El Criterio - 06

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riquísimo archivo, una inmensa biblioteca, un museo donde se hallan
reunidas las mayores maravillas de la naturaleza y del arte; espaciosos
jardines adornados con todo linaje de plantas, largas hileras de jaulas
donde rugen, braman, aullan, silban, se revuelven, se agitan, todos los
animales de Europa, Asia, Africa y América. Allí estan Gonzalo de
Córdoba, Cisneros, Richelieu, Cristóbal Colon, Hernan Cortés, Napoleon,
Tasso, Milton, Boileau, Corneille, Racine, Lope de Vega, Calderon,
Molière, Bossuet, Massillon, Bourdaloue, Descártes, Malebranche, Erasmo,
Luis Vives, Mabillon, Vieta, Fermat, Bacon, Keplero, Galileo, Pascal,
Newton, Leibnitz, Miguel Angelo, Rafael, Linneo, Buffon y otros que han
trasmitido á la posteridad su nombre inmortal.
Dejadlos hasta que se hayan hecho cargo de la distribucion de las
piezas, y cada cual haya podido entregarse á los impulsos de su
inclinacion favorita. El gran Gonzalo leerá con preferencia las hazañas
de Escipion en España, desbaratando á sus enemigos con su estrategia,
aterrándolos con su valor, y atrayéndose el ánimo de los naturales con
su gallarda apostura y conducta generosa. Napoleon se ocupará en el paso
de los Alpes por Aníbal, en las batallas de Cánas y Trasimeno; se
indignará al ver á César vacilante á la orilla del Rubicon, golpeará la
mesa con entusiasmo al mirarle cual marcha sobre Roma, vence en
Farsalia, sojuzga el Africa, y se reviste de la dictadura. Tasso y
Milton tendrán en sus manos la Biblia, Homero y Virgilio; Corneille y
Racine á Sófocles y Eurípides; Molière á Aristófanes, Lope de Vega, y
Calderon; Boileau á Horacio; Bossuet, Massillon y Bourdaloue á san Juan
Chisóstomo, san Agustin, san Bernardo; miéntras Erasmo, Luis Vives y
Mabillon estarán revolviendo el archivo, andando á caza de polvorientos
manuscritos para completar un texto truncado, aclarar una frase dudosa,
enmendar una expresion incorrecta, ó resolver un punto de crítica. Entre
tanto sus ilustres compañeros se habrán acomodado conforme á su gusto
respectivo. Quien estará con el telescopio en la mano, quien con el
microscopio, quien con otros instrumentos; al paso que algunos,
inclinados sobre un papel cubierto de signos, letras y figuras
geométricas, estarán absortos en la resolucion de los problemas mas
abstrusos. No estarán ociosos los maquinistas, ni los artistas, ni los
naturalistas; y bien se deja entender que encontraremos á Buffon junto á
las verjas de una jaula, á Linneo en el jardin, á Whatt examinando los
modelos de maquinaria, y á Rafael y Miguel Angelo, en las galerías de
cuadros y estatuas.
Todos pensarán, todos juzgarán, y sin duda que sus pensamientos serán
preciosos, y sus fallos respetables; y sin embargo estos hombres no se
entenderian unos á otros, si se hablasen los de profesiones diferentes;
si trocais los papeles, será posible que de una sociedad de genios
hagais una reunion de capacidades vulgares, que tal vez llegue á ser
divertida con los disparates de insensatos.
¿Veis á ese cuyos ojos centellean, que se agita en su asiento, da recias
palmadas sobre la mesa, y al fin se deja caer el libro de la mano,
exclamando: _bien, muy bien, magnifico?_.... ¿Notais aquel otro que
tiene delante de sí un libro cerrado, y que con los brazos cruzados
sobre el pecho, los ojos fijos, y la frente contraida y torva,
manifiesta que está sumido en meditacion profunda, y que al fin vuelve
de repente en sí, y se levanta diciendo: «_evidente, exacto, no puede
ser de otra manera....?_» Pues el uno es Boileau, que lee un trozo
escogido de la carta á los Pisones, ó de las Sátiras, y que á pesar de
saberlo de memoria, lo encuentra todavía nuevo, sorprendente, y no puede
contener los impulsos de su entusiasmo: el otro es Descártes que medita
sobre los colores y resuelve que no son mas que una sensacion.
