Venegas
habia comenzado á arreglarse para ir á la Procesion del Niño de la
Bola!
La alegría, el miedo y el entusiasmo de la multitud no tuvieron
límites... Hubo hasta aplausos de la gente baja, y silbidos y
carreras de los pilluelos; advertido lo cual por el Alcalde, y
temiendo un motin ó cosa parecida, aconsejó á todos, por honor de
aquella Ciudad, antigua Colonia fenicia y romana, y posteriormente
Corte de no sé qué rey moro, que se trasladaran á la carrera de la
Procesion (donde parecia más natural que estuviesen reunidas aquella
tarde las personas decentes), y que allí esperasen con la debida
compostura la llegada de su querido paisano Manuel Venegas,--quien no
dejaria de alegrarse mucho de poder salir de su casa como un hombre
serio y formal, y no entre aquella especie de rebullicio...
Penetráronse de estas razones los agitados grupos, y casi todos
se disolvieron, ó, mejor dicho, se encaminaron en masa hácia la
Parroquia de Santa María, cuyas alegres campanas anunciaban ya con su
primer repique que apénas faltaba una hora para la Procesion...
Sigamos nosotros el turbion de la gente, y trasladémonos tambien á
aquel apartado barrio, donde nos aguardan muchas personas conocidas.


II.
LA PROCESION.

Era una hermosísima y apacible tarde, en que la Primavera, vestida
de andaluza, llenaba el cielo de esplendores y sonrisas, de cálidos
besos el sosegado ambiente y de fragantes rosas los huertos y
balcones de la Ciudad, el lustroso peinado de las doncellas y las
manos de sus felices ó desgraciados amadores.
Todavía faltaba media hora para la salida de la Procesion, y la calle
de Santa María de la Cabeza (á cuyo extremo inferior se halla situado
el Templo del mismo nombre) estaba ya hecha un patio del Cielo,
una antesala de la Gloria, un verdadero Empíreo..., tal y como los
nietos de Adan y Eva nos imaginamos y solemos representar semejantes
excelsitudes desde nuestro confinamiento terrestre...
Quiero decir con esto, que todas las ventanas tenian grandes
colgaduras de coco, de zaraza, de filipichin y hasta de damasco,
en las cuales era fácil reconocer las colchas de novios de muchas
generaciones, miéntras que el suelo de la prolongada calle y de
toda la carrera que habia de llevar la Procesion veíase alfombrado
de verde juncia, de amarilla gayomba, de olorosos mastranzos y de
otras campesinas hierbas...--Las campanas de Santa María repicaban
gozosamente por segunda vez, anunciando que ya se acercaba el momento
solemne... Cohetes voladores reventaban á docenas en los aires, como
notificando á los demas planetas lo que ocurria en el nuestro...,
y el tambor de la Milicia Nacional daba _golpes_ y redobles de
_atencion_ y _llamada_, que hacian subir de punto la general
expectativa...
Todas las ventanas y azoteas, y áun los mismos oblicuos tejados,
estaban llenos de gente, sobre todo de mozas aderezadas y carilimpias
(muchas de ellas nada más que _cari_), habiéndose reservado los
balcones para las señoras y señoritas del centro de la Ciudad, que ya
ostentaban en ellos sendas mantillas ó tocas de Almagro, peinados á
la francesa y demas distintivos de su elevada alcurnia.
En la calle no se podia echar un alfiler: tan atestada se veia de
artesanos vestidos de _nuevo_, de jornaleros vestidos de _limpio_
y de caballeretes vestidos de _moda_. Hasta los regadores habian
abandonado los campos y encontrábanse allí, apoyados en sus
azadas, como dispuestos á volver á la interrumpida tarea en cuanto
presenciaran el paseo triunfal del Niño de Dios.--Algunos militares
retirados (entre los cuales descollaba nuestro Capitan) lucian su
irreemplazado uniforme de la Guerra de la Independencia, y ¡á fe
que era grato verlos embutidos en sus casacas de altísimo cuello,
provisto de sudadero, que les rozaba la coronilla, con la ancha
capona ó la larga charretera empinadas sobre los hombros, con el
inflexible corbatin de ballena impidiéndoles toda comunicacion con el
género humano, y con su morrion de carrilleras y descomunal campana,
que no habria podido soportar el propio Dios Marte!...--Por último:
los bulliciosos chicuelos y los circunspectos milicianos (ó sea _los
nacionales_, que era como se llamaban allí entónces) se apiñaban en
el atrio y gradas de la Iglesia, para servir, aquéllos de vanguardia
y éstos de escolta, á la venerada Efigie del Niño Jesus,--en tanto
que el sol, enfilando de lleno la calle al bajar á Poniente, daba
á todas aquellas cosas divinas, humanas y pueriles un carácter
glorioso, triunfante, santo, que si distaba muchísimo de la beatitud
eterna, diferenciábase tambien algo de las cotidianas luchas de esta
vida.
