El Criterio - 07

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de ver, proporcionen á las generaciones futuras el descubrimiento
deseado. Si no encuentra, finge; en vez de construir sobre la realidad,
edifica sobre las creaciones de su pensamiento. A fuerza de cavilar y
sutilizar llega hasta el punto de alucinarse á sí mismo, y lo que al
principio fuera un pensamiento vago, sin estabilidad ni consistencia, se
convierte en verdad inconcusa. Las excepciones embarazarian demasiado;
lo mas sencillo es asentar una proposicion universal: hé aquí el axioma.
Vendrán luego numerosos casos que no se comprenden en él; nada importa:
con este objeto se halla concebido en términos generales y confusos ó
ininteligibles, para que interpretándose de mil maneras diferentes,
sufra en su fondo todas las excepciones que se quiera sin perder nada de
su prestigiosa reputacion. Entre tanto el axioma sirve admirablemente
para cimentar un raciocinio extravagante, dar peso á un juicio
disparatado, ó desvanecer una dificultad apremiadora: y cuando se
ofrecen al espíritu dudas sobre la verdad de lo que se defiende, cuando
se teme que el edificio no venga al suelo con fragorosa ruina, se dice á
sí mismo el espíritu: «no, no hay peligro; el cimiento es firme; es un
axioma, y un axioma es un principio de eterna verdad.»
Para merecer este nombre, es menester que la proposicion sea tan patente
al espíritu, como lo son al ojo los objetos que miramos presentes, á la
debida distancia, y en medio del dia. En no dejando al entendimiento
enteramente convencido desde que se le ofrece, y una vez comprendido el
significado de los términos con que se le enuncia, no debe ser admitido
en esta clase. Viciadas las ideas por un axioma falso, vense todas las
cosas muy diferentes de lo que son en sí; y los errores son tanto mas
peligrosos, cuanto el entendimiento descansa en mas engañosa seguridad.

§ III.
Proposiciones demasiado generales.
Si nos fuese conocida la esencia de las cosas, podríamos asentar con
respecto á ella proposiciones universales, sin ningun género de
excepcion; porque siendo la esencia la misma en todos los seres de una
misma especie, claro es que lo que del uno afirmásemos, seria igualmente
aplicable á todos. Pero como de lo tocante á dicha esencia conocemos
poco, y de una manera imperfecta, y muchas veces nada, es de ahí que por
lo comun no es posible hablar de los seres, sino con relacion á las
propiedades que están á nuestro alcance, y de las que á menudo no
discernimos si estan radicadas en la esencia de la cosa, ó si son
puramente accidentales. Las proposiciones generales se resienten de este
defecto; pues como expresan lo que nosotros concebimos y juzgamos, no
pueden extenderse sino á lo que nuestro espíritu ha conocido. De donde
resulta que sufren mil excepciones que no preveíamos; y tal vez
descubrimos que se habia tomado por regla lo que no era mas que
excepcion. Esto sucede aun suponiendo mucho trabajo de parte de quien
establece la proposicion general; ¿qué será, si atendemos á la lijereza
con que se las suele formar y emitir?

§ IV.
Las definiciones inexactas.
De estas puede decirse casi lo mismo que de los axiomas; pues que sirven
de luz para dirigir la percepcion y el juicio, y de punto de apoyo para
afianzar el raciocinio. Es sobre manera difícil una buena definicion, y
en muchos casos imposible. La razon es obvia; la definicion explica la
esencia de la cosa definida; y ¿cómo se explica lo que no se conoce? A
pesar de tamaño inconveniente, existen en todas las ciencias una
muchedumbre de definiciones que pasan cual moneda de buena ley; y si
bien sucede con frecuencia que se levantan los autores contra las
definiciones de otros, ellos á su vez cuidan de reemplazarlas con la
suyas, las que hacen circular por toda la obra tomándolas por base en
sus discursos. Si la definicion ha de ser la explicacion de la esencia
de la cosa, y el conocer esta esencia es negocio tan difícil, ¿porqué se
lleva tanta prisa en definir? El blanco de las investigaciones es el
conocimiento de la naturaleza de los seres; la proposicion pues en que
se explicase esta naturaleza, es decir la definicion, debiera ser la
última que emitiese el autor. En la definicion está la ecuacion que
presenta despejada la incógnita; y en la resolucion de los problemas
esta ecuacion es la última.
