El Criterio - 09

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Mas diré: puede muy bien suceder que un profesor superficial sea mas á
propósito para la simple enseñanza de los elementos que otro muy
profundo; pues que este sin advertirlo, se dejará llevar á discursos que
complicarán la sencillez de las primeras nociones, y así dañará á la
percepcion de los alumnos poco capaces.
La clara explicacion de los términos, la exposicion llana de los
principios en que se funda la ciencia, la metódica coordinacion de los
teoremas y de sus corolarios, hé aquí el objeto de quien no se propone
mas que instruir en los elementos.
Pero al que extienda mas allá sus miradas, y considere que los
entendimientos de los jóvenes no son únicamente tablas donde se hayan de
tirar algunas líneas que permanezcan allí inalterables para siempre,
sino campos que se han de fecundar con preciosa semilla, á este le
incumben tareas mas elevadas y mas difíciles. Conciliar la claridad con
la profundidad, hermanar la sencillez con la combinacion, conducir por
camino llano y amaestrar al propio tiempo en andar por senderos
escabrosos, mostrando las angostas y enmarañadas veredas por donde
pasaron los primeros inventores, inspirar vivo entusiasmo, despertar en
el talento la conciencia de las propias fuerzas, sin dañarle con
temeraria presuncion, hé aquí las atribuciones del profesor que
considera la enseñanza elemental no como fruto, sino como semilla.

§ II.
Genios ignorados de los demas, y de sí mismos.
¡Cuán pocos son los profesores dotados de esta preciosa habilidad! Y
¿cómo es posible que los haya en el lastimoso abandono en que yace este
ramo? ¿Quién cuida de aficionar á la enseñanza á los hombres de
capacidad elevada? ¿Quién procura fijarlos en esta ocupacion, si se
deciden alguna vez á emprenderla? Las cátedras son miradas á lo mas como
un hincapié para subir mas arriba, con las arduas tareas que ellas
imponen, se unen mil y mil de un órden diferente; y se desempeña
corriendo y á manera de distraccion lo que deberia obsorber al hombre
entero.
Así, cuando entre los jóvenes se encuentra alguno en cuya frente chispea
la llama del genio, nadie la advierte, nadie se la avisa, nadie se lo
hace sentir: y encajonado entre los buenos talentos, prosigue su carrera
sin que se le haya hecho experimentar el alcance de sus fuerzas. Porque
es preciso saber que estas fuerzas no siempre las conoce el mismo que
las posee, aun cuando sean con respecto á lo mismo que le ocupa. Podrá
muy bien suceder que el fuego del genio permanezca toda la vida entre
cenizas, por no haber habido una mano que las sacudiera. ¿No vemos á
cada paso que una lijereza extraordinaria, una singular flexibilidad de
ciertos miembros, una gran fuerza muscular y otras calidades corporales,
estan ocultas hasta que un ensayo casual viene á revelárselas al que las
posee? Si Hércules no manejara mas que un bastoncito, nunca creyera ser
capaz de blandir la pesada clava.

§ III.
Medios para descubrir los talentos ocultos, y apreciarlos en su valor.
Un profesor de matemáticas que explique á sus alumnos la teoría de las
secciones cónicas les dará una idea clara y exacta de dichas curvas,
presentándoles las ecuaciones que expresan su naturaleza, y deduciendo
las propiedades que de esta se originan. Hasta aquí el discípulo aprende
bien los elementos, pero no se ejercita en el desarrollo de sus fuerzas
intelectuales; nada se le ofrece que pueda hacerle sentir el talento de
invencion, si es que en realidad le posea. Pero si el profesor le hace
notar que aquella ecuacion fundamental, al parecer de mera convencion,
no es probable que se le haya establecido sin motivo, desde luego el
jóven se halla mal seguro sobre la basa que reputaba sólida, y busca el
medio de darle algun apoyo. Si el alumno no acierta en el principio
generador de dichas curvas, se le puede hacer notar el nombre que
llevan, y recordarle que la seccion paralela á la base del cono es un
círculo. Entónces naturalmente el alumno corta el cono con planos en
diferentes posiciones, y á la primera ojeada advierte que si la seccion
es cerrada, y no paralela á la base, resultan curvas cuya figura se
parece á la que se ha llamado elipse. Ya imagina la seccion mas cercana
al paralelismo, ya mas distante, y siempre nota que la figura es una
elipse, con la única diferencia de su mayor aplanacion por los lados, ó
bien de la mayor diferencia de los ejes. ¿Será posible expresar por una
ecuacion la naturaleza de esta curva? ¿Hay algunos datos conocidos?
