El Criterio - 05

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rio, de un monte, que distan sin embargo nada ménos que cien leguas.
En suma, ¿quereis adquirir noticias exactas sobre un pais, y formar de
su estado concepto verdadero y cabal? estudiadlo de la manera
sobredicha, ó leed á quien lo hubiere estudiado de esta suerte. Y si no
truviereis proporcion para ello, contentaos con cuatro cosas generales,
que os sacarán airoso de una conversacion con vuestros iguales en
aquella clase de conocimientos; pero guardaos de asentar sobre estos
datos un sistema filosófico, político ó económico; y andad con tiento en
lucir vuestra ciencia, si os encontrarais con algun natural del pais, y
no quereis exponeros á ser objeto de risa[10].


CAPÍTULO XI.
HISTORIA.

§ I.
Medio para ahorrar tiempo, ayudar la memoria, y evitar errores, en los
estudios históricos.
El estudio de la historia es no solo útil sino tambien necesario. Los
mas escépticos no le descuidan; porque, aun cuando no le admitiesen como
propio para conocer la verdad, al ménos no le desdeñarian como
indispensable ornamento. Ademas que la duda llevada á su mayor
exageracion no puede destruir un número considerable de hechos, que es
preciso dar por ciertos, si no queremos luchar con el sentido comun.
Así, uno de los primeros cuidados que deben tenerse en esta clase de
estudios es distinguir lo que hay en ellos de absolutamente cierto. De
esta manera se encomienda á la memoria lo que no admite sombra de duda,
y queda luego desembarazado el lector para andar clasificando lo que no
llega á tan alto grado de certeza, ó es solamente probable, ó tiene
muchos visos de falso.
¿Quién dudará que existieron en oriente grandes imperios, que los
griegos fueron pueblos muy adelantados en civilizacion y cultura, que
Alejandro hizo grandes conquistas en el Asia, que los romanos llegaron á
ser dueños de una gran parte del mundo conocido, que tuvieron por rival
á la república de Cartago, que el imperio de los señores del mundo fué
derribado por una irrupcion de bárbaros venidos del norte, que los
musulmanes se apoderaron del Africa septentrional, destruyeron en España
el reino de los godos y amenazaron otras regiones de Europa, que en los
siglos medios existió el sistema del feudalismo, y mil y mil otros
acontecimientos ya antiguos ya modernos, de los cuales estamos tan
seguros como de que existen Lóndres y Paris?