Lo que nosotros podemos definir muy bien es lo puramente convencional;
porque la naturaleza del ser convencional es aquella que nosotros mismos
le damos por los motivos que bien nos parecen. Así, ya que no nos es
posible en muchos casos definir la cosa, al ménos debiéramos fijar bien
lo que entendemos cuando hablamos de ella; ó en otros términos,
deberíamos definir la palabra con que pretendemos expresar la cosa. Yo
no sé lo que es el sol; no conozco su naturaleza; y por tanto si me
preguntan su definicion, no podré darla. Pero sé muy bien á qué me
refiero cuando pronuncio la palabra _sol_, y así me será fácil explicar
lo que con ella significo. ¿Qué es el sol? no lo sé. ¿Qué entiende V.
por la palabra _sol_? Ese astro cuya presencia nos trae el dia, y cuya
desaparicion produce la noche. Esto me lleva naturalmente á las palabras
mal definidas.

§ V.
Palabras mal definidas. Exámen de la palabra igualdad.
En la apariencia nada mas fácil que definir una palabra, porque es muy
natural que quien la emplea sepa lo que se dice, y de consiguiente pueda
explicarlo. Pero la experiencia enseña no ser así, y que son muy pocos
los capaces de fijar el sentido de las voces que usan. Semejante
confusion nace de la que reina en las ideas, y á su vez contribuye á
aumentarla. Oiréis á cada paso una disputa acalorada en que los
contrincantes manifiestan quizas ingenio nada comun: dejadlos que den
cien vueltas al objeto, que se acometan y rechacen una y mil veces, como
enemigos en sangrienta batalla; entónces si os quereis atravesar de
mediador, y hacer palpable la sinrazon de ambos, tomad la palabra que
expresa el objeto capital de la cuestion, y preguntad á cada uno, ¿qué
entiende V. por esto? ¿qué sentido da V. á esta palabra? Os acontecerá
con frecuencia que los dos adversarios se quedarán sin saber qué
responderos, ó pronunciando algunas expresiones vagas, inconexas,
manifestando bien á las claras que les habeis salido de improviso, que
no esperaban el ataque por aquel flanco, siendo quizas aquella la
primera vez que se ocupan, mal de su grado, en darse cuenta á sí mismos
del sentido de una palabra que en un cuarto de hora han empleado
centenares de veces, y de que estaban haciendo infinitas aplicaciones.
Pero suponed que esto no acontece, y que cada cual da con facilidad y
presteza la explicacion pedida: estad seguro que el uno no aceptará la
definicion del otro, y que la discordancia que ántes versaba ó parecia
versar sobre el fondo de la cuestion, se trasladará de repente al nuevo
terreno entablándose disputa sobre el sentido de la palabra. He dicho _ó
parecia versar_, porque si bien se ha observado el giro de la discusion,
se habrá echado de ver que bajo el nombre de la cosa se ocultaba con
frecuencia el significado de la palabra.
Hay ciertas voces que expresando una idea general, aplicable á muchos y
muy diferentes objetos y en los sentidos mas varios, parecen inventadas
adrede para confundir. Todos las emplean, todos se dan cuenta á si
mismos de lo que significan, pero cada cual á su modo; resultando una
algarabia que lastima á los buenos pensadores.
«La igualdad de los hombres, dirá un declamador, es una ley establecida
por el mismo Dios. Todos nacemos llorando, todos morimos suspirando: la
naturaleza no hace diferencia entre pobres y ricos, plebeyos y nobles; y
la religion nos enseña que todos tenemos un mismo orígen y un mismo
destino. La igualdad es obra de Dios; la desigualdad es obra del hombre;
solo la maldad ha podido introducir en el mundo esas horribles
desigualdades de que es víctima el linaje humano; solo la ignorancia, y
la ausencia del sentimiento de la propia dignidad han podido
tolerarlas.» Esas palabras no suenan mal al oido del orgullo: y no puede
negarse que hay en ellas algo de especioso. Ese hombre dice errores
capitales, y verdades palmarias; confunde aquellos con estas; y su
discurso seductor para los incautos, presenta á los ojos de un buen
pensador una algarabía ridicula. ¿Cuál es la causa? Toma la palabra
_igualdad_ en sentidos muy diferentes, la aplica á objetos que distan
tanto como cielo y tierra; y pasa á una deduccion general, con entera
seguridad, como si no hubiese riesgo de equivocacion.