¿Tienen alguna relacion con las propiedades del cono, y de la seccion
paralela? ¿La mayor ó menor inclinacion del plano cambia la naturaleza
de la seccion? Dando al plano otras posiciones, de suerte que no salga
cerrada la seccion, ¿qué curvas resultan? ¿Hay alguna semejanza entre
ellas, y las parábolas é hipérboles? Estas y otras cuestiones se ofrecen
al discípulo dotado de capacidad; y si es de muy felices disposiciones,
veréisle al instante tirar líneas dentro del cono, compararlas unas con
otras, concebir triángulos, calcular sus relaciones, y tantear mil
caminos para llegar á la ecuacion deseada. Entónces no aprende
simplemente las primeras nociones de la teoría; se ha convertido ya en
inventor; su talento encuentra pábulo en que cebarse; y cuando aislado
en los procedimientos de primera enseñanza contaba muchos iguales en la
inteligencia de la doctrina explicada, ahora echaréis de ver que deja á
sus compañeros muy atras, que ellos no han dado un paso, miéntras él, ó
ha obtenido el resultado que se buscaba, ó adelantado en el verdadero
camino. Entónces da á conocer sus fuerzas, y las conoce él mismo;
entónces se palpa que su capacidad es superior á la rutina, y que quizas
andando el tiempo podrá ensanchar el dominio de la ciencia.
Un profesor de derecho natural explicará cumplidamente los derechos y
deberes de la patria potestad, y las obligaciones de los hijos con
respecto á los padres, aduciendo las definiciones y razones que en tales
casos se acostumbran. Hasta aquí llegan los elementos; pero nada se
encuentra para desenvolver el genio filosófico de un alumno
privilegiado, ni que pueda hacerle sobresalir entre el comun de sus
compañeros, dotados de una capacidad regular. El hábil profesor desea
tomar la medida de los talentos que hay en la cátedra, y el tiempo que
le sobra despues de la explicacion le emplea en hacer un experimento.
--¿Sobre estos deberes le parece á V. si nos dicen algo los sentimientos
del corazon? Las luces de la filosofía ¿estan de acuerdo con las
inspiraciones de la naturaleza? A esta pregunta responderán hasta los
medianos, observando que los padres naturalmente quieren á los hijos, y
estos á los padres, y que así estan enlazados nuestros deberes con
nuestros afectos, instigándonos estos al cumplimiento de aquellos. Hasta
aquí no hay diferencia entre los alumnos que se llaman de buen talento.
Pero prosigue el profesor analizando la materia y pregunta.
--¿Qué le parece á V. de los hijos que se portan mal con los padres, y
no corresponden con la debida gratitud al amor que estos les prodigaron?
--Que faltan á un deber sagrado y desoyen la voz de la naturaleza.
--Pero ¿cómo es que vemos tan á menudo á los hijos no cumplir como deben
con sus padres, miéntras estos si en algo faltan, suele ser por
sobreabundancia de amor y ternura?
--En esto hacen muy mal los hijos, dirá el uno.
--Los hombres se olvidan fácilmente de los beneficios recibidos, dirá el
otro; quien alegará que los hijos á medida que adelantan en edad se
hallan distraidos por mil atenciones diferentes; quien recordará que los
nuevos afectos engendrados en sus ánimos á causa de la familia de que se
hacen cabezas, disminuyen el que deben á sus padres: y cada cual andará
señalando razones mas ó ménos adaptadas, mas ó ménos sólidas, pero
ninguna que satisfaga del todo. Si entre vuestros alumnos se encuentra
alguno que haya de adquirir con el tiempo esclarecida nombradía,
dirigidle la misma pregunta, á ver si acierta á decir algo que la
desentrañe y la ilustre.