§ II.
Distincion entre el fondo del hecho y sus circunstancias. Aplicaciones.
Pero admitidos como indudables cierta clase de hechos, queda anchuroso
campo para disputar sobre otros y desecharlos, ó darles crédito; y hasta
con respecto á los que no consienten ningun género de duda, pueden
espaciarse la erudicion, la crítica y la filosofía de la historia, en el
exámen y juicio de las circunstancias con que los historiadores los
acompañan. Es incuestionable que existieron las guerras llamadas
púnicas, que en ellas Cartago y Roma se disputaron el imperio del
Mediterráneo, de las costas de Africa, España é Italia, y que al fin
salió triunfante la patria de los Escipiones, venciendo á Aníbal y
destruyendo la capital enemiga: pero las circunstancias de aquellas
guerras ¿fueron tales como nosotros las conocemos? En el retrato que se
nos hace del carácter cartagines, en el señalamiento de las causas que
provocaron los rompimientos, en la narracion de las batallas, de las
negociaciones, y otros puntos semejantes, ¿seria posible que hubiésemos
sido engañados? Los historiadores romanos, de quienes hemos recibido la
mayor parte de las noticias, ¿no habrán mezclado mucho de favorable á su
nacion, y de contrario á la rival? Aquí entra la duda, aquí el
discernimiento; aquí entra ora el admitir con recelo y desconfianza, ora
el desechar sin reparo, ora el suspender con mucha frecuencia el juicio.
¿Qué seria de la verdad á los ojos de las generaciones venideras, si por
ejemplo la historia de las luchas entre dos naciones modernas, quedase
únicamente escrita por los autores de una de las dos rivales? Y esto sin
embargo, lo han publicado los unos en presencia de los otros,
corrigiéndose y desmintiéndose recíprocamente, y los acontecimientos se
verificaron en épocas que abundaban ya de medios de comunicacion, y en
que era mucho mas difícil sostener falsedades de bulto. ¿Qué será pues
viniéndonos las narraciones por un conducto solo, y tan sospechoso, por
interesado; y tratándose de tiempos tan distantes, de comunicaciones
tan escasas, y en que no se conocian los medios de publicidad que han
disfrutado los modernos?
Mucho se deberá desconfiar tambien de los griegos cuando nos refieren
sus gigantescas hazañas, las matanzas de innumerables persas, sus rasgos
de patriotismo heróico, y cien cosas por este tenor. La fe ciega, el
entusiasmo sin límites, la admiracion por aquel pueblo de increibles
hazañas, allá se queda para los sencillos; que quien conoce el corazon
del hombre, quien ha visto con sus propios ojos tanto exagerar,
desfigurar y mentir, dice para sí: «el negocio debió de ser grave y
ruidoso; parece que en efecto no se portaron mal esos griegos; pero en
cuanto á saber el respectivo número de combatientes, y otros pormenores,
suspendo el juicio hasta que hayan resucitado los persas, y los oiga
pintar á su modo los acontecimientos y sus circunstancias.»
Esta regla de prudencia es susceptible de infinitas aplicaciones á lo
antiguo y moderno. El lector que de ella se penetre, y no la olvide al
leer la historia, dé por seguro que se ahorrará muchísimos errores, y
sobre todo no desperdiciará tiempo y trabajo en recordar si fueron
sesenta ó setenta mil los que murieron en tal ó cual refriega, y si los
pobres que anduvieron de vencida, y no pueden desmentir al cronista,
eran en número cuadruplicado ó quintuplicado, para su mayor ignominia y
afrenta.

§ III.
Algunas reglas para el estudio de la historia.
Como la historia no entra en esta obrita sino como uno de tantos objetos
que no deben pasarse por alto cuando se trata de la investigacion de la
verdad, fuera inoportuno extenderse demasiado en señalar reglas para su
estudio; esto por sí solo, reclamaria un libro de no pequeño volúmen; y
no conviene gastar un espacio que bien se ha menester para otras cosas.
Así me limitaré á prescribir lo ménos que pueda, y con la mayor brevedad
que alcance.

REGLA 1ª.
Conforme á lo establecido mas arriba (Cap. VIII), es preciso atender á
los medios que tuvo á mano el historiador para encontrar la verdad, y á
las probabilidades de que sea veraz ó no.

REGLA 2ª.
En igualdad de circunstancias, es preferible el testigo ocular.
Por mas autorizados que sean los conductos, siempre son algo peligrosos;
las narraciones que pasan por muchos intermedios suelen ser como los
líquidos, los que siempre se llevan algo del canal por donde corren.
Desgraciadamente abundan mucho en los canales la malicia y el error.

REGLA 3ª.
Entre los testigos oculares, es preferible en igualdad de
circunstancias, el que no tomó parte en el suceso, y no ganó ni perdió
con él. (V. Cap. VIII.)
Por mas crédito que se merezca César cuando nos refiere sus hazañas,
claro es que á sus enemigos no los habia de pintar pocos y cobardes, ni
describirnos sus empresas como demasiado asequibles. Los prodigios de
Aníbal contados por sus mismos enemigos, valen por cierto algo mas.
¿Cómo vemos narradas las revoluciones modernas? Segun las opiniones é
intereses del escritor. Un hombre de aventajado talento ha dado á luz
una historia del levantamiento y revolucion de España en la época de
1808; y sin embargo, al tratar de las Córtes de Cádiz, al traves del
lenguaje anticuado, y del tono grave y sesudo, bien se trasluce el jóven
y fogoso diputado de las constituyentes.