¿Queremos reducir á polvo cuanto acaba de decir? Hé aquí como deberemos
hacerlo.
--¿Qué entiende V. por igualdad?
--Igualdad, igualdad.... bien claro está lo que significa.
--Sin embargo no será de mas que V. nos lo diga.
--La igualdad está en que el uno no sea ni mas ni ménos que el otro.
--Pero ya ve V. que esto puede tomarse en sentidos muy varios; porque
dos hombres de seis pies de estatura serán iguales en ella, pero será
posible que sean muy desiguales en lo demas; por ejemplo, si el uno es
barrigudo, como el gobernador de la ínsula Barataria, y el otro seco de
carnes como el caballero de la Triste Figura. Ademas dos hombres pueden
ser iguales ó desiguales en saber, en virtud, en nobleza, y en un millon
de cosas mas; con que será bien que ántes nos pongamos de acuerdo en la
acepcion que da V. á la palabra igualdad.
--Yo hablo de la igualdad de la naturaleza, de esta igualdad establecida
por el mismo Criador, contra cuyas leyes nada pueden los hombres.
--Así no quiere V. decir mas sino que por naturaleza todos somos
iguales....
--Cierto.
--Ya; pero yo veo que la naturaleza nos hace á unos robustos, á otros
endebles, á unos hermosos, á otros feos, á unos ágiles, á otros torpes,
á unos de ingenio despejado, á otros tontos, á unos nos da inclinaciones
pacificas, á otros violentas, á unos.... pero seria nunca acabar si
quisiera enumerar las desigualdades que nos vienen de la misma
naturaleza. ¿Dónde está la igualdad natural de que V. nos habla?
--Pero estas desigualdades no quitan la igualdad de derechos....
--Pasando por alto que V. ha cambiado ya completamente el estado de la
cuestion, abandonando ó restringiendo mucho la igualdad de la
naturaleza, tambien hay sus inconvenientes en esa igualdad de derechos.
¿Le parece á V. si el niño de pocos años tendrá _derecho_ para reñir y
castigar á su padre?
--V. finge absurdos....
--No señor, que esto y nada ménos que esto exige la igualdad de
derechos; si no es asi deberá V. decirnos de qué derechos habla, de
cuáles debe entenderse la igualdad y de cuáles no.
--Bien claro es que ahora tratamos de la igualdad social.
--No trataba V. de ella únicamente; bien reciente es el discurso en que
hablaba V. en general y de la manera mas absoluta, solo que arrojado de
una trinchera se refugia V. en la otra. Pero vamos á la igualdad social.
Esto significará que en la sociedad todos hemos de ser iguales. Ahora
pregunto, ¿en qué? ¿en autoridad? Entónces no habrá gobierno posible.
¿En bienes? Enhorabuena; dejemos á un lado la justicia, y hagamos el
repartimiento: al cabo de una hora, de dos jugadores el uno habrá
alijerado el bolsillo del otro, y estarán ya desiguales; pasados algunos
dias, el industrioso habrá aumentado su capital, el desidioso habrá
consumido una porcion de lo que recibió; y caeremos en la desigualdad.
Vuélvase mil veces al repartimiento, y mil veces se desigualarán las
fortunas. ¿En consideracion? pero ¿apreciará V. tanto al hombre honrado
como al tunante? ¿se depositará igual confianza en este que en aquel?
¿Se encargarán los mismos negocios á Metternich que al mas rudo patan? Y
aun cuando se quiesese, ¿podrian todos hacerlo todo?
--Esto es imposible; pero lo que no es imposible es la igualdad ante la
ley.
--Nueva retirada, nueva trinchera; vamos allá. La ley dice: el que
contravenga sufrirá la multa de mil reales, y en caso de insolvencia
diez dias de cárcel. El rico paga los mil reales, y se rie de su
fechoria; el pobre que no tiene un maravedí, expia su falta de rejas
adentro. ¿Dónde está la igualdad ante la ley?