La forastera, con traje negro, mantilla blanca y muchas joyas
de escaso valor, ocupaba el balcon principal de una de las
mejores casas de aquel barrio; balcon enorme, con balaustres de
madera color de chocolate, que podia contener quince ó veinte
personas.--Hallábanse, pues, tambien allí D. Trajano, su esposa y
todos sus tertulios, excepto nuestro amigo Pepito, que se contoneaba
en la calle, frente por frente de aquella casa, para que la madrileña
lo viese navegar por el mundo como todo un hombre y admirara de
léjos su frac de tijera (refundicion del único que habia tenido su
buen padre), su pantalon de color de avellana, su corbata celeste,
su chaleco de mil flores y su colosal sombrero de copa...--¡El pobre
ingenio parecia un mico vestido de máscara!
Á D. Trajano Mirabel le habia dado aquella tarde por hablar
de política, y traia mareado á otro señor de su edad, tambien
moderado acérrimo, que solia formar parte de su tertulia; pero ni
éste ni nadie tenian ya atencion para otra cosa que para mirar á
una hechicera mujer, tambien con mantilla blanca, que acababa de
presentarse y tomar asiento en un balconcillo del entresuelo de la
casa de enfrente.
--¡Es usted afortunada! (dijo doña Tecla á la prima del Marqués.)
¡Toda la tarde vamos á estar viendo á la _Dolorosa_!--¡Allí la tiene
usted..., con una mantilla como la suya!...--¡Jesus María! Y ¡cómo
la mira la gente!...--¡Ni que ella fuera la Procesion!
En efecto: Soledad estaba allí; donde ménos se la esperaba; en una
casa humilde; en aquel peligroso balcon, tan cercano al piso de
la calle... ¡casi confundida con la multitud, cuando habia podido
disponer de todas las casas y de todos los balcones del barrio!
--¡Qué temeridad! ¡Qué imprudencia! (decian algunos.) ¡Elegir ese
sitio, estando en el pueblo el _Niño de la Bola_! ¡Sabiendo que viene
tan irritado!...
--¡Qué falta de consideracion! ¡Qué descoco! (añadian algunas.)
¡Andar de fiestas, estando ausente su marido! ¡constándole que _el
otro_ piensa venir aquí!
--¡Confesemos que es muy valiente! (reponian los más tolerantes.)
¡Ella misma se lanza á la cabeza del toro!--¡Mirad qué cara tan
serena y tan hermosa! ¡Mirad qué sonrisa tan altanera! ¡Mirad qué
ojos! ¡Ninguna inquietud se lee en ellos!--Y, sin embargo, ¡bueno
andará su corazon!
--¡Esa! ¡esa es la _Dolorosa_! (exclamaba al mismo tiempo D. Trajano,
dirigiéndose á la prima del Marqués:) ¡Este golpe la retrata de
cuerpo entero! ¿Sabe usted á qué viene aquí? ¡Á desarmar á Manuel con
su presencia! ¡á hacerle apetecer una paz vergonzosa para Antonio
Arregui! ¡á jugar el todo por el todo!--¡Ya dije á usted anoche que
Soledad ama... hasta cierto punto al intrépido Venegas!--Yo soy
viejo, y conozco el pecado...
--¡Es usted atroz!--contestó ágriamente la cortesana, cual si el
jurisconsulto la hubiera sorprendido recorriendo con la imaginacion,
por cuenta de Soledad, aquel sendero pacífico, criminal y deleitoso.