REGLA 4ª.
El historiador contemporáneo es preferible; teniendo empero el cuidado
de cotejarle con otro de opiniones é intereses diferentes, y de separar
en ambos el hecho narrado de las causas que se le señalan, resultados
que se le atribuyen, y juicio de los escritores.
Por lo comun, hay en los acontecimientos algo que descuella, y se
presenta á los ojos demasiado de bulto para que pueda negarlo la
parcialidad del historiador. En tal caso exagera ó disminuye, echa mano
de colores halagüeños ó repugnantes, busca explicaciones favorables
apelando á causas imaginarias, y señalando efectos soñados: pero el
hecho está allí; y los esfuerzos del escritor apasionado ó de mala fe,
no hacen mas que llamar la atencion del avisado lector para que fije la
vista con atencion en lo que hay, y no vea ni mas ni ménos de lo que
hay.
Los historiadores apasionados de Napoleon hablarán á la posteridad del
fanatismo y crueldad de la nacion española, pintándola como un pueblo
estúpido que no quiso ser feliz; referirán los mil motivos que tuvo el
gran Capitan para entremeterse en los negocios de la Península, y
señalarán un millon de causas para explicar lo poco satisfactorio de los
resultados. Por supuesto que llegarán á concluir que por esto no se
empañan en lo mas mínimo las glorias del héroe. Pero el lector juicioso
y discreto descubrirá la verdad á pesar de todos los amaños para
oscurecerla. El historiador no habrá podido ménos de confesar á su modo
y con mil rodeos, que Napoleon ántes de comenzar la lucha, y miéntras
las fuerzas del Marques de la Romana le auxiliaban en el norte,
introdujo en España con palabras de amistad, un numeroso ejército, y se
apoderó de las principales ciudades y fortalezas, inclusa la capital del
reino; que colocó en el trono á su hermano José; y que al fin José y su
ejército despues de seis años de lucha, se vieron precisados á repasar
la frontera. Esto no lo habrá negado el historiador; pues bien, esto
basta: píntense los pormenores como se quiera, la verdad quedará en su
lugar. He aquí lo que dirá el sensato lector: «tú, historiador parcial,
defiende admirablemente la reputacion y buen nombre de tu héroe, pero
resulta de tu misma narracion, que él ocupó el pais protestando amistad,
que invadió sin título, que atacó á quien le ayudaba, que se valió de
traicion para llevarse al rey, que peleó durante seis años sin ningun
provecho. De una parte estaban pues la buena fe del aliado, la lealtad
del vasallo, y el arrojo y la constancia del guerrero; de otra podian
estar la pericia y el valor, pero á su lado resaltan la mala fe, la
usurpacion, y la esterilidad de una dilatada guerra. Hubo pues yerro y
perfidia en la concepcion de la empresa, maldad en la ejecucion; razon y
heroismo en la resistencia.»

REGLA 5ª.
Los anónimos merecen poca confianza.
El autor habrá tal vez callado su nombre por modestia ó por humildad;
pero el público que lo ignora, no está obligado á prestar crédito á
quien le habla con un velo en la cara. Si uno de los frenos mas
poderosos, cual es el temor de perder la buena reputacion, no es todavía
bastante para mantener á los hombres en los límites de la verdad, ¿cómo
podremos fiarnos de quien carece de él?