Aproximadlos ahora y haced que se comuniquen recíprocamente sus
pensamientos; Descártes tendrá á Boileau por muy frívolo, pues que tanto
le afecta una imágen bella y oportuna, ó una expresion enérgica y
concisa; y Boileau se desquitará á su vez sonriéndose desdeñosamente del
filósofo cuya doctrina choca con el sentido comun, y tiende á
desencantar la naturaleza.
Rafael contempla extasiado un cuadro antiguo de raro mérito; en la
escena, el sol se ha ocultado en el ocaso, las sombras van cubriendo la
tierra, descúbrese en el firmamento el cuadrante de la luna, y algunas
estrellas que brillan como antorchas en la inmensidad de los cielos.
Descuella en el grupo una figura que con los ojos clavados en el astro
de la noche, y con ademan dolorido y suplicante, diríase que le cuenta
sus penas, y le conjura que le dé auxilio en tremenda cuita. Entre tanto
acierta á pasar por allí un personaje que anda meditabundo de una parte
á otra; y reparando en la luna y estrellas, y en la actitud de la mujer
que las mira, se detiene y articula entre dientes, no sé qué cosas sobre
paralaje, planos que pasan por el ojo del espectador, semidiámetros
terrestres, tangentes á la órbita, focos de la elipse, y otras cosas por
este tenor que distraen á Rafael, y le hacen marchar á grandes pasos
hácia otro lado, maldiciendo al bárbaro astrónomo y a su astronomía.
Allí está Mabillon con un viejo pergamino, calándose mil veces los
anteojos, y ora tomando la luz en una direccion, ora en otra, por si
puede sacar en limpio una línea medio borrada, donde sospecha que ha de
encontrar lo que busca, y miéntras el buen monje se halla atareado en su
faena se le llega un naturalista rogándole que disimule, y armando su
microscopio se pone á observar, si descubre en el pergamino algunos
huevos de polilla. El pobre Linneo tenia recogidas unas florecitas y las
estaba distribuyendo, cuando pasan por allí Tasso y Milton recitando en
alta y sentida voz un soberbio pasaje, y no advierten que lo echan todo
á rodar, y que con una pisada destruyen el trabajo de muchas horas.
En fin aquellos hombres acabaron por no entenderse, y fué preciso
encerrarlos de nuevo en sus tumbas para que no se desacreditasen y no
perdiesen sus títulos á la inmortalidad.
Lo que veia el uno no acertaba á verlo el otro, aquel reputaba á este
por estúpido, y este á su vez le pagaba con la misma moneda. Lo que el
uno apreciaba con admirable tino, el otro lo juzgaba disparatando; lo
que uno miraba como inestimable tesoro, considerábalo el otro cual
miserable bagatela. ¿Y esto porqué? ¿Cómo es que grandes pensadores
discuerden hasta tal punto? ¿Cómo es que las verdades no se presenten á
los ojos de todos de una misma manera? Es que estas verdades son de
especies muy diferentes; es que el compas y la regla no sirven para
apreciar lo que afecta el corazon; es que los sentimientos nada valen en
el cálculo y en la geometría; es que las abstracciones metafísicas nada
tienen que ver con las ciencias sociales; es que la verdad pertenece á
órdenes tan diferentes cuanto lo son las naturalezas de las cosas,
porque la verdad es la misma realidad.
El empeño de pensar sobre todos los objetos de un mismo modo, es un
abundante manantial de errores; es trastornar las facultades humanas; es
transferir á unas lo que es propio exclusivamente de otras. Hasta los
hombres mas privilegiados á quienes el Criador ha dotado de una
comprension universal, no podrán ejercerla cual conviene, si cuando se
ocupan de una materia, no se despojan en cierto modo de sí mismos, para
hacer obrar las facultades que mejor se adaptan al objeto de que se
trata[12].


CAPÍTULO XIII.
LA BUENA PERCEPCION.

§ I.
La idea.
Percibir con claridad, exactitud y viveza, juzgar con verdad, discurrir
con rigor y solidez, hé aquí las tres dotes de un pensador;
examinémoslas por separado, emitiendo sobre cada una de ellas algunas
observaciones.