--Es demasiado cierto, os responderá, que los hijos faltan con mucha
frecuencia á sus deberes para con sus padres; pero, si no me engaño, la
razon de esto se halla en la misma naturaleza de las cosas. Cuanto mas
necesario es para la conservacion y buen órden de los seres el
cumplimiento de un deber, el Criador ha procurado asegurar mas dicho
cumplimiento. El mundo se conserva, mas ó ménos bien, á pesar del mal
comportamiento de los hijos; pero el dia que los padres se portasen mal,
y olvidasen el cuidar de sus hijos, el linaje humano caminaria á su
ruina. Así es de notar que los hijos, ni aun los mejores, no profesan á
sus padres un afecto tan vivo y ardiente como los padres á los hijos. El
Criador podia sin duda comunicar á los hijos un amor tan apasionado y
tierno como lo es el de los padres, pero esto no era necesario, y por lo
mismo no lo ha hecho. Y es de notar que las madres, que han menester
mayor grado de este amor y ternura, lo tienen llevado hasta los limites
del frenesí, habiéndolas pertrechado el Criador contra el cansancio que
pudieran producirles los primeros cuidados de la infancia. Resulta pues
que la falta del cumplimiento de los deberes en los hijos, no procede
precisamente de que estos sean peores, pues ellos si llegan á ser
padres, se portan como lo hicieron los suyos; sino de que el amor filial
es de suyo ménos intenso que el paternal, ejerce mucho ménos ascendiente
y predominio sobre el corazon, y por lo mismo se amortigua con mas
facilidad; es ménos fuerte para superar obstáculos, y ejerce menor
influencia sobre la totalidad de nuestras acciones.
En las primeras respuestas encontrabais discípulos aprovechados, en esta
descubrís al jóven filósofo que empieza á descollar, como entre
raquíticos arbustos se levanta la tierna encina, que andando los años se
hará notar en el bosque por su corpulento tronco y soberbia copa.

§ IX.
Necesidad de los estudios elementales.
No se crea por lo dicho, que juzgue conveniente emancipar á la juventud
de la enseñanza de los elementos; muy al contrario, opino que quien ha
de aprender una ciencia, por grandes que sean las fuerzas de que se
sienta dotado, es preciso se sujete á esta mortificacion que es como el
noviciado de las letras. De esto procuran muchos eximirse apelando á
artículos de diccionario que contiene lo bastante para hablar de todo
sin entender de nada; pero la razon y la experiencia manifiestan que
semejante método no puede servir sino á formar lo que llamamos eruditos
á la violeta.
En efecto: hay en toda ciencia y profesion un conjunto de nociones
primordiales, voces y locuciones que le son propias, las cuales no se
aprenden bien sino estudiando una obra elemental: de suerte que cuando
no mediaran otras consideraciones, la presente bastaria á demostrar los
inconvenientes de tomar otro camino. Estas nociones primordiales, y esas
voces y locuciones, deben ser miradas con algun respeto por quien entra
de nuevo en la carrera, pues ha de suponer que no en vano han trabajado
hasta aquí los que á ella se dedicaron. Si el recien venido tiene
desconfianza de sus predecesores, si espera poder reformar la ciencia ó
profesion, y hasta variarla radicalmente, al ménos ha de reflexionar,
que es prudente enterarse de lo que han dicho los otros, que es
temerario el empeño de crearlo todo por sí solo, y es exponerse á perder
mucho tiempo, el no quererse aprovechar en nada de las fatigas ajenas.
El maquinista mas extraordinario empieza quizas á dedicarse á su
profesion en la tienda de un modesto artesano; y por grandes esperanzas
que puedan fundarse en sus brillantes disposiciones, no deja por esto de
aprender los nombres y el manejo de los instrumentos y enseres del
trabajo. Con el tiempo hará en ellos muchas variaciones, los tendrá de
otra materia mas adaptada, cambiará su forma y tal vez su nombre; mas
por ahora es preciso que los tome tales como los encuentra, que se
ejercite con ellos, hasta que la reflexion y la experiencia le hayan
mostrado los inconvenientes de que adolecen y las mejoras de que son
susceptibles.