REGLA 6ª.
Antes de leer una historia es muy importante leer la vida del
historiador.
Casi me atreveria á decir que esta regla, por lo comun tan descuidada,
es de las que deben ocupar el lugar mas distinguido. En cierto modo se
halla ya contenida en lo que llevo dicho mas arriba (Cap. VIII); pero
no será inútil haberla establecido por separado, siquiera para tener
ocasion de ilustrarla con algunas observaciones.
Claro es que no podemos saber qué medios tuvo el historiador para
adquirir el conocimiento de lo que narra, ni el concepto que debemos
formar de su veracidad, si no sabemos quién era, cuál fué su conducta, y
demas circunstancias de su vida. En el lugar en que escribió el
historiador, en las formas políticas de su patria, en el espíritu de su
época, en la naturaleza de ciertos acontecimientos, y no pocas veces en
la particular posicion del escritor, se encuentra quizas la clave para
explicar sus declamaciones sobre tal punto, su silencio ó reserva sobre
tal otro; porqué pasó sobre este hecho con pincel lijero, porqué cargó
la mano sobre aquel.
Un historiador del revuelto tiempo de la Liga no escribia de la misma
suerte que otro del reinado de Luis XIV; y trasladándonos á épocas mas
cercanas, las de la revolucion, de Napoleon, de la restauracion, y de la
dinastía de Orleans, han debido inspirar al escritor otro estilo y
lenguaje. Cuando andaban animadas las contiendas entre los papas y los
príncipes, no era por cierto lo mismo publicar una memoria sobre ellas,
en Roma, Paris, Madrid ó Lisboa. Si sabeis donde salió á luz el libro
que teneis en la mano, os haréis cargo de la situacion del escritor; y
así supliréis aquí, cercenaréis allá; en una parte descifraréis una
palabra oscura, en otra comprenderéis un circunloquio; en esta página
apreciaréis en su justo valor una protesta, un elogio, una restriccion;
en aquella adivinaréis el blanco de una confesion, de una censura, ó
señalaréis el verdadero sentido á una proposicion demasiado atrevida.
Pocos son los hombres que se sobreponen completamente á las
circunstancias que los rodean: pocos son los que arrostran un gran
peligro por la sola causa de la verdad; pocos son los que en situaciones
críticas no buscan una transaccion entre sus intereses y su conciencia.
En atravesándose riesgos de mucha gravedad, el mantenerse fiel á la
virtud es heroismo, y el heroismo es cosa rara.
Ademas que no siempre puede decirse que haya obrado mal un escritor, por
haberse atemperado á las circunstancias, si no ha vulnerado los derechos
de la justicia y de la verdad. Casos hay en que el silencio es prudente
y hasta obligatorio; y por lo mismo, bien se puede perdonar á un
escritor el que no haya dicho todo lo que pensaba, con tal que no haya
dicho nada contra lo que pensaba. Por mas profundas que fuesen las
convicciones de Belarmino sobre la potestad indirecta, ¿habriais exigido
de él, que se expresase en Paris de la misma suerte que en Roma? Esto
hubiera equivalido á decirle: «hablad de manera, que tan pronto como el
Parlamento tenga noticia de vuestra obra, sean recogidos los ejemplares
á mano armada, quemado quizas uno de ellos por la mano del verdugo, y
vos expulsado de Francia ó encerrado en un calabozo.»
El conocimiento de la posicion particular del escritor, de su conducta,
moralidad, carácter, y hasta de su educacion, ilustran muchísimo al
lector de sus obras. Para formar juicio de las palabras de Lutero sobre
el celibato, servirá no poco el saber que quien habla es un fraile
apóstata, casado con Catalina de Boré; y quien haya tenido paciencia
bastante para ruborizarse mil veces hojeando las impudentes
_confesiones_ de Rousseau, será bien poco accesible á ilusiones, cuando
el filósofo de Ginebra le hable de filantropía y de moral.

REGLA 7ª.
Las obras póstumas publicadas por manos desconocidas ó poco seguras, son
sospechosas de apócrifas ó alteradas.
La autoridad de un ilustre difunto poco sirve en semejantes casos: no es
él quien nos habla, sino el editor, bien seguro de que el interesado no
le podrá desmentir.

REGLA 8ª.
Historias fundadas en memorias secretas y papeles inéditos;
publicaciones de manuscritos en que el editor asegura no haber hecho mas
que introducir órden, limar frases, ó aclarar algunos pasajes, no
merecen mas crédito que el debido á quien sale responsable de la obra.

REGLA 9ª.
Relaciones de negociaciones ocultas, de secretos de estado, anécdotas
picantes sobre la vida privada de personajes célebres, sobre tenebrosas
intrigas, y otros asuntos de esta clase, han de recibirse con extrema
desconfianza.
Si difícilmente podemos aclarar la verdad de lo que pasa á la luz del
sol, y á la faz del universo, poco debemos prometernos tocante á lo que
sucede en las sombras de la noche y en las entrañas de la tierra.