--Pues yo quitaria esas cosas; y estableceria las penas de suerte que no
resultase nunca esta desigualdad.
--Pero entónces desaparecerian las multas, arbitrio no despreciable para
huecos del presupuesto y alivio de gobernantes. Ademas voy á demostrarle
á V. que no es posible en ninguna suposicion esta pretendida igualdad.
Demos que para una transgresion está señalada la pena de diez mil
reales; dos hombres han incurrido en ella, y ambos tienen de que pagar;
pero el uno es opulento banquero, el otro un modesto artesano. El
banquero se burla de los diez mil reales, el artesano queda arruinado.
¿Es igual la pena?
--No por cierto; mas ¿cómo quiere V. remediarlo?
--De ninguna manera; y esto es lo que quiero persuadirle á V. de que la
desigualdad es cosa irremediable. Demos que la pena sea corporal,
encontraremos la misma desigualdad. El presidio, la exposicion á la
vergüenza pública, son penas que el hombre falto de educacion, y del
sentimiento de dignidad, sufre con harta indiferencia; sin embargo un
criminal que perteneciese á cierta categoría preferiria mil veces la
muerte. La pena debe ser apreciada, no por lo que es en sí, sino por el
daño que causa al paciente y la impresion con que le afecta; pues de
otro modo desaparecerian los dos fines del castigo: la expiacion y el
escarmiento. Luego, una misma pena aplicada á criminales de clases
diferentes, no tiene la igualdad sino en el nombre, entrañando una
desigualdad monstruosa. Confesaré con V. que en estos inconvenientes hay
mucho de irremediable, pero reconozcamos estas tristes necesidades, y
dejémonos de ponderar una igualdad imposible.
La definicion de una palabra, y el discernir las diferentes aplicaciones
que de ella podrian hacerse, nos ha traido la ventaja de reducir á la
nada un especioso sofisma, y de demostrar hasta la última evidencia que
el pomposo orador ó propalaba absurdos, ó no nos decia nada que no
supiésemos de antemano; pues no es mucho descubrimiento el anunciar que
todos nacemos y morimos de una misma manera.

§ VI.
Suposiciones gratuitas. El despeñado.
A falta de un principio general tomamos á veces un hecho que no tiene
mas verdad y certeza de la que nosotros le otorgamos. ¿De dónde tantos
sistemas para explicar los fenómenos de la naturaleza? De una suposicion
gratuita que el inventor del sistema tuvo á bien asentar como primera
piedra del edificio. Los mayores talentos se hallan expuestos á este
peligro siempre que se empeñan en explicar un fenómeno, careciendo de
datos positivos sobre su naturaleza y origen. Un efecto puede haber
procedido de una infinidad de causas; pero no se ha encontrado la verdad
por solo saber que ha _podido_ proceder, es necesario demostrar que ha
procedido. Si una hipótesis me explica satisfactoriamente un fenómeno
que tengo á la vista, podré admirar en ella el ingenio de quien la
inventara; pero poco habré adelantado para el conocimiento de la
realidad de las cosas.
Este vicio de atribuir un efecto á una causa _posible_, salvando la
distancia que va de la _posibilidad_ á la _realidad_, es mas comun de lo
que se cree; sobre todo, cuando el razonador puede apoyarse en la
coexistencia ó sucesion de los hechos que se propone enlazar. A veces,
ni aun se aguarda á saber si ha existido realmente el hecho que se
designa como causa; basta que haya podido existir, y que en su
existencia hubiese podido producir el efecto de que se pretende dar
razon.
Se ha encontrado en el fondo de un precipicio el cadáver de una persona
conocida; las señales de la víctima manifiestan con toda claridad que
murió despeñada. Tres suposiciones pueden excogitarse para dar razon de
la catástrofe; una caida, un suicidio, un asesinato. En todos estos
casos, el efecto será el mismo; y en ausencia de datos no puede decirse
que el uno lo explique mas satisfactoriamente que el otro. Numerosos
espectadores estan contemplando la desastrosa escena; todos ansian
descubrir la causa; haced que se presente el mas leve indicio, desde
luego veréis nacer en abundancia las conjeturas, y oiréis las
expresiones de «es cierto; así será; no puede ser de otra manera....
como si lo estuviese mirando ... no hay testigos, no puede probarse en
juicio; pero lo que es duda, no cabe.»