Puede aplicarse á todas las ciencias el consejo que se da á los que
quieren aprender la historia: ántes de comenzar su estudio, es necesario
leer un compendio. A este propósito son notables las palabras de Bossuet
en la dedicatoria que precede á su _Discurso sobre la historia
universal_. Asienta la necesidad de estudiar la historia en compendio,
para evitar confusion y ahorrar fatiga, y luego añade: «Esta manera de
exponer la historia universal la compararemos á la descripcion de los
mapas geográficos: la historia universal es el mapa general comparado
con las historias particulares de cada pais y de cada pueblo. En los
mapas particulares veis menudamente lo que es un reino, ó una provincia
en si misma; en los universales aprendeis á fijar estas partes del mundo
en su todo; en una palabra, veis la parte que ocupa Paris ó la isla de
Francia en el reino, la que el reino ocupa en la Europa, y la que la
Europa ocupa en el universo.» Pues bien: la oportuna y luminosa
comparacion entre el _Mapa mundi_ y los particulares, se aplica á todos
los ramos de conocimientos. En todos hay un conjunto de que es preciso
hacerse cargo, para comprender mejor las partes, y no andar confuso y
perdido en la manera de ordenarlas. Aun las ideas que se adquieren por
este método, son casi siempre incompletas, á menudo inexactas, y algunas
veces falsas; pero todos estos inconvenientes aun no pesan tanto como
los que resultan de acometer á tientas, sin antecedentes ni guia, el
estudio de una ciencia.
Las obras elementales, se nos dirá, no son mas que un esqueleto; es
verdad, pero tal como es, ahorra muchísimo trabajo; hallándole formado
ya, os será mas fácil corregir sus defectos, cubrirle de nervios,
músculos y carne; darle calor, movimiento y vida.
Entre los que han estudiado por principios una ciencia, y los que, por
decirlo así, han cogido sus nociones al vuelo, en enciclopedias y
diccionarios, hay siempre una diferencia que no se escapa á un ojo
ejercitado. Los primeros se distinguen por la precision de ideas y
propiedad de lenguaje; los otros se lucen tal vez con abundantes y
selectas noticias, pero á la mejor ocasion dan un solemne tropiezo que
manifiesta su ignorante superficialidad[17].


CAPÍTULO XVIII.
LA INVENCION.

§ I.
Lo que debe hacer quien carezca del talento de invencion.
Creo haber dicho lo suficiente con respecto á los métodos de enseñar y
aprender; paso á tratar del método de invencion.
Conocidos los elementos de una ciencia, y llegado el hombre á edad y
posicion en que puede dedicarse á estudios de mayor extension y
profundidad, está en el caso de seguir senderos ménos trillados, y
acometer empresas mas osadas. Si la naturaleza no le ha dotado del
talento de invencion, preciso le será contentarse por toda su vida con
el método elemental, bien que tomado en mayor escala. Necesita guias, y
este servicio le prestarán las obras magistrales. Mas no se crea que
deba entenderse condenado á ciego servilismo, y no haya de atreverse á
discordar nunca de la autoridad de sus maestros; en la milicia
científica y literaria, no es tan severa la disciplina que no sea lícito
al soldado dirigir algunas observaciones á su jefe.

§ II.
La autoridad científica.
Los hombres capaces de alzar y llevar adelante una bandera, son muy
pocos; y mejor es alistarse en las filas de un general acreditado, que
no andar á manera de miserable guerrillero, afectando la importancia de
insigne caudillo.
Diciendo esto, no es mi ánimo predicar la autoridad en materias
puramente científicas y literarias; en todo el decurso de la obra he
dado bastante á entender que no adolezco de tal achaque; solo me
propongo indicar una necesidad de nuestro entendimiento, que siendo por
lo comun muy flaco, ha menester un apoyo. La hiedra entrelazándose con
un árbol, se levanta á grande altura; si creciese sin arrimo, yaceria
tendida por el suelo pisoteada por todos los transeuntes. Ademas, que no
por haber hecho esta observacion, se ha de cambiar el órden regular de
las cosas: pues con ella mas bien he consignado un hecho que ofrecido
un consejo. Sí un hecho, porque á pesar de tanto como se blasona de
independencia, es mas claro que la luz del medio dia que esta
independencia no existe, que gran parte de la humanidad anda guiada por
algunos caudillos, y que estos á su talante la llevan por el camino de
la verdad ó del error.