REGLA 10ª.
En tratándose de pueblos antiguos ó muy remotos, es preciso dar poco
crédito á cuanto se nos refiera, sobre riquezas del pais, número de
moradores, tesoros de monarcas, ideas religiosas, y costumbres
domésticas.
La razon es clara: todos estos puntos son difíciles de averiguar; es
necesario mucho tiempo de residencia, perfecto conocimiento de la
lengua, inteligencia en ramos de suyo muy difíciles y complicados,
medios de adquirir noticias exactas sobre objetos ocultos que brindan á
la exageracion y en que por parte de los mismos naturales hay á veces
mucha ignorancia, y hasta sabiéndolo, tienen mil y mil motivos para
aumentar ó disminuir. Finalmente en lo que toca á costumbres domésticas,
no se alcanza su exacto conocimiento, si no se puede penetrar en lo
interior de las familias, viéndolas como hablan y obran en la efusion y
libertad de sus hogares[11].


CAPÍTULO XII.
CONSIDERACIONES GENERALES SOBRE EL MODO DE CONOCER LA NATURALEZA,
PROPIEDADES Y RELACIONES DE LOS SERES.

§ I.
Una clasificacion de las ciencias.
Conocidas las reglas que pueden guiarnos para conocer la existencia de
un objeto, fáltanos averiguar cuales son las que podrán sernos útiles,
al investigar la naturaleza, propiedades y relaciones de los seres.
Estos, ó pertenecen al órden de la naturaleza, comprendiendo en él todo
cuanto está sometido á las leyes necesarias de la creacion, á los que
apellidaremos _naturales_; ó al órden moral, y los nombraremos
_morales_; ó al órden de la sociedad humana, que llamaremos _históricos_
ó mas propiamente _sociales_; ó al de una providencia extraordinaria,
que designaremos con el titulo de _religiosos_.
No insistiré sobre la exactitud de esta division; confesaré sin
dificultad, que en rigor dialéctico, se le pueden hacer algunas
objeciones; pero es innegable que está fundada en la misma naturaleza de
las cosas, y en el modo con que el entendimiento humano suele distinguir
los principales puntos de vista. Sin embargo, para manifestar con mayor
claridad la razon en que se apoya, hé aqui presentada en pocas palabras
la filiacion de las ideas.
Dios ha criado el universo y cuanto hay en él, sometiéndole á leyes
constantes y necesarias; de aquí el órden natural. Su estudio podria
llamarse filosofía natural.
Dios ha criado al hombre dotándole de razon y de libertad de albedrío;
pero sujeto á ciertas leyes, que no le fuerzan, mas le obligan: hé aquí
el órden moral, y el objeto de la filosofía moral.
El hombre en sociedad ha dado origen á una serie de hechos y
acontecimientos: hé aquí el órden social. Su estudio podria llamarse
filosofía social, ó si se quiere filosofía de la historia.
Dios no está ligado por las leyes que él mismo ha prescrito á las
hechuras de sus manos: por consiguiente puede obrar sobre y contra esas
leyes, y así es dable que existan una serie de hechos y revelaciones de
un órden superior al natural y social: de aquí el estudio de la religion
ó filosofía religiosa.
Dada la existencia de un objeto, pertenece á la filosofía el
desentrañarle, apreciarle y juzgarle; ya que en la acepcion comun, esta
palabra _filósofo_, significa el que se ocupa en la investigacion de la
naturaleza, propiedades y relaciones de los seres.

§ II.
Prudencia científica y observaciones para alcanzarla.
En el buen órden del pensamiento filosófico entra una gran parte de
prudencia, muy semejante á la que preside á la conducta práctica. Esta
prudencia es de muy difícil adquisicion, es tambien el costoso fruto de
amargos y repetidos desengaños. Como quiera, será bueno tener á la vista
algunas observaciones que pueden contribuir á engendrarla en el
espíritu.