¿Qué es una idea? No nos proponemos investigarlo aquí. ¿Qué es la
percepcion en su rigor ideológico? Tampoco es este el blanco de nuestras
tareas, ni conduciria al fin que deseamos. Bastará pues decir, en
lenguaje comun, que percepcion es aquel acto interior con el cual nos
hacemos cargo de un objeto: siendo la idea aquella imágen,
representacion, ó lo que se quiera, que sirve como de pábulo á la
percepcion. Así percibimos el círculo, la elipse, la tangente á una de
estas curvas; percibimos la resultante de un sistema de fuerzas, la
razon inversa de estas en los brazos de una palanca, la gravitacion de
los cuerpos, la ley de aceleracion en su descenso, el equilibrio de los
flúidos; percibimos la contradiccion del ser y no ser á un mismo tiempo,
la diferencia entre lo esencial y accidental de los seres; percibimos
los principios de la moral; percibimos nuestra existencia y la de un
mundo que nos rodea; percibimos una belleza ó un defecto en un poema ó
en un cuadro; percibimos la sencillez ó complicacion de un negocio, los
medios fáciles ó arduos para llevarle á cabo; percibimos la impresion
agradable ó desagradable que hace en nuestros semejantes tal ó cual
palabra, gesto ó suceso; en breve, percibimos todo aquello de que se
hace cargo nuestro espíritu; y aquello que en lo interior nos parece que
nos sirve de espejo para ver el objeto, aquello que ora está presente á
nuestro entendimiento, ora se retira, ó se adormece, aguardando que otra
ocasion lo dispierte ó que nosotros lo llamemos para volverse á
presentar; aquello que no sabemos lo que es, pero cuya existencia no nos
es dable poner en duda, aquello se llama idea.
Poco nos importan aquí las opiniones de los ideólogos; por cierto que
para pensar bien no es necesario saber si la idea es distinta de la
percepcion ó no, si es la sensacion transformada ó no, ni si nos ha
venido por este ó aquel conducto, ó si la tenemos innata ó adquirida.
Para la resolucion de todas estas cuestiones, sobre las cuales se ha
disputado siempre, y se disputará en adelante, se necesitan actos
reflejos que no puede hacer quien no se ocupa de ideología, so pena de
distraerse de su tarea, y embarazar y extraviar lastimosamente su
pensamiento. Quien piensa, no puede estar continuamente pensando que
piensa y cómo piensa; de otra suerte el objeto de su entendimiento se
cambiará; y en vez de ocuparse de lo que debe, se ocupará de sí mismo.

§ II.
Regla para percibir bien.
Percibiremos con claridad y viveza, si nos acostumbramos á estar atentos
á lo que se nos ofrece (Cap. II); y si ademas hemos procurado adquirir
el necesario tino para desplegar en cada caso las facultades que se
adaptan al objeto presente.
¿Se me da una definicion matemática? nada de vaguedad, nada de
abstracciones, nada de fantástico ó sentimental, nada del mundo en su
complicacion y variedad; en este caso he de valerme de la imaginacion,
no mas que como del encerado donde trazo los signos, y las figuras, y
del entendimiento como del ojo para mirar. Aclararé la regla proponiendo
un ejemplo de los mas sencillos: una de las definiciones elementales de
la geometría.
La circunferencia es una línea curva reentrante cuyos puntos distan
igualmente todos de uno que se llama centro. Por lo pronto, es evidente
que no se trata aquí, ni de la circunferencia tal como suele tomarse en
sentido metafórico, cuando se la aplica á objetos no geométricos; ni en
un sentido lato y grosero, como en los casos en que no se necesita
precision y rigor; debo pues considerar la definicion dada como la
expresion de un objeto del órden ideal, al cual se aproximará mas ó
ménos la realidad.
Pero, como las figuras geométricas se someten á la vista y á la
imaginacion, me valdré de una de estas, y si es posible de ambas, para
representarme aquello que quiero concebir. Trazada la figura en el
encerado, ó en la imaginacion, veo ó imagino una circunferencia; pero
¿esto me basta para comprender bien su naturaleza? No. El hombre mas
rudo la ve é imagina tan perfectamente como el mas cumplido matemático;
y no sabe darse cuenta á sí mismo de lo que es una circunferencia. Luego
la vista ó la imaginacion de la figura, no son suficientes para la idea
geométrica completa. Ademas, que si no se necesitara otra cosa, el gato
que acurrucado en una silla está contemplando atentamente una curva que
su amo acaba de trazar, y que sin duda la ve tan bien como este, y la
imagina cuando cierra los ojos, tendria de la misma una idea igualmente
perfecta que Newton ó Lagrange.