Este es un hecho de todos los paises y de todos los siglos; hecho
indestructible porque está fundado en la misma naturaleza del hombre. El
débil siente la superioridad del fuerte, y se humilla en su presencia;
el genio no es el patrimonio del linaje humano, es un privilegio á pocos
concedido: quien le posee ejerce sobre los demas un ascendiente
irresistible. Se ha observado con mucha verdad que las masas tienen una
tendencia al despotismo; esto dimana de que sienten su incapacidad para
dirigirse, y naturalmente buscan un jefe: la que se experimenta en la
guerra y la política, se nota tambien en las ciencias. La generalidad de
los que las profesan son tambien masas, son verdadero vulgo que
entregado á si mismo no sabria qué hacerse; por lo mismo se arremolina á
manera de grupos populares en torno de los que le hablan algo mejor de
lo que él sabe, y manifiestan conocimientos que él no posee. El
entusiasmo penetra tambien en la plebe sabia, y lo mismo que la otra en
sus asonadas, aplaude y grita: «muy bien, muy bien!... tú lo entiendes
mejor que nosotros; tú serás nuestro jefe....»

§ III.
Modificaciones que ha sufrido en nuestra época la autoridad científica.
A medida que se han generalizado los conocimientos con el inmenso
desarrollo de la prensa, se ha podido creer que el indicado fenómeno
habia desaparecido; pero no es así; lo que ha hecho, ha sido
modificarse. Cuando los caudillos eran pocos, cuando el mando estaba
entre pocas escuelas, andaban los entendimientos á manera de ejércitos
disciplinados, siendo tan patente la dependencia que no era posible
equivocarse. Ahora sucede de otra manera: los caudillos y las escuelas
son en mayor número; la disciplina se ha relajado: pasan los soldados de
uno á otro campo; estos se adelantan un poco, aquellos se quedan
rezagados; algunos se separan y se empeñan en escaramuzas sin
instrucciones ni órdenes de sus jefes; diríase que los grandes ejércitos
han dejado de existir y que cada cual marcha por su lado: pero no os
hagais ilusiones, los ejércitos existen á pesar de ese desórden, todos
saben bien á cuál pertenecen; si desertan del uno se unirán al otro; y
cuando se vean en aprieto, todos se replegarán en la direccion donde
saben que está el cuerpo principal para cubrir su retirada.
Y si entrar quisiésemos en minuciosas cuentas, hallaríamos que no es tan
exacto que los caudillos de ahora sean en mucho mayor número que los de
tiempos anteriores. Formando un cuadro de clasificaciones científicas y
literarias encontraríamos fácilmente que en cada género son muy pocos
los que llevan la bandera, y que sobre sus pasos se precipita la
multitud ahora como siempre.
El teatro y la novela ¿no tienen un pequeño número de _notabilidades_,
cuyas obras se imitan hasta el fastidio? La política, la filosofía, la
historia, ¿no cuentan tambien unos pocos adalides, cuyos nombres se
pronuncian sin cesar, y cuyas opiniones y lenguaje se adoptan sin
discernimiento? La _independiente_ Alemania, ¿no tiene sus escuelas
filosóficas, tan marcadas y caracterizadas como serlo pudieron las de
santo Tomas, Escoto y Suarez? ¿Qué son en Francia la turba de los
filósofos universitarios, sino humildes discípulos de Cousin? ¿y qué ha
sido Cousin á su vez sino un vicario de Hegel, y de Schelling? y su
filosofía, que tambien forceja por introducirse entre nosotros, ¿no
comienza con tono magistral, exigiendo respeto y deferencia, á manera de
ministerio sagrado que se dirige á la conversion de las gentes
sencillas? La mayor parte de los que profesan la filosofía de la
historia, ¿hacen mas que recitar trozos de las obras de Guizot, ó de
otros escritores muy contados? Los que se complacen en declamaciones
sobre elevados principios de legislacion, ¿no son con frecuencia
plagiarios de Becaria y Filangieri? Los utilitarios ¿nos dicen por
ventura otra cosa que lo que acaban de leer en Bentham? Los escritores
sobre derecho constitucional, ¿no tienen siempre en la boca á Benjamin
Constant?