Y ¿cuáles son los indicios? Algunas horas ántes de encontrarse el
cadáver, el infeliz se encaminaba hácia el lugar fatal, y no falta quien
vió que estaba leyendo unos papeles, que se detenia de vez en cuando, y
daba muestras de inquietud. Por lo demas es bien sabido que estos
últimos dias habia pasado disgustos, y que los negocios de su casa
estaban muy mal parados. Toda la vecindad veia en su semblante muestras
de pena y desazon. Asunto concluido; este hombre se ha suicidado.
Asesinato no puede ser, estaba tan cerca de su casa.... ademas que un
asesinato no se comete de esta manera.... Una desgracia es imposible,
porque él conocia muy bien el terreno; y por otra parte, no era hombre
que anduviese precipitado ni con la vista distraida. Como el pobre
estaba acosado por sus acreedores, hoy dia de correo debió de recibir
alguna carta apremiante, y no habrá podido resistir mas.
--Vamos, vamos, responderá el mayor número, cosa clara: y tiene V.
razon, cabalmente es hoy dia de correo....
Llega el juez y al efecto de instruir las primeras diligencias, se
registra la cartera del difunto.
--Dos cartas.
--¿No lo decia yo?.... el correo de hoy!....
--La una es de N. su corresponsal en la plaza N.
--Vamos, cabalmente allí tenia sus aprietos.
--Dice así: «Muy Sr. mio: en este momento acabo de salir de la reunion
consabida. No faltaban renitentes, pero al fin apoyado de los amigos N
N, he conseguido que todo el mundo entrase en razon. Por ahora puede V.
vivir tranquilo, y si su hijo de V. tuviera la dicha de restablecer
algun tanto los negocios de América, esta gente se prestará á todo, y
conservará V. su fortuna y su crédito. Los pormenores para el correo
inmediato; pero he creido que no debia diferir un momento el comunicarle
á V. tan satisfactoria noticia. Entre tanto, etc., etc.» No hay por qué
matarse.
--La otra?....
--Es de su hijo....
--Malas noticias debió de traer....
--Dice así: «Mi querido padre: he llegado á tiempo; y á pocas horas de
mi desembarco, estaba deshecha la trampa. Todo era una estafa del Sr. N.
Ha burlado atrozmente nuestra confianza. No soñaba en mi venida, y al
verme en su casa, se ha quedado como herido de un rayo. He conocido su
turbacion, y me he apoderado de toda su correspondencia. Miéntras me
ocupaba de esto ha tomado el portante, é ignoro su paradero. Todo se ha
salvado excepto algun desfalco, que calculo de poca consideracion. Voy
corriendo, porque la embarcacion que sale va á darse á la vela.» etc.
etc.
El correo de hoy no era para suicidarse; el de las conjeturas sale
lucido: todo por haber convertido la posibilidad en realidad, por haber
estribado en suposiciones gratuitas, por haberse alucinado con lo
especioso de una explicacion satisfactoria.
--¿Si podria ser un asesinato?....
--Claro es, porque en este correo.... y ademas, este hombre no carecia
de enemigos.
--El otro dia su colono N. le amenazó terriblemente.
--Y es muy malo.....
--Oh! terrible.... está acostumbrado á la vida bandolera.... vamos,
tiene atemorizada la vecindad....
--¿Y cómo estaban ahora?
--A matar; esta misma mañana salian juntos de la casa del difunto, y
hablaban ambos muy recio.
--¿Y el colono solia andar por aquí?
--Siempre; á dos pasos tiene un campo; y ademas la cuestion estaba (sino
que esto sea dicho entre nosotros), la cuestion estaba sobre esas
encinas del borde del precipicio. El dueño se quejaba de que él le
echaba á perder el bosque, el otro lo negaba; como que en este mismo
lugar estuvieron el otro dia á pique de darse de garrotazos. Miren
Vds.... sino que uno no debe perder á un infeliz.... casi cada dia
estaban en pendencias en este mismo lugar.