¿Qué se necesita pues para que haya una percepcion intelectual, que se
conozca el conjunto de condiciones de las cuales no puede faltar ninguna
sin que desaparezca la curva? Esto es lo explicado por la definicion; y
para que la percepcion sea cabal, deberé hacerme cargo de cada una de
dichas condiciones, y su conjunto formará en mi entendimiento la idea de
la curva.
Quien se haya ocupado en la enseñanza habrá podido observar la
diferencia que acabo de señalar. Vista una circunferencia y la manera de
trazarla con el compas, el alumno mas torpe la reconoce donde quiera que
se le presente, y la describe sin equivocarse. En esto no cabe
diferencia entre los talentos; pero viene el definir la curva, señalando
las condiciones que la forman, y entónces se palpa lo que va de la
imaginacion al entendimiento, entónces se conoce ya al jóven negado, al
medianamente capaz, al sobresaliente. ¿Qué es la circunferencia?
preguntais al primero.--Es esto que acabo de trazar.--Pero bien, ¿en qué
consiste? ¿cuál es la naturaleza de esta línea? ¿en qué se diferencia de
la recta que explicamos ayer? ¿Son lo mismo la una que la otra?--Oh! no:
esta es así.... redonda.... aquí hay un punto....--Se acuerda V. de la
definición que da el autor? Sí, señor; la circunferencia es una línea
curva reentrante, cuyos puntos distan igualmente todos de uno que se
llama centro.--¿Porqué la llamamos curva?--Porque no tiene sus puntos en
una misma direccion.--¿Porqué, reentrante?--Porque vuelve ó entra en sí
misma.--Si no fuese reentrante, ¿seria circunferencia?--Sí señor.--¿No
acaba V. de decirnos que ha de serlo?--Ah! Sí señor.--¿Porqué, en no
siendo reentrante, ya no seria circunferencia?--Porque.... la
circunferencia.... porque....--En fin cansado de esperar, y de explicar,
llamais á otro; que os da la definicion, que os explica los términos,
pero que ahora se os deja la palabra _curva_, ahora la _igualmente_, que
si le obligais á una atencion mas perfecta, se hace cargo de lo que le
decís, lo repite muy bien, pero que á poco tiene otro olvido, ó
equivocacion, dando á entender que no se ha formado todavía idea cabal,
que no se da cumplida razon á sí mismo del conjunto de condiciones
necesarias para formar una circunferencia.
Llegais por fin á un alumno de entendimiento claro y sobresaliente:
traza la figura con mas ó ménos desembarazo, segun su mayor ó menor
agilidad natural, recita mas ó ménos rápidamente las definiciones, segun
la velocidad de la lengua; pero llamadle al análisis, y notaréis desde
luego la claridad y precision de sus ideas, la exactitud y concision de
sus palabras, la oportunidad y tino de las aplicaciones.--En la
definicion ¿podríamos omitir la palabra _línea_?--Como aquí ya hemos
advertido que solo tratamos de líneas, se daria por sobrentendida; pero
en rigor no, porque al decir _curva_, podríase dudar si hablamos de
superficies.--Y expresando _línea_, podriamos omitir _curva_?--Me
parece que sí, ... porque como añadimos _reentrante_, ya excluimos la
recta que no puede serlo; y ademas la recta tampoco puede tener todos
sus puntos igualmente distantes de uno.--Y la palabra _reentrante_, ¿no
la pudiéramos pasar por alto?--No señor; porque si la curva no vuelve
sobre sí misma ya no será una circunferencia; así, por ejemplo, si en
esta borro la parte A B, ya no me queda una circunferencia sino un
arco.--Pero, añadiendo lo demas, de que todos los puntos han de distar
igualmente de uno que se llama centro, bien parece que se sobrentiende
que será reentrante....--No señor, porque en el arco que tenemos á la
vista hay la equidistancia, y sin embargo no es reentrante.--Y la
palabra _igualmente_?--Es indispensable; de otro modo seria no decir
nada; porque una recta tambien tiene todos sus puntos distantes de uno
que no se halle en ella; y ademas una curva que trazo á la aventura,
rasgueando así.... sobre el encerado, tiene tambien todos sus puntos
distantes de otro cualquiera, como A.... que señalo fuera de ella.