Reconozcamos pues un hecho que tan de bulto se presenta, y no nos
lisonjeemos de haber destruido lo que es mas fuerte que nosotros, pero
guardémonos de sus malos efectos, en cuanto nos sea posible. Si á causa
de la debilidad de nuestras luces, estamos precisados á valernos de las
ajenas, no las recibamos tampoco con ignoble sumision, no abdiquemos el
derecho de examinar las cosas por nosotros mismos, no consintamos que
nuestro entusiasmo por ningun hombre llegue á tan alto punto, que sin
advertirlo le reconozcamos como oráculo infalible. No atribuyamos á la
criatura lo que es propio del Criador.

§ IV.
El talento de invencion. Carrera del ingenio.
Si el entendimiento es tal que pueda conducirse á sí mismo, si al
examinar las obras de los grandes escritores, se siente con fuerza para
imitarlos, y se encuentra entre ellos, no como pigmeo entre gigantes,
sino como entre sus iguales, entónces el método de invencion le conviene
de una manera particular, entónces no debe limitarse á _saber los
libros_, es preciso que _conozca las cosas_; no ha de contentarse con
seguir el camino trillado, sino que ha de buscar veredas que le lleven
mejor, mas recto, y si es posible á puntos mas elevados. No admita idea
sin analizar, ni proposicion sin discutir, ni raciocinio sin examinar,
ni regla sin comprobar; fórmese una ciencia propia, que le pertenezca
como su sangre, que no sea una simple recitacion de lo que ha leido,
sino el fruto de lo que ha observado y pensado.
¿Qué reglas deberá tener presentes? Las que se han señalado mas arriba
para todo pensador. El entrar en pormenores seria inútil y tal vez
imposible; que el empeño de trazar al genio una marcha fija, es no ménos
temerario que el de sujetar las expresiones de animada fisonomía al
mezquino círculo de compasados gestos. Cuando le veis abalanzarse brioso
á su gigantesca carrera, no le dirijais palabras insulsas, ni consejos
estériles, ni reglas que no ha de observar; decidle tan solo: «Imágen de
la divinidad, marcha á cumplir los destinos que te ha señalado el
Criador; no te olvides de tu principio y de tu fin; tú levantas el vuelo
y no sabes adónde vas: alza los ojos al cielo, y pregúntaselo á tu
Hacedor. Él te mostrará su voluntad; cúmplela fielmente; que en
cumplirla estan cifrados tu grandor y tu gloria[18].»


CAPÍTULO XIX.
EL ENTENDIMIENTO, EL CORAZON Y LA IMAGINACION.

§ I.
Discrecion en el uso de las facultades del alma. La reina Dido.
Alejandro.
He dicho (Cap. XII) que para conocer la verdad en ciertas materias, era
necesario desplegar á un mismo tiempo diferentes facultades del alma, y
entre ellas he contado el sentimiento. Ahora añadiré que si bien esto es
preciso cuando se trata de aquellas verdades, cuya naturaleza consiste
en relaciones con dicho sentimiento, como todo lo bello ó tierno, ó
melancólico ó sublime; no lo es cuando la verdad pertenece á un órden
distinto que nada tiene que ver con nuestra facultad de sentir.
Si quiero apreciar todo el mérito de Virgilio en el episodio de Dido, es
menester que no raciocine con sequedad, sino que imagine y sienta; pero
si me propongo juzgar bajo el aspecto moral la conducta de la reina de
Cartago, es preciso que me despoje de todo sentimiento, y que deje
encomendado á la fria razon el fallar conforme á los eternos principios
de la virtud.