--Entónces no hable V. mas.... es una atrocidad! pero ¿cómo se
prueba?....
--Y hoy vean Vds. como no está trabajando en el campo; y tiene por allí
su apero.... y se conoce que ha trabajado hoy mismo..... vamos, ya no
cabe duda; es evidente; el infeliz está perdido, porque esto
respirará.....
Llega uno del pueblo.
--¡Qué desgracia!
--¿No lo sabia V.?
--No señores, ahora mismo me lo han dicho en su casa. Iba yo á verle,
por si se apaciguaba con el pobre N. que está preso en la alcaldía ...
--¿Preso?....
--Sí señores; me ha venido llorando su mujer; dice que se ha excedido de
palabras, y que el alcalde le ha arrestado. Como ya saben Vds. que es
tan maton!....
--¿Y no ha salido mas al campo desde que habló esta mañana con el
difunto en la calle?
--¿Pues cómo habia de salir? vayan Vds. y le encontrarán allí, donde
está desde muy temprano; el pobrecito estaba labrando ahí!....
Nuevo chasco, el asesino estaba á larga distancia, el preso era el
colono: nuevo desengaño para no fiarse de suposiciones gratuitas, para
no confundir la realidad con la posibilidad, y no alucinarse con
plausibles apariencias.

§ VII.
Preocupacion en favor de una doctrina.
Hé aquí uno de los mas abundantes manantiales de error; esto es la
verdadera rémora de las ciencias; uno de los obstáculos que mas retardan
sus progresos. Increible seria la influencia de la preocupacion, si la
historia del espiritu humano no la atestiguara con hechos irrecusables.
El hombre dominado por una preocupacion no busca ni en los libros ni en
las cosas lo que realmente hay, sino lo que le conviene para apoyar sus
opiniones. Y lo mas sensible es, que se porta de esta suerte, á veces
con la mayor buena fe, creyendo sin asomo de duda que está trabajando
por la causa de la verdad. La educacion, los maestros y autores de
quienes se han recibido las primeras luces sobre una ciencia, las
personas con quienes vivimos de continuo, ó tratamos con mas frecuencia,
el estado ó profesion, y otras circunstancias semejantes, contribuyen á
engendrar en nosotros el hábito de mirar las cosas siempre bajo un mismo
aspecto, de verlas siempre de la misma manera.
Apénas dimos los primeros pasos en la carrera de una ciencia, se nos
ofrecieron ciertos axiomas como de eterna verdad, se nos presentaron
ciertas proposiciones como sostenidas por demostraciones irrefragables,
y las razones que militaban por la otra parte, nunca se nos hizo
considerarlas como pruebas que examinar, sino como objeciones que
soltar. ¿Habia alguna de nuestras razones que claudicaba por un lado? se
acudia desde luego á sostenerla, á manifestar que en todo caso no era
aquella la única; que estaba acompañada de otras cumplidamente
satisfactorias; y que si bien ella sola quizas no bastaria, no obstante
añadida á las demas no dejaba de pesar en la balanza y de inclinarla mas
y mas á favor nuestro. ¿Presentaban los adversarios alguna dificultad de
espinosa solucion? El número de las respuestas suplia á su solidez. El
gravísimo autor A contesta de esta manera, el insigne B de tal otra, el
sabio C de tal otra, cualquiera de las tres es suficiente, escójase la
que mejor parezca, con entera seguridad de que el Aquiles de los
adversarios habrá recibido la herida en el tendon. No se trata de
convencer, sino de vencer; el amor propio se interesa en la contienda,
y conocidos son los infinitos recursos de este maligno agente. Lo que
favorece se abulta y exagera; lo que obsta se disminuye, se desfigura ú
oculta: la buena fe protesta algunas veces desde el fondo del alma; pero
su voz es ahogada y acallada como una palabra de paz en encarnizado
combate.
Si así no fuere, ¿cómo será posible explicar que durante largos siglos,
se hayan visto escuelas tan organizadas, como disciplinados ejércitos
agrupados al rededor de una bandera? ¿Cómo es que una serie de hombres
ilustres por su saber y virtudes, viesen todos una cuestion de una misma
manera, al paso que sus adversarios no ménos esclarecidos que ellos, lo
veian todo de una manera opuesta? ¿Cómo es que para saber cuáles eran
las opiniones de un autor, no necesitásemos leerle, bastándonos por lo
comun la órden á que pertenecia, ó la escuela de donde habia salido?