Hé aquí una percepcion clara, exacta, cabal, que nada deja que desear,
que deja satisfecho al que habla y al que oye.
Acabamos de asistir al análisis de una idea geométrica, y de señalar la
diferencia entre sus grados de claridad y exactitud; veamos ahora una
idea artística, y tratemos de determinar su mayor ó menor perfeccion. En
ambos casos hay percepcion de una verdad; en ambos casos se necesita
atencion, aplicacion de las facultades del alma; pero con el ejemplo que
sigue palparemos que lo que en el uno daña, en el otro favorece y
vice-versa; y que las clasificaciones y distinciones que en el primero
eran indicio de disposiciones felices, son en el segundo una prueba de
que el disertante se ha equivocado al elegir su carrera.
Dos jóvenes que acaban de salir de la escuela de retórica, que recuerdan
perfectamente cuanto en ella se les ha enseñado, que serían capaces de
decorar los libros de texto de un cabo á otro, que responden con
prontitud á las preguntas que se les hacen sobre tropos, figuras, clases
de composicion, etc., etc., y que en fin han desempeñado los exámenes á
cumplida satisfaccion de padres y maestros, obteniendo ambos la nota de
sobresaliente, por haber contestado con igual desembarazo y lucimiento,
de manera que no era dable encontrar entre los dos ninguna diferencia,
estan repasando las materias en tiempo de vacaciones, y cabalmente leen
un magnífico pasaje oratorio ó poético.
Camilo vuelve una y otra vez sobre las admirables páginas, y ora derrama
lágrimas de ternura, ora centellea en sus ojos el mas vivo entusiasmo.
«Esto es inimitable, exclama, es imposible leerlo sin conmoverse
profundamente! ¡qué belleza de imágenes, qué fuego, qué delicadeza de
sentimientos, qué propiedad de expresion, qué inexplicable enlace de
concision y abundancia, de regularidad y lozanía!» «¡Oh! sí, le contesta
Eustaquio, esto es muy hermoso; ya nos lo habian dicho en la escuela; y
si lo observas, verás que todo está ajustado á las reglas del arte.»
Camilo percibe lo que hay en el pasaje, Eustaquio no; y sin embargo
aquel discurre poco, apénas analiza, solo pronuncia algunas palabras
entrecortadas, miéntras este diserta á fuer de buen retórico. El uno ve
la verdad, el otro no; ¿y porqué? porque la verdad en este lugar es un
conjunto de relaciones, entre el entendimiento, la fantasía y el
corazon; es necesario desplegar á la vez todas estas facultades,
aplicándolas al objeto con naturalidad, sin violencia ni tortura, sin
distraerlas con el recuerdo de esta ó aquella regla, quedando el
análisis, razonado y crítico para cuando se haya sentido el mérito del
pasaje. Enredarse en discursos, traer á colacion este ó aquel precepto,
ántes de haberse hecho cargo del escogido trozo, ántes de haberle
_percibido_, es maniatar, por decirlo así, el alma, no dejándole
expedita mas que una facultad cuando las necesita todas.

§ III.
Escollo del análisis.
Hasta en las materias donde no entran para nada la imaginacion y el
sentimiento, conviene guardarse de la manía de poner en prensa el
espíritu obligándole á sujetarse á un método determinado, cuando ó por
su carácter peculiar, ó por los objetos de que se ocupa, requiere
libertad y desahogo. No puede negarse que el análisis, ó sea la
descomposicion de las ideas, sirve admirablemente en muchos casos para
darles claridad y precision; pero es menester no olvidar, que la mayor
parte de los seres son un _conjunto_, y que el mejor modo de percibirlos
es ver de una sola ojeada las partes y relaciones que le constituyen.