OBSERVACION 1ª.
La íntima naturaleza de las cosas nos es por lo comun muy desconocida:
sobre ella sabemos poco é imperfecto.
Conviene no echar nunca en olvido esta importantísima verdad. Ella nos
enseñará la necesidad de un trabajo muy asiduo, cuando nos propongamos
descubrir y examinar la naturaleza de un objeto; dado que lo muy oculto
y abstruso, no se comprende con aplicacion liviana. Ella nos inspirará
prudente desconfianza en el resultado de nuestras investigaciones, no
permitiéndonos que con precipitacion nos lisonjeemos de haber encontrado
lo que buscamos. Ella nos preservará de aquella irreflexiva curiosidad
que nos empeña en penetrar objetos cerrados con sello inviolable.
Verdad poco lisonjera á nuestro orgullo, pero indudable; certísima á los
ojos de quien haya meditado sobre la ciencia del hombre. El Autor de la
naturaleza nos ha dado suficiente conocimiento para acudir á nuestras
necesidades físicas y morales, otorgándonos el de las aplicaciones y
usos que para este efecto pueden tener los objetos que nos rodean; pero
se ha complacido al parecer en ocultar lo demas; como si hubiese querido
ejercitar el humano ingenio durante nuestra mansion en la tierra, y
sorprender agradablemente al espíritu al llevarle á las regiones que le
aguardan mas allá del sepulcro, desplegando á nuestros ojos el inefable
espectáculo de la naturaleza sin velo.
Conocemos muchas propiedades y aplicaciones de la luz, pero ignoramos su
esencia; conocemos el modo de dirigir y fomentar la vegetacion, pero
sabemos muy poco sobre sus arcanos; conocemos el modo de servirnos de
nuestros sentidos, de conservarlos y ayudarlos, pero se nos ocultan los
misterios de la sensacion; conocemos lo que es saludable ó nocivo á
nuestro cuerpo, pero en la mayor parte de los casos nada sabemos sobre
la manera particular con que nos aprovecha ó daña. ¿Qué mas? calculamos
continuamente el tiempo, y la metafísica no ha podido aclarar bien lo
que es el tiempo; existe la geometría, y llevada á un grado de admirable
perfeccion; y su idea fundamental, la extension, está todavía sin
comprender. Todos moramos en el espacio, todo el universo está en él; le
sujetamos á riguroso cálculo y medida; y la metafisica ni la ideología
no han podido decirnos aun en qué consiste; si es algo distinto de los
cuerpos, si es solamente una idea, si tiene naturaleza propia, no
sabemos si es un ser ó nada. Pensamos y no comprendemos lo que es el
pensamiento; bullen en nuestro espíritu las ideas, é ignoramos lo que es
una idea; nuestra cabeza es un magnífico teatro donde se representa el
universo con todo su esplendor, variedad y hermosura; donde una fuerza
incomprensible crea á nuestro capricho mundos fantásticos, ora bellos,
ora sublimes, ora extravagantes, y no sabemos lo que es la imaginacion,
ni lo que son aquellas prodigiosas escenas, ni como aparecen ó
desaparecen.
¡Qué conciencia mas viva no tenemos de esa inmensa muchedumbre de
afecciones que apellidamos sentimientos! y sin embargo ¿qué es el
sentimiento? El que ama siente el amor, pero no le conoce; el filósofo
que se ocupa en el exámen de esta afeccion, señala quizas su orígen,
indica su tendencia y su fin, da reglas para su direccion; pero en
cuanto á la íntima naturaleza del amor, se halla en la misma ignorancia
que el vulgo. Son los sentimientos como un flúido misterioso que circula
por conductos cuyo interior es impenetrable. Por la parte exterior, se
conocen algunos efectos; en algunos casos se sabe de dónde viene y
adónde va, y no se ignora el modo de minorar su velocidad, ó cambiar su
direccion; pero el ojo no puede penetrar en la oscura cavidad: el agente
queda desconocido.
Nuestro propio cuerpo, ni todos cuantos nos rodean, ¿sabemos por ventura
lo que son? Hasta ahora ¿ha habido algun filósofo que haya podido
explicarnos lo que es un cuerpo? Y sin embargo, estamos continuamente en
medio de cuerpos, y nos servimos continuamente de ellos, y conocemos
muchas de sus propiedades, y de las leyes á que estan sometidos, y un
cuerpo forma parte de nuestra naturaleza.
Estas consideraciones no deben perderse nunca de vista, cuando se nos
ofrece examinar la íntima naturaleza de una cosa para fijar los
principios constitutivos de su esencia. Seamos pues diligentes en
investigar, pero muy mesurados en definir. Si no llevamos estas
cualidades á un alto grado de escrupulosidad, nos acontecerá con
frecuencia el sustituir á la realidad las combinaciones de nuestra
mente.