¿Podria ser ignorancia de la materia, cuando consumian su vida en
estudiarla? ¿Podria ser que no leyesen las obras de sus adversarios?
Esto se verificaria en muchos, pero de otros no cabe duda que las
consultarian con frecuencia. ¿Podria ser mala fe? No por cierto; pues
que se distinguian por su entereza cristiana.
Las causas son las señaladas mas arriba; el hombre ántes de inducir á
otros al error, se engaña muchas veces á sí propio. Se aferra á un
sistema, allí se encastilla con todas las razones que pueden
favorecerle; su ánimo se va acalorando á medida que se ve atacado; hasta
que al fin, sea cual fuere el número y la fuerza de los adversarios,
parece que se dice á sí mismo: «este es tu puesto; es preciso
defenderle: vale mas morir con gloria que vivir con ignominiosa
cobardía.»
Por este motivo, cuando se trata de convencer á otros, es preciso
separar cuidadosamente la causa de la verdad de la causa del amor
propio: importa sobre manera persuadir al contrincante de que cediendo,
nada perderá en reputacion. No ataqueis nunca la claridad y perspicacia
de su talento; de otro modo se formalizará el combate, la lucha será
reñida, y aun teniéndole bajo vuestros pies y con la espada en la
garganta, no recabaréis que se confiese vencido.
Hay ciertas palabras de cortesía y deferencia que en nada se ocupen á la
verdad; en vacilando el adversario conviene no economizarlas, si deseais
que se dé á partido ántes que las cosas hayan llegado á extremidades
desagradables[14].


CAPÍTULO XV.
EL RACIOCINIO.

§ I.
Lo que valen los principios y las reglas de la dialéctica.
Cuando los autores tratan de esta operacion del entendimiento, amontonan
muchas reglas para dirigirla, apoyándolas en algunos axiomas. No
disputaré sobre la verdad de estos; pero dudo mucho que la utilidad de
aquellas sea tanta como se ha pretendido. En efecto: es innegable que
las cosas que se identifican con una tercera, se identifican entre sí;
que de dos que se identifican entre sí, si la una es distinta de una
tercera, lo será tambien la otra; que lo que se afirma ó niega de todo
un género ó especie, debe afirmarse ó negarse del individuo contenido en
ellos; y ademas es tambien mucha verdad que las reglas de argumentacion
fundadas en dichos principios son infalibles. Pero yo tengo la
dificultad en la aplicacion; y no puedo convencerme de que sean de
grande utilidad en la práctica.
En primer lugar, confieso que estas reglas contribuyen á dar al
entendimiento cierta precision que puede servir en algunos casos para
concebir con mas claridad, y atender á los vicios que entrañe un
discurso: bien que á veces esta ventaja quedará neutralizada con los
inconvenientes acarreados por la presuncion de que se sabe raciocinar,
porque no se ignoran las reglas del raciocinio. Puede uno saber muy bien
las reglas de un arte, y no acertar á ponerlas en práctica. Tal
recitaria todas las reglas de la oratoria sin equivocar una palabra, que
no sabria escribir una página sin chocar, no diré con los preceptos del
arte, sino con el buen sentido.

§ II.
El silogismo. Observaciones sobre este instrumento dialéctico.
Formaremos cabal concepto de la utilidad de dichas reglas, si
consideramos que quien raciocina no las recuerda, si no se ve precisado
á formular un argumento á la manera escolástica, cosa que en la
actualidad ha caido en desuso. Los alumnos aprenden á conocer si tal ó
cual silogismo peca contra esta ó aquella regla; y esto lo hacen en
ejemplos tan sencillos, que al salir de la escuela nunca encuentran nada
que á ellos se parezca. «Toda virtud es loable, la justicia es virtud,
luego es loable.» Está muy bien: pero cuando se me ofrece discernir si
en tal ó cual acto se ha infringido la justicia, y la ley tiene algo que
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