Una máquina desmontada presenta con mas distincion y minuciosidad las
piezas de que está compuesta; pero no se comprende tambien el destino de
ellas, hasta que colocadas en su lugar, se ve como cada una contribuye
al movimiento total. A fuerza de descomponer, prescindir y analizar,
Condillac y sus secuaces no hallan en el hombre otra cosa que
sensaciones; por el camino opuesto Descártes y Malebranche, apénas
encontraban mas que ideas puras, un refinado espiritualismo; Condillac
pretende dar razon de los fenómenos del alma, principiando por un hecho
tan sencillo como es el acercar una rosa á la nariz de su
hombre-estatua, privado de todos los sentidos, excepto el olfato;
Malebranche busca afanoso un sistema para explicar lo mismo; y no
encontrándolo en las criaturas, recurre nada ménos que á la esencia de
Dios.
En el trato ordinario, vemos á menudo laboriosos razonadores que
conducen su discurso con cierta apariencia de rigor y exactitud, y que
guiados por el hilo engañoso van á parar á un solemne dislate.
Examinando la causa, notaremos que esto procede de que no miran el
objeto sino por una cara. No les falta análisis, tan pronto como una
cosa cae en sus manos la descomponen; pero tienen la desgracia de
descuidar algunas partes; y si piensan en todas, no recuerdan que se han
hecho para estar unidas, que estan destinadas á tener estrechas
relaciones, y que si estas relaciones se arrumban, el mayor prodigio
podrá convertirse en descabellada monstruosidad.

§ IV.
El tintorero y el filósofo.
Un hábil tintorero estaba en su laboratorio ocupado en las tareas de su
profesion. Acertó á entrar un observador minucioso, razonador muy
analítico, y entabló desde luego discusion sobre los tintes y sus
efectos, proponiéndose nada ménos que convencer al tintorero, de que iba
á echar á perder las preciosas telas á que se aplicarian sus
composiciones. A la verdad, la cosa presentaba mal aspecto, y el crítico
no dejaba de apoyarse en reflexiones especiosas. Aquí se veia una serie
de cazuelas con líquidos negruzcos, cenicientos, parduzcos, ninguno de
buen color, todos de mal olor; allí unos pedacitos de goma pegajosa,
desagradable á la vista; enormes calderas estaban hirviendo, donde se
revolvian trozos de madera en bruto, y en las cuales se iban echando
unas hojas secas, que al parecer solo podian servir para tirar á la
calle. El tintorero estaba machacando en un mortero cien y cien materias
que andaba sacando ora de un pote, ora de una marmita, ora de un
saquillo; y revolviéndolo todo, y pasándolo de una cazuela á otra, y
echando ora acá, ora acullá, cucharadas de líquidos que apestaban, y de
cuyo contacto era preciso guardar el cútis porque le roian mas que el
fuego, se aprestaba á vaciar los ingredientes en diferentes calderas, y
sepultar en aquella inmundicia gran número de materias y manufacturas de
inestimable valor. «Esto se va á desperdiciar todo, decia el analítico.
En esta cazuela hay el ingrediente A, que como V. sabe, es
extremadamente cáustico, y que ademas da un color muy feo. En esta otra
hay la goma B, excelente para manchar, y cuyas señales no se quitan sino
con muchísimo trabajo. En esta caldera hay el palo C, que podria servir
para dar un color grosero y comun, pero que no alcanzo cómo ha de
producir nada exquisito. En una palabra, examinado todo por separado,
encuentro que V. emplea ingredientes contrarios á lo que V. se propone;
y desde ahora doy por seguro, que en vez de sacar nada conforme á las
bellísimas muestras que tiene V. en el despacho, va á sufrir una pérdida
de consideracion en su fama é intereses.» «Todo es posible, señor
filósofo, decia el inexorable tintorero, tomando en sus manos las
preciosas materias y ricas manufacturas, y sumergiéndolas sin compasion
en las sucias y pestilentes calderas, todo es posible, mas para dar fin
á la discusion, déjese V. ver por aquí dentro pocos días.» El filósofo
volvió en efecto, y el tintorero desvaneció todas las objeciones,
desplegando á sus ojos las telas que por rigurosa demostracion debian
estar malbaratadas. ¡Qué sorpresa! ¡qué humillacion para el analítico!