Y luégo añadió, quitándose los lentes:
--¡Pues, señor! declaro que esa mujer vale más de lo que yo me
figuraba...--Aunque viste con mediano gusto y tiene una expresion
hipócrita que da miedo, es muy bonita, muy graciosa, y hasta muy
interesante...
¡Que si lo era!...--Permítasenos describirla por última vez...
Permítasenos decir á qué extremo de hermosura habia llegado la
que conocimos inocente niña y púdica doncella, cuando la vemos ya
convertida en mujer de veinticinco años, esposa y madre.
Soledad no pertenecia á la raza de las estatuas griegas. Su belleza
tenía más de gótica que de pagana, más de romántica que de clásica,
más de las creaciones de Schiller y Walter Scott que de las de
Homero y de Ovidio; más, en fin, de dama que de diosa.--Así y todo,
su cuerpo era un primor de forma, cuyas suaves líneas vacilaban
dulcemente entre la curva y el ángulo, dando mayor realce y gallardía
á los femeniles contornos. Ni se admiraba sólo la forma en aquella
exquisita figura: la misma _materia_ (cosa indiferente en la belleza
gentílica) tenía en ella singular atractivo y hablaba por sí propia
á la imaginacion. Era, en resúmen, una de esas mujeres finas y
nerviosas (á quienes erróneamente se suele llamar _espirituales_ ó
_ideales_), cuyos encantos corpóreos no se limitan al dibujo, al
_modelado_ exterior, á la belleza plástica, como en las beldades
olímpicas, sino que residen y se aprecian en la totalidad del sér
físico, en su índole y naturaleza, en la calidad de la masa, en todo
lo que de ellas puede ver el escultor y en todo lo que adivina el
fisiólogo: mujeres verdaderamente _materiales_ y _terrenas_, mucho
más _humanas_ que esas macizas cariátides sin nervios en que parece
que todo es arcilla: ¡elásticas serpientes, de piel dócil y suelta,
de carnes precisas y delicadas, de huesos cálidos y endebles, de
sangre rápida y fluida, que viven y huelgan en el fuego, como se
cuenta de las salamandras!
El rostro de la _Dolorosa_ acrecia el profundo interes y la ardiente
curiosidad que ya despertaba en el ánimo el aspecto general de su
lánguida y voluptuosa contextura. Aquella palidez inalterable y
llena de vida; aquellos ojos amantes y altivos á un propio tiempo;
aquellos labios sensuales y desdeñosos; aquel sentimentalismo del
conjunto de sus facciones, tan incompatible con la materialidad de la
vida que llevaba pacíficamente la casual esposa de un hombre vulgar
ó cuando ménos prosaico; todas estas contradicciones de su sér y de
su existencia, expresadas vagamente por su semblante, hacian que
Soledad cautivase la imaginacion y el deseo, como todo lo misterioso,
como todo lo inexplicable, como una esfinge, guardadora de trágicos y
peregrinos secretos.
Dicho se está que casi ninguna de estas sublimidades pasaba por
las mientes á aquellos semi-africanos que devoraban con la vista á
Soledad; mas no por ello se les oscurecia la sustancia de cuanto
acabamos de exponer, ni envidiaban ménos, en hipótesis, al feliz
mortal que sacase de su forzosa, perdurable apatía á la malograda
heroína de amor;--lo cual equivale á decir que envidiaban en futuro
contingente á nuestro amigo Manuel Venegas, presunto dueño de aquel
corazon encarcelado.--Por lo que respecta á Luisa y al señor de
Mirabel, estaban muy al tanto de todo (á fuer de doctores en materias
de arte, vicio y sentimiento), y fueron aquella tarde mucho más allá
que hoy mi tosca pluma en el análisis físico-poético-moral de la
_Dolorosa_.
De pronto, advirtióse en los grupos un gran movimiento, que muy
luégo se propagó á ventanas y balcones, como si ocurriese alguna
extraordinaria novedad...--¿Qué motivaba aquel oleaje de la
muchedumbre?--¿Iba á salir la Procesion? ¿Se habia suspendido?
¿Acontecia alguna desgracia?
No: era que Manuel Venegas acababa de aparecer en lo alto de la
prolongadísima calle de Santa María: era que avanzaba hácia la parte
concurrida de ella, precedido de una escuadra de bullidores muchachos
y escoltado á respetuosa distancia por media docena de valientes de
segundo órden: era que llegaba el héroe del dia.