OBSERVACION 2ª.
Así como en matemáticas hay dos maneras de resolver un problema; una
acertando en la verdadera resolucion; otra manifestando que la
resolucion es imposible; así acontece en todo linaje de cuestiones:
muchas hay cuya mejor resolucion es manifestar que para nosotros son
insolubles. Y no se crea que esto último carezca de mérito, y que sea
fácil el discernimiento entre lo asequible é inasequible: quien es capaz
de ello, señal es que conoce á fondo la materia de que se trata, y que
se ha ocupado con detenimiento en el exámen de sus principales
cuestiones.
Es mucho el tiempo que se ahorra en habiendo adquirido este precioso
discernimiento: pues en ofréciendose el caso, como que se adivina desde
luego si hay ó no los datos suficientes para llegar á un resultado
satisfactorio.
El conocimiento de la imposibilidad de resolver, es muchas veces mas
bien histórico y experimental que científico; es decir que un hombre
instruido y experimentado, conoce que una solución es imposible, ó que
raya en ello á causa de su extrema dificultad, no porque pueda
demostrarlo, sino porque la historia de los esfuerzos que han hecho
otros y quizas de los propios, le manifiesta la impotencia del
entendimiento humano con relacion al objeto. A veces la misma
naturaleza de las cosas sobre las cuales se suscita la cuestion indica
la imposibilidad de resolverla. Para esto es necesario abarcar de una
ojeada los datos que se han menester, conociendo la falta de los que no
existen.

OBSERVACION 3ª.
Como los seres se diferencian mucho entre sí en naturaleza, propiedades
y relaciones, el modo de mirarlos, y el método de pensar sobre ellos han
de ser tambien muy diferentes.
Imagínanse algunos que en sabiendo pensar sobre una clase de objetos
está ya trillado el camino para lograr lo mismo con respecto á todos;
bastando para ello dirigir la atencion á lo que se quiere estudiar de
nuevo. De aquí es, que se oye en boca de muchos, y se lee tambien en uno
que otro autor, la insigne falsedad de que la mejor lógica son las
matemáticas, porque acostumbran á pensar en todas materias con rigor y
exactitud.
Para desvanecer esta equivocacion, basta observar que los objetos que se
ofrecen á nuestro espíritu son de órdenes muy diferentes, que los medios
de que disponemos para alcanzarlos nada tienen de parecido, que las
relaciones que con nosotros los unen son desemejantes, y que en fin la
experiencia está enseñando todos los dias que un hombre dedicado á dos
clases de estudios resulta sobresaliente en la una, y quizas muy mediano
en la otra; que en aquella piensa con admirable penetracion y
discernimiento, miéntras en esta no se eleva sobre miserables
vulgaridades.
Hay verdades matemáticas, verdades físicas, verdades ideológicas,
verdades metafísicas; las hay morales, religiosas, políticas; las hay
literarias é históricas; las hay de razon pura, y otras en que se
mezclan por necesidad la imaginacion y el sentimiento; las hay meramente
especulativas, y las hay que por necesidad se refieren á la práctica;
las hay que solo se conocen por raciocinio, las hay que se ven por
intuicion, y las hay de que solo nos informamos por la experiencia; en
fin, son tan variadas las clases en que podrian distribuirse, que fuera
difícil reducirlas á guarismo.

§ III.
Los sabios resucitados.
El lector palpará el fundamento de lo que acabo de exponer, y se
desentenderá en adelante de las frivolas objeciones que pudiera
presentar el espíritu de sutileza y cavilacion, asistiendo á la escena
que voy á ofrecerle, en la cual encontrará retratada al vivo la
naturaleza de las cosas, y explicada y demostrada á un mismo tiempo la
importante verdad que deseo inculcarle.
Yo supongo reunidos en un vasto establecimiento un gran número de
hombres célebres, los que resucitados tales como eran en vida, con los
mismos talentos é inclinaciones, pasan algunos dias encerrados allí,
bien que con amplia libertad de ocuparse cada cual en lo que fuere de su
agrado. La mansion está preparada como tales huéspedes se merecen; un
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