Unas mostraban finísima grana, otras delicado verde, otras hermoso azul,
otras exquisito naranjado, otras subido negro, otras un blanco
lijeramente cubierto con variado color; otras ostentaban riquísimos
jaspes donde campeaban á un tiempo la belleza y el capricho. Los matices
eran innumerables y encantadores, las manufacturas limpias, tersas,
brillantes como si hubieran estado cubiertas con cristales sin sufrir el
contacto de la mano del hombre. El filósofo se marchó confuso y
cabizbajo, diciendo para sí: «no es lo mismo saber lo que es una cosa
por sí sola, ó lo que puede ser en combinacion con otras; en adelante no
me contentaré con descomponer y separar, que tambien hace prodigios el
componer y reunir: testigo el tintorero.»

§ V.
Objetos vistos por una sola cara.
Entendimientos por otra parte muy claros y perspicaces, se echan á
perder lastimosamente por el prurito de desenvolver una serie de ideas
que no representando el objeto sino por un lado, acaban por conducir á
resultados extravagantes. De aquí es, que con la razon todo se prueba y
todo se impugna; y á veces un hombre que tiene evidentemente la verdad
de su parte, se halla precisado á encastillarse en las convicciones, y
resistir con las armas del buen sentido y cordura á los ataques de un
sofista que se abre paso por todas las hendiduras, y se escurre al
traves de lo mas sólido y compacto como filtrándose por los poros. La
misma sobreabundancia de ingenio produce este defecto, como las
personas demasiado ágiles y briosas se mantienen difícilmente en un paso
mesurado y grave.

§ VI.
Inconvenientes de una percepcion demasiado rápida.
Es calidad preciosa la rapidez de la percepcion; pero conviene estar
prevenido contra su efecto ordinario, que es la inexactitud. Sucédeles
con frecuencia á los que perciben con mucha presteza, no hacer mas que
desflorar el objeto; son como las golondrinas, que deslizándose
velozmente sobre la superficie de un estanque, solo pueden coger los
insectos que sobrenadan; miéntras otras aves que se sumergen enteramente
ó posan sobre el agua, y con el pico calan muy adentro, hacen servir á
su alimento hasta lo que se oculta en el fondo.
El contacto de estos hombres es peligroso; porque sea que hablen, sea
que escriban, suelen distinguirse por una facilidad encantadora; y, lo
que es todavía peor, comunican á todo lo que tratan cierta apariencia de
método, claridad y precision que alucina y seduce. En la ciencia se dan
á conocer por sus principios claros, sus definiciones sencillas, sus
deducciones obvias, sus aplicaciones felices. Caractéres que no pueden
ménos de acompañar el talento de concepcion profunda y cabal; pero que
imitados por otro de ménos aventajadas partes, solo indican á veces
superficialidad y lijereza, como brilla limpia y trasparente el agua
poco profunda, regalando la vista con sus arenas de oro[13].


CAPÍTULO XIV.
EL JUICIO.

§ I.
Qué es el juicio. Manantiales de error.
Para juzgar bien conduce poco el saber si el juicio es un acto distinto
de la percepcion, ó si consiste simplemente en percibir la relacion de
dos ideas. Prescindiré pues de estas cuestiones, y solo advertiré que
cuando interiormente decimos que una cosa es ó no es, ó que es ó no es
de esta ó de aquella manera, entónces hacemos un juicio. Así lo entiende
el uso comun; y para lo que nos proponemos, esto nos basta.
La falsedad del juicio depende muchas veces de la mala percepcion; así
lo que vamos á decir, aunque directamente encaminado al modo de juzgar
bien, conduce no poco á percibir bien.
La proposicion es la expresion del juicio.
Los falsos axiomas, las proposiciones demasiado generales, las
definiciones inexactas, las palabras sin definir, las suposiciones
gratuitas, las preocupaciones en favor de una doctrina, son abundantes
manantiales de percepciones equivocadas ó incompletas y de juicios
errados.

§ II.
Axiomas falsos.
Toda ciencia ha menester un punto de apoyo; y quien se encarga de
profesarla, busca con tanto cuidado este punto, como el arquitecto
asienta el fundamento sobre el cual ha de levantar el edificio.
Desgraciadamente, no siempre se encuentra lo que se necesita; y el
hombre es demasiado impaciente para aguardar que los siglos que él no ha
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