Casi toda la gente se apartó de las inmediaciones de la Iglesia y fué
extendiéndose calle arriba para gozar más pronto de la presencia del
jóven sin ventura,--el cual marchaba entretanto sosegadamente, sin
mirar á nadie, con la cabeza un poco inclinada, y divirtiéndose al
parecer en agitar con el baston las olorosas hierbas que alfombraban
el suelo.
No podia decirse, sin embargo, que le fuera indiferente el público,
cuando tanto se habia acicalado y compuesto, en medio de sus penas,
para presentarse dignamente á él.--Los moros son siempre vanidosos
y artistas, y acuden á las batallas con sus mejores ropas y todo
el posible boato, viendo tal vez una fiesta en el peligro...--La
mencionada tarde vestía Manuel como un novio, como un triunfador; no
como un hombre que acaba de ser desarraigado de la vida y sólo espera
ya marchitarse y morir...--Todo su traje era de rica seda negra sin
brillo, con alamares del mismo color y muchos botones de plata mate:
lucía un magnífico sombrero de jipijapa, de forma chamberga, al uso
de ultramar: hermosos brillantes relumbraban en sus dedos y en la
bordada pechera de la camisa; y pendia de su cuello una larga y muy
gruesa cadena de oro, que iba á perderse debajo del ceñidor chinesco
liado á su cintura, sirviendo indudablemente de sosten á un soberbio
reloj, digno de tan fastuoso _indiano_.
Con mayor evidencia hubiera podido asegurarse que nuestro jóven
(contra su antigua costumbre) llevaba consigo un arma, y que este
arma era un puñal; pues, á muy poco que se observaba, veíase
dibujarse su rígido bulto bajo la sarga de la chaqueta...--Por lo
demas, si aquellos viajeros que veinticuatro horas ántes lo saludaron
en lo alto de la Sierra vecina, lo hubiesen visto en tal momento,
habríanse espantado y hasta condolido del profundo cambio que se
advertia en su noble rostro...--Una horrorosa contraccion atirantaba
todos sus músculos; despedian sus ojos una luz torva y rojiza, como
los del leon durante la cuartana, y la más lúgubre tristeza tendia
su velo de muerte sobre aquellas varoniles facciones: ¡tristeza
desesperada y terrible; no quejumbrosa y vehemente como la sed y el
ánsia de consuelo, sino fija, muda, petrificada, irremediable, muy
más amenazadora en su serenidad que todos los arrebatos de la ira!
Las gentes de la calle no se atrevieron al principio más que á
saludarlo á distancia, diciéndole un «_¡adios, Manuel!_»... tan
natural y corriente como si no hubiesen pasado ocho años desde la
última vez que lo vieran;--á lo cual respondia el jóven llevándose la
mano al sombrero, sin pararse á ver quién lo saludaba...
Un poco más adelante, ya osaron algunos acercársele y detenerlo,
alargándole la mano y preguntándole por la salud...--Eran (decian)
_antiguos amigos suyos_... (y entre ellos reconoció á aquel maton
á quien tuvo que romper el brazo derecho.)--Otros se denominaron
_sus condiscípulos_... (¡cuando sabemos que nuestro héroe no habia
asistido á más escuela que al despacho de D. Trinidad Muley!)--Y
hasta hubo álguien que se le presentó á título de _hermano de leche_,
ignorando sin duda que el jóven fué amamantado por su propia madre.
Manuel contestaba á todos en las ménos palabras posibles, y seguia su
interrumpida marcha; pero rara vez dejaba un grupo, para entrar en
otro, sin preguntar ántes al oido á la persona que le inspiraba mayor
confianza:
--Dígame usted...--¿_Cuál es Antonio Arregui_?
--No está aquí...--No ha venido...--Dicen que se marchó ayer...--Se
le aguarda de un momento á otro...--le habian respondido ya cuatro
interrogados, con un aceleramiento y un temblor que denotaban
complicidad mental con el pavoroso alcance de la pregunta.
Á todo esto, penetraba ya nuestro protagonista en lo más concurrido
de la calle, ó sea en el trozo de ella que habia de recorrer la
Procesion (la cual se dirigiria luégo por una calle transversal en
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