Al leer á Quinto Curcio, admiro al héroe macedon, y me complazco en
verle cuando se arroja impávido al traves del Gránico, vence en Arbela,
persigue y anonada á Darío, y señorea el oriente. En todo esto hay
grandeza, hay rasgos que no fueran debidamente apreciados, si se cerrara
el corazon á todo sentimiento. La sublime narracion del sagrado Texto
(1. Mach. Cap. 1) no será estimada en su justo valor, por quien no haga
mas que analizar con frialdad. «Y sucedió que despues que Alejandro
Macedon, hijo de Filipo, que fué el primero que reinó en Grecia, salido
de la tierra de Cethim, derrotó á Dario rey de los Persas y de los
Medos, dió muchas batallas, y conquistó las fortalezas de todos, y mató
á los reyes de la tierra. Y pasó hasta los confines del mundo, y se
apoderó de los despojos de numerosas gentes, _y la tierra calló en su
presencia_....» Cuando uno llega á esta expresion, el libro se cae de
las manos, y el asombro se apodera del alma. En presencia de un hombre
_la tierra calló_..... Sintiendo con viveza la fuerza de esta imágen, se
forma la mayor idea que formarse pueda del héroe conquistador. Si para
conocer esta verdad, abstraigo y discurro y cavilo, y ahogo mis
sentimientos, nada comprenderé; es preciso que me olvide de toda
filosofía, que no sea mas que hombre, y que dejando la fantasía en
libertad, y el corazon abierto, mire al hijo de Filipo, saliendo de la
tierra de Cethim, marchando con pasos de gigante hasta la extremidad del
orbe, y contemple á la tierra, que amedrentada calla. Pero si me
propongo examinar la justicia y la utilidad de aquellas conquistas,
entónces será preciso cortar el vuelo á la imaginacion, amortiguar los
sentimientos de admiracion y entusiasmo; será preciso olvidar al jóven
monarca rodeado de sus falanges, y descollando entre sus guerreros como
el Júpiter de la fábula entre el cortejo de los dioses; será necesario
no pensar mas que en los eternos principios de la razon, y en los
intereses de la humanidad. Si al hacer este exámen dejo campear la
fantasía y dilatarse el corazon, erraré; porque la radiante auréola que
orla las sienes del conquistador, me deslumbrará, me quitará la osadía
de condenarle, me inclinará á la indulgencia por tanto genio y heroismo;
y se lo perdonaré todo, cuando vea que en la cumbre de su gloria, á la
edad de 33 años, _se postra en un lecho y conoce que se muere_. Et post
hæc decidit in lectum, et cognovit quia moreretur. (Machab. lib. 1. cap.
1.)

§ II.
Influencia del corazon sobre la cabeza. Causas y efectos.
A cada paso se observa la mucha influencia que sobre nuestra conducta
tienen las pasiones; y el insistir en probar esto, seria demostrar una
verdad demasiado conocida. Pero no se ha reparado tanto en los efectos
de las pasiones sobre el entendimiento, aun con respecto á verdades que
nada tienen que ver con nuestras acciones. Quizas sea este uno de los
puntos mas importantes del arte de pensar, y por lo mismo lo expondré
con algun detenimiento.
Si nuestra alma estuviese únicamente dotada de inteligencia, si pudiese
contemplar los objetos sin ser afectada por ellos, sucederia que en no
alterándose dichos objetos, los veríamos siempre de una misma manera. Si
el ojo es el mismo, la distancia la misma, el punto de vista el mismo,
la cantidad y direccion de la luz las mismas, la impresion que recibamos
no podrá ménos de ser siempre la misma. Pero cambiada una cualquiera de
estas condiciones, cambiará la impresion; el objeto será mas ó ménos
grande, los colores mas ó ménos vivos ó quizas del todo diferentes; su
figura sufrirá considerables modificaciones, ó tal vez se convertirá en
otra nada semejante. La luna conserva siempre su misma figura, y no
obstante nos presenta de continuo variedad de fases; una roca informe y
desigual se nos ofrece á lo léjos como una cúpula que corona un soberbio
edificio; y el monumento que mirado de cerca es una maravilla del arte,
se divisa á larga distancia como una peña irregular, desgajada, caida á
la aventura en las faldas del monte.
Lo propio sucede con el entendimiento: los objetos son á veces los
mismos, y no obstante se ofrecen muy diferentes, no solo á distintas
personas, sino á una misma; sin que para esta mudanza sea necesario
mucho tiempo. Quizas un instante de intervalo es suficiente para cambiar
la escena; nos hallamos ya en otra parte; se ha corrido un velo, y